La amante (2)

Verónica se había levantado de la cama como una leona, dispuesta a echar a los dos machitos de marra de su habitación, a ponerles los puntos sobre las íes. Le extrañó mucho la aptitud del más pequeño. Sergio siempre había sido con ella un hermano cariñoso, amable y justo. Creía, y de eso estaba segura, en los derechos de la mujer porque muchas veces habían hablado de ello largo y tendido. No comprendía, pues, cómo se comportaba así con ella.

LA AMANTE

(Segunda parte)

Sergio, el hombre que toda mujer desea

Verónica, con dieciséis años, a pesar del complejo que la hizo tomar Alex, era toda una mujer espléndida de cara y cuerpo. En ese momento, en su habitación con Alejandro, estaba arrebatadora, con sus piernas totalmente abiertas y sus labios mayores de la vulva francos al coito, mostrando un sexo muy bien cuidado, ahora limpio de vellos, brillante por la humedad del coito, poseído por un pene grueso y brioso que entraba y salía de ella frenéticamente como deseando destrozarla. Tanto estaba gozando de aquel encuentro que no se dio cuenta que la puerta de su habitación se abría silenciosamente, que alguien entraba con sigilo, se paraba y los contemplaba. Ella sólo tenía los sentidos puestos en abrazar el cuerpo de Alejandro para rodearlo con sus piernas y sus brazos mientras la hacía suya, besándole las mejillas, mordiéndole los lóbulos de las oreja, reprimiendo los jadeos para no llamar la atención de la madre y hermanos más allá de los tabiques de su habitación. De pronto, sintió una presencia extraña, alguien más estaba en la habitación. Abrió los ojos como platos, aterrorizados, creyendo que era su madre. Fue cuando vio a un joven sonriente plantado frente a ellos.

-Hola, hermanita ¡Qué! ¿Follando a gusto, eh? Ya sospechaba algo de esto y os he vigilado muy de cerca –Quien hablaba era Sergio, de los varones, el más pequeño. Ahora sonreía abiertamente con malicia, pero con ojos bondadosos –Seguid, seguid, queridos, no os cortéis por mí.

Alejandro, con el rostro congestionado a punto de eyacular, sin dejar de embestirla ni perder el ritmo, giró un poco la cara, espetando.

-¡Sal de aquí, cabrón de mierda, y cierra la puerta! ¡Ah! Y chitón por lo que has visto o te parto el cráneo en dos nada más saber que lo has pregonado.

-No me voy a marchar, Alex. Os he descubierto. Tengo el mismo derecho que tú y quiero entrar yo también en el grupo. Si no es así, se me escapará por mi bocaza grande más pronto que tarde esta relación incestuosa y, si quieres pelea, tú mismo, hermano.

Verónica había perdido el resuello, su entusiasmo había desaparecido. Descruzó las piernas alrededor del cuerpo de su amante y las dejó caer pesadamente sobre el colchón. No podía hablar ni gritar, estaba paralizada por el espanto y la vergüenza. En cambio, Alejandro seguía follándola con el mismo entusiasmo, sin afectarle para nada la nueva situación.

No había pasado dos minutos cuando Alex apoyó con fuerza sus manos a los costados de ella, levantó el tórax con violencia castigando con su pelvis la pelvis de la joven en una tremenda corrida que inundó una vez más la vagina, los labios mayores y parte del pubis de una Verónica que era, en aquel momento, una estatua de sal a punto de convertirse en granos.

Al rato, Alejandro se separó de la chica sin tenerla en cuenta ni protegerla como sería lo normal en un hombre de bien. Quedo, entonces, al lado izquierdo de ella. Siempre imperó en él una descortesía despectiva que era parte de su personalidad. Taladró a Sergio con los ojos echando fuego, con semblante iracundo. No le gustaba ser sorprendido ni compartir a su hembra, como solía decir, pero se veía cogido y, si no negociaba con el hijo de puta de su hermano, tendría que compartirla. Se dobló de lado, arqueó el brazo en ángulo y apoyó la cabeza en la mano abierta.

-Bueno, vamos a ver ¿Tú te crees que ésta putita es una fulana? Pues no. Hace tiempo que estamos juntos, tenemos unos derechos que no tienes tu, tío. Debiste haber llegado antes ¡Anda, jódete y vete a cagar!

Sergio estaba sentado en el borde de la cama. Reía alegremente mientras miraba a su hermano a los ojos y su mano, después de acariciar el rostro rojo de vergüenza de la joven, la dejaba resbalar hacia los medianos y perfectos pechos, duros por la relación amorosa de unos momentos antes.

Verónica lo miró con espanto y, débilmente quiso apartar la mano masculina de ella, pero el chico seguía sin fijarse en el pavor que se reflejaba en ella.

-Tío, Vero no es tuya, además, baja la voz, te van a oír ahí fuera –Hablaba bajo, lo suficiente para ser escuchado -Lo mismo que folla contigo puede hacerlo conmigo, ahora mismo es de los dos, os he descubierto y me asiste ese derecho a ser uno más del grupo. No te pongas chulito conmigo, Alex, no te va.

-¡Vete de aquí, pedazo de cabrón! ¡Me cago en la hostia! –Se había levantado con furia y se enfrentaba abiertamente a Sergio. Éste, más chulo que un ocho, lo miraba desde su asiento en la cama mientras su mano derecha acariciaba ahora el estómago de su hermana, dejándola deslizar hasta el pubis femenino, y ésta que cerró violentamente sus piernas -¡Venga, tío! ¿No ves que no tienes nada que hacer aquí?

Alejandro se había puesto en pie con gran rapidez. La discusión, donde no se alteraba las voces, parecía interminable y sin viso de acuerdo alguno. Verónica, que también se había incorporado de un salto, se sentó en el centro del lecho tapando su cuerpo hermoso con la sábana mientras contemplaba con asombro y estupor la discusión bizantina sobre el derecho a su persona. La ignoraban olímpicamente.

-"¿Qué se han creído estos dos mamelucos?" –Pensaba encolerizada, rechinando los dientes- "¿Y yo no pinto nada aquí? ¡Me están tratando como un cero a la izquierda o como una puta que quieren compartir!"

Pero estaba aterrada, se había plegado totalmente a la cabecera de la cama, levantando las piernas, juntándolas contra los senos, abrazándolas y apoyando su barbilla sobre las rodillas. Verónica los escuchaba discutir sin comprender porqué no intervenía, seguía avergonzada y paralizada por aquella situación tan embarazosa. Tenía mucho que decir pero permaneció incomprensiblemente callada. En su interior, una sensación extraña y placentera hacía que ella le gustara sentirse objeto de aquellos dos. Una oleada de terror la invadió cuando escuchó que Alejandro consentía de mala gana.

-¡Está bien, tío, sea! Pero yo seré el primero siempre ¿Entendido?

-¿Por qué? Es una hembra joven, llena de recursos dispuestos por su naturaleza y los genes de nuestros padres. Podemos estar con ellas al tiempo, tú le follas el coño, la boca o el culo y yo le follo el culo, el coño o la boca y luego, realizamos intercambios pertinentes ¿Está o no acostumbrada al sexo diferente? Pues será hora de enseñarla más cosas, que conozca otros recursos sabrosos del que pueda sacar partido y gozar ¿No crees?

Verónica estaba a punto de estallar. Hablaban de adueñarse de ella sin tan siquiera mirarla, pedirle su parecer. No tenían la consideración de solicitar su permiso para disponer de su cuerpo –"¡Malditos par de cabrones pretenciosos!"- se decía en el colmo del asombro y la rabia –"¡Van a saber éstos quien soy yo ahora mismo!"

Pero no ocurrió nada de lo que la chica se propuso hacer.

Alex, resignado, se sentó en el sillón de estudio de Vero, un sillón venerado por ella porque su padre, cuando terminó primarias, le regaló. Unos meses después murió. Se sentó tranquilamente, dispuesto a presenciar y a mofarse de lo que le iba a hacer Sergio a la putita. Para él, el hermano menor era un sopla poyas por lo buenazo que era. La miró indignada y supo lo que él pensaba -"¿La habían descubierto? pues que se jodiera entonces, eso estaba claro. Ella, como mujer, no había tenido la inteligencia suficiente de mantener con discreción la relación -Las mujeres –le decía siempre que sospechaba peligro en la relación- sois torpes y pagáis con vuestros propios errores.

Verónica se había levantado de la cama como una leona, dispuesta a echar a los dos machitos de marra de su habitación, a ponerles los puntos sobre las íes. Le extrañó mucho la aptitud del más pequeño. Sergio siempre había sido con ella un hermano cariñoso, amable y justo. Creía, y de eso estaba segura, en los derechos de la mujer porque muchas veces habían hablado de ello largo y tendido. No comprendía, pues, cómo se comportaba así con ella. De pronto, arrebatada en su furia, sintió que era cogida por los hombros y atraída hacia el pecho masculino con delicadeza. Estaba tan indignada y ciega de rabia que no se dio cuenta que su hermano pequeño la miraba con arrobo, la abrazaba buscando su boca, acariciando sus nalgas redondas, duras y exquisitas.

La joven se revolvió en los brazos de Sergio y la ira se convirtió en pasmo cuando se encontró con una fuerza fuera de lo común. El sentimiento de posesión de su hermano era tan grande que abortó el furor dejando en su bonito rostro una sorpresa absoluta. El beso que estaba recibiendo en los labios era hermoso, profundo y excitante y por un momento quedó en suspenso su cólera. El chico, sin dejar de besarla, había pasado una mano, no sabía cual, por delante acariciando su sexo con tanta suavidad, exquisitez y destreza que ella, al poco, gimió de placer y su preciosa mata de pelos desgreñada se le erizó en la cabeza. La entrega incondicional de la primera vez con Alejandro volvía a repetirse nuevamente, ahora con Sergio.

-No…, no… quiero…, sois abominables... no, por favor –Sergio seguía hundiendo la boca en la suya llevando la lengua hasta la propia garganta. Una mano se apoderaba de su culo hurgando descaradamente en él, acariciando el esfínter, abriéndolo, llevando luego sus largos dedos hasta el perineo para alcanzar su vulva de una forma tremendamente paralizante. Con la otra, magreaba uno de sus pechos con tanta dulzura y ternura que Verónica, tendida totalmente en la cama, se vio vencida dejando caer los brazos –Sergio…, hermano, no…, no… no, por fav

La muchacha percibió que Sergio metía ahora dos dedos en su ano introduciéndolo lentamente, con precisión y seguridad. La violentaba un poco al tiempo que acariciaba aquella parte de su cuerpo ya poseída con anterioridad. Alex, cuando le llegaba el periodo, le hacía el culo. Un sentimiento de miedo la invadió como en otras ocasiones, pero el deseo de ser acariciada y penetrada por rincones de su cuerpo terminó por someterla y desechar los temores del dolor que la atemorizaba cuando sucedía.

No supo cuando sus bracitos rodearon el cuello de Sergio, cuando su boca respondió a la requisitoria de él, cuando su pubis se adelantó buscando la bragueta hinchada del joven ¿Lo hizo para vengarse de Alejandro? Seguía quejándose pero ella misma se oía lejos, insegura y estúpida. Todo su cuerpo quebraba en una pasión que la inundaba sin poderlo remediar y, cuando quiso darse cuento de la situación, Sergio ya tenía desabrochada la bragueta obligándola a acariciarle su hermoso y fuerte pene que señalaba al techo, gritando sin gritar aquel miembro fiero que quería perderse, a todas luces, dentro de ella.

Entonces Verónica se olvidó de sus temores anteriores, de la rabia primera, cerró sus grandes ojos y se dejó llevar. Durante un rato más estuvo siendo acariciada arrebatadoramente mientras lo masturbaba y, al rato, sintió que Sergio le ponía una mano en la cabeza empujándola hacia abajo. En su entusiasmo primero no tuvo mucho que pensar para saber lo que pretendía de ella. Y la babeante boca de labios rosas, normales y húmedos, conocedora ya de un pene lleno de venas negruscas y gruesas, se abrió para recibir aquella nueva joya que la solicitaba con insistentes golpecitos del glande sobre sus labios.

-¡Joder, tío, tienes arte amatorio para ser un mierdecilla de hombre! –Decía Alejandro sonriendo a su pesar, revolviéndose en el sillón, inquieto, admirado, erectando nuevamente por ver aquella escena que le pareció magistral –Pues te la va a mamar sin ayuda alguna ¡Joder, tronco! ¡Esto es ver para creer!

Sergio, sin permitir que Verónica sacara su polla de la boca para protestar, la tomó por la cintura y, lentamente, se sentó en el suelo tirando de ella de manera que la dejó boca a bajo, con el rostro en sus piernas abiertas. Él, sentado al contrario de la chica, introducía los dedos de su mano derecha por entre la unión de las nalgas metiendo, con lentitud y paciencia, dos dedos en el ano femenino. Poco a poco, sin prisa, los hundía moviéndolos en círculos, abriéndolo al tiempo, obligando que la muchacha dejara de mamar y mirara para atrás sorprendida de sentirse cogida así, observando con los ojazos totalmente abiertos la nueva situación.

Vero volvió a meterse la polla en la boca apretándola con la lengua contra el paladar, sin tocarla con los dientes (Alex la había instruido muy bien), paladeando el sabor dulzón-salado del esmegma mientras sentía cómo Sergio sacaba los dedos de su culo y los volvía a meter nuevamente, pero esta vez engrosados por otro más. Y fue cuando sintió las primeras punzadas de dolor en aquel sorpresivo ataque a una zona usada pero dolorosa. Volvió a sacarse la polla de la boca al tiempo que tomaba aire a bocanadas porque la excitación la ahogaba. El momento que estaba viviendo, aparte de punzante, era infinitamente fantástico, novedoso para la rutina sexual a la que el mayor la tenía acostumbrada.

A Vero le dio la sensación que los aros de su esfínter lo había estirado al límite, que lo tenía tan abierto que de un momento a otro la mano de Sergio se colaría tranquilamente hasta las mismísimas entrañas. En aquel momento, bajaba por el cilindro humedecido por su saliva para intentar meterse uno a uno los escrotos de aquel pollón en la boca y saborearlos. Comenzó a respirar con agitación, la embestida de los tres o cuatro dedos que sentía en su culo prieto y mimado la sacaba fuera de si, revolucionándola al máximo.

-¡Sergio…, Sergio, por fa…vor! –Y suspiraba ruidosamente queriendo chupar, con dificultad, el escroto peludo que ya tenía en su boca llena de pelos y saliva, la misma que se escurría por la piel rugosa de la bolsa escrotal –¡No pares…, no pares…, si no… quieres pero, por favor…! ¡Aaah!

Sergio sentía que la bolsa seminal se estremecía anunciándole que pronto expulsaría la cantidad de semen acumulado por la excitación tan tremenda que tenía. Retiró los dedos del esfínter femenino, tomó la juvenil cabeza cubierta por una mata de cabellos castaños y largos apartándola de su entrepierna. Vero quedó aturdida. Se levantó con esfuerzo tomándola por las caderas y, colocándola de cubito supino, abrió todo lo que pudo los bien formados muslos, separó con sus manos las nalgas y quedó a su vista un orificio anal bien abierto, bien trabajado, quebrantado y seguramente dolorido.

Con su pene totalmente mojado por los jugos salivares de la chica, Sergio se inclinó sobre la cadera femenina y escupió en el centro mismo de éstas hasta conseguir que el salivazo llegara al orificio estimulado y morado. Con sus dedos extendió el flujo introduciéndolo en el interior del mismo, luego, con lentitud, besando otra vez la boca de su hermana, que era lo único que se veía del rostro, el joven enfiló el prepucio hacia la entrada anal lentamente, saboreándola, observándola para controlar el dolor que le iba a infringir.

Acercándose al oído de Vero le susurró algo y la muchacha gimió aún más pero asintió con la cabeza. Lentamente, Sergio comenzó el coito sin que su hermana opusiera más resistencia. De pronto, Verónica dio un gritito apagado apoyando una mano suplicante en su pelvis para pararlo. Sergio así lo hizo y, al consentimiento gestual de ella, continuó sin precipitación. Más grititos, más consentimientos, más grititos y más consentimientos hasta que la chica, dando palmadas violentas contra el suelo, rogaba, con movimientos salvajes de cabeza y gemidos más agudos, que parase la acción. Sergio, a esa altura de la sodomización, volvió a acercar su rostro al de ella y dijo quedamente.

-Estoy al borde de introducírtela toda, cariño, por favor, un poco más y, luego, ya verás como gozarás de lo lindo.

La joven emitió un gruñido lastimero que revelaba llanto y, Alejandro, totalmente excitado y con su egolatría habitual, se masturbaba de forma descarada delante del rostro femenino, pidiendo a Sergio su intervención, sin prestar atención ni consideración al dolor que estaba padeciendo la única hermana y amante.

-¡Tío, tío, ponla de lado para tirármela yo también! ¡Joder, qué me voy a correr ahora mismo!

Sergio lo miró un instante, luego, levantó en vilo las caderas de Verónica por los muslos sin dejar de sodomizarla, la colocó de lado, apoyando la espalda de ella sobre su tórax y, pasándole las manos por las axilas, la tomo de los pechos. De esta forma, indicó a la muchacha que Alejandro quería follarle el coño. La joven levantó todo lo que pudo la pierna libre ofreciéndole un sexo excitado, libre, lubricado y dispuesto.

Para Verónica, el verse cogida por dos hombres a la vez fue una experiencia tan grande que, sin poderse contener, comenzó a gemir profundamente de puro gozo. Alex, más cerca de su boca que Sergio, se la cerró en un largo y profundo beso acallándola momentáneamente. Tener dos soberanas pollas vivas dentro de su cuerpo, casi tocándose, separadas tan solo por una pared cartilaginosa era de infarto. Se excitaba aun más la joven por el deseo sexual de los dos hombres. Fue una experiencia de la que nunca pudo imaginar que pudiera ser tan increíblemente maravillosa.

Sintió dolor cuando los penes la machacaban sin piedad, sobre todo el anal, pero no podía dejar de sentir esa excitación infinita fuera de toda explicación. Si en se momento la hubiera visitado la muerte comunicándole que se la llevaba para siempre le hubiera pedido morir siendo follada de esa forma. Agarrándose a Alex, mordió su cuello con fuerza para controlar los gritos que volvían a aflorar a su garganta. Se sentía totalmente llena, asfixiada por aquellos dos penes dominadores que la jaleaban sin reglas ni control, uno entraba y el otro salía una y otra vez y viceversa, sin parar, ambos respirando fuertemente sobre ella, buscando los dos hermanos su boca para inundarla con sus lenguas. Los dos machacaban culo y sexo con continuos golpes de ingles logrando estremecerla cuando brincaba al compás que ellos marcaban. Ya en el delirio de la enajenación, Vero se corrió más de dos veces y Alejandro mostraba en su cuello tantos chupetones como orgasmos tuvo la muchacha.

Los dos llegaron casi al unísono. Fue el mayor el primero en inundar su vagina de semen caliente, esta vez sin salirse de ella, agarrándose con una mano a una de las tetas y con la otra en la cintura para acercarla más y más a él mientras eyaculaba con toda su fuerza vital.

Sergio la tenía cogida por los hombros y, en el momento crucial del orgasmo, su ajetreo se avivó aún más. El pene taladraba el esfínter de su hermana con brutalidad produciéndole un daño que, por la emoción del coito, los dos no se dieron cuenta y a Vero se le agrieto la entrada anal. Pero, en cambio, recibió otra generosa ración caliente en el interior de sus entrañas que la joven creyó que todo su ser iba a salirle por la boca.

Para los tres aquel final fue apoteósico. Quedaron quietos, extenuados y sin ánimo de moverse. Los penes, a medida que disminuyan, fueron saliendo por sí solos del cuerpo de la muchacha. Entonces, los dos hombres se retiraron de ella gozosos, uno a cada lado de la joven.

Vero quedó tendida de lado, destilando flujos seminales y orgásmicos por delante. Por detrás, la joven percibía un hilito fino que le salía del esfínter abierto corriéndole por la nalga izquierda y llegaba al suelo. Estaba tan fuera de sí que creyó haber perdido el conocimiento. Respiraba agitadamente y sus ojos estaban abiertos, en blanco y fuera de sus órbitas. No se dio cuenta que el tiempo pasaba y que Alejandro, una vez recuperado, se levantaba de su lado saliendo de la habitación con pasos lentos. No se despidió.

Ella estaba muy feliz, encogida toda como si fuera un bebé recién nacido. Dejó que el sueño la venciera con una sonrisa en la boca. Percibía lejanamente que su cuerpo, totalmente desnudo, se enfriaba a cada momento.

La muchacha se despertó estremecida de frío, estaba tapada con algo pero seguía desnuda y con la piel erizada. Quiso levantarse del suelo para ir a la cama y un dolor anal la hizo quejarse lastimeramente e intentó levantarse con cuidado. Tuvo la certeza que el culo lo tenía dañado, agrietado por la punzada que sentía al ponerse en movimiento. Un tenue rayo de luna se colaba por la ventana pero casi no permitía ver nada de la estancia. La puerta de la habitación se abrió y la figura de un hombre joven quedó encuadrada en el marco. Vero miró la figura y se asustó, quiso recular pero el dolor no le permitió seguir más allá.

-Tranquila, Vero, no tengas miedo. Soy yo, Sergio. Traigo algo que te aliviará el destrozo que te he causado. Lo siento, hermanita.

La tomó entre sus brazos y la depositó en la cama boca abajo. Hurgaba con cuidado en el ano y la mujer sentía cómo era limpiada con esmero. Más tarde depositaba algo fresco en el agujero y unos polvitos alrededor del aro anal agrietado que la hizo quejarse nuevamente por el escozor, luego, siempre con cuidado y cariño, untaba el esfínter con una pomada fría que la alivió al instante.

-Te vas a encontrar muy bien mañana y podrás caminar, preciosa. Estaba preocupado, vine dos o tres veces para ver si estabas despierta y curarte. Bien, ya está. Ahora descansa.

Sergio la arropó, besó su boca y se marchó como vino, en silencio. No había encendido la luz, todo lo hizo en la oscuridad y Vero se lo agradeció de corazón. Volvía a sentir vergüenza, no sabía ya el porqué, pero se encontraba muy feliz. Quedó totalmente convencida que desde ese mismo día no tendría un amante sino dos. Cuando lo vio salir de la estancia pensó que su hermano Sergio era el hombre bondadoso que toda mujer desea en la vida. Mientras continuó despierta se decía que una hermana no debía pensar así de un hermano. Pero ahora los dos eran ya para ella muy especiales. También pensó que se estaba metiendo en un buen li… No concluyó su reflexión porque se quedó profundamente dormida.