La alemana
La vi en la playa y la perdí. Tuve una segunda oportunidad y pude lamerle sus preciosas plantas del pie.
Hola, me llamo Iván y vivo en una localidad de la Costa Brava (Catalunya). Les voy a contar una historia que me sucedió este verano y que considero que puede ser de su interés.
Era una tarde soleada del mes de agosto cuando estaba paseando por la playa, justo al lado del agua, mirando si veía alguna chica atractiva que fuera de mi gusto y a ser posible que estuviera sola. Acostumbro a "entrar" siempre a chicas solas. Más que nada porque me da vergüenza que la amiga escuche las conversaciones patéticas que se intercambian cuando se intenta ligar.
Vi a una chica morena, pero de aspecto nórdico estirada sobre la toalla. Yo me instalé cerca de ella pero dejando un espacio prudencial para que no se notara demasiado la intención de ataque. Ella era guapa, delgada, alta, algo madura (40 años?) con un anillo en la ceja derecha y parecía que estaba sonriendo sola. Pero les digo la verdad: lo que más me atrajo de ella fue los bonitos, esbeltos, arqueados, bien cuidados pies. Yo la miré y le envié una sonrisa. Ella respondió con otra sonrisa claramente hacia mi. Pensé que ella sería para mi y me relajé unos minutos, pretendiendo hacerme el interesante. Pienso que dirigirse rápidamente a una chica es un poco vulgar, aunque reconozco que quizás estoy equivocado.
Cuál fue mi sorpresa cuando del agua con un colchón en forma de silla llegó un chico muy joven (18 años?) con apariencia de norteafricano y se sentó directamente al lado de la chica que me creía mía. El chico miró a la chica, me miró a mi como diciendo yo seré primero y lanzó el temido ataque a la chica. Era mi fin. El chico, que parecía tener mucha experiencia, se dirigió a la morena con el pote de bronceador y utilizó el viejo truco: "¿me pones un poco de crema en la espalda?". La chica con una sonrisa asintió y empezó a masajear la espalda. A partir de aquí empezó una conversación en alemán que parecía muy amena. A pesar de mis conocimientos de esta lengua, no quise escuchar. Sólo miraba de vez en cuando sus suaves y lindas plantas del pie que tanto quería yo besar. Sentía una rabia conmigo mismo por no haber sido rápido y efectivo. Intentaba convencerme a mi mismo que esta chica no me gustaba suficientemente y que era mejor que hubiera ido todo así. Pensaba que a este chico le esperaba una largo periodo de cortejo y que yo habiendo llegado tarde me ahorraría de realizar. Me resigné momentáneamente y cuado ya empezaba a sentirme mejor vi como la nueva pareja se disponía a marchar probablemente a tomar algo juntos para después consumar la cópula.
La chica se calzó dos sandalias negras de talón alto y se marchó moviendo su precioso trasero enfundado en unos estrechos tejanos cortos. Se oía a medida que se alejaba caminando el erótico sonido de sus plantas de los pies que se pegaban y despegaban de las sandalias de charol negro. Les seguí con la mirada hasta que les perdí por una calle que conduce a la playa.
Traté de olvidar el suceso y al día siguiente por la tarde decidí volver a pasear por la misma zona pero sin entrar a la playa. De repente, a unos 10 m, la vi otra vez, esta vez bien sola. Decidí no perder el tiempo y la seguí unos metros viendo como se sentaba en un banco para aprovechar el último sol de la tarde. Sin perder el tiempo me senté a su lado y con toda naturalidad empecé a hablar con ella. Mientras le decía que la había visto el día anterior en la playa le miraba de reojo sus largos dedos de los pies. Tenía cada uña pintada de un color diferente, fantástico. Me contó que era de Alemania, de cerca de Stuttgart y que era la primera vez que venía de vacaciones a esta ciudad. Yo no quitaba ojo de sus largos pies, ligeramente sudados por la planta. Me imaginaba cómo debían oler después de este paseo. Quería hacerla gozar pasando mi lengua a lo largo de su arquito plantar. Me volvía loco. Pero debería esperar.
Me explicó que tenía su hermana con su marido y sus hijos en el pueblo vecino y que aquella noche celebrarían una fiesta juntos: una sardinada con sangría. Yo para mi, pensé que la sangría era realmente un producto para turistas, una bebida que los catalanes no apreciamos mucho. Pero sin querer entrar en polémicas territoriales callé y concerté una cita para el próximo día por la noche a las 21 horas.
Al día siguiente acudí puntual a la cita y allí estaba esperándome con sus tejanos ajustados y una camiseta negra también pegada al cuerpo, y sus sandalias negras. Al más puro estilo hortera alemán. De aquella forma que a mi tanto me gusta, porque la asocio a conquista sexual. Pensé que aquella noche lamería finalmente sus preciosos piececitos. Decidimos sentarnos en una terraza para tomar cerveza. Y como siempre ocurre cuando estás con una chica diferente: anillo en la ceja, estilo heavy de barriada de urbe alemana,... aparecen todos tus amigos que tienes que saludar uno por uno. Sólo te queda aguantar la situación y observar la mirada curiosa de todos ellos. Sólo esperas que el juicio sobre la belleza de la conquista sea positivo para salir airoso en las posteriores tertulias que se sucederán. Mientras tanto ella me explicaba que se había separado hacía pocos meses y que ahora se sentía muy libre. Yo mientras tanto me descalcé por debajo de la mesa y le coloqué el pie derecho encima de su bonito pie. Ella no se inmuntó; ni se apartó, ni me ofreció ninguna caricia. Mientras tanto me confesó que con el chico de la playa no había sucedido nada. Argumentó que era demasiado joven para ella.
Después de repetir con otras cervezas decidimos irnos. Me contó que al día siguiente tenía excursión para Barcelona y que debía levantarse temprano. Me dijo que yo era un chico muy interesante y que esperaba con impaciencia la próxima cita. Me dijo que se sentía relajada conmigo y que "mañana" pasaríamos unos grandes momentos juntos. Y después de concertar la cita nos despedimos.
Al día siguiente me presenté con el coche en el punto de cita y nos fuimos directamente a mi casa. Después de tomarnos unas cervezas y fumar algunos cigarrillos ella se descalzó y cruzó sus pies encima del sofá. En el suelo quedaron las sandalias con un 42 gravado en su suela. Yo estaba a su lado y sentí el aroma afrodisíaco de sus largos, esbeltos y precisos pies. Mi mano se fue hacia uno de ellos y empezó a masajearlo lentamente. Ella me agarró la cabeza y empezamos a besarnos en la boca con pasión. Yo que estaba con ella más que nada para besar sus pies, estiré su pie izquierdo y me lo llevé a la nariz para olerlo. Que fantástico olor femenino. Tenía una erección descomunal y ella me estiró para que me colocara encima de ella. Nos desnudamos rápidamente i empezamos a hacer el amor.
Después de algunos envites en la posición del misionero le levanté las piernas hacia mi cara y empecé de nuevo a lamer sus suaves, largos y arqueados pies. Se veía que ella disfrutaba más casi ella que yo y yo me excité aún más. Nunca había visto una chica gozando tanto de una lamida de pies. Estuvimos en esta posición y otras un largo tiempo hasta que nos corrimos juntos, ella con la planta de l pie derecho presionando mi nariz. Qué placer más grande!! El aroma de pie femenino me convirtió en el mejor amante del mundo. Ella me felicitó y me dijo que era la primera vez que había experimentado estas sensaciones con los pies.
En la "sobremesa" después de la corrida ella me colocó sus pies sobre mis piernas y empecé a masajearle con las manos sus lindos pies. Y mientras tanto en la televisión de pago daban una película porno en que el hombre también lamía los pies de su amante. Parece que ahora es una moda en casi todas estas películas. Ella me dijo con una sonrisa pícara: "Parece que ellos también saben lo de los pies". Entonces supe que ella se había convertido también en fetichista de pies.
Nos colocamos estirados ella en un sofá y yo en el sofá vecino, con los pies en contacto. Estuvimos casi una hora frotándonos los pies, planta contra planta. Yo le preguntaba: "¿Cómo estás, te gusta? Y ella me contestaba: "¿No lo notas, no sientes como hablan los pies? Nunca había llegado a tal grado de complicidad en un asunto como el gusto por los pies que tanto nos avergüenza a veces. Y venga y venga, frontándonos los pies de uno con los del otro. ¡Qué sensación más placentera!, ella no se cansaba de restregarlos contra los míos.
Y se fue haciendo tarde y yo sugerí que debía irme a dormir. Ella me pidió (como la mayoría de las mujeres hacen) de quedarse a dormir conmigo. Yo como estúpido casanova, pensé que ya vendrían otras chicas y me hice el sobrado. Le dije que no estaba acostumbrado a dormir con chicas y que mejor que se fuera al hotel. Así fue, la dejé delante de la puerta y le propuse de vernos al día siguiente. Ella me dijo que era imposible, que tenía que preparar cosas, comprar, porqué era el último día. Se veía que estaba enfadada por haberla enviado al hotel. Yo le pedí su dirección en Alemania y se negó. Estaba claro que no me quería volver a ver. Yo le dije que si volvía de vacaciones que me visitara a casa. Ella dijo que sí, pero se veía claro que no tenía ninguna intención. Seguro que al día siguiente iría con otro y le diría que conmigo tampoco había tenido sexo.
Así fue mi experiencia de pies con la chica alemana de largas, arqueadas y olorosas plantas. Todavía hoy pienso que no debería haber sido brusco con ella después de hacer el amor. Ahora podría haberla invitado a pasar unos días en mi casa en invierno.
Y esto es todo. Esta es una historia completamente verídica que espero que les haya gustado.