La amante (4)

Había pasado tres años desde la incorporación de Pablo al círculo de sus amantes. Los encuentros a cuatro bandas se sucedieron en el apartamento dos y hasta tres veces por semana durante los primeros dieciocho meses. Pero llegó un momento en que Alejandro y Pablo dejaban de acudir por razones que jamás explicaban, al menos a ella. Cuando esto sucedía, el hermano menor brincaba de alegría. Entonces eran sus amantes Sergio y Pablo o Sergio y Alex. Pero entretanto eso no sucedió, Verónica se encontraba en un estadio eufórico de pasión en medio de sus tres hermanos.

LA AMANTE

(Cuarta parte)

Sé lo que haces con tus hermanos

Vero tenía que reconocer que Pablo sabía sacarla de sus casillas cuando la poseía. Mientras follaba su culo, las manos no dejaron de acariciarles sus pechos libres apretándoselos, pellizcando y estirando los pezones hasta obligándola a morderse los labios y hacerse sangre para no gritar de puro goce; masturbando su vulva y su clítoris de tal manera que se corrió dos veces mientras él la castigaba salvajemente su ano con el pene. No se acordaba el tiempo que llevaban allí, los recuerdos la alejaron un momento del lugar pero, al sentir que Pablo se estiraba como un resorte para correrse, volvió en si y cerró los ojos para recibir los calientes flujos que inundaron el colon grueso dándole la sensación que le llegaba hasta su estómago.

Pablo permaneció un rato más con su verga dentro del cuerpo de su hermana. Llevaba tres años follándosela y nunca se cansaba de esta hembra tan buena. Si ella quisiera se la llevaría con él a sus negocios de placer y la convertiría en una puta de elite, la chica se lo merecía y ganaría muchos euros y él cobraría una fortuna por el joven y bien formado cuerpo en el que se encontraba insertada su polla.

La joven sintió como el gran cilindro de Pablo salía por sí solo de su esfínter y él, dándole dos tortas en cada nalga, la dejó libre. Con cierta dificultad se enderezó, tomó bastantes servilletas, unas tres botellas pequeñas de agua comenzando la higiene de espalda a su hermano y de cuclillas. Al rato cogía el vestido del suelo y se vestía. Por último, recogió el suelo tirado en una esquina y, acercándose a Pablo, se lo tiró a la cara y lo abofeteo el rostro con fuerza.

-¡¡Cerdo asqueroso!! ¡Juro por Dios que nunca más me follarás! –Acto seguido se fue de allí en sentido contrario a la entrada del salón de fiestas.

Pablo sonrió mientras se acariciaba la zona afectada. La miraba marcharse admirando la belleza de Verónica, su entereza y gran coraje.

-Sí, -se dijo mientras se abrochaba los pantalones –Sí, hermana, serías una buena puta de lujo si te decidieras a dar ese paso. Que le dieran por el culo al parentesco, los dos ganaríamos mucho dinero, ya lo creo.

La fiesta seguía a todo ritmo, la música sonaba más alegre si cabe, los vasos y copas con bebidas se repartían a granel y el descorches de botellas de champaña se dejaban oír entre aquel gran bullicio. Vero, sin mirar para atrás, se dirigió a la puerta de salida, sin despedirse de nadie. Cuando tocaba el pomo de la puerta, alguien la paró tocando su hombro. Se volvió y vio a Sofía sonriéndole indolentemente.

-Quiero que sepas que sé lo que haces con tus hermanos, puta incestuosa. He visto como Pablo te follaba el culo detrás de esos biombos. Sólo te pido una cosa, apártate de mi hombre o te juro que gritaré al mundo entero lo depravada y despreciable que eres ¿Está claro el mensaje, amiga?

Verónica vio como se marchaba su cuñada vestida de novia, contoneándose y segura de sí misma. Sus ojos, si antes estaban húmedos por la humillación recibida, ahora se inundaron más de gruesas lágrimas. Entre neblina de mil imágenes, la joven vio desaparecer a Sofía. Abrió la puerta y desapareció detrás de ella, dejando en el aire una sentencia verdadera.

-Adiós, amiga y cuñada Sofía, Dios te de mucha felicidad en tu matrimonio, pero, lo siento, jamás será tuyo.

Traicionada

Vero había llegado a su casa cansada, triste, desorientada. Quien le iba a decir que tendría encuentros amorosos con sus tres hermanos en un lugar particular para grandes eventos, casi ante los ojos de todos los invitados. ¡En qué estaba pensando al permitir que la follaran de la forma como la habían follado! Estuvo a punto de perder la poca o casi nada dignidad que le quedaba, sólo Sofía lo intuyó y lo vio, además ¡Y la llamó puta, precisamente ella! Rió moviendo la cabeza. Después de un buen baño reparador, en especial la vagina, el esfínter y luego, los enjuagues bucales y esterilización, se sentó ante el televisor para ver dos películas que tenía reservadas. Pero los recuerdos volvían nuevamente a su mente, como una pesada que no la dejaba nunca en paz.

Había pasado tres años desde la incorporación de Pablo al círculo de sus amantes. Los encuentros a cuatro bandas se sucedieron en el apartamento dos y hasta tres veces por semana durante los primeros dieciocho meses. Pero llegó un momento en que Alejandro y Pablo dejaban de acudir por razones que jamás explicaban, al menos a ella. Cuando esto sucedía, el hermano menor brincaba de alegría. Entonces eran sus amantes Sergio y Pablo o Sergio y Alex. Pero entretanto eso no sucedió, Verónica se encontraba en un estadio eufórico de pasión en medio de sus tres hermanos, admirada de si misma por tener la fuerza necesaria para atenderlos y con la alegría tan grandes que nunca mermó, para que ellos la desearan y poseyeran, uno por uno o los tres al tiempo en distintos lugares de su anatomía. Ya se había hecho una costumbre, admitida a regañadientes, que sus hombres, cuando estaban todos juntos, la ignoraran y discutieran como querían tenerla la siguiente vez, hablaran, se entretuvieran con la TV o jugaran entre ellos a la baraja teniéndola siempre dispuesta y como camarera para todo.

Aprovechaba esos momentos para tomar un buen baño, esterilizarse y suavizar el esfínter por los coitos que le dejaban molestias permanente. Desnuda, con tan sólo una batita corta y transparente, volvía a la sala con una revista, un libro o tan sólo para observarlos desde la distancia con una sonrisa de cariño y amor en sus expresivos ojos que desaparecía cuando Pablo la miraba de aquella manera tan dominante. Ahí mismo, Vero escondía la cabeza entre su abundante melena ocultando sus agradables y juveniles facciones.

Las visitas nocturnas a su dormitorio por parte de los dos (Pablo no vivía en la casa materna hacía tiempo) seguían siendo costumbres de su agrado. Jamás la avisaban pero ella los conocía por el olor personal de cada uno. La puerta del dormitorio se abría, dejaba ver una figura masculina totalmente negra en el dintel de la puerta y ella, despierta, preparada, se sentaba en la cama para recibir con un beso tierno al amante de turno.

Verónica había cumplido dieciocho años unos días atrás cuando recibió la desagradable noticia de que Alejandro tenía novia formal y con la que quería casarse. Llevaba cinco años siendo su amante abnegada. Había sido su primer amor, el que la introdujo en el sexo y con el que mejor creyó gozar los infinitos polvos que ya llevaba con él desde los trece años. Tampoco esta vez recibió la noticia de primera mano estando entre sus brazos, haciendo el amor con él en su habitación. Se limitó tan solo a comunicarlo a la familia en pleno, en uno de los pocos almuerzos que celebraban todos juntos. Ni siquiera la miró cuando lo comunicó, la ignoró por completo. Sin embargo, continuó entregándose a su hermano mayor. Se preguntó rabiosa porqué era tan estúpida.

Más le dolió saber, seis meses después, que se casaba. Tampoco lo supo por él al poseerla, precisamente la noche anterior. Una angustia atenazó su corazón y lloró mucho más a solas cuando marchó. Esta vez pensó que ella sólo había sido para su amor secreto (creía considerarlo así todavía, pero tenía sus dudas) un objeto exclusivo para sus apetitos sexuales. Sin embargo, ni siquiera pudo repudiarlo cuando se acercaba para tocarla, besarla o follarla de la manera tan peculiar como sabía hacerlo. Esa noche quiso hacerse valer tan sólo para ella misma al entregarse fría y distante, sin regalarle sus caricias y, mientras Alejandro embestía su vagina con brutalidad, ella, fría, pasiva, miraba al techo con los ojos totalmente húmedos por las lágrimas. La había traicionado cobardemente.

El llanto ahogó el grito de desesperación cuando, Pablo, con esa desconsideración y desprecio a las mujeres dijo, varias noches después, que se iba con Sergio y Alejandro de juerga. Esperanza, la novia, había preparado también una despedida de soltera con sus amigas. Fue un mazazo muy fuerte. Ni siquiera su futura cuñada la consideró como amiga del alma para esa noche y Alejandro la ignoró no respaldándola ¡A ella, a ella, precisamente, la amante entregada! ¡Maldito! Fue en esa fatídica noche cuando intuyó que su relación incestuosa con su hermano mayor estaba llegando a su fin.

De Esperanza lo esperaba todo desde aquella tarde. No hacía dos meses atrás, había llegado a casa después de estar con las amigas en la playa. Recordó, con tristeza, que vestía una bermuda de tela vaquera tan chiquitina y ajustada al cuerpo que sus caderas hermosas y apetecibles quedaban como desnudas, las bases de los golosos glúteos parecían desnudos de bragas ¡Cuantos piropos bestias le dijeron en la calle!. Una blusita ceñida de punto, a tono con el pantaloncito, mostraba unos pechos, a través del escote, generoso, jóvenes, macizos, altos, picudos y carentes del sujetador del biquini. Sus largas piernas, con arena pegada a los muslos, dejaban un reguero de granos por donde pasaba e hizo que Alex se acercara hasta donde estaba. Lo que ella vio en los ojos y entrepierna de su hermano mayor fue el deseo por su personita que, emocionada por la primicia, rió fuertemente al tiempo que le abría los brazos para que la estrechara fuertemente contra su pecho varonil, peludo del que hacía ocho días no gozaba acariciándolo, tener en su vagina ese pene tan enhiesto que veía a través de una bragueta alteradísima. Era mucho tiempo sin sus besos, caricias y sus penetraciones por todos sus agujeros. Además, saberse deseada por Alex en cualquier día de la semana era una novedad que jamás creyó alcanzar.

Alejandro no pudo contenerse cuando vio el monumento de mujer joven que se le entregaba. Sintió hervir su polla y esta lo empujaba hasta la hembra que le estaba mostrando su entrega. Se volvió loco, la abrazó y besó tan fuerte que sintió la necesidad de follarla allí mismo, tal como estaba, esa ropa informal de puta pirada lo había sacado de quicio. Sus manos inquietas buscaron el precioso cuerpo de Vero, estrujaron los pechos, su culo duro y redondo, la vulva lampiña de labios gruesos y golosos. Tenía que follarla o moriría allí mismo de un infarto.

Vero lo sintió tan ardiente que, enseguida metió mano a la bragueta apoderándose del cilindro grueso e inflamado de Alex –"¡Dios mío, como está!" –Se dijo mientras acariciaba y masturbaba todo el sexo de su querido hermano –"Si quiere follarme, ahora mismo, pero si lo que desea es una felación ¡Dios del cielo, con toda mi alma!". Sus pechos se endurecieron por las repetidas caricias y apretones y, cuando aquella mano maravillosa bajó por el costado para apoderarse de sus nalgas, ella lo sintió arrebatador, con una fuerza que sus carnes lamentaron y agradecieron los apretados sobos. Pero cuando comprendió que quería introducirse en medio de sus nalgas, buscando su sexo, ella subió y separó la pierna derecha en ángulo para que él tuviera completamente acceso a su vulva que comenzaba a humedecerse.

Alex la besaba en profundidad, sus lenguas jugaban por unirse como sus cuerpos, aquel hombre le metía la lengua tan adentro que le llegó al límite de las cuerdas vocales. Era capaz de encenderla nada más tocarla, de ahí su pasión por él. Ahora, con su lengua, la boca se le llenaba de saliva comenzando a salírsele por las comisuras. Tan entregada estaba en los abrazos y caricias de Alejandro, gozando como le atenazaba los labios vulvales que no se dio cuenta que alguien estaba en el marco de la puerta de entrada del baño. Abrió como loca los bonitos ojos, presintiendo un peligro inminente. Ante ellos, tremendamente asombrada pero con una sonrisa cínica en el rostro, rojo por la vergüenza, estaba Esperanza.

Vero saltó para atrás como un animal herido y señalando con ojos y mano a la novia de su hermano. Éste, alterado por el deseo, se giró y tuvo la impresión que el suelo cedía bajo sus pies. Esperanza, demostrando su rabia, salió disparada hacia la puerta de la calle vociferando contra ellos y Alejandro, detrás de su pareja, gritando su nombre.

No, no esperaba que Esperanza la invitara. Ya le manifestó el asco que sentía por ella cuando se encontraban en casa o la calle, después de aquello apenas la saludaba sin mirarla y ya nunca la saludó con palabras amable. Pero de Alejandro si esperaba algo más. Después de esa vez, la folló varias veces en el apartamento y en su habitación, sin querer hacer nunca mención de lo ocurrido, sin darle una explicación de lo que le había dicho a Esperanza o ésta a él. Ella lo entendió como un derecho más de machismo hacia su persona y calló, creyó así que con esa aptitud ganaba terreno. Pronto se daría cuenta que estaba equivocada.

Esa noche, los sentimientos profundos por Alejandro se habían roto en mil pedazos para ella. El amor grande y secreto que creía sentir por él desde hacía cinco años desaparecía paulatinamente dejando una huella dolorosa. No le negaría su cuerpo, pero ya no sería igual. Sabía, desde hacía tiempo, que eso tendría que ocurrir. También que ese amor por el mayor estaba cambiando de rostro, otra persona más cariñosa, más humana, un hombre de naturaliza inmensa se adueñaba de sus sentimientos poco a poco.

-¡Así os muráis todos de un ataque etílico, despreciables hijos de puta! –Dijo la joven en el colmo de la amargura, empezando a llorar a mares, levantándose de un salto del sillón y corriendo a su habitación, el santuario sagrado que sirvió de prostíbulo para ese mal nacido desde cinco años atrás -¡¡Os deseos que esa fiesta sea tan amarga y dolorosa como lo es ahora mismo para mí!!

Como siempre ocurría, Sergio fue quien la consoló en las horas siguientes. Se presentó en su habitación alegando que no quería ir a la fiesta porque apoyaba su postura. No pretendió hacerle el amor, solamente la abrazó, la besó y consoló, unas veces en total silencio, otras, las más, charlando, animándola, haciéndola reír con chiste, juegos y teniéndola muy apretada contra él. A media noche, más tranquila pero sin poder quitarse el dolor de su corazón, se rodó hacia el lado derecho de su cama y le dio un lugar a su hermano pequeño. En baja voz y al oído le dijo.

-Sergio, cariño, hazme el amor como deseas. ¿Te digo mi verdad particular? Vas a terminar por ser el único de los tres que realmente tendrás derecho sobre mí.

¡Mamá, mamá, te juro…!

A los dos meses de casado Alex, Vero aparecía aquella tarde del domingo por casa después de una de las tantas sesiones amatorias semanales en el apartamento. Encontró a su madre tirada en el suelo con una expresión horrible le cubría el rostro y parecía que estaba muerta. Llamó con gritos a Sergio que se encontraba en su habitación y entre los dos la llevaron a Urgencias. La señora se salvó esa vez porque habían acudido a tiempo. Durante toda la siguiente semana, la madre apenas si reaccionó. Vero había ido a casa a bañarse y cambiarse cuando se encontró a su madre despierta, hablando con Esperanza que ya estaba allí. Tan pronto como apareció, callaron ambas y su cuñada, despidiéndose de su suegra, se marchó sin mirarla, sin dirigirle la palabra. Su madre estuvo toda la tarde muy callada y llena de incertidumbres.

-¿De qué hablasteis las dos esta tarde, mamá? ¿Puedo saberlo? –La señora giró el rostro hacia el otro lado y se hundió en un mutismo profundo -¿Qué te dijo Esperanza, mamá?

A las ocho de la noche ella se fue directamente a la casa de su hermano Alex. Abrió Esperanza que, al verla, quiso tirarle la puerta en la cara. Se lo impidió poniendo un pie entre la puerta y el marco.

-Mi madre está muy mal, Esperanza, no puede recibir malas noticias porque la mataríamos ¿De qué hablabais, maltita bruja?

-Yo seré una maldita bruja pero siempre será mejor que no ser una puta y golfa incestuosa. Me das asco hasta el verte. Te has estado tirando a tus hermanos reiteradamente ¡Vete de mi casa, puta inmunda! No quiero que emponzoñes este sagrado recinto. Estoy enterada de todo y, cuando se mejore tu madre, le diré hilo por pabilo todo lo ocurrido entre sus hijos varones y tú ¡Lo vas a pagar caro, zorra asquerosa!

Y cerró la entrada de un fuerte portazo.

Intentó hablar con Alex, pero éste la rehuída en todo momento. Quiso ponerse en contacto con Pablo en su apartamento, pero le comentó que no tenía nada que decir porque, a la larga, todo se sabía y que ya era tarde para enmendar la plana. Le recomendó que se buscara un trabajo fuera de la ciudad. Tan sólo Sergio se aterrorizó como ella. Estuvo de su lado en todo momento, habló con los hermanos mayores pero estos dijeron que el tiempo se encargaría de calmar los ánimos si saltaba a la luz la relación de los cuatro. Ninguno de los dos mayores se preocuparon si eso podría afectar dramáticamente a su madre. No se acordaron de ella.

-Deberías cortar con esos cabrones, Verónica -Siempre la llamaba Vero menos cuando se enfadaba con ella -Te han abandonado como agua sucia. Alex, sin nombrarte, te está poniendo en entredicho ante nuestras amistades. Lo ha contado todo a su mujer. De Pablo diría que se salva pero…, mejor no decir nada. No sabes, ni por asombro, quien es. ¡Malditos hijos de Puuut…! –Se contuvo, a su hermana no le gustaba esas expresiones dichas contra la madre de los cuatro.

-No, Sergio, eso nunca. No puedo negarme a sus necesidades. Yo misma, sin ir más lejos, los quiero y los necesito como te quiero y te necesito a ti… Bueno, por tus huesos un poquito más –Mimosa, zalamera. Su mano en la mejilla del chico bajaba lentamente al cuello, tórax, estómago y se metía por dentro del pantalón hasta apoderarse de una polla que ya estaba a cien tan sólo por las caricias -¡Cómo me gustas, macho mío!

Apretaba fuertemente el cilindro lleno de venas moradas y gordas, acariciando la cabeza del glande que se ponía húmeda con el dedo gordo de su manita, muy pegada a él, ofreciéndole sus labios abiertos convertidos en una "O". Sergio, entonces, perdía el norte y ella lo sabía y reía para si. Era la mejor forma de mandarlo a callar tan sólo con sus armas de mujer.

Había pasado dos semanas de aquello cuando entró en casa contenta. Acababa de aprobar el último examen de Empresariales y quería darle la alegría de su vida a su madre. En la habitación de ella había alguien ¿Quien? Entró y se quedó de piedra, su cuñada Esperanza estaba sentada en la cama detrás de su madre, sonriendo, con un gesto que parecía triunfal. Su madre, tendida en ella, tenía el color perdido y la miraba con ojos tan grande que parecía se les iban a caer de su rostro. Lo comprendió todo nada más mirar a su progenitora y corrió hacia ella, gritando con un pavor que se le rompía el corazón.

-¡Mamá, mamá, te juro…! ¡Nunca hemos querido hacerte daño! ¡No somos malos hijos, mamá! –Esperanza se había levantado y ampliaba su sonrisa ante el sufrimiento de la chica. Vero, llena de ira, se lanzó contra la mujer de su hermano atravesando la cama, abofeteando con toda la mano abierta el rostro malvado de su cuñada y ésta se vio lanzada contra la pared por el tremendo sopapo cayendo al suelo como un fardo viejo -¡Sal de aquí asquerosa zorra, sal de mi casaaaa! –Gritó desaforada. Y creyó que las cuerdas vocales quedaban desprendidas de la garganta.

Cuando ella se volvió hacia su madre ésta la señalaba acusadoramente con su mano derecha que más parecía un garfio blanco como el mármol. Un sufrimiento espantoso quedó reflejado en su rostro que se transfiguró en puro terror. Los ojos se quedaron en blanco y la boca completamente abierta buscando aire. Se oyó un estertor grotesco, desagradable, cruel y duro y la mujer cayó para atrás, con sus ojos abiertos, con las pupilas escondidas entre los párpados y el blanco vítreo dominando tremendamente. De pronto quedó quieta sobre su almohada, paralizada, señalando al techo con el dedo acusador, mostrando a las claras el terrible dolor de la noticia recibida y cuando el corazón se le paró para siempre. La joven se llevó las manos al rostro. Gritó y gritó.

-¡¡¡Mamá, mamááááááááá!!!

La decisión de Verónica

Fue triste en dos momentos del acto despedir a Sonia, como así se llamaba la madre. La primera era verla desaparecer para siempre tras la tapia de un nicho, Sergio y Vero, juntos, se enjugaban las lágrimas con pañuelos. No se separaban del ataúd que estaba sobre un soporte mientras el sacerdote decía el responso, luego, los porteadores introducían el féretro en el nicho y un sepulturero ponía la tapia y encalaba. El otro momento era aún más triste. Vero contemplaba a su hermano Alejandro que tenía un aire indolente, despreciativo y parecía no estar afectado por la desaparición de su madre. Mantenía al lado a su esposa cogida por los hombros y ésta, indiferente, hacía muy bien el papel de desconsolada yerna. Sin embargo, a los ojos de la muchacha, parecía que ocultaba una sonrisa diabólica. Cuando se lo comentó a Sergio, este dijo que tuvo la misma impresión.

Pablo, siempre en un tercer puesto, no había dejado de hablar con uno o varios asistentes al entierro. No prestó atención a la oración del religioso tan sólo cuando su madre desaparecía por la boca de su sepultura. La total indolencia de éste se asemejaba a la de su hermano mayor pero con más humanidad. Y Vero los despreció en lo más profundo de su ser, pero no se planteó, ni por un momento, dejar de tener relaciones con ellos. Lo que sí tenía claro era que muchas cosas iban a cambiar en su forma de vida y en la relación entre los cuatro.

En los días siguientes, ella cerró con llave su habitación, ni siquiera Sergio pudo pasar. El viernes siguiente no acudió al apartamento. Era la primera vez, en dos años y medio, que faltaba a una cita amorosa. No fue requerida por ellos aunque sabía que habían estado allí. Fue al día siguiente, sábado, cuando Alejandro la llamó. Parecía amable, zalamero y llamándola como le gustaba.

-Putita ¿Tampoco hoy tienes ganas ve venir? Pablo y yo te estamos esperado ¡Anímate, mujer, ya todo pasó! ¡Ven! –Y quiso decir algo que a ella le heló el corazón –Ya sabes, Vero, el muerto al h

No terminó porque se paró en seco y quedando mudo. Esperó la reacción haciendo un gesto de fastidio por lo que iba a decir.

-Sí, ya sé, el muerto al hoyo y el vivo al bollo ¿Era eso lo que querías decir, Alex? El muerto es mamá, creo que siempre ha merecido respeto. El bollo es lo que tengo entre las piernas y tú quieres ¿También querías decir eso, querido? Pero me parece, hermano, que durante mucho tiempo no lo vas a catar y, te diré más, no lo tengo claro que vuelvas a gozarlo. Eres un despreciable cerdo –Y colgó bruscamente.

El lunes siguiente, Pablo fue por la casa materna. Ella se encontraba ordenándola y él, sonriendo y en silencio, quiso abrazarla mientras intentaba meter la mano por debajo de la faldita a medio muslo. Vero se retiró con violencia y se lo quedó mirando iracunda.

-¡Se acabó, Pablo, se acabó! ¡Aquí no! –Y añadió en su euforia -Mamá murió en esta casa y su espíritu está por todas partes. A ella le dio un ataque cardiaco que la llevó a la tumba porque nuestra cuñada Esperanza, con los datos que su maridito le pasó en la cama, se lo traspasó a ella ¿Qué te parece? ¿Por qué no vas a la casa de ellos e intenta tocarla y follar a su mujercita? Es guapa y está muy buena. Estoy segura que no te rechazaría ahora que está sola en su casa. Siente animadversión por mí porque he estado yo sola con vosotros. Se ha vuelto morbosa y ruin y se muere por follaros a los tres. Aprovecha, hermano, ahora que estás salido. Vete con Dios.

Pablo sonrió y se fue de la casa como apareció, calladamente. Le gustaba la valentía y el coraje de ella. Lo que había oído de su hermana lo hizo pensar mucho.

Esa noche Vero volvió a encerrarse en su habitación, pero sin pasar la llave. No temía a Sergio teniéndolo dos puertas mas allá. Sabía que si ésta estaba cerrada no entraría. Y fue así. La manilla se movió como para abrirse y ella, tendida en su cama, cubierta tan sólo con un sujetador de copas pequeñas de arcos y un tanga tan pegado a su vulva relevante que el triángulo se metía en la rajita, miraba la puerta mordiéndose las uñas, deseando que hiciera caso omiso al respeto. Se dijo que si su hermano quería traspasar la puerta a las bravas no le negaría nada que le pidiera, a él jamás, tan sólo le hubiera dicho, por ciertas aprensiones personales –"Sergio, por favor, si has entrado porque crees que soy tuya, cierra la puerta."

Al día siguiente, en el desayuno, Sergio, sentado en la mesa y esperando a ser servido, la miraba con tristeza. Le dolía sentir su mirada sobre ella, recorriéndola toda, admirándola, deseándola... Vestía igual que cuando recibió a Pablo el día anterior. Tenía rabia de sí misma por negarse estar entre sus brazos, percibir sus caricias maravillosas en su piel y su polla que la imaginaba inquieta dentro de la bragueta, deseosa de ubicarse en su vagina. Ella, con unos deseos terribles en el cuerpo lo deseaba con todo su corazón.

-Vero ¿Por qué?

-Sergio, está llegando el momento en que todo tiene que cambiar. El otro día se lo dije a Alex, ayer a Pablo, cuando vino, a ti…, a ti no deseo decírtelo pero, por favor, respétame. Sabes que si me abrazas sucumbiré, no puedo negarme a tu amor. Estamos en boca de todos, hermano, Esperanza, por confidencias de su marido, ya se ha encargado de ello. Déjalo estar por un tiempo.

Ya no dijeron nada. Desayunaron en un total silencio y, Sergio, cuando se levantó para marchar para su despacho, sacó unos papeles de su americana y lo dejó cuidadosamente sobre la mesa.

-Toma, Vero, rellénalos y preséntalos junto con la documentación que te pida la empresa. Son dos vacantes muy buenas, una de ellas puede desarrollar tu carrera de forma meteórica –Y se marchó con tristeza, con miedo a mirarla.

Cuando leyó lo que le había entregado Sergio gritó y brincó de alegría. Los dos puestos a los que podía optar eran fantásticos y bien remunerados, le permitiría, uno cualquiera de los dos, vivir desahogadamente por años y en el lugar que eligiera. Ninguno de los dos hermanos mayores tenía los sentimientos y la bondad del más pequeño. Con el pensamiento puesto en él le envió besos y pensamientos morbosos que, de estar allí en ese momentos ella se vería revolcándose en el suelo, entregada, con la polla de su hermano rompiéndole el culo, su vagina o regando su boca. Rió sus ocurrencias, pero era verdades tan grandes como templos. Sin embargo, su decisión ya estaba tomada.

Vero ¡Qué buena estás!

Tres días después entregaba la documentación que le pedían, a los quince se examinaba y el primero del mes siguiente ya se incorporaba al trabajo. Sergio la contemplaba de lejos pero ella lo veía en todo momento. Unos días antes de incorporarse le dijo que se mudaba a un pequeñito apartamento. Quedó helada cuando lo supo.

-¿Por qué, Sergio? –Vestía un camisón semitransparente, con falda pequeña que sólo tapaba la base de sus glúteos, un escote redondo y algo generoso, un tanga y un sujetador de copas pequeñas que permitía que sus bonitas tetas cimbrearan al caminar –No necesitas marchar, esta casa es lo suficiente grande para los dos.

-No es la casa, Vero, eres tú. No puedo ir a dormir a pocos metros de ti sabiendo que estás ahí, vestida como ahora, y no puedo hacerte nada.

-Sergio, yo…, aquí murió mamá y… -Sus hermosos ojos estaban empañados de lágrimas.

-Pues pásate por mi apartamento, Vero, allí no habrán fantasmas que nos vigilen.

Dos días antes de tomar posesión de su trabajo, Sergio se marchó de la casa. Fue duro para ella, los dos hermanos, los más asiduos a su dormitorio, se habían ido de su lado. Crecieron, se hicieron adultos, la amaron, formaron su vida y la dejaron sola.

-"Ley de vida" –Pensó mientras estuvo un buen rato contemplando como Sergio cargaba las maletas en su coche y se marchaba. Luego, en voz alta, comentó –Te dije que no, que me respetaras. No tenías más que insistir o dar una patada fuerte a mi puerta cerrada. Me hubiera abierto de piernas para ti sin decir ni "mu" ¡Hombres! sois lentitos pensando.

Otra chica y ella fueron las candidatas elegidas. Las presentaron a los jefes más relevantes. Entre los invitados a la ceremonia estaba Sergio. Su rostro era todo un poema de orgullo por ella. Lo miró tan profundamente que él bajó el rostro riendo, como avergonzado. Le dio ganas de carcajearse por la cortedad de su hermano y deseó abrazarlo y agradecerle su presencia. Tan pronto como pudo, se acercó.

-Si me invitas esta noche a cenar y a mover el esqueleto por ahí te prometo que iré a conocer tu apartamento después del baile. Hoy es viernes, mañana no tenemos que levantarnos para venir a trabajar ¿Hay o no hay buenas perspectivas? –Lo miraba a los ojos pícaros, sensuales. Sin esperar a que saliera del asombro, lo dio como una aceptación -¿Sí? Vale. Vente a buscarme a las ocho u ocho y media. No te precipites tampoco porque quiero estar muy bonita para ti.

Después de almorzar, se paró a ver algo de tele y descansar un poquito cerrando los ojos, decidió levantarse sobre las cinco y comenzó a prepararse para Sergio. El baño fue reparador y dos enjuagues bucales la dejaron lista para vestirse. La lencería consistía en un corsé ajustado de encaje con pequeñas copas pronunciadas sin rellenos que daba gran relieve a los senos. Unos ligueros desmontables colgaban de éste y sujetaba unos medios colores humo. Remataba la lencería un tanga minúsculo a juego con el corsé que sólo tapaba su sexo porque era sostenido por un doble hilo dental que rodeaba suavemente sus caderas y se perdía en medio de éstas, ambas prendas negras. Se vio ante el espejo linda, deseable. No pudo resistir acariciarse y unió uno contra otro los pechos que luego apretó, como sabía que le hacía su hermano cada vez que los acariciaba.

Sus manos bajaron despacio, insinuantes y melosas por el estómago, con la derecha metió el dedo corazón en el ombligo durante breves segundos, redondeándolo, jugando con él. El pubis estaba a poca distancia pero demoró el trayecto acariciándose con las dos manos el bajo vientre, imitando una por una las caricias del menor de los hermanos. Ya estaba excitada cuando la derecha se cerró sobre su vulva bien ajustada, visible por los encajes y relevante por la estrechez del tanga. No quiso masturbarse, eso lo dejaría para él cuando la estuviera desnudando y mimando. Pasó sus manos a las nalgas acariciando los contornos duros y curvilíneos, luego las apretó suavemente por zonas. Tuvo que parar y apoyarse en el tocador. Durante un buen rato respiró muy hondo hasta sentir que se calmaba.

-"¡Sergio, Sergio, ¿Por qué no estás aquí ya?!" –Exclamó con un grito apasionado, con la respiración agitada y el cuerpo estremecido.

El lacado salmón en los labios, unas suaves sombras de ese mismo color en los párpados y unas pinceladas pequeñas de rime en los bordes de sus ojos fueron todo el maquillaje que permitió que su bonito rostro luciera. Iría bien con el vestido que quería lucir.

El traje marrón de raso, con finos tirantes y gran escote de corte Imperio le daba un toque juvenil que la hizo sonreír. Cerraba el vestido una cremallera larga e invisible en la espalda. Lo eligió por la falda ancha, porque deseaba que él la pudiera levantar para sobarla sin traba alguna. Un exquisito sobrevestido de blonda bordada en marrón muy oscuro y con broche central le daba a la prenda una elegancia extraordinaria. Calzó unos zapatos de salón dorados y de altos tacones, descubiertos, con tiras que se ataban a los tobillos. Dio varias vueltas de derecha a izquierda y a la inversa ante el espejo, mirándose de arriba abajo, gustándose, en definitiva, era lo que quería. Rió aún más cuando pensó pícaramente que tan pronto la viera así de bonita la entretendría más de la cuenta con sus besos, las caricias y, al final, llegarían tarde a la cena.

Lo vio aparecer ante de las ocho. Venía perfectamente vestido: un terno azul oscuro de corte elegante, camisa blanca y una corbata roja de seda lisa. Ella llevaba esperándolo como media hora antes tranquilamente. Siempre le habían gustado los detalles de Sergio y su puntualidad. Sergio tenía llave y, caminando deprisa, quedó encuadrada en el marco del recibidor, frente a la puerta de entrada.

Sergio entró, cerró la puerta y, cuando se volvió, se encontró a Vero apoyada en el marco de la puerta. Sus ojos se agrandaron cuando la vio tan bella y tan elegante. Le sonreía y luego, haciendo un gesto con sus manos que la recorría toda, le preguntó con los preciosos ojos cómo la encontraba. Se dirigía hacia ella lentamente, contemplándola de arriba abajo, emocionado, observando que inclinaba el rostro y una sonrisa coqueta se dibujaba en sus brillantes labios. Quiso tan solo decirla que estaba bellísima y darle un beso en las mejillas, pero se encontró abrazándola, deslizándose por sus mejillas suaves en busca de sus labios, encontrándolo aceitoso, dulzones y jugosos. No supo el tiempo que estuvieron besándose, sólo sabía que sus manos la recorrían toda, enterándose de todas y cada una de las prendas que vestía. No podía parar, era imposible, y ella -¡Maldición!- se reía y correspondía entre sus brazos.

-Vero ¡Qué buena estás!

-Para, Sergio amado, para, para. Me vas a destrozar el maquillaje que tanto me ha costado conseguir y arrugar el vestido. Déjalo para esta noche en, en tu apartamento, seré completamente tuya todas las veces que lo desees –Ella le susurraba dentro de su boca, acariciándole la nuca, besándolo. Él tenía apretado uno de sus senos, ahora sus nalgas, ahora su vulva maravill… ¡Dios, no podía parar! Y la arrimó con violencia contra la pared -¡No, no, mi vida, ahora no…! Va…amos a cenar…, por favor. Llegaremos tar…de…, ja, ja.