La adicción de Hermione

Basado en el universo de Harry Potter. El comienzo de la aprendiz de magia en el mundo de la adicción definitiva.

Adaptado libremente del relato "She´s Your Cocaine"

Los Muggles tenían medicamentos prescriptitos mucho más potentes pero menos efectivos que las pociones.

Tenían drogas legales que creaban adicciones: cigarrillos y alcohol.

Había adicciones mucho más fuertes y peligrosas. A la heroína, la marihuana, la cocaína...

Los Muggles consumían dichas sustancias y, prácticamente, ya no podían dejar de tomarlas; pudiendo estas causarles la muerte.


Hermione cerró su copia de Peligros del Mundo Muggle. Su mente curiosa formuló una pregunta.

¿Sufrirían las brujas y magos de adicciones?

Algunos dirían que ella misma era adicta al conocimiento.

Para Hermione, eso era un elogio.

Desechó la idea. Se consideraba lo suficientemente sensata y responsable como para caer en algo así.

Pero Hermione estaba a punto de descubrir su propia adicción de la mano de la última persona en el mundo que ella se habría imaginado.

Pero primero tenía que sufrir el accidente.


En Hogwarts, la tasa de incidentes mágicos era muy elevada. Tanto era así, que disponía de su propia enfermería frecuentada con regularidad por victimas de conjuros y pociones.

En el caso de Hermione, un hechizo paralizador mal recitado por un compañero que la hizo caer al suelo tiesa como una piedra. Al ser liberada, su cuerpo se había relajado pero no podía mover ni un solo músculo.

Fue por ese motivo que tuvo que pasar varios días en la enfermería para recuperarse.

Esa tarde se había convertido en la única paciente ingresada.

Algo tremendamente aburrido pese a las visitas.

Ni sus libros la libraron del tedio.

Finalmente, el sueño la venció y cayó dormida.


La mano resbaló bajo las sabanas y el camisón, rozando el abdomen. Agarró un seno, jugando levemente con el pezón con las puntas de los dedos. Hermione, a través del velo del sueño, lo notó y se fue espabilando. Se sentía extrañamente complacida.

Cuando se despertó del todo y descubrió lo que sucedía, el pánico atenazó su corazón y subió por su garganta.

La señora Pomfrey la estaba tocando.

Cerró los ojos de nuevo y fingió dormir.

Poppy Pomfrey le acariciaba los pechos.

Sus extremidades seguían siendo pesadas.

Estaba débil e impotente.

No sabía que hacer. Jamás se imagino que se encontraría en semejante situación.

No entendía por qué un miembro del profesorado la tocaba de aquella manera; pero su instinto le decía que no era correcto.

Quizás, si hablaba y le daba a entender que estaba despierta, se detendría. ¿Y luego qué? ¿Cómo trataría con una persona que se había propasado con ella?

Pero cuando la mano retrocedió por su tórax, Hermione se dio cuenta de que no quería que parara. Nunca había notado un tacto que encendiera su piel de la manera en que la señora Pomfrey lo hacía.

El anhelo de ser tocada excitaba a Hermione de una manera que no podría explicar. La tierra de nadie entre sus sencillas bragas de algodón se encendió con anticipación. Y la mano, como guiada por ese calor, avanzó más y más abajo. Un dedo lento y perezoso la acarició sobre la tela que cubría su intimidad.

Hermione luchó por mantenerse totalmente inmóvil.

Supuso que con una sacudida leve de sus caderas, la mujer se asustaría y se detendría ese delicioso movimiento. Pero cada parte de su cuerpo chillaba, imploraba, que aquello continuase.

¿No se daba cuenta la Señora Pomfrey de que estaba despierta? ¿No era una bruja médica capaz de reconocer la diferencia entre un cuerpo inerte y uno dormido?

Los dedos violaron la frontera de las bragas y tocaron el escaso vello rizado que le había nacido recientemente. Uno de los dedos repitió el agradable movimiento; ahora directamente sobre la carne. Sintió como un líquido desconocido humedecía su entrepierna y la verguenza la devoró. Hizo un esfuerzo para no llorar.

Abrió, brevemente los ojos y, entre las pestañas, vio a la Pomfrey con su otra mano entre sus propias piernas, tocándose desenfrenadamente, sus labios brillantes por la saliva, su respiración inquieta. La imagen la impresionó sobremanera.

Parecía que alguien hubiera lanzado un hechizo que afectase al tiempo mismo. A Hermione le parecía que había pasado horas tocándola. En su mente brotaban preguntas que necesitaban ser contestadas.

¿Qué le pasaba a aquella mujer?

¿Qué le pasaba a ella?

¿Hasta que nivel llegarían aquellas sensaciones tan agradables?

¿Por qué las temía y las deseaba con locura al mismo tiempo?

Las manos de la señora Pomfrey subieron su camisón por encima de los senos. Seguidamente, viajaron hasta sus caderas y tiraron, con cuidado, de su ropa interior; sorprendiendo a Hermione que se dejó hacer. Las manos pasaron, acto seguido, a su trasero y lo alzaron, separándolo del colchón, para permitir que las bragas salieran de la parte apoyada en la cama. La tela se deslizó por sus piernas hasta que se las sacó completamente. El aire fresco rozó su piel.

Mientras aceptaba el hecho de que estaba medio desnuda, Poppy Pomfrey separó sus muslos y reasumió las caricias en su sexo, que ahora expulsaba más líquidos.

En su interior, Hermione tenía la necesidad de expresar lo que sentía; de gemir. Pero no podía gemir, no podía gritar. Sólo una exhalación escapó de los labios de la joven ante el dedo que rozaba el epicentro del calor extraño y maravilloso.

El dedo fue profundizando más entre sus pliegues. Hermione no se dio cuenta de que cerraba la boca apretando los labios; hecho que a la señora Pomfrey no le pasó desapercibido.

De hecho, sabía desde hacía un buen rato que estaba despierta. Por eso y por ver que no se quejaba, había continuado su avance.

La estudiante de magia sintió como era momentáneamente abandonada. Enseguida notó como la mujer colocaba algo blando bajo sus caderas, una almohada quizás, y apartaba más sus piernas. De nuevo los dedos entraron en acción; separando y abriendo su sexo como si de una fruta se tratara.

Hubo entonces un instante de inactividad que Hermione sufrió como si le hubieran quitado algo vital y, de pronto, algo húmedo en su sexo y una sensación increíblemente agradable.

Con gran inquietud, se apoyó en sus codos e incorporó su torso como un rayo para ver de que provenía.

Se quedó helada. Sus ojos se ensancharon como platos, abrió la boca del asombro.

Entre sus muslos descubrió la cabeza de la señora Pomfrey. La humedad que sentía provenía de la lengua de la mujer lamiendo su rajita.

No tuvo tiempo de reaccionar. Los lametones de Poppy le causaron un torrente de esa sensación portentosa. Cayó hacía atrás sobre la cama y comenzó a gemir de gusto.

Lengua y boca comenzaron a juguetear, insistentes, con su vagina. Hermione luchaba por sobreponerse a la tremenda impresión que semejantes caricias le provocaban. Trataba de entender que era aquello que la mujer mayor le estaba haciendo.

¿Acaso probaba una técnica obnuviladora? Cada vez le costaba más pensar con claridad.

¿Quizás una forma mística de dominar a un mago? Si hubiera estado recuperada del hechizo, la joven tampoco hubiera podido moverse.

¿O era una forma de abrir los chakras? Esa podía se la causa de la energía que emanaba.

Fuera lo que fuera, la tenía realmente confundida. Por un lado, intuía que aquello no debía suceder. Por otro, quería que durase por siempre jamás.

Cuando la señora Pomfrey alcanzó su clítoris, todo el cuerpo de Hermione se crispó. Se agarró a las sabanas con fuerza y, al poco tiempo, su bajo vientre comenzó a moverse frenéticamente.

Volvió a incorporarse, incrédula ante las sensaciones que le provocaba. Sus ojos se encontraron. Los de la cría reflejaban excitación, miedo y expectación. En los de Poppy mandaba una lujuria rabiosa.

El gusto que venía a Hermione creció en intensidad. Se derrumbó de nuevo en la cama mientras la lengua hacía su trabajo con creces. Cerró fuertemente los ojos y se mordió el labio inferior. Jamás en su vida había experimentado nada igual. Como si tuvieran vida propia, sus piernas se flexionaron llevando a sus pies a descansar sobre la espalda de la mujer.

Cuando empezó a gemir ya sin reservas, la estudiante supo que había perdido el control por completo.

La grotesca ceremonia continuó un buen rato; con la señora Pomfrey chupando y lamiendo la delicada carne y Hermione buscando la lengua con sus caderas, arqueándose ante cada húmedo roce, muriendo poco a poco.

El cuerpo de la joven bruja era, a esas alturas, una glándula sexual que se tensó antes de que comenzaran las convulsiones.

Tuvo tiempo de gritar "¡¿Qué… me… pasa?!" antes de sufrir el primer orgasmo de su vida. Intenso y agudo, sus exclamaciones resonaron en toda la sala. Se disolvió entre espasmos. Su mente se hizo líquida. Una honda de puro éxtasis se derramó sobre ella; cambiándola para siempre.

Se distendió totalmente, su respiración agitada, su rostro completamente congestionado, con las piernas muy abiertas, rezumando sus jugos. Poppy Pomfrey continuó lamiendo su intimidad un rato más antes de dejarlo y sentarse junto a ella.

La respiración de Hermione fue calmándose y abrió los ojos. La mujer le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Poppy se levantó y mientras se alejaba le dijo que se vistiera.

Como un resorte, la aprendiz saltó de la cama y se puso las bragas en tres rápidos movimientos. Algo le impulsaba a taparse. Como si se sintiera culpable de lo sucedido.

Cuando la señora Pomfrey regresó, ya estaba en su lecho; tapada hasta el cuello con sabana y manta. La mujer le tendió un vaso de cerveza de mantequilla que, según dijo, le sentaría muy bien. Tras acariciarle el cabello, volvió a retirarse.

Cerveza de mantequilla. Hermione estaba recelosa. Atenta por si la descubría, vertió el vaso en la escudilla para las aguas menores bajo la cama. Cuando regresó, fingió dormir. Poppy acarició su rostro y pronunció las palabras que confirmaron sus sospechas.

"olvida, tesoro"

Una poción para olvidar.

Hermione ya no fue consciente de mucho más. Se deslizó en brazos de Morfeo y durmió profundamente.


A la mañana siguiente, la Señora Pomfrey la declaró curada y la permitió incorporarse a las clases. Con toda naturalidad, le advirtió de que notaría molestias en la entrepierna. Si se volvían demasiado incómodas debía contárselo de inmediato.

Hermione asintió con cara de inocente.

En los días que siguieron, Hermione descuidó sus estudios por las horas que pasó en la biblioteca buscando el ritual en el que había participado. En cada uno de esos días recordó, vividamente, lo sucedido pero sin querer repetirlo.

Un libro, probablemente un descuido de la escuela, Magia sensual y sexual, la puso sobre la clave.

De ese pasó a Anatomía de los Magos y a Conductas amatorias de Muggles y Magos.

Fue así como descubrió que dos mujeres podían tener relaciones sexuales. Supo entonces que había tenido un orgasmo.

Ruborizada hasta la raíz del pelo, abandonó la biblioteca.

Esa misma noche, en el dormitorio que compartía con otras compañeras de Gryffindor, levantó su camisón bajo las sabanas y se acarició sobre y bajo las bragas. Su inexperiencia no fue obstáculo para proporcionarse un exquisito orgasmo.


A partir de ahí, no había día en que Hermione se satisfaciese.

En su cama, en los baños, en un pasillo solitario... cualquier momento era bueno.

No podía dejar de tocarse.

Tuvo que reconocer, para si misma, que era adicta a aquella sensación definida por los Muggles con una sola palabra.

Placer.