La agitada vida sexual de Román.

Mis amigas me dicen que esta historia tiene un morbo especial. Confío en que las personas que la lean lo encuentren y por supuesto, que les guste.

Hola amigos ¿qué tal estáis?. He tenido ocasión de leer varias de las historias escritas por Alba y al haberme gustado y parecerme muy completas y detalladas, me he animado a contactar con ella con el propósito de ponerla al tanto de lo que ha sido hasta ahora mi vida sexual para que pueda escribir sobre el tema pensando en que a alguno ó a alguna pueda interesarle e incluso, llegue a “disfrutar” con su lectura.

Empezaré por deciros que me llamo Román y que nací un 28 de Febrero, día en que se celebra la festividad del santo del mismo nombre, lo que, unido a que mi abuelo materno se llamaba así, hizo que mis padres se olvidaran del enrevesado nombre que tenían pensando y me pusieran este convirtiéndome en el segundo hijo de una joven pareja que tuvo un total de nueve descendientes, tres de ellos varones y el resto hembras. Joaquín, mi padre, que era el mayor de cinco hermanos, estaba muy bien dotado y desde muy joven fue un autentico fornicador, cosas que he debido de heredar de él. Siguiendo la tradición familiar se dedicaba a la agricultura y a la venta ambulante y antes de liarse con Remedios, mi madre, hija única, huérfana y doce años más joven que él, había dejado preñadas a unas cuantas mujeres que residían en las localidades que visitaba regularmente ofreciendo su genero que consistía en productos agrícolas y prendas de confección textil tanto masculinas como femeninas. Sentía predilección por las mozas altas y con buen tipo pero lo mismo se trajinaba a las solteras que a las casadas, separadas ó viudas sabiendo salir airoso de los embarazos que ocasionaba negándolo todo y diciendo que no había evidencias fidedignas de que el hijo que la hembra estaba esperando fuera suyo. Su situación cambió por completo cuándo conoció a mi progenitora que no debió de poner demasiado fácil el poder acostarse con ella originando que aumentara su interés hasta llegar a sentirse muy atraído y desearla. Remedios nos parió a mi hermana mayor y a mí siendo aún menor de edad y hasta que Joaquín no la hizo otro “bombo” vivió con total independencia de él en su municipio de origen aunque mi padre la solía dar con regularidad dinero para que nos pudiera mantener al mismo tiempo que la dejó explotar unos terrenos agrícolas que había dejado de atender por no disponer de tiempo y por su baja rentabilidad. Como los sacerdotes de sus respectivas localidades de residencia se negaron a casarles alegando que habían tenido descendencia antes del matrimonio y que Remedios estaba a punto de dar otro miembro a la familia decidieron vivir juntos en el pueblo de mi madre que, sabiendo que mi progenitor era prácticamente insaciable, no dudaba en abrirse de piernas, aunque muchas veces no la apeteciera, en cuanto su pareja quería cepillársela y echarla un par de polvos puesto que, como decía Joaquín, después del primero se quedaba un tanto insatisfecho y con ganas de continuar con el “mete y saca”. Semejante actividad sexual sin que ninguno de ellos tomara precauciones originaba que, pocos meses después de parir, Remedios quedara otra vez preñada, luciera un nuevo “bombo” con el que nos habituamos a verla y que tuviera una gran cantidad de leche materna por lo que, a pesar de que hasta los hijos mayores se las mamábamos, las tetas se la llenaban con rapidez dando origen a que se la saliera por lo que, tanto en casa como en cualquier otro lugar, mi progenitora tenía que dejar sus “domingas” al descubierto para que mi padre, apretándoselas y succionándoselas, se las vaciara. Pero Joaquín, mientras se ocupaba de aquel menester, cogió la costumbre de bajarla la braga hasta las rodillas para poder tocarla la raja vaginal y masturbarla con el propósito de que se la pusiera bien “caldosa” con lo que Remedios se calentaba y terminaba deseando que se la follara. Recuerdo que los días festivos mi padre pasaba casi toda la tarde en el bar jugando a las cartas con sus amigos y que el establecimiento se llenaba de hombres que esperaban pacientemente la llegada de mi madre, convertida en una dócil corderita, para que, dejando sus tetas al aire, mi padre se las apretara y mamara hasta vaciárselas al mismo tiempo que, con la braga bajada, la introducía sus manos por debajo de la falda y tras colocarla una en la masa glútea, la sobaba repetidamente la almeja con la otra antes de proceder a masturbarla frenéticamente metiéndola tres dedos. Como los gemidos y orgasmos de mi progenitora eran apoteósicos más de uno abandonaba el local con la chorra bien tiesa y con muchas ganas de tirarse a la “parienta”, a la novia, a alguna amiga ó a una de las fulanas que vivían de la prostitución en un municipio cercano de mayor población. A sus nueve hijos hay que añadir tres abortos naturales y el nacimiento de dos descendientes muertos, la única vez que quedó preñada por partida doble y si no tuvo más fue porque mi padre, a partir de su séptimo embarazo, descubrió que le resultaba sumamente placentero que Remedios le chupara el cipote y empezó a prodigarse en metérselo por el trasero hasta que fue mucho más habitual el darla por el culo que el penetrarla vaginalmente mientras mi madre, ante una práctica sexual anal tan frecuente e intensa a la que no terminaba de acostumbrarse, sufría los efectos de unos persistentes procesos diarreicos que la mantenían buena parte del día sentada en el “trono” sin poder atender convenientemente a sus labores domésticas ni a su familia lo que, a su vez, aumentaba las múltiples molestias que padecía hasta el punto de que, para regocijo de mi padre, decidió prescindir de usar braga para evitar el roce. Pero el formar parte de una familia tan numerosa me vino de maravilla a medida que me fui haciendo mayor ya que, al igual que mis dos hermanos, tenía mucha más libertad para todo que nuestras hermanas puesto que, como decía mi padre, no corríamos el peligro de que nos jodieran y nos hicieran un “bombo”.

Mi infancia y la primera parte de mi juventud resultaron de lo más normal. Lo más destacable fue que el día de mi Primera Comunión, al acabar la ceremonia religiosa tenía unas ganas enormes de hacer pis por lo que pedí las llaves de nuestro domicilio a mis padres, que estaban bastante ocupados atendiendo a los invitados y me dirigí hacía allí en compañía de cinco de mis primas suponiendo que, como otras veces, me esperarían fuera. Pero no fue así y tres de ellas entraron conmigo en la vivienda y en el aseo donde se apresuraron a desnudarme para, mientras me obligaban a retener la salida de la micción, poder verme y tocarme los órganos sexuales que todavía no se habían desarrollado. Al final, no pude contenerme más y me meé delante de ellas echando el pis en el lavabo con lo que se dieron por satisfechas. Mientras me volvía a vestir Sandra, la mayor, se acomodó en el “trono” y procedió a mear enseñándome su blanca e inmaculada braga y dejando que, arrodillado delante de ella, viera como se limpiaba al mismo tiempo que me indicaba que lo sucedido momentos antes tenía que quedar entre nosotros y que, en cuanto mis atributos fueran un poco más grandes, se encargaría de que disfrutara mientras me hacía algo interesante. En aquellos momentos no supe interpretar debidamente sus últimas palabras y supongo que Sandra estaría dispuesta a cumplir su promesa pero no lo pude saber ya que año y medio más tarde abandonó la población junto a su familia y lo único que he llegado a conocer de ella fue que se había casado muy joven y luciendo “bombo”. Cuándo cumplí catorce años tuve que dejar el domicilio paterno para irme a la capital a cursar mis estudios de bachillerato. Mi tío Enrique, hermano de mi padre, me acogió en su residencia dándome aún mayor libertad que mi progenitor para que hiciera lo que quisiera puesto que solamente era estricto con el horario de las comidas y el que no estuviera ocupando su sitio a la hora convenida se quedaba sin desayunar, comer ó cenar. Llevaba casi cinco años casado con Leonor, una mujer más joven que él y tenía dos hijos varones. No tardé en percatarme de que la fémina, alegando que mi tío disponía de un nabo demasiado gordo y largo para un chocho tan estrecho como el suyo por lo que llegaba a hacerla daño cada vez que se la cepillaba y que no quería que la volviera a dejar preñada, no se lo ponía fácil en la cama por lo que Enrique, al que le agradaba poder tener la debida variedad sexual, decidió mantener relaciones extramatrimoniales y cuándo no tenía nada mejor a lo que trajinarse, se acostaba con putas contando, para ello, con el beneplácito de su pareja. A pesar de ello, cuándo abandoné su casa para empezar mis estudios universitarios Leonor le había dado otros dos hijos, también varones, antes de que falleciera a cuenta de un tumor uterino que cuándo la vaciaron, unos meses después de su último parto, estaba muy extendido y afectaba a órganos tan vitales como el hígado por lo que mi tío decidió consolarse y rehacer su vida en compañía de Marta, la hija mayor de la asistenta que llevaba muchos años ocupándose de la casa, a la que convirtió en su pareja de hecho e hizo en poco más de dos años un par de “bombos”. La joven, para júbilo de Enrique que quería que le diera hijas, parió a dos crías.

Mientras las hembras empezaban a considerarme atractivo y deseable, me fui convirtiendo en un chico alto, delgado, de cabello moreno que siempre me ha gustado llevar bastante corto, agradable en el trato, alegre, educado, elegante, extrovertido, sencillo y muy sociable. Físicamente estoy dotado de un cuerpo atlético y de un pene que siempre me ha parecido excepcional aunque no lo llegué a valorar adecuadamente hasta que comencé a mantener relaciones sexuales. Pero mi cabeza estaba centrada en los libros, obteniendo siempre unas excelentes calificaciones y en el deporte, especialmente el fútbol y a cuenta de mi altura, el baloncesto donde llegué a jugar durante dos temporadas en la categoría juvenil de un equipo federado mientras veía que mis amigos y compañeros de instituto estaban pendientes de su picha y no dejaban de hablar de que tal ó cual chica les gustaba y les “ponía”.

Un esguince en el tobillo izquierdo y un par de meses después, una lesión en la muñeca derecha me obligaron a reducir de una manera considerable mi actividad deportiva lo que hizo que empezara a sentir interés por otras cosas y que se produjera mi despertar sexual. Desde que, con bastante demora, se produjo mi primera y abundante eyaculación nocturna comencé a fijarme en las tetas y sobre todo, el culo de las mujeres. Para entonces me encontraba cursando los últimos cursos de mi etapa colegial y en cuanto me cruzaba por la calle con una fémina medianamente potable la desnudaba con la mirada lleno de deseos y la pilila se me ponía totalmente tiesa. Comencé a tomar parte en ciertos “campeonatos” que algunas compañeras de estudios, que además ejercían como jurado, nos proponían y que consistían en ver quien era el que más meaba ó echaba su pis a mayor distancia; quien tenía la pirula más gorda y larga, tanto en reposo como tiesa ó hacer que nos la “cascáramos” delante de ellas para que pudieran determinar quien era el que eyaculaba más rápido ó quien soltaba más cantidad de leche. El premio consistía en que, a los mejor calificados, dos ó tres chavalas del grupo nos besaban en la mejilla, nos tocaban todo lo que las daba la gana el pito y los huevos y en ciertas ocasiones, nos enseñaban las tetas lo que era más que suficiente para ponerme cachondo. Mi primo Emilio, que tenia un año menos que yo y demostraba cierto afeminamiento, decidió aprovechar que durante bastante tiempo compartimos habitación para ofrecerse a “aliviarme los calentones” haciéndome por la noche una paja ó una exhaustiva mamada hasta que, muy a gusto, “descargaba”. Con el paso del tiempo logró que restregara mi polla bien dura y tiesa por la raja de su culo y que, cuándo estaba a punto de “explotar”, le abriera el ojete con mis manos, le metiera la punta en el orificio anal y le echara la leche en su interior mientras le movía su diminuto rabo. Muchas veces le hubiera encantado que le “clavara” la verga entera por el trasero pero, a pesar de pedírmelo con bastante insistencia, no llegué a planteármelo puesto que el sexo homosexual no acababa de llenarme ni de satisfacerme por completo y mi pensamiento estaba mucho más centrando en follarme por vía vaginal a una hembra. Pero aquella fue una época en la que, como la mayor parte de los jóvenes, pasé mucha necesidad puesto que, aunque entre mis amigas y compañeras había varias que me gustaban a rabiar, no conseguí llegar con ninguna de ellas a algo más que no fuera el “ordeñarme” y de vez en cuando, puesto que, a pesar de ser persistente, la mayoría de las chavalas, al ver el grosor y largura que adquiría mi chorra, desechaban que pudiera penetrarlas y con las dos que, a base de ponerme pesado, consintieron me quedé con las ganas puesto que, después de tenerlas bien abiertas de piernas y con el coño delante de mis ojos, no me permitieron meterlas el cipote sin usar condón y aparte de ser complicado el encontrarlos del tamaño adecuado, eran muy finos y de escasa calidad por lo que todos se rompían en cuanto la joven procedía a ponérmelos con lo que perdí la oportunidad de tirármelas y a pesar de que tuve la ocasión de tocar unas cuantas bragas y sujetadores y algunas tetas, setas y culos e incluso, sabía que tipo de prenda íntima llevaba puesta cada una cuándo usaba pantalón ya que la braga, aunque muchas veces se las marcaba, mantenía más presionada y recogida su masa glútea mientras que con el tanga tenía una visión perfecta de la raja de su trasero y los “mofletes” las caían ligeramente, me tuve que conformar con que continuaran “ordeñándome”; me la “cascaba” en solitario mientras veía películas y revistas de alto contenido sexual; me montaba mis propias fantasías en la cama en cuanto Emilio se dormía; recurría a las llamadas “líneas telefónicas calientes” que no eran precisamente lo más apropiado para mi economía y durante unos meses, me convertí en asiduo a los chats pasándome buena parte de la noche delante del ordenador de mi primo intentando, casi siempre sin éxito, mantener una conversación bastante subida de tono con alguna chica que lograra “ponerme” para que tuviera que “cascármela” mientras hablaba con ella.

Al final y viendo que era la única posibilidad sexual que podía plantearme en aquellos momentos, comencé a sentirme complacido y me resultaba realmente gratificante y placentero que una chavala me sacara la leche moviéndome el nabo con sus manos. Para ello, solía frecuentar sitios poco concurridos e ir vestido con chándal que permitía a la joven sacarme al exterior el pene con sólo tirar del lazo del pantalón antes de encontrar un lugar en el que poder sentarme muy abierto de piernas para que la chavala, permaneciendo de pie y después de recrearse viéndomelo y tocándomelo bien tieso y con la piel del capullo bajada, se deleitara en “ordeñarme”, unas veces de una manera lenta y otras rápida, mientras me acariciaba los cojones, nos besábamos e intentaba “meterla mano” para poder tocarla las tetas ó el culo aunque fuera a través de su ropa interior, hasta que conseguía completarlo logro que observaba satisfecha, sonriente y con evidentes deseos de repetir aquella experiencia. Una de las más asiduas a moverme la picha en aquellas condiciones fue Jazmín, una compañera de abundante cabello moreno, alta y delgada, a la que la encantaba “cascármela” despacio para que durara más. La chica era de piel mestiza, de padre español y madre caribeña de raza negra y daba muestras evidentes de ser bastante golfa y viciosa por lo que, a pesar de que no logré que me la chupara al considerarlo como algo asqueroso y repugnante, sí que conseguí que la “catara” y unas cuantas veces, en su interior por lo que se convirtió en la primera mujer a la que pude “clavársela” y “a pelo” por vía vaginal. Durante varias semanas me la cepillé en la calle y casi siempre a plena luz del día sin que nos acontecieran más vicisitudes que la de encontrarnos con ciertos mirones y mironas que, unas veces, reprobaban nuestra conducta y otras, nos animaban a seguir así llegando a mostrarse muy interesados por ver la “cueva” vaginal a Jazmín ó por tocarme la pilila y los cojones en cuanto se la sacaba. Aunque no me importaba que sucedieran estas cosas, a la chavala sí que parecía molestarla por lo que decidió llevarme a su casa para empezar a mantener nuestros contactos sexuales en su habitación con mayor comodidad e intimidad. Me encantaba metérsela en su rosada almeja que, al igual que sus pelos púbicos y sus pezones, resaltaba en su piel de tonalidad “café con leche” y follármela hasta que una tarde, cuándo llevábamos un tiempo manteniendo relaciones en su domicilio, no oímos llegar a su madre que nos pilló en plena faena justo en el instante en que Jazmín alcanzaba el orgasmo y yo empezaba a eyacular lo que originó que, al pretender extraérsela apresuradamente, mis chorros de lefa salieran en cantidad y con tal potencia que se llegaron a depositar en los muebles y la pared de la habitación. Cinthia, la madre de Jazmín, pareció sorprendida y se lo pensó al ver las dimensiones de mi miembro viril y la cantidad de leche que estaba echando pero, finalmente, reaccionó y me echó a empujones de la vivienda totalmente desnudo y con la pirula bien tiesa. Desde el rellano de la escalera la escuché recriminar a su hija que pretendiera repetir la historia para, como ella, quedar preñada siendo muy joven además de decirla hasta la saciedad que, cuándo deseara que un chico la penetrara, tenía que obligarle a usar preservativo. En cuanto se tranquilizó salió al rellano de la escalera para entregarme la ropa con intención de que me pudiera vestir e irme pero, acercándose y dejando que mis prendas cayeran al suelo, comenzó a tocarme el pito, que con sus estímulos volvió a ponerse completamente tieso y me lo meneó lentamente con su mano hasta que una vecina estuvo a punto de pillarnos al salir del ascensor. Unos instantes después y en el vestíbulo de su casa, me lo volvió a mover, al mismo tiempo que me acariciaba y apretaba los huevos, mientras me indicaba que no diría nada de lo sucedido a su pareja si accedía a tirármela a ella. Aquello era un chantaje en toda regla pero me encontraba en una situación en la que no tenía más remedio que consentir por lo que, mientras Jazmín después de lo sucedido se negó en rotundo a mantener cualquier tipo de contacto sexual conmigo, comencé a relacionarme con su madre dos veces a la semana.

Cinthia era una atractiva fémina de raza negra que, además de Jazmín, tenía otros dos hijos y uno de ellos de corta edad, que la habían engendrado tres hombres diferentes. Aún no había cumplido los cuarenta años, se mantenía sumamente joven, era tan alta, espigada y guapa como su hija y en la cama resultó ser una “yegua” magnífica. Se convirtió en la primera hembra que me chupó y de que forma y con que estilo, la polla hasta conseguir provocarme unas eyaculaciones abundantes, placenteras y rápidas que la encantaba recibir en su boca diciéndome que la leche era el más preciado manjar que un hombre podía dar a una mujer. Además de mamármela, la agradaba hacerme cubanas poniéndose el rabo en el canalillo de las tetas y lamerme la abertura cada vez que el capullo hacía su aparición por la parte superior de sus “domingas” y que me encargara de sobarla y chuparla las tetas, con lo que solía mojarse enseguida. Muchos días la sacaba un poco de leche materna que todavía conservaba de su último parto mientras ella me movía muy despacio la verga sin dejar de apretarme los cojones. En ciertas ocasiones y después de sacarme la leche, la encantaba tumbarse boca abajo sobre mis piernas para que me recreara tocándola y sobándola la masa glútea, en la que me gustaba propinarla unos cachetes, la raja del culo y el chocho antes de que procediera a masturbarla usando un grueso y largo consolador de látex con el que la sacaba una gran cantidad de “baba” vaginal pero, viendo mis portentosas eyaculaciones, consideró que se estaban perdiendo unas cantidades impresionantes de lefa y decidió continuar con las cubanas, mamadas y pajas pero con el propósito de dejarme muy bien preparado con vistas a cabalgarme vaginalmente. Entre lo “dispuesto” que me dejaba, el tremendo gusto que sentía en cuanto se la metía y que la fémina no tardaba en echarse sobre mi para poder hurgarme en el ano con uno de sus dedos mientras me la cepillaba con el propósito de que mi leche saliera de una forma mucho más copiosa e intensa, no podía evitar que mis eyaculaciones se produjeran con demasiada celeridad y a pesar de gustarla que fueran tan abundantes, se encontraba habituada a que su actual pareja empleara su tiempo en mojarla cada vez que se la follaba por lo que, en contra de lo que pretendía, no podía ver cumplido su anhelo de alcanzar más de un orgasmo en cada uno de nuestros contactos sexuales. Pero, a pesar de ello, Cinthia se encaprichó de mis atributos sexuales y como deseaba sacar el mayor partido posible de ellos, optó por darme un golpe seco en los huevos, con lo que me causaba bastante dolor y me hacía perder de inmediato parte de la erección, cuándo consideraba que mi eyaculación era eminente cada vez que me “ordeñaba” con su boca, manos ó tetas y me mantenía apretados los cojones cuándo me la trajinaba. De esta forma, además de enseñarme a retener al máximo la salida de la leche con lo que el gusto era más intenso y largo, logró que necesitara emplear bastante más tiempo para eyacular y que, al hacerlo, la echara una aún mayor cantidad de espesos chorros de lefa y que la secreción resultara mucho más larga con lo que pudo hacer realidad su deseo al llegar a disfrutar de hasta tres orgasmos, cada uno de ellos más intenso y prolongado que el anterior, siempre que me cabalgaba. Más adelante, me la empecé a tirar colocada a cuatro patas y echado sobre ella sin que me importara hacerlo cuándo estaba en pleno ciclo menstrual. Durante esa época tuve mis primeros contactos con el pis femenino ya que muchos días se meaba de autentico placer y al más puro estilo fuente, cuándo en pleno éxtasis, sentía caer mi caliente semen en su interior. Llevábamos casi un año manteniendo relaciones cuándo comenzó a tener retrasos con sus reglas hasta que, al no haberla bajado en los últimos dos meses, decidió ir a la consulta de su médico que la mandó hacerse la prueba del embarazo dando como resultado que estaba preñada de casi diez semanas. Cinthia en lo único que pensó fue que llevaba bastante tiempo sin mantener relaciones sexuales completas con su pareja y al no estar muy segura de que se la hubiera cepillado en las fechas en las que se produjo el embarazo optó, sin decir nada a nadie, por interrumpirlo de manera voluntaria, cosa en la que tenía experiencia puesto que lo había hecho en otras dos ocasiones. El mismo día en que la practicaron el aborto me realizó una soberbia mamada y una semana más tarde, me la volví a follar vaginalmente aunque no tardó en lamentar haber tomado una decisión tan precipitada sin, al menos, haber intentado enjeretar el crío a su pareja pensando en que, a su edad, se hubiera convertido en un aliciente el tener más descendencia y disponer de un nuevo miembro en la familia que diera un mayor sentido a su vida. Por ello, su mentalidad cambió por completo, su deseo sexual empezó a disminuir y al final, la tomó conmigo al considerarme el culpable de todo por haberla dejado preñada. Cuándo conseguí que me contara lo sucedido me dijo que lo nuestro tenía que acabar en aquel momento puesto que si seguía acostándose conmigo no dejaría de recordar lo acontecido y no superaría aquel trauma. El verme rechazado, primero por Jazmín y más tarde por su madre, hizo que entrara en un periodo de decaimiento sexual que logré superar al volver a satisfacerme a través de las pajas, unas veces en solitario y otras contando con la inestimable y valiosa colaboración de algunas de mis compañeras.

Cuándo más convencido estaba de que las hembras eran unas estrechas a las que toda la fuerza se las iba por la boca ya que las gustaba demasiado hablar y que su interés sexual quedaba relegado por la moda y por la ropa que querían comprarse, Paula, una de mis compañeras del instituto que en aquellos momentos era de las que más se prodigaban en “cascármela”, me indicó que a su hermana Gema la había dejado el novio, después de casi dos años de relaciones, a cuenta de sus continuas desavenencias sexuales puesto que el chico pretendía tirársela con frecuencia y la joven no estaba dispuesta a quitarse la braga y abrirse de piernas con tanta asiduidad como él quería. Como aquel hecho se había producido pocos días antes pensé que la chavala estaría bastante despechada y que, si sabía aprovechar bien la ocasión, dispondría de una magnifica oportunidad para volver a mantener relaciones sexuales completas. Gema era una chica ocho años mayor que yo, alta, de complexión normal y abundante cabello en tono muy claro que casi siempre llevaba recogido en forma de “cola de caballo”, que jugaba en un equipo federado de balonvolea, dotada de una cara redonda y risueña y de un apetitoso cuerpo como para quitar el hipo a cualquier hombre provisto de unas prietas y tersas tetas, un bonito culo y de, como tuve ocasión de comprobar, una abierta y amplia raja vaginal que solía mantener húmeda. Echándole cara, me hice una y otra vez el encontradizo y aunque no se mostraba demasiado partidaria de ello por nuestra diferencia de edad y a base de asistir como espectador a los partidos que jugaba, conseguí que saliéramos juntos los fines de semana en los que no tenía desplazamiento con el equipo. En las tres primeras ocasiones no demostró el menor interés sexual pero en la cuarta y aprovechando las apreturas del autobús urbano en el que viajábamos, me decidí restregar mi chorra contra su trasero a través de la ropa. Gema, que tuvo que notar las excepcionales dimensiones que iba adquiriendo, en vez de separarse se apretó mucho más a mi y a pesar de que al descender del vehículo no me dijo nada, desde aquel día intentó acomodar con frecuencia su culo en mi entrepierna para moverse convenientemente con el propósito de notar la dureza, el grosor y la largura que adquiría mi cipote.

Los domingos en que las temperaturas no acompañaban solíamos pasar la tarde en el cine ó en una discoteca a la que Gema tenía libre acceso en donde hicimos amistad con dos mujeres de mediana edad, Beatriz e Inés, que estaban solteras y acudían asiduamente los sábados y domingos a aquel establecimiento con la intención de mostrarse como unas féminas fáciles y bastante “ligeras de cascos” para poder ligar y acabar la velada inmersas en algún tipo de actividad sexual. Como nunca me ha gustado demasiado bailar, solíamos tomar una consumición muy tranquilos mientras escuchábamos música y hablábamos con ellas. Cierta tarde Beatriz hizo referencia al tremendo “paquete” que se le marcaba en el pantalón a un cuarentón que estaba bailando con una chica mucho más joven que él. Inés comentó que daba la impresión de que se había introducido en la bragueta una botella de COCA COLA para intentar impresionar a la chavala y llevársela a la cama lo que dio lugar a que su amiga indicara que a los hombres nos gustaba mucho alardear pero que, a la hora de la verdad, la mayoría teníamos el nabo fofo ó muy normal y con serios problemas para que se nos pusiera tieso y eyacular. Comprendí que, con aquella conversación, era el momento idóneo para intentar seducir a Gema y mientras continuaban haciendo conjeturas sobre el miembro viril masculino, me bajé ligeramente el pantalón y el calzoncillo y las enseñé el pene y los huevos preguntándolas:

“¿Y el mío que os parece? ”.

Las tres hembras se quedaron con la boca abierta mirándomelo y a Beatriz, con los ojos a punto de salírsela de las órbitas, se la escapó un poco de saliva antes de que Inés exclamara:

“Dios mío, vaya pedazo de tranca y que cojonazos más gordos. Si tiene ese grosor y largura en reposo, a medida que se vaya poniendo tiesa tiene que ser de lo más alucinante” .

Mientras a Beatriz e Inés se las hacía la boca agua, Gema me cogió la picha con su mano, me la palpó y tocó repetidamente al mismo tiempo que con la otra mano me acariciaba los huevos y tras darme su primer beso con lengua en la boca, me la empezó a “cascar”, sin que la importara que nos vieran, motivada por el manifiesto interés que las dos mujeres, que se pusieron delante de nosotros para intentar cubrirnos y evitar ciertas miradas indiscretas, demostraban por presenciar, sin perderse el menor detalle y estando pendientes del grosor y largura que mi pilila llegaba a alcanzar, el desarrollo del “ordeño”. Al eyacular solté con mucha potencia una amplia colección de chorros de leche algunos de los cuales se depositaron en las piernas y en la corta falda de Inés antes de que se apartara para que cayeran al suelo. Me hubiera encantado “meterlas mano” a las dos para comprobar a que grado de humedad habían llegado mientras Gema continuaba moviéndomela pero Inés fue la única que, abriéndose de piernas y dejando que la separara la parte textil del tanga de la raja vaginal, me permitió pasarla varias veces mi mano extendida por el coño comprobando que lo tenía empapado y que con la fricción se acrecentaban sus ganas de mear por lo que seguí acariciándola hasta que logré que se hiciera pis delante de nosotros formando un gran charco en el suelo. Cuándo Gema dejó de movérmela y volví a poner la pirula dentro del calzoncillo y del pantalón, Beatriz la dijo que no existían muchas como la mía y que tenía que hacer todo lo posible por atarse a mí y disfrutar al máximo de semejante pito. Desde ese día dejamos de frecuentar aquella discoteca a cuenta del temor que Gema tenía de que me acabara liando con aquellas dos guarras para comenzar a prodigarse en “cascarme” y chuparme la polla al mismo tiempo que decidió permitir que me la cepillara “a pelo” pero poniéndome la condición de que se la sacara al empezar a sentir el gusto previo a la eyaculación. De esta manera me la follé durante varios meses todos los fines de semana que era cuándo podíamos disponer del apartamento que tenía alquilado una compañera del comercio de confección textil femenina en el que trabajaba aprovechando que ella solía desplazarse para pasarlos junto a su novio. A pesar de que no era capaz de metérselo entero en la boca, la encantaba comerme el rabo y sabía darme muchísimo gusto chupándome la punta y pasándome su lengua por la abertura. La agradaba contemplarme la verga bien tiesa después de dejarme “a punto de caramelo” y antes de dar buena cuenta de sus espléndidas “domingas” al mismo tiempo que la masturbaba introduciéndola dos y tres dedos hasta que, en cuanto llegaba al clímax, me pedía que se la “clavara” vaginalmente y me la tirara. Pero, al igual que me sucedió al principio con Cinthia, era tal el gustazo que sentía en cuanto se la metía que mi eyaculación se producía con bastante más rapidez de la que deseaba y muy a mi pesar, tenía que sacarla la chorra con lo que, a pesar de que Gema alcanzaba el ansiado orgasmo con celeridad, la mayoría de los días se quedaba a punto de repetir aunque volvía a llegar al clímax y hasta solía mearse, mientras la echaba la leche en el exterior de la seta. Al acabar de “regarla”, solía limpiarme la punta en su braga ó en su “felpudo” púbico y al mantenerse bien erecta, volvía a metérsela unos minutos más con la intención de que pudiera llegar a disfrutar de otro orgasmo antes de que la sesión culminara al hacerse pis al más puro estilo fuente mientras me la cepillaba con lentos movimientos de mete y saca lo que daba origen a que su micción se prolongara durante bastante tiempo puesto que sólo podía salir al exterior cuándo mi cipote se desplazaba hacía afuera. Aunque no me llegué a plantear el seguir tumbado sobre ella hasta volver a eyacular, Gema quedaba pletórica y satisfecha. La chica incrementó aún más su belleza a cuenta de nuestra actividad sexual y logré que se arreglara más; vistiera con ropa desenfadada y juvenil; que se comprara sujetadores con las copas más estrechas y que fuera sustituyendo sus habituales bragas por tangas en tonalidades diversas aprovechando que aquella prenda íntima empezaba a tener un gran auge.

Pero, con el paso del tiempo, me empecé a cansar de tener que sacársela cuándo estaba a punto de eyacular y como deseaba disfrutar de las deliciosas sensaciones que supondría el echarla la lefa en el interior de la almeja, decidí seguir con el nabo introducido en su chocho cuándo sentí el gusto previo a la eyaculación por lo que la solté una soberbia cantidad de leche con la que Gema alcanzó un monumental orgasmo. Aquel día no me recriminó nada como tampoco lo hizo cuándo eyaculé dentro de ella por segunda vez pero en la tercera ocasión que la eché el semen en el interior del coño se enfadó mucho y me dijo que aquello no era lo acordado y que, como continuara así, la iba a dejar preñada ya que la soltaba mucha leche y tan profunda, prácticamente en los ovarios, que aumentaba de manera considerable la posibilidad de hacerla un “bombo”. Me volví a ajustar a sus deseos durante cierto tiempo hasta que una tarde, en que Gema había conseguido excitarme al máximo haciéndome dos soberbias mamadas para dejarme en ambas ocasiones a punto de eyacular, todo se desarrolló tan rápidamente que, al sentir el gusto previo, no pude contenerme y cuándo quise extraerla el pene ya la estaba echando la leche dentro de la seta por lo que me decidí a continuar y disfrutar de aquellos momentos. Gema la recibió, una vez más, inmersa en un intenso orgasmo e incluso, se meó de gusto al más puro estilo fuente pero, en cuanto acabé de soltársela, me obligó a sacarla la picha y a pesar de que, después de limpiarme la punta, la gustaba que volviera a metérsela para continuar follándomela un rato más, me lo impidió y me dijo que, como estaba visto que no iba a desistir de mojarla hasta dejarla preñada, no me iba a dejar que la volviera a penetrar. A pesar de que la pedí perdón muchas veces y prometí tener más cuidado para sacársela en los instantes previos a la eyaculación, se negó a seguir manteniendo relaciones sexuales conmigo aunque, después de permanecer algo más de dos semanas enfadada, continuamos llevando a cabo contactos basados en el sexo oral de manera que ella se ocupaba de “ordeñarme” y de chuparme la pilila permitiéndome “descargar” en su boca a cambio de que la mamara las tetas, la masturbara y la comiera la almeja lo que originó que, a pesar de que no llegaba a beberme íntegras sus meadas, mi boca entrara en contacto con el pis femenino.

Aunque me encontraba muy a gusto con Gema y a pesar de que no me permitiera penetrarla, me conformaba con que me “cascara” y chupara la pirula, una vecina suya llamada María Isabel ( Maribel ), que por lo que tuve ocasión de comprobar estaba muy al tanto de todo lo que sucedía entre nosotros, se decidió a entrar en acción al quedar conmigo para proponerme que me olvidara de la joven y mantuviera relaciones sexuales completas con una hembra madura, como era ella, en la seguridad de que con su experiencia me sabría dar todo el gusto que precisara además de permitir que se la metiera tanto por delante como por detrás siempre que quisiera y sin tener que tomar ninguna precaución para evitar posibles embarazos puesto que, a su edad y después de haber superado el proceso menopausico, era algo impensable. Maribel, que estaba a punto de cumplir cincuenta años, era delgada y de estatura normal, tenía el cabello moreno y un tanto rizado a media melena en el que, aunque intentaba disimularlas, observé algunas calvas, llevaba veinte años trabajando en una farmacia por lo que había llegado a conocer el negocio mucho mejor que la propia farmacéutica, se había quedado viuda cuatro años antes y no tenía hijos. A pesar de su edad, se ponía ropa juvenil ceñida y corta que la daba un aspecto mucho más joven y sensual. Me dijo que, lógicamente, no se podía plantear que me la tirara a diario pero que, si lo que pretendía era vaciar mis huevos, me facilitaría el poder hacerlo a través de un buen surtido de mujeres indicándome que acababa de iniciar su andadura la primavera que era una época muy propicia para ello puesto que las féminas se aligeraban de ropa, se humedecían con más rapidez y como dice el refrán, “la sangre altera” por lo que más de una estaría en disposición de disfrutar de un buen pito y de recibir un soberbio “quiqui” en su interior.

Como mi anterior experiencia con Cinthia, otra hembra madurita, me había resultado de lo más gratificante no me lo pensé y acepté su propuesta pero no me decidí a romper definitivamente con Gema aunque sí que la dejé un tanto al margen para poder centrarme en mi nueva relación con Maribel que, sabiendo que no había sido capaz de terminar con la joven, optó por forzarme a la ruptura tomándoselo con mucha calma por lo que, al principio, tuve que conformarme con verla en ropa interior mientras se ocupaba de mi polla, unos días moviéndomela muy despacio y otros chupándomela. Maribel, después de sacarme la leche, me dejaba que la tocara a través de sus prendas íntimas hasta que un día se decidió a quitarse el sujetador con el propósito de que la viera sus esplendidas tetas y se las tocara y mamara todo lo que quisiera y más adelante, la braga para lucir un poblado “bosque” pélvico y un sabroso chocho con lo que empezamos a prodigarnos en la masturbación mutua y los sesenta y nueves. A la mujer la gustaba “ordeñarme” para que la echara el semen en las tetas, en la cara ó en la braga ó chupármela para que se lo soltara en la boca antes de realizarla una exhaustiva comida de coño sin importarme que se hiciera pis ni sentir la menor repugnancia al beberme sus copiosas y largas meadas, que desde el primer momento consideré exquisitas, para más tarde vaciarla por completo realizándola un largo fisting vaginal que, en algunas ocasiones la llegué a hacer a dos manos, hasta que, después de hacerla echar toda la “baba” y la micción que tenía en su interior e inmersa en escozores y molestias vaginales, me soliera entretener efectuándola un pormenorizado examen de todo su cuerpo con especial atención a su seta, culo y tetas.

Al cabo de unos dos meses y viendo que mi relación con Gema se había enfriado hasta el punto de que apenas me veía con ella, iniciamos la práctica sexual con penetración. Aunque empezaba a sentir mucho gusto en cuanto se la “clavaba” y mis eyaculaciones continuaban siendo más rápidas de lo que hubiera deseado, Maribel me obligaba a permanecer echado sobre ella después de “descargar” y agarrándome con fuerza de la masa glútea me hacía seguir con mis movimientos de mete y saca diciéndome que, con aquel portentoso rabo del que estaba dotado, el echarla un segundo polvo tendría que resultarme mucho más agradable y placentero y que, al tenerlos tan gordos, mis cojones debían de estar llenos de leche que había que intentar renovar con frecuencia. De esta manera y a base de forzarme cada día un poco más, logró que, en un corto periodo de tiempo, cada una de mis eyaculaciones tardara en producirse y que mi potencia sexual se incrementara hasta que se convirtió en habitual el soltarla tres polvos en cada sesión que manteníamos y que, después de un breve descanso, estuviera en condiciones de repetir. Lo que me sorprendió es que, tras echarla la leche en dos ocasiones, sintiera una imperiosa necesidad de hacer pis y Maribel, en lugar de dejar que la sacara la verga para poder ir al water, me animó a mearme dentro de su almeja lo que me resultó sumamente grato mientras ella disfrutaba de un intenso y largo gusto con el que llegó, de nuevo, al clímax por lo que me acostumbré a soltar mi micción llena de espuma en su interior. Además me enseñó a cepillármela con movimientos de mete y saca circulares con los que la daba un mayor placer y la obligaba a soltar mucha más “baba” vaginal y pis y que, además de echado sobre ella, colocada a cuatro patas ó cabalgándome, existían otras posiciones con las que poder recibir gusto por lo que empezamos a hacerlo con ella acostada sobre mí; tumbada boca arriba a lo ancho de la cama mientras me la follaba permaneciendo de pie entre sus abiertas piernas e incluso, levantados, manteniendo Maribel una de sus piernas un poco más elevada que la otra pero, aparte de que la gustaba cabalgarme, me convertí en asiduo a “clavársela” a cuatro patas ó tumbado sobre ella puesto que en estas posiciones lograba que colaborara mucho más, se meara y me llegara a excitar al máximo de manera que, cuándo “descargaba”, la echara unas impresionantes cantidades de lefa.

Cuándo la tocaba estar de guardia nocturna en la farmacia me gustaba ir a visitarla al terminar de cenar sabiendo que, quedándose en braga, me sacaría un par de polvos, el primero “cascándomela” y el segundo y su posterior meada chupándomela, para después de pasarse un buen rato tocándome la chorra y acariciándome los huevos culminar la sesión efectuándome una cabalgada con la que quedaba de lo más relajado de cara a que cuándo me acostaba, en torno a la media noche, conciliara el sueño con rapidez. A cuenta de esas visitas nocturnas, empecé a encontrarla acompañada por Belén, la farmacéutica, una fémina de cabello muy rubio algo más joven que mi amiga, de estatura y complexión normal y por Milagros, su compañera, una joven pelirroja, delgada y menuda, que pocas semanas antes había contraído matrimonio y con “regalo” incluido puesto que comenzaba a lucir “bombo”. A Maribel la encantaba “fardar” de chico guapo, joven y bien dotado por lo que me hacía desnudar para que pudiera lucir mis atributos sexuales delante de ellas dejando que me los tocaran lo preciso para que el cipote se me pusiera tieso antes de que, haciendo que las tres hembras lucieran su palmito sin más ropa que la braga, me lo “cascara” y me lo chupara hasta sacarme dos buenas raciones de leche y una de mis espumosas y largas meadas que solía depositar en la cara y en las tetas de Belén y Milagros que no se perdían el menor detalle manteniendo su mirada fija en mi nabo para no tardar en unirse a mi amiga con el propósito de turnarse en realizarme unas excitantes mamadas múltiples.

Maribel, durante su matrimonio, no había tenido más remedio que habituarse al sexo anal ya que su marido siempre se había sentido especialmente atraído por el trasero de las mujeres y le encantaba darla por el culo una ó dos veces a la semana por lo que me pidió que, a días alternos y después de echarla la leche en un par de ocasiones en el interior del chocho y mojárselo con una de mis apoteósicas meadas, la “clavara” el pene por detrás. Aquello se convirtió en una especie de reto puesto que no tenía más experiencia en el sexo anal que la que había adquirido con mi primo Emilio cuándo le metía la punta de la picha en el ojete para echarle el semen dentro del trasero. No sé lo que llegó a pensar Maribel las primeras semanas al ver que, a pesar de lamérselo previamente hasta la saciedad, me topaba con todo tipo de problemas y que a duras penas conseguía introducirla entera la pilila bien tiesa pero, a medida que fui cogiendo soltura, la gustaba que se la metiera de una forma cada día más bárbara y que la tratara como una autentica golfa, agarrándola del pelo e insultándola continuamente hasta que, complacido por haberla poseído a través de aquel conducto tan estrecho, la soltaba una descomunal cantidad de leche. Pero, a pesar de que estaba habituada a la práctica sexual anal y la encontraba excitante y placentera, al pedirme que la diera por el culo regularmente no tuvo en cuenta que las dimensiones de mi pirula eran superiores a las del miembro viril de su marido y además de mearse con bastante frecuencia, liberaba con una facilidad pasmosa su esfínter. Al principio, se la podía sacar para que expulsara la caca antes de volver a introducírsela para continuar enculándola pero, según fui adquiriendo experiencia, se la metía muy profunda, el capullo quedaba aprisionado en su intestino y además del dolor y las molestias propias de este tipo de actividad sexual, se veía obligada a presionar con fuerza sus paredes réctales contra mi pito para aumentar nuestro mutuo placer al mismo tiempo que tenía que soportar que su mierda llegara a hacerla sentir que se encontraba a punto de reventar al no encontrar por donde salir al exterior a pesar de la gran presión que ejercía. Semejante problema se solventaba una vez que “descargaba” y mantenía la polla sin actividad en el interior de su ojete con lo que en unos minutos comenzaba a perder la erección, podía liberarla de su aprisionamiento intestinal y sacársela, instante en el que se producía una masiva defecación, generalmente muy líquida, sentía que el culo se la deshinchaba como si se tratara de un globo y comenzaba a sufrir unos procesos diarreicos que no la duraban más de dos ó tres horas.

Si algo me sorprendía de mi actividad sexual con Maribel era la gran facilidad y frecuencia con la que se meaba cada vez que la daba por el culo y que siempre defecara durante el proceso. La fémina me explicó que nunca había sido capaz de retener convenientemente la salida de su pis después de alcanzar el tercer orgasmo lo que explicaba que fuera habitual que se meara mientras me la tiraba vaginalmente; que con un rabo del grosor y tamaño del mío podía considerarse de lo más normal que se hiciera pis al mismo tiempo que la enculaba puesto que, al moverme, ejercía presión en la vejiga urinaria lo que, unido al continuo golpear de mis cojones en su raja vaginal, facilitaba que se produjera la micción y que el defecar no la había sucedido nunca, al menos hasta que recibía la oportuna “descarga” de leche, pero que con la punta de mi verga introducida en su intestino no la extrañaba que llegara a perder el control de su esfínter con rapidez.

Maribel cumplió su palabra y además de relacionarme los martes, jueves, sábados y domingos con ella, intentaba que los lunes, miércoles y viernes no me faltara sexo “poniéndome en bandeja” a determinadas hembras deseosas de disfrutar de una gratificante sesión de sexo y de una chorra de buen tamaño intentando que se ajustaran lo más posible a mis gustos puesto que conocía que sentía predilección por las jóvenes altas, delgadas, esbeltas y provistas de un culo prieto y no demasiado voluminoso. Enseguida se nos unieron Belén y Milagros, que cada día tenía más “bombo” y menos movilidad y se convirtió en la primera mujer a las que desvirgué el ano y con el gran aliciente que me supuso el darla por el culo estando preñada y aunque no me faltaron solteras y separadas, la mayoría eran féminas casadas que, a pesar de no llevar demasiado tiempo desposadas y tener hijos de corta edad, no ocultaban el encontrarse bastante insatisfechas de su vida sexual en el matrimonio por lo que deseaban que las jodiera a conciencia y las echara un par de polvos una ó dos veces al mes. Algunas eran sumamente guarras y no las importaba bajarse la braga hasta los tobillos en los sitios más insospechados para poder mearse de gusto mientras las tocaba el coño, el culo y las tetas con tal de darse el gustazo de “cascarme” ó chuparme el cipote. Pero, como a cuenta de sus obligaciones tanto familiares como laborales y de mis estudios, no conseguíamos ponernos de acuerdo con respecto a nuestra disponibilidad horaria para tener la debida continuidad en cada una de las relaciones, al cabo de unos meses, después de que Milagros pariera, sólo tres hembras se habían convertido en asiduas.

Una de ellas se llamaba Araceli y era una chica bastante pija de cabello moreno, alta y delgada. Pertenecía a una familia acomodada y tenía otra hermana. Como era amante de la velocidad acababa de adquirir un flamante MERCEDES deportivo a cuyo volante la vi varias veces toda tiesa, trabajaba en una asesoría de la que era titular un familiar y junto a dos amigas, se había hecho con un pequeño aunque muy céntrico local en el que habían abierto un comercio de lencería fina que, aunque tuvo mucho éxito, traspasaron enseguida al no ponerse de acuerdo sobre el horario en que cada una debía de atenderlo. Usaba siempre ropa interior de color negro que se la marcaba e incluso, se la transparentaba a través de las ajustadas prendas en tonalidad clara que se ponía. Después de sufrir un desengaño amoroso, tema del que nunca quiso hablar, decidió ingresar en un convento religioso con el propósito de formar parte de la congregación pero lo que verdaderamente hizo fue revolucionar sexualmente a las novicias al masturbarse delante de ellas hasta que una noche la superiora y dos religiosas la pillaron “in fraganti” comiendo la seta a otra aspirante originando que ambas fueran expulsadas de inmediato. Desde entonces había adquirido unos bríos sexuales impresionantes que pretendía sofocar conmigo y aparte de disponer de un aguante superior al de la mayoría de las mujeres, me pareció bastante evidente que de monja frustrada iba a acabar convirtiéndose en una fulana viciosa.

Otra fue María Inmaculada ( Inma ), una chica apetecible, guapa y sensual, de cabello moreno a media melena, complexión delgada y estatura normal, que era año y medio mayor que yo, estaba soltera y reconocía que, además de pocos amigos, tenía una escasa experiencia sexual ya que siempre había estado atada a sus padres a los que tenía que atender puesto que iban siendo mayores y sufrían un montón de achaques. La joven andaba de una manera muy pausada y vestía siempre en plan elegante con ropa holgada sin escotes y con la falda por debajo de la rodilla y era raro que usara pantalón. No se planteaba el ponerse minifaldas ó shorts y para poder verla en traje de baño, ya que el bikini parecía no existir para ella, tuve que invitarla a ir a pasar un domingo en la playa. Aunque me dijo que pretendía adquirir experiencia, me pareció que, además de rara, era estrecha, recatada y sosa en la cama pero, aunque me costó conseguirlo, desde la primera vez que la “metí mano” pude comprobar que se calentaba con mucha facilidad, colaboraba bastante bien y llegaba al clímax con una rapidez increíble. La encantaba que la quitara la braga para cambiársela por mi calzoncillo y que la sobara la raja vaginal antes de que procediera a masturbarla haciendo que alcanzara un buen número de orgasmos y algunos consecutivos hasta que era incapaz de retener por más tiempo la salida de su pis, se meaba y me bebía su micción; que la obligara a chuparme el nabo muy despacio y con sumo esmero para echarla la leche en la boca ó en las tetas; que hiciéramos sesenta y nueves al mismo tiempo que nos perforábamos mutuamente el culo con nuestros dedos; que se la “clavara” por vía vaginal colocada a cuatro patas y que la tratara como una autentica ramera mientras me la cepillaba; que “descargara” muy profundo y que, tras echarla la lefa, me hiciera pis en su interior.

La última, Piedad, era una fémina esbelta y rubia, más joven que Maribel, que se conservaba de maravilla estando dotada de un cuerpo escultural y liso que mantenía totalmente bronceado hasta en sus zonas más íntimas y que, al igual que Araceli, sentía una especial predilección por las prendas textiles en tonalidad muy clara. Me resultó conocida desde el primer instante pero tardé varios días en darme cuenta de que me había cruzado con ella en la calle, siempre del brazo de su marido, en repetidas ocasiones y que me llamaba la atención por su físico y por su costumbre de vestir prendas de abrigo largas debajo de las cuales solía lucir faldas muy cortas y blusas con más botones desabrochados de los estrictamente necesarios. Mientras a Araceli llegué a considerarla una golfa, con Inma y Piedad me sentía muy motivado, sobre todo viendo lo cerdas que podían ser y los apoteósicos orgasmos que alcanzaban hasta el punto de que, además de intercambiar la mía con Inma, me gustaba quedarme con la ropa interior de Piedad que durante un tiempo fue a la única a la que me follé más de una vez a la semana aprovechando que su marido tenía que viajar con frecuencia por motivos laborales por lo que me la tiraba por la noche, después de cenar ó a primera hora de la mañana aprovechándome de que, cuándo se despertaba, estaba de lo más libidinosa. Maribel me comentó que se trataba de una profesora de educación infantil que residía cerca del domicilio de mi tío y que tenía que esmerarme con ella puesto que era quien elegía y la proporcionaba buena parte del “genero” al que me estaba cepillando entre las madres de sus alumnos. Cuándo Maribel se decidió a realizar un proceso de selección mucho más personalizado y pormenorizado de la “carne fresca” que Piedad la ofrecía poniendo como condición que toda hembra que quisiera acostarse conmigo debía de poner su trasero a mi disposición hubo varias candidatas que desistieron. A pesar de ello, disfrutó viéndome dar por el culo a las que aceptaron y me pareció que, como sucedía cada vez que poseía analmente a Inma ó a Piedad a las que tuve el gran privilegio de perforarlas por primera vez el trasero, cuanto peor lo pasaran y más sufrieran durante el proceso más se mojaba y “ponía” ella.

Solventadas todas mis necesidades sexuales me planteé el volver junto a Gema con la idea de poder mantener con ella algo más que una relación sexual pero como nuestros recursos económicos, aunque la joven trabajaba, eran bastante limitados hablé de mis propósitos con Maribel que me indicó que podía continuar usando su domicilio como “picadero” ó para vivir con Gema siempre que continuara follándome a Araceli, a Inma, a Piedad y a ella y la chavala accediera a que la diera por el culo con regularidad en su presencia. Supone que aquello sería una gran contrariedad puesto que, al haber tenido serios problemas con Gema a través de la penetración vaginal, no me iba a resultar fácil conseguir que aceptara de buen grado que se la “clavara” por el trasero y menos delante de otra mujer, por mucho que la indicara que con el sexo anal no podía dejarla preñada por lo que, tras darlo un montón de vueltas en la cabeza, no me decidí a planteárselo.

Maribel, viéndome muy indeciso, se decidió a hablar con ella y proponérselo pero para entonces conocía que, al haber disminuido mi calificación escolar media durante el último curso puesto que a cuenta del sexo mis notas no habían sido tan buenas, me habían denegado la plaza en la facultad de la ciudad en la que residía por lo que, en pocas semanas, tenía que desplazarme a otra capital para comenzar a cursar allí mis estudios universitarios, a la espera de poder volver en cuanto rebajaran la nota ó surgiera alguna vacante, lo que iba a originar que tuviera que separarme de Araceli, Inma, Maribel y Piedad. Pero decidí guardarlo en secreto hasta dos días antes de irme al enterarme de que Gema, sorprendentemente, estaba dispuesta a compartirme con tal de vivir a mi lado y a que la diera por el culo en presencia de Maribel, cosa que pude hacer en tres ocasiones antes de que, al saber la verdad, la joven considerara que la había engañado y abandonara nuestra convivencia.

Mis primeras semanas universitarias resultaron bastante nefastas puesto que, aparte de verme obligado a vivir en una ciudad que apenas conocía y no tener amigos con los que poder salir, había disfrutado en los últimos meses de una placentera vida sexual, frecuente e intensa y de nuevo, me encontraba sumido en un periodo de “abstinencia”. Al echarlas mucho de menos, no conseguía quitarme de la cabeza a Araceli, Gema, Inma, Maribel y Piedad y no dejaba de pensar en la grata actividad sexual que había mantenido con ellas y en la cantidad de polvos que las estaría echando a diario de no haber surgido la contrariedad que me obligó a separarme de ellas. El entorno en el que me movía tampoco me ayudaba demasiado puesto que en la facultad no era difícil encontrarse con parejas, sobre todo de cursos superiores, en actitudes, llamémoslas, “bastante cariñosas” y hasta en los aseos, a pesar del esfuerzo que hacía el personal de limpieza por evitarlo, era habitual encontrarse en el suelo con condones usados, sus envoltorios y hasta con prendas íntimas mientras que en la residencia de estudiantes en la que me alojaba, por un lado, la ventana de mi reducida habitación daba a un patio y en el edificio de enfrente y a un nivel ligeramente más bajo, lo que me permitía tener una magnifica perspectiva, se encontraba ubicado el dormitorio de Daniel, un hombre calvo y viudo, que desde que se había prejubilado parecía no tener otra ocupación que no fuera el piropear a las jóvenes y eran bastantes, que se alojaban en la residencia y acudir por la tarde a los centros de reunión de los retirados para intentar “meter mano” en los baños a algunas de las féminas que acudían a esos lugares con intención de jugar a las cartas. Daniel debía de llevar cierto tiempo pasando las veladas nocturnas en compañía de Amparo, una hembra pechugona más joven que él, de abundante cabello rubio aunque no era su color natural y de altura y complexión normal, a la que la gustaba vestir en un plan elegante aunque casi siempre muy ceñido y corto. La mujer era propietaria de un estanco cercano, llevaba varios años separada y había tenido ciertos escarceos amorosos con algunos estudiantes que no fueron precisamente discretos al difundir que, como no usaba braga, no resultaba difícil poder trajinársela. Daniel, que era cliente asiduo de su estanco, se decidió a invitarla a cenar una noche en su casa para que comprobara que le encantaba la cocina y que preparaba unos platos exquisitos. Aquella velada acabó con la pareja retozando en la cama y Amparo pudo ver que el hombre, que se encontraba dotado de un pene de un grosor y largura normal del que colgaban unos cojones bastante gruesos, a pesar de su edad y siempre que meara antes de iniciar la actividad sexual, era capaz de echar dos polvos y tardando mucho en eyacular cosa que la agradaba puesto que siempre había deseado disfrutar del sexo hasta reventar de gusto en el momento en que su pareja la echaba la leche. Viendo que aquella relación iba a complacerla mucho más que cualquier otra que pudiera llegar a mantener con un joven estudiante, que solían ser bastante rápidos en “descargar”, decidieron comer diariamente en el domicilio de ella y pasar las noches en la vivienda de él. Además, en cuanto Daniel se calentaba un poco iba al estanco con el propósito de que Amparo ó Virginia, su espigada, joven y morena empleada que no puso ninguna pega a hacérselo siempre que se conformara con tocarla durante el proceso las tetas y el culo a través de su ropa, le “aliviaran” efectuándole una paja. El hombre solía permanecer en casa en calzoncillo mientras la fémina lucía unos camisones ajustados, cortos y finos en los que se la marcaban perfectamente todas sus curvas. Después de cenar, en torno a las once de la noche, la pareja hacía su aparición en el dormitorio y como la persiana estaba estropeada y lo único de que disponían para salvaguardar su intimidad eran unas cortinas que apenas limitaban mi visión, podía ver el desarrollo de las sesiones sexuales que mantenían casi a diario y que siempre empezaban de una forma similar ya que se daban varios besos en la boca mientras restregaban sus cuerpos. Pasados unos minutos Amparo le quitaba el calzoncillo y sentándose en la cama, le tocaba la picha antes de sostenérsela mientras echaba una corta micción que depositaba en un orinal. Acto seguido, el hombre se tumbaba boca arriba y muy abierto de piernas en la amplia cama de matrimonio para que la hembra se colocara de rodillas a su lado y procediera a tocarle los huevos y a comerle con esmero y ganas la pilila mientras el varón la “metía mano” centrándose en las tetas, la masa glútea y la raja del trasero. Al tardar bastante en eyacular, al cabo de un buen rato la mujer se quitaba el camisón para proceder a hacer un sesenta y nueve con el que Daniel no dejaba de acariciarla la raja vaginal mientras la lamía el ojete y la metía la lengua en el ano. Cuándo, por fin, se producía la salida de la leche la fémina, después de recibir parte en la boca, se apresuraba a extraérsela del orificio bucal con el propósito de que el resto se depositara en sus tetas para, a continuación, seguir chupándole y meneándole la pirula con la intención de evitar que perdiera la erección mientras Daniel la sobaba la almeja y las tetas hasta que la hembra procedía a hacerle una cabalgada, que unos días era vaginal y otros anal, para cuándo se cansaba echarse sobre él con el pito bien introducido en su chocho. El hombre la colocaba sus manos en los glúteos y la mantenía abierto el ojete con los dedos, la apretaba con fuerza contra él y la obligaba a moverse pasándose así un montón de tiempo hasta que, cuándo se iba a producir la “descarga” y temiendo que pudiera dejarla preñada, la mujer se incorporaba un poco para extraerse el miembro viril de la raja vaginal y hacer que la leche se depositara en el exterior del coño mientras se restregaba contra el hombre. Un poco más tarde Amparo se levantaba y con el “felpudo” pélvico y el exterior de la seta empapados en el blanco semen, meaba copiosamente en el mismo orinal mientras el hombre la acariciaba la almeja y al terminar, procedía a mezclar las micciones y se las bebían. Al acabar aquella “degustación” se acostaban totalmente desnudos y en cuanto Daniel la ponía la polla en la raja del culo, apagaban la luz para dormir hasta que Amparo se levantaba a la mañana siguiente, en torno a las ocho, se duchaba, se ponía un camisón y salía del dormitorio dejando a Daniel despierto aunque este, que se ocupaba de adecentar el dormitorio y de hacer la cama, no se levantaba ningún día antes de las nueve. Por otro lado, en el comedor tuve que compartir mesa con un par de chicas, Azucena y Noelia, que estaban cursando estudios superiores a los míos y que, además de estúpidas, resultaron ser unas pijas creídas y engreídas y más sabiendo que, al estar realmente buenas, eran deseadas por la mayor parte de sus compañeros masculinos. Las chavalas se limitaban a saludarme y sin importarlas mi presencia ni que las oyera, se enfrascaban en sus interminables conversaciones que, cuándo no se referían a otras jóvenes a las que ponían a parir, se centraban en la moda, en la ropa que pretendían comprarse ó en sus amigos y compañeros comentando que tal ó cual chico tenía el rabo más ó menos duro, gordo y largo que tal otro e incluso, Noelia llegó a explicar a Azucena con todo lujo de detalles lo excitante que había resultado chuparle la verga a un joven llamado Jesús Angel con el morbo añadido de hacérselo en un aseo femenino de la facultad y al mismo tiempo que ella meaba para, después y sin limpiarse, proceder a cabalgarle hasta que, enseguida, se dio cuenta de que el chico se encontraba a punto de “explotar” de gusto por lo que se incorporó y vio como echaba la lefa. Con aquel tipo de conversaciones más de un día me levanté de la mesa totalmente empalmado y hasta llegué a pensar que Azucena y Noelia actuaban así a costa pero como no disponía de más alicientes para poder “aliviarme” me la tenía que “cascar” por la noche mientras veía a mis vecinos ó tumbado en la cama pensando en ellas ó en otras compañeras que se alojaban en la misma residencia y me gustaban.

Pero no había pasado un mes desde el inicio del curso cuándo se nos informó de que el alumnado tenía que pasar un reconocimiento médico para el cual nos distribuyeron en grupos de entre diez y quince personas teniendo mucho cuidado de que cada uno estuviera formado exclusivamente por chicos ó por chicas, a las que hacían mamografías y una exploración ginecológica y nos asignaron las fechas para someternos al mismo. Sin que llegara a imaginarme el cambio tan radical que iba a sufrir mi vida sexual, me tocó pasarlo el primer día y formando parte de uno de los grupos más numerosos integrado por quince chicos. Fui el segundo en llegar y una auxiliar de enfermería, a la que entregué el oportuno recipiente antiséptico conteniendo mi primera micción matinal para ser analizada, comenzó a hacerme un montón de preguntas sobre las distintas alergias y dolencias que había padecido y después de cumplimentar un cuestionario, se dedicó a indagar en mi vida personal mostrándose especialmente interesada en saber si mantenía relaciones homosexuales. Al terminar me dijo que me quitara la ropa, quedándome en calzoncillo y en cuanto lo hice, otra auxiliar procedió, sin demasiado entusiasmo ni tino, a tomarme la tensión arterial y el pulso y a extraerme sangre para, acto seguido, hacerme pasar a una sala contigua en la que debíamos de esperar a que nos llamaran para efectuarnos el reconocimiento. Me di cuenta de que, aunque había varios médicos, seguían un orden alfabético de apellidos por lo que me iba a tocar de los últimos y como con cada uno empleaban de quince a veinte minutos, me supuse que la espera iba a ser larga.

En aquella improvisada sala de espera nos encontrábamos doce de los quince chicos cuándo hizo su aparición por la puerta Nuria, una esbelta profesora de unos cuarenta años, con el cabello moreno recogido en forma de moño, de altura normal y complexión delgada, a la que apodaban “culo flaco” por el poco volumen que tenía su trasero, en compañía de Ana Rosa, una guarda de seguridad de la facultad que era una joven alta, atractiva, delgada y morena que, según había oído, se sentía muy atraída por el culo de los jóvenes y se había especializado en forzarles el trasero con la ayuda de la porra de su uniforme. Las dos se nos quedaron mirando y la profesora, con un semblante muy serio, nos dijo:

“¿Se puede saber que hacéis así?. Quitaros ahora mismo el calzoncillo y permaneced de pie con las piernas abiertas” .

Aunque nuestro periodo universitario acababa de comenzar sabíamos que Nuria, de la que había escuchado ciertos comentarios en el sentido de que se había liado sentimentalmente con otra educadora que era muy respaldada por el rectorado después de haber logrado que del matrimonio de esta última solamente quedaran las apariencias, se había convertido en una de las profesoras con mayor influencia del campus universitario, tenía un carácter bastante agrio y seco y era exigente y dominante por lo que ninguno se atrevió a oponerse a sus deseos e inmediatamente, hicimos lo que nos había indicado quitándonos el calzoncillo y depositándolo en el suelo. Mientras Ana Rosa, comentando que no nos volvería a hacer falta esa mañana, se apresuraba a recogerlos y a meterlos en una bolsa de plástico, Nuria dijo:

“Así me gusta que seáis obedientes y que luzcáis vuestros atributos sexuales sin complejos” .

La profesora empezó por acariciarnos, uno a uno, los cojones con sus manos antes de decidirse a pedir la porra a Ana Rosa con el propósito de golpeárnoslos con ella suavemente para observar las reacciones de nuestra chorra. En aquel momento llamaron a otros tres chicos para pasar el reconocimiento por lo que se libraron de aquel trato vejatorio y en la sala quedamos nueve. Observé que la cara de Nuria demostraba cierta contrariedad y rabia al ver que, aunque con las apreturas de sus ceñidos calzoncillos sus “paquetes” prometían, el cipote de siete de los chicos que allí quedábamos se mantenía bastante fofo por lo que, considerando que muy poca satisfacción iba a poder sacar de ellos, decidió dejarlos de lado para centrarse en el nabo de un compañero y en el mío que, con sus caricias, golpeteos y tocamientos, se nos había puesto como una autentica piedra y en mi caso, realmente largo. Cuándo otros tres chicos iniciaron el reconocimiento médico, Nuria decidió tomar asiento, cosa que no la fue fácil a cuenta de los ajustados pantalones que llevaba puestos y empezó a “cascársela” a mi compañero, llamándole una y otra vez cabrón y moviéndole enérgicamente el pene al mismo tiempo que le apretaba los huevos y Ana Rosa, que no se perdía el menor detalle de lo que hacía Nuria, buscaba el orificio anal del chico para, sin la menor contemplación, introducirle bien profundos dos dedos con los que le hurgó con fuerza en todas las direcciones. La profesora, al enterarse de que tenía novia, se mostró muy interesada por conocer la frecuencia con la que le chupaba la picha y cada cuanto tiempo se la tiraba con lo que consiguió que el joven se excitara y no tardara en echar, en presencia de los que aún esperábamos en la sala y de ellas dos, una gratificante ración de leche que debió de salir en medio de un gusto muy intenso aunque la eyaculación no fue demasiado abundante. En cuanto acabó de echar lefa, la profesora le limpió la abertura pasándole los dedos, Ana Rosa le extrajo los dedos del culo y se los limpió en la masa glútea del joven que, con parte de la leche colgándole de los pelos púbicos, buscó con la vista una papelera, la cogió, se la puso en el culo y procedió a defecar. Mientras lo hacía la guarda de seguridad, sonriendo, se colocó a su lado, le agarró del pelo, le hizo bajar la papelera y le dijo:

“Espero que la llenes de mierda, so cabrón” .

Nuria se levantó de la silla y volvió a menearle la pilila mientras defecaba pero, tras eyacular, había perdido la erección y no hubo forma de que se le volviera a poner tiesa. Ana Rosa, sin soltarle el pelo, le volvió a forzar el ojete con sus dedos haciendo que se tirara unos cuantos pedos antes de que, al extraérselos, el joven echara en tromba una gran cantidad de mierda líquida. Sin perderse el menor detalle de la defecación, la chica dijo en voz alta:

“Parece que nadie había hurgado a este cabrón en el trasero ya que está soltando un montón de mierda y me da la impresión de que está a falta de que una fémina se ocupe a diario de su culo” .

La profesora no hizo mucho caso de los comentarios de Ana Rosa y después de limpiarse la lefa que aún tenía en su mano en una de las piernas del joven, se volvió a acomodar en la silla y con cara de pocos amigos, me hizo una indicación para que me acercara. Me encontraba totalmente empalmado y con el capullo abierto por lo que la hembra, tras palparme la pirula con su mano, me pasó varias veces la lengua por la abertura, me la abrió con los dedos y mirándome fijamente la “boca” del pito exclamó:

“Esta si que es una polla magnifica, bien dura, larga y tiesa” .

Bajándome de golpe la piel dejó al descubierto toda la glande que contempló entusiasmada unos segundos antes de comenzar a menearme el rabo muy despacio manteniendo el capullo bien abierto al mismo tiempo que no dejaba de depositar saliva en la abertura y me apretaba con bastante fuerza los huevos para intentar evitar que mi eyaculación se produjera con demasiada rapidez.

“¡La cantidad de leche que tiene que haber dentro de estos cojonazos!” dijo.

Para entonces el otro chico había terminado de defecar y Ana Rosa le había vuelto a introducir sus dedos en el ano realizándole unos hurgamientos bastante bestiales en busca de más mierda pero el joven debía de haber vaciado por completo su intestino y no logró sacarle más. El joven, después de verse forzado a chuparla los dedos en cuanto se los sacó del culo, la pidió papel higiénico para limpiarse el ojete pero Ana Rosa le contestó que no tenía y que debía de entrar al reconocimiento con el ano manchado. Acto seguido, la guarda de seguridad se desentendió de él y se colocó a la izquierda de Nuria para, después de alabar las dimensiones de mi verga, proceder a meterme, en plan bárbaro y en seco, tres dedos en el orificio anal para hurgarme con mucha fuerza en todas las direcciones y moviéndolos de tal manera que me pareció que lo que realmente quería es que llegara a sentirme como si realmente me estuviera dando por el culo. Nunca me habían forzado así el trasero y aunque, al principio, me hizo bastante daño y no lo encontré agradable, semejante actividad originó que mi próstata llegara a alcanzar tal grado de excitación que, sintiendo un gusto tremendo, comencé a echar chorros y más chorros de leche mientras Nuria, que no dejaba de movérmela y Ana Rosa no se perdían el menor detalle de su salida comentando que nunca habían visto una chorra como la mía ni soltar tal cantidad de lefa. Mientras Ana Rosa continuaba hurgándome en el culo con ganas, la profesora siguió con su labor al observar que se mantenía la erección por lo que supuso que me encontraba en condiciones de echar más leche aunque no pudo verificarlo puesto que, enseguida, me llamaron para realizarme el reconocimiento y Nuria se limitó a chuparme la abertura mientras Ana Rosa me extraía con mucha brusquedad los dedos del trasero por lo que entré con el cipote completamente tieso y con señales evidentes de mi eyaculación en el estómago, los pelos púbicos y las piernas.

Para colmo una médico se encargó de realizarme el reconocimiento y al ver que, al igual que los demás, estaba completamente desnudo centró su mirada en mi nabo sin poder evitar sonreír mientras pensaba que me lo había estado “cascando” ya que me dijo que, al parecer, había aprovechado muy bien la espera y que mi pene prometía antes de ofrecerme un rollo de papel higiénico para limpiarme. Pero aquel día parecía que las mujeres la habían tomado con mi culo puesto que la médico, después de realizarme una exploración de los pies a la cabeza, me hizo ponerme a cuatro patas y con el culo en pompa, me echó un líquido en el ano, se colocó un guante de látex y me metió en el ojete primero un dedo y después dos con el propósito, según me explicó, de examinarme la próstata. Aquella exploración debió de ser de lo más exhaustiva puesto que empleó varios minutos y al igual que había hecho Ana Rosa, no dejó de hurgarme hasta que logró que la picha se me volviera a poner tiesa lo que, junto al grosor de mis huevos, no pasó desapercibido para la fémina. Pero con aquellos hurgamientos anales, además de tener ganas de mear, comencé a sentir una imperiosa necesidad de defecar por lo que, en cuanto me extrajo los dedos, deseé que el reconocimiento acabara cuanto antes para poder dirigirme al water y hacer pis y vaciar el intestino aunque tuve que aguantarme mientras me realizaban un electrocardiograma y más tarde, la médico se mostró interesada por conocer detalles sobre mi actual actividad sexual y de cómo, cuándo y con que frecuencia me la meneaba mientras cada vez tenía que hacer un mayor esfuerzo para evitar que mi micción y mi mierda, que sentía bastante líquida, salieran al exterior. Estoy casi seguro de que la hembra hubiera terminado chupándome la pilila y de que quizás, a cuenta del reconocimiento, nos hubiéramos liado sexualmente si no llega a darse cuenta de que estaba a punto de mearme y cagarme delante de ella y bastante contrariada, me dejó ir al aseo. Antes de que pudiera acomodarme en el “trono” salió un buen chorro de pis y después solté una abundantísima y larga meada junto a una gran cantidad de caca totalmente líquida que evacué durante varios minutos. Al acabar y para no tener que recorrer desnudo todo el pasillo, volví a entrar en la consulta de la médico que, al encontrarse examinando a otro compañero, no se enteró de nada y a través de la improvisada sala de espera en la que Nuria me había “ordeñado” y Ana Rosa me había forzado el culo, llegué hasta el lugar en el que me había dejado mi ropa y me habían atendido las auxiliares de enfermería. Una de las ellas continuaba allí y no dejó de mirarme la pirula que, aunque había perdido buena parte de su erección, seguía con la piel baja y luciendo un apetitoso capullo hasta que, a falta del calzoncillo, la cubrí con el pantalón y me acabé de vestir. Aquella mañana sólo tuvimos clase y a última hora, de una asignatura pero ello no fue impedimento para que me convirtiera en el centro de atención de mis compañeros que, sin distinción de sexo, querían conocer si había conseguido complacer a la “culo flaco” echando una buena cantidad de leche y diciéndome que, si era así, tenía que intentar satisfacerla en todo aquello que me pidiera para que toda la clase se beneficiara de ello ya que todo parecía indicar que aquel curso la correspondía encontrar a un estudiante bien dotado, guarro y con una potencia sexual más que aceptable que la complaciera.

Me estaba empezando a olvidar de lo acontecido cuándo la tarde del martes siguiente me llevé una nueva sorpresa al ver entrar en el aula a Nuria que nos informó de que el profesor titular acababa de sufrir un percance domestico y previsiblemente, estaría de baja durante varias semanas por lo que iba a sustituirle hasta su recuperación impartiendo las clases de dos asignaturas. La verdad es que no me hizo mucha ilusión saberlo y menos cuándo, después de localizarme con la mirada, comprobé que demostraba un inusual interés por mí puesto que, como si el resto de mis compañeros no existiera, no dejaba de preguntarme sobre los temas que estábamos estudiando hasta que logró dejarme en evidencia al equivocarme y contestarme que, seguramente, cada vez que me encontrara en la cama con una mujer estaría mucho más activo y atento.

Aquel día, que era martes, no sucedió nada más. El miércoles no teníamos ninguna clase por la tarde y el jueves no ocurrió nada destacable hasta que, al acabar de impartirnos la clase, me dijo que quería hablar conmigo y que permaneciera en mi sitio hasta que el resto de mis compañeros abandonaran el aula. Al quedarnos solos me pidió que me acercara a ella lo que hice casi al mismo tiempo en que Ana Rosa aparecía por la puerta. La profesora, después de asegurarse de que su amiga la cerraba con llave, me dijo:

“Venga, desnúdate, que tenemos tres cuartos de hora para disfrutar de tu portentoso pito antes de que comiencen a limpiar el aula” .

Me debí de quedar parado al no esperarme algo así y sin certeza alguna de tener la obligación de hacer lo que Nuria, con gesto enfadado y semblante serio, me había dicho. Ana Rosa, viendo que dudaba, me fue quitando la ropa sin encontrar la menor oposición por mi parte. Cuándo estaba en calzoncillo me acarició la polla con su mano extendida a través de la prenda logrando que se me pusiera tan tiesa que la punta hiciera su aparición por la parte superior. La guarda de seguridad, al verlo, exclamó:

“Es increíble como se le ha puesto y que rico tiene el rabo” .

En cuanto estuve completamente desnudo y con la verga bien dura y tiesa a cuenta de Ana Rosa y sus tocamientos, Nuria me hizo ponerme a cuatro patas de manera que, mientras ella me la meneaba muy despacio y me mantenía apretados los huevos, la guarda de seguridad pudiera lamerme el ano, comentando que la gustaba que oliera y supiera a mierda, antes de introducirme sus dedos para hurgarme con fuerza y ganas en todas direcciones. Aunque Nuria no tenía ninguna prisa por sacarme la leche, un par de minutos después de que Ana Rosa me perforara el culo la solté con tanta celeridad como la mañana del reconocimiento médico y echando otra espléndida ración de semen que la profesora dejó que se fuera depositando en el suelo mientras continuaba moviéndome la chorra. Nuria estaba segura de que era capaz de eyacular por segunda vez y de que disponía del tiempo suficiente para recrearse con mi cipote y con mis cojones de la misma forma que Ana Rosa hizo con mi culo hasta que logró salirse con la suya al conseguir que, cuándo sentí que estaba impregnando los dedos de la guarda de seguridad en mi caca, echara otra impresionante cantidad de leche sintiendo un gusto realmente increíble mientras Nuria me decía:

“Estás demostrando que eres un buen semental y no voy a dejar de moverte el salchichón hasta que vacíes tus huevos y sueltes toda la leche” .

No sé lo que tenía aquella fémina pero lo cierto es que me hizo soltar mucho más semen que en cualquiera de las eyaculaciones que había tenido hasta entonces al mismo tiempo que, echando todavía lefa, empecé a sentir una imperiosa necesidad de mear y de cagar. Nuria seguía moviéndome el nabo sin descanso cuándo salieron mis primeros chorros de pis. El verme mear debió de resultarla de lo más gratificante puesto que su respiración se volvió más agitada, sus jadeos fueron más perceptibles y sin separar su vista de mi pene y de la micción, me lo dejó de menear, hizo que su pantalón descendiera hasta los tobillos y abriendo todo lo que pudo las piernas, se introdujo la mano derecha en su braga de color rosa y procedió a tocarse antes de hacerse unos dedos sin que pudiera pasar desapercibido el agradable sonido de su flujo vaginal por lo que supuse que estaba muy húmeda mientras Ana Rosa siguió hurgándome en el culo hasta que tuvo la completa seguridad de que iba a defecar delante de ella y en cuanto me sacó los dedos bien impregnados en caca, preparó sus manos con el propósito de recoger parte de la mierda que empezaba a salir por el ano que miró, olió y llegó a degustar mientras Nuria, que pretendía que no me diera cuenta de ello, alcanzaba el clímax y empapaba su prenda íntima con su abundante “baba” vaginal. Era más que evidente que estaba completamente salida por lo que, mientras observaba como Ana Rosa daba debida cuenta de la caca que se iba depositando en sus manos, se bajó la braga, me agarró con fuerza de la cabeza y me apretó contra ella para que tuviera que ponerla mis manos en los glúteos y a comerla el chocho. La hembra tardó escasos segundos en alcanzar un nuevo orgasmo y un poco más tarde, en medio de convulsiones y espasmos pélvicos, se hizo pis en mi boca. El que me hiciera beber su micción en tales circunstancias me pareció de lo más asqueroso y repugnante pero, al continuar ejerciendo presión sobre mi cabeza para que no pudiera separarme de ella, me resultó imposible evitarlo y tuve que aceptarlo de buen grado ingiriendo casi la mitad de su meada que, al final, me pareció sumamente grata y sabrosa. Para entonces, Ana Rosa me estaba lamiendo el ojete después de haberme provocado una masiva defecación, parte de la cual había quedado depositada en el suelo y Nuria, en cuanto terminó de mear, se desnudó por completo para tumbarse muy abierta de piernas encima de su mesa y hacer que continuara comiéndola el coño al mismo tiempo que Ana Rosa la mamaba las tetas y la hurgaba en el trasero. La profesora no quiso quedarse atrás e “hizo unos dedos” a la guarda de seguridad que no tardó en llegar al clímax lo que se juntó con una gran meada al más puro estilo fuente que fue cayendo al suelo sin que Nuria dejara de masturbarla. Aunque me pareció que no nos quedaba tiempo para más fue el suficiente para que la profesora disfrutara de otro monumental orgasmo y Ana Rosa pudiera darse un buen festín al lograr que la “culo flaco” defecara y expulsara una buena cantidad de oscura mierda en forma de pequeñas bolas que la guarda de seguridad me animó a probar lo que hice verificando que, de la misma forma que me había sucedido con la micción, no me resultaba tan desagradable como me suponía y que los excrementos femeninos eran todo un manjar.

Después de vestirnos apresuradamente y dejar el aula lo mejor que pudimos ya que el personal de limpieza tenía que estar a punto de llegar, Nuria me indicó que siempre que me portara bien y guardara toda mi leche para ella se encargaría de que mis calificaciones fueran excelentes y de que tuviera algo de dinero en el bolso para mis gastos. Antes de salir de la facultad y a pesar de que al cogerlo consideré que me convertía en su puto, me entregó el equivalente a unos sesenta Euros actuales diciéndome que cada quince días me daría una cantidad similar más alguna gratificación extraordinaria lo que cumplió hasta que terminó el curso.

A partir del lunes siguiente se convirtió en habitual que Nuria y yo aprovecháramos la hora en que por la mañana no había clase para encerrarnos en un archivo que estaba en desuso y al que la “culo flaco” tenía libre acceso donde, atrancando la puerta con una silla puesto que no había posibilidad de cerrarla por dentro y con una iluminación bastante deficiente y tenue, me sacaba un par de polvos y una meada que la gustaba beberse antes de dejar que la comiera la seta hasta que, después de alcanzar tres ó cuatro orgasmos y hacerse pis en mi boca, se nos terminaba el tiempo y nos teníamos que limpiar y vestir con prisa. A Nuria la encantaba efectuarme el “ordeño” en diferentes posiciones pero en las que más se prodigó fue en hacer que me pusiera a cuatro patas; quedándome de pie mientras ella permanecía en cuclillas; poniéndome a más altura ó tumbado en el suelo con las piernas bien abiertas para poder colocarse en medio de ellas. Pasadas unas semanas encontró de lo más excitante y placentero el moverme la picha lentamente después de girármela para ponerla hacía abajo, con la punta mirando a los pies, dándome golpes en los cojones y olvidándose con frecuencia de que me la estaba meneando para abrirme la raja del culo con sus manos y pasarme reiteradamente sus dedos por el exterior del ojete antes de proceder a llenármelo de saliva, lamérmelo y meterme primero su lengua y más tarde dos ó tres dedos con los que la gustaba hurgarme analmente. A pesar de que me había dicho que la agradaba, cuándo no podía evitarlo y me tiraba algún pedo Nuria me propinaba varios cachetes en la masa glútea hasta ponérmela como un tomate y no dejaba de llamarme cabrón y cerdo. Como aquella actividad requería emplear bastante tiempo no podía sacarme más de un polvo y cuándo echaba la leche, la recogía en un vaso para bebérsela ó para untarse la cara y las tetas con ella indicándome que se trataba de una excelente crema facial para mantener la piel joven y tersa.

Por la tarde, al acabar las clases, volvíamos a encerrarnos en el mismo archivo pero esta vez en compañía de Ana Rosa que algunos días me chupaba la pilila aunque, en cuanto sentía que iba a eyacular, se la sacaba de la boca para que no la echara la lefa dentro del orificio bucal y que, en su lugar y mientras me la meneaba con su mano, la depositara en el interior de las copas del sujetador y el canalillo de las tetas. Aunque la gustaba tenerlo en su boca y se esmeraba al mamármelo por lo que sentía una muy especial predilección era por el culo tanto masculino como femenino y por la caca por lo que mientras Nuria iba consiguiendo que mi potencia sexual aumentara todavía más, Ana Rosa me metía en el trasero unas bolas chinas, un consolador de rosca ó tras dilatármelo con sus lamidas y sus dedos, la porra de su uniforme con la que me forzaba hasta que estaba segura de que iba a poder disfrutar de mi defecación y volver a degustar parte de mi mierda.

Aquellas sesiones vespertinas cada día duraban más ya que Nuria no se cansaba de moverme la pirula y de sacarme leche, sin que la importara que a partir del cuarto polvo fuera un tanto forzado y que el semen saliera bastante aguado ni que me meara pocos segundos después de producirse mis eyaculaciones pares. Además de lograr incrementar mi potencia sexual exigiéndome que echara más y más lefa, sin dudar en forzarme al máximo hasta que lo conseguía, pudo comprobar que si, después de sacarme tres polvos, permitía que mi pito se mantuviera unos minutos en reposo hasta que comenzaba a perder la erección, obtenía un excelente rendimiento sexual de mi miembro viril ya que, aunque tardaba un poco más en eyacular, era capaz de soltar en otras dos ó tres ocasiones la leche, que a veces iba mezclada con pis, por lo que decidió que, entre las mamadas que me efectuaba Ana Rosa y el “cascármelo” ella, tenía que vaciar mis huevos todos los días lectivos en aquel archivo. Nuria no tardó en encontrar ocupación para esos minutos que precisaba para recuperarme haciendo que las tocara y mamara las tetas al mismo tiempo que acariciaba y sobaba su raja vaginal antes de que la profesora se tumbara bien abierta de piernas para que la guarda de seguridad pudiera forzarla lo que llamaba su “cueva” vaginal introduciéndola la porra mientras me encargaba de acariciar la almeja a Ana Rosa al mismo tiempo que la lamía hasta la saciedad el ojete sin que, durante el proceso, se privara de tirarse varios pedos.

Como cada día acabábamos más tarde y aún no tenía coche, Ana Rosa me propuso que esperara a que acababa su turno de trabajo para llevarme en el suyo hasta la residencia de estudiantes en la que me alojaba y a la que, a cuenta de los transbordos de autobús que tenía que realizar, casi todos los días llegaba con el tiempo justo para cenar. Aprovechaba aquella espera para ir a la biblioteca y ponerme a estudiar. Desde el primer día Ana Rosa, que sin uniforme estaba mucho más deseable y sensual, además de tocarme reiteradamente la polla a través del pantalón cada vez que nos deteníamos delante de un semáforo, abría sus piernas para que pudiera introducir mi mano por debajo de su falda, casi siempre corta y con poca tela y tocarla el chocho separando la parte textil de sus diminutos y finos tangas estampados sabiendo que, con ello, se aseguraba que, casi todas las noches y en la soledad de mi habitación, me la tuviera que “cascar” a su salud.

Los viernes por la tarde no teníamos ninguna clase y como tampoco mantenía ninguna actividad sexual con Nuria me aficioné a ir, después de comer, al cine para pasar entretenido parte de la tarde. A pesar de que las salas eran de reducidas dimensiones a aquella hora la afluencia de público era mínima por lo que el número de espectadores siempre solía ser escaso. Una tarde, al entrar en la sala, vi que estaba prácticamente vacía puesto que podía contar con los dedos de una mano las personas que allí se encontraban. A punto de iniciarse la proyección llegaron dos atractivas y delgadas mujeres de mediana edad, una de ellas morena y la otra rubia, que vestían unos ceñidos pantalones vaqueros en los que se las marcaba perfectamente el culo y que se acomodaron en un lateral de las primeras filas. Al comenzar la película observé que un hombre de edad avanzada se levantaba de su butaca para ir a sentarse junto a la fémina de cabello rubio. Un poco después me pareció que había demasiado movimiento entre ellos y como no podía parar por la curiosidad, aunque me había acostumbrado a encontrarme con parejas que iban al cine a esas horas para “aliviarse” sexualmente, me levanté de mi butaca y me acomodé al lado de la hembra morena. Mi sorpresa fue mayúscula al ver que la rubia estaba con el top y el sujetador prácticamente en el cuello y que lucía unas voluminosas tetas que el hombre maduro no dejaba de apretar y tocar mientras ella, como si nada ocurriera, observaba la película y hablaba en voz baja con su amiga que no tardó en mirarme como demandando que hiciera lo mismo con ella. La mujer no opuso la menor resistencia a que la abriera la blusa y la subiera el sujetador para dejar al descubierto sus “domingas”, que eran tan grandes y prietas como las de la otra fémina e incluso, llegó a animarme para que se las apretara, mamara y sobara hasta hartarme. Me encantó ponerla los pezones totalmente erectos a base de chupárselos y que cada vez que se los mordía saltara de su asiento. Pasado un buen rato me levanté para situarme de pie detrás de ella en la siguiente fila y poder tocárselas disfrutando de una magnifica perspectiva de su “delantera”. Pero como llevaba mucho tiempo ocupándome de sus tetas y lo que de verdad me interesaba era lo que tenía entre sus piernas, me volví a sentar a su lado y procedí a abrirla el pantalón. La hembra continuó hablando con su amiga, puso los codos en los apoyabrazos de la butaca y levantó ligeramente el culo para que pudiera bajarla el pantalón y el tanga. De inmediato, percibí el característico y gratificante olor a mujer que despedía su “caldoso” coño y abriendo todo lo que pudo sus piernas, se lo acaricié durante unos minutos hasta que me pidió que la “hiciera unos dedos”. La metí tres de golpe, localicé su clítoris, se lo presioné con el dedo gordo y la masturbé alternando movimientos lentos con otros rápidos mientras ella me acariciaba con su mano derecha las piernas y la entrepierna con lo que pudo notar que el rabo se me estaba poniendo totalmente tieso. Logré que, con una respiración agitada pero reprimiendo sus jadeos, llegara a disfrutar de tres monumentales orgasmos que siempre iban acompañados de unas impresionantes convulsiones pélvicas previas y una salida bastante masiva de “baba” vaginal. Aún estaba bajo los efectos del último cuándo soltó una copiosa y larga meada con la que empapó la butaca, mojó su pantalón y el tanga y formó un buen charco en el suelo. Cuándo la extraje los dedos observé que el hombre continuaba tocando las tetas a la otra fémina que no dejaba de mirarnos y hacía varios minutos que se había abierto el pantalón y lucía un diminuto tanga en tonalidad azul, con la intención de que el hombre pudiera tocarla la raja vaginal. Un poco más tarde y mientras mantenía bien abiertos los labios vaginales de la hembra morena, su amiga la pasó varias veces la mano extendida desde el clítoris al ano y viceversa, diciéndola que era una golfa y que tenía una seta muy apetitosa, con lo que consiguió que soltara más “baba” vaginal hasta que, viendo que la proyección terminaba, las dos mujeres se pusieron bien la ropa y nos propusieron abandonar la sala lo que el otro hombre y yo hicimos detrás de ellas.

Como estaban bastante salidas y llenas de deseos de disfrutar de nuestra verga nos dirigimos al aseo de señoras del cine con el propósito de continuar allí con nuestra actividad sexual pero tuvimos que desistir al ver que los cuatro juntos no entrábamos en ninguno de los compartimentos y que la puerta de acceso al baño no disponía de ningún tipo de cerradura que nos hubiera permitido hacerlo sin apreturas en la zona de los lavabos por lo que el otro hombre, que dijo llamarse Mariano, nos propuso irnos en su coche a un frondoso pinar que existía a las afueras de la ciudad. Durante el desplazamiento volví a dejar al descubierto las tetas a la fémina morena y se las fui apretando, mamando y tocando hasta llegar a nuestro destino en donde las dos hembras se dieron prisa en quitarse la ropa para quedarse en tanga y en cuanto dejamos nuestra chorra al descubierto la mujer rubia, a la que su amiga llamó Reyes, se colocó en cuclillas y muy abierta de piernas en medio de nosotros y comenzó a meneársela a uno de nosotros al mismo tiempo que se la chupaba al otro mientras la morena, que se llamaba Sara, se ocupaba de acariciarme y apretarme los huevos mientras restregaba su prenda íntima contra mi trasero y me decía que, en aquellos instantes, la gustaría disponer de un buen cipote para darme por el culo mientras su amiga me la chupaba y movía. A pesar de que mis eyaculaciones no fueron demasiado rápidas Reyes me había sacado dos polvos, echándola el primero en la boca y el segundo acompañado de su correspondiente meada en la tetas, cuándo el miembro viril de Mariano empezaba a ponerse en condiciones por lo que Sara, bastante salida e impresionada por las dimensiones de mi nabo y la gran cantidad de leche y de pis que había soltado, me hizo acostarme boca arriba sobre la hierba para quitarse el tanga, colocarse en cuclillas, mearse encima de mí, meterse el pene empapado en su pis en la almeja y proceder a efectuarme una excepcional cabalgada vaginal. La fémina llegó a tal grado de excitación y satisfacción que hicieron que comenzara a tener continuas pérdidas urinarias con lo acrecentó aún más mi placer logrando que mi eyaculación no tardara mucho en producirse. Un poco después de sacarme la leche se incorporó para colocarse a cuatro patas y con el culo en pompa pidiéndome que se la “clavara” por detrás ya que deseaba disfrutar de mi picha dentro de su trasero y que, con ello, me iba a convertir en uno de los pocos privilegiados que la habían poseído por el culo puesto que todavía no había permitido que su marido estrenara su orificio anal. La hembra llegó a pensar que la había desgarrado el ano cuándo la introduje la pilila de una forma un tanto bárbara pero colaboró y se movió de maravilla hasta que, varios minutos después, la solté otra gran ración de leche y una copiosa y larga micción casi al mismo tiempo que ella volvía a hacerse pis. Sara alucinaba con mi potencia sexual y hasta llegó a indicarme que no la importaría convertirse en mi esclava con tal de poder disfrutar con frecuencia de mi pirula y de mis abundantes, espléndidas y largas eyaculaciones. En el momento en que se la pude sacar, se incorporó, se separó ligeramente de mí, se colocó en posición y procedió a defecar. Reyes, que hacía rato que había logrado sacarle la lefa a Mariano, continuaba chupándole el pito a pesar de que, tras la eyaculación, había perdido rápidamente la erección mientras él no dejaba de sobarla las tetas. Sara, en cuanto terminó de evacuar, me tocó la polla y me besó varias veces la punta antes de abrirse de piernas para que la comiera el chocho mientras Reyes me la meneaba y chupaba, volviéndomela a poner bien dura y tiesa, hasta lograr que volviera a “descargar” en su boca otra gran cantidad, aunque bastante aguada, de leche. Unos minutos después nos vestimos y regresamos al centro de la capital aprovechando este nuevo desplazamiento para “meter mano” a Sara a través del pantalón con el propósito de comprobar que su raja vaginal se mantenía muy “caldosa”. Al despedirnos de ellas las dimos un beso en la boca y volvimos a tocarlas las tetas por encima de la ropa mientras nos decían que lo podríamos repetir si seguíamos acudiendo asiduamente a la primera sesión de los viernes de aquella sala de cine.

Mariano me invitó a tomar una cerveza en un bar próximo. Como estaba sediento, le acompañé y lógicamente, nuestra conversación se centró en aquellas dos fulanas. El hombre, que reconoció que siempre se había sentido atraído por las mujeres provistas de una buena “delantera”, no dejaba de alabar el tamaño y volumen de las tetas de Reyes e incluso, me aseguró que, aunque todavía era joven, la había dejado preñada siendo una cría y que, después, la habían hecho, al menos, otro “bombo”. Se lamentó de no disponer de una potencia sexual similar a la mía para haber sacado más provecho de ella y me indicó que en otra ocasión que había ido a esa hora a aquel cine las había visto y que se dio cuenta de que, en cuanto comenzó la proyección de la película, ambas cambiaron de sitio para irse a acomodar junto a un par de hombres que, en vista de las facilidades que les dieron cuándo se subieron la ropa y lucieron sus espléndidos “limones” dentro de los sostenes, se lo pasaron de maravilla tocándoselas hasta que Sara hizo una cabalgada vaginal a uno de ellos y Reyes se colocó entre las abiertas piernas del otro y le chupó el miembro viril por lo que, en cuanto las vio entrar, no se lo pensó y se fue a sentar junto a Reyes que, al ser rubia, le “ponía” mucho más. Finalmente, me indicó que lo malo era que, aunque volviéramos a coincidir con ellas, no seriamos los últimos en darse semejante gustazo.

Cuándo dejé a Mariano me dirigí a la residencia de estudiantes y me metí en mi habitación. No me apetecía estudiar por lo que me tumbé en la cama esperando que llegara la hora de cenar. Sin poder apartar de mi mente a Sara, que tendría unos diez años más que yo, consideré que podía tener un buen porvenir sexual con ella y lamenté no haberla pedido un número de teléfono para mantenernos en contacto. Más tarde me di cuenta de que, antes de darla por el culo, había mencionado a su marido y que, lo más seguro, es que tendría hijos y lo que menos me apetecía era que, por echarla unos cuantos polvos, pudiera romper su matrimonio y que, si las cosas se torcían, tendría que hacerme cargo de Sara y de unos críos que ni tan siquiera había engendrado. Pero tales pensamientos hicieron que mi rabo se mantuviera tieso y con el capullo abierto y en tal estado, me dispuse a bajar al comedor. En la escalera me encontré con Ana Rosa, más minifaldera, sexy y sugerente que nunca, que me indicó que acababa de finalizar su turno de trabajo y que quería proponerme que, desde aquel momento, pasáramos los fines de semana juntos en su domicilio haciendo realidad su mayor anhelo que era el que la diera repetidamente por el culo. Pensé que aquel estaba siendo un día maravilloso y sin dudarlo, me fui con ella. Al entrar en la vivienda nos dirigimos a su habitación donde Ana Rosa se desnudó rápidamente, se colocó a cuatro patas encima de la cama y me ofreció su trasero en pompa. Mientras me quitaba la ropa la joven no dejó de moverse como si ya la estuviera enculando y me comentó que quería que la perforara con mi verga por detrás puesto que estaba deseando sentir su grosor y largura dentro de su culo y disfrutar. Se la “clavé” entera sin tener el menor problema y tras las múltiples defecaciones que había logrado provocarme, llegué a encontrar de lo más gratificante y placentero el cepillarme a aquella guarra a través de aquel estrecho conducto mientras la chica, que no dejaba de pedirme que la insultara mientras me la follaba analmente de la forma más salvaje que pudiera, colaboraba moviéndose y apretando con fuerza sus paredes réctales contra mi chorra con lo que consiguió acrecentar nuestro mutuo placer. A pesar de que llegó a reconocer que, al tener un cipote tan duro, grueso y largo, aquella práctica sexual la producía un intenso dolor, lo soportó a la perfección sabiendo que, después de aquellos malos momentos iniciales, vendrían otros mejores llenos de gusto. La joven se hizo pis, en mayor ó menor cantidad, con frecuencia durante el proceso y al igual que Maribel me había explicado en su momento, me indicó que no podía evitar mearse a cuenta de la presión que ejercía mi nabo en su vejiga urinaria y el continuo golpear de mis cojones en su raja vaginal pero estuvo realmente fantástica hasta que, tras echarla dos soberbios polvos, me hice pis en el interior de su culo lo que originó que su caca se reblandeciera, liberara el esfínter y sintiera una imperiosa necesidad de defecar. Pero, de la misma forma que me había sucedido con las demás hembras a las que me había tirado por el trasero, la punta del pene se encontraba aprisionado en su intestino y aunque lo podía mover hacía adelante y hacía atrás y en círculos, no pude sacárselo hasta que, después de unos minutos de inactividad, perdió ligeramente su erección lo que incrementó la desazón de Ana Rosa al verse obligada a hacer grandes esfuerzos para retener su defecación que no encontraba por donde salir al exterior. En el momento en que se lo extraje la chica, sin hacer nada por moverse, evacuó delante de mí. Como aquello se convirtió en habitual, unos días la ponía un orinal debajo del culo para que la mierda se depositara en él y otros, cuándo la echaba más sólida en forma de bolas ó de largos “chorizos”, me comía buena parte de su defecación que llegué a considerar como un manjar exquisito con el que complementaba las delicias de su pis.

Después de aquella primera sesión Ana Rosa tuvo que visitar con frecuencia el “trono” a cuenta de un proceso diarreico que no la duró demasiado y la hizo sentir unas sensaciones realmente placenteras mientras vaciaba su intestino. En cuanto lo superó se metió en la cocina para preparar la cena que consistió en una sopa de sobre, unas tortillas francesas con patatas fritas y fruta. Una hora más tarde volvimos a nuestra actividad sexual y a Ana Rosa se la ocurrió que me tumbara boca arriba en la cama con las piernas dobladas sobre mi mismo. Como la posición no era muy cómoda, para que tuviera que aguantar me ató los pies a la cama y tras pasarme sus dedos por la abertura de la picha y tocármela y movérmela lentamente al mismo tiempo que me forzaba el ojete con un grueso consolador anal, se colocó boca abajo y procedió a introducirme varios dedos en el culo antes de que, al extraerlos, me lo comiera. La joven parecía que iba a volverse loca metiéndome su lengua lo más profunda que podía mientras me decía que apretara con todas mis fuerzas para facilitar la defecación. Aquello me llegó a resultar tan agradable que, aparte de tirarme unos cuantos pedos, la cogí con fuerza de la cabeza para obligarla a introducirme la lengua aún más profunda. A pesar de que fue bastante, no sé cuanto tiempo duró semejante comida anal pero lo que si que recuerdo es que, tras soltar varias ventosidades, llegó un momento en el que sentí que iba a eyacular sin necesidad de tocarme. Ana Rosa se debió de dar cuenta de ello y sin dejar de ocuparse de mi trasero, me movió muy despacio la pilila haciendo que, en pocos segundos, soltara chorros y más chorros de blanca y espesa leche que, además de en la sabana y en mi cuerpo, llegaron a depositarse en la almohada. Aún estaba soltando la lefa cuándo eché un par de chorros de pis y un poco más tarde y a cuenta de mi reciente eyaculación, apareció por mi ojete un grueso y largo “chorizo” que Ana Rosa, muy complacida, degustó integro tras depositarlo directamente con su boca a medida que iba saliendo. Después de chuparme la pirula, limpiarme el ojete con su lengua, liberarme de las ataduras y permitir que me levantara para poder desentumecer las piernas, la joven ocupó mi posición con lo que me permitía frotarla el coño con mi mano extendida al mismo tiempo que procedía a comerla el ano y aparte de tirarse un buen número de pedos, disfrutó de varios orgasmos tanto vaginales como anales antes de que se meara al más puro estilo fuente. La taponé el ojete con tres dedos para poder beberme casi entera su esplendida y larga micción y en cuanto la extraje los dedos con intención de continuar comiéndola el ojete, me encontré con la salida de unas cuantas bolas de mierda que no dudé en ingerir. Ana Rosa pretendía que siguiera con mi lengua dentro de su ano para que la sacara más pero lo que hice fue echarme sobre ella y “clavársela”, en aquella posición, por el culo con lo que conseguí hacerla vibrar de gusto hasta lograr que todo el cuerpo se la estremeciera ya que, mientras la enculaba, frotaba mis pelos púbicos y mi estomago contra su seta consiguiendo que alcanzara unos orgasmos impresionantes y echara unos cortos pero muy intensos chorros de pis que denotaban que estaba sufriendo pérdidas urinarias a cuenta de lo cachonda que se encontraba hasta que, sin tardar demasiado y cuándo empezaba a sentirse exhausta, la solté otra espléndida ración de leche dentro del culo con la que logré que acabara de empaparse tanto por delante como por detrás. En cuanto me fue posible se la extraje y la liberé de las ataduras para que se volviera a colocar a cuatro patas y con el culo en pompa con el propósito de introducirla de todo en el ojete, incluso un cigarrillo encendido para que se lo fumara, antes de que volviera a darla por el culo. Pero la joven, aunque intentaba colaborar, se encontraba con sus fuerzas un tanto limitadas por lo que decidí dejar de moverme, esperar un poco para sacársela y hacer que se acostara boca abajo abierta de piernas para colocarla mi miembro viril en el ojete, echarme de golpe sobre ella y metérselo hasta los huevos en un plan bastante bestial volviéndola a encular con movimientos muy rápidos e intentando perforarla todo el intestino, para culminar echándola otro polvo y una nueva meada que la provocaron una masiva defecación con la que puso la cama perdida de mierda por lo que, en cuanto se recuperó un poco, tuvo que cambiar las sabanas y si no llegó a manchar el colchón fue porque lo tenía cubierto con un protector.

Aquellas intensas sesiones sexuales se volvieron a repetir tanto el sábado como el domingo al despertarnos por la mañana, en que Ana Rosa aprovechó que amanecía con el pito como un autentico poste y que mi libido se encontraba al máximo lo que ocasionaba que mis eyaculaciones fueran algo más rápidas y después de comer y de cenar sin que, en ningún caso, dejáramos de realizarnos una mutua comida anal con las piernas dobladas sobre nosotros mismos y ocupándose la joven de hacerme algunas breves mamadas para asegurarse de que mi “tranca” se mantenía en las debidas condiciones ó de que iba a proceder a “clavársela” dura y tiesa, lo que motivó que el lunes estuviera como una autentica braga después de haberse pasado la noche bajo los efectos de un importante proceso diarreico que, unido a un amplio surtido de escozores y molestias anales, la imposibilitaron para acudir a trabajar ese día. Por mi parte, me encontraba bastante cansado y al haber dormido muy poco, se me cerraban los ojos lo que originó que, por la tarde, me echara una siesta de casi una hora durante la aburrida clase de Nuria.

Ana Rosa y yo decidimos mantener en secreto nuestra relación de los fines de semana para que no fuera ningún obstáculo de cara a que Nuria siguiera sacándome toda la leche que podía, a pesar de que los lunes me hubiera agradado “pasar” olímpicamente del sexo puesto que no respondía tan bien a los estímulos como el resto de la semana pero la profesora sabía darme plena satisfacción para que no me llegara a cansar tanto en las sesiones sexuales que manteníamos en solitario por la mañana como por la tarde acompañados por la guarda de seguridad que nos obligó a meternos aún más de lleno en el sexo guarro al ocuparse de provocarnos a diario la defecación a Nuria y a mí dándonos por el culo con la porra de su uniforme.

Después de pasar juntos en el domicilio de la chica el periodo vacacional de Navidad inmersos en una frenética actividad sexual en la que Ana Rosa se prodigó en efectuarme unas exhaustivas cabalgadas anales, una noche en la que la joven me llevaba en su coche hasta la residencia de estudiantes en que me alojaba de lunes a jueves, me comentó que cada vez la costaba más superar los intensos escozores anales que sufría después de darla por el culo durante tanto tiempo hasta el punto de haber tenido que prescindir del tanga puesto que, como la había sucedido a mi madre, con el simple roce de la tela veía las estrellas. Para entonces y como lo poco gusta pero lo mucho cansa, comenzaba a estar un poco harto de que toda nuestra actividad sexual se centrara casi en exclusiva en metérsela por el trasero por lo que semejante confidencia me permitió indicarla que, además de un precioso culo tragón, estaba dotada de unas tetas prietas y tersas y de una abierta y apetitosa almeja, con el clítoris y los labios abultados, que podía atender de la misma forma que a su trasero. Ana Rosa se quedó pensativa y me respondió que, aunque la costara, iba a intentar complacerme pero que, antes y por si no era capaz de llevar adelante su propósito, tenía que oír su historia que he preferido transcribir en primera persona.

“Era aún una cría cuándo mis padres tuvieron que realizar un viaje que les iba a tener fuera de casa durante diez días y pensando que Blanca, mi hermana mayor, era lo suficientemente responsable me dejaron a su cuidado. La joven estuvo pendiente de mí y se esmeró hasta que el sábado, cuándo empezaba a anochecer, me dijo que me maquillara y que me vistiera en un plan bastante provocativo puesto que me iba a llevar a un “botellón” a orillas del río en el que lo pasaríamos muy bien. Como aquella iba a ser mi primera “experiencia social” importante hice lo que me había indicado e incluso, fui muy discreta cuándo, antes de salir de casa, nos llamaron mis padres por teléfono y se interesaron por conocer lo que habíamos hecho hasta entonces y lo que íbamos a hacer en adelante. Al llegar al lugar convenido nos encontramos con un amplio grupo de jóvenes, en el que los chicos eran mayoría, que no dejaban de beber, fumar y hablar sentados en unas grandes mantas descoloridas y viejas. Al principio todo fue de maravilla puesto que, al ser la de menos edad, me convertí en el centro de atención del grupo y en todo momento estuve rodeada de jóvenes que no dejaban de darme conversación mientras Blanca estaba pendiente de mi. Pero en cuanto el ambiente se fue “caldeando” y mi hermana empezó a separarse, comenzaron los problemas puesto que los chicos no dejaban de intentar “meterme mano” y me proponían alejarnos un poco del grupo para poder besarme, para tocarnos, para que les meneara la polla ó para “clavármela” vaginalmente. A pesar de que me daba la impresión de que aceptaban de buen grado mis negativas debieron de suponer que no estaba acostumbrada a beber y como allí el alcohol corría tanto como el agua del río, decidieron conseguir sus propósitos emborrachándome por lo que me fueron ofreciendo un combinado tras otro que, por aquello de aparentar ser mayor y no ser menos que ninguno de ellos, fui aceptando e ingiriendo hasta que me di cuenta de que la cabeza me daba vueltas y de que la vista se me empezaba a nublar mientras observaba que Blanca, totalmente desnuda y colocada a cuatro patas a pocos metros de mí, estaba comiendo el rabo a un chico mientras otro la tocaba las tetas y un tercero se la trajinaba por el culo. Sabía que no era ninguna reprimida y que la gustaba el sexo pero nunca había llegado a pensar que fuera tan puta. De repente noté que alguien me introducía sus manos por debajo de la blusa y que, subiéndome el sujetador, me sobaba las “domingas”. Como cada vez me encontraba peor y no tenía fuerzas para oponerme, permití que varios chicos me tocaran mis aún pequeñas tetas antes de que decidiera acostarme sobre la manta en la que habíamos permanecido sentados. Inmediatamente varios chicos se abalanzaron sobre mí y tras inmovilizarme, procedieron a desnudarme llegando a romper mi ropa interior al disputársela para quedarse con ella. Comencé a gritar y uno de los jóvenes me colocó su rodilla en el cuello y me dijo que me lo partiría si no me callaba y poco después, otro me obligó a ponerme en una posición similar a la del parto y colocándose entre mis piernas comentó que estaba buenísima. Mientras unos me besaban en la boca, otros se dedicaron a sobarme hasta la saciedad el chocho y las tetas. El que se encontraba entre mis piernas me acarició la masa glútea antes de comenzar a abrirme y cerrarme el ojete con sus dedos que, debo de reconocer, fue lo que más me gustó. Empezaba a sentir que se me humedecía el ano cuándo me tiré unos cuantos pedos. Algunos de los chicos se rieron de mi mientras otros me insultaron llamándome cerda y pedorra. El joven, después de mis ventosidades, no tardó en abrirme el ojete lo más que pudo y me metió dentro varios dedos con los que me hurgó con ganas y hasta con rabia, haciendo que liberara con suma rapidez el esfínter y que después de mearme, cosa que fue recibida con bastante júbilo por el grupo, me cagara. En cuanto me sacó los dedos, los chicos contemplaron la masiva salida de mi mierda que resultó bastante líquida mientras me insultaban llamándome, esta vez, cagona. En cuanto acabé de evacuar, el chico continuó abriéndome y cerrando el ojete hasta que, tras una larga y bastante sonora colección de pedos, me hizo ponerme a cuatro patas. Mientras medía docena de jóvenes me mantenían inmovilizada, dos se encargaron de tirar de mis tetas hacia abajo como si pretendieran ordeñarme, otro me sobó la raja vaginal y el que se había ocupado de mi culo, procedió a meterme hasta el fondo su estrecha pero bastante larga verga haciéndome un daño atroz. Grité pero uno de los que me estaba sobando las tetas me propinó una sonora bofetada y con su mirada pareció indicarme que recibiría más si no permanecía callada por lo que me mordí los labios e hice todo lo posible por aguantar. El que me estaba dando por el culo debía de estar muy salido y lleno de deseos de desvirgarme el trasero ya que apenas tuvo tiempo para moverse y “descargó” con mucha celeridad. En cuanto me sacó la chorra solté más caca en forma de pequeñas bolas. Algunos comentaron que aquello evidenciaba que me había gustado mientras otros las recogieron de la manta y me las hicieron comer con lo que terminaron de revolverme y devolví. Me daba mucha rabia haber perdido antes y de aquella forma, mi virginidad anal que la vaginal y comencé a llorar. Pero mi estado les tenía sin cuidado y después de hacer que me volviera a colocar en la posición inicial, otro joven se echó sobre mí y procedió a introducírmela en el coño teniendo la gran consideración de hacerlo con condón. Aquella experiencia me resultó desagradable y bastante dolorosa y encima el muy cabrón no tardó en quitarse la goma para poder echarme libremente la leche dentro de la seta. Pero, desde el instante en que me la sacó, empezó la peor parte de mi calvario puesto que mientras unos me sujetaban y otros me magreaban las tetas, tenía que ir chupándosela al resto que no dudaban en “descargar” e incluso mearse en mi boca mientras otro chico me cepillaba vaginalmente y a medida que iba pasando el tiempo su excitación disminuía y sus eyaculaciones tardaban mucho más en producirse lo que unido a su sadismo me hicieron llegar a desear que la policía realizara una redada por aquella zona. Las horas pasaban y aunque me encontraba exhausta, dolorida, incomoda y molesta siguieron sacando provecho de mí sin importarles que cada dos por tres sintiera arcadas y náuseas y que potara cada vez que me echaban la leche ó el pis en la boca. Cuándo Blanca se juntó al grupo para presenciar aquel espectáculo me vio totalmente entregada y rota pero, a pesar de ello, comentó que un poco más de “marcha” me vendría muy bien antes de que acceder a que dos de aquellos jóvenes se la “clavaran” al mismo tiempo por delante y por detrás. No sé la cantidad de polvos y de meadas que me habían echado cuándo decidieron que, al igual que a mi hermana, dos chicos me metieran el cipote por ambos agujeros para tardar en “descargar” mucho tiempo y acabar inmersa en toda clase de dolores anales y vaginales. Pero, no contentos con ello, me abrieron al máximo los labios vaginales y me metieron dos puños en la almeja para forzarme con saña. El dolor era tan intenso que, al no dejar de gritar, me amordazaron y como no podía parar quieta, entre su extrema brusquedad y mis movimientos, el chocho se me desgarró por la zona más próxima al ano. Al ver que sangraba y bastante, varios de los chicos se asustaron y se fueron pero otros aprovecharon para depilarme el “felpudo” pélvico y quedarse con él como recuerdo tirando de los pelos y sólo dos, viendo que Blanca no aparecía por ningún lado, decidieron llevarme hasta una clínica donde, desnuda, con hemorragia vaginal y tiritando de frío, me abandonaron a la puerta de urgencias. Les denuncié pero no sirvió de nada ya que, según me dijeron, no se podía hablar de violación puesto que había acudido voluntariamente a aquel lugar y podía entenderse que las relaciones sexuales habían sido consentidas pero, desde aquel día, decidí que ningún hombre me volvería a echar su leche en la boca ni a “clavarme” su polla vaginalmente mientras, quizás por haber sido con lo único que llegué a disfrutar, comencé a sentirme muy atraída por el culo y por la caca decidiendo que iba a sacar todo el provecho posible tanto del mío como del de los demás.”

Después de escucharla, la dije que, al menos debía de intentarlo y la propuse follármela por vía vaginal los martes, viernes y domingos y darla por el culo los miércoles y sábados siempre que se comprometiera a hacerme disfrutar los lunes y jueves “cascándomela” y efectuándome, una y otra vez, mamadas lentas, metiéndose el nabo entero en la boca para mantenerlo allí hasta después de echarla la leche. La joven, a pesar de reconocer que lo que más la iba a costar era el recibir y tragarse la lefa, aceptó pero poniéndome la condición de que las primeras semanas fueran de prueba; que si veía que no era capaz de soportarlo y rendir satisfactoriamente volveríamos a nuestra actividad sexual anterior y que, como culminación de las mamadas y pajas, también pudiera depositarla mi semen en su cara, sujetador, tanga, tetas y por supuesto, en la zona externa de su coño. De esta manera y sin que llegaran a surgir más contratiempos que el miedo y el temor que Ana Rosa tenía al pensar que la iba a hacer mucho daño ó que la iba a volver a desgarrar la seta, me la empecé a tirar también por delante. Al principio se lo hacía con mucha delicadeza y tacto pero, enseguida, comprobé que, con mis movimientos de mete y saca circulares, se volvía loca, “rompía” con suma facilidad y se convertía en una autentica maquina alcanzado el clímax, echando una cantidad ingente de “baba” y meándose de gusto en cuanto sentía caer en su interior mis copiosas y largas raciones de leche y de pis con lo que, después de tener unas intensísimas convulsiones pélvicas, llegaba a disfrutar de dos orgasmos prácticamente consecutivos.

Pero, la “clavara” el pene por delante ó por detrás, nuestra actividad sexual continuó de igual forma, es decir, antes de cenar la echaba un par de polvos y una meada y después de la cena, me ocupaba unos días de lamerla el ojete y otros la mamaba las tetas mientras, acariciándoselo, la ponía bien “caldosa” la almeja antes de volver a meterla la picha y cepillármela hasta soltarla otros dos polvos y una nueva micción que la noche de viernes y sábados solían ser cuatro y dos meadas para, durante el fin de semana, volver a repetir al despertarnos, después de comer y al acostarnos.

El poseer a Ana Rosa de aquella manera y ver que cada día la gustaba mucho más que no dejara de insultarla durante el acto sexual y que, incluso, me mostrara bastante sádico con ella ocasionó que me decidiera a plantear a Nuria la necesidad de llegar un poco más lejos con sus habituales pajas indicándola que, cuándo menos, tendría que chuparme la pilila y aunque aceptó y supo darme bastante gusto con ello, se limitaba a introducirse en la boca poco más que la punta. Cuándo me decidí a forzarla para obligarla a metérsela entera me encontré con que, al igual que Ana Rosa, echaba una gran cantidad de saliva que me resultaba gratificante pero, enseguida, comenzaba a sufrir arcadas y náuseas para no tardar en devolver. Nuria lo justificó diciéndome que nunca había comido la pirula a ningún hombre y que, aunque la gustaba beberse mis meadas, entendía que era antihigiénico a cuenta del fuerte y penetrante olor a lefa y a pis que llega a adquirir el pito masculino. Me lo siguió chupando a su manera sin que fuera demasiado habitual que me dejara echarla la leche en la boca y al cabo de unas semanas la indiqué que me gustaría follármela por vía vaginal y anal a lo que me contestó que la repugnaba la simple idea de tener a un hombre tumbado sobre ella, con la polla bien introducida en su chocho y ardiendo en deseos de llenárselo de leche y que, en cuanto a lo de poner el culo a mi disposición, ni se lo planteaba.

Cuándo comenté con Ana Rosa lo que la profesora me había dicho, me indicó que Nuria siempre había tenido una tendencia sexual claramente lesbica pero con ciertos matices puesto que no hacía distinciones de sexo a la hora de que la comieran el coño de la misma forma que se “ponía” al hacer unos completos, exhaustivos y largos fistings vaginales a las mujeres y extrayendo la mayor cantidad posible de leche a los varones moviéndoles el rabo y que podía darme por satisfecho si había conseguido que, aunque fuera de una manera un tanto atípica y rara, llegara a chupármelo con cierta regularidad.

A cuenta de la frecuente y muy intensa actividad sexual que mantuve durante todo el curso con Ana Rosa y Nuria no dispuse de mucho tiempo para estudiar. Los exámenes parciales los había ido superando por los pelos y al llegar los finales me esperaba más de un suspenso pero, cuándo nos dieron las calificaciones, estas fueron excelentes. Nuria, a medida que las iba leyendo, me miró, me sonrió y me guiñó el ojo derecho con lo que delató que era la artífice de tales resultados.

Aquello hizo que mis progenitores no me pusieran la menor pega cuándo les pedí una aportación económica extraordinaria, con el compromiso formal de reintegrársela, para acompañar a Ana Rosa, que hizo frente a los demás gastos que originó la estancia, durante veinte días a un conocido y frecuentado lugar de veraneo. Como la chica había estado unos años antes y lo conocía, la primera noche me llevó a una discoteca en la que se celebraba lo que denominaban “la fiesta de la lencería y de la ropa interior” en la que todo el mundo estaba obligado a lucir sus prendas íntimas. Aquello me pareció un paraíso con tanta preciosidad, la mayor parte extranjeras, en sostén y braga ó tanga y con la piel tostada por el sol. A medida que la noche avanzaba mis ojos pudieron recrearse viendo a varias féminas con sus tetas al aire, luciendo ropa interior transparente lo que me permitía deleitarme mirando sus encantos ó sencillamente, con la parte textil del tanga separada de la seta y el culo para poder exhibir su zona más íntima y se la pudiéramos ver. Pero Ana Rosa no me dejó disfrutar mucho de aquel espectáculo ya que después de observar que una joven, que creo que era de nacionalidad nórdica, se quitaba el tanga y se acomodaba encima de mi con el propósito de ponerme la verga más dura, gorda y larga de lo que la tenía antes de despojarme del calzoncillo con su boca y colocarse en posición para hacerme una cabalgada decidió que abandonáramos el local sin dejarme consumar aquel contacto sexual para dirigirnos a la habitación del hotel donde sacó buen partido de mi “calentón” vaciándome los huevos a base de cabalgarme y chuparme la chorra para acabar la velada penetrándola por delante y por detrás colocada a cuatro patas. Después de “descargar” y en cantidad, en sus dos agujeros y de que Ana Rosa tuviera que usar el “trono” para defecar copiosamente, mientras me meneaba lentamente el cipote con su mano me indicó que durante el día me iba a permitir que me tirara a todas las hembras que quisiera pero que por la noche mi nabo, mis cojones y mi leche debían de ser exclusivamente para ella.

A la mañana siguiente y tras dormir poco, Ana Rosa me realizó una de sus gratas mamadas para que primero me meara y más tarde eyaculara en su boca antes de ducharnos y vestirnos. Al terminar de desayunar dimos un buen paseo para espabilarnos y después me llevó a una playa nudista en la que, viendo pasar por delante de mi a tanta mujer “macizorra” desnuda y algunas dotadas de unas “cuevas” vaginales abiertas y jugosas, el pene se me puso totalmente tieso. Ana Rosa estuvo pendiente de ello por lo que no tardó en “aliviarme” haciéndome una paja sin importarnos que, cuándo eyaculé, nos estuvieran mirando unas cuantas personas de ambos sexos. Por la tarde, después de dormir una reconfortante siesta, decidimos volver a la misma playa y nos dedicamos a buscar a parejas en “plena acción” y aunque nos encontramos a varias haciéndolo a la vista de todo el mundo, la mayoría se escondía entre las rocas y existía bastante actividad homosexual. Un día dimos con un nutrido grupo de jóvenes de diversas nacionalidades inmerso en una frenética actividad sexual. Ana Rosa no se opuso a que me uniera a ellos y a pesar de no entenderme con la mayor parte de sus integrantes a cuenta del idioma, conseguí cepillarme vaginalmente a dos chavalas extranjeras, a una de las cuales que debía de ser alemana la eché dos polvos, antes de dar por el culo a una joven española que, a pesar del dolor, de que no se encontraba demasiado cómoda a cuenta de las dimensiones de mi picha y de que tardé bastante tiempo en eyacular, supo sacarme la lefa de maravilla. Mi amiga me indicó que tenía plena libertad para volver a follármelas al día siguiente, cosa que no hice, siempre que en cuanto termináramos de cenar nos olvidáramos de fiestas y saraos para encerrarnos en la habitación donde la encantaba que la atara de pies y manos a la cama y además de echarla unos cuantos polvos, la hiciera de todo hasta que acababa de vaciarla a través de un fisting vaginal con el que llegaba a sentir orgasmos realmente secos que la resultaban muy molestos e incluso dolorosos, pero que la ponían los pezones erectos y en orbita y las tetas bien prietas para que pudiera sacar buen provecho de su “delantera” mientras, agotada, exhausta y rota, se dormía aunque no la hubiera liberado de sus ataduras.

El resto de aquel periodo vacacional se desarrolló sin más variación que la que supuso el ir una madrugada a la playa nudista en donde, a pesar de que la oscuridad no nos dejaba ver con la misma nitidez que a lo largo del día, nos topamos con una actividad sexual desmesurada. Ana Rosa permitió que me recreara con aquello un buen rato pero, en cuanto consideró que tenía que tener unas ganas enormes de vaciar los huevos, me hizo volver a la habitación del hotel para poder “sacar jugo” a mi gran “calentón”.

Al regresar de aquel viaje Ana Rosa y yo decidimos pasar el resto del periodo vacacional con nuestras respectivas familias lo que nos obligó a separarnos cosa que, al principio, nos resultó bastante difícil. En el domicilio de mis progenitores y al igual que mis hermanos, me tuve que ocupar de distintas labores agrícolas con el propósito de, junto al dinero que había logrado ahorrar de lo que periódicamente me daba Nuria, poder reintegrar a mi padre la cantidad que me había adelantado para pasar esas tres semanas con Ana Rosa en la playa pero aquello no me resultó demasiado costoso sabiendo que tenía muy cerca a Inma, Maribel y Piedad con las que continuaba en contacto telefónico y con las que no tardé en volver a mantener relaciones sexuales puesto que Piedad, que disponía de coche propio, se ofreció para irme a buscar los viernes a última hora de la tarde y llevarme de regreso el lunes a primera hora de la mañana con la intención de que pudiera “darme el lote” y satisfacerlas durante el fin de semana. Conocía que Araceli había abandonado el grupo unos meses antes tras convertirse en una adicta a la zoofilia hasta el punto de, con la ayuda de su compañera de piso que era quien la había involucrado en ello, había adiestrado a dos perros para que la lamieran hasta la saciedad la almeja, se la tiraran tanto por delante como por detrás y poder chuparles la pilila con los animales boca arriba y abiertos de patas. Después y como nunca había confiado demasiado en los anticonceptivos orales, había decidido efectuarse la ligadura de trompas para que los canes pudieran echarla el semen en el interior del chocho sin que existiera la menor posibilidad de que un perro ó un hombre la dejaran preñada puesto que la mayoría de los fines de semana los pasaba en un curioso burdel en el que las féminas tenían derecho a elegir a sus clientes entre los varones que acudían allí con intención de cepillárselas lo que a algunos les daba un morbo especial. Gema, por su parte, sintiéndose engañada, cansada de mojarse esperando mi regreso y no estando muy segura de que lo nuestro pudiera llegar más allá del terreno sexual, no había tardado en abandonar su trabajo y su familia para comenzar una nueva vida en otro lugar. Pero Inma, Maribel y Piedad demostraron que me esperaban y con unas ganas tremendas después de llevar un montón de tiempo satisfaciéndose con las relaciones lesbicas que mantenían con cierta regularidad y con las que habían llegado a convertirse en unas golfas muy cerdas que, sin poner ningún límite a nuestros contactos, lo único que deseaban era que me las follara y a conciencia, una y otra vez. Inma, cuya madre había fallecido pocos meses antes, se convirtió en la protagonista por la gran cantidad de polvos que la eché, los innumerables orgasmos que alcanzó con sus espectaculares convulsiones pélvicas previas y las veces que se meó de gusto en cada una de las sesiones que mantuvimos. Maribel, conociendo la actividad sexual que desarrollaba con Ana Rosa y Nuria, no dejaba de aconsejarme que debía de impedir que llegaran a someterme sexualmente y que, llegado el caso, intentara “dar la vuelta a la tortilla” para pasar de ser dominado a convertirme en dominador. Esos dos meses resultaron realmente fructíferos y fértiles puesto que, como supe varias semanas más tarde, había dejado preñadas a Inma y a Piedad. Mientras la primera, que sufría una malformación uterina congénita y tenía serios problemas para engendrar, sufrió una hemorragia y perdió al feto pocos días después de que se confirmara su embarazo, me alegró mucho saber que había dejado preñada a Piedad que en uno de los viajes que efectuamos juntos me había indicado que estaba a punto de “pasársela el arroz” y que se sentía frustrada y sin que su vida tuviera demasiado sentido al no haber podido convertirse en madre puesto que, a cuenta de su supuesta esterilidad, su marido no había sido capaz de hacerla un “bombo” durante sus años de matrimonio para poder tener descendencia. La pretensión de Piedad me pareció de lo más loable y durante aquel verano muchos días me la tiré en dos ocasiones, echándola cada vez un par de polvos en el interior del coño e incluso, tras consumar el segundo, la extraía con rapidez la pirula para soltarla mi pis en el exterior de la seta intentando que mi esperma fecundara a alguno de sus óvulos lo que, echando por tierra su presunta frigidez, conseguí y por partida doble. Cuándo su marido se enteró, le costó bastante hacerse a la idea de que Piedad hubiera estado manteniendo relaciones sexuales con otro hombre pero, al final, decidió recibirlos como suyos con la misma alegría que ella.

Al iniciarse el nuevo curso Nuria se convirtió en la tutora de mi nuevo nivel a pesar de que sólo iba a impartir clases de una asignatura pero, año tras año, su convivencia y el mantener satisfecha a Lucia, la otra profesora, mediante el sexo lesbico ocasionaba que su poder fuera subiendo como la espuma consiguiendo todo lo que se proponía. A pesar de que no me agradó que se mostrara mucho más altiva y dominante que el curso pasado no tardamos en reanudar nuestra actividad sexual, tanto matinal como vespertina y sin ningún tipo de compensación económica, prodigándose en sacarme la leche varias veces meneándome el pito con su mano, casi siempre colocado a cuatro patas y muy abierto de piernas, girándomelo hacía atrás, dándome un buen número de golpes en los cojones y abriéndome continuamente el ojete con la mano que tenía libre para pasarme sus dedos por él antes de lamérmelo, llenármelo de saliva y finalmente, perforármelo con sus pulgares puesto que la complacía que, con la polla mirando a mis pies, la eyaculación tardara en producirse y que, cuándo echaba la leche, fuera de una forma abundante y larga para seguir recogiéndola en un vaso con el propósito de bebérsela ó de untarse la cara y las tetas con ella. A cuenta de aquella actividad sexual la “culo flaco” se ponía muy cachonda por lo que, al final, accedía a chuparme el rabo con su peculiar manera de hacerlo y que, a pesar de todo, me gustaba, de la misma forma que me encantaba que me lo “cascara”, aunque me fastidiaba que pocas veces me permitiera culminar echándola el semen en la boca. Durante las primeras semanas de aquel curso me di cuenta de que Nuria “pasaba” de Ana Rosa hasta el punto de no dirigirla la palabra aunque viendo los espectaculares orgasmos que alcanzaba cada vez que me dejaba masturbarla ó comerla la almeja y la facilidad con la que liberaba el esfínter cuándo la hurgaba en el trasero con mis dedos ó con alguno de los “juguetitos” que solía llevar en su bolso, pensé que había conseguido suplir a la joven de una forma tan perfecta que la profesora había decidido prescindir de ella.

Pero el verdadero motivo de que la amistad entre las dos hembras se hubiera deteriorado era yo y sobre todo el hecho de que Ana Rosa no la hubiera hablado de las sesiones sexuales que, desde hacía un año, manteníamos en el domicilio de la chica ni de que habíamos pasado juntos parte del periodo vacacional veraniego. Pero como no estaba dispuesto a renunciar a Ana Rosa ni Nuria se atrevió a hacerme ninguna mención al respecto, decidí ir a la residencia de estudiantes sólo para comer y continuar viéndome con la joven en su domicilio a diario por la noche hasta casi convertirnos en pareja de hecho puesto que, prácticamente, pasaba todo mi tiempo libre en su casa y cuándo, al surgir un par de vacantes en la facultad, tuve la posibilidad de volver a mi lugar de residencia junto a mi familia, Inma, Maribel y Piedad, que estaba a punto de parir a las dos hijas que la había engendrado, no llegué ni a planteármelo ya que me encontraba muy a gusto en compañía de Ana Rosa.

Nuria, bastante dolida, celosa y hasta enrabietada a cuenta de mi manifiesto favoritismo por Ana Rosa, decidió comenzar a coaccionarme con hundirme consiguiendo que me expulsaran de la facultad, lo que en aquellos momentos hubiera sido una verdadera catástrofe, para poder “usarme” como un objeto sexual y humillarme al permitir que, cuándo me encontraba en posición y con la verga bien tiesa, aparecieran por el archivo varias de mis compañeras de estudios que, complacidas y sonrientes, podían presenciar como era sometido a todo tipo de ultrajes y vejaciones por parte de la profesora que no dejaba de insultarme; “cascarme” la chorra en diferentes posiciones y de diversas formas sacándome una y otra vez la leche, que casi siempre era recibida con evidentes muestras de asombro por parte de las espectadoras y el pis; hurgándome en el ojete hasta conseguir que defecara delante de ellas, a pesar de que la mayoría mostraba su repugnancia en cuanto Nuria me extraía los dedos bien impregnados y a ponerme el culo como un tomate. Pero, como dice el refrán, “el que ríe el último, ríe mejor” y tras presenciar el espectáculo, de allí no salía ninguna sin desnudarse de cintura para abajo para que Nuria pudiera tocarlas el chocho con el fin de comprobar el grado de humedad que habían alcanzado antes de que, sin demostrar ningún interés por el resto de su físico, obligara a las que la tenían más “caldoso” a acudir al despacho de Lucia para que esta las viera y decidiera cuándo y donde quería cepillárselas con lo que se aseguraba de que las chavalas guardaran todo aquello en secreto.

Pero su obsesión era evitar a toda costa que los días lectivos pasara las veladas nocturnas con Ana Rosa por lo que me obligó a que, al salir por la tarde de la facultad, me dirigiera al domicilio de Lucia que, de inicio, no me recibió demasiado complacida y resultó ser una mujer mucho más dominante, grosera, guarra, sádica y viciosa que Nuria aunque, poco a poco, fue “sacando el gustillo” a aquella situación. La complacía “ordeñarme” con los pies y presenciar como su amiga me la “cascaba” poniéndome el cipote hacía abajo y hacía atrás para movérmelo lentamente al mismo tiempo que me apretaba y golpeaba los cojones con la intención de que la eyaculación, que en tales posiciones tardaba en producirse, se demorara aún más pero sin afectar a la cantidad de leche que echaba. Lucia aprovechaba aquello para ocuparse de mi trasero, abriéndome y cerrando continuamente el ojete con lo que conseguía que expulsara un buen número de ventosidades antes de meterme y bien profundos, sus dedos y ciertos “juguetitos” como consoladores de rosca, vibradores y bolas chinas que era con las que más rápidamente lograba lo que pretendía ya que me hacían efecto enseguida y siempre me las sacaba bien impregnadas para que, acto seguido, defecara delante de ella puesto que la encantaba verme cagar y “degustar” una parte de la caca que soltaba. En cuanto terminaba de evacuar y mientras Nuria seguía moviéndomela y sacándome leche y pis, Lucia se colocaba una braga-pene con un “instrumento” flexible pero muy largo y sin dejar de insultarme, me lo “enjeretaba” entero por el culo y procedía a moverse convenientemente con lo que pude sentir en mi propia carne todo lo que había hecho padecer a la mayoría de las féminas a las que, hasta ese momento, había poseído por el trasero. Aquella actividad sexual me llegó a parecer, además de degradante, interminable puesto que Nuria no se cansaba de moverme el nabo ni Lucia de darme por el culo y cuándo de madrugada decidían finalizar para poder dormir, en cuanto me sacaba el “instrumento” del trasero, me ponía los glúteos como un tomate azotándomelos con una larga regla de madera y me propinaba una patada en los cojones que, para entonces, estaban vacíos. Las dos hembras disfrutaban viendo como me retorcía de dolor en el suelo mientras se reían y me decían que así perdería por completo la erección, no tendría muchas ganas de mantener contactos sexuales y me ayudaría a retardar todavía más mis eyaculaciones venideras.

Aunque eran las menos, había ocasiones en las que Lucia se encontraba de buen humor y una vez que me desnudaba, me enseñaba algunos vídeos y la amplía colección de fotografías que conservaba de las distintas jóvenes que, como ella decía, habían puesto el “arco del triunfo” a su disposición y que obtenía obligándolas a posar en actitudes de lo más sugerentes existiendo un montón de imágenes en las que se encontraban en pleno orgasmo, meando e incluso, cagando. Lucia sabía aderezarme su visión al darme toda clase de detalles sobre como eran sus convulsiones pélvicas previas al clímax; la cantidad de “baba” vaginal que echaban; las veces e intensidad con la que se hacían pis ó si su caca era sólida ó líquida. Entre aquellas fotografías no tardé en ver algunas de Noelia, una de las chicas con la que había tenido que compartir mesa en el comedor de la residencia de estudiantes y de algunas de mis actuales compañeras de estudios que habían tenido ocasión de presenciar como me sometía y ultrajaba la “culo flaco”. Pero Lucia no me dejaba disfrutar de ello puesto que, en cuanto me “ponía”, tenía que quitarlas la braga con la boca y los dientes para deleitarme con sus prendas íntimas, oliendo las “fragancias” femeninas que se habían depositado en ellas y “degustando” la parte que más en contacto había estado con su coño y su ojete antes de que me tumbara boca arriba en el suelo muy abierto de piernas. Mientras Lucia se colocaba entre ellas y me acariciaba el pene, Nuria procedía a desnudarse por completo y lentamente delante de mi y acomodaba su zona vaginal en mi boca para que, agarrándome con fuerza de la cabeza, no tuviera más remedio que comerla la seta hasta la saciedad y lamerla el ano antes de meterla lo más profundo que me era posible mi lengua en el ojete con lo que siempre se tiraba varios pedos. Su amiga, mientras tanto, me movía lentamente la picha sin dejar de apretarme los cojones con la intención de que mi eyaculación, a pesar de que tardaba en producirse lo suficiente como para que la mujer más frígida llegara a alcanzar el orgasmo, fuera muy abundante y se demorara al máximo sin que dejara de “cascármela” hasta que me sacaba dos polvos y entusiasmada, me veía mear. La muy guarra se excitaba muchísimo con mi micción y con la de Nuria, cada vez que se hacía pis en mi boca, hasta llegar a mearse de autentico gusto y formar un buen charco en el suelo. Después volvía a acariciarme la pilila antes de introducírsela en la almeja para realizarme una magnifica cabalgada mientras la apretaba las tetas y ella hacía lo propio con las de Nuria estando muy pendiente de retrasar mi tercera eyaculación, cortándomela cada vez que consideraba que estaba a punto de producirse para lo que se incorporaba y ejercía una fuerte presión en la base de la pirula con sus dedos en forma de tijera, con lo que lograba que, llegado el momento en el que ella notaba la proximidad de uno de sus monumentales orgasmos, sintiera un intenso gusto y la echara un montón de espesos chorros de lefa con los que Lucia solía llegar al clímax dos veces seguidas y junto a su “baba” vaginal expulsaba una nueva meada que, en mayor ó menor cantidad, iba acompañada por parte del semen que la acababa de echar. La fémina continuaba cabalgándome hasta el momento en que Nuria, exhausta, se incorporaba lo que Lucia aprovechaba para echarse encima de mí con el propósito de poder restregar sus tetas contra mi cuerpo mientras me obligaba a hurgarla a conciencia el ojete con mis dedos y a besarla en la boca metiéndola la lengua muy profunda. Cuándo se consideraba satisfecha solía incorporarse un poco para que mi pito abandonara su “cueva” y se colocara entre sus piernas, que mantenía cerradas, pero nunca se levantaba hasta que mi miembro viril empezaba a perder la erección lo que tardaba en producirse ya que la muy guarra se ocupaba de mantenerlo bien tieso moviéndomelo entre sus extremidades y frotándolo en su raja vaginal.

El llegar a dominarme de aquella manera debió de agradar tanto a Lucia que decidió prescindir del montón de objetos inútiles que tenía almacenados en la habitación en que solíamos mantener nuestra actividad sexual para adecentarla, pintarla y amueblarla convenientemente con lo que comenzamos a disponer de una cama de matrimonio dotada de un confortable colchón semiacuático, que mandó traer del extranjero, lo que posibilitó que, al terminar nuestra sesión sexual, me pudiera quedar a dormir allí ya que, hasta ese momento, tenía que irme andando a la residencia de estudiantes en la que me alojaba donde, a aquellas horas de la madrugada, no era fácil conseguir que me abrieran la puerta de acceso ó debía de acomodarme en el sofá del salón del domicilio de Lucia. Pero aquello tuvo su lado negativo puesto que la hembra lo aprovechó para acostarse conmigo la mayoría de las noches y al estar acostumbrada a dormir muy poco se dedicaba a acariciarme y sobarme mis órganos sexuales al mismo tiempo que no se cansaba de frotar su chocho contra mis glúteos y la raja del culo con lo que me resultaba imposible conciliar el sueño. Además, ponía el despertador media hora antes para aprovechar que, cuándo me despertaba, mi polla estaba tremendamente dura, gorda y larga y tras hacer que la echara mi primera meada matinal en la boca, me la “cascaba” para sacarme un par de polvos y otra nueva micción de forma que quedara “aliviado” y no tuviera demasiados deseos sexuales hasta mi encuentro a medía mañana con Nuria. Pero, al contrario de lo que me sucedía con la “culo flaco”, nunca llegué a sentirme demasiado a gusto y compenetrado con Lucia que se estaba empezando a cansar de mí y decidió suplirme por el marido de Jimena, una de sus antiguas alumnas que durante su segundo embarazo y luciendo “bombo”, descubrió las delicias y el gran placer que la proporcionaba Lucia a través del sexo lesbico. La educadora, a base de forzarla, no tardó en conseguir que la mujer accediera a dejar que su marido pasara las noches con Lucia pero aquello no dio el resultado apetecido puesto que el hombre disponía de un rabo de lo más normal, Jimena tenía que estar presente para que se pusiera a tono y sólo era capaz de echar la leche por segunda vez cuándo estaba sumamente excitado. Ante semejante contrariedad Lucia acordó con Nuria dedicar de domingo a jueves las veladas nocturnas a los varones para ocuparse de las féminas en horario vespertino y los fines de semana y al pretender disponer de la debida variedad en todas aquellas sesiones sexuales, consiguió que Nuria tuviera que olvidarse de mí para centrarse en la difícil misión de encontrar jóvenes muy bien dotados y a ser posible con una más que aceptable potencia sexual con los que, de la misma forma que conmigo, su amiga pudiera sentirse complacida.

Aquel hecho sucedió en las fechas previas al inicio del periodo vacacional de Navidad y casi al mismo tiempo en que se decidió que, como parte de mis compañeros trabajaba, el curso se reanudaría desarrollando las clases de lunes a jueves en horario de tarde lo que me permitió volver al lado de Ana Rosa, que seguía teniendo asignado el turno vespertino de trabajo y con la que durante ese tiempo solamente había podido pasar los fines de semana. Viendo que su situación personal con Nuria no mejoraba puesto que la profesora intentaba hacerla la vida imposible para que abandonara su trabajo, me decidí a comentar con ella, que preveía algo parecido, lo que me había sucedido. Ana Rosa me indicó que era evidente que aquellas dos cerdas viciosas no se habían dado por satisfechas hasta que habían logrado someterme sexualmente antes de contarme muchas cosas sobre ellas. La mayor parte las conocía pero hubo otras que no y algunas me resultaron de lo más sorprendentes como el hecho de que Nuria no mantuviera relaciones sexuales frecuentes con su amiga sentimental, a pesar de vivir juntas puesto que su principal y casi única misión era la de suministrarla de “carne fresca y joven” intentando que las chavalas se pusieran a plena disposición de Lucia en los días previos a sus ciclos menstruales, en los que consideraban que tenían un mayor deseo sexual, prometiéndolas que, con ello, lograrían mejorar su puntuación en las asignaturas que llevaban a rastras. Por lo visto y Ana Rosa lo sabía puesto que había mantenido durante un tiempo contactos sexuales periódicos con Lucia, esta exigía sesiones con vaciado integral y gran cantidad de “baba” vaginal, pis y caca y cuándo no se cumplían todos los requisitos, la joven tampoco conseguía esas décimas de punto que Nuria la prometía. A Lucia la encantaba que la chica se tumbara sobre ella muy abierta de piernas para, agarrándola con fuerza de la masa glútea y metiéndola un par de dedos en el ojete, obligarla a permanecer muy apretada para que tuviera que restregar su coño y sus tetas con ella hasta que la educadora se meaba de gusto mojando con su pis a la joven a la que, más tarde, metía todo tipo de “juguetitos”, aunque el que más usaba era un consolador de rosca y se la follaba, vaginal y analmente, durante un montón de tiempo con la ayuda de una braga-pene hasta que la chica se vaciaba por completo y si se encontraba con alguna que tenía un aguante sexual encomiable, la remataba con un fisting vaginal a dos manos con el que terminaba exhausta, muy escocida y sin ganas de sexo para varios días.

Consideré que, a través de aquella actividad sexual, Lucia y Nuria estaban convirtiendo en unas golfas muy guarras a buena parte de mis compañeras, la mayoría de ellas de lo más apetecible y sensual, mientras continuaban comportándose como las autenticas pijas que eran y no dejaban de malgastar saliva y empleaban todo el dinero del que disponían en ropa, incluso interior, a la moda. Ana Rosa me comentó que lo que a Lucia y Nuria las hacía falta era que un hombre las bajaras los humos, tirándoselas una y otra vez, aunque ellas se opusieran, hasta llegar a convertirlas en unas dóciles perritas. Pero, en aquellos momentos, las dos profesoras se encontraban de lo más entusiasmadas exprimiendo al máximo a una de mis compañeras, que evidenciaba ser una gran adicta al sexo y a su novio que, al parecer, también estaba magníficamente dotado y era un buen semental hasta el extremo de que no se acordaban demasiado de mí por lo que decidí aprovecharme de que Nuria estaba bastante liada buscando chicos dotados de una verga de un tamaño superior al normal y de un más que aceptable aguante sexual para presionarla de manera que, a cambio de poder continuar disfrutando de mi chorra en cuanto se la pasara aquel furor inicial por esa pareja, me facilitara a algunas de las estudiantes a las que su amiga desechaba tras convertirlas en unas cerdas zorritas para que, por medio del sexo hetero con penetración, pudieran recuperar esas décimas de punto por sesión sexual satisfactoria en la que hubieran participado.

Nuria no me puso ninguna pega para acceder a mi pretensión por lo que no tardó en facilitarme a jóvenes de lo más potables, a las que pedía que se presentaran sobre las diez de la noche en el domicilio de Ana Rosa vestidas en el plan más provocativo y sugerente que pudieran, para que me las pudiera cepillar en presencia de mi amiga que, a pesar de que vio que nuestra actividad sexual se reducía considerablemente, disfrutaba observando como las obligaba a “cascármela” y chupármela antes de que me las follara por delante y por detrás, desvirgando a la mayoría el culo, para que Ana Rosa las rematara haciendo que se mearan y algunas por tercera ó cuarta vez, metiéndolas un par de dedos en la seta para presionarlas la vejiga urinaria y que liberaran su esfínter y defecaran, incluso en más de una ocasión, delante de nosotros que, cuándo nos apetecía, nos dábamos un autentico festín con el pis y la caca que echaban.

Pero me sorprendía que, a pesar de ser jóvenes y de lo más sugerentes físicamente, la mayor parte resultaran sumamente sosas en la cama limitándose a dejarse hacer ó haciendo todo aquello que las mandaba pero sin llegar a colaborar lo necesario y desconociendo, por ejemplo, que su almeja se mantenía mucho más aireada si vestían faldas y que adquiría un olor mucho más fuerte y penetrante cuándo usaban pantalones ó que tenían que apretar sus paredes réctales contra mi cipote cada vez que las daba por el culo para intentar disminuir su dolor e incrementar nuestro mutuo placer. Eso sí, casi todas “rompían” con una facilidad pasmosa, eran multiorgásmicas, llegaban con mucha frecuencia e intensidad al clímax disfrutando plenamente de ello y echaban “baba” vaginal y pis a discreción pero sin conseguir que acabaran convirtiéndose en el tipo de hembra muy ardiente, cerda y viciosa que, como Ana Rosa, Inma, Maribel ó Piedad, tanto me gustaba y que sabía “ponerme” para lograr que, en vez de dos, la echara tres ó cuatro polvazos seguidos.

Aunque me complacía el poder disponer de un buen surtido de chavalas jóvenes a las que poder tirarme, aquello no llegaba a satisfacerme por completo pero lo que sí que me complacía era haber conseguido que Nuria me la chupara cada vez que nos veíamos fuera de las aulas e introduciéndose en la boca prácticamente tres cuartas partes de mi nabo. Conseguí que me enviara a Azucena y Noelia, mis compañeras de mesa en el comedor de la residencia de estudiantes, que como las demás y a pesar de todo lo que habían fardado delante de mí, carecían de la suficiente “salsa” en la cama. Llevaba unas semanas cepillándomelas por separado a días alternos y bastante a gusto por cierto, cuándo una noche al llegar al domicilio de Ana Rosa nos encontramos en el rellano de la escalera con Sonia María ( Sonia ) una chica que trabajaba los fines de semana como camarera en un restaurante y después, como gogó en una discoteca que, en teoría, también estaba alojada en la misma residencia que yo. La joven, que dijo que nos estaba esperando, me había tenido encandilado desde el momento en que la vi por primera vez puesto que se trataba de la mujer más perfecta y a mi gusto que había tenido ocasión de conocer. Alta, delgada, con una gran melena de pelo rubio un poco rizado, una cara muy sensual que me hacía desear que mi pene quedara acoplado en su boca, unos ojos preciosos y un cuerpo deseable, fino y liso. La chica, segura de si misma y vistiendo un pequeño top que sólo la cubría las tetas, una falda corta y fina y unas botas por encima de sus rodillas nos indicó que la enviaba Nuria para que la ayudáramos a subir su puntuación media en los estudios. Si la chavala “ponía” a cualquier hombre vestida, en cuanto se desnudó se convirtió en una diosa. No sé ni el tiempo que me la follé, ni el número de polvos y meadas que la eché pero lo que recuerdo es que la solté varias veces la lefa y que, a pesar de que eyaculaba con bastante más rapidez de la habitual, en todas las ocasiones sentí un inmenso gusto y que la leche salió en cantidad superior a la normal. Sonia, que colaboró todo lo que pudo, acabó exhausta y al final, mientras Ana Rosa la mantenía abiertos los labios vaginales con intención de prepararla para realizarla un fisting, nos confesó que nunca había llegado a disfrutar tanto del sexo ni a alcanzar un número tan elevado de orgasmos y que, aunque tenía novio y se la tiraba con asiduidad, no había conseguido darla tantísimo gusto quizás por no estar dotado de una picha tan gorda y larga como la mía ni saber hacérselo con esos movimientos de mete y saca circulares con los que había sentido las sensaciones más placenteras de su vida hasta llegar a convulsionársela de placer todo el cuerpo.

Sonia decidió repetir aquella experiencia tres días por semana lo que nos hizo pensar que tenía que mejorar la nota en varias asignaturas. Cada vez que me la cepillaba se sentía más golfa y guarra y la agradaba que tanto Ana Rosa como yo la forzáramos hasta superar el límite de su aguante sexual y que, al igual que hacíamos nosotros con su micción y defecación tanto líquida como sólida, la permitiéramos beberse íntegras nuestras meadas y comerse nuestra mierda. Además, se entendía a la perfección con Ana Rosa y la gustaba poder pasarse un montón de tiempo acostada encima ó debajo de ella restregando sus cuerpos. Una noche nos comentó que, tras pensarlo mucho, había decidido romper con su novio ya que consideraba que sus verdaderos amores éramos nosotros puesto que nunca se había sentido tan plenamente integrada con el sexo y habíamos conseguido que se sintiera mucho más femenina y viciosa que antes de conocernos; que pretendía vivir con nosotros y que si era preciso, estaba dispuesta a servirnos y no sólo en el sexo. Desde aquel momento la empezamos a atar a la cama y a mostrarnos muy sádicos con ella pero cuánto más la exigíamos, castigábamos y forzábamos, más se esforzaba por complacernos hasta llegar a convertirse en nuestro water personal y en una muy dócil perrita deseosa de satisfacer en todos sus deseos a sus amos. La chavala, además, estaba pendiente de nosotros. Un día tropecé fortuitamente y sufrí un leve esguince en la rodilla izquierda y durante casi dos semanas me dedicó todo su tiempo libre permaneciendo a mi lado para que tuviera la pierna en reposo y no me faltara de nada. Más adelante y viendo que, aunque siempre han sido copiosas y largas, cada día sentía con más frecuencia una imperiosa necesidad de mear, seguramente a cuenta del desgaste que iba sufriendo con la actividad sexual que desarrollaba, logró que me planteara el dejar de dedicar tanto tiempo al sexo teniendo en cuenta que podía vaciar mis cojones siempre que quisiera con Ana Rosa y con ella y que, en su lugar, buscara una ocupación laboral para poder convivir los tres sin demasiados apuros económicos puesto que los ingresos que tanto Ana Rosa como ella obtenían no eran elevados. En pocos meses pasé por varios trabajos antes de que Sonia, viendo que no duraba en ninguno y aunque no quería tener que mencionarlo a menos que nuestra situación económica llegara a ser desesperada y precaria, me propusiera enrolarme en uno que, según dijo, me iba a encantar y a resultar sumamente agradable y placentero pero, antes de que me hablara de él, me hizo prometerla que íbamos a preparar juntos unas oposiciones para entrar a formar parte del personal fijo de la administración.

El trabajo en cuestión consistía en pertenecer a una “organización” que se dedicaba a facilitar la adopción de niños recién nacidos a parejas solventes que no querían ó no podían tenerlos y estaban dispuestos a pagar espléndidamente por ello. Lo que la gente desconocía es que las criaturas se engendraban en el mismo local en que se realizaban el resto de los trámites puesto que disponía de varias habitaciones que, todos los días y sobre todo los fines de semana, se encontraban ocupadas por ciertas hembras que, a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero, se convertían en “vientres de alquiler” sabiendo que, en cuanto los parieran, no volverían a ver ni a saber nada de los críos.

Durante algo más de dos meses, tres guapas aunque un tanto posesivas jóvenes llamadas Elena, Raquel y Susana que se convirtieron en mis jefes, pudieron comprobar que mi pilila alcanzaba unas dimensiones y un tamaño más que aceptables; que mis eyaculaciones eran abundantes y que echaba una gran cantidad de chorros de blanca y espesa leche; que, inevitablemente, me meaba cada vez que me sacaban dos polvos seguidos y que tanto mi potencia sexual como mi poder de recuperación eran los más idóneos para aquel menester. Pero, antes de llegar a tal conclusión, se tuvieron que hartar de “cascármela” y hubo mañanas en que me hicieron echar hasta cinco polvos. Me la solían mover, generalmente, tumbado en una mesa y colocándose entre mis abiertas piernas sin que nunca me faltara el estímulo de sus masajes prostáticos puesto que, unas veces enfundados en guantes de látex y a otras “a pelo”, me introducían dos ó más dedos en el culo y me hurgaban con ellos a conciencia mientras me meneaban la pirula. En varias ocasiones y cuándo consideraban que estaba a punto de “explotar” me ponían lo que denominaban el “sacaleches”, que era un aparato que, metiéndome una fina varilla por la “boca” del pito, me succionaba los huevos hasta sacarme la última gota de semen haciéndome sentir que estaba eyaculando una vez tras otra con lo que el gusto resultaba continuado e intenso hasta que, al quedarse vacíos, la polla quedaba convertida en un colgajo cosa que, como me explicaron la primera vez, era normal aunque no tardaba en recuperar sus dimensiones habituales en cuanto los cojones comenzaban a reponer semen. La lefa que me sacaban con tal aparato, que utilizaron conmigo en distintos días de la semana y a diversas horas, la mandaban analizar para verificar que, además de ser abundante, tuviera mucha calidad. Los análisis siempre calificaron mi “cosecha” de excelente ó superior. Algunas ocasiones me hicieron ponerme a cuatro patas para forzarme el culo mientras miraban la evolución de mi rabo y más de una vez y sin importarlas emplear todo el tiempo que fuera necesario, continuaron hurgándome hasta que pudieron comprobar que, sin apenas tocarme ni moverme la verga, aquellos estímulos anales eran más que suficientes para que acabara eyaculando y de una manera larga y espléndida en cantidad. Cuando superé aquel proceso selectivo Raquel me indicó que mi misión, al igual que la del resto de los hombres inmersos en aquello, era la de fecundar a las mujeres por lo que me pasaba buena parte de las mañanas y de dos a tres horas la tarde de los viernes y domingos de habitación en habitación follándome a un buen surtido de féminas, la mayoría de ellas inmigrantes con una imperiosa necesidad de dinero, debiendo de echar a cada una un único polvo y extraérsela en cuanto sintiera que me iba a mear para que la soltara mi pis en el exterior del chocho, en las tetas ó la boca. Cada habitación disponía de un circuito cerrado de televisión con el que nos tenían controlados sin que se nos permitiera hablar más de lo preciso con las hembras ni que nuestra conducta sexual fuera más allá de lo estrictamente necesario para el propósito que se pretendía por lo que no las dejaban que me chuparan la chorra más que lo imprescindible para ponérmela bien tiesa ni que las tocara el coño y las tetas más allá de lo preciso para que se mojaran vaginalmente. Pero, aunque pretendían que siempre me las tirara tumbado sobre ellas, no solían decirme nada cuándo lo hacía en otras posiciones ó cuándo las hurgaba en el culo con mis dedos durante el acto sexual. Eso sí, un poco después de “descargar” tenía que sacársela, aunque no tuviera ninguna necesidad de hacer pis, para no tardar en levantarme, limpiarme, vestirme y salir de la habitación disponiendo de una hora antes de volver a ocupar esa ú otra estancia con una nueva mujer. Además de pagarme el equivalente a seis Euros por cada polvo que echaba, aquella fue una época en la que, al no decirme nada por ello y al gustarlas a la mayoría de las féminas que la había usado que me sintiera tan atraído por su ropa interior, me hice con un completo y variado surtido de prendas íntimas, con profusión de tangas, con las que me decidí a decorar las paredes de las habitaciones y del salón del domicilio de Ana Rosa.

En la “organización” los fecundadores íbamos por libre a lo nuestro por lo que apenas existía comunicación entre nosotros pero hice amistad con Tamara pensando que era una de las hembras que acudía allí con fines reproductores hasta que descubrí que iba a echar la leche en vez de a recibirla puesto que se trataba de un transexual que daba perfectamente el pego y que, aunque en reposo, tenía el cipote pequeño y fofo, se le ponía con facilidad bien empinado hasta el punto de que, como pude comprobar, sus dimensiones eran similares a las del mío y que, aunque sus eyaculaciones no fueran tan abundantes y largas, también se meaba después de echar dos polvos seguidos. El joven me explicó que era español y que, cuándo nació, le pusieron el nombre de Alvaro pero que, siendo muy joven, tuvo que trasladarse con sus padres a un país de América Central en el que sus progenitores habían encontrado un buen trabajo. Al quedarse huérfano, tras sufrir un accidente de tráfico en el que fallecieron sus padres, un acomodado hacendado llamado Aureo, amigo de la familia y propietario de un buen número de negocios, le acogió en su mansión tratándole como un hijo más e intentando en todo momento que no le faltara de nada. Pero Aureo, al descubrir que se encontraba magníficamente dotado, le hacía permanecer a su lado todo su tiempo libre totalmente desnudo para poder verle, tocarle y “cascarle” el nabo siempre que le apeteciera. Como agradecimiento por su buen comportamiento y obediencia, le brindó la posibilidad de que, en su presencia, se pudiera cepillar a una de las sirvientas de la mansión que era tan adepta al sexo que nunca se oponía a que la jodieran. Pero Aureo, un poco cansado de fecundar a mujeres, habiendo tenido dieciocho hijos con once féminas, decidió mantener una relación casi marital con él de manera que pudieran “cascarse” mutuamente el pene, chupárselo e incluso, darse por el culo. Pasados unos años, Alvaro le comentó que, si exceptuaba a la criada a la que había dejado preñada en dos ocasiones y en ambas Aureo la dio una gratificación económica a cambio de abortar, llevaba mucho tiempo sin “comerse una rosca” con las hembras y el hombre le contestó que si quería tener éxito con las mujeres debería de convertirse en una de ellas. El joven pensó que Aureo tenía razón y como su amante y protector estaba dispuesto a correr con todos los gastos, pocos meses más tarde cambió de sexo para convertirse en Tamara, lucir unas grandes tetas y comportarse y vestir como una fémina con lo que su actividad sexual comenzó a incrementarse de la misma forma que mejoraba su aguante y potencia sexual tanto en la práctica homosexual como hetero puesto que a nada hacía ascos. Reconocía que todos los hombres y las hembras con los que se acostaba por primera vez se llevaban una gran sorpresa al encontrarse con su gran picha pero que, desde que se operó, nunca le habían faltado personas de ambos sexos bien dispuestas a chupársela hasta la extenuación ó a que les diera repetidamente por el culo ni, en el caso de las mujeres, a permitir que las poseyera por delante y por detrás. Al fallecer Aureo, que se fue al otro mundo bien servido analmente por Tamara y no llevarse demasiado bien con la última fémina con la que el hombre se había casado decidió volver a España en compañía de una bella y joven estudiante con la que mantenía relaciones sexuales regulares. Aunque no tardó en encontrar trabajo, la chavala no acabó de aclimatarse y tuvo que regresar a su país de origen por lo que Tamara empezó a ofrecerse para poder realizar tríos con parejas jóvenes de manera que, una vez que la hembra se la chupaba, daba por el culo primero al hombre mientras este se cepillaba a la mujer, después a la chavala y más tarde, si el otro joven disponía de la suficiente potencia sexual, penetraban al mismo tiempo a la chica por delante y por detrás e intercambiaban con frecuencia de agujero. Una de aquellas parejas le habló de la “organización” y desde entonces, estaba vaciando allí sus huevos a diario durante su tiempo libre con el aliciente que para las féminas representaba el descubrir que debajo de su ropa y de su tanga escondía una espléndida pilila y unos gordos cojones. Además de su actividad sexual en la “organización” había acabado liándose con una hembra de nacionalidad cubana, que estaba casada con un español, con la que se encontraba todos los días en una vivienda que carecía de todo tipo de mobiliario y era propiedad del marido de la mujer que se prodigaba en chuparle la pirula antes de que se la “clavara” y con saña, por delante y por detrás. Varios días me animó a acompañarle para que la conociera, nos chupara el pito mientras mantenía los dos juntos en su boca y poder penetrarla al mismo tiempo por sus agujeros vaginal y anal pero nunca me decidí. Un día dejó de ir a la “organización” y lo único que llegué a saber de él, a través de las gestiones que se hicieron para localizarle, fue que no había regresado a la pensión en la que se alojaba y estaba en paradero desconocido desde que una noche el marido de la fémina cubana les pillara retozando en la habitación del matrimonio al volver de su trabajo antes de tiempo por haber devuelto y encontrarse mal.

Entre las hembras perceptoras del semen masculino había varias que me gustaban pero, desde que la conocí, me sentí especialmente atraído por Andrea, una joven de cabello rubio, que según me comentó Susana una mañana mientras dábamos cuenta de un café y de un pincho de tortilla en un bar cercano, después de un corto matrimonio repleto de violencia física y psíquica se había separado y quedado sin trabajo casi al mismo tiempo y al no encontrar otra ocupación laboral más digna había decidido entrar a formar parte de la “organización” puesto que necesitaba el dinero para, en un futuro no demasiado lejano, poder alimentarse y pagar el alquiler de la casa en la que vivía. Se trataba de una chica alta y delgada que me agradaba tanto que, al principio, la sacaba la polla al sentir el gusto previo a la eyaculación para echarla la leche fuera de la seta y no dejarla preñada pero no tardé en darme cuenta de que me estaba privando de las delicias y la exquisitez que suponía el poder “explotar” en el interior de su almeja mientras los demás la soltaban la lefa dentro con lo que cualquiera de ellos podía hacerla un “bombo” por lo que, además de repetir la mayoría de los días con ella, empecé a hacerlo así y preocupándome de que la eyaculación se produjera con mi rabo totalmente introducido en su chocho. Como no podía hablar con ella abiertamente, un día, después de que me dejaran echarla dos polvos seguidos para terminar meándome en sus tetas, me decidí a meterla una nota en la copa derecha de su diminuto sujetador, que estaba tirado en el suelo, diciéndola que quería hablar con ella para lo cual la facilitaba el número de teléfono del domicilio de Ana Rosa. La joven me llamó al mediodía y a última hora de la tarde nos entrevistamos en una cafetería. La dije que pretendía sacarla de aquello antes de que la dejaran preñada y Andrea, con una sonrisa un tanto forzada, me contestó que llegaba un poco tarde ya que estaba embarazada de casi tres meses y que, aparte de obligarla a seguir dejando que nos la folláramos para poder tenerla controlada hasta el momento del parto, necesitaba el dinero que iba a recibir cuándo diera a luz. Aunque al principio dudó, logré convencerla para que pasara las veladas nocturnas con Ana Rosa, Sonia y conmigo lo que, hasta que parió, me permitió prodigarme en darla por el culo que era algo que deseaba pero que no podía hacer en las sesiones sexuales que mantenía con ella en la “organización” y que a la joven, en su estado, la complacía y gustaba sobre todo porque tenía hemorroides y se encontraba bajo los efectos de un estreñimiento crónico y cuándo se la “clavaba” por detrás, además de tirarse un montón de pedos, la facilitaba el poder vaciar por completo su intestino aunque fuera a través de unos incómodos y molestos procesos diarreicos. En otras ocasiones y tras dejar que me chupara la verga con esmero y ganas, me la tiraba vaginalmente casi siempre colocada a cuatro patas.

Durante este tiempo Nuria empezó a darse cuenta de que Lucia la había llegado a dominar de la misma forma que me había sometido a mí hasta que se cansó; al marido de Jimena; a la joven pareja, compuesta por Gabriel y Ana, con la que disfrutaba enculando al chico mientras este se tiraba por vía vaginal a la chavala para más tarde turnarse en penetrarla ambos por el trasero ó “clavársela” al mismo tiempo por delante y por detrás ó a los demás hombres a los que, en pocos meses, había humillado, poseído, sometido y ultrajado para, al final, reírse de ellos. Nuria, al acabar una de sus clases, me indicó que, después de tener una discusión muy fuerte, había roto y de manera definitiva su relación con Lucia y me pidió que volviéramos a mantener nuestras sesiones sexuales ya que la encantaría continuar sacándome la leche de lunes a jueves a base de “cascarme” la chorra de diferentes maneras y en distintas posiciones. La respondí que con las relaciones que mantenía en aquellos momentos semejante actividad, tras más de un año sin incluir otra novedad que no hubiera sido el chuparme el cipote a su manera y muy de vez en cuándo, no despertaba demasiado interés en mí. La “culo flaco” me confesó que Lucia nunca se había opuesto a que “ordeñara” al sexo masculino siempre que no fuera “mariposeando” de nabo en nabo e intentara mantener contactos estables y que tenía el propósito de seguir así. A pesar de que no conseguíamos llegar a ningún acuerdo me decidí a aprovechar aquella oportunidad para empezar a desquitarme de ella y bajándome el pantalón y el calzoncillo la hice arrodillarse delante de mí y demostrarme su buena voluntad introduciéndose el pene en la boca para comérmelo entero. Nuria, antes de decidirse a hacerlo, se desnudó de cintura para arriba dejando sus tetas al descubierto y puso su mejor voluntad en complacerme pero, sabiendo que empezaría a sufrir arcadas y náuseas en cuanto la punta la golpeara el gaznate, la agarré con fuerza de la cabeza y tirándola del pelo, la hice continuar aunque no dejaba de soltar una gran cantidad de saliva con algún que otro indicio de vómito. Finalmente, “descargué” muy complacido con unas ganas increíbles y la obligué a recibir y tragarse mi leche con la picha totalmente introducida en su boca con lo que estuvo a punto de ahogarse. En cuanto acabé de echarla la lefa, se la sacó de la boca y tomó aire para no tardar en devolver mientras la apretaba las tetas y la insultaba. Después la empujé con bastante fuerza y cierto desprecio haciendo que cayera al suelo, me coloqué a su lado, la subí su ceñida falda, la desgarré la braga y la toqué el coño comprobando que, a pesar de todo, la muy guarra había llegado al clímax formando una buena mancha en su prenda íntima con su “baba” vaginal. La indiqué que, puesto que la había gustado, confiaba en que me la comiera así a diario y Nuria me contestó afirmativamente con su cabeza mientras, evidenciando que sólo con pensarlo se la revolvía el estómago e iba a devolver de nuevo, se incorporó para dirigirse apresuradamente hacia el aseo más cercano. Desde aquel día, la “culo flaco” me realizó, en un water de la facultad, unas prodigiosas mamadas esmerándose cada vez un poco más por complacerme.

Pero no me sentía plenamente satisfecho con aquello y decidí ampliar mi venganza haciéndola disfrutar en la misma sesión de las delicias de la penetración, tanto vaginal como anal, teniendo un interés especial en darla por el culo al suponer que, como a la mayoría de las mujeres, no la iba a agradar mucho que se la “clavara” por detrás. Como llevaba una temporada vistiendo asiduamente pantalones ajustados para luego cubrirse el trasero con chaquetas de punto largas y pretendía cepillármela cuando llevara vestido puesto que con falda se me facilitaba la labor en caso de que me encontrara con su oposición y no deseaba precipitarme, me lo tomé con calma en espera de que llegara el momento adecuado. Un día me enteré de que el viernes siguiente se iba a celebrar por la mañana un claustro de profesores y que, al acabar, se reunirían en una comida de hermandad. Me supuse que, al finalizar la celebración, acudiría a la facultad por lo que la esperé pacientemente delante de la puerta de su despacho. Cuándo llegó y a medida que se iba acercando a mí, observé que llevaba puesta una blusa estampada con más botones de los necesarios desabrochados con lo que dejaba al descubierto una buena porción de sus tetas y el canalillo y una falda bastante ajustada y abierta por los laterales que, al andar, la permitían lucir sus piernas casi hasta la altura de los muslos. En cuanto me vio, me sonrió y se interesó por saber lo que quería. La respondí que pretendía hablar con ella y Nuria me dijo que pasara puesto que, después de una buena comida, la apetecía charlar y pasar un rato agradable. Mientras la fémina subía las persianas del despacho para que entrara la claridad, cerré la puerta con llave, apagué la luz y me desnudé. La pilila, con toda la piel bajada, parecía brillar y estar a punto de “explotar”. Nuria centró su mirada en el capullo. Me coloqué a su lado y dejé que me la tocara. Mientras lo hacía, acerqué mis labios a los suyos y viendo que respondía adecuadamente al estimulo ya que me besaba llena de pasión, aproveché para desabrocharla sin muchos miramientos la blusa y rompiéndola el sujetador la dejé las tetas al aire antes de que la subiera la falda y la bajara un poco la braga para, tras conseguir que dejara de sobármela y movérmela, comenzar a restregar mi erecta y larga pirula en el exterior de su chorreante seta. Después se la puse entre las piernas lo que me permitió sentir como me mojaba la base con su “baba” vaginal. Nuria no tardó en separarse de mí para quitarse la falda y su prenda intima y tumbarse, abierta de piernas, sobre la mesa pidiéndome una y otra vez que se la metiera. Pero, en vez de hacerlo, me recreé durante unos minutos pasándosela por la raja de su abierta y amplia “cueva” vaginal. Nuria deseaba que me la follara pero, por más que me lo pidió, lo único que logró fue que la introdujera un instante la punta ya que me estaba gustando hacerme de rogar. Se encontraba tan cachonda que, en medio de su agitada respiración y sus jadeos, noté que, sin haber llegado a “clavársela”, comenzaba a tener convulsiones pélvicas lo que me hizo suponer que estaba a punto de alcanzar el orgasmo lo que Nuria me confirmó cuándo, totalmente fuera de sí, me dijo:

“Métemela de una vez, so cabrón, que me está viniendo y me voy a correr” .

Se la introduje de golpe hasta los huevos y empecé a tirármela con movimientos circulares muy lentos. La hembra no dejaba de pedirme que me la “trajinara” mucho más deprisa pero, sin hacerla el menor caso, necesitó pocos segundos para empaparme todo el pito en su abundante “baba” vaginal evidenciado que la estaba gustando, que acababa de llegar al clímax y que quería que continuara con mi labor mientras ella iba pasando de un orgasmo a otro con tanta celeridad que estaba disfrutando del cuarto cuándo “descargué” dentro de su almeja sintiendo que aquel era el polvo que más había deseado echar en mi vida. Nuria se meó de autentico gusto y al más puro estilo fuente mientras notaba caer en su interior mi copiosa leche. Seguí cepillándomela vaginalmente unos minutos más y en cuanto la saqué la polla, la ayudé a levantarse para que se apoyara en la mesa, dándome la espalda y manteniendo las piernas muy abiertas. No me lo pensé, la abrí el ojete con mis dedos, la obligué a doblarse y con un par de envites se la “clavé” entera por el culo. Nuria, a pesar del dolor que sentía, aguantó muy bien pero creo que, al notar que la estaba perforando el intestino, pensó en gritar aunque optó por morderse los labios y aguantar dándose cuenta de que, aparte de desear que la poseyera y que culminara de manera satisfactoria esa penetración anal, estábamos prácticamente solos en esa zona de la facultad y nadie la hubiera oído. Si cuándo se la introduje por delante hice todo lo posible por retener al máximo mi eyaculación para poder disfrutar durante más tiempo del acto sexual, al darla por el culo lo hice de la manera más bárbara que pude y con movimientos rápidos mientras, cogiéndola de la cintura, la obligaba a colaborar y a mantener apretadas sus paredes réctales contra mi rabo para aumentar nuestro placer. Me eché sobre su espalda para sobarla las tetas y ponerla los pezones en órbita mientras me decía que la estaba haciendo mucho daño; que tuviera en cuenta que ningún hombre se la había metido nunca por el trasero; que la iba a desgarrar el ano y que se estaba meando sin poder hacer nada por evitar que se la saliera el pis. Me sentía en la gloría y aguanté todo lo que pude pero, dándome un gusto increíble, mi lefa salió en espesos y largos chorros con mucha más rapidez de la que hubiera deseado. Me consideré complacido de haber acabado con la virginidad anal de aquella guarra mientras la soltaba una monumental meada dentro del culo. Nuria, tras recibir mi semen y mi pis, empezó a pedirme que la sacara la verga ya que se estaba cagando pero la mantuve en su interior sin dejar de moverme al mismo tiempo que continuaba apretándola las tetas y acariciándola su “caldoso” chocho con mi mano extendida consiguiendo que, además de flujo, echara unos cuantos chorros más de pis. Estaba tan a gusto que pensé en continuar para echarla otro polvo pero me pareció que aquella cerda ya había tenido suficiente por aquel día y me detuve con el propósito de que la chorra fuera perdiendo su erección para extraérsela de golpe momento en el que evacuó masivamente. La mujer se sintió humillada al verse en la obligación de defecar y en tal cantidad en mi presencia mientras la mantenía bien abierto el ojete con mis dedos por lo que la dije:

“Hoy has debido de comer muy bien por la gran cantidad de mierda que estás echando” .

Después de la salida en tromba de una gran cantidad de caca líquida, me hubiera agradado el poder “degustar” el gordo y largo “chorizo” de mierda que, ligeramente impregnado en mi leche y pis, expulsó pero me reprimí al pensar que, si lo hacía, se sentiría complacida y lo dejé caer al suelo. En cuanto apareció por el ano el segundo follete se lo metí hacía dentro empujándolo con dos de mis dedos que dejé en su interior para poder hurgarla durante unos minutos en todas las direcciones buscando el provocarla un vaciado total de su intestino que se produjo en cuanto se los extraje. Esta vez su caca fue totalmente líquida y una vez más, la expulsó en tromba. Visiblemente satisfecho me limpié meticulosamente los dedos en su “felpudo” pélvico y mientras seguía cagando sin moverse de su posición, procedí a vestirme. Después la pasé repetidamente mi mano derecha extendida por el coño y se lo apreté haciendo que volviera a echar unos cortos pero muy intensos chorros de pis y al final, la agarré del “bosque” pélvico y la dije que, a partir de aquel momento, lo repetiría siempre que me apeteciera y que la quitaría a tirones aquellos pelos si no me dejaba plenamente satisfecho. Nuria, entregada y exhausta, volvió a asentir con la cabeza e intentó besarme pero rechacé sus labios y mirándola con desprecio la indiqué, al mismo tiempo que se las apretaba con mis manos, que debía de intentar mantener sus tetas tan prietas y tersas como esa tarde. Recogiendo del suelo su destrozado sujetador y la braga, los olí y abandoné el despacho con las prendas íntimas en la mano, satisfecho de haberla poseído por delante y por detrás y pasar de ser dominado a convertirme en dominador.

A pesar de que echaba un buen número de polvos diarios entre la “organización” y las sesiones sexuales que mantenía por la noche con Ana Rosa, Andrea y Sonia y mis huevos se veían obligados a reponer leche con frecuencia, me tomé aquello como un reto personal por lo que Nuria se vio obligada a chuparme el cipote, con esmero, ganas y totalmente introducido en su boca, casi a diario por lo que llegó a habituarse a sacarme, recibir y tragarse dos polvos seguidos y una de mis meadas además de que, al menos dos veces por semana, me la follaba por vía vaginal y anal. Me gustaba que la muy cerda se hubiera opuesto siempre a mantener sesiones sexuales completas pero que fuera sacando el gusto al sexo hetero, colaborando y disfrutando plenamente incluso cuándo la metía el nabo por el culo en plan salvaje y tras “descargar” y mearme en su interior, la provocaba unas masivas defecaciones que, generalmente, eran sólidas, cosa que no era demasiado habitual entre las féminas, para acabar convirtiéndose en unos procesos diarreicos bastante prolongados con los que se acrecentaba su escozor anal lo que hizo que no me llegara a plantear el empezar aquellas sesiones sexuales perforándola el trasero si luego pretendía “clavársela” por delante. Además, cada vez que me chupaba el pene las tetas se la ponían prietas y tersas, los pezones totalmente erectos y alcanzaba el orgasmo y se mojaba en cuanto la soltaba la leche en el gaznate. Pero la “culo flaco” no era precisamente tonta y no tardó en darse cuenta de que, con toda la actividad sexual que tenía que desarrollar con Ana Rosa, Andrea y Sonia, si me la estaba tirando era como venganza y que, al igual que había hecho conmigo, el día menos pensado empezaría a humillarla y a ultrajarla en público por lo que, hasta que accedí, no dejó de pedirme que nos sentáramos a hablar sobre nuestro futuro.

Decidimos charlar en un lugar público y uno de los más adecuado era la cafetería de la facultad. Pero Nuria, en vez de mostrarse abierta, dialogante y receptiva, cometió el tremendo error de empeñarse en llevar la voz cantante y ponerse en un plan intransigente. Comenzó diciéndome que no entendía que me pasara una noche tras otra en el domicilio de Ana Rosa junto a Sonia, a la que calificó de “putón verbenero” puesto que se la había cepillado parte del alumnado masculino, a Andrea, una zorrita que procreaba a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero y a la guarda de seguridad, que de tanto darla por el culo tendría el intestino y el ojete tan dilatados que siempre cagaría blando y sin necesidad de apretar y podría introducírsela un cañón por el ano, encontrando tanta satisfacción en follármelas que no me percatara de que, tras haber sacado un excepcional provecho sexual de ellas, lo mejor que podía hacer era suplirlas por otras hembras que se encontraran dispuestas a ofrecerme su seta, boca, culo y tetas hasta llegar a disfrutar de una buena variedad de “yeguas” muy viciosas. Más tarde, me acusó de haber convertido a Ana Rosa en una dócil perrita y a Sonia en una sumisa “saca leches, mea pilas y lame culos” cuándo ambas habían decidido asumirlo voluntariamente. Como desconocía que llevaba varios meses formando parte de la “organización” me recriminó el estar preparando unas oposiciones mientras cursaba mis estudios universitarios con lo que, según ella, me limitaba demasiado puesto que un semental como yo en lo único que tenía que pensar era en “trajinarme” a las mujeres y echarlas la leche cuantas más veces mejor. Viendo que no conseguía convencerme con aquellos comentarios me dijo que, con su apoyo, tanto Sonia como yo podríamos acabar nuestra carrera sin apenas estudiar, que nos ayudaría a encontrar un buen trabajo y que si lo que necesitaba era ganar dinero me tendría que olvidar de Ana Rosa, Andrea y Sonia, a las que en esta ocasión llamó “niñatas pedorras”, para obtenerlo del sexo, explotando al máximo mi picha y mi excepcional potencia sexual, para poder tirarme y una vez tras otra, a féminas hechas y derechas que estarían dispuestas a gratificarme espléndidamente por cada polvo que las echara llegando a comentarme que, si algún día llegábamos a plantearnos el vivir juntos, se ocuparía de que no me faltara clientela y tuviera el debido surtido de hembras en buena posición económica dispuestas a permitir que las hiciera de todo, incluso a dejar que me cepillara a sus hijas, con tal de que siguiera satisfaciéndolas. Me supuse que esa propuesta hubiera tenido una magnifica acogida y una inmediata respuesta afirmativa por parte de varios de mis compañeros de estudios, que estaban deseando echar unos cuantos “quiquis” y si además eran remunerados mucho mejor, pero estaba muy satisfecho con la actividad sexual que desarrollaba en esos momentos y decliné el ofrecimiento. Nuria, visiblemente enfadada, me miró indignada y se levantó de la silla con intención de irse pero la agarré con fuerza del brazo, la obligué a girarse y tocándola las tetas por encima de la ropa en público la dije que esperaba que siguiera siendo mi puta y que esperaba que quince minutos más tarde acudiera al archivo que tanto habíamos frecuentado para chuparme la pilila. La “culo flaco”, lógicamente, acudió a la cita y convertida en una dócil corderita, me hizo una espléndida y larga mamada sacándome dos polvos y una copiosa y larga meada.

Pensaba que, después de haber sometido a Nuria, lo tenía todo bien controlado pero durante el periodo vacacional de Semana Santa y en los últimos meses de aquel curso surgieron unos cuantos acontecimientos que hicieron que nuestra convivencia diera un vuelco total.

Mientras a Andrea la agradaba que me la follara en privado y con intimidad a Ana Rosa y Sonia, además de por separado, las encantaba que hiciéramos tríos en los que se acostumbraron a cortarme la eyaculación repetidamente para que tardara mucho más en echarlas la leche y que, al hacerlo, disfrutara de un gusto intenso y prolongado y me saliera una cantidad impresionante de semen. En esta situación, Andrea rompió aguas y se puso de parto la noche del Martes Santo mientras, como era habitual, la estaba dando por el culo. Además de tenerla que vestir lo mejor que pude y llevarla en un taxi a la clínica que la “organización” la había indicado, la joven que, aunque lo pasó bastante mal los últimos meses a medida que iba perdiendo movilidad, había tenido un embarazo normal y sin más contratiempos que la aparición de unas molestas hemorroides internas, las habituales estrías en las tetas y un persistente estreñimiento que la aliviaba al “clavársela” por el culo prácticamente a diario, estuvo casi doce horas en el paritorio dilatando y sin parar de vomitar para que, después de sufrir un desgarro vaginal con el parto natural y totalmente agotada por el esfuerzo, tuvieran que hacerla la cesárea para ver que su sufrimiento continuaba al abrirla la almeja con unos fórceps para poder extraer la placenta. Aquello ocasionó que saliera de allí deprimida y pidiendo a gritos que no la quitaran a su hijo, cosa que había sucedido mientras la cosían el desgarro y como estaba muy inquieta y no paraba de dar vueltas en la cama, al día siguiente se la infectaron los puntos lo que ocasionó que tuviera que permanecer hospitalizada más tiempo del inicialmente previsto. Al abandonar la clínica en lo único en que lo pensaba era en recuperar al crío con lo que su depresión aumentaba de la misma forma que su deseo sexual disminuía hasta desaparecer por completo. La “organización”, que quería seguir contando con ella, la brindó ayuda psicológica y psiquiátrica para superarlo y en cuanto superó el periodo post parto Ana Rosa y Sonia consideraron que Andrea no podía seguir así indefinidamente por lo que, a pesar de saber que no era partidaria del sexo lesbico, decidieron forzarla con el propósito de ayudarla a recuperar su apetito sexual y para ello, la ataron a la cama bien abierta de brazos y piernas y mientras una la sacaba la leche materna mamándola las tetas, la otra la masturbaba y la comía el chocho a conciencia para rematarla con un fisting con el que la joven, aunque sin fuerzas para colaborar e inmersa en orgasmos secos, quedaba de lo más entregada para me la pudiera tirar y la echara toda la leche y el pis que quisiera. Pero, aunque la chica se vaciaba de “baba” vaginal y de micción, el alcanzar aquel tipo de orgasmos la resultaba doloroso y aunque la seguíamos forzando, cada vez se encontraba más decaída y sin ganas de sexo. Ella misma se dio cuenta de que aquello no podía continuar ya que si habíamos decidido vivir juntos era precisamente para mantener relaciones frecuentes por lo que, al disponer del dinero que la habían dado por engendrar y parir al niño, decidió volver a su casa para rehacer su vida, pero sin volver a casarse, junto a un primo que disfrutaba de una buena posición económica y con el que sabía que iba a tener de todo menos sexo puesto que, desde que la tocó la raja vaginal siendo una niña, había deseado cepillársela y cuándo Andrea, en la pubertad, le brindó la oportunidad de hacerlo se topó con una pirula pequeña y fofa que, además de ser incapaz de eyacular, la costó lograr que, a base de chupársela durante bastante tiempo, se le pusiera lo suficientemente tiesa como para “clavársela” para llegar a desesperarse al notar que perdía la erección mientras se la follaba.

El siguiente problema lo tuvimos con los padres de Sonia que se enteraron casualmente de que su hija, en vez de alojarse en la residencia de estudiantes que continuaban pagando mensualmente, estaba viviendo con Ana Rosa y conmigo y que, lógicamente, me la estaba “trajinando”. Un viernes, a última hora de la tarde, los dos progenitores se presentaron en el domicilio de Ana Rosa y aparte de llamarnos de todo, nos armaron una bronca de campeonato al descubrir que teníamos decoradas las habitaciones con bragas, sujetadores, tangas y fotografías de sexo guarro y después de pegarla el padre delante de nosotros e intentar agredirme cuándo salí en su ayuda, se la llevaron a la fuerza diciéndonos que lo hacían por su bien antes de que, a pesar de que había dejado de serlo desde que vivía con nosotros, acabara convertida en una puta y sin escucharnos ni a nosotros ni a ella que les decía que era mayor de edad y que, por lo tanto, podía hacer lo que la diera la gana incluyendo el entregarse a nosotros. Desde ese día el único contacto que tuvimos con ella fue a través de su teléfono móvil y en llamadas de corta duración para que sus padres no se percataran de que estaba hablando con nosotros mientras Sonia no dejaba de llorar y decía que nos echaba mucho de menos y que a todas horas se “hacía unos dedos” teniéndonos en su mente.

Ana Rosa y yo nos volvimos a quedar solos. Nos encontrábamos muy compenetrados en todo y sobre todo en la cama cuándo, al finalizar el curso, nos encontramos con dos desagradables noticias. La primera fue que Nuria se había ocupado de que no renovaran el contrato a Ana Rosa al alegar la empresa de seguridad para la que trabajaba que si lo hacía tendría que convertirla en personal fijo y aquello no parecía entrar en sus planes y de que no pudiera encontrar un nuevo trabajo en el sector. La segunda consistió en que, viendo que al no contar con el apoyo de Lucia no iba a poder dar clases en el tercer nivel y después de haber sacado unas buenas calificaciones a lo largo del curso, aquella guarra había logrado que, además de en la suya, me suspendieran otras dos asignaturas en las que había obtenido una nota medía bastante alta con la clara intención de que tuviera que repetir curso y seguir en contacto con ella para poder aprobarlas. Aquello me sentó como una de las patadas en los cojones que Lucia solía darme al terminar las sesiones sexuales y a pesar de saber que nuestra calidad de vida iba a disminuir al quedarnos sin los ingresos que obtenía Ana Rosa, decidí dejar los estudios después de tener un fuerte enfrentamiento verbal con Nuria, a la que insulté en varias ocasiones, zarandeé y llegué a escupir por dos veces en la cara, para centrarme en mi actividad sexual en la “organización” de la que cada vez formaban parte más inmigrantes y en donde habían decidido reducir el número de fecundadores y a los que quedamos, además de pagarnos por embarazo conseguido en vez de por polvo echado, nos asignaron a medía docena de mujeres fijas con intención de poder comprobar nuestra fertilidad y virilidad. El grupo que me tocó en suerte se encontraba integrado por dos sudamericanas y una de ellas, ecuatoriana, era de complexión fuerte y estaba dotada de unas tetas grandísimas y de un culo demasiado ancho y voluminoso, cosa que nunca me ha agradado, por lo que, a pesar de que tenía fama de ser una autentica “coneja”, no estaba ni inspirado ni motivado cuándo lo hacía con ella. La otra fue una atractiva venezolana que, a pesar de que no era muy habitual que la usara, cuándo se ponía ropa interior no se la quitaba durante semanas para que, según decía, el tanga fuera adquiriendo un penetrante olor a coño femenino. Otras dos eran europeas, naturales de Bulgaria y de Georgia; la quinta era asiática y la última había nacido en Senegal. A pesar de que tanto la asiática como la menuda y rubia búlgara y la venezolana eran autentica porcelana fina y resultaban unas magnificas “yeguas” en la cama y con la georgiana debí de dar en la diana en una de las dos primeras ocasiones en que me la tiré, me fastidiaba mucho el no poder hacer con ellas todo lo que me apetecía como darlas por el culo ó que me chuparan más el pito mientras que la senegalesa, que se llamaba Erina ó Irina pero todo el mundo la conocía por Nina, que era de raza negra, alta, delgada, seductora y de esas hembras que no se cortan ante nada ni nadie, sabía moverse de maravilla para, como ella decía, sacarme la leche y que se la echara muy a gusto dentro de su amplísima seta. La mujer, que se había acostumbrado en su país a tener dentro de su cuerpo miembros viriles de considerable tamaño, me comentaba que desde que salió de allí no había encontrado ninguno del tamaño del mío por lo que, indicándome que “la tenía como un negro”, me pidió que la echara un par de polvos cada vez que me la cepillara; que intentara meterla en su interior los cojones aprovechando la gran dilatación que llegaba a alcanzar su raja vaginal y que repitiera la mayoría de los días por lo que llegué a follármela hasta en tres ocasiones dejando de lado a la asiática, a la búlgara y a la venezolana a pesar de gustarme mucho. Durante el invierno se confirmó que Nina estaba preñada y a pesar de que pude seguir disfrutando de su almeja hasta que el “bombo” resultó bastante evidente, la “organización” consideró que al ser una fémina muy fértil había que tratarla con mimo y que, teniendo una polla tan gorda y larga, podía dañar al feto por lo que, aunque me permitieron darla por el culo a días alternos durante casi dos meses, al final optaron porque fueran otros, con el rabo de unas dimensiones más normales, los que se la tiraran vaginalmente hasta que se produjera el parto.

Entre tanto, había transcurrido algo más de un año y si el verano anterior sólo había salido de vacaciones para pasar dos semanas junto a mis padres y hermanos puesto que Ana Rosa, que me acompañó, estaba bastante deprimida al haberse quedado sin trabajo a cuenta de las maquinaciones de Nuria para convertirse en una eficiente ama de casa centrada en los distintos quehaceres domésticos, en el de aquel año, convencido de que por fin se iban a convocar las pruebas selectivas de las oposiciones, decidí aprovechar para estudiar, sacarme el carnet de conducir aunque nunca me he comprado coche y cuándo lo necesito utilizo el de Ana Rosa y continuar obteniendo dinero de mi actividad sexual en la “organización” a la que llegué a ir varias noches ante la falta de respuesta que mi deseo sexual encontraba en mi compañera sentimental y por cepillarme a unas hembras distintas a las que acudían durante el día. Inma, cuyo padre había fallecido durante el invierno, decidió desplazarse para poder pasar unos días conmigo. Como hacía mucho tiempo que no la veía la encontré bastante cambiada al haber modificado por completo su peinado que ahora lucía a mechas; haber engordado un poco con lo que mejoraba físicamente; haberse adaptado a usar tanga en vez de braga y a cuenta de un problema ocular, haberse olvidado de sus lentillas para utilizar gafas. No la hizo demasiada gracia encontrarme viviendo con Ana Rosa, de la misma forma que a mí no me gustó que se hubiera depilado el “felpudo” pélvico, pero no tardó en darse cuenta de que mi compañera nos permitía tener la suficiente intimidad como para que pudiera quitarse el tanga y abrirse de piernas con intención de que hiciéramos nuestros habituales sesenta y nueves ó para que me la follara un par de veces al día. Como era funcionaria y podía pedir el traslado al lugar que deseara me propuso que, si lograba aprobar las oposiciones, Ana Rosa, a la que a pesar de que estaba empeñada no la dejé entrar a formar parte de la “organización” para obtener ingresos procreando, ella y yo iniciaríamos una nueva vida en otra ciudad, a ser posible pequeña y tranquila. La idea me pareció magnífica al igual que Inma cada vez me parecía más maravillosa y me encantó su propuesta de formar ese trío estable sobre todo porque, además de que me gustaba a rabiar y de que conseguía reventarme de gusto en la cama, la chica se merecía vivir dichosa y feliz después de que, tras una infancia bastante normal, no hubiera podido disfrutar de su juventud al haber contraído de forma voluntaria el más que loable compromiso de atender a sus progenitores.

Nina, que apenas podía moverse y se la hinchaban mucho las piernas al sufrir una importante retención de líquidos, lucía un monumental “bombo” cuándo se convocaron las pruebas. El día del examen coincidí a con Sonia pero como llegué con el tiempo justo y teníamos que dirigirnos a aulas diferentes sólo pudimos darnos un beso y desearnos mucha suerte. Al terminar la estuve esperando con la intención de hablar con ella pero al salir del aula la acompañaban otras opositoras y cuándo se quedó sola y me dispuse a abordarla, me topé con su padre, que de malas formas, me dijo que me olvidara de una puñetera vez de su hija mientras empujándola la hacía abandonar aquel lugar. La llamé más tarde por teléfono pero siempre lo encontré apagado ó fuera de cobertura. Aunque Sonia no aprobó, superé las pruebas selectivas con buena puntuación por lo que, meses más tarde, pude elegir destino de acuerdo con lo que había acordado con Inma y contando con el beneplácito Ana Rosa sin que llegara a considerar que me podía haber hecho con un puesto excelente en mi actual localidad de residencia. Además y gracias a ello, conseguí abandonar la “organización”, que me tenía atado hasta los cojones con intención de no tener que prescindir de un excelente semental, tras haber demostrado mi virilidad dejando preñadas a cinco de las seis integrantes de mi grupo, a todas menos a la ecuatoriana y a la asiática por partida doble además de a una chica joven que sustituyó a Nina a la que, además de que parecía una colegiala, la gustaba vestir como tal y llevar trenzas.

Desde entonces ha pasado año y medio. En este tiempo la única relación “extramatrimonial” que he mantenido ha sido con otra asiática, menuda y morena, familiar lejano de la chica a la que hice un “bombo” doble en la “organización”, que trabajaba al mismo tiempo en un comercio de todo a cien y en un restaurante chino, que deseaba disfrutar del sexo con un europeo bien dotado antes de contraer matrimonio y que, además de chuparme la verga de maravilla y hacerla vibrar de gusto cada vez que se la “clavaba” por el chocho, acabó comprobando que, a pesar de que me decía que su ojete era muy estrecho y que no la iba a caber una chorra como la mía, excitándola debidamente el ano dilataba lo suficiente como para permitir que se la metiera por el culo con lo que pudo disfrutar de esa sensación de dolor y placer que el sexo anal origina en las hembras. Aquella relación duró algo más de cuatro meses hasta que la joven decidió dejar de mantener relaciones sexuales conmigo ante la proximidad de la fecha en la que debía de casarse. Gracias a ella Ana Rosa logró volver a trabajar como guarda de seguridad en una empresa que se encarga de vigilar dos conocidas cadenas de comercios de confección textil. Al contar con tres sueldos y poder vivir sin demasiados aprietos decidimos olvidarnos de los alquileres y aprovechar la crisis económica para adquirir a buen precio una vivienda propia que reformamos a nuestro gusto y en la que residimos desde hace tres meses y aunque no descarto el volver a formar parte de la “organización”, si es que existe en mi actual lugar de residencia cosa que dudo, para obtener unos ingresos extraordinarios con los que abonar en pocos años la hipoteca de nuestro domicilio al mismo tiempo que desarrollo una actividad muy placentera y paso las tardes entretenido, ahora llevo una vida sexual mucho más relajada aunque Ana Rosa e Inma se ocupan de que vacíe con regularidad mis huevos sacándome cuatro ó cinco polvos diarios número que suele incrementarse los fines de semana. Me encuentro a gusto a su lado y me encanta que busquen nuevos estímulos sexuales. El último ha sido adquirir una braga-pene con el miembro duro, gordo y largo para que entre Ana Rosa y yo podamos penetrar a Inma, que ha vuelto a lucir un poblado “bosque” pélvico, al mismo tiempo por delante y por detrás y para que, mientras una de ellas se encarga de “cascármela” para que eche unas cuantas raciones de leche y de pis, la otra me de por el culo. Además, considero que ya he hecho un buen número de “bombos” y como nunca me he llegado a plantear el tener hijos propios, con estas dos chicas estoy libre de ese tipo de sorpresas al ser más que improbable que los conciban ya que Ana Rosa, que se va acercando a los cuarenta años, tiene serios problemas con su ovulación y sus reglas mientras que a Inma la he dejado preñada tres veces y a cuenta de su malformación uterina, a las pocas semanas sufre hemorragias y pierde al feto. Lo que espero es que mi aguante y potencia sexual no disminuya con el paso de los años para poder seguir dándolas mucho gusto al mismo tiempo que disfruto plenamente de ellas.

Bueno, amigos, hasta aquí mi historia. Sólo me queda agradeceros vuestra atención e interés al leerla y confiar en que os haya gustado. Si alguno ó alguna quiere enviarme algún comentario puede hacerlo a través de Alba que me lo hará llegar. ¡Sed felices, recordad que el sexo es una parte primordial de nuestra vida y hasta siempre!.