La amante (6)
Era la primera vez que visitaba el caserón de Pablo y le gustó. Vivía solo y poseía, en sociedad con otro, el club llamado El Unicornio Azul, con doble fondo, comentaba la gente: un local de alterne, con putas elegante y hermosas muy concurrido y otro local exclusivo para el Sadomasoquismo duro y puro, le había dicho Sergio. Sin embargo, él seguía recibiendo muchas mujeres en su casa y comenzaron a especular que era un gigoló que vivía de ellas. No le extrañó que de su hermano Pablo se hablara tanto y mucho más que ella no sabía, supuso. Tocó dos veces el timbre de la entrada
LA AMANTE
Secta parte
En la casa de Pablo
Verónica se contempló en el espejo y se encontró demasiado llamativa. Vestía un traje negro de anchos tirantes, muy ceñido a su cuerpo hasta las caderas, de falda corta, volátil y a mitad de los muslos. Lo más relevante del traje era el gran escote en uve algo más abajo que las bases que dejaba ver ampliamente los senos. Cumplimentaba el vestuario unas medias transparentes de color humo y unos zapatos abiertos de salir, charol negro y tacones muy altos. Lo que el reflejo del espejo mostró fue a una joven preciosa, moderna y putona con exageración. Se subió la falda hasta descubrir el pequeño y perfecto ombligo y se encontró embutida en un tanga minúsculo de hilo dental que no tapaba las nalgas para nada, tan sólo un triangulito escaso de seda negra transparente queriendo cubrir unos labios verticales gordezuelos y un pubis completamente depilado. El liguero fino y elegante, también negro y con broche de camafeo, servía para mantener fijas en los muslos las medias que parecían una segunda piel.
A donde tenía que ir el tanga sobraba. Cuando lo descubriera en el momento de palpar su cuerpo no sería de su agrado, se enfadaría entonces y la castigaría severamente, pero ¿Era eso lo que ella buscaba? No, no le gustaba sentirse azotada ni humillada, tampoco se consideraba una perra sumisa, aunque él solía decirlo, pero su naturaleza la obligaba a considerarse así, y eso la excitaba mucho más haciendo que todo su ser vibrara tan sólo con ese pensamiento. Iba contra sus principios de mujer libre y moderna, sin embargo, el deseo grande de saberse arropada dentro del círculo de aquellos brazos poderosos la empujaba cruelmente a un encuentro incierto, doloroso. Suspiró profundamente y puso sobre sus hombros una chupa torera de cuero negro acharolado que cubría tan sólo el generoso escote. Subió la cremallera con violencia, abrochándola hasta el cuello.
Le dio la espalda al espejo, cruzó los brazos y se pellizcó unos labios carnosos y lacados suavemente de rosa. Su precioso rostro estaba exento de maquillaje. No quería ir, no así, pero toda ella lo pedía a gritos. Sus largas y bonitas piernas la condujeron a la puerta de salida y, cuando quiso arrepentirse, se encontró ya en la calle.
Era la primera vez que visitaba el caserón de Pablo y le gustó. Vivía solo y poseía, en sociedad con otro, el club llamado "El Unicornio Azul", con doble fondo, comentaba la gente: un local de alterne, con putas elegante y hermosas muy concurrido y otro local exclusivo para el Sadomasoquismo duro y puro, le había dicho Sergio. Sin embargo, él seguía recibiendo muchas mujeres en su casa y comenzaron a especular que era un gigoló que vivía de ellas. No le extrañó que de su hermano Pablo se hablara tanto y mucho más que ella no sabía, supuso. Tocó dos veces el timbre de la entrada.
-¡Caramba, Verónica, dichoso los ojos que te ven por mi casa! Se había dejado crecer el cabello y lo echaba para atrás hasta formar con él una pequeña coleta. Vestía una camisa negra de raso con mangas y abierta a la mitad de su velludo tórax. Unos pantalones muy estrechos de cuero negro y unas botas altas de montar del mismo color. Estaba muy guapo y se parecía mucho a Alejandro y a Sergio, pero de mirada más dura y poderosa Me gusta como estás vestida, putita. ¿A qué se debe tu visita? Pasa, por favor.
-¡Hola, Pablo! He venido porque deseo agradecerte lo que hiciste por mí en el funeral de mamá. También porque me voy en estos días destinada a otra ciudad y quiero despedirme de ti Estaba nerviosa y jugaba con las manos. Sintió la profunda mirada de su hermano sobre ella y se aturdió aún más. Las piernas le temblaron, brincaban solas y su vulva se electrizó Tengo que irme pronto, Pablo, ya sabes, las maletas .
-¡Ah! ¿Si? No me digas ¿Y vienes vestida así sólo por agradecimiento y para despedirte? ¡Qué honor para mí, hermosa zorrita! Rió el Dominante alegremente, dándose cuenta de su nerviosismo No me puedes mentir, putita, siempre lo he notado y sabes que eso me disgusta mucho, que castigo seriamente las mentirijillas. Además ¿Desde cuando no follamos? Pues desde la boda de nuestro hermano pequeño Sergio, allí me dijiste que nunca más querías estar conmigo y, sin embargo, estás aquí. Anda, acompáñame a la mazmorra.
Entonces, cuando Pablo extendió su brazo derecho para tomarla por la cintura, fue cuando vio que tenía en la mano izquierda una fusta de paleta. Los cabellos se le pusieron de puntas, su cuerpo se estremeció y los ovarios se agitaron violentamente. La mano libre se movió a lo largo y ancho de sus nalgas hasta pararse en medio de éstas palpándolas con deleite, bajando por los muslos enfundados en las medias, metiéndose por debajo de la falda y volviendo a subir. Levantó con facilidad la faldilla volátil dejando ver unos glúteos jóvenes, perfectamente duros y redondos pero, a la vez, mostrando el hilo dental que hacía de cinturilla y el que desaparecía entre aquellas golosas nalgas. Sintió su mirada fría y severa sobre el culo y cerró los ojos con fuerza sabiendo lo que ocurriría.
-¡Vaya, hembrita, huevos si que tienes! ¿Eh? Te atreves a retarme con ese tanga de mierda ¿Por qué? Se puso detrás cambiando el látigo de mano y, con la izquierda mantuvo levantada la faldita acariciando toda la zona carnosa con la pala de la fusta. De pronto, Vero sintió un ruido silbante en el aire y la paleta calló sobre su glúteo derecho desnudo produciéndole un pellizco cruel que quiso hacer daño, el resto de la fusta se dejó sentir desde ahí al otro lado. Se apoyó en la pared reprimiendo como pudo el grito que se acumuló en las cuerdas vocales pero no el salto y la expresión de dolor.
-¡Pablo, por favor, no ! Apenas se atrevía a gemir, a mirar para atrás, Sus dedos de uñas lacadas en rosa querían clavarse en la pared al tiempo que juntaba y enredaba sus piernas Hazme tuya, sodomízame aquí mismo, como te gusta, pero no me azotes con
-¡Sigue caminando, zorra, hasta el fondo del pasillo! Mira por donde vas a conocer a alguien que te hizo un bien muy grande.
No entendió con claridad lo del bien, la sorpresa y el dolor se había cebado en sus carnes ¿Le había dicho alguien? ¿Qué alguien? Siguió adelante, seguía la falda levantada por la fusta y llegó a la última puerta del largo pasillo. Se paró en seco y sus hermosos ojos se dilataron de tal forma que más parecía que se salían de las órbitas.
En el centro de la habitación, bien iluminada por luces de baja tensión, llena de aparatos que parecían sacados de la Inquisición, había una mujer completamente desnuda, totalmente atada, suspendida y enganchada en horizontal a una polea perteneciente a una grúa pluma manual. Cuando pudo reaccionar, observó que ella tenía los brazos y piernas atados con sogas que pasaban por la espalda, le colgaban unos grandes senos que caían al vacío. Más adelante, la soga formaba un cinturón por el estómago bajando por el pubis, pasaba por la raja de la vulva perdiéndose entre los muslos y apareciendo por los glúteos hasta unirse a la cinturilla. Los muslos y las piernas, unidos, también estaban sujetos por cuerdas formando un triángulo. Su frente descansaba sobre una ancha cinta sujeta a una cadena gruesa que pendía del gancho central de la máquina. Tanto el cuerpo como las piernas estaban igualmente enganchados a otras cadenas del mismo grosor concurriendo en un único punto de sujeción. Su boca estaba inutilizada por una mordaza de bola.
Quiso huir de allí aterrorizada por lo que veía pero el fuerte tórax de su hermano se lo impidió. Un empujón violento la hizo trastabillar hasta quedar casi el centro del recinto.
-Le debes mucho a esa perra como para que tú, otra perra miserable, la desprecies por verla gozar del placer y el dolor Pablo la insultaba y le gritaba sin consideración -¡Acércate a ella, Verónica, mírala, acaríciala, bésala, dale las gracias por su soberbio informe sobre Esperanza! Es una cochina hembra como tu, pero mucho mejor porque admite y acepta ser como es, igual que te ocurre a ti, pero con la diferencia de que no lo quieres reconocer. Eso te pierde, zorra, no eres una buena sumisa como siempre he esperado que lo fueras para mí.
Ahora Pablo estaba a dos pasos de ella, quitándole la chupa, contemplándola como el vestido enterizo y ceñido mostraba parte de sus hermosos pechos juveniles. Se retiró unos pasos y la señaló con la mano derecha.
--Mírala, Rebeca, es una zorra y perra como tú. ¿Crees que ha venido aquí vestida de esa guisa para despedirse de mi o para que la folle por todo sus agujeros? Es una mosquita muerta, una niña bien Pablo, con la fusta en su derecha, la dejaba caer violentamente una y otra vez sobre las nalgas expuesta y desnuda de la mujer atada, sin que ésta hiciera ningún gesto de sufrimiento, tan sólo sus grandes ojos se llenaban de gotas de agua salínica Tú sí que eres una gran esclava que aceptas y te adaptas a mis caprichos, cierva. Pero voy a atar a esta joven putita a las cadenas que te sostiene mientras le chupas su conejo.
Volviéndose hasta su hermana, Pablo bajó las tirantas del traje dejándole medio desnuda, los hermosos hemisferios redondos y macizos cimbrearon quedando rectos y perfectos ante él y la sumisa. Dos areolas medianas y dos pezones sabrosos y sonrosados quedaron expuestos ante dos pares de ojos admirados de su lozanía. El hombre se puso detrás de la joven apoderándose de las tetas, acariciándolas desde el costado hacia arriba, abajo, estrujándolas entre sí, estirándolas por los botones ya duros y electrizantes. Para Vero, vencida a los mimos, sus mamas le dieron la impresión que se rompían en mil pedazos bajo los sabios masajes de aquellas manazas dominadoras. Rebeca, en cambio, desde su situación, se estremecía con un buen orgasmo inevitable viendo como Su Dueño saboreaba a la chica que había llegado.
No anduvo el hombre en más preliminares, la desnudó por completo dejándola tan sólo con el mini tanga. Cogiéndola por los brazos le aplicó unos grilletes a las muñecas, un mosquetón con cadena gruesa a la cadenilla que los unía y, pasándolo al mosquetón madre de la grúa, la llevó hasta ponerla de frente a Rebeca y bajando a ésta hasta la entrepierna de la muchacha. A ella, tirando de la cadena, la hizo inclinarse en ángulo sobre la sumisa de manera que la boca cubierta por la mordaza quedaba pegada a la vulva joven, luego, siempre manejando la situación a modo de ritual, le quitó la mordaza de bola a Rebeca y, tirando violentamente del hilo dental de la braguita, la desprendió quedando Verónica completamente desnuda y con la otra boca femenina comenzando a lamer el interior de sus labios vulvales.
Pablo, una vez que terminó de colocarla, acarició con la fusta el redondo y perfecto culo de Verónica. Pasaba el látigo por cada nalga, la unión de esta, introduciéndola en medio de ellas y haciendo que la muchacha se diera cuenta del cuero. Hizo lo mismo con los muslos hasta pasar la herramienta en medio del sexo de su hermana que ya empezaba a temblar al presentir los latigazos que iba a recibir. No tardó en darle ese gusto. La fusta se levantó en el aire cayendo violentamente en la nalga derecha. La joven dio un respingo tal que su sexo se hundió literalmente entre los labios de Rebeca. Agachó la cabeza y se mordió los labios. Otro fustazo, ahora en la izquierda la hizo llorar y, nuevamente, le pegó totalmente su coño a la esclava. Cinco latigazos recibió en cada glúteo permitieron dejarlo ardiendo y rojos por el castigo. La sumisa había conseguido morder su clítoris humedecido, ebrio de placer, produciéndole, sin poderlo remediar, un chorro de orgasmos incontrolados que inundó la boca y la cara de su compañera. Pablo de sido cuenta de lo ocurrido pasando la mano por el seso, amasando y apretando con osadía los labios mayores estremecidos y fuera de si.
Los muslos fueron también pasados por la fusta y ella, a cada fustazo, parecía que se montaba en la cara de la mujer. Aquí sí que gritó pidiendo clemencia pero sabía que no la obtendría. No llegó a recibir el mismo castigo que en su culo, sin embargo, el fuego en sus muslos parecía que picaba de tal forma que creyó que se iba a desmayar.
Ella estaba totalmente traumatizada con lo que estaba ocurriendo, fue por agradecimiento y se encontraba encadenada junto a una mujer que hurgaba con los labios, la lengua y los dientes su sexo. Pablo estaba al otro lado de Rebeca, le ensanchaba el ano con los dedos de su mano derecha y luego, con un consolador de metal y a pilas, untado en gel, lo puso en marcha y lo metió despacio en el orto proporcionándole una velocidad mayor, más tarde, trabajó con otro eléctrico que lo introdujo por la vagina. La mujer gruño sobre su sexo y, al rato, pasada la euforia, continuó lamiéndolas con más brío. Su hermano se colocó detrás de ella y, abriendo más sus piernas, se colocó en medio de éstas apuntando el pene a su vagina. Se encontraba muy excitada y lubrificada por todo lo que estaba ocurriendo así que el Dominante la penetró sin dificultad. Volvía a encontrarse en medio de dos personas que la poseían a la vez, pero en esta ocasión no se trataba del apartamento, además, uno de ellos tampoco era uno de sus dos hermanos restantes. La joven se dio cuenta que la esclava era toda una experta en mamar coño, tan experta como sus tres amantes cuando la volvían loca sorbiéndole el sexo.
La sumisa le comía su sexo. Era la primera vez que sentía a una mujer gozando de su cuerpo y no pensó que le gustara tanto. Alejandro, Sergio y el mismo Pablo le habían comido muchas veces su coño pero era muy distinto. Rebeca, con la sensibilidad exquisita de mujer ponía todo su sentido selecto en lamerla consiguiendo que sus ojos se pusieran en blanco, máxime, cuando su hermano, con los movimientos de la penetración, la acercaba violentamente a esa boca femenina admirable. También es verdad, logró pensar, que Pablo, con sus movimientos al estarla follando, la estaba volviendo loca de pasión. Respiraba con gran dificultad al saberse indefensa y encadenada, su coño penetrado y succionado, las nalgas doloridas por los azotes, aprisionadas después por las potentes manos del hombre que la mantenía firme para poseerla de esa forma tan salvaje.
La joven no podía más, su sexo era poseído por partida doble, la pinga de su hermano la inundaba mil veces por minuto metiéndosela en profundidad y la boca de Rebeca no paraba de lamerla con habilidad, mordiéndosela, besándola y succionándole el clítoris. Un nuevo orgasmo tremendo la invadió quedando rígida por el éxtasis. El seno izquierdo era ahora amasado por la mano de Pablo mientras que con la otra la dejaba caer fuerte y tremenda sobre sus carnes produciéndole dolores agridulces, o sea, mezclados con el mismo goce. Las piernas le flaquearon de pronto y quedó tan solo sujeta por la cadena. Sin embargo, la esclava no paró, seguía ensañándose con ella mientras le limpiaba el coño de sus propios flujos.
Fue al poco rato que Pablo comenzó con movimientos de coito tan rápidos que pronto sintió como su vagina era inundada por el semen caliente de él. Rebeca, siempre atenta, conocedora del asunto, comenzó a beber lo que le salía de su agujero vaginal que se abría y cerraba al ritmo de la polla del Dominante. De pronto Pablo le sacaba su pene con una cierta violencia y la empujaba sin consideración a un lado metiendo, con una rapidez asombrosa, la verga en la boca de su esclava. Aquella mujer no tenía límite en sus tragaderas, engullía y bebía todo lo que se metía en la boca.
Pablo, empleando la misma brutalidad, se apartó de Rebeca y la hizo girar lentamente rozando con las piernas encadenadas las caderas de ella. Ahora la mujer estaba de espalda, mostrándole su culo sodomizado por el vibrador vivo y la vagina igualmente ocupada por otro tan activo como el primero. Su hermano manipuló la cadena que la ataba obligándola a agacharse y dejarla frente a una vulva carnosa follada por el artilugio y goteando generosamente. De un manotazo la empujó hacia el sexo obligándola a pegar su boca en él.
-Chúpala, Verónica, chúpala como lo ha hecho ella contigo. Mátala a placer, se lo merece. Sabes mamar muy bien y un coño es igual que una polla Y, acto seguido, la joven sintió como la fusta castigaba su espalda tres veces Para ti será una bonita experiencia.
Y fue cierto. Durante más de diez minutos Verónica deleitó con su boca un coño femenino que no paraba de segregar flujos ¡Qué mujer! Nunca creyó que las féminas tuvieran aquella capacidad increíble de orgasmar. Empezaba a comprenderlo y enterarse que ella misma se encontraba igualmente estimulada cuando sus tres hombres la poseían hasta dejarla inconsciente y tendida en el suelo. Su lengua jugaba de un extremo a otro de aquella vulva, se metía en el agujero abierto de la vagina redondeándolo con la punta, estimulándolo, sintiendo como Rebeca se estremecía a cada momento, como gemía, como jadeaba. Si, le gustó que Pablo la obligara a saborearla para hacerla gozar porque esa misma mujer la había vuelto loca de puro gusto.
Mientras Vero trabajaba el sexo de Rebeca, Pablo apagó el consolador metálico y lo sacó de él. Un tremendo manantial de flujos apareció de pronto y Vero vio inundado su rostro por ellos. Su boca se pegaba como una lapa a la vulva y su lengua se metía, con fuerza, entre esos labios de la esclava bebiendo y bebiendo sin parar, como le había pasado minutos antes a ella.
La vara del Dominante volvió a silbar en el aire cayendo sobre las nalgas de Rebeca en varias ocasiones, luego, apagando el otro consolador lo desprendió de su esfínter. Vero se encontró desprendida e impulsada hacia arriba y la mano de su hermano la colocó a la entrada un buen agujero anal que olía distinto pero que estaba limpio y carnoso. La joven, buena conocedora, comenzó a realizar una chupada al esfínter durante más de cinco minutos, Vero empezaba a recordar las sesiones con sus hermanos en el apartamento y se estremecía de gusto, se corría otra vez más. Tan embebida estaba en su misión de darle placer a la sumisa que sintió que algo oblicuo caía sobre sus nalgas produciéndole un pellizco pero no reparó en ello. Fue el segundo fustazo quien la hizo volver en sí y desprenderse del ano de Rebeca. Entonces miró para atrás y contempló a Pablo con el brazo a la altura de su pecho dejándolo caer nuevamente sobre ella.
Cerró los ojos y amortiguo el dolor. Mientras volvía a la carga resistió cuatro fustazos más. Pablo, tomándola del brazo, la puso en pie, la desenganchó y ella, vencida, sin fuerza alguna, se apoyó en los glúteos de su compañera para no caer. Poco a poco fue tomando conciencia de la realidad hasta que por fin, valiéndose de si misma, caminó alrededor de la mujer encadenada y se puso delante de ella. Ésta la contempló con una mirada de agradecimiento y una sonrisa tan maravillosa que la joven quedó muy satisfecha. Sin duda, se dijo, era una verdadera esclava del placer y del dolor. La envidio con todo su corazón y, sin resistirse a ello, se inclinó y besó con intensidad los labios mojados de Rebeca.
-Gracias, Verónica Dijo quedo la esclava dentro d su boca
-No Le dijo Vero Gracias a ti, esclava Rebeca. Jamás he gozado de una mujer, tú me has dado la gran oportunidad.
-Es idea y privilegio del Señor, debemos estarle eternamente agradecidas
-No , no es Mi Señor
Verónica se apartó lentamente sin dejar de mirarla. No, El Señor no, ella, aunque supiera con claridad meridiana que le encantaba sentirse humillada no compartía sus palabras. Despidiéndose con un beso volado, la joven se dirigió a por sus ropas tiradas en el suelo, las recogió y, con la mirada, preguntó al Dominante donde estaba el baño.
-Sales de aquí, a la izquierda y al fondo Pablo la miraba con una sonrisa de cariño en sus ojos y ella, aturdida, los bajó y se encaminó a los aseos.
La decisión de Verónica
Mientras se bañaba, su respiración seguía estando alterada. El agua le caía encima encontrándose apoyada con las dos manos contra los azulejos. Estaba nerviosa, muy excitada. Había ido allí creyendo que Pablo la tomaría entre sus brazos y la haría suya, sabía que recibiría unas azotainas, lo normal, lo más ponerla sobre sus rodillas y castigarla ya está pero, como ocurría en el apartamento, luego la haría suya por donde le hubiera dado la gana. Pero lo que se había encontrado en la casa de éste superaba sus expectativas. No, no, ella no quería terminar así, no deseaba ser Rebeca.
Seguía nerviosa, deseaba volver a aquella habitación, arrodillarse ante Pablo y ponerse a su servicio, lo deseaba con locura, su cuerpo lo pedía a gritos y sus ovarios se retorcían de puro goce solamente con pensarlo, revelándose contra su cerebro y la obligaba a tirar la toalla. Sus piernas querían, igualmente, saltar de la bañera tal como estaba y correr como una gacela asustada para postrarse ante Pablo y que la hiciera disfrutar con sus métodos hasta acabar con ese desespero que la inundaba.
De pronto, una figura nítida y muy conocida apareció ante ella. Era el rostro angelical y amoroso de un hombre muy querido y que siempre la había ayudado en todo momento: Sergio. Agarró fuertemente el pasamano y se obligó a quedarse. Cerró la llave del agua caliente y dejó la fría abierta. Tembló como un animalito indefenso bajo la fría lluvia acuática que la ayudó a dominarse.
No salía de su asombro cuando, buscando un cepillo para peinarse, encontró una amalgama de productos propios de la mujer. En esa casa debía entrar y salir muchas féminas después de haber pasado unas horas de amor, dolor o lo que fuera con él o con otros hombres. Se sintió una puta envilecida mirando todo aquello, allí había hasta productos de esterilización, pastillas anticonceptivas, gel lubricante Secándose todo lo rápida que pudo arreglando la estancia, se vistió y saliendo del baño como una exhalación.
Al llegar a la puerta de la sala quedó estupefacta. Pablo había bajado a Rebeca de la grúa pluma y puesto en pie. Seguía encadenada, atada a ésta, con los brazos estirados hacia adelante. Ahora la mujer volvía a tener la mordaza de bola y estaba inclinada en ángulo recto, las piernas bastante abiertas y el Dominante la enculaba mientras que con la mano derecha, siempre blandiendo la fusta, azotaba los costados a la altura de los senos.
Pablo se dio cuenta de su presencia y, obligando a la esclava a moverse de lado, presentó la perfecta sodomización que le realizaba a su sumisa. Ésta la miró desde su incómoda posición. Lo que Vero vio en los ojos llorosos de la mujer fue algo increíble, era agradecimiento, una emoción infinita, una alegría que le iluminaba todo el bonito rostro, un deseo tremendo de demostrarle ser lo que era y un amor oculto pero patente por el hombre que la humillaba de aquella forma.
La esclava le sonreía con los ojos y le decía sin voz que aquel era todo su mundo, el que ella vivía a tope, en el que creía como su religión, lo que había fuera de allí era solo un mundo pagano, de supervivencia irreal. Rebeca cerró dos veces los ojos a modo de saludo y se la quedó mirando todo el tiempo que la joven la contemplaba atónita.
Vero salio corriendo de la casa. No supo como traspasó la puerta pero sí supo que la dejó abierta y que llegaba a la calle a trompicones, huyendo de algo que no la perseguía pero que estaba metido en su cerebro: el mundo D/s del que Sergio, con su imagen nítida en el baño, la salvó.
Se apoyó contra la pared mientras cogía resuello. No, no volvería a esa casa, tampoco, contradiciéndose de sus palabras anteriores en la boda de Sergio, no le negaría su cuerpo y su amor a Pablo pero no allí. Estuvo así de excitada durante un buen rato, luego, ya más calmada y en paz, miró al fondo de la calle y se fue perdiendo entre la cantidad de gente que pululaban por ella.
Pablo rió cuando sintió abrirse la puerta con violencia y como su hermana corría hacia la salida. Tres palmadas fuertes en la nalga derecha de la mujer que luego magreaba animaron al hombre comentar a su sumisa
-Si señora, esta zorrita hubiera sido una buena puta de lujo para mi negocio y una mala esclava. Jamás podría compararse a ti, puta, lo sé. Lástima, no se puede confiar en los parientes Inclinándose sobre la espalda desnuda de la mujer, le preguntó ¿Tu qué dices a todo eso, perra asquerosa? No, no digas nada o te saco la piel a tiras.
Rebeca revivió el breve momento vivido con aquella joven que había visto por primera vez y sus ovarios se retorcieron de puro placer. Sí, era verdad lo que se dice que hay hechos en la vida de una persona que se vive y nunca se puede olvidar, esa muchacha era la prueba efectiva del pensamiento filosofal popular.