La ama de casa
Un marido en paro descubre su verdadera vocación.
Hola a todas, me encantan los relatos que leo en todorelatos y he decidido escribir algo muy excitante que en estos momentos pasa por mi mente.
Todo empezó cuando yo me casé. Ella es una chica muy guapa. Se llama Lorena y es la niña más guapa de toda España. La conocí en la facultad de medicina y pronto nos dimos cuenta que estábamos hechos el uno para el otro. En Zaragoza empezó nuestra relación y cuando terminamos nuestras carreras nos mudamos a Madrid. ¿Por qué Madrid? Ella había encontrado trabajo allí y para mi iba a ser más fácil encontrar algo allí que en otro lugar de España. Pasaron los meses y ella seguía con su trabajo mientras yo me desesperaba, vivíamos juntos en un pequeño piso que ella tenía que pagar pues a mí no me salía ningún trabajo que me agradase para poder aportar mi parte de renta. Me empezaba a sentir ya algo inútil, alguien incapaz de tener trabajo y que era mantenido con el esfuerzo de su esposa. Eso me empezaba a parecer denigrante. Yo estaba todo el día en casa mientras mi mujer trabajaba para los dos.
Un día mi chica volvió a casa antes de lo normal por culpa de una indigestión que tuvo a la hora de comer y se llevó una grandísima sorpresa. Cuando entró en casa escuchó los tacones de otra mujer que corrían por el pasillo para no ser descubierta. Ella se imaginó lo peor, que yo estaba engañándola con otra mujer en nuestra propia casa. Pero su imaginación se quedó corta cuando abrió la puerta de nuestra habitación y vio a la mujer que ella pensaba le estaba poniendo los cuernos. Aquella mujer era yo. Sí, os preguntareis el porqué, al igual que Lorena se preguntó porqué yo estaba en casa con su ropa puesta intentando esconderme para que no me descubriese, pero que fue imposible. Ella entró en la habitación, me miró de arriba abajo y se quedó allí sin decir nada, mirándome con cara de asombro y a la vez de lástima. Yo estaba nerviosísimo y no sabía que decir, no tenía ninguna escusa para aquella situación y decidí contarle la verdad. Le dije que tanto tiempo sin trabajo me hacía sentir inútil, me dolía el hecho de vivir de su esfuerzo y en mí día a día como amo de casa había empezado a confundir mi identidad. Yo, de niño, siempre había deseado poder vestirme alguna vez como mi hermanita y me preguntaba quién dijo una vez como debían ir vestidas las mujeres y como los hombres. ¿Por qué no podemos vestir tanto hombres como mujeres como nos plazca? Esa pregunta estuvo rondando mi cabeza muchos años mientras yo sentía envidia de mi hermana. Cuando comenzó mi relación con Lorena pensé que esa estúpida pregunta no volvería a pasar por mi mente, pero el hecho de estar todo el día en casa solo y aburrido hizo que aquella pregunta volviese a pasearse por mi cabeza. Mi educación machista me decía que las labores de casa las debía hacer la mujer y el marido se encargaba de trabajar fuera del hogar y traer dinero para comer. Mi situación, mi educación y aquella pregunta que me rondaba la cabeza y me estaba volviendo loco empezaron a transformar mi forma de ver la vida. Empecé a creerme la mujer de la casa y que mi función en la vida era la de atender a mi hombre que era quien traía el dinero a casa. Poco a poco mi nuevo rol se iba formando y un día decidí empezar a usar ropa de Lorena para sentirlo más. Cada vez que Lorena se iba al trabajo yo me vestía con su ropa para adaptarme a mi nueva forma de ver mi vida. Sé que la sociedad está cambiando y el trabajo en casa cada vez está más compartido. La mujer ya no tiene porque ser la que limpie y cocine, el hombre también puede hacerlo pero aunque todo eso esté muy bien visto hay que admitir que los chicos de mi generación nos hemos criado en un ambiente muy machista respecto al tema de las labores del hogar. No sé si fue mi educación o que en realidad siempre he querido ponerme la ropa de mi hermana la que hizo que Lorena me encontrara aquella tarde así vestido.
Después de contarle a Lorena lo de mi deseo de ponerme alguna vez la ropa de mi hermana y que el hecho de tener que hacer las labores de la casa me hacían estar más a gusto con su ropa que con la mía, ella me cogió del brazo y así vestido me llevó al salón y me hizo sentar en el sofá para tener una trascendental conversación sobre nuestro futuro común. Sin cortarme un pelo me senté en el sofá cruzando las piernas igual que ella. Lorena se sentó junto a mí y vi como se le saltaban las lágrimas. Ella no se lo podía creer o quizás no lo quería creer pero esa era la realidad. Yo le volví a repetir que me gustaba el rumbo que había tomado mi vida, me sentía realizado haciendo las labores del hogar, me gustaba cuidar de que no le faltase nada a ella y que necesitaba vestirme con su ropa para sentir todo eso. Ella se quedó largo rato mirándome y me dijo que lo mejor era que yo empezase a trabajar y olvidar todo eso. Yo insistí y ella empezó a llorar desconsoladamente. Estaba viendo que nuestra relación se iba al garete por una extravagancia mía. Ella me dijo que me iba a encontrar trabajo y que yo tenía que dejar de comportarme así. Esa fue su idea desesperada para proteger nuestra relación pero yo no tenía ninguna gana de tirar la toalla. Había descubierto algo que de verdad me gustaba y así se lo hice saber. Ella me amenazó con dejarme y olvidarse de mí para siempre pero yo estaba atraído por mi nueva vida y le dije que aunque ella no me apoyase estaba dispuesto a llevarla a cabo yo solo. Lorena me miró con lástima y ternura a la vez y convencida por mi tajante decisión me dijo que me quería lo bastante como para apoyarme en cualquier decisión y que en realidad no tenía el suficiente valor como para abandonarme.
Así la situación, acordamos los parámetros de nuestra nueva relación. A partir de ese momento yo me encargaría de las labores del hogar de continuo, Lorena solamente me ayudaría los fines de semana y algún día libre que no tuviese trabajo. Ella quería una casa limpia, las camas hechas y la comida sobre la mesa cuando llegase de trabajar. Yo podía vestirme de mujer si así me sentía más a gusto, pero si me decidía por esa opción nuestra relación de hombre mujer terminaría radicalmente, yo debía trasladarme a otra habitación y ambos quedábamos libres para mantener otras relaciones, por supuesto, si esta era mi decisión, Lorena me apoyaría sin ningún rencor y me ayudaría en mi nueva vida. Yo estuve meditando sus nuevas normas y no me sentía capaz de perderla tan bruscamente así que le prometí no ponerme su ropa en ningún momento, yo me sentía capaz de hacer las labores del hogar sin tener que vestirme con sus ropas. Así estuvimos hasta que mi necesidad de vestirme como ella pudo con nuestra relación.
Era sábado y Lorena sabía que algún día iba a pasar. Aquella noche, mientras le hacía el amor, yo no dejaba de imaginarme en su posición. Quería poder llevar aquellas braguitas y aquel sostén, dormir con su camisón. Mi necesidad de vestir como ella era tal que me distraía y me hizo perder el interés hacía ella. Esa mañana ella no trabajaba pues era sábado y nos sentamos a desayunar juntos. Yo me decidí a hablarle sinceramente sobre mis verdaderos sentimientos y Lorena empezó a llorar. Me dijo que esperaba este momento con mucho temor, ella sabía que llegaría pero aún así no pudo contenerse. Me abrazó y me susurró al oído que me quería muchísimo. Yo le dije que también la quería y Lorena empezó a llorar más todavía. Al final me dio todo su apoyo y me dijo que me ayudaría en mi decisión. Así las cosas, preparamos la que a partir de ese día sería mi nueva habitación. Lorena me dejo limpiando mi habitación y preparando la cama y se fue de casa, me dijo que no podía soportar la situación. Cuando ya estaba todo listo oí la puerta, Lorena acababa de llegar justo para ver mi nueva habitación limpia y ordenada, ella entró y dejó varias bolsas sobre mi cama. Entre sollozos me comentó que sabía que esta situación se iba a dar tarde o temprano y se había permitido el placer de comprarme cosas para afrontar mi nueva vida. En las bolsas había de todo, desde ropa y calzado de mujer, todo de mi talla, hasta maquillaje y bisutería. Yo me excité muchísimo y me abalancé sobre ella dándole mil gracias y reconociéndole el dolor que había soportado comprando todo eso para su novio. Entre los dos fuimos colocando todo en los armarios de mi habitación y cuando terminamos le comenté mi enorme deseo de vestirme de mujer. Ella me dijo que había que hacerme unos retoques antes y primero íbamos a comer.
Aquella tarde empezó todo. Lorena me llevó al baño y me hizo desnudar, recogió mi ropa de hombre y me puso crema por todo el cuerpo. Al cabo de un rato me duché y vi como todo el vello de mi cuerpo se iba desprendiendo, cuando salí de la ducha, en mi cuerpo solo quedaba el pelo de la cabeza y algo alrededor de mi empalmado pene que Lorena recortó dándole una forma muy femenina. Seguidamente cogió unas pinzas y empezó a quitarme pelos de las cejas, el dolor era insoportable pero poco a poco se fue pasando y la dejé actuar. Cuando Lorena terminó me miré en el espejo y entre un cerco rojo de irritación se delineaban unas cejas muy delgadas y femeninas. Mi pene iba a explotar y Lorena se dio cuenta de mi enorme erección pero mirándome a los ojos y con mucha pena me dijo que ella no iba a mamar esa polla, me recordó sus reglas y sobre todo la que decía que si yo decidía vestir de mujer siempre rompía nuestra relación sexual hasta que yo decidiese volver a vestirme de hombre. Así que decidí masturbarme y mi polla reventó con el simple roce de mi mano. Lorena y yo fuimos a mi habitación y empecé a vestirme de mujer delante de ella con algo de vergüenza por la situación. Lorena me enseñó a ponerme el sostén y me lo rellenó con unos calcetines.
Después las braguitas y me enseñó a subirme los pantys sin romperlos, muy delicadamente, sintiendo su suave roce sobre mis depiladas piernas, fue excitante. Me puse un top muy ajustado de color plateado y una falda blanca que me llegaba hasta las rodillas. Terminé con unos zapatos blancos con un tacón de unos 5 cm. Lorena me enseño a caminar sobre tacones y cuando por fin empecé a andar con más o menos soltura sobre ellos me di cuenta que ya no me quería bajar de allí. Me senté en la mesa tocador que había en mi habitación y Lorena fue explicándome paso a paso como debía maquillarme, me fue diciendo para que servía cada cosa y como debía ponérmelo. Cuando me terminé de maquillar Lorena me puso una peluca rubia de media melena que me había comprado y me la sujetó con horquillas, acabé con unas gotas de perfume femenino y poniéndome un collar, unas pulseras, un reloj de señora y varios anillos. Me levanté de allí y fuimos caminando hasta un espejo grande que tenemos en el pasillo, mientras nos acercábamos, retumbaba por toda la casa el sonido de nuestros tacones. Lo que vi en aquel espejo se me ha quedado grabado para toda la vida. No me reconocía, ante mi había una chica guapísima. Yo no me podía creer que esa chica fuese yo, no había nada que me identificase con mi imagen de hacía tres horas, el cambio había sido total, solamente veía a una mujer rubia, mis nuevas cejas daban un toque muy femenino a mi rostro maquillado perfectamente y mi cuerpo estaba embutido en un precioso top con unos pechos perfectos, las medias daban una figura muy sexy a mis depiladas piernas y aquellos zapatos de tacón estilizaban mi figura levantando un poco mi trasero. Rápidamente me di cuenta de que así me sentía mucho más a gusto conmigo mismo y girándome hacia Lorena le dije. A partir de ahora mi nombre es Verónica.
El sábado por la noche lo pasamos las dos sentadas frente al televisor y pintándonos las uñas tanto de las manos como de los pies. Yo me las pinte de un rosa chicle y ella de blanco. Nos quedaron perfectas. Lorena me comentó que nunca se hubiera imaginado que algún día iba a estar sentada en aquel sofá junto a mi pintándonos las uñas. Las dos empezamos a reírnos. El día había sido agotador así que me despedí de ella y me fui a mi nueva habitación a acostarme. Me desvestí y me puse un camisón corto de raso de color negro. Mi polla se puso a mil pero decidí que mi nueva vida no me permitía hacer nada por ella así que me acosté sin vaciarla. Mientras viviese como mujer, solamente iba a hacer cosas de mujeres.
El domingo me desperté con la sensación de que todo había sido un sueño pero mi nueva habitación me devolvió a la realidad. En camisón salí a desayunar y Lorena ya estaba desayunando. Me dijo que no se hacía a la idea de verme así y yo le respondí que se fuese adaptando a mi nueva imagen, le dije lo que no hice con mi pene la noche anterior y que estaba decidida a seguir adelante sin ningún temor. Después de desayunar la oí hablar por teléfono y me dijo que me vistiese. Yo me duche, me di cremas por todo el cuerpo como Lorena me había enseñado y fui a mi habitación. Me puse ropa interior blanca y un vestido negro muy cortito, lo conjunté con unos zapatos negros con un tacón de unos 9cm y noté mucho la diferencia con los del día anterior. Empecé a caminar por mi habitación hasta que me adapté a caminar con aquellos enormes tacones, me senté frente al tocador y me puse muy poco maquillaje, me coloqué la peluca y me puse un collar, pulseras y anillos. Cuando estuve lista me contorneé frente al espejo del pasillo y salí al salón como una autentica mujercita, Lorena se quedó con la boca abierta, no se podía creer que hasta un día antes yo había sido su hombre. Al poco tiempo llamaron al timbre de casa y yo me quedé de piedra, no sabía quién podía ser y salí corriendo a esconderme en mi habitación. Oí como Lorena abría la puerta y hablaba con otra mujer, no sabía que pasaba cuando oí a Lorena que me llamaba, yo no quería salir y de repente se abrió la puerta de mi habitación y apareció Lorena con otra mujer, lo primero que pensé fue que esa otra mujer era alguna compañera suya del trabajo y la trajo para exhibirme ante ella como un bicho raro. La chica sonrió y se presentó como María, mi nueva estilista. Yo sonreí lo que pude y me acerque a darle dos besos, yo me presente como Verónica y ella me dijo que era muy guapa pero que ella iba a conseguir dejarme más guapa todavía.
Las tres fuimos al baño y Lorena trajo una silla para que yo me sentase. María me dijo que Lorena le había contado todo, que no me preocupase, que sabía de mi pasado pero que ella estaba allí para eliminar del todo ese pasado. Lorena pensó que haciendo todos los cambios tan rápido yo no podría soportar la presión y si en realidad todo esto era un simple capricho mío yo acabaría cediendo y dándome cuenta de que esto no era lo que de verdad quería, pero si por el contrario yo seguía convencida de seguir hacia adelante, habría que empezar a tomar otras medidas más drásticas. María empezó quitándome la peluca y lavándome la cabeza, después me puso una crema por todo el cabello y me lo cubrió, seguidamente me perfeccionó las cejas mientras mi pelo iba absorbiendo toda esa crema. Cuando terminó con las cejas me perforó las orejas y me puso unos aros pequeñitos haciéndome sentir muy mujer, aquella sensación me agrado muchísimo, tanto, que noté una tremenda erección bajo mi vestido, Después de un largo rato, María me descubrió mi cabello y me lavó la cabeza para eliminar restos de crema, mi pelo había perdido todo su color natural y ahora era amarillo pálido. Elegí yo el color del tinte que me iba a dar y me tiñó el cabello de rubio platino, dejó actuar el tinte y después me hizo un peinado muy femenino. Me hizo levantar y me llevaron ante el espejo del pasillo. Ahora sí que era una mujer total. Mi cabello natural era rubio platino con un corte muy femenino, de mis orejas colgaban dos pendientes que me hacían sentir muy mujer y mis cejas eran más finas todavía y pequeñas, estaba impresionante, las tres nos reflejamos en el espejo y no se notaba ninguna diferencia entre nosotras. Lorena esperaba una respuesta rápida y yo se la di sin titubeos, Voy a ser la ama de casa más bella de todo Madrid. Lorena sonrió y se le escapó una lágrima, se dio cuenta que yo estaba decidida a seguir para adelante.
Toda la semana estuve en casa sin parar de hacer las faenas del hogar, me gustaba mi nueva vida y estaba decidida a no cambiarla por nada del mundo, así se lo hice saber a Lorena varias veces hasta que ella asumió que había perdido del todo a su hombre, pero ahora tenía una nueva amiga. El jueves por la tarde ella libraba y me dijo que me preparase para la prueba de fuego, íbamos a ir las dos de compras, si yo estaba decidida a ser una mujer, necesitaba más cosas. El jueves yo estuve muy nerviosa todo el día, me puse una falda larga negra y una blusa blanca de raso muy ceñida, me calcé los zapatos de 9 cm y Lorena me dejó un bolso negro. Me maquillé muy discreta y me puse unos pendientes enormes que me dejó Lorena, un collar, varias pulseras y anillos, me puse unas gotas de su perfume y salimos de tiendas. Yo caminaba junto a ella muy asustada pero rápidamente ella se encargó de hacerme sentir segura de mi misma. Notaba como los hombres se nos quedaban mirando y eso me dio más alas, aquellas miradas me hacían sentir mujer del todo, nadie notaba nada, aquellos hombres miraban a dos mujeres guapísimas caminando por la calle, empecé a caminar muy erguida como lo hacía Lorena y hacía sonar mis tacones sobre la acera, con paso firme.
Llegamos al centro comercial y una a una fuimos entrando a todas las tiendas de señora que había. Me probé de todo, al principio me excité cuando estuve rodeada de chicas en los probadores y yo me iba probando todo lo que me gustaba sin que ellas notasen que yo era distinta a ellas, al cabo de un rato ya me parecía tan normal que mi pene dejó de molestarme durante un largo rato. Me compré mucha ropa, ropa interior, joyas, maquillajes de tonos que me favorecían más, calzado, un perfume que elegí yo misma y que me gustó bastante, bolsos y una cartera de mujer para deshacerme de mi cartera de hombre. Llegamos a casa y terminamos rendidas. Lorena me estaba ayudando muchísimo y yo se lo agradecí. Nos pusimos ropa cómoda y yo preparé la cena. Cenamos juntas y Lorena me propuso ir más allá en mi cambio, necesitaba dar el paso definitivo, el que dictaría mi realidad, me comentó que había hablado con la endocrina de su hospital y el lunes yo tenía visita con ella para empezar con el proceso hormonal de feminización. Yo me quedé de piedra, había estado pensando en dar ese paso pero me aterraba. Hablamos del tema toda la cena Lorena y yo y por fin le dije que mi forma de pensar ya estaba empezando a cambiar a pasos enormes, vivía como mujer las 24 horas del día y le dije que también estaba dispuesta a que mi cuerpo cambiase. Lorena me abrazó y empezó a llorar, era nuestra ruptura definitiva como pareja, ahora ya solo nos unía una infinita amistad.
El lunes me pasé por su clínica y me vestí con una falda de tubo y talle alto negra y una blusa blanca, llevaba medias de rejilla y unos zapatos de charol negro con 12cm de tacón, me había vuelto una adicta a los tacones. Esther era la endocrina y me recibió en su despacho junto con una psicóloga, Marta. Marta me acribilló a preguntas y tuve que hacer algún test, después Esther me hizo unos análisis y me dijeron que ya me avisarían con los resultados. Para no haceros esperar os diré que todo salió perfecto y empecé a tomar hormonas, ya no había vuelta atrás, mi cambio completo estaba en marcha.
Pasó el tiempo y Lorena no dejaba de enseñarme a comportarme como una mujer, me enseñó a moverme, a gesticular, a caminar de una manera muy femenina, también me enseñó varios secretos. Poco a poco fui cambiando mi tono de voz y Lorena me enseñaba a hablar como una mujer. Mi cuerpo empezaba a mostrar pequeños cambios físicos. Mi mente también notaba los cambios, me había vuelto más sensible y los sentimientos me afectaban bastante más que antes. Poco a poco el proceso seguía su curso.
Una tarde estaba yo en casa ojeando unas revistas de moda femenina y Lorena llegó del trabajo acompañada de un hombre. Yo ya no tenía miedo de nadie, me consideraba ya una mujer y todos los días salía de casa para ir a la compra o a dar paseos viendo escaparates que era lo que más me gustaba pero aquella presencia masculina en casa me hizo sentir incomoda y no por temor a que me descubriera sino porque venía acompañando a Lorena y nada más entrar se dieron un beso en la boca creyendo que estaban solos. Lorena se percató de mi presencia y se ruborizó también. Me presentó a Carlos y me dijo que estaban saliendo juntos, Lorena me presentó como su compañera de piso y todo quedó ahí. Ella me cogió del brazo y me llevó a mi habitación, me dijo que sentía no haberme hablado antes de su relación con Carlos y me preguntó mi opinión respecto al tema, yo con el corazón en la mano le dije la verdad y le comenté que sentía envidia de ella por poder salir con hombres y yo todavía tenía que esperar, también le dije lo que en realidad quería oír y era que me sentí extraña cuando la vi besando a Carlos pero que en realidad mi deseo sexual había cambiado drásticamente sin yo todavía comprenderlo, le comenté que las mujeres habían dejado de atraerme físicamente, ahora me fijaba en ellas pero de otra forma completamente distinta a antes, ahora me fijaba en sus ropas, sus peinados, sus maquillajes, sin embargo cuando paso cerca de un hombre musculoso y con las facciones de su rostro muy varoniles, deseo lanzarme a sus brazos y que me rodee con ellos, deseo sentir sus músculos en mi cuerpo y que me diga cosas agradables. Lorena empezó a reírse y me contestó que creía que todavía me atraían las mujeres pero que le demostré que ahora nuestros gustos eran los mismos. Aquella noche no dejé de oír a Lorena gemir de placer con Carlos en la cama y de verdad que sentía envidia de ella y me hubiera gustado ser yo la que estaba con Carlos, pero en realidad me alegré mucho por ella, porque después del fraude que se llevó conmigo necesitaba levantar cabeza y volver a intentarlo.
Pasó más de un año de tratamiento hormonal y mi cuerpo era completamente femenino, mi cabello rubio me llegaba hasta la mitad de la espalda y lo llevaba ondulado, mi rostro había tomado rasgos más delicados afeminándose bastante. Ya no me salía la barba y el vello de mi cuerpo ya no crecía tan fuerte, la piel era más fina y tensa. Mis brazos ahora eran muy delgados y habían desaparecido los músculos de todo mi cuerpo, mis pechos eran enormes con un pezón más oscuro y grande que antes, ahora tenía mucha sensibilidad en ellos y cualquier roce me excitaba. Mi cintura era finísima, aparte de las hormonas, me solía poner corsés muy ajustados haciéndome una cintura de tan solo 58cm, el vientre ahora era muy plano y ya no me salía vello en él. Las caderas me medían 92cm pues toda la grasa que comía iba a parar allí o a mi trasero que debido al uso de los tacones y al hecho de que Lorena me enseñó a caminar más erguida éste había aumentado de tamaño y era más respingón. Mi pene prácticamente había desaparecido y hacía meses que ya no tenía una erección. Ahora me excitaba de otra forma, ya no necesitaba el pene para nada y cuando me excitaba con algo o alguien me subía por la espalda un calambre que terminaba en la base de la cabeza y me ponía como una moto. Mi mente también había cambiado y mucho, había perdido mucho sentido de la orientación pero adquirí otros sentidos. Ahora me reía o lloraba con más asiduidad que antes, incluso había momentos que no me podía controlar y por cualquier tontería me ponía a llorar como una tonta, me notaba más sensible hacia todo lo que me rodeaba, había dejado de tener impulsos agresivos pero me había vuelto más comprensiva y afectuosa, necesitaba sentirme querida a todas horas y que me lo demostrasen en cualquier momento, a cualquier hora estábamos dándonos besos o abrazándonos Lorena y yo. Definitivamente los hombres me ponían y mucho. Cada vez que me cruzaba con algún chico guapo se me encogía el estomago y solo quería que me dijese algo agradable para lanzarme a sus brazos. Ya no quedaba nada de mi anterior vida y un día decidí donar toda mi antigua ropa a la iglesia, ya no me haría falta nunca más.
Lorena vino un día diciéndome que necesitaba una secretaria, la que había se había marchado y ahora necesitaba alguien que la supliese, no estaba muy bien pagado pero que era algo sencillo. Yo le dije que quería ese puesto, necesitaba hacerme sentir a mi misma que valía para algo más que atender una casa. Ella me dijo que estaba contratada y el lunes empezaba en mi puesto de secretaria de Lorena. Me compré un traje de falda y otro de pantalón para ir al trabajo y el primer día me puse el de falda negra con rayas finitas verticales en blanco y americana a juego, una blusa blanca satinada muy entallada y unos zapatos de 14cm. Cuando entre al hospital todo el mundo se me quedó mirando, la verdad es hasta yo misma me encontraba sexy y nadie me quitaba los ojos, ellas con envidia y ellos con deseo. Me presenté como la nueva secretaria de Lorena y una chica joven me llevó a mi despacho. Lorena me enseñó el hospital y me presentó a todo el mundo. Hice muchas amigas y digo amigas porque de hombres no se acercó a decirme ninguno ni hola, Lorena me dijo que yo imponía mucho y la mayoría de los que trabajaban allí se cortaban bastante ante una hembra así. Me senté en mi silla, crucé las piernas y empecé a trabajar de secretaria. En aquellos momentos me sentí la mujer más afortunada del mundo.