La Agencia (1)

Bienvenidos a La Agencia. Carlos, en su tercer día de trabajo, compartirá con su compañeros experiencias inolvidables.

Carlos. Miércoles.

Era mi primer día de trabajo. En la oficina me esperaba el jefe del departamento para enseñarme mi puesto y presentarme a mis compañeros.

Cuando llegué a la segunda planta del edificio, me sentí tremendamente feliz. La puerta del ascensor se abrió y contemplé mi segundo "hogar" a partir de entonces: dos filas de mesas con sus respectivos ordenadores, grandes ventanas a la izquierda y un montón de papeles por todas partes. Los empleados no apartaban la vista de sus monitores, o atendían con rapidez el teléfono. Impresoras, faxes y fotocopiadoras completaban el paisaje de la agencia de comunicación más importante de la ciudad. Agencia en la que desde ese momento empecé a formar parte.

-¡Hola Carlos! ¿Qué tal todo?- me espetó Juan Carlos, el jefe, nada más verme. Le respondí con una gran sonrisa y pocas palabras. -Ven, te voy a presentar a la panda.

Era curioso oir a un hombre con traje y corbata hablar así, y pensé enseguida en el agradable nivel de compañerismo que debía de haber entre todos. Nos dirigimos al final de la sala en donde cuatro mesas y tres personas se mostraron ante mí. Una de aquellas mesas sería mi lugar de trabajo, y el trío de personas, los compañeros más cercanos: Sara, Lydia y Jaime. Él tendría unos treinta años y era de piel muy morena. Su voz delataba, sin embargo, una experiencia muy poco acorde con su edad.

Las chicas eran todo lo contrario. Tanto Lydia como Sara mostraban una tez algo pálida y una juventud casi insultante con respecto al resto de personal. No dudaron en acercarse a mí y darme dos besos de bienvenida. Inmediatamente, Sara empezó a llevar las riendas, preguntándome cosas sobre mí, explicándome en qué consistía el trabajo e informándome entre bromas sobre peculiaridades y manías del resto de compañeros. Lydia sonreía y apenas decía nada. Con su media melena morena y mirada de niña buena a través de sus hipnotizantes ojos (maquillados magistralmente para irradiar misterio), dejaba que su compañera cargase con la responsabilidad de iniciar el contacto conmigo, con "el nuevo".

Mientras Sara hablaba, me fijé en sus ojos claros, en su rojizo cabello acentuado por el tinte, en su forma de mover las manos y, bueno, por qué no decirlo, en sus más que voluminosos pechos.

Ambas me acompañaron a mi puesto mientras Jaime atendía en su mesa una llamada. Una vez acoplado, Sara me indicó con sencillas instrucciones dónde se encontraban los archivos más utilizados en el ordenador. Yo asentía en cada caso.

-Y para utilizar el teléfono, es mejor que te lo explique Lydia, porque yo no tengo. Si es que, está visto que hay que tener novio para que te pongan uno...- Sara miró bromeando a su compañera.

Ésta le devolvió la mirada negando levemente con la cabeza aceptando la broma, y pasó a detallar el funcionamiento de las líneas.

-Si tienes que pasar una llamada, hay que marcar el cero y luego el número de extensión. Si quieres llamar a una línea exterior, también deber marcar el cero antes del número, para retener una llamada... -Mientras duró la explicación, mi cabeza asentía, mis orejas la oían y mis oídos escuchaban su dulce y característica voz: simpática, discreta e incluso algo grave.

-Bien -dijo Sara tras dejar que su compañera terminase-, pues ha llegado el momento de currar.

-Qué le vamos a hacer-, respondí riéndome.

-Tranquilo, es una tarea administrativa muy sencilla. Tienes que comprobar que los número de teléfono de nuestra base de datos están actualizados con los que vienen en la Guía de la Comunicación de este año, ¿de acuerdo?

-Muy bien, Sara, pues empiezo ya mismo-, dije cogiendo la guía roja correspondiente.

-Y, bueno, cualquier duda que tengas, no dudes en preguntarnos, que estamos muy cerca, ¿vale?

-Gracias Lydia, lo haré, seguro, jaja.

Al momento, ambas se dieron la vuelta dirigiéndose a sus puestos habituales, en las mesas más próximas. Sara mostró su más valioso tesoro: un arte a la hora de andar más próximo a

un ser divino que a una chica de unos veinticinco años: el traje de chaqueta y pantalón, muy femenino y discreto, parecía estar incómodo arropando la piel de un ser que disfrutaba exibiendo su figura de una forma tan sensual.

Lydia, a pesar de su evidente timidez, vestía con una minifalda que dejaba a descubierto unas preciosas piernas (no muy largas, pues era un poco más pequeña que yo) que terminaban en unos zapatos negros con un pequeño tacón que le cubrían la puntera y el talón. Antes de que se sentaran, aparté mi vista de las compañeras, y comencé mi trabajo. Era feliz.

Sara y Lydia.

L. qé sipático, verdad?

S. sip. y es guapísimo.

El sistema interno de mensajería instantánea comenzó a compartir mensajes entre Sara y Lydia.

S. tiene 1mirada flipanT. en los gestos se parece a tu chico

L. lo siento

S. x qé?

L. seguro qe está casado.

S. gracias, eres una amiga muy positiva. pero también lo siento x tí.

En el despecho privado del jefe del departamento, situado a espaldas del resto de la sala y separado con cristales y cortinas, Juan Carlos leía con atención "profesional" lo que aparecía en la pantalla de su ordenador: las letras S. y L. no dejaban de aparecer al comnienzo de cada nueva frase.

L. x qé ?

S. xqe x mucho novio qe tengas, seguro qe te gustaría qe te mirase el nuevo con mirada sedienta...

L. tú estás mal.

S. mmmmm, imagínateeee

El jefe, con nerviosismo y emoción, bajó la cremallera de su pantalón, introdujo la mano bajo sus slips y comenzó a moverla verticalmente mientras leía las letras negras sobre fondo blanco.

L. + bien es lo qe te gustaría a tí. qe te cogiese con cara de macho malo, te desnudase y te penetrara una y otra vez.

S. Dios, no me lo puedo creer. tú diciendo esas ¡barbaridades! jaja, ya verás como se entere el niño jesú qe una niña de 22 añitos dice esas cosas...

L. ja - ja, qé graciosa

S. es qe con lo calladita y correcta qe eres en todo momento...

L. tonta

S. T imaginas montar un trío con él en su casa? las2 desnudas a merced de un desconocido

Lydia apartó la vista de la pantalla para que su compañera pudiese ver su cabeza negando levemente con una expresión de "estás un poco enferma, ¿no?".

El jefe imaginó la escena descrita en su pantalla y notó cómo caían al suelo dos chorros blancos. Jadeó dos veces antes de oir tres golpes en la puerta. De forma automática e inconsciente, se abrochó denuevo el pantalón y dijo "adelante". Silvia apareció con una hoja en su mano.

-Acaba de llegar este fax. Al parecer la delegación en Barcelona tiene problemas con los envíos postales.

"Maldita lesbiana".-¿Y por qué no se ponen en contacto con la delegación de la compañía de envíos? -"el día que te coja te voy a cambiar la sexualidad".

-Porque está centralizado aquí en Madrid. ¿A qué huele?

"A sexo y seman, ¡zorra!".-A trabajo, como siempre, a mucho trabajo. Anda trae, que ya hablo yo con ellos.

Mi primer día. Miércoles

-Bueno, qué tal ha ido todo- me preguntó Lydia cuando bajábamos en el ascensor tras finalizar la jornada.

-Muy bien, la verdad. Bueno, al final acabas con la cabeza echa un lío, pero me encanta trabajar aquí.

-Me alegro.

Salimos a la calle y ella se despidió mientras entraba en el coche de su novio. Cuando le dio un beso, el automóvil arranco y mi vista se quedó siguiendo la trayectoia del vehículo. A mi lado, Sara interrumpió mis pensamientos.

-Te invito a una copa.

Estaba cansado, pero si hay algo que me gusta, es beber.

Ella. Viernes

Mi primer viernes en la Agencia. Tenía algo de especial. Aún no había hablado con mis amigos y tenía ganas de contarles cosas de mi nuevo empleo: de lo que me entero sobre el mundo de la prensa, de que dispongo de conexión gratuita Internet y las dos noches que había pasado con Sara en un bar cercano charlando de un montón de cosas.

-Carlos, ves al despacho del jefe, que tiene que comentarte una cosa- me dijo Sara nada más sentarme en la mesa.

No tardé ni un minuto en saber qué quería decirme.

-Te comento. Cada semana diez empleados rotan el turno del viernes por la tarde. Te dije que no se trabaja, excepto una vez al mes, y por desgracia en esta tu primera semana, te tienes que quedar tú.

Me sentí un poco decepcionado. Y es que tenía planes para esa tarde, pero la novedad de estar en mi tercerdía de trabajo palió esa sensación.

-Qué le vamos a hacer -dije mostrando mi completa aprobación.

-Ya verás como se está muy tranquilo un viernes por la tarde, apenas hay alguien más en esta planta.

Eran las tres de la tarde. Último viernes de marzo. Los empleados se marchaban a disfrutar de su fin de semana, pero mi vista se resignó y siguió con el control de noticias publicadas por nuestra agencia en el último mes. El silencio llenó toda la instancia, sólo interrumpido por el teclear de unos dedos. Eché a un lado la cabeza para ver de dónde provenía ese sonido, y descubrí a Lydia enfrascada en su trabajo. Me levanté yme dirigí a su mesa.

-¿Mucho curro?

-¡Carlos, no me digas que te ha tocado quedarte!

-Pues sí.- y me senté en el borde de su mesa. Ella giró su silla hacia mí: llevaba otro traje con minifalda, esta vez adornado con finísimas rayas blancas verticales. Los zapatos eran los mismos, y me encantaban. Derepente, sentí cómo mi entrepierna empezaba a abultarse. En pocos minutos, la vanal conversación iniciada comenzó a explorar derroteros más importantes.

-... si, ella y yo somos como el ying y el yang.

-Es que no os parecéis mucho, porque... tú eres tímida, ¿verdad?

Ella mostró una simpática carita de resignación afirmando con la cabeza. En ese momento sentí lástima por ella. Aquella chica había encontrado el éxito profesional, pero no el sentimental. Sara llegó a confesarme, tras más de un par de copas y entre lágrimas, que el novio de Lydia mantenía relaciones con ella.

-Bueno, mejor. Eso gusta mucho a los chicos.

Ella rio muy débilmente.

-Bueno, con que le guste al mío...

-Qué dices, chiquilla. Tú tienes que enamorar a más, que nunca se sabe... -casi no sabía lo que estaba diciendo, pero es que dudaba si insinuarla algo o no meterme en su vida. Me miró extrañada, lógicamente, y no supo qué decir, así que se levantó.

-Voy a por un café, ¿quieres uno?- su barbilla quedaba a la altura de mi hombro.

-Si no hay otra cosa -me encojí de hombros.

-Bueno, a no ser que quieras un traguito de los "tesoros del jefe".

-¿Perdón?

-Sí, es que en su despacho guarda botellas de cristal... llenas, ya sabes.

La miré con cara de niño malo, y ella me dirigió sus misteriosos ojos bordeados de maquillaje negro diciéndome "No pensarás...".

-Si quieres, podemos adelantar un poco el fin de semana.

-Sí claro, anda que no se daría cuenta.

-Bueno, hay un bar cerca para reponer lo gastado.

-Oye, de verdad, no lo estarás diciendo en serio.

Me dirigí directamente al despacho de Juan Carlos. "Oye, oye, pero... pero qué... pero..." era lo único que podía articular ella mientras me seguía: oía los tacones de sus zapatos.

Había pasado media hora. Ella se mostraba feliz, emocionada por compartir aspectos muy íntmos suyos, sentimientos y vivencias. En la mano tenía su primera copa. En la mesa del despacho reposaba mi cuarta. Así que era seis años menor que yo, nacida en Valencia y adicta a las historias con final triste. "Que una historia acabe con los protagonistas comiendo perdices para siempre es un timo", decía.

Me levanté y me puse delante de ella. Lydia estaba sentada en la mesa.

-¿Y cómo quieres que acabe ésta? -le pregunté.

Lydia mojó sus labios en el licor, me miró alzando la cabeza, y preguntó:

-¿Cuál?

Acerqué mis labios a los suyos... y la besé. Su boca no se movía. Cuando terminé le dije: "ésta".

Con sus ojos expresaba que el mundo se le había caído a los pies, y comenzó a negar lentamente con la cabeza.

-Mejor... -no la dejé terminar, pues introduje delicadamente mi dedo índice derecho en su boca. Recorrí sus dientes, toqué su lengua... mientras ella cerraba los ojos.

-Éjame vor favor -bálbuceó. Con la mano izquierda inicié caricias en sus delgadas piernas.

- Cal-los, éjame. -repetía. Su mirada suplicaba clemencia. La mía, fascinación por aquella chiquilla.

En su primer intento de ponerse de pie, le dejé que lo hiciese. No obstante, tenía que pedirle una cosa.

-Bájate las braguitas, princesa. -Su expresión fue de absoluta sorpresa. Le cogí ambas manos en un gesto de confianza. Seguía mirándome. Le solté una mano y la dirigí bajo su falda. Palpé delicadamente su ropa interior y acaricié su sexo. Ella no reaccionaba, la situación se le había escapado de las manos. Solté su otra mano y le acaricié el rostro. Respiraba por la boca.

-Si no quieres que pare, bájame tú los pantalones. -dejé su cara para palpar con suavidad sus pechos por encima de la ropa. Debían de ser pequeños, porque tardé un poquito en hallarlos.

Aunque sus manos dudaron y temblaban, mis pantalones fueron tocados y bajados por ella... y mis calzones. Pero la chica no apartaba la vista de mis ojos. Seguía preguntándome silenciosamente "qué está pasando, qué demonios...", mientras yo seguía acariciando su sexo. No era necesario que mirara mi pene, simplemente tenía que sentirlo.

Sus braguitas calleron gracias a mis manos. La apoyé en el borde la mesa y me acerqué mientras ella entreabría tímidamente las piernas: suaves, blancas, delgadas.

-Lydia, eres preciosa.

Ella abrazó mi cintura con aquellas jóvenes piernas y se agarró a mi cuello mientras la penetraba por vez primera. Sus gemidos, con aquella voz tan característica, entraban directamente por mi oído derecho, mientras soportaba en brazos gran parte de su peso. Siempre quise hacerlo de pie, por lo que la mesa se borró de mis pensamientos.

Con cada movimiento por mi parte, la garganta de Lydia emitía un sonido tan delicioso como sexual. Yo sólo podía pronunciar su nombre una y otra vez: "Lydia, Lydia, ¡Lydiiiaaaa,aaaa!"

Ella comenzó a mirar al techo del despacho mientras gritaba "¡ahh, ahh, aaahh, aaahhh!"

-Lydiiiaaaaaaaa,Lydia,Lydiaaaa,ahh,Lydiaaa...

-Ahh, ah, ahh,ahh,ahyyy, mm, ahhhh, mmmmmmm

Comencé a dar más velocidad mientras pensaba si correrme dentro de ella.

-¿Poooooor qué. ¿Porrr quéee? ahhh? ahh, ahh ahh -decía ella totalmente ida.

-Vamos, folla Lydia, folla pequeña Lydiaaa.-

La escena en el despacho era impensable, y más teniendo en cuenta que era el tercer día que la conocía. Allí estaba yo, de pié, con Lydia abrazada a mi, con su falda levantada y el resto de la ropa puesta.

Intenté apoyarla un poco en la mesa. Quería tocarle las tetas. Busqué por el interior de sus ropas con la mano izquierda mientras que con la derecha intentaba mantener verticalmente su cuerpo. Desabroché un par de botones yseguí buscando mientras continuaba penetrando a la chica de 22 años, la tímida y misteriosa Lydia. Levanté a tientas el sujetador en su pecho izquierdo y comencá a tocar el cielo, a tocar aquel objeto firme, en verdad pequeño, pero deliciosamente suyo.

Así continué durante el resto del acto hasta que noté cómo mi pene comenzaba a dar síntomas de máxima actividad.

-Lydia, me voy a correr -, dije jadeando.

-Caaa -ahh- aa-rlos - intentó decirme ella entre gemidos.

-Me corro, cariño, me voy a correr.

-Spera, speraahh -decía ella apoyando su cabeza mi hombro. -Mmmm, mme queda ahh un poco.

-No puedo más, cariño.

Entonces decidí sacar mi miebro de su coño, tumbarla en la mesa, subirme yo, y correrme en su cara mientras mi mano izquierda seguía dando placer a su sexo. Mientras expulsaba mi semen sobre su blanca carita, ella seguía gimiendo a punto de alcanzar el orgasmo con mi dedo, que llegó pocos segundos después.

Nos quedamos los dos tumbados. La situación nos había superado a ambos. Ella tenía toda mi leche recorriendo su cara mientras respiraba intentando recuperar el aliento. Cuando yo me recuperé un poco, me levanté despacio y busqué su bragas. Las cogí, y mientras ella seguía tumbada sobre la mesa del despacho de nuestro jefe, con sus desnudas piernas semidobladas, utilicé su blanca prenda íntima para limpiarle el rostro.

Lunes.

El sol está preparado. En pocos minutos, sus rayos incidirán en los infinitos cristales del edificio de La Agencia. Un nuevo día, una nueva semana, y decenas de personas con sus respectivas historias.