La amante de mi suegro

Una viuda encuentra en su suegro el amante perfecto.

Amante de mi suegro

Les contaré cómo me convertí en la amante de mi suegro. Arturo era un hombre de 65 años con una vitalidad y una energía desbordante. Para su edad se mantenía muy bien, toda la vida había sido deportista y aun hoy en día corría dos kilómetros diarios y jugaba al futbol con David, mi hijo.

Escribía yo para una revista, toda clase de artículos sobre publicidad y diseño, mi trabajo me mantenía muy ocupada, además de mi curso de dibujo y los cuidados de mi hijo. Por eso me afectó tanto la muerte de mi marido, yo tenía veinticinco, su pérdida me caló muy hondo, ya que no sólo me dejaba a mí, sino a nuestro hijo de cinco años. La tristeza me embargó durante mucho tiempo, afectando mi trabajo y mis otras actividades, hasta que a mi casa se mudó mi suegro.

Cuando él llegó a mi casa, las cosas tomaron otro color, porque con su energía no nos dejaba decaer, ni a David ni a mí. Él había vivido ya la experiencia de enviudar cuando joven y de criar sólo a mi marido, y decidido a ayudarme y no dejarme sola en la crianza de David, me había pedido que le permitiera compartir los gastos de la casa y la crianza de su nieto. En aquel momento yo me sentía tan sola, y necesitada que acepté, sin dudarlo.


La convivencia era realmente buena, al poco tiempo nos adaptamos perfecto. Mi suegro acostumbrado a vivir solo, era muy independiente y me ayudaba mucho en casa, era profesor titular de la universidad, próximo a jubilarse y podíamos compartir muchos temas. Por ejemplo, en cuanto al dibujo, él era apasionado de las historietas tipo manga japonesa y hacía trabajos de análisis interpretativos de dichas imágenes, cosa que a mí me parecía muy interesante.

Claro que él no lograba suplir a mi compañero y amante. A veces la pena me tomaba por asalto y pasaba el día triste, buscando un momento de soledad para poder llorar. Cierta vez, me encontró llorando sentada en la cocina, frente a una taza de té. Se sentó a mi lado, me tomó de la mano y me extendió un pañuelo. No dijo una palabra, no intentó consolarme, sólo se quedó a mi lado, seguí llorando hasta que tuve deseos de no hacerlo y entonces me reí. Mi suegro me miró con una sonrisa en la cara y me dijo: yo también lo extraño. Lo abracé y lo sentí tan cercano, que me reconfortó.

Normalmente cuando él y mi hijo salían de paseo, al parque o a jugar el futbol, yo me dedicaba a mis cosas. Poco a poco, fui recuperando un espacio para mí. Al principio lo dediqué a leer, luego lo dediqué a mi cuerpo, a hacerme la manicure, peinarme, dormir, tantas cosas que no había hecho en tanto tiempo. Luego, despertó de nuevo mi deseo sexual, volví a tocar mi cuerpo, masturbarme, ya que después de la muerte de mi esposo un extraño sentimiento de culpabilidad me impedía disfrutar de ese placer. Comencé a pensar en salir con otros hombres, aunque no me decidía.

Decidida a recuperarme por completo, acepté salir con un amigo de una amiga, no niego que fue una velada agradable, que sirvió para romper el hielo y me ánimo. Sin embargo, estaba yo acostumbrada a las cosas más familiares y me suponía un gran esfuerzo salir al "mercado femenino". Por el contrario, disfrutaba mucho las tonterías que hacía con mi hijo y mi suegro. Íbamos de paseo, al parque, al cine, a comer y de nuevo me sentía en familia… eso era lo que no encontraba en otras personas.

Cierto día me encontraba yo haciendo un reportaje sobre la exposición de un diseñador gráfico y decidí invitar a mi suegro a la exposición, para tener también sus impresiones y comentarios, fuimos a la expo mientras David se encontraba en la escuela. Fue una gozada ir con él, reírme de sus chistes sobre las ilustraciones, o las imágenes que veíamos. Luego de almorzar juntos, aun nos quedaba tiempo para dar una vuelta y nos metimos a un cine a ver una película en horario de matiné. Era una película graciosa y Arturo me hacía comentarios al oído y yo a él, mientras compartíamos un tarro de cotufas. Era inevitable tropezar nuestras manos y al hablarnos sentir nuestros alientos en el lóbulo de la oreja. Eran esos momentos de intimidad los que deseaba, los que necesitaba.

Momentos de intimidad que empezaron a venir a mi mente de noche, logrando estremecerme, cuando en medio de una sesión de auto satisfacción, sentía su voz o recordaba su tacto. Deteniéndome al instante, pensando que era una locura alentar fantasías en ese sentido. Empecé a sentir curiosidad, no sabía si Arturo tenía o no actividad sexual. Pero tampoco me atrevía a preguntárselo. Aun así, su contacto me apetecía enormemente, lo buscaba discretamente en nuestra cotidianidad.

Estaba escribiendo el artículo para la revista, cuando mi suegro llegó de su trabajo, nos saludamos y el pasó a la cocina y luego de vuelta a su habitación, yo estaba en la sala y lo vi ir y venir con menos ropa. Me preguntó si ya había almorzado, le dije que esperaba por él. Nos sentamos a comer y luego me preguntó qué hacía, le conté que escribía sobre la exposición a la cual habíamos ido juntos, me pidió ver lo que yo había escrito. De modo que después de la comida nos sentamos frente al ordenador y él leyó sobre mi hombro, de nuevo sentía su aliento en mi hombro, yo aproximaba mi cuerpo hacia él tratando de rozarlo, en determinado momento él quiso corregir una frase en el texto, sus brazos pasaron justo alrededor de mí y sintiéndome abrazada desde la espalda por él, incliné mi cabeza hacia atrás rozando su mejilla.

Arturo corrigió la frase y permaneció con sus brazos, en esa posición un rato mayor al preciso, para luego deslizar sus manos por mis brazos, buscando mi pecho, mientras mi respiración autorizaba su avance. Me sentía excitada, emocionada, no quería decir o hacer nada que impidiera que él siguiera avanzando. Sus dedos se clavaron como dagas en mis pechos, los amasaron no con suavidad, sino con furia, con deseo y entonces, busqué su boca con la mía, mis labios tiernos buscaron el sabor de aquellos labios curtidos de sol y de tierra pisada, muchos antes de que yo naciera.

En medio de esas caricias, dimos paso a una pasión que no sabíamos bien cuando había surgido. Mi lengua trepo por la apertura de su boca, buscando su lengua que descubrí inexperta, contrastando la destreza de sus caricias en mis pechos. Comenzaba yo a mojarme, a sentir fuego entre mis piernas. Lo necesitaba, necesitaba entregarme a mi suegro, deseaba sentirlo dentro de mí. Y de pronto, mi suegro se separó, me dijo:

-Niña, disculpa, no debí dejarme llevar.

Yo muda, no supe que hacer o decir. Él se sintió, de tal forma apenado, que ese día parecía evitarme. Una incómoda cortesía se instaló entre los dos después de aquel arrebato de pasión. Esa noche en mi habitación, me masturbé y en mi mente terminé lo comenzado, paso a paso imaginaba el final "feliz" a esa escena tan intensa que habíamos tenido. Ahogaba mis gemidos entre las almohadas mientras en el cuarto de al lado mi suegro se cuestionaba, y los sentimientos de culpa lo torturaban.

Quizás por mi juventud yo no alcanzaba a pensar en las consecuencias que podría tener una relación entre mi suegro y yo. Muy por el contrario pensaba que a nadie hacíamos mal. Él estaba sólo, yo también, ningún vinculo salvo el de afinidad nos unía. Por otro lado, me sentía tan bien con él, tan en el buen lugar, tan protegida y querida. Quería estar con él, más que con nadie. Así me dispuse a hacérselo ver.


Lo busqué una noche, cuando ya todos dormíamos. Me levanté con ganas de ir al baño, al salir vi la luz de su habitación encendida, me dirigí hacia allá y sin permitirle decir nada me acerqué, dejé caer mi ropa, busqué su boca, lo abracé… Tomé sus manos y torpemente las dirigí por mi cuerpo, hasta que él tomo cargo de las cosas, y me acaricio tiernamente en principio y con una pasión extrema al momento siguiente.

Se separó de mí, dejándome en la cama, y por un momento temí que se retiraría, sin embargo, no fue eso lo que hizo, se quitó la ropa y se dedicó a admirar mi cuerpo, aspiro mi sexo al borde de la cama, atrayéndome hacia él y comenzó a lengüetear mi raja, mis gemidos se elevaron, cuando cerró sus labios fuerte sobre mi clítoris, su lengua torturó por un largo momento mi botón antojado de caricias. Yo lo acompañaba, apretaba mis senos, cerraba los muslos reteniendo su cabeza entre mis piernas. Así llegó mi primer orgasmo. Acercó su miembro a mi boca, y pronto me dediqué a la tarea de felarlo, mientras con una mano lo masturbaba. Él acariciaba y apretaba mis senos, mis brazos, mi rostro, mientras mis mejillas se hundían en cada chupada. Su pene estaba tieso, me colocó de lado en la cama, me indicó que flexionara mis piernas, separó mis nalgas, y me clavó la polla en mi sexo, húmedo, ardiente.

El placer era intenso, mi cuerpo se movía al ritmo de sus embestidas, y sentía su penetración, profunda, casi violenta, mientras con una mano apresaba la cara lateral de mis caderas.

Cambiamos de posición, y me colocó a gatas sobre la cama, acarició mis senos, me besó la espalda y volvió a penetrarme desde atrás. Sus manos firmes en mi cadera, mis nalgas chocando contra su pubis y el orgasmo anunciado que se precipitaba, haciendo vibrar todo mi cuerpo en un terremoto que tenía epicentro en mi sexo sediento.

Grité mi orgasmo, me giró sobre la cama y con dos sacudidas, me regó con su semen, corriéndose sobre mí, en mis senos, y mi vientre. Exhaló fuerte, se acostó a mi lado y con la respiración agitada de un potro traqueado, me albergó entre sus brazos.

Allí, entre sus brazos, estaba sorprendida, no esperaba que me poseyera de esa manera, y a la vez estaba feliz de ser follada de la manera como lo había hecho, sin reparos, con ánimo de dueño.

De madrugada, me fui hasta mi habitación, descansé de la emoción, me dormí. Al despertar no sabía bien qué sucedería, cómo reaccionaría. Preparé el desayuno, me di cuenta que Arturo no estaba para desayunar, me sentí triste. Llevé al niño al colegio y regresé sobre mis pasos un poco descorazonada.

Lamentaba perderlo, no podía alejar las imágenes de la noche anterior, tan inesperada, tan intensa. Deseaba que se repitiera. Entonces lo vi, venir a mi encuentro, me saludo con un beso en los labios, el cual recibí como si fuera lo más normal de este mundo. Caminamos un rato, uno al lado del otro, hasta que surgió el tema.

-Lo de anoche, dije tímidamente.

-Lo de anoche, cortó él, tú sabes que no debería repetirse. Pero te deseo, dijo mirándome a los ojos, deseo volver a poseerte, repetir noche a noche, lo que considero un error, quiero y necesito, ser egoísta y vivir contigo, sin pensar que eres la esposa de mi hijo, madre de mi nieto. Te soy franco.

Sus palabras me alegraban, me inquietaban, era excitante ser deseada así. Haber seducido a mi suegro, llevarlo a una situación, en la que él, estaba dispuesto a dejar de lado prejuicios con tal de poseerme.

Yo permanecí callada, era cierto lo que él decía sobre los prejuicios sociales. Sin embargo, el prejuicio reñido con el deseo, tiene poco que hacer. Esa noche, escuché sus pasos en el pasillo, mi corazón latía excitado, hasta que lo vi aparecer frente a mí. Se quitó la ropa, y se metió a mi cama.