La ajedrecista

De como devine amante de la famosa ajedrecista Natalia Zarkyn.

LA AJEDRECISTA

Los aficionados al ajedrez recordarán que, hace algún tiempo, alguien tuvo la brillante idea de popularizar tan antiguo juego de una manera un tanto festiva y dinámica. Se habilitó uno de los salones de un gran barco de pasaje italiano para la disputa de un torneo en el que intervenían los grandes maestros de aquel momento. El buque recorrería el litoral mediterráneo occidental desde Málaga a Civitavecchia y durante las estancias en los puertos se celebrarían partidas simultáneas con los mejores jugadores de las ciudades visitadas.

Mi empresa recibió el encargo de habilitar las telecomunicaciones desde el barco para que tal evento pudiera ser seguido por el mayor número de personas y conseguir de este modo el fin primordial de aquel "espectáculo deportivo".

Llegado el día de inicio del crucero, el capitán me pidió que siguiese abordo por si surgían problemas con los caprichosos voltios y sus primas las ondas hercianas y yo no supe negarme a pasar dos semanas de autentico relajo.

Embarcaron los grandes maestros y embarcó la gran maestra, la croata Natalia Zarkyn.

No la voy a describir, ¿para que?, todos la conocéis y todos la amáis en secreto, provocando mis más espantosos celos.

Su aparición abordo, mas bien, la puesta en escena de su aparición, paralizó toda actividad en la nave.

Cada uno de nosotros permaneció en estática actitud mientras ella avanzaba majestuosa e indiferente a la expectación provocada por su sobrenatural presencia.

Resonaron sus altos tacones en el salón de proa y cesaron voces y sonidos. Los carpinteros con el martillo sobre el clavo, los pintores con la brocha en el aire y yo con la boca abierta, totalmente conmocionados.

-¿Está aquí el capitán? , preguntó en un correcto italiano cargado de aroma balcánico.

Apenas repuesto de mi ensueño, acerté a dar unos pasos hacia ella y ofrecerme a acompañarla hasta el camarote del afortunado. La guié morosamente por el dedalo de cubiertas y pasillos mientras, torpemente, intentaba ligar una conversación con la diva. Los dioses se aliaron conmigo pues en su Dubrovnik natal residen varios amigos croatas de los que perdí la pista tras la guerra con Serbia y que ella conocía por ser su padre, también, marino.

Cuando comenzó la invasión de periodistas, fotógrafos y cameramen, temí perder tan incipiente (y prometedora) amistad pero pronto me di cuenta de que Natalia se encontraba absolutamente incomoda con los plumiferos , su relación con los grandes maestros era totalmente fría y protocolaria y yo era su enlace con el mundo real.

No me costó convencer a Rinaldo (el capitán) para que nos sentase en la misma mesa durante toda la travesía y comencé a elaborar un plan que convirtiese en mutua la seducción que sobre mi ejercía la ajedrecista.

Antes de llegar a Alicante se celebraron las primeras partidas del torneo. Natalia jugaba con el búlgaro Adrianov y la partida terminó en tablas.

El humor de la croata cambió radicalmente, durante la cena no nos dirigió la palabra y sin tomar el postre se retiró a su camarote.

Al día siguiente y ya en el puerto valenciano, Natalia derrotó con claridad a sus diez contrincantes locales mientras el resto de maestros debían ceder empates en muchas de ellas.

Cuando terminó con la prensa, pasé por su camarote. Estaba exultante, se me colgó del cuello entusiasmada mientras me llenaba de besos y caricias.

-Soy tan feliz aquí…contigo, en este barco, bésame!!!!

Empecé a sospechar que el armónico equilibrio físico de mi amiga croata no se correspondía con su inmadurez mental, pasaba de la euforia al desanimo más absoluto ante el mas mínimo contratiempo. Dicen que todos los grandes jugadores de ajedrez están un poco desequilibrados, pero lo de Natalia parecía grave.

Salimos a cenar a tierra los dos solos, bebimos, bailamos, nos besamos y regresamos abordo alegres y excitados.

-¿En tu camarote o en el mío? Pregunté esperanzado.

-¡Cerdo, eres un cerdo, como todos! Respondió sin dejarme terminar la frase.

Comenzó a llorar mansamente mientras apoyaba su cabeza en mi pecho enlazando sus brazos sobre mi espalda.

-Vamos a mi camarote, pero no vamos a hacer nada,¿me lo prometes?.

-Natalia, ya somos mayorcitos, no te prometo nada.

-¡Asqueroso! Lo dijo en su mejor italiano, arrastrando la última silaba con rabia.

Buona notte, a domani! Me despedí con aire ofendido.

Me siguió silenciosa, cabizbaja e hipando hasta mi camarote.

¿ Me dejas entrar? suplicó compungida.

Cuando desperté, ya el barco estaba navegando hacía Tarragona. Natalia, acurrucada sobre mi pecho ronroneaba placidamente y su rubio cabello exhalaba un tibio perfume que me embriagaba. Abrí los ojos con dificultad y me la quedé mirando maravillado. No podía creer que aquella beldad hubiese sido mía; una mujer por la que suspiraba media humanidad estaba en mi cama descansando, feliz, después de la agitada noche.

Aquel día Natalia tenía partida con el húngaro Lajos Skorzeny , un gato viejo con el que se había enfrentado en otras ocasiones con suerte dispar. Personalmente se llevaban muy mal pues Lajos pertenecía a la minoría húngara de Croacia y había tenido que emigrar a Hungría para evitar ser victima de lo que el llamaba "limpieza étnica", culpabilizaba de todo a Natalia y ella se resentía anímicamente del absurdo comportamiento del magiar.

Previendo unas funestas consecuencias para mí, en caso de derrota de la croata, no tuve más remedio que hacer una visita al camarote del húngaro.

-Señor Skorzeny, debe usted perder la partida con la Srta. Zarkyn. Le espeté a la cara en cuanto abrió la puerta.

Me miró incrédulo y preguntó socarrón:

-¿Me lo ordena usted?

-No, yo solo se lo sugiero, pero alguien de la SZUP o la policía secreta croata está muy interesado en su familia.

El rostro del húngaro pasó sin transición del moreno mediterráneo al blanco cadavérico. Quiso decir algo pero se quedó con la boca semiabierta mirándome de forma temerosa.

-Píenselo, Lajos… le dije amistosamente mientras me retiraba por el pasillo.

La estratagema dio el resultado esperado: a los seis movimientos anunciaba Natalia su "checkmate" de forma un tanto incrédula. Nunca le había sido tan fácil derrotar a un Gran Maestro, los errores del húngaro habían sido de principiante….y no le había acusado de genocidio en los prolegómenos de la partida. Algo insólito!.

Me buscó con la mirada y me envió un beso soplando hacía mi en la palma de su mano.

Estaba de un humor excelente.

Al atracar el barco en la Imperial Tarraco, saltamos a tierra sin dar tiempo a poner la escala y callejeamos abrazados por los rincones de la ciudad vieja. Cenamos una opípara mariscada en un tranquilo restaurante del barrio del Serrallo y regresamos con celeridad al barco, pues, aunque no esté demostrado que el marisco sea afrodisíaco teníamos unas ganas tremendas de fornicar.

No hubo más discusión que la elección de camarote. Natalia tenía el ego por las nubes y yo no desaproveché la oportunidad tan duramente trabajada.

No era una experta amante pero suplía tal carencia con una gran dedicación a mis más insólitos caprichos y cuando comenzaba a amanecer decidimos poner fin a tan gozosos juegos, las simultáneas del día comenzaban a las diez de la mañana.

Como era previsible, la fatiga hizo mella en mi amada amante y tras perder una partida y ceder tablas en otras dos se retiró de las otras alegando una fuerte jaqueca. Yo sabía perfectamente cual era su estado de ánimo y me abstuve de acercarme por su camarote para interesarme por su salud. De cualquier modo tenía otras preocupaciones en mi agenda. El cubano Octavio Martí era el siguiente contrincante de la croata y no tenía ni la más remota idea de cómo abordarle y "sugerirle" la derrota.

Le observé toda la tarde y vi que no se separaba de la barra del bar mientras sus ojos seguían a cualquier hembra que pasase de los dieciséis; me acerqué displicente a la barra mientras comentaba sin dirigirme a nadie en particular:

-"Esa pelirroja del fondo está para mojar pan!!!!"

Octavio me miró amistosamente.

-"Mira chico, ya yo hace rato que la vi pero el güevón del manso no anda lejos".

Iniciamos una amena charla centrada básicamente en las mujeres y me confesó que había pasado casi toda su vida en Rusia pero que él seguía siendo cubano cien por cien, que una mulata vale mas que cien muñecas rusas y que un buen trago de ron calienta más que una botella de vodka.

El camarero preparaba unos mojitos de muerte y a las nueve de la noche habíamos agarrado un tablón de mucho cuidado. Salimos a tierra a rematar la noche y en un Púb. junto a la catedral se me cayó redondo con una copa de "captain Morgan" en la mano.

A duras penas conseguí meterlo en el taxi y con más dificultad, si cabe, en la cama de su camarote.

A la mañana siguiente y ya con rumbo a Barcelona, no se presentó a la concertada partida y se le dio como perdedor. Este lamentable suceso no mejoró el humor de Natalia y provocó la ira del cubano que me acusó de haberle hecho beber ron puertorriqueño sabiendo que el ron cubano JAMAS emborracha. Me reconcilie con Octavio bebiéndonos otra botella de Habana club mientras mi amor coqueteaba con el capitán y accedía a salir a cenar en Barcelona con él.

Finalmente hubimos de compartir taxi los cuatro implicados y terminamos cenando juntos en un carísimo restaurante de la Barceloneta. Corrió el alcohol a raudales y cuando regresamos abordo, los cuatro estábamos cerca del límite entre la borrachera simpática y el pedal recalcitrante.

Comenzó Rinaldo y le siguió Octavio: Los dos querían acostarse con Natalia.

Ella estaba absolutamente halagada (y borracha) de modo que ni se oponía ni aceptaba. Quizá fuese yo el más sereno y también el más egoísta pues no estaba dispuesto a permitir que aquellos dos cabrones le tocasen un pelo a mi muñeca.

Como última instancia y ante lo que parecía inevitable, hube de recurrir a mi proverbial maquiavelismo.

-Natalia-dije- recuerda Trieste, los italianos os lo quitaron ( Rinaldo me miró con ojos incrédulos) y por ética no deberías hacerlo con otro gran maestro como Octavio ( el cubano me miró con ojos homicidas).

- Tienes razón, cariño: Rinaldo….va´fa´n culo! …anche te Octavio!

Antes de que se repusiesen de su asombro y la emprendiesen a golpes conmigo, empujé a Natalia a mi camarote y cerré la puerta con llave.

Podría decir que aquella noche me comporté como un caballero, pero no es cierto, nos comportamos como dos bestias lujuriosas olvidando todos los tabúes que nos habían impedido disfrutar plenamente el uno del otro hasta aquel momento. Descubrí inimaginables perversiones que la enloquecían y ella tomó la iniciativa en otras tantas que me hicieron aullar de placer; ya estaba el día muy avanzado cuando unos golpes furibundos en la puerta me despertaron. Estábamos los dos tumbados sobre la moqueta, yo con mi cara sobre su sexo mientras ella aprisionaba el mío con su mano derecha.

Nos miramos desde la bruma de nuestra resaca y yo contesté malhumorado al de los golpes.

-¿Qué coño pasa?

-¿Está ahí la señorita Zarkyn?, van a empezar las simultaneas y solo falta ella.

- ¡Questo schiffoso lavoro!...vado subbito! -respondió Natalia haciendo un esfuerzo sobrehumano desde la neblina que envolvía su mente.

El drama, aunque previsible, no dejo de ser escandaloso. Los grandes maestros, en general, dieron una imagen patética pero lo de Natalia y Octavio rozó los límites del ridículo; no ganaron ni una sola partida.

Los organizadores estaban tentados a dar por finalizado el evento. Por lo visto, la noche barcelonesa había sido prodiga para los ajedrecistas que habían recalado en un lugar llamado "Baja", lleno de inevitables tentaciones sexuales y etílicas a las que ellos no quisieron oponerse. El camarero de guardia me comentó divertido el bochornoso espectáculo que ofrecieron, persiguiendo desnudos por los pasillos, a las chicas que habían conocido en aquel nefasto local y como al alba, el contramaestre las expulsó a todas del barco.

La navegación de Barcelona a Marsella se desarrolló con relativa placidez pues al resacón se unió el mareo provocado por una incipiente tramontana en el golfo de León.

No hubo partidas del torneo y Natalia me odiaba profundamente.

La estancia en la villa provenzal no pudo ser más desafortunada pues el tiempo era infame aunque no tanto como la infecta bullabesa que nos endilgaron en un restaurante del puerto viejo. Desanimados, regresamos abordo y pasamos por el bar de proa para tomar la última copa. Allí estaba el resentido de Octavio, ahogando su frustración en ron añejo.

-¿Ya la parejita se cansó de chingar?-preguntó de forma desabrida el cubano-

Eso no te importa un carajo!- respondí desafiante-

Natalia no estaba de humor para seguir con aquello, me tiró de la manga en un gesto que yo no sabía como interpretar, nos deseó las buenas noches alegando que estaba muy cansada y se retiró a su camarote.

-Mira chico, perdóname, no se lo que me digo a estas horas. Vete con ella y disfrútala que esto se te acaba. –parecía sincero y no tan borracho como aparentaba-

-¿ Que quieres decir con que se acaba?- pregunté alarmado-

- Ya tu sabes…se acaba el torneo, se acaba el crucero y se cambia de amante.

Salí sin despedirme.

"Se cambia de amante"…la frase me martilleaba el cerebro. Justo ahora, justo cuando más encoñado estaba con mi chica veía la cruda y amenazante realidad; y yo sin un plan para retenerla.

Génova nos recibió con un día gris y frío, Natalia no me dirigía la palabra y yo bajé a tierra solo y me encamé con la primera puta de la Via Pré que se me ofreció. Regresé de mal humor con la conciencia sucia y el bolsillo vacío.

La croata estaba en el bar de proa de palique con el cubano que, al verme, se sobresaltó. Ella volvía a estar borracha.

-Ferdinando, mio amore….bacciami!

-Estás borracha, vete a la cama!

-Eso mismo me dice Octavio…y quiere venir a arroparme!

Ya el cubano desaparecía por el pasillo cuando Natalia pronunció la última frase. Estaba claro que el caribeño no se daba por vencido.

La acompañé hasta su camarote, la desvestí y la metí en la cama y me fui a dormir.

A las ocho de la mañana, un telegrama urgente me hizo abandonar el barco y abordar el primer avión que salía hacía Milán. Cuando al cabo de una semana quedé libre de mis obligaciones, el torneo había terminado y los grandes maestros se habían desperdigado por el mundo.

Comencé a leer, metódicamente, todas las noticias relacionadas con el ajedrez y al poco tiempo comprobé lo fundado de mis sospechas.

Natalia y Octavio jugaban "casualmente" los mismos torneos y Natalia "casualmente" siempre ganaba a Octavio. El cubano había descubierto el punto flaco de la croata y lo explotaba hábilmente.

Denuncié a Octavio ante las autoridades cubanas acusándole (sin fundamento alguno) de reaccionario y enemigo de la revolución. Fue llamado a La Habana y apartado del circuito.

Al poco tiempo Lajos Skorzeny había ocupado el sitio del cubano perdiendo todas las partidas que jugaba con Natalia.

Loco de celos comencé a jugar largas partidas con el ordenador, me inscribí en un club local y empecé a vencer torneos y tener un nombre dentro del mundo de los escaques.

Llegué a gran maestro y cuando, ¡por fin!, pude enfrentarme a Natalia…la derroté, la derroté aun sabiendo que aquello me cerraba definitivamente la puerta de su corazón.

La encuentro a menudo, sigo enamorado de ella y con ganas de echarle un buen polvo, pero no a costa de perder una partida.

¡Hasta ahí podíamos llegar!