La amante (5)

Alejandro quiso calmar a su esposa con palabras tranquilizadoras, llamándola suavemente al orden, la abrazaba y le decía cosas al oído, pero ella, fuera de sí, sintiéndose triunfante, seguía y seguía en su discurso insultante. Ninguno de los dos vieron llegar a Pablo abriéndose paso entre la gente que empezaba a rodear a la pareja. Entonces habló fuerte y claro. -¿Mi hermana Verónica es todo eso que dices, Esperanza? ¿Te lo dijo en la cama tu marido? ¿Él ha permitido que un miembro de su sangre sea vilipendiado por una puta de lujo?

LA AMANTE

(Quinta parte)

¡Nadie me echará de vuestro lado!

Durante la cena y el baile, los dos se comportaron como los hermanos que eran. Hacían un esfuerzo titánico para no entregarse a la pasión que los inundaban en cada momento. Estando cenando fue cuando se enteró de los planes que tenía la multinacional con su trayectoria profesional. Sergio le dijo que los grandes directivos pensaban en ella como jefe de administración de una nueva sucursal de provincias ubicada a trescientos kilómetros de la central. Era subir en el escalafón vertiginosamente por derecho propio. Supo de inmediato que todo aquello era verdad, que debería encontrarse dichosa, saberse, con sus pocos años, jefa de una sección importante como esa y con varias personas a su cargo era todo un reto a su carrera de Empresariales. Pero no se encontró contenta y la noticia la entristeció. Se vería lejos de sus hermanos, de Sergio sobre todo. Ella no había tenido adolescencia ni juventud, la había cambiado gustosa por ser la amante de los tres, para atenderlos los siete días de la semana, por sentirse poseía por cada uno de ellos en las noches de su vida, amarlos con todas sus fuerzas siendo el centro de los tres varones que la poseían en aquel apartamento. No, lo que le decía su hermano menor era que lo dejara todo para irse lejos de ellos. Mientras lo escuchaba seguía pensando, interrogándose seriamente ¿Lejos? ¿Acaso la estaban echando de sus vidas?

-¡No, imposible! ¡Nadie me echará de vuestro lado! Soy la amante de los tres y quiero seguir siéndolo. Renuncio a ese puesto, al ascenso que me ofrecen –Alteraba su voz en el restaurante. Miró a los lados, no quería dar un espectáculo –No, Sergio, no me interesa.

No se volvió a hablar más del tema. Hubo un momento de la cena en el que pareció que el encanto de la noche se había roto en mil pedazos. Vero estaba seria, molesta, Sergio la sacó a bailar traspasándole alegría cuando la apretaba contra él, mostrándole su pasión por ella, haciéndola reír con sus chistes y anécdotas, transmitiéndole nuevamente la ilusión por querer vivir esa noche. En una zona medio oscura de la pista de baile, Vero paró la danza, se puso de puntillas hablándole rápidamente al oído. Sólo dijo:

-Sergio, no quiero seguir aquí. Llévame a tu casa.

El apartamento

La joven sentía su cavidad vaginal totalmente ocupada, aquella polla mojada por los orgasmos entrando y saliendo in parar, con rabia la volvía loca. Las paredes de su vagina totalmente adheridas al prepucio lo descapullaban en cada embestida, como una mano que agarrara al pene en plena masturbación. Se encontraban en medio del salón del apartamento, de pie los dos, totalmente inclinada hacia adelante, sus piernas abiertas, rectas, estiradas en ángulo de 45º y mantenida tan sólo por el fuerte brazo izquierdo masculino. Se agitaba toda por los envites continuos de las caderas del hombre y moría de puro placer, gritando el momento del goce recibido, respirando a duras penas, deseando agarrarse a algo para no desfallecer por el polvo que estaba recibiendo.

Tenía sus pechos desnudos y más desarrollados por la posición incómoda y él, acostado sobre su espalda, la mano derecha la mantenía al tiempo que aprisionaba la mama derecha, arrullándola sin brutalidad pero apoderándose de ella casi en su totalidad, apretándola de mil maneras distintas, masajeándola de arriba abajo y luego girándola sobre si misma mientras besaba toda la espalda aterciopelada que mostraba los nudos de la espina dorsal. Se sabía nacida para el amor, casi ninfómana por la vida libidinosa de seis años de servicio permanente como amante para tres hombres en momentos distintos. Comenzó a ponerse rígida porque nuevamente la había llevado al paraíso. Levantó la cabeza precipitadamente, abriendo desmesuradamente los ojos y aún más su boca, dejando exhalar unos grititos de auténtica excitación mientras llegaba al clímax de la exaltación y del placer.

Sergio notó como la vesícula testicular vibraba estrepitosamente y un calor ardiente salió de la bolsa pasó al interior del prepucio y aquel calor viajaba a tal velocidad que cuando se dio cuenta el semen salió disparado estrellándose sin control contra una pared frontal a la entrada vaginal caliente, palpitante. Sergio creyó perder el equilibrio y caer sobre aquel ser al que amaba con pasión desmedida pudiendo reventarla con su peso. Mientras terminaba de correrse tomaba conciencia de la situación manteniéndose a duras pena sobre las piernas, agarrando el torso en su bella hermana para que no cayera.

Durante varios minutos Vero y Sergio permanecieron en aquella posición, desmantelados, agotados, felices y satisfechos de ellos mismos. El joven fue separándose de la amante y, tomándola suavemente por los hombros, la enderezó pegándola contra su pecho en un tremendo abrazo. Se inclinó apoderándose de una boca grande, gordezuela y entreabierta, la besó con cuidado y con suavidad, con un cariño que le salía de dentro. Ambos, en total silencio, medios desnudos, ella con sus tetas libres y él con su pene ya en descanso, chorreándole, manchando los pantalones con los flujos que escurría el miembro. Él, con escasas fuerzas la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.

Durante algo más de una hora estuvieron descansando, callados y hablando, riendo y haciendo manitas. Sergio, en un momento determinado, la cogió por la cintura, la puso de cuatro patas obligándola a abrir las piernas. Vero supo lo que quería y se dispuso a sufrir los tormentos preliminares que venía después por parte de él. Pero antes, sonriéndole mimosa y seductora, le dijo.

-Espera, Sergio, sabes que soy toda tuya y harás de mí lo que desees en todo este fin de semana que pienso estar contigo, pero antes déjame hacer a mí, permite que tome por esta vez el poder ¿Quieres?

El, que estaba de rodilla a la grupa suya, se levantó y quedó quieto, esperando. Lo miró con un cariño infinito que a su hermano le dieron ganas de estrujarla y matarla a besos allí mismo. Despacio, sabiendo que tenía todo el tiempo del mundo, comenzó a desnudarlo totalmente, a tomarlo por los hombros y besándolos despacio, saboreando las zonas, obligarlo a acostarse boca arriba mientras lamía el tórax, mordía los pezoncillos, besaba y amasaba las tetillas masculinas, bajando por el estómago, jugando con la lengua en el ombligo, pasando sus delicadas mejillas por el frondoso bosque peludo del pubis, acariciando los hinchados escrotos uno a uno y pasando sus labios y lengua por ellos, metiéndoselos en la boca, quitándose con gracia exquisita algunos vellos que quedaron en su interior. Sus manos, de uñas lacadas, acariciaron infinitamente el pene, descapullándolo, palpando y lamiendo con los labios la cabeza del prepucio, metiéndose toda la polla en la boca hasta cerca de la campanilla y comprobando el regusto a flujos que estaban almidonando la piel. Luego, enderezándose, se puso de pie en medio de las piernas del hombre.

Una vez conseguido lo que quería, ella se fue desnudando también, despacio, dejando que la contemplara por todas partes, bailando en todas las direcciones para recrearle la vista con su cuerpo esbelto. Estaba todavía con el tanga a un lado, el liguero en su sitio y las medias manchadas por pequeños ríos de semen y orgasmos. Cantaba mientras se le insinuaba quitándose una prenda detrás de la otra y Sergio reía alegremente, contento, feliz de tenerla sólo para él. Su pene estaba tan alterado que era una visión extraordinaria de lo erecto que lo tenía y ella, haciéndosele agua la boca por tenerlo otra vez dentro y degustarlo todo el tiempo del mundo.

Tan sólo le quedaban las medias. Se puso de espalda y se agachó con sus hermosas piernas rectas, mostrándole unas nalgas duras, redondas y apetecibles, enseñándole una vulva todavía húmeda con chorretes en las ingles y los muslos. Dejaba ver la visión de sus redondos pechos cuando se giraba a los lados, precisamente con esa intención. Se fue quitando una media haciendo piruetas para no caerse de la cama y las risas que la estremecía y no la dejaba hacer, luego la otra hasta quedar desnuda como su hermano.

Sergio se sentó de golpe, con los ojos muy abiertos, admirado de aquel sexo limpio y húmedo por el coito y, sin esperarla, metió su rostro en medio de la entrepierna, se apoderó de su coño de tal forma que ella, sin poderlo evitar, dio un tumbo de puro placer. Sentía la lengua pasar redondeando la entrada de la vagina, buscando con devoción el punto "G" entre el agujero vaginal y el meatos, le decía él mientras se comía el sexo, mordiendo con los labios sus labios menores que estiraba hasta donde podía, chupando un clítoris que estaba estremecido y agrandado por todo lo que le estaba haciendo. Sus manos, entre tanto, se apoderaban como bestias salvajes de sus nalgas, apretándolas, empujándolas hacia su boca para ayudar a chupar el delicioso coño suyo, abriéndolas y buscando el orto y metiendo, como podía, los dedos, queriéndolo agrandar, masajeando frenéticamente el perineo y buscando el final de la vulva que se volvía líquida por una venida de orgasmos que le bañó la boca y le llenó las pituitarias olfativas de su olor femenino que, seguramente, lo volvía loco.

Cayó para atrás, sobre la almohada y ella, aprovechando la ocasión, se inclinó sobre él volviendo a besar sus tetillas, bajar por el estámado, jugar con el agujero de la vida y lamer el tremendo cilindro impresionantemente erecto, mirando al techo, ancho, negrusco y lleno de venas rojas. Se lo metió en la boca a borbotones y comenzó a chuparlo moviendo su cabeza en todas las direcciones. Su lengua acariciaba la cabeza del prepucio degustando el presemen que mas parecía una corrida, subiendo y bajando, cogiendo los escrotos y apretándolos con la suavidad que ella gustaba de imprimir a sus varones cuando los mamaba. Lo sentía temblando, cogiéndole los cabellos y apretándola contra su polla para que no se saliera. Pero quería darle mas placer, hacerlo que se corriera en su boca, en las tetas, en su cara

Librándose poco a poco de sus manazas que buscaban sus pechos, ella se sentó sobre sus piernas y puso el pene en medio de su sexo, quería que los labios verticales besaran el cilindro en toda su longitud y perímetro. Se movía agarrando el miembro, pasándolo por todo su coño de arriba abajo, buscando los huevos y mojándolos con los flujos que se habían esparcido por la ingle. Lo subió hasta su pubis, su estómago por donde lo pasó a lo largo y ancho. Subió hasta sus senos y lo arropó allí cogiéndoselo entre sus dos manos y apretándolo, dejando la cabeza del prepucio que besaba con sus labios cuando bajaba la cabeza.

Sergio ya no podía más. Aquella mujer era mucho y lo sacaba de sí como ninguna lo había hecho, ni tan siquiera Sofía con lo veterana que era follando. Sentirla besar y darle con la lengua en el capullo mientras lo cogía con sus tetas era mucho y ya, fuera de sí, se dejó llevar por el éxtasis que lo dominaba y permitió que un tremendo chorro inundara la cara preciosa de Vero, los pechos, el vientre para luego, ella, perversa y ladina, restregara toda su pinga por su sexo hasta dejarlo bien escurrido, más tarde, agachándose, volvió a metérselo en la boca y no lo sacó hasta que lo creyó pertinente. Sergio tuvo la sensación de que se desmayaba del tremendo placer y se dejó ir.

Se quedaron dormidos y, cuando despertaron, volvieron a retomar lo que habían dejado y, durante todo el día del sábado apenas si se levantaron de la cama tan sólo para pedir unas pizzas y unas bebidas y descansar, entre risas, besos y caricias, del ajetreo sexual. La noche de ese sábado y el día del domingo siguieron en esa tónica, más agotados pero con el deseo de sentirse juntos, abrazados, seguros con ellos mismos.

Sergio la llevó hasta casa y se despidieron como los hermanos que eran, no querían rumores algunos. Ella, ya en su habitación, se dejó caer estrepitosamente en su cama y, sin desvestirse, se quedó dormida con una gran sonrisa en su bonita boca, soñando lo vivido, nombrando en voz alta y en sueño un nombre muy querido

-¡Sergio! ¡Sergio! ¡Sergio!...

Rebeca

Pablo salía del baño de su gran casona cuando sonó el móvil. Lo cogió de mala gana y leyó la pantalla. Esta vez sonrió. No tenía deseos de recibir a nadie, quería estar solo y leer un poco para despejarse de su rutina diaria, pero esa llamada era distinta.

-¡Hola, Rebeca! –Saludó con voz potente.

-Pablo, ¿Puedo pasar ahora por tu casa? –Una voz joven y cálida de mujer se dejó oír. La dejaba hablar comprobando los matices de gran respeto hacia él.

-¡Vaya, perra, es una sorpresa! ¿Para qué tengo el disgusto de saber de ti? Que recuerde ¡eh...!, si, exacto, hoy ni mañana es día de tu sesión.

-La información que tengo para ti te va a interesar mucho, Mi Amo.

-¡Ah! Bien, te espero aquí, zorra –La trataba así porque sabía que a ella la ponía cachonda, le gustaba sentirse humillada en cualquier momento cuando hablaba con él.

Media hora después sonaba el timbre de la puerta de entrada. Pablo, vestía todo de negro, pantalón estrecho de cuero y una camisa de raso y zapatos de charol. Abrió.

Una mujer joven, de unos treinta años, alta, atractiva y exuberante estaba ante él. Su rostro inclinado, mirando al suelo, un brazo hacia atrás y el otro al costado, mostrando un gran sobre. Apenas si se la escuchó diciendo -"¡Hola, Pablo!".

Vestía un traje de cuero enterizo, estrecho y el bajo a medio muslo; una chaqueta gabardina abrochada y con hebillas colgando la cubría, ambos de color rojos. Un fula blanco crema de raso con flequillos caía a los lados colgando sobre su generoso pecho. Sus piernas medianas lucían unas medias transparentes también en rojo. Complementaba su atuendo con unas botas picudas, brillantes y rojas, con tacón de salón y a media caña. Pablo, antes de hacerla pasar, la contempló detenidamente un buen rato con disimulada admiración, ordenándole que girara sobre sí misma, luego, en silencio, se hizo a un lado para darle paso.

Cuando Rebeca entró, Pablo se puso detrás de ella quitándole el fular, pasando sus brazos por delante de ella y bajando la cremallera de la chaqueta. La mujer quedó tan sólo con su vestido muy ajustado, mostrando un generoso escote en punta por donde sus buenos pechos parecían querer salirse desesperados. El hombre metió su enorme mano por este y masajeó a placer ambas tetas desnudas de sujetador sin que la mujer, siempre en silencio y con el rostro inclinado, protestara. La otra mano silueteó despacio la espalda y cintura parándose en las caderas que magreó a placer. Bajó por los muslos hasta llegar a la base del vestido introduciéndose por entre los muslos y con cierta dificultad. La mano quedó quieta, agarrada al glúteo femenino, notando algo que no le gustó. Subió la falda del traje hasta la cintura y comprobó que Rebeca llevaba un tanga de hilo dental. Fue ahí cuando la palma de su mano azotó varias veces la nalga derecha. Su rostro quedó serio.

-¿Me estás retando, puta esclava? –Pablo se había puesto delante de la mujer. Le cogía suavemente el rostro y lo levantaba hasta tenerlo frente al suyo. Le salpicaba la cara con su saliva cuando espetó –Vete a la mazmorra ahora mismo, toma una fusta de montar de la vitrina y la mantendrás respetuosamente en tus manos. Espérame apoyada en la mesa.

Llevaba, como le había ordenado, una media hora esperándolo. Tampoco se había arreglado la faldilla que seguía a la cintura. Cuando estaba en la casa de Él ella no era nadie, incapaz de pensar, sólo obedecer los mandatos del Señor. Había conocido a Pablo tres años atrás, en una sesión de D/s a la que fue invitada por su hermana gemela Clara, esclava de un Dominante amigo de Pablo. Tanto ella como Clara fueron siempre de naturalezas sumisas. Antes de convertirse en esclava, la necesidad de su entrega a una persona superior a su voluntad había sido una constante, Pablo había sido ese Amo violento, poco cariñoso y que tanto necesitaba.

Durante un tiempo la introdujo poco a poco en la sumisión pura y dura: el bondage. Fue proclamada sumisa en esta misma mazmorra, ante un público de Dominantes y sumisos que presenciaron cómo Pablo la follaba sin pudor. Más tarde, para que tomara experiencia, la llevó a muchas sesiones donde gozó del D/s a través de distintos Dominantes. Al principio fue reacia al dolor, huía de él, más tarde se convirtió en una necesidad. Para humillarla aún más, Su Amo hacía trueques y negocios con otros Amos o Domina, también la vendía por dinero como puta, delante sus narices. Entonces, sintiéndose una mujer sin valores propios, perra viciosa y una fursia barata con chulo propio, se entregaba a las fantásticas pasiones que imponían los demás y que le permitía su naturaleza. Muchas veces terminaba por perder el conocimiento por los castigos y el tremendo placer recibido. Sin embargo, jamás se quedó con todo el dinero que sacaba cuando era cedida como una prostituta a Amos y Dominas. En el dormitorio, estando dormida en su cama, Pablo depositaba parte de ese dinero en su bolso y ella lo sabía cuando cambiaba sus cosas de cartera.

En el tiempo que llevaba con Él había sido inmensamente feliz y, sin quererlo admitir del todo, algo enamorada también.

Era una policía de la Brigada Científica y gracias al Señor, su matrimonio, con un médico forense compañero, se había salvado de momento de la monotonía de ocho años de convivencia.

Tan ensimismada se encontraba en los recuerdos que no se dio cuenta que Pablo estaba en la habitación. Percibió las manos mágicas acariciando sus caderas. Ante Él se mostraba así, luciendo unas nalgas perfectamente modeladas y carnosas. El hilo dental del tanga se veía a través de las caderas y desapareciendo por el cóccix. Notó un pinchazo agudo en uno de los glúteos y algo que cortaba la braguita. De un tirón fuerte el Amo se la quitó obligándola a abrir la boca y metiéndole el tanga en ella a modo de mordaza. Con la fusta ya en su mano derecha, notó como le acariciaba la piel con la paleta y, acto seguido, un dolor lacerante y rectilíneo surcaba la mitad de su nalga derecha y otro más, de igual intensidad, la siguiente, así hasta unas ocho veces en cada una. No había lanzado un solo alarido ni quejas, la había enseñado a reprimirse en todo ese tiempo. Sus expresivos ojos estaban llenos de lagrimones como puños. No se paró ahí, la obligó a abrir las piernas para azotar su vulva con la misma intensidad, sin rozar las ingles, con esa precisión increíble que lo convertía en Su Maestro amado. Durante el castigo no pudo contener un orgasmo que fue motivo de más violencia corporal, ahora en los muslos. Brincaba al ser castigada en ellos, pero lo aceptó porque era parte de su naturaleza, esa entrega absoluta que tanto necesitaba.

Por último, Pablo la inclinó aún más sobre la mesa, le abrió el escote y dejó que sus buenas tetas quedaran colgando. Besaba apasionadamente su boca mientras las masajeaba continuamente endureciéndose los hemisferios por los repetidos sobos, los pezones eran pellizcado y estirados produciéndole dolor. Volvió a su grupa, se saco la polla y la colocó en la entrada vaginal penetrándola de un solo empellón, sin consideración alguna. Ella protestó con sonidos guturales por la embestida violenta mordiéndose los labios, como había hecho con el castigo. Durante los quince minutos más o menos de coito, el Amo la estuvo follando, acariciando y besando su piel sin parar. Cuando Él notó que ella se iba a correr de nuevo se adelantó envolviéndola en una oleada caliente de semen que inundo su vagina, ésta se había trincada al pene avasallador obligándola a gemir estrepitosamente. Sonrió cuando, al caer extenuada sobre la mesa, lo sintió derrotado sobre su espalda, satisfecho como ella misma ¡Dios del cielo, qué grande era ese cabrón semental!

Pablo se levantó tan pronto se corrió, la ayudó a incorporarse, luego la puso de rodillas, con su pene totalmente brillante por los flujos de los dos. Sin necesidad de que le indicara nada abrió la boca y la introdujo para mamarla como le gustaba hacer, moviéndose en torno a ella en todos los sentidos, chupando con devoción el cilindro, pasando la lengua por el contorne del pene y besando los escrotos todavía hinchados. Al final, cuando terminó de saborearlo, El Amo la tomó por las axilas poniéndola de pie.

-Bien, Rebeca, Has recibido el castigo que merecías por la desobediencia y tu premio. Ahora a lo nuestro ¿Qué has averiguado? –Le había confiado un trabajo delicado porque era su clienta más disciplinada y por ser una policía de la Científica.

***La esclava, limpiándose la boca con un clinex que había cogido de la mesa, alargó su brazo tomando el bolso grande que estaba cerca de ella. Le entregó una carpeta azul celeste con pliegos y fotos sujetos a un clip. El Dominante leyó y observó las copias fotográficas con detenimiento. Una vez más, la mujer observaba la falta de sentimientos naturales ante un informe como el que había confeccionado. En esos momentos parecía un gobernante que recibía una mala noticia política de su gestión en plena sesión parlamentaria y replicándole a la Oposición. ¡Y encima se permitía disimularla con una amplia sonrisa!

-¡Caramba, caramba, caramba! ¡Quien lo diría, si señora! Muy buen trabajo, puerca zorra. Te recompensaré por esta gran labor el próximo sábado. Prepárate como sabes que me gusta, pienso llevarte a una reunión de D/s a nivel internacional ¿Puedes? ¿No tienes guardia? Procuraré putearte hasta reventarte.

Y ella, emocionada por el reconocimiento al trabajo y la invitación, siempre con el rostro bajo y en completo silencio, movió la cabeza afirmativamente.

El funeral

Había pasado un año de la muerte de Sonia, la madre de ellos cuatro, y seis meses de la boda de Sergio. Alejandro y su esposa Esperanza, más hermosa si cabe dentro del círculo de amistades en el que rodeaban, habían dispuesto el funeral de aniversario por la muerte de la madre de su marido. Acudirían los hijos, las esposas, familiares y amigos más allegados. Para Esperanza, rodeada de su elite de amistades, la presencia de Verónica la sacaba de quicio, no porque tuviera sexo incestuoso con sus hermanos, no era una santa aunque hiciera creer otra cosa a los demás, sino que había sido la amante de Alejandro durante seis años y eso no lo soportaba. Como mujer, estaba convencida de que valía mucho más que su cuñada, sin embargo, ellos seguían trajinándosela las veces que podían. Pero esta vez se iba a vengar de esa puta perra incestuosa y todos sabrían quien era una fulana, aunque su marido tuviera un "disgustillo temporal" con ella por lo que pudiera suceder. Rió y se frotó sus manos, sólo faltaba que llegara el momento.

La iglesia se llenaba a medida que la gente iba llegando y todos ocupaban lugares diferentes menos los familiares que encabezaban los primeros bancos del templo. Todo ocurrió cuando el cura terminó la misa dando las condolencias a la familia y retirándose por la puerta de la sacristía. Las amistades iban acercándose a ellos, saludaban a los hombres y besaban a las mujeres marchándose algunos después del protocolario saludo. Alejandro y Esperanza estaban juntos, algo separados de Sofía y Sergio, éste no hacía otra cosa que contemplar a Vero que lloraba a moco tendido. Pablo, como ya era costumbre en él, se encontraba más alejado de los suyos, observando a sus hermanos, sus esposas y amistades, las reacciones y sentimientos de todos ellos no se le escapaba. No quitaba ojo a su cuñada Esperanza ni a su hermana Verónica, era como estar esperando un acontecimiento de envergadura que, irremediablemente tenía que ocurrir. No se equivocó, sólo tuvo que esperar cinco minutos más para confirmar su premonición. Sus manos mantenían apretada una carpeta azul celeste con cierto grosor.

Verónica, esquivando varios grupos de asistentes, se dirigió hacia donde estaban sus hermanos y cuñadas. Besó a Sergio casi sin mirarse, a Sofía, ella sólo puso la mejilla, a Alejandro que la trató con mucha indiferencia y, cuando llegó a Esperanza, ésta, con cara de asco y dando un salto hacia atrás, gritó más que habló, ofendida, histérica.

-¡No me beses, furcia incestuosa! –Alteraba la voz como si quisiera que todos la oyeran- ¡Vergüenza debería darte estar aquí, en el funeral de tu madre, entre gente de bien, decente y religiosa! ¿Te has acostado con tus tres hermanos y ahora vienes a darme el beso de Judas? ¿A mí, zorra, que tanto daño me has hecho tentando a mi marido? Hiciste que cayeran con arrumacos y mentiras en tus brazos pecadores ¡Vete de esta iglesia, Salomé de los siete velos, vete de esta iglesia ya!

Un silencio sepulcral se extendió por todo el templo. Los asistentes se volvieron rápidos y asombrados hacia Esperanza, una mujer alterada, echando por la boca el espumarajo de la envidia secreta que sentía por su joven cuñada. Todos observaron que estaba roja como la amapola, triunfante al saberse la protagonista de lo que estaba ocurriendo a través del mensaje que estaba transmitiendo, Verónica se había quedado muda por el horror, blanca y transparente como el papel de fumar. Aquello fue una verdadera puñalada a su honor de mujer de bien. Sólo se le ocurrió mirar a su hermano Alejandro pidiéndole ayuda con sus hermosos ojos abiertos como platos. Éste estaba paralizado y atónito al lado de su mujer y no hizo otra cosa que bajar la cabeza avergonzado, aceptado, cobardemente, que lo que pregonaba su esposa a grito pelado era la verdad incuestionable.

Vero sintió que el suelo se le hundía bajo sus pies y todo su alrededor se volvió negro, frío y mezquino. Tampoco supo que cayó redonda al piso. De pronto sintió que unos brazos poderosos la abrazaban y la estrujaban contra un tórax fuerte. Quiso abrir los ojos pero no pudo ver nada, sólo colores vivos que provenían de la cristalería alta y que rodeaba las paredes del templo. El aire no le llegaba a los pulmones, le venía la asfixia y sentía que una angustia inmensa atenazaba su pecho y su corazón a punto de estallarle. Unas palmadas y un olor fuerte a disolvente de uñas la hicieron reaccionar. Sergio, que era el que la sostuvo, la abofeteaba sin daño y Sofía la que abanicaba y le aplicaba aquel olor a acetona tremendo que la volvió en sí.

-¡Verónica, Verónica! ¿Estás bien? Despierta, por favor. Dios mío ¿Qué ha pretendido conseguir esa arpía con lo que ha dicho? ¿Y mi hermano? ¿Qué hace ese gilipollas consentido? Está cometiendo perjurio, atentando contra el honor de Verónica y del nuestro, Sofía.

-No, Sergio, lo que está diciendo es verdad y tú lo sabes, eres uno de sus tres amantes. No me preguntes como lo se. Ella es mi amiga y me jode verla envuelta en este trance incómodo por culpa de esa

-Tranquilizaos, queridos, ahora mismo la voy a hacer callar para siempre. Veréis ahora mismo cómo esa puta y el cabrón de su marido van a recibir lo que merecen –Pablo se apoyaba con sus manos en los hombros del matrimonio y miraba a una Verónica desconcertada, metida en el limbo. Le acarició la cara con verdadero amor –Voy a desenmascarar ahora mismo la gran puta que es nuestra cuñada Esperanza.

Alejandro quiso calmar a su esposa con palabras tranquilizadoras, llamándola suavemente al orden, la abrazaba y le decía cosas al oído, pero ella, fuera de sí, sintiéndose triunfante, seguía y seguía en su discurso insultante. Ninguno de los dos vieron llegar a Pablo abriéndose paso entre la gente que empezaba a rodear a la pareja. Entonces habló fuerte y claro.

-¿Mi hermana Verónica es todo eso que dices, Esperanza? ¿Te lo dijo en la cama tu marido? ¿Él ha permitido que un miembro de su sangre sea vilipendiado por una puta de lujo? Porque eso es lo que eres, Esperanza, trabajas para madan Vitoria. Lo que dices no se mantiene en pie, no hay pruebas ¡Demuéstralo! –Gritó- lo tuyo sí. Toma, hermano, mira este informe –Y volviéndose a los presentes que hacían corro les entregó tres capetas para que se la repartieran entre ellos –Comprobad, amigos, comprobad que lo que yo digo sí va a misa. Esa es la verdad y no lo que esta puta perra ha dicho de mi hermana y de nosotros.

Alejandro era ahora el que estaba al borde de un infarto. Leía con avidez el informe donde se hablaba de una Leticia hermosa, de 100 de pecho, sesenta de cintura y 100 de caderas, sus virtudes sexuales, unas cuantas, y las especialidades por las que se la conocía. Tres fotos, el rostro, que cogía toda su belleza, en bikini, ella misma vista por delante, su pechos parecían que iban a reventar el sujetador, y por detrás, mirando a la cámara, y donde sus nalgas bien delineadas dejaba imaginar un edén de ilusiones sexuales con sus nalgas libres. En las fotos se mostraba a una Esperanza-Leticia más bella si cabe, más joven e invitando, con un gesto de sus dedos índice y corazón cerca de la boca, su compañía. Su marido la miraba a ella, a las fotos y otra vez a ella. Ahora era Alejandro el que estaba furibundo, fuera de sí. De pronto, dio un salto al frente y quiso arrancar de manos extrañas las tres carpetas que corrían entre los asistentes. Pablo lo detuvo con un gesto violento que no dejaba duda alguna.

-Déjalo estar, cabrón, tú eres el culpable de todo lo ocurrido al no proteger a Verónica. Debiste atar corto a la puta de tu mujer y respetar mucho más a tu hermana, es de tu sangre, tu familia –Acercándose al oído de éste le dijo en baja voz -Fuiste tú quien la violó con trece años, Alejandro, ella, en cambio, te amó siempre, se entregó en alma y cuerpo a ti en todo este tiempo, no lo olvides nunca. Si intentas ocultar la verdad, te juro que te dejo planchado aquí mismo. Tú decides, hermano.

Alejandro estaba lívido, transpuesto, comenzando a dar vueltas sobre si mismo. La voz de Esperanza quedó muda porque se desmayó cayendo al suelo redonda. Nadie se ocupó de ella esta vez. Sofía, por alguna razón desconocida, también se encontraba pálida y atemorizada, mirando a Pablo con un terror infinito. Había escuchado la conversación entre los dos hombres y, al instante, su corazón comenzó a funcionar a mil por hora y el color volvió a sus mejillas cuando su cuñado calló