La amante

Verónica se encuentra en la última mesa de atrás, llena, como las demás, de pasatiempos y bebidas, sola como era su costumbre porque apenas si tenía amigos. Recuerda que su vida, desde los trece años hasta los días de hoy, la dedicó completamente a tres hombres sin pensar en su futuro. Alejandro fue el primer hombre que la introdujo en el sexo hasta lograr hacerla una adicta a él. Sergio fue el siguiente.

LA AMANTE

(Primera parte)

La boda

-... y tú, Sofía ¿Quieres por esposo a Sergio, para amarlo, respetarlo y serle fiel hasta el fin de tus días? –El joven oficiante, juez de Paz, con una sonrisa socarrona, miraba fijamente a la bonita muchacha vestida con un elegante traje blanco de novia que rehuía sus sorprendidos, grandes y negros ojos de los de él porque lo conoció al instante. Dos días atrás, la había tenido entre sus brazos, revolcándose ambos en aquella cama de un cuerpo de hotel tres estrellas, gritando ella como endemoniada mientras la penetraba con salvajismo, como le gustaba que la trataran estando fuera de si. Fue un polvo grandioso, de esos que nunca se olvidan. Su desparpajo le permitió llegar a la pregunta que se le formulaba.

-¡Si! –Gritó más que susurró al fin, un siglo después. La joven quería mostrarse feliz en su casamiento y el juez no sería ese obstáculo porque había sido una cita concertada. A ninguno de los dos les interesaba airear aquel encuentro -¡Si, quiero!

-Por el poder que me otorga la Ley…, yo os declaro marido y mujer.

La sala del juzgado de Paz estaba llena de invitados, expectante al beso que el novio le iba a dar a la novia cuando levantara el velo. Una vez descubierto el agradable rostro de su flamante mujer, la tomó entre sus brazos apretándola contra su pecho y besándola sin gran pasión. Recordaba que horas antes, Sofía, desnuda completamente, le restregaba los pezones hinchados de sus medianos, erectos y bien formados pechos en su boca masculina, dolida y chorreante de tanto mamarlos. La mano derecha de la mujer, experta, pequeña, fina y cuidada, no cesaba de masturbar pausadamente el pene erguido de su novio hasta que le bañó el rostro y los senos con su semen, luego, lo degustó a gusto.

Verónica, de pie en la segunda fila, se daba cuenta de todo y miraba a su hermano Sergio con tristeza y lágrimas en los ojos, tan cabal y tan macho como bueno en sus sentimientos, pero ya era un cornudo incomprensible siendo novio de Sofía, ahora, de casados, lo sería aún más. Pero él no era tonto ¿Entonces? ¡Cuánto lo lamentaba! ¿Por qué le dijo que estaba preñada de él? Sabía que eso no era más que un burdo engaño para pescarlo. Ella sí conocía a su amiga Sofía, estaba al cabo de sus muchas aventuras sexuales, era una puta ninfómana incorregible, además, en la fiesta de despedida de soltera le dijo lo que hacia de vez en cuanto. Le recriminó el daño que le causaba a su hermano pero, su amiga, con unas cuantas copas encima, se rió de ella. Entonces, colérica, llena de asco y odio, le gritó por encima de la gran algarabía -¡¡PUTAAAAAA!!- Se levantó tirando la silla y se marchó corriendo de la sala de fiestas.

Sonrió porque el momento lo exigía, pero su ánimo no estaba para aquel acto tan ceremonioso y feliz. Estaba muy dolida con su nueva cuñada. Se casaba el tercero y más pequeño de los tres hermanos varones, el hombre que empezaba a ser, de un tiempo a esta parte, imprescindible en su vida, y ahora… ahora se quedaba sola en casa, bueno, con su madre, pero sola con su marcha. Nada sería ya igual, como nunca lo es el día y la noche, el bien y el mal. La ilusión de saberse amada durante años era la desesperación terrible de la soledad ahora, un peso terrible que atenazaba su corazón. Miró a su flamante cuñada con tristeza. Eran íntimas amigas desde que estudiaban primaria y luego juntas en el instituto algunos años atrás. Desde Secundaria, Sofía ya se había acostado con casi todos los profesores y con más de medio colegio masculino, y femenino, se decía también de ella, pero no le constaba ese dato. Sin embargo, la envidió profundamente, se llevaba una parte importante de su vida.

No, no iría a la fiesta de bodas, estaba abatida, triste, sola… Nadie la echaría de menos, de eso estaba totalmente segura.

-"Todos van los banquetes de bodas a beber hasta hartarse, chicos y chicas aprovechando la ocasión para buscar futuros maridos, o parejas, o ligues para follar a tope esa noche… No, no tengo el cuerpo para jotas. Definitivamente no voy a ir"

Pero se presentó al evento.

Primer encuentro en la boda

Verónica se encontraba en la última mesa de atrás, llena, como las demás, de pasatiempos y bebidas, sola como era su costumbre porque apenas si tenía amigos. Su vida, desde los trece años, la dedicó completamente a tres hombres sin pensar en su futuro. Observaba a los novios que reían, saludaban y posaban para las fotos con todos los asistentes a la boda. Mientras contemplaba la escena, tomaba lentos sorbos de un vaso de whisky bien lleno cuando sintió unos pasos detrás y unas manos que se apoderaban de sus redondas y sugestivas nalgas huérfanas de lencería. Su cuerpo comenzó a moverse rítmicamente al son de las caricias. Los glúteos estaban siendo magreados a discreción, ora con una fuerza y pasión infinita, ora suavemente, con cariño subiendo y bajando con maestría. No necesitó volver su atractivo rostro porque sabía de quien se trataba.

-Quieto, Alejandro, quieto. Se van a dar cuenta los novios y todos los invitados que me estás sobando el culo. Deja de moverme tanto. Además, tu mujer hace tiempo que tiene la mosca detrás de la oreja con respecto a nosotros dos. Anda, no seas sobón –Pero sabía muy bien que no la dejaría hasta auscultar todo su cuerpo y soltarle las groserías que gustaba decir.

-¡Qué hermosas estás, Verónica! Necesito echarte un polvo, tengo la pinga que me estalla en los pantalones. Lo necesito más que nada en este momento –La joven comprobó que era cierto porque el pene fiero del hombre se debatía salvaje clavándose en sus nalgas a través de la amplia falda -Te estaba viendo en la iglesia con este vestido tan sexy y así de hermosa. Sabiendo que no te gusta la lencería y que solo te cubre el traje me estaba empalmando como un burro. Nos largamos de aquí, putita. Mira, si no podemos follar a gusto, me conformo con una mamada soberbia de las tuyas en cualquier rincón ¡Anda, zorrita, sé buena!

Mientras Alejandro hablaba, la falda, de cortes triangulares en la base del elegante vestido de fiesta beig claro, ya estaba levantada y había quedado más arriba de la cintura femenina. El hombre se encontraba tan cerca que besaba el cuello y los hombros perfumados de su hermana mientras las manos se perdían en la unión del joven culo desnudo, recorriéndole el ano, introduciéndole los fuertes dedos de la izquierda dentro del esfínter, la derecha, por delante, se apoderándose de una vulva limpia de vellos que comenzaba a estremecerse por el contacto de aquellos garfios sabios, maravillosos que tanto conocía.

Verónica, nerviosa, sonreía sin dejar de dar sorbo al vaso de güisqui y observar a los invitados, sobre todo a su cuñada Esperanza, deseosa de tener protagonismo en el evento. Siempre gozaba de las caricias sexuales de su hermano mayor Alejandro que, por ser las primeras que recibió siendo una adolescente, las consideró en un tiempo pasado como las mejores del mundo. Se zafó de las caricias con un pequeño movimiento brusco de caderas. Alisó el traje como pudo y comenzó a Alejarse sola, fuera de la vista de los demás. La siguió poco después Alex. Al salir del salón, fuera de la vista de los demás, caminaron juntos y abrazados hacia los baños. Entraron en el de mujeres y se encerraron en una de las cuatro cabinas que había. La joven lo miró abiertamente a los ojos mientras abría los brazos en cruz dejándose hacer. Él, con su habitual despropósito y egoísmo natural, sin llegar a los preliminares que tanto le gustaba a ella, levantó nuevamente la falda con la izquierda y desabrochó su bragueta con la otra. De pronto apareció un pene normal pero grueso, soberbio y vivo que apuntaba tremendamente hacia el techo y, tomándola de las nalgas, la levantó casi en vilo. El hombre tanteó con el glande la entrada vaginal para empujar después de una sola vez.

Verónica, que estaba tocando con los dedos gordos de los pies el suelo, protestó por aquella embestida y levantó la pierna derecha en ángulo abriéndola todo lo que pudo para dar paso a la polla que comenzaba a penetrarla. Alex siempre fue así. Pasó los brazos por el cuello masculino y enredó esa pierna alrededor de la cintura de su hermano para sentirlo más adentro. Mientras la trajinaba, miró el vaso medio vacío que se había llevado hasta allí y volvió a sorber el güisqui. Dio tiempo a que la calentara con sus envites, con las caricias y palmadas en las nalgas de la que era un entusiasta rayando lo normal. No era el mejor de los polvos que había recibido de él y no estaba entusiasmada. De pronto, como buscando algo que no sabía, le vinieron a la mente los recuerdos del pasado, de la primera vez que la hizo suya. Fluían nítidas las imágenes por su cerebro.

Alejandro, el hermano mayor

Fue el primer hombre que la introdujo en el sexo hasta lograr hacerla una adicta a él en los tres años siguientes. Tenía trece años cuando la desvirgó en la salita de su casa y en una aberrante locura y pasión sexual que trajo de una fiesta a la que asistió. Sintió mucho miedo cuando le arrebató la ropa de su cuerpo adolescente. Se defendió como una gata panza arriba cuando Alejando, que venía muy bebido porque su novia lo había dejado plantado por otro, Descargando su rabia y necesidad sensual en ella, que estaba sola en casa y había salido asustada ante el alboroto. Lo vio dando trompazos a todo lo que se encontraba a su paso y salió para saber lo que pasaba. Vestía un pantaloncito corto y ceñido a sus caderas juveniles y un top que le dejaba la cintura al aire mostrando unos pechos en ciernes y unos pezones erectos. Él la miró de arriba abajo y supo enseguida que no la había reconocido. La tomó entre sus brazos con una fuerza terrible.

El horror de principio la dejó muda. Algo asombroso en su interior que no supo comprender entonces evitó que perdiera la razón. A medida que la forzaba más y más lloraba invadida por el terror, gritando sin ser escuchada, sintiendo el dolor de la penetración, preguntando por qué y lamentando su desgracia. De pronto, comenzó a sentir sensaciones tan extraordinarias como extrañas que se escapaban a su inteligencia despierta. Sin comprender todavía el porqué su dolor se convertía en gozo con aquel acto terrible dejó de luchar para sentirse bien. Ahora, sin que la viera, sonreía cuando su hermano la penetraba y castigaba su "cosita" con aquella "cosa grande, redonda y viva que le llegaba muy adentro", cerca de su estómago. Primero confiriéndole sufrimientos y llantos, luego consiguiendo acallarla por los gozos proporcionados. Hubo dos momentos terribles y dispares en aquel acto: el horror de la violación en sí y la oleada de sensaciones nuevas y fantásticas para su mentalidad aún infantil.

Nunca olvidaría aquel dolor agudo que sintió cuando Alejandro, enfilando su polla a su virginal sexo, la desvirgó penetrándola con salvajismo y rabia, con dulzura después. Percibía el asqueroso aliento a bebida del hombre sobre su cuello que le llegaba a las pituitarias de su varicita y eso la enardecía aún más y, sin darse cuenta, abrió más las piernas, mostrándole, en su inocencia natural, la necesidad que él le había impuesto.

A pesar de su embriaguez, Alejandro se dio cuenta de lo que hacía y evitó correrse en su hermana cuando el éxtasis se apoderó de todo su ser. Logró con un esfuerzo sobrehumano echarse hacia atrás al tiempo que soltaba un buen chorro caliente de esperma inundando de blanco transparente y rojo la joven y angelical vulva donde comenzaban a destacar unos incipientes vellos negros y suaves, mojando los muslos femeninos, el estómago al aire, saltando y rociando las últimas gotas de semen coloreado sus labios. Fue la primera vez que probó, junto con su sangre, el sabor de un hombre.

Cuando se retiró de encima de su cuerpecito no le pidió perdón por aquel quebrantamiento a su virginidad. Estaba estremecido, lloroso y agotado pero no avergonzado, Alejandro se tumbó a su lado y ella lo miró con verdadero asombro, anonadada a la vez que maravillada, triste y feliz a la vez, si se puede decir así, y de una experiencia violenta que le había venido sin esperarlo. Verónica, en un acto reflejo incomprensible, lo abrazó en lugar de salir corriendo de allí. Besó las mejillas sudorosas porque no sabía todavía de besos bucales y, al rato, con la timidez de la inocencia propia de sus pocos años, miró fijamente el miembro desnudo caído a un lado de su hermano. No supo porqué deseó tenerlo nuevamente dentro. Se dobló de cara a él con lentitud, sin dejar de observarlo, como viendo a otro hombre diferente a su querido hermano. Ambos estaban callados. Una fuerza en su interior la empujó a arrastrarse lentamente de costado hasta él y, sin parar de mirarlo, se fue subiendo poco a poco sobre el joven dejando que su vulvita infantil y desvirgada ya rozara una polla que, al ofrecimiento silencioso de aquel sexo casto, tomó vida nuevamente enderezándose con prontitud hasta quedar a punto para una nueva embestida. El glande rozaba ahora la unión de sus labios mayores.

La borrachera de Alejandro desapareció al poco y durante más de tres horas, los hermanos estuvieron follando dos veces más, el hermano mayor, enseñándola a besar como una mujer, ella aprendiendo deprisa y agradecida. A partir de esa noche todo cambió. Para Verónica fue una necesidad cotidiana estar con su hermano. En los días siguientes él se metía en su habitación fundiéndose pene y vagina hasta quedar rendidos en la cama. En los tres años siguientes Verónica dejó de de entablar amistad a los chicos de su entorno. Por entonces creía estar locamente enamorada de su hermano y no existía para ella otro hombre mayor que no fuera Alex.

Éste, con nueve años más que ella, se dejaba amar inconscientemente, despreocupándose de los sentimientos de su única hermana. Nunca se le ocurrió pensar que Verónica, una amante tan joven, pudiera enamorarse de él, era imposible siendo hermano. Especuló que ella comenzaba a necesitar del sexo como le ocurrió a él teniendo su edad. Y la chiquilla, inocente, se dejó llevar por la pasión sin que éste la aconsejara del peligro de ser descubiertos por la madre o hermanos al visitarla casi todas las noches en su habitación. Nunca le mostró sentimiento alguno, sólo sentía deseos por ella. Era egoísta y no lo podía evitar.

Al año la envió a un centro sanitario de planificación sexual para prepararla contra embarazos fortuitos. A partir de ahí dejó de preocuparle correrse en las entrañas de la joven. Sólo advertía con frecuencia a Vero, y por su interés personal, que nadie podía saber de la relación amorosa que los unía. Le dijo siempre que sería ella la culpable total si el pastel se descubría. Nunca la protegió de nadie. Pero ella lo amaba así.

Con el tiempo fue descubriendo lo déspota que podía ser. Cuando su pubis fue poblándose lo miraba con asco y le decía con desprecio –"Aféitate ese coño, putita, cuando lo quiero mamar me lleno de pelos. Lo raparé yo o no te follo más"- Otro día decía, con cinismo doloroso –"Joder, chica, parece que no te crecen mucho las tetas. Creo que me cansaré pronto de ti"

Comenzó a sentirse fea y ridícula ante el espejo cuando se miraba y se entristecía llorando de su mala suerte, hasta se encontraba agné cuando sólo eran granos sin importancia. Estando los dos solos nunca tuvo un momento de amabilidad. Sin embargo, ella soportaba los desplantes de Alex dándole sus años de juventud y belleza. Estando en situación tan vejatoria no se le ocurrió pensar que tenía un futuro más prometedor si lo dejaba.

Al final, aquellos encuentros amorosos nocturnos fueron sorprendidos.

-¡Toma puta! ¡Me corrooo! ¡Me corroooooo, putona asquerosa! ¡¡¡Ahhhh!!! –Qué gusto era sentir salir estrepitosamente su leche que se lanzaba contra la cerviz de su buenísima hermana - ¡¡Putaaaaa!! ¡¡Put…, ummm!!

Vero estrelló su boca contra la boca ordinaria, no quería que nadie lo oyera. Con sus besos lo calmaba, luego, con cariño, le hablaba al oído.

-Tranquilo, Alex, tranquilo, mi vida. Ya te has corrido como te gusta, ahora estás bien. Siempre que me tienes entre tus brazos me haces sentir esa puta que quieres que sea para ti, y haces la mujer más feliz del mundo creyéndome así.

Permitió que él dejara escapar las últimas gotas de la corrida dentro de su vagina, luego, sin dejar de besarlo, se sacó aquel pollón querido masturbándolo con la mano derecha para mantenerlo erecto mientras se dejaba deslizar por la pared de madera embarnizada de la cabina del retrete hasta quedar de cuclillas frente al pene totalmente brillante y mojado. Se lo metió en la boca y, durante un rato, se deleitó con el cilindro jugoso lleno de sus propios flujos. En su relación, Alex también la había hecho adicta a la felación.

Al rato, después de un aseo meticuloso, Verónica y Alejandro volvieron al salón por separado. Todos seguían allí divirtiéndose, sin echarlos de menos, bebiendo, comiendo, bailando al son de la música, formando corros alegres independientes, formando la bulla propia de una fiesta memorable. Y todo ello dentro de un orden anárquico.

Sergio, el hermano pequeño

-"Otra vez sola. Es mi estado natural después de que los dos de casa se han marchado de mi lado" -Dijo para sí. Ahora tenía un nuevo vaso de vhisky en la mano que consumía lentamente. De vez en cuando tomaba una de las tapas variadas que había sobre la mesa cuando percibió olor a perfume de hombre conocido. Unos brazos fuertes que se metían por las axilas para apretar, a continuación, los hermosos senos contra su tórax.

-¡Hola, hermanita! ¿Dónde estabas? Te estuve buscando por todas partes y no te encontré. Creí que no habías venido a la fiesta y eso me dolió. Te vi desde el altar, sentada en el segundo banco, y me pareciste la mujer más maravillosa de la Iglesia.

-¡Qué tonto eres, hermano! Sofía sí que está maravillosa, esplendorosa con su vestido blanco de novia. No se le nota el embarazo. Yo…, estaba follando –Comentó ella con toda naturalidad, emocionada, bebiendo del vaso sorbo a sorbo, mirando al frente –También a él le parecí hermosa en el Templo y me pidió

Sergio rió la natural explicación de Verónica. Siempre la quiso mucho por ser la única hermana, luego, de una forma muy distinta después que la poseyó unos años atrás.

-¿De veras ya nos estás buscando sustituto, Vero? –El recién casado había retirado el cabello que tapaba la pequeña oreja de la joven mordiéndole el lóbulo -¡Mmmmm! Me parece que no me va a gustar nada que te follen otros, pequeña.

-No, Sergio, nadie que no seáis vosotros me hará el amor, es una promesa que me hice hace tiempo. Follé con Alex hace un momento, en los baños femeninos. Si fuera así ¿De qué te quejas, hermano? Vosotros os habeis casado para crear familia propia. No tuvíteis en cuenta que vuestra amante quedaba muy sola en su habitación, en… en el apartamento aquel. No me pidáis explicaciones entonces si busco a otro hombre. Soy humana, tengo necesidades y todos hicisteis de mí una puta adicta al sexo.

-Tranquila, pequeña, tranquila, tienes toda la razón –Sergio metía la mano derecha por debajo del traje buscando los gruesos labios vulvales por entre los muslos de ella que se abrían una vez más al contacto masculino. Los tanteaba y metiendo sus dedos en la raja comprobando que estaban abiertos por el coito, probando enseguida que aun estaban húmedos, posiblemente por restos de los flujos anteriores, los labios todavía calientes y estremecidos –Jamás te he considerado una puta, Vero. No se… creo que necesitas otra dosis más de adrenalina sexual, hermanita, yo quiero regalártela en el día de mi boda ¿Vamos al mismo sitio donde estuvisteis antes?

-¿Y Sofía, querido...? –Ella rió. No la dejó terminar. Sergio la tomó por la cintura y se la llevó suavemente camino de los baños –Sergio, por favor, no puedes hacerle esto a tu mujercita.

-Tengo ganas de ti, siempre tengo ganas de ti, nunca me cansaré de tener ganas de follarte a todas horas, Vero. Además, sabes que mi mujer es puta vocacional aunque pregone por ahí que el hijo que lleva es mío. Calla, pequeña y déjate guiar por el mejor amante que tienes.

Verónica quedó asombrada por lo que había dicho Sergio. Siempre había creído que su hermano no sabía de la doble vida de su esposa. Sonrió de nuevo afirmando en silencio con la cabeza. Otra vez se encontraba la joven encerrada en aquella cabina de antes, ahora con Sergio. Qué diferente era éste del hermano mayor. El joven besaba su boca primeramente, palpaba sus pechos acariciándolos con deleite uno a uno, luego, dejándolos al descubierto para que ella se estremeciera de puro placer con las caricias, jugando siempre con sus pezones. Sin parar un momento de tocarla, tomaba sus nalgas con maestría metiéndose entre ellas y masturbando su sexo una y otra vez hasta que ella, jadeante, quedaba sumida en un orgasmo que la dejaba suspirando desesperadamente y con los ojos en blanco. Más tarde, besándola con cariño, Sergio se sacó su buena polla, subió la falda y llevó su pene hasta la entrada de aquella vagina joven arropada por los labios magros, magistrales, lampiños y húmedos. La fue metiendo lentamente, sin prisa, con suavidad y ternura.

Vero siempre quedaba asombrada y extasiada en los brazos de Sergio. Era el único que la consideraba a la hora de hacerle el amor, nunca la insultaba cuando la magreaba, penetraba o se corría al final. Solía besarla mucho en la boca y cuello, gustaba de lamer su cara y las orejas. Unos de los deleites de él era succionar y morder sus pezones mientras la mimaba toda. Su polla hacía maravillas dentro de las paredes rugosas de su femenina cavidad haciéndola transportar al quinto cielo.

Ahora sí que estaba gozando de un polvo. Se dejó arrastrar una vez más por la pasión y le vinieron a la mente los recuerdos de aquella noche en la que Sergio la sorprendió y la hizo suya por primera vez.