La Ama: Las Primeras Impresiones Cuentan
Lucia es una mujer liberada e independiente que disfruta plenamente de la vida que tienen. Acurre lo mismo en su alcoba en la que ella es la dueña de su propio placer, disfruta dominando a los hombres, sometiendolos a su vuluntad y enseñandoles cuanto se disfruta estando debajo de sus tacones.
Si le preguntas a Lucia como le gustan los hombres te será completamente sincera, altos, morenos, atractivos.... y sumisos. Los dos últimos requisitos eran indispensables, faltaría más. Si había algo que ella odiaba es que cuando se pensase en un hombre sumiso viniese la imagen a la cabeza de un hombre poco atractivo, sin autoestima, un pene minúsculo y poco más que un despojo humano.
Había tomado el camino de la dominación porque eso era lo que a ella le ponía, mandar, dominar, hacer su voluntad. Y lo que no le excitaba nada era un hombre sin atractivo, personalidad y nada que ofrecer... para eso prefería comprarse un perro y seguro que hasta era más útil. Por ello no tomaba a cualquiera, debía ser atractivo y sumiso, sin ambas cosas simplemente lo rechazaba. Por que ¿qué sentido tenía intentar doblegar a alguien que no deseaba ser doblegado? ¿o que ganaba ella con mandar sobre alguien que no la excitaba lo suficiente? La respuesta era sencilla. Absolutamente nada.
Candidatos no le faltaban, sin embargo no guardaban la proporción adecuada de las cualidades que a ella le eran indispensables. Con el tiempo y con la edad se había vuelto muy exigente e intransigente en cuanto a sumisos se debía. A sus 34 años no quería perder el tiempo con niñatos que no sabían lo que querían o con desesperados sexuales que solo buscaban el morbo de probarlo todo. Desgraciadamente para ella, esta clase de individuos abundaban demasiado y era agotador rechazarlos.
Lucía salió del bufete en donde trabajaba y estuvo tentada de comprarse un paquete de tabaco. Hacía unos meses que lo había dejado pero la frusración hacía que los deseos de recaer fuesen más fuertes, sin embargo, se contuvo. Si había algo en lo que ella era experta era en el control y más aún el el suyo propio. Le gustaba ser dueña de la situación así que al pasar por al lado del quiosco ni siquiera pensó en detenerse. Siguió andando por la acera apenas ocupada por unos cuantos transeúntes. El día era ventoso y gris, no amenazaba lluvia pero las tenues y pálidas nubes no dejaban al sol asomar sus rayos.
Giró en la esquina a la derecha automáticamente y entró en el local donde solía tomarse el café por la mañana. El viento mantenía a la gente a cubierto y el sitio estaba demasiado abarrotado para su gusto. Fue a la barra y se coló por un hueco entre dos obreros y una anciana.
- Café solo, por favor -ordenó dirigiéndose al camarero que la había visto llegar.
El asintió y le pidió un momento. Se dio la vuelta en la barra y esperó contemplando el local. Barrió las minúsculas mesas apiñadas y alguien captó su atención. Sentado solo en una mesa, un hombre moreno se miraba y retorcía las manos con preocupación. Lucía se movió un poco para distiguir su cara vio que también tenía un gesto preocupado y había algo mas. Angustia.
Reconoció esa expresión tan familiar para ella. La había visto en muchos hombres que habían estado bajo su dominio. Era inconfundible para Lucía además hacía saltar algo en su interior. Captada su atención se fijó aun más en el. Vestía una camisa apretada de rayas verticales. Era de esa clase de hombres que tienen una belleza ruda y salvaje. El pelo negro era una mata corta y algo revuelta, la barba de unos días sin arreglar le daba un aspecto duro y por lo que ella alcanzaba a ver estaba bien formado.
Se contuvo de soltar un ronroneo y de acariciarse en medio del local lleno de gente, tan solo sonrió con satisfacción. Aunque ella era una Ama, le gustaban y excitaban los hombres, y si bien el atractivo del hombre era evidente, era su postura y su expresión lo que habían encendido un fuego entre sus piernas. Una voz a su espalda llamó su atención y se dio la vuelta. Su café. Con una sonrisa pagó y sin pensarlo se acercó para hacerle compañía a aquel hombre que había despertado su interés. Se aproximó a él por su espalda pues quería tomarle por sorpresa.
Si no te importa, voy a sentarme contigo -dijo colocándose a su lado con voz amable y clara. Pero aunque sonaba amable no había pedido permiso para sentarse, pedir no era algo que estaba en ella y disfrutaba más suavizando las ordenes, disfrazandolas de amabilidad. Él se sobresaltó un poco pues parecía estar concentrado pensando en algo y levantó la cabeza sorprendido aun con la expresión de preocupación en su cara.
Claro -acertó a decir cohibido lo cual complació a Lucía. Su instinto no se había equivocado, había algo... vulnerable en él.
Lucia -dijo colocando el café en la mesa y sentándose a su lado lo bastante cerca pero no demasiado.
Lucas -contestó él estrechándole la mano y haciendo contacto visual con sus ojos por primera vez. Eran claros y marrones, algo más oscuros que la miel enmarcados en unas pestañas que habrían sido la emvidia de muchas mujeres.
Lucía le devolvió el apretón y deliberadamente acarició su mano antes de soltarle. Las manos de Lucas eran suaves y algo asperas, grandes, de dedos alargados y muy masculinas. Él se dio cuenta de la leve caricia y se llevó las manos a su regazo, cohibido. Este gesto encendió a Lucia por completo y supo que estaba delante de un diamante en bruto. Lo más interesante que había encontrado en mucho tiempo y enseguida supo que quería hacerlo suyo por completo. Dominarle y hacerle suplicar, enseñarle hasta que punto podría disfrutar debajo de sus tacones.
Que vendaval -comentó Lucia acomodandose en el asiento sin dejar de mirarle. El no la miraba por mas de unos segundos. -Lo siento, pareces preocupado y yo molestandote con el tiempo -añadió en tono comprensivo al ver que el no contestaba. Eso le hizo reaccionar.
No te disculpes, no estoy muy católico hoy -dijo mirándola por fin, ella le ofreció un gesto comprensivo que esperaba que le hiciese hablar. Funcionó. -Tengo algunos asuntos que me traen de cabeza, asuntos... legales -explicó con una voz profunda, grave e insegura.
¡Ah! -dijo Lucía alegremente -pues entonces es una suerte que haya decidido sentarme contigo -el la miró sin comprender -trabajo en el bufete que hay a la vuelta de la esquina -su cara mostró alivio y algo de luz -a lo mejor puedo ayudarte.
No... -dijo el con una sonrisa cohibida -no quiero aburrirte con mis problemas, además no podría pagarte -explicó.
Lucía le mostró su sonrisa más picara y se inclinó un poco para hablarle más cerca. La repentina proximidad le permitió captar su olor, una mezcla de almizcle y hombre que la provocó profundamente.
No tienes que hacerlo, además en el bufete tenemos un departamento que se ocupa de casos como el tuyo, que no pueden permitirse una... representación especializada -explicó de modo resuelto y algo oficial.
¿De veras? -dijo esperanzado.
Claro -dijo ella mirando sus labios rojizos y gruesos rodeados de barba negra -dime qué clase de problema legal tienes y después te llevaré allí.
Al principio vio la duda en sus ojos pero finalmente se rindió. Lucía solo esperaba que ocurriese lo mismo con lo que tenía pensado para el. Le habló de que su socio de negocios se la había jugado, dejándole un agujero enorme de deudas, y que seguramente estaría perdido en Brasil disfrutando del dinero que tanto le había costado a él ganar. Además le contó algo más, que debido a ello, su novia le había dejado tirado y que había perdido gran parte de sus contactos.
Tras asegurarle que después del café lo llevaría al bufete el le dio las gracias vehementemente. Lo cual no hizo más que confirmar la intuición que Lucía había tenido con él, que era un sumiso en potencia. Un sumiso que no sabe aun que lo es.
Lucía salió del bar con decisión y caminó resuelta por la calle hasta el bufete. Sus tacones negros resonaban. Lucas iba a su lado, ligeramente por detrás... como un perro que sigue a su amado amo. Subieron en el ascensor, ese tiempo lo aprovecho Lucía para entablar una conversación algo más informal con él. Además reafirmó su convicción de hacerle su sumiso. Ahora solo le faltaba un modo de abordarle y no asustarle.
Dejó a Lucas en el departamento apropiado, le explicó a su compañera su situación y les dejó solos para que solucionasen su problema. El le dio las gracias de nuevo y ella le dedicó una sonrisa satisfecha y el el fondo algo malvada. Lucía volvió a sus despacho a ocuparse de unas cuantas cosas. Atendió dos llamadas y revisó un caso pendiente cuando el teléfono volvió a sonar.
- ¿Mi ama? -dijo una voz masculina al otro lado.
Algo negro, oscuro y violento creció en su interior. Conocía esa voz, era un sumiso que había tenido no hace demasiado, un hombre que resultó ser muy frágil por dentro y al que había despachado por su enfermizo deseo de ser golpeado. Francamente a ella no le gustaba golpear y resultó que él era lo único que quería. Respiró hondo y dejo que la ira se extendiese de modo controlado en su interior, habló con él en tono duro y le dejó claro que no había marcha atrás, que nunca sería su ama y que si volvía a molestarla el castigo no sería para nada de su agrado.
Tras colgar, y aún enfadada se fijó en que la puerta estaba entreabierta y un perplejo ojo color miel la miraba por la rendija de la puerta. Sorprendida controló el sonrojo y levantó la cabeza orgullosa.
- Pasa -ordenó con voz dura y autoritaria.
Lucas entró en su despacho y se quedó de pie frente a ella. Lucia cruzó las piernas y se recostó en la mullida butaca observandole enfadada y también excitada.
Solo quería pasarme a darte las gracias -dijo Lucas -ha sido una suerte encontrarte y... bueno, creo que podéis ayudarme, es un alivio inmenso, nunca podré agradecertelo lo suficiente.
¿Cuanto has oído? -preguntó seria, taladrando sus ojos color miel.
¿Cómo dices? -dijo el fingiendo que no sabía de qué hablaba.
No me mientas -dijo alzando la voz lo cual hizo saltar a Lucas muy levemente -se que dejé esa puerta cerrada y estoy segura que sabías que era una conversación privada -el agachó la cabeza, avergonzado -sin embargo... te quedaste a escuchar -añadió con una voz más suave y seductora, erótica pero igual de dura.
Yo... -empezó a decir.
Siéntate -ordenó Lucia, él lo hizo de inmediato. Lucía pudo comprobar lo abultado de sus pantalones y reprimió un gruñido de satisfacción. Se puso en pié y rodeó su amplio escritorio con deliberada lentitud hasta colocarse justo delante de él -Las primeras impresiones cuentan, no me pareciste estúpido cuando te vi en el bar así que deduzco por lo abultado de tus pantalones y porque aún sigues aquí, que has pillado la mayoría del asunto y que además te gusta.
Yo no... -empezó a decir Lucas levantando la cara hacia ella. Lucía colocó el tacón encima de su entrepierna, sin provocarle dolor y vio que no se equivocaba, estaba duro. Lucas movió las manos instintivamente hacia su pié pero ella le cortó.
Las manos quietas -dijo con voz autoritaria y añadió más suavemente -y a los lados.
Lucas obedeció sin rechistar, la miraba con fascinación y sus ojos brillaban con excitación. su boca estaba entreabierta como si respirase tras correr un tramo corto, compulsivamente se lamía los labios como si tuviese la boca como un desierto.
¿Eres... una... una..? -empezó a preguntar Lucas como si le faltara el aliento.
Una Ama, sí -dijo Lucía levantando las cejas confirmando lo que él pensaba. ¿Qué sentido tenía esconderlo? Después de todo, Lucía le deseaba también y estaba dispuesta a tomarle y adiestrarle como suyo.
No pretendía molestarte, ni inmiscuirme donde no me importa -dijo algo atropellado, Lucas trató de levantarse pero Lucía pisó con fuerza su entrepierna lo cual hizo que el gruñese de ¿dolor? Estaba bastante segura que le dolor le había producido placer. Apretó solo un poco más y sonrió al oir el gemido bajo de él.
¿Te he dicho que puedes levantarte? -le preguntó con autoridad pero con un tono bajo.
No -respondió Lucas.
¿No qué? -preguntó ella, quería escucharle las palabras mágicas ahora que estaba bajo su hechizo.
No... Ama -dijo Lucas tras una pausa.
Lucía bajó el tacón al suelo y se inclinó hacia adelante. Contempló con satisfacción como Lucas contenía el aliento cuando alargó las manos y desabrochó el cinturón de sus pantalones ejecutivos azules. Sacó la tira de cuero de su cintura y se movió a su alrededor hasta colocarse en su espalda.
- Las manos atrás -le ordeno en un susurro en su oído. Lucas obedeció de inmediato de nuevo y juntó las manos en su espalda, justo por detrás de la silla. Lucía ató sus muñecas con el cinturón de piel y las aseguró también a la silla de modo que no pudiese moverlas. Volvió a colocarse frente a él, el la miraba más fascinado que nunca y tragaba profusamente. Esa sensación de control la humedecía y excitaba. Cerró el pestillo de la puerta para no verse interrumpida y colocó una pierna encima de la silla en la que Lucas estaba sentado. Se levantó la falda que le llegaba por encima de las rodillas, deslizandola con lentitud por sus piernas y agarró la nuca de Lucas para atraerle hacia su sexo.
El mordisqueó y lamió el satén rosa de su ropa interior mientras ella sujetaba su cabeza a su antojo. Tras comprobar su obediencia y dedicación se quitó la minúscula tela y la colocó en la cabeza de Lucas antes de volver a colocar su boca contra su sexo. El gruñió al zambullirse entre sus piernas, chupaba con vehemencia y adoración. Su lengua jugaba y rebuscaba en cada pliegue intimo.
Lucía le apretó la cabeza contra su coño con fuerza, para que se ahogase y se perdiese en él, sus chupadas se hicieron potentes y desgarradoramente placenteras, hechó la cabeza hacia atrás y gimió encantada perdiéndose en el éxtasis y arañandole la nuca y el cuero cabelludo.
La lengua de Lucas danzó desenfrenada sobre su clítoris hinchado y enrojecido y sus labios se acoplaban a su intimidad con maestría dándole fuertes chupadas. Incapaz de reprimirse Lucía se corrió contra su boca, los espasmos le recorrían la columna vertebral, sus coño se contraía una y otra vez por el potente orgasmo y sin medir la fuerza, aprisionaba la cabeza de Lucas contra ella mas fuerte. Frotó su sexo contra su boca y su pinchuda barba hasta que exprimió cada gota de placer. Después simplemente se quedó quieta, aun con los labios de Lucas rodeando su clítoris. La lamía mas suavemente, con adoración, ella le acarició la cara y las mejillas, complacida. El siguió lamiendo su sexo, besándolo con pequeños besos.
Lucía bajó la vista para contemplarle. Aún seguía completamente empalmado, pero no encontraría satisfacción con ella hoy. Liberó a Lucas.
- En pié -ordenó Lucía, él casi saltó de la silla.
Con deliberada lentitud, Lucia le colocó de nuevo el cinturón y lo abrochó con fuertes tirones que hicieron que Lucas respirase fuerte. Le gustó que él no hiciese amago de limpiarse la boca ni quitarse la ropa interior de su cabeza. Le acarició suavemente la entrepierna hinchada.
Me has complacido -dijo suavemente y depositó un suave beso en sus labios. Era más alto que ella, pero ella era la que mandaba y controlaba la situación.
¿Cuando puedo volver a verte? -preguntó el con voz ahogada y fascinada.
Solo nos veremos cuando yo lo quiera -respondió ella. Le pareció que iba a replicarle pero no lo hizo - Cuando tengas que pasarte de nuevo por el bufete, ven a verme.
Él asintió y por un momento pareció que iba a inclinarse para besarla, pero no lo hizo. Lucía le quitó la ropa interior de la cabeza y se la guardó en el bolsillo del pantalón. Abrió la puerta del despacho y contempló como Lucas se alejaba, turbado y excitado.
Su entrepierna estaba empapada y enrojecida, acudió a las dos reuniones de la mañana sin ninguna ropa interior pues sus bragas las tenía Lucas, pero el recuerdo de su entrega y de esos labios... estaba deseando una nueva oportunidad de someterle a su voluntad.