La amante (3)

Pablo era el único que la ponía en un brete al llegar a la casa materna estando la madre de ambos muy cerca. Solía levantarle el traje o bajarle los pantalones para magrearla o follarla hasta correrse encima. Le gustaba del peligro para gozarla, verla atemorizada por la osadía. Pero fueron tanta las veces que Pablo la arriesgó y triunfó en su intento que ella terminó por gustarle el peligro. Sin embargo, hubo momentos en que levantaron sospechas en la madre.

LA AMANTE

(Tercera parte)

Las dudas de Sofía

Sergio, de los tres, era el más atleta, el más ágil. Verónica lo contempló toda emocionada mientras él acariciaba y pellizcaba con sus dedos largos el pezón de su teta izquierda a la vez que la penetraba con fuerza. El seno era totalmente estrujado dentro de aquella manaza que nunca le proporcionaba dolor sino mucho placer. Le faltaba la respiración cuando el glande de su amante, grueso, rudo, vivo a todas luces, llegaba a rozar el santuario de sus ovarios para correrse estrepitosamente después de haberla sacado dos orgasmos.

El recién casado echó la cabeza hacia atrás conteniendo sus gritos de pasión y atrayendo su cuerpo hacia si. Se corría a gusto dentro de su vagina y ella le acariciaba la espalda, el cuello y las sienes. Besaba las mejillas rasuradas dejándose resbalar a la boca para inundarla con la suya, enredando su lengua con la de él agradecida por el caudal caliente e inmenso y lleno de placer que le daba con su semen.

Durante un rato, Sergio la sostuvo así enlazada, estrujada, con su polla dentro de su cuerpo mientras se escurría por sus muslos un pequeño río de flujos, igual que le había pasado con su hermano Alejandro más de una hora atrás.

Cuando la soltó, Vero no dejaba de besarlo y acariciarlo para recuperar el estado normal de aquel hombre que si la había hecho feliz. Habló sobre su boca estremecida por el gran esfuerzo de los dos orgasmos.

-Ha sido maravilloso, Sergio. Siempre me haces feliz y me dejas satisfecha. Te echaré mucho de menos pero, me parece que tú, al igual que le ocurre a Alejandro, no me dejarás al margen por mucho tiempo. Estamos condenados a estar juntos, yo, vuestra amante, vosotros, mis únicos hombres.

-Si, preciosa, creo que así será porque lo has decidido –Decía Sergio, serio, peinándose ante el espejo mientras Vero, limpia y dispuesta, delante de él y de espalda al lavabo le arreglaba el chaquetón del esmoquin negro y la corbata de seda gris brillante. –Te buscaré allá donde estés aunque te comparta con mis hermanos. Si te casas alguna vez, desearía tenerte por amante siempre.

Volvieron juntos al salón, riendo, felices. Sofía, que estaba cerca de la puerta, quedó quieta, observándolos seriamente, luego, se lanzó como una fiera al cuello de su marido y, mientras mordía el oído le decía algo por lo que Sergio emitió una carcajada. La besó fugazmente en los labios y ambos se perdieron mezclándose entre los invitados. Pero su cuñada había vuelto hacia ella el rostro bello, pero con semblante cruel. Unos movimientos de los labios de Sofía hicieron comprender claramente a Vero una palabra –"Puta".

Para Verónica, la información de Sofía no la sorprendió. Supo que ella sospechaba o sabía la verdad. No le hizo gracia aquello pero tampoco podía hacer nada. Ella sabía perfectamente que Sergio jamás revelaría la relación entre ellos. Él sí se merecía una esposa mejor que su amiga, pero la eligió a otras a pesar del consejo que le dio. Bajó sus bonitos ojos al suelo diciéndose "in mente" que ya era hora de marchar. No quería quedarse para cuando partieran la tarta y vinieran más fotos, ni hablar, no era mujer de mucho jolgorios sociales. Dos películas deliciosas la estaban esperando en casa.

Pablo, un hermano diferente

Pero antes se preparó un tercer vaso largo y estrecho de güisqui con agua y, cuando se lo llevaba a la boca, unos azotes bruscos y sonoros tronaron en sus nalgas, sobre el elegante vestido fino. Una parte del líquido salió del recipiente a punto de bañarle el rostro y mancharle el traje. No miró para atrás, no gritó ofendida ni dijo nada, conocía de donde venía el vapuleo. Hacía mucho tiempo que estaba acostumbrada a ser tratada así por él, algunas veces le gustaba otras, -¡Dios mío!- lo mataría sin pensárselo dos veces. Tan solo dejó el vaso en el mueble por si se repetía la acción. Se apoyó en la mesa y saludó.

-¡Hola, Pablo! Te creí en Barcelona –Hablaba en voz baja, con el rostro inclinado y dejándose manosear pasivamente las doloridas nalgas.

-Zorra ¿Creíste que me iba a perder la boda de mi hermano pequeño? Como entendí que estarías aquí quise saber también lo bella que estarías para la boda. Te vi aparecer en compañía del recién casado ¿veníais de follar, golfa despendolada?

-Si, Pablo, así es –No le informó, como a Sergio, que antes estuvo con el mayor de todos –Me lo pidió y ya sabes, no se deciros que no

-¡Joder, mira que eres puta, Vero! ¿No respetas a las esposas de tus hermanitos? Tienes que controlar ese chochito ninfómano que tienes, pequeña. En adelante tendré que vigilar con el látigo esos ímpetus de perra calentorra ¿Qué me dices, Vero?

Verónica no contestó. De los tres varones era el más activo sexualmente. Capaz de acosarla en cualquier sitio del apartamento para poseerla a través del dolor, colocándola sobre sus rodillas para palmearle su culo hasta hacer la llorar. El único que la ponía en un brete al llegar a la casa materna estando la madre de ambos muy cerca. Solía levantarle el traje o bajarle los pantalones para magrearla o follarla hasta correrse encima. Le gustaba del peligro para gozarla, verla atemorizada por la osadía. Pero fueron tanta las veces que Pablo la arriesgó y triunfó en su intento que ella terminó por gustarle el peligro. Sin embargo, hubo momentos en que levantaron sospechas en la madre.

Las manos de Pablo buscaban y jugaba, como los otros, con sus nalgas desnudas de lencería. Él fue quien le impuso la obligación de que no llevara lencería nunca. Era muy distinto a los demás por lo avasallador, altivo, cínico, egoísta y mal hablado, como Alejandro. Su parecido con su padre era enorme. Meses le costó capitular a las exigencias de su hermano mediano. Sergio la defendía siempre y peleaba con frecuencia con él, pero nunca pudo conseguir nada efectivo ni ella imponerle su legítimo derecho. Pablo magreaba y azotaba las nalgas o pubis con las manos colocándola sobre sus piernas, muchas veces la follaba en cualquier sitio del apartamento por libre, sin respetar a los otros.

-Ahí hay unos biombos que es para ocultar el cambio de platos de mesas –Dijo señalando detrás de ellos dos mamparas blancas grandes -Hay una gran mesa con hoyas, las apartamos y follamos sobre ella ¡Vamos!

-¡Estás loco, Pablo! ¿Quieres que nos descubran? Mamá está aquí y sus sospechas serán efectivas. Sofía y Esperanza también tienen las mismas desconfianzas con nosotros ¿Y tú quieres fomentarla aún más? ¡No cuentes conmigo! ¡Deberías respetarme!

-Vayamos a esas cubiertas, perra, o formo aquí la de Dios es Cristo. Tú misma.

Lo decía muy en serio y ella conocía a Pablo como para saber que cumpliría lo que decía. Sus bonitos ojos, tenuemente pintados, lo miraron suplicantes, muda la sabrosa boca brillante por la laca de labios, mostrando el miedo que sentía a través del temblor continúo de ella

-¡Por favor, Pablo, por favor, no me avergüences…, te lo suplico…! –Pero él la arrastraba hasta los biombos y Vero lo seguía aterrada, arrastrando los pies -¡Pablo…, Pablo…!

No le hizo caso, como era costumbre. Verónica tuvo la certeza de que nadie los había visto meterse entre aquellas pantallas y, cuando estaban dentro, Pablo la tomó de los brazos mirándola fijamente, serio, iracundo. Con el revés de la mano derecha acarició su delicado rostro asustado, con los dedos los labios temblorosos, las mejillas arreboladas, el cuello largo hasta tocar el canal del pecho… La joven seguía temblando, de emoción y miedo. De pronto, la atrajo hacia sí abrazándola fuertemente, estrujando sus nalgas con las dos manos y deslizándolas por todo los contornos de los sabrosos glúteos, palmeándola sonoramente. Luego, lentamente, esas manos subieron inquietas hasta llegar al escote generoso de la espalda, a la cremallera que bajó rápida hasta el nacimiento su curvilíneo culo.

El traje cayó redondo al suelo y la chica se encontró desnuda ante él, cubierta tan solo por un sostén especial, también beig, para grandes escotes, casi dejando visibles los ahora más que medianos y turgentes pechos de la joven. Ahí, la cara de Pablo se convirtió en ira infinita.

-¿Esto que es, Verónica? –Y alaba hacia fuera la tira que unía las dos copas del sujetador -¿No te he dicho repetidas veces que has de estar para mí totalmente desnuda? ¡Maldita golfa!

Y sus manos cachetearon con una cierta fuerza las mejillas de la muchacha haciendo que su rostro girara de un lado a otro. Verónica se mordió los labios. Al fin, dijo, mirándolo valientemente

-Es un traje especial que necesita de este sujetador, Pablo. Si te fijas bien, verás que estoy desnuda total, como te gusta.

-¡Ahora sí, putita! –Pablo dio un fortísimo tirón al sostén y éste se partió en dos mitades cayendo al suelo. -¿Ves? Es así como quiero verte siempre, furcia.

Vero quiso taladrar las paredes del biombo que estaba delante de ella rezando para que nadie se acercar hasta allí. Estaba asustada por la situación peligrosa y terrible en la que estaba. Saltó para atrás al sentir el dolor tremendo que le produjo los manotazos de Pablo en los costados de sus pechos. De pronto se vio girada y tumbada sobre la mesa. Tan sólo su cabeza y los hombros tocaban ésta. La había puesto de espalda, inclinada en ángulo recto, sus pechos quedaban al aire, colgando en el vacío, las caderas expuestas y los muslos estaban cerrados.

Inmediatamente comprendió que pretendía sodomizarla y, Vero, sabedora de otras veces, abrió y estiró las largas piernas dejando ver una vulva gordezuela y depilada por donde se podía vislumbrar un clítoris erecto debido a la excitación que ya sentía en esos momentos. Cuando Pablo la sodomizaba lo consideraba humillación, sentíase sucia, degradada, en ese mismo momento, por ejemplo. Sin embargo, con los otros, sobre todo con Sergio, era una gozada. Las manos del hermano no tardaron en dejarse sentir a través de sus dedos hábiles e inteligentes en el conocimiento del cuerpo femenino, comenzando a trabajarla con presteza, infligiendo sufrimiento de vez en cuando con azotes duros. No se detuvo mucho en los preliminares porque iba a lo suyo, Sergio era el verdadero especialista en calentarla. Pronto sintió como la polla de Pablo se colocaba en la entrada de su orto comenzando a introducirla.

Verónica clavó las uñas en el bordillo de la mesa. Siempre expresaba angustia por la sodomización en seco, le dolía pero su esfínter, veterano de muchas sodomizaciones, se acoplaba de inmediato al momento. En el apartamento, Los viernes y sábados, todos tenían la oportunidad de gozarla por su culo alegando reiteradamente que era una parte de su cuerpo sabrosa. Así que el dolor aquel no era más que momentáneo. Mientras lo sentía ensartarla, la joven quería apartar el cáliz de su posesión y del peligro de verse descubierta, recordando y lamentando el día en que Pablo se incorporó, de forma furtiva, en el grupo.

En manos de Pablo

Durante un tiempo Alejandro y Sergio siguieron viéndose en la habitación de ella casi todas las noches. La joven comenzaba a acostumbrarse a esas visitas esperándolos desnuda o vestida con una batita corta y transparente, dispuesta siempre para todo lo que ellos le pidieran. No siempre acudía Alejandro, cosa que la entristecía, había sido el primer hombre de su vida, quien la enseñó a disfrutar totalmente como mujer siendo aún adolescente. Tenía por él un cariño muy especial y, cuando era tan sólo Sergio el que se metía en su cama, ella lo echaba de menos en lo más recóndito de su ser. Sin embargo, su hermano pequeño conseguía que lo olvidara. Entonces, solo pensaba en gozar la noche de la buena polla de su hermano pequeño.

Sergio era, de los tres hermanos, el más humano, tenía la facultad de hacerla reír por cualquier cosa, cariñoso con ella y con el que mejor se llevaba. Le pasaba tres años, habían estudiado juntos en el mismo colegio y siempre la defendía de las trifulcas, por triviales o infantiles que fueran. Cuando se marchaba de la habitación, ambos satisfechos de los polvos intercambiados, besaba su boca, acariciaba su rostro y, una vez más, todo su cuerpo desnudo como si la primera vez, luego, le deseaba las buenas noches, arropándola mientras mostrándole constantemente un cariño infinito por ella.

Alejandro, durante el día, y cuando se veían en casa, apenas si paraba dos minutos para charlar con ella y siempre para darle las buenas horas. Sólo se acercaba hasta donde estaba para decirle al oído que se pasaría esa noche por su habitación. Pero tenía el don divino que, cuando la tomaba entre sus brazos, ella tenía que morder la almohada para no gritar de gozo. Más tarde, con su peculiar forma de ser, Alex se levantaba de su lado marchándose sin despedirse ni mirarla una sola vez. La prueba palpable de ese materialismo tan personal la tuvo cuando la entregó a Sergio, no contó para nada con ella.

Salió de Sergio alquilar un pequeño apartamento para encuentros semanales entre los tres. Igual que ocurrió con la incorporación de éste al dúo amatorio. Los dos hombres habían hablado del pisito estando en la habitación de ella después de haberla follado los dos a la vez. Tampoco la consultaron, decidieron ellos mismo hacerlo así y Vero se la comían los demonios. Pero se fijó en un detalle propio; ese desprecio que ellos hacían a su persona, la prepotencia de los dos machos que la tenían a ella como el centro de sus necesidades sexuales, le despertaba aun más su lívido sexual, aquellos dos hombres conseguían que sus ovarios enloquecieran produciéndole, dentro de ese ultraje a su condición de mujer, conatos de orgasmos que procuraba controlar apretando fuertemente su sexo entre los muslos segregando flujos irremisiblemente. Ese conocimiento por la humillación la llevaba a los deleites más tremendos que recordara. Entonces comprendió que así era feliz, le gustaba sentirse degradada, ser la cierva de los dos sementales incestuosos. Pero se dijo también que era su secreto. Jamás lo reconocería ante ellos.

Desde que alquilaron el pisito para los encuentros amorosos habían pasado más de dos meses. Se veían en él una o dos veces por semana, normalmente los viernes y el sábado. Los dos varones, que pertenecían a un grupo reconocido de montañeros, convencieron a su madre que deseaban que la joven se integrara como miembro montañero. Estando ella bajo la protección de sus hermanos, la madre aceptó gustosa.

Verónica se encontraba en medio de los dos, acostada en el suelo y de lado, desnuda completamente. Sus senos eran agasajados por un par de manos sabias y distintas, sus nalgas, compartidas también, eran estrujadas algunas veces con brutalidad por la necesidad de posesión siendo intercaladas para apoderarse del sexo que rezumaba olor y flujos. A cada rato la vulva era sometida por dedos que se introducían en su vagina y corrían hacia arriba y abajo, por entre los labios mayores, masajeando o pellizcando los suaves labios menores, apoderándose o peleando por el clítoris irremisiblemente crecido, electrizado y abocado al estremecimiento constante de los contactos bruscos y fuertes de todos los dedos que lo estimulaban sin cesar. La joven, por su parte, ya sabedora del arte amatorio, blandía en sus manitas los dos penes venosos, gruesos, erectos y húmedos, trabajándolos con devoción, agasajando la cabeza de los glandes con los dedos pulgares, preparándose para sentarse o inclinarse para degustarlos en su boca sedienta. Vero se encontraba sacudida continuamente por la pasión de todas las caricias recibidas.

El timbre de la puerta de la calle sonó tres veces, insistentemente.

De pronto a Vero le entró el terror por todo el cuerpo. No pudo achacarlo a qué, tan solo supo que iba a ocurrir algo que cambiaría la actual situación del trío. Quedó fría, la piel se le puso de gallina y cambió el color. Sergio, siempre atento, se dio cuenta de ello preguntando con los ojos.

-No sé, Sergio… –Pudo comentar Vero entrecortadamente- Pero algo gordo va a ocurrir si abrimos esa puerta.

-Ponte la bata y vete a ver quien coño es, Vero –Ordenó Alejandro sin importarle el estado de ánimo de su hermana -¿Quién será el cabrón que viene a joder o la cabrona de la vecina a pedir algo?

-No, Alej, déjalos estar ¿Qué nos importa quienes sean? Vamos a lo nuestro, por favor

-Vero, estoy caliente como un burro y con ganas de follarte ¡Anda! ve de una puñetera vez y mándalos al carajo.

-La chica tiene recelo por una premonición que ha sentido. Yo la creo ¿Por qué no vas tú, machito de mierda? Vamos los dos, si la poya se te encoge por el miedo.

-¡¡¡Veroooo!!!

Verónica ya se había puesto la bata atándola a la cintura mientras dirigía sus pasos a la puerta de la calle. Las largas y perfectas piernas perdieron fuerza creyendo que se iba al suelo redonda. Dos potentes brazos la sostuvieron apoyándola contra la pared, unas manos jóvenes, suaves y bien cuidadas tiraron de las hombreras de la bata hacia abajo desnudándola hasta la cintura. Los medianos y rectos pechos de muchacha de dieciséis años cimbrearon quedando expuestos. La lozanía que mostraban los hemisferios y todo lo demás era demasiado, inclusive para los dos hombres que habían aparecido detrás de la jovencita. Todos quedaron emocionados por el deseo de tenerla.

Quien había aparecido era Pablo, de los hermanos el segundo. Verónica, desde niña, le había tenido respeto que no miedo. Siempre había sido de naturaleza dominante con todos y, sobre todo, con las mujeres, como su padre ya muerto. Las chicas hablaban de él como de un chico perversamente atractivo y muy sensual pero déspota y muchas veces inhumano capaz de llevarlas de calle tan solo con su verbo. Más de una vez, Vero, cuando la amonestaba, bajaba los ojos dominada por él. No lo podía remediar y todo su ser se estremecía sin comprender aquel efecto. Alejandro apenas tenía contactos con él, éste se había marchado de casa algunos años atrás. Sergio era el único que le hacía frente y Pablo, cinco años mayor, le daba de lado esgrimiendo una salida de tono sin sentido.

Ahora lo volvía a tener frente a ella, tocándole los pechos, mostrando tanta naturalidad y confianza que más parecía que siempre los había tenido en el hueco de sus manos. La joven estaba paralizada, sus temores se habían cumplido con creces y la nueva situación aparecía ante ella y para el resto de sus amantes distinta, caótica por ser Pablo quien era. Miró primeramente a Sergio y luego a Alejandro. Los dos estaban tan sorprendidos y atónitos como ella misma, incapaces de sacarla del círculo de influencia del intruso, que pedía a gritos un hueco en el grupo y la misma atención por parte de ella.

-¡Hola, hermanos! Habéis sido unos desconsiderados conmigo. Queríais a la putita sólo para vosotros, gozando de esta zorra folladora sin mí. Malo, malo, me debéis una explicación muy exhaustiva, chicos. Ahora estoy aquí y quiero también entrar a formar parte de la tropa o se va a enterar quien no debe y hasta los esquimales de Laponia que os tiráis a la golfa de nuestra hermana en un pisito alquilado ¡Qué! ¿Pactamos el acuerdo como los tres mosqueteros que vamos a ser en adelante? Podemos adaptar el lema de esos mosqueteros, pero apropiado a nosotros mismos "Todos para una guarra y la guarra para todos" ¿Qué os parece?

-Pablo, no tienes derecho a… -Sergio estaba pálido y muy serio. No le gustaba aquel lenguaje para la chica, no se lo merecía –Modera tu vocabulario, tío, estarías más guapo.

-¿Qué derechos es el que no tengo, imbécil? ¿Vosotros sí y yo no? Pero ¿En qué país de mierda crees que vivimos, tío? ¡Anda ya que te den por culo! A la zorra esta nos la vamos a follar los tres juntitos, guste o no. Os he pillado yo solo, tíos, no tenéis más cojones que dejarme participar.

"Sergio ha sido el único que ha cuidado de Vero, pero tú, bocazas –Miraba a Alejandro con asco- no haces más que hablar y hablar con tus amigos, que son los míos también, que estás follándote, desde hace tiempo, a una pariente más puta que las gallinas. No he tenido más que sumar dos más dos y vigilarte de cerca. Tú mismo me has traído hasta aquí. Éste es el culpable, zorra –Y señalándolos exclamó -¡A joderse toca, sementales!

-Propongo dejar esta situación incómoda y volvernos a casa. Vero es aquí la perjudicada de verdad –Dijo Sergio buscando una salida que no tenía sentido- Dejémosla en paz, es muy joven ¿Vale, hermanos?

Pablo echó la cabeza hacia atrás soltando una risotada que contagió a Alejandro.

-¿Por qué no dijiste esto cuando sorprendiste a Alej en la habitación de ella? No, se te calentó la polla verla jodiendo con éste y luego quisiste tirártela tú también. Entonces no te importó exigir tus derechos como lo estoy haciendo yo ¡No seas tan hipócrita y canalla! Somos tres, la putita puede con nosotros y más si la familia fuera mayor ¿Verdad, golfita? –La miraba con ojos de todopoderoso, brillantes, triunfadores- Vete tú si quieres con esos pruritos tontos de salido a destiempo y, claro, si tienes cojones, que está por ver.

-¡Este tío es un imbécil integral! ¡Pero un auténtico idiota del culo! –Casi gritaba Alejandro incómodo por el momento que estaban viviendo- ¡Anda ya, tío! Como dice Pablo, márchate si lo deseas ¡Pero no vengas con moralidades sin sentido! Pablo y yo nos vamos a llevar a la putita para adentro y comenzaremos a follarla. Estoy que se me revienta la verga de las ganas. Vega, Pablo, tráela aquí y empecemos ya.

Verónica no salía de la tremenda sorpresa recibida ni de lo que estaba escuchando. Nuevamente las negociaciones por la posesión de su persona estaban ahora a tres bandas, sin tenerla en consideración. No lo podía creer. Se revelaba con todos sus sentidos pero su cuerpo, contrario al horror y la indignación que estaba viviendo, pedía ese campo de batalla que los varones libraban. Toda ella se estremecía de puro placer con la discusión de los tres locos, los ovarios se retorcían con estremecimiento total en su bajo vientre, la vagina puñetera se llenaba de flujos que mojaba la entrada y saliendo al exterior por ambos lados de sus ingles. Mojando, con pequeños afluentes, los sugestivos muslos y su mente se negaba a aceptar aquella nueva humillación pero todo su ser estaba revolucionado contra la orden cerebral y la dignidad personal ¡Estaba perdida! Cerró sus bonitos ojos llenos de lágrimas mientras se la llevaban medio desnuda y cogida de ambas manos para la cómoda sala. Cuando los abrió se encontró en medio de sus tres hermanos, erizada la piel por el deseo que le salía por los poros, encendida por las ganas de sentirse poseía a tres bandas, se dio cuenta de que era verdad lo que había dicho Pablo: era una puta y una zorra folladora.

Vera dejó que la condujeran al salón manteniendo los ojos cerrados, al rato, se encontró en el centro del salón, con tres hombres totalmente desnudos, mostrando unos miembros potentes de venas hinchadas y verdes, jóvenes, grandes, gruesos y tremendamente erectos. Se estremeció de puro gozo, su piel volvió a quedar de gallina y los vellos del cuerpo de puntas. El pensar tan solo que la iban a follar por partida triple le dio terror pero por nada ni nadie del mundo lograría quitarla del centro que formaban el grupo de hombres. Tres pares de manos comenzaban a recorrerle el cuerpo, se filtraban por la entrepierna, nalgas y una serie de dedos atrevidos y ávidos de ella se colaban por sus orificios y boca de tal forma que le cortaba la respiración. Los miró uno a uno pidiendo clemencia, solicitando que la dejaran ser ella misma pero no era posible, con la expresión en el rostro de perra en celo que debía de tener al sentirse tan sobada tenía que ser una carta de aceptación para que el trío se lanzara ciego sobre su cuerpo como hienas. Vero, por su coqueterismo juvenil se sabía guapa y deseable. Que los tres la contemplaran desnuda y entregada a la pasión que la dominaba era comprensible a todas luces.

Sus senos tuvieron una nueva y desagradable experiencia al ser los pezones pellizcados y estirados hasta hacerla gritar de dolor. Supo enseguida que se trataba de su hermano Pablo. Hasta la fecha ninguno de los dos anteriores la había querido introducir en placer a través del dolor. Ese sufrimiento lo recibió también en sus nalgas con palmadas sonoras y dolorosas que sorprendieron a Sergio y a Alex. Un tratamiento especial en la vulva más expeditivo dejaba notarse porque sus labios mayores, después de un castigo, eran estrujados con furia, luego, esos mismos dedos brutales se metieron entre ellos poseyendo a los menores, estirándolos hasta obligarla nuevamente a gritar y babear de excitación, sin poderlo evitar. Su clítoris era igualmente ultrajado en la masturbación hasta llegar a creer que se le rompía de puro gusto.

¡Qué sensaciones tan extraordinariamente maravillosas estaba conociendo! ¡Qué forma asombrosa de ser amada experimentaba por primera vez! Jamás pensó que el dolor fuera parte de placer sexual Era demasiado joven e inexperta, a pesar de tener más de tres años de relaciones continuadas, ningunos de los dos amantes primeros la habían echo estremecerse tan imaginativamente como Pablo. Nunca pensó, cuando Alex la violó aquella noche, que más de un trienio después complacería a tres hombres en un apartamento extraño.

La habían puesto de rodillas y tres señoras pollas, totalmente erectas, estaban frente a su rostro conminándola a que las degustara. Las observaba con devoción, admiración pura y, doblando la cabeza a la izquierda, se metió la primera en la boca todo lo que pudo saboreándola con gusto, apretándola con la lengua, al tiempo que la exprimía contra el cielo ***del paladar. Su mano izquierda acariciaba continuamente la bolsa escrotal que estaba hinchada. Con la derecha masajeaba, a intervalos, las dos pollas que esperaban su turno. La muchacha, después de saborear el primer pene, se ocupó del segundo dándole el mismos tratamiento y luego del tercero que fue igualmente agasajado. Durante un buen rato se deleitó degustando y masajeando aquellos miembros que se endurecían cada vez más, que dejaba sus propios sabores en la boca. De pronto, Pablo se apartó de ella, se acostó en el suelo duro, su miembro tremendamente endurecido y, uno de los otros dos, la tomó por la cintura, la colocó en sentido contrario a Pablo y éste comenzó a succionarle el coño mientras ella volvía a meterse la polla de su hermano en la boca.

Su culo quedaba en pompa y Pablo lo estrujaba a placer abriendo las nalgas, enseñando a los demás su ano femenino lujurioso y morado. Hacían un perfecto sesenta y nueve libidinoso y el hermano mediano, indicando con los ojos la solera de ese culo, invitó a uno de ellos a poseerlo. Alex, más impetuoso, comprendió el mensaje poniéndose por detrás de Vero, flexionando las piernas, volvió a abrir las nalgas de ella y, sin más preámbulo, encajó su pene en el delicado esfínter empujando despacio hasta conseguir que medio pene quedara metido en sus entrañas. Vero soltó la polla de Pablo mirando para atrás con desesperación pero sin impedir el ataque traidor, luego, como si nada, volvió a meterse el miembro que chupaba con gusto. Sólo, cuando Alej logró introducirla toda, la joven gritó con fuerza echando el tórax para atrás, acusando el sufrimiento que le producía la sodomización canalla. Calló porque su cuerpo era totalmente contrario a cualquier razonamiento elemental de cordura.

Pablo, azotando los espacios libres de las nalgas, obligaba a Vero a quedarse quieta mientras él seguía mamándole el coño. No le importaba tener arriba a su hermano follando el culito bien hecho de ella. Alejandro comenzaba un coito más violento mientras la mujercita, soltando su miembro, gemía lastimeramente. A él le gustaba aperrear a las chicas que poseía cuando hacían dúo o trío, como era este caso. Vero estaba gozando aunque se quejara, era normal, pero se comprendía también que no era la primera vez. Sabía perfectamente que no todas las chicas eran capaces de aguantar una polla en sus entrañas, sin embargo, su hermana sí, era capaz de mantenerla dentro y dar cabida a dos más en sus otros conductos naturales aunque llorara por el dolor.

-"La chica es jugosa y dura como la madre que la parió" -pensó Pablo. Se mantendría así, saboreando aquel coñito sabio de dieciséis años hasta que Alex diera muestra de correrse.

Sergio era el que menos placer estaba recibiendo. Ella le tenía bien cogido el nabo y lo masturbaba cuando tomaba conciencia de su entorno. Vera, ciega como estaba, volvía a la razón, escupía la polla de su hermano Pablo y se metía de de él por un rato, pero no era suficiente porque ella volvía a la inconsciencia del éxtasis cuando el cabrón de su hermano le trabajaba muy fuertemente la vulva con su lengua. Y él necesitaba más y más.

Pablo consideró que ya estaba bien mamada su polla y que no quería correrse en la boca de Vero sino en el coñito de dieciséis años tan bueno que había gozado. Dejando de comerle el sexo hizo un movimiento brusco, se desprendió de la boca femenina y salió de debajo de Vero. Rió porque vio que ella quedaba asombrada. Sin más dilación hizo un giro en redondo y, volviéndose a meter por debajo de la chica, dejó a la altura de la vulva su polla totalmente tiesa como un garrote y ensalivada. Cogió la mano de ella y la llevó a su pene obligándola que se lo cogiera y lo dirigiera a su agujerito vaginal, entonces, ya acoplado en la entrada, obligó a la joven que se la metiera ella misma bien adentro dejándose caer sobre el miembro.

Vero no podía creer lo que le estaba sucediendo. Todo lo veía como lejano, en una alucinación onírica, una fantasía incomprensible pero que en ella era tan real como la vida misma. No hacía más de cuarenta minutos Pablo discutía a los otros el derecho a gozarla y ahora la poseía después de haberla hecho correrse de gusto. Sus bonitos ojos quedaron en blanco, luego bizcos y, por último mirando sin mirar a Sergio que aprovechaba el momento ideal para penetrarle la boca, la tomaba de los carrillos y realizaba un coito bucal salvaje. Ella percibía que iba a perder el conocimiento de tantas emociones fantásticas: su coño, su boca.... A todo esto ¿Quién estaba trajinándole el culo?

Cuando volvió a la realidad, Vero sintió totalmente empapada sus entrañas, la vagina y su boca con el gusto agradable del agrio dulzón de semen. Reconoció que había perdido la razón y que la recobró cuando sus hermanos, siempre de acuerdo en todo, eyaculaban gozosos en ella y la dejaban descansar por un rato tirada en el suelo.

Durante más de seis horas los tres pasaron por Vero cambiando de lugar. Se tomaron el tiempo necesario de descanso bebiendo güisquis que ella misma les servía, elegante, hermosa, caminando sensualmente entre ellos como sabía que les gustaba. Tan sólo cubría su desnudez un minúsculo delantal que apenas si intentaba tapar nada. Dos veces más volvió a gozar como si hubiera sido esa primera vez y nuevamente quedó transpuesta en medio de los sementales. Cuando terminaron quedó tendida nuevamente en el suelo enmoquetado, desfallecida, agotada totalmente, con sus dieciséis añitos bien dotados llenos de sensaciones maravillosas que la dejaron dormida y enrollada como si fuera un feto dentro de la placenta. Como de costumbre, Sergio, sin moverla del sitio, la cubrió con su propia camisa y la besó con auténtico cariño.