La agente inmobiliario

Una comercial de una agencia inmobiliaria acude a enseñar un chatet a tres hombres. Allí será humillada en el gimnasio.

Aquella tarde, don Eugenio entró en la inmobiliaria de aquel pueblo costero. Hacía calor, la primavera comenzaba a dejar paso al verano. A pesar de la temperatura su elegancia le hacía vestir con traje y corbata. Su edad, en torno a los cincuenta, su cabello, salpicado de canas, cuerpo fibroso, le daban un toque de madurez y confianza que no harían nunca sospechar el largo historial delictivo que arrastraba.

Lola era la dueña de aquella pequeña inmobiliaria. Hacía solo unos meses que se había establecido por su cuenta y aún no podía tener empleados, asi que era ella quien debía encargarse de todo. Amablemente recibió al cliente que entraba en su tienda. Alta, morena, no con mucha cultura, pero con buenas dotes comerciales y segura de si misma. Llevaba cinco años casada, y tenía un hijo de tres años, algo que no le había hecho detraer su estilizada figura.

Don Eugenio buscaba una casa donde poder instalarse unos meses. No sería mucho tiempo, por lo que deseaba algo amueblado y con todas las comodidades, para poderse sentir como en su propia casa, y evitar la precariedad de un hotel.

Lola sabía que podría llevarse una buena comisión con el alquiler. Las semanas anteriores no habían resultado comercialmente muy boyantes, por lo que se mostró muy complaciente a la hora de poder quedar con su cliente y enseñarle la vivienda.

El hombre prefirió hacer la visita al inmueble al día siguiente. El motivo era que deseaba que estuviesen presentes sus hijos, puesto que ellos tambien habitaría la casa mientras él resolvía, durante ese periodo, sus negocios en el pueblo.

Ambos se despidieron con un apretón de manos y se citaron para el día siguiente.

A las 4 de la tarde, don Eugenio y los dos jóvenes, a quien él presentó a Lola como sus hijos, se reunieron en la inmobiliaria.

Lola se había puesto muy atractiva, sabiendo que iba a tratar con un hombre y que su labia, belleza y saber hacer, le podían dar el negocio que estaba buscando. Una falda blanca, elegante, justo por encima de las rodillas y una camiseta, sin mangas del mismo color, y a juego unos zapatos de tacón.

La vivienda se encontraba a las afueras del pueblo, por lo que era necesario ir en el coche. Don Eugenio se ofreció a llevar a todos en su flamante berlina. Una vez que hubieran visitado el chalet, la traerían de vuelta a su oficina. Lola accedió gustosa, asi que procedió a cerrar la inmobiliaria, no sin antes colocar un cartel que anunciaba que volvería en breve.

Los dos jóvenes, que apenas habían cumplido los veinte, no paraban de mirar a la mujer, quien sabía que su víctima debía ser el padre, el dueño del dinero, y a la postre, quien tomaría la decisión.

Cuando llegaron al chalet, ella les ofreció entrar. Era realmente grande, tres plantas ,un jardín enorme con su correspondiente piscina, totalmente aislado de las otras casas, con vistas al mar y copado de árboles.

Bien, pues esta es la casa de la que le hablé ayer, creo que puede ser ideal para lo que está buscando y no está mal de precio.

Los tres hombres permanecieron callados, lo cual incomodó un poco a Lola, que para romper el silencio, volvió a hablar.

Pueden acompañarme arriba y les muestro las plantas superiores. Son muy acogedoras.

Subieron tras ella por las escaleras y fueron entrando en cada habitación de la casa, contemplando todo cuanto había en cada uno y dejando hablar a la mujer sin pronunciar palabra.

Uno de los habitáculos estaba habilitado con una cama enorme, de unos dos metros, como la suite de un hotel, decorada a todo confort. Este será mi dormitorio, exclamó don Eugenio.

Lola se sentía incómoda con todo ese silencio y comenzaba a pensar que esa gente era bastante extraña.

Finalmente subieron a la última planta, un piso abuhardillado donde había instalado un gimnasio bastante bien equipado.

El silencio continuó y ella acabó por preguntar para romper el hielo.

Bueno ¿Qué tal?, ¿Qué les parece la casa?

Entonces don Eugenio habló por primera vez desde que había entrado en el chatet.

No está mal, pero aún nos queda mucho que ver, no? Esto es muy grande.

Dígame don Eugenio que más desea que veamos.

De nuevo se hizo el silencio y Lola comenzó a pensar que no había sido buena idea venir a la casa con esos tres hombres. Además, nadie sabía dónde estaban ni había tenido tampoco la precaución de rellenar una ficha con los datos de los clientes como era habitual. Todo había sido muy rápido, y la confianza que le había otorgado un señor maduro y elegante se desvanecía por momentos, pasando de la seguridad al temor y de la inseguridad al miedo.

Entonces las palabras del padre sonaron así:

Quiero verte a ti.

El gesto de Lola cambió y su rostro reflejó tensión. Sin embargo, como si no hubiera oído nada, continuo hablando de la casa, mientras iniciaba camino hacia abajo.

Bien, vayamos a visitar la piscina en el exterior. Es bastante amplia y soleada.

Lola intentó salir por la puerta, pero uno de los hijos se interpuso en su camino, mientras don Eugenio decía.....

¿no me oíste?. Quiero verte a ti y te advierto guapita que no estoy acostumbrado a que nadie me niegue nada y ahora tengo el capricho de verte en ropa interior.

No has oído a nuestro padre? Recalcó uno de los muchachos. Queremos verte en ropa interior. Mientras hablaba, se acercó a la chica y le subió la falda hasta los muslos, viendo el inicio de sus minúsculas braguitas blancas.

La mujer no tenía palabras y el terror aumentó en el momento que el padre sacó un revolver con el que la amenazó y los chicos a su vez, extendieron sus navajas automáticas.

Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, dijo don Eugenio. Creo que es mejor para ti que seas buena con nosotros, o no volverás a ver a tu pequeñín.

Lola no pudo aguantar sus lágrimas, por el terror que le producían las palabras pronunciadas por el padre, que se hacían más reales, por el entorno amenazante con las armas que portaban los tres intrusos.

Como saben ustedes que tengo un hijo? Preguntó asustada la mujer.

Yo lo sé casi todo, respondió don Eugenio. Te he dicho antes que llevo observándote semanas, para buscar la ocasión propicia de tenerte cerca, muy cerca, y sobre todo, a solas.

Lola miró a su alrededor. No había ninguna salida, sólo aparatos de gimnasia y tres hombres armados rodeándola.

El mayor de los muchachos hizo un comentario sobre lo guapa que era la mujer, y que no desentonaba en un gimnasio.

Verdad que acudes a un gimnasio con regularidad? Preguntó el joven.

La chica asintió con la cabeza, sin cesar sus lágrimas de caer de forma constante por sus mejillas y suplicó que la dejasen marchar. Su comentario sólo provocó unas risas entre los verdugos.

De nuevo, el padre le exigió que se quedara en ropa interior, esta vez, aproximando su pistola a la cabeza de la mujer.

Lola, con las manos temblorosas, comenzó a quitarse la camiseta, dejando al descubierto un tupido sujetador, que le tapaban totalmente sus pechos.

Ves como no pasa nada? Te das cuenta como has sido capaz de hacerlo? Dijo sarcásticamente el otro joven. No estás enseñando nada que no enseñes cuando vas con tu marido a la playa.

Ella se daba cuenta que había sido seguida durante tiempo, que su cliente había preparado todo concienzudamente para llevarla, junto con los dos jóvenes a aquella casa deshabitada.

Te hemos dicho que en ropa interior, no en sujetador. Eso incluye que me entregues esa bonita falda que llevas puesta.

Por favor, que quieren de mi? Déjenme marchar, les prometo que no les denunciaré.

Los hombres rieron de nuevo.

No nos denunciarás, eso seguro. Te conocemos y tú a nosotros no. No somos de esta zona, nadie nos localizaría y yo sé donde vives, el colegio de tu hijo, tu centro de trabajo.................

Lola se echó las manos a la cabeza, llorando ahora desesperadamente, sabiendo que no tenía salida nada más que hacer lo que le mandaban.

No me has oído? Te vas a quitar la falda ya. Dijo ahora el padre con voz severa.

Lentamente, como si desease que el tiempo no pasara, la desabotonó y bajó su cremallera. Ésta cayó de forma lenta hasta el suelo, dejando a la vista de los tres hombres sus muslos, y su cintura, tan sólo tapada por una minúscula braguita blanca.

Ahora los zapatos, quítatelos también.

Lola resignada, se quitó sus zapatos y sus pies desnudos notaron el frío suelo. Ahora estaba allí de pie, vestida solamente con sus braguitas y sujetador blancos y frente a tres hombres que tenían sus ojos clavados en su cuerpo. Ella, mientras cruzaba sus manos sobre su pecho, deseaba que todo acabara aquí, pero enseguida se dio cuenta que no iba a ser asi.

Lola aterrada vio como Don Eugenio comenzaba a abrirse la bragueta de su pantalón e inmediatamente los dos jóvenes le imitaron, de forma que en breves segundos los 3 hombres estaban juntos, con sus penes erectos al descubierto y a 3 metros frente a ella.

Lola apartó la mirada de ellos, fijándola en el suelo, pero pronto oyó la voz de Don Eugenio de nuevo, que sonó alta y enérgica.

Acércate aquí, rápido!!!!!

La chica dudó si obedecer la orden, pero no le quedó tiempo para decidir que hacer. En un par de segundos, uno de los jóvenes se acercó hasta ella y agarrándola por su largo pelo negro, la trajo hasta delante de su padre de un fuerte tirón que la hizo gritar.

Enseguida notó como las manos de Don Eugenio se colocaron sobre sus hombros y presionaban hacia abajo, indicándole claramente cuales eran sus deseos.

No, no,…..no por favor, déjeme por favor, no, no….

Pero esta vez Lola no opuso mucha resistencia y, casi a la vez que pronunciaba sus súplicas, comenzaba a agacharse, colocándose de rodillas frente a aquel hombre.

Mientras abundantes lágrimas caían por su cara, la polla de Don Eugenio se introducía en la boca de la mujer, sin demasiada oposición.

Aquel canalla, agarró con sus manos la cabeza de Lola y comenzó a violar su boca a su antojo. A veces la penetraba tan profundamente que le provocaba una arcada, a veces con violencia, a veces con más suavidad.

Durante unos minutos que resultaron interminables, el padre penetró la boca de la muchacha, hasta que unas fuertes embestidas y exclamaciones de placer, anunciaban que su semen estaba ya inundando la garganta de Lola.

A pesar de los intentos de la mujer por no tragarse aquel liquido viscoso, la penetración fue tan profunda que gran parte del mismo había atravesado ya su garganta.

Aún así, le provocaron una intensa arcada y un ligero vómito, mientras comenzaba a llorar más intensamente sentada en el suelo, sobre sus rodillas.

Sin tiempo de recuperación, otra mano agarraba su melena negra, obligándola de nuevo a levantar su torso, quedando de nuevo de rodillas.

Esta vez, otro pene más joven y grande, había comenzado a entrar en su boca, repitiéndose de nuevo todo el proceso, si bien esta vez la escena estaba siendo más violenta, las penetraciones más profundas, más fuertes y unas manos agarraban su cabeza fuertemente por sus orejas y pelo, provocándole dolor y manejando así los movimientos de su cabeza contra el miembro de aquel chico.

Esta vez el hombre no eyaculó y cuando se cansó, empujó a Lola sobre el suelo, quien llorando quedó tendida.

Enseguida, una nueva mano agarró su cabeza por su melena y Lola se preparaba para una tercera violación de su boca, pero no fue así.

Aquel hombre, con fuertes tirones del pelo, la obligaron a ponerse de pie, colocando a Lola de nuevo frente a ellos, con su ropa interior intacta. Sorprendentemente durante la violación, ninguno había tocado sus partes íntimas.

Entonces, una nueva voz se hizo oír, con una terrible instrucción.

Enséñanos las tetas.

Lola sabía que esto iba a llegar tarde o temprano, pero no por ello aquella orden dejó de producirle terror. Ahora querían su sujetador, luego querrían sus bragas.

La mujer sabía que solo unos pedazos de tejido estaban cubriendo su cuerpo y, despojarse de su ropa interior, además de producirle una terrible humillación y vergüenza, sería abrir el camino para una violación que aún tenía la esperanza de evitar.

Por ello, todo esto pasaba por su cabeza y decidió no obedecer la orden.

Tras unos segundos de espera, Don Eugenio comenzó a hablar. Esta vez, sorprendentemente su voz era suave.

Estoy triste. A veces tengo la capacidad de ver el futuro y ahora estoy viendo una imagen muy penosa. Un hombre alto está cruzando la calle. Va hacia la playa. Mira hacia el trafico y espera a que un coche negro grande pare en el paso de peatones, permitiéndole el paso.

Entonces el hombre comienza a cruzar, pero de repente….. el coche acelera fuertemente y se lleva por delante al hombre, quien es lanzado por el aire varios metros cayendo sobre el asfalto.

El coche se detiene y un hombre con cara cubierta sale huyendo a la carrera.

Enseguida la gente acude a ayudar al hombre. Es un hombre con bigote, está moribundo, con un fuerte golpe en su cabeza. Solo acierta a decir entre susurros un nombre: Lola, Lola…. Lola.

La mujer comenzó a angustiarse. Aquel cabrón estaba hablando de su marido, conocía todo sobre ella y su familia, pero Don Eugenio continuó hablando.

Pero de repente una mujer grita y otras personas acuden frente al coche negro que permanecía parado y abandonado en medio de la carretera. Un niño pequeño, muy guapo, de unos 3 años, permanecía atrapado entre las ruedas del vehículo, inmóvil, con su cabeza ensangrentada, su pierna desgajada….. y muerto.

Lola no resistió más y comenzó a chillar y llorar.

Cabrón, hijo de puta, deja en paz a mi familia, déjala en paz……… y entre sollozos y llanto decía, Mi niño, mi niño……. mi niño

Los hombres dejaron a Lola llorar durante algo más de un minuto y después volvieron a repetir:

Enséñanos las tetas.

Ahora Lola estaba desarmada moralmente y su mente solo estaba ocupada por su hijo. Mientras lloraba desconsoladamente, comenzó a desabrocharse su sujetador y su pecho quedó al descubierto, tapado con sus manos.

Esas manos fuera de ahíiiii

Manos atrás

Deja tus tetitas al aire, jajajaja

Lola no reaccionaba, pero en décimas de segundo, uno de los hijos se abalanzó hacia ella y le propinó un sonoro y fuerte tortazo que hizo tambalearse a la mujer.

Despacio y aterrada, Lola quitó las manos de su pecho y lo dejó a la vista de aquellos hombres.

Ahora bájate las bragas.

La chica comenzó de nuevo a llorar desconsoladamente, sentía miedo, humillación, vergüenza, pánico….. pero ya no se atrevió a incumplir aquella orden y muy lentamente comenzó a desplazar su braguita hacia abajo.

Un negro intenso vello púbico comenzó a aparecer

Más abajo esas bragas

Más aún

Lola bajó sus bragas hasta la altura de las rodillas, pero eso no fue suficiente, y después de contemplarla durante unos segundos, el padre exigió de nuevo y en esta ocasión que se las quitara.

Has dicho que ibas al gimnasio, y viendo tu cuerpo no cabe duda que es así, seguro que además estás en forma. Haces un poco de gimnasia para nosotros? Preguntó Don Eugenio irónicamente.

La mujer no paraba de llorar. El padre la llevó hacia la pared, donde había unas barras. Le pidió "amablemente" que hiciera unas abdominales para que pudieran contemplar su musculatura.

Lola sabía que estaba en manos de esos canallas, y no se resisitió demasiado, haciendo no más de tres o cuatro flexiones, momento que aprovecharon todos para aplaudirla humillantemente.

Don Eugenio, se fijó en una máquina de musculación que formaba parte de las instalaciones del gimnasio, y sonriendo le indicó a la mujer que acudiera a ella.

De nuevo, ella suplicó que la dejaran marchar, aunque para su sorpresa, de momento, con las felaciones, había terminado su martirio sexual.

No tengas tanta prisa, dijo uno de los jóvenes. Te irás cuando nosotros digamos. Tenemos que recordarte de nuevo lo que puede sucederle a las personas que quieres?

Lola se sentó en un sillón. La máquina era de musculación para brazos y piernas. Por un lado con los brazos, la máquina se abría y cerraba dependiendo de la fuerza que ejercían unas pesas colocadas en la parte trasera, otro sistema similar hacía lo mismo con las rodillas y piernas, se abrían y cerraban tambien con el trabajo que ejercían otras pesas.

En este momento, decidieron los captores usar cinta de embalar, atando sus brazos y piernas a las palancas de la máquina. Acto seguido, solicitaron que comenzase los ejercicios.

La mujer iba abriendo las piernas y los brazos. Lo hacía lentamente, mientras que los hombres miraban como poco a poco, su cuerpo comenzaba a brillar ligeramente fruto del calor que comenzaba a desprender su piel.

A medida que sus brazos se abrían, los hombres tocaban descaradamente sus pechos, y cuando eran sus piernas, aprovechaban a pasar los dedos por su vello y a tocar sus labios vaginales, primero, para posteriormente, sin ningún recato, introducir sus dedos en su coño.

La mujer se iba agotando por momentos, por otro lado, poco a poco, uno de los chicos iba poniendo más peso en las poleas, por lo que los brazos y piernas, permanecían más tiempo separados. Los tocamientos eran más intensos y profundos, lo que producía que la mujer forzase el mantener sus extremidades replegadas. Poco a poco se iba agotando, y cada vez le costaba más mantener sus piernas cerradas, y por periodos más cortos de tiempo, lo que era aprovechado por sus captores para realizar los más viles tocamientos.

Los hombres contemplaban el espectáculo, y los esfuerzos sobrehumanos de Lola, que no se daba por vencida, y con gritos de esfuerzo intentaba seguir cerrando sus piernas.

Don Eugenio tomó la iniciativa, y de golpe, colocó todas las pesas en la polea, lo que provocó que sus piernas y brazos quedaran totalmente abiertos. Ahora ya, ni con toda sus fuerzas podía cerrar las piernas, ni agrupar los brazos para tapar sus pechos.

Los tres hombres bajaron sus pantalones, y mientras el mayor y uno de los chicos se sentaban a los lados de la maquinaria, otro de los chicos se situó entre sus piernas.

Ahora si aprovecharon todos para tocar a la mujer, totalmente empapada por el sudor, por todos los lugares. La acariciaron pechos, vagina, cuerpo, brazos, piernas, todo de forma muy erótica, sabiendo que era su prisionera y que sería poseída por todos ellos.

Lola sudaba abundantemente. Por fin, el muchacho, aprovechando su situación, comenzó a penetrarla. Muy lentamente. La apertura de piernas y su sudor, permitía que el mete y saca fuese muy dócil, introduciendo su pene, de forma continua.

Gozó de la penetración durante largos minutos, en los que no aceleraba su ritmo. Fruto de la excitación y de las súplicas de la mujer, su ritmo comenzó a acelerarse, sacándola, como si de una película porno se tratase su miembro justo antes de la eyaculación, y dejando la leche sobre el vello que recubría su coño.

Con un poco de agua y una toalla, limpió el semen que cubría a la mujer para dejar turno a su compañero. Su miembro estaba erecto y se la metió con ansia, como si desease terminar cuanto antes.

Los músculos de la mujer permanecían tensos, intentado cerrar sus piernas, consiguiendo, a veces, brevemente mover unos pocos milímetros las palancas del aparato de musculatura. Lola apartaba la cabeza de sus captores, echándola hacia atrás, como si eso sirviese para que su humillación fuese menor, eso si, conseguía no ver la cara de deseo de sus captores.

Por fin terminó con ella, esta vez si, introduciendo el semen dentro de su sexo, y bromeando sobre la posibilidad que quedase embarazada de él, lo que hizo soltar una carcajada al resto de los hombres.

Lola pensó que ahora le tocaría el turno al viejo, pero no como iba a ser. Los dos chicos, al unísono, procedieron a cortar la cinta que atrapaban a la mujer. Cuando la levantaron, casi no podía mantenerse en pie, fruto de la tensión en el aparato de musculatura, que tanto había luchado por mantener sus piernas cerradas sin éxito.

Ahora sujetaron a la mujer en una bicicleta estática, sólo que no la sentaron, se limitaron a atarla al manillar, pero en sentido contrario. Ella estaba por fuera, de frente al sillín.

Ahí fue cuando Don Eugenio procedió a satisfacer sus más íntimos deseos. Separó las nalgas de Lola, procediendo a introducir su pene en el ano de la chica.

Un rugido de dolor se oyó en todo el habitáculo. Los chicos rieron y el anciano mostró cara de satisfacción. Lola mordía sus brazos para aliviar su dolor, mientras que Don Eugenio la envestía vilmentente.

Todos sonrieron y amenazaron a la mujer una vez hubo terminado el espectáculo. La desataron, la dejaron vestirse y la advirtieron sobre las consecuencias de contar lo que allí había sucedido, bajo amenaza de que su marido y su hijo pagasen las consecuencias.