La adicción
La adicción a las chicas jóvenes lleva a un padre a follar con su hija.
El divorcio había sido amistoso, pero, por supuesto, las cosas ya nunca iban a volver a ser iguales; aun así, Víctor, de 49 años, estaba consiguiendo rehacer su vida, lentamente y con esfuerzo, pues con todo lo amistoso que había sido el divorcio, tenía que pagar una pensión a su ex mujer para que pudiera mantener la casa que ambos habían comprado con tanta ilusión hacía ya tanto tiempo, y que se había quedado ella, y a los dos hijos que habían tenido y que vivían con su madre, un chico preadolescente y una hija un poco mayor.
Habían pasado varios años tras el divorcio, y si bien la mayoría de las cicatrices estaban cerradas, la relación con su ex mujer era cortés pero fría y distante, aunque por supuesto no era necesaria una comunicación muy estrecha, sólo coincidían en alguna que otra reunión familiar, como los cumpleaños de los niños, y poco más. El hijo siempre se había sentido mucho más unido a su madre, pegado a sus faldas desde pequeño, y si bien dudaba que su madre le hubiera puesto en su contra, notaba en él cierta frialdad que le dolía. Todo lo contrario que con su hija, con la que siempre se había sentido muy unido, y aunque desgraciadamente ahora se veían cada vez menos debido a la distancia y la edad de la chica, aún seguía haciéndole frecuentes visitas a su piso, lo que le llenaba de una alegría enorme.
Le había costado rehacer su vida al principio, nada más divorciarse; encontró un apartamento no muy caro, teniendo en cuenta que ahora tenía que destinar una parte de su sueldo a su ex mujer, y poco a poco volvió a su rutina habitual. Varios meses después conoció a una mujer, Ángela, y tras algún tiempo de relación, se fue a vivir con él.
Pero era su hija Mónica la que le alegraba de verdad la vida, la que iluminaba su existencia cada vez que le visitaba, tan joven, tan llena de vida. Mónica se había convertido con los años en una jovencita muy atractiva, rubia, alta, delgada; desde muy pequeña sus pechos habían sido muy pequeños, lo que la había provocado más de un drama, hasta que casi inadvertidamente, crecieron, y ahora se sentía orgullosísima de sus pechos, grandes, firmes, con la piel muy suave, con un ligero y suave bello rubio alrededor de unas aureolas rosadas coronadas por dos pezones que podían llegar a ponerse duros como el diamante. Su bello púbico era sedoso y curiosamente pelirrojo, herencia de alguna antepasada. Y si bien sus pechos habían tardado en desarrollarse, en cuanto se hizo patente el poder de atracción que provocaba en los hombres, no tardó en ponerse al día en todos los placeres que la vida podía ofrecerle. Su vida sexual se volvió fascinante, descubriendo cosas nuevas constantemente, pero con discreción, aprendió rápidamente a diferenciar su vida privada de la pública. Pero con todo lo activa que era, no se acostaba más que con chicos u hombres que la atrajeran mucho; leía y encontraba muchas cosas en internet, y siempre se decían cosas entre sus amigas, y le habían hecho muchas proposiciones de muchos tipos, pero Mónica no se veía tentada por ninguna perversión, no le atraía ese mundo, sólo quería disfrutar lo que pudiera, hasta conocer a un chico que realmente le gustara y casarse con él.
Su padre se sentía muy orgulloso de ella, era buena estudiante, simpática, divertida, era la hija más guapa del mundo, y además se llevaba fenomenal con su padre, ¿qué más podía pedir? Pero hay fantasmas que nunca desaparecen del todo, y cadáveres que se empeñan en salir del armario una y otra vez.
Jamás habían salido a la luz las causas del divorcio, y nadie deseaba que salieran, especialmente Víctor; había ido a terapia y estaba convencido de que nunca volvería a caer en el mismo error. Por suerte había mantenido su puesto como profesor de historia antigua en la universidad, donde se veía rodeado de jovencitas cada día, y eso, en un momento de su vida, había sido su perdición. No había sabido controlarse, ni calcular las consecuencias, y sus dotes de seductor hicieron el resto. La primera vez que llevó a la cama a una alumna se sintió culpable durante semanas, se juró que no lo volvería a hacer nunca más. Pero su matrimonio empezaba a aburrirle y las chicas jóvenes de sus clases cada vez le atraían más, sus risas, sus cuerpos. Hacer el amor con su mujer cada vez se le hacía más cuesta arriba y tener ese cuerpo joven entre sus brazos, follar con aquella chica le hizo sentirse vivo, más de lo que había estado en mucho tiempo; incluso descubrió que podía llegar a ser un gran amante. Sólo fue una vez, y después, durante semanas se sintió fatal. Había sido la primera vez que engañaba a su mujer, con una chica casi 30 años más joven que él o que su mujer, y además alumna suya. Se sentía culpable por todo ello, por el hecho de haber engañado a su mujer, por haber puesto en peligro su matrimonio y su carrera, y todo por un polvo, por una tarde de placer y sudor en un hotel barato. Se prometió que no volvería a hacerlo nunca más.
Pero un mes después volvía a mirar a sus alumnas con deseo; las veía en sus clases, se fijaba en sus escotes, en sus piernas, imaginaba la ropa interior que llevarían, las observaba tumbadas en la hierba del campus, hablando y tomando el sol, y las imaginaba desnudas y jadeando. Empezaba a sentirse obsesionado. Siempre había sido muy abierto, cercano, y muy popular entre los estudiantes, y el caerle tan bien a los alumnos, y especialmente a las alumnas, hizo que su obsesión no le dejara dormir. Había veces en que tenía que meterse urgentemente en el baño del claustro de profesores para masturbarse con frenesí, para inmediatamente volver a dar clase y seguir fijándose en sus alumnas. Tres meses después de su primera experiencia extramatrimonial con una alumna, no pudo resistirse a los encantos y la seducción de otra alumna, y allí mismo, en su despacho, una tarde en que una morenita con muy malas notas pero con un cuerpo espectacular, no necesitó más que cruzar y descruzar las piernas un par de veces, y tras llevarle provocando durante semanas, consiguió que la pusiera en pie, la levantara la falda, la bajara las bragas, y apoyada contra su mesa la follara con tanta furia, que ambos tuvieron que morderse los labios hasta hacerse sangre para no gritar de placer. Esa segunda aventura ya no le dio remordimientos.
A partir de ese momento Víctor empezó una vorágine de encuentros sexuales con chicas jóvenes, algunas incluso muy jóvenes, la mayoría alumnas suyas, pero también chicas que conocía en escapadas nocturnas por las discotecas los fines de semana. Hasta que ocurrió lo inevitable, y un día su mujer lo pilló con una de sus alumnas. La convenció de que sólo había sido esa vez, ella le creyó, pero el matrimonio había acabado. Su mujer se quedó con la casa, los hijos, la pensión, y él tuvo que buscarse un piso barato donde poder rehacer su vida, aunque al menos conservó su empleo, ya que nada de esto había trascendido. Y ahora habían pasado tres años, Víctor incluso había ido a terapia para superar lo que el consideraba como adicción a las jovencitas, convivía desde hacía algún tiempo con una mujer agradable y simpática, y todo parecía ir por el buen camino.
Hasta aquel día en que fue a casa de su ex mujer para llevar un regalo a su hijo por su cumpleaños. No pensaba quedarse más que un rato, darle el regalo, tomar algo, y volver a casa. Pero no estaba preparado para lo que encontró. Su hija. Creía haber superado su adicción, se sentía como un ex alcohólico, limpio, dispuesto a empezar de cero, sin ninguna intención ni deseo de volver a caer en sus pasados errores, y de repente allí estaba su hija; hacía varias semanas que no la veía, pues había estado de vacaciones, y era como si la viera por primera vez en su vida; se había convertido en la jovencita más deseable que había visto nunca, mucho más que cualquiera de las alumnas o cualquiera de las chicas con las que había follado. Ese día llevaba un pantalón ajustado, una camiseta ceñida y zapatillas, y cuando le abrazó para darle un beso, notó sus pechos pegados y aplastados contra su cuerpo, incluso notó sus pezones duros contra su cuerpo, su boca emanaba calor, y durante un segundo notó que se mareaba, la apartó de su lado bromeando sobre su ímpetu y que casi no le dejaba respirar, pero en el fondo quería evitar que su hija notara la erección que había provocado en su propio padre. Se quedó en la casa sólo un rato, echando disimuladas miradas al cuerpo de su hija, y esa noche, en la cama, con Ángela acostada a su lado, no pudo dormir, recreando una y otra vez el cuerpo de su hija, sus curvas, y todo lo que su cuerpo joven le volvía loco, pero poco a poco consiguió controlarse y olvidar esos pensamientos, hasta que se quedó dormido.
Las siguientes visitas de su hija a su casa empezaron a volverle loco, cada vez lo pasaba peor, pero en cuanto se iba, contaba los minutos para la siguiente visita, que podía ser una semana más tarde. Venía cuando estaba con Ángela o cuando se encontraba solo, charlaban un rato, le hablaba de sus cosas en clase, de sus amigas y amigos, de las cosas de casa, tomaban un refresco, picaban algo y lo pasaban muy bien. Pero Mónica era totalmente ignorante de la verdadera razón por la que su padre disfrutaba tanto de sus visitas, y de cómo con muchísimo disimulo la miraba el cuerpo, recreándose en sus magníficas tetas, en sus labios, en sus piernas, en todo su cuerpo. Mónica era completamente ignorante del deseo que provocaba en su padre y cómo éste crecía más y más. Víctor, por su lado, cada vez se encontraba más perdido, todas las horas de terapia para controlar sus instintos se habían ido a la basura, ya no solo sufría viendo a su hija, sino que cuando estaba solo, no podía dejar de pensar en ella. Al principio se dominaba, se maldecía, incluso llegó a llorar por lo sucio que se sentía al albergar esos pensamientos, pero una noche no pudo más, estaba tumbado, con los ojos abiertos, escuchando la respiración de Ángela durmiendo a su lado, pensando en Mónica, imaginándola desnuda, con la misma erección salvaje que tenía cada vez que la veía o que pensaba en ella, pero esta vez no se dominó, deslizo la mano debajo de la sábana y se puso a acariciarse la polla, sin dejar de pensar en Mónica; tuvo uno de los orgasmos más brutales de los últimos tres años, la sábana y su pijama quedaron empapados de semen, y por la mañana le tuvo que decir a Rocío que seguramente habría soñado algo muy erótico para tener ese orgasmo, pero que no recordaba nada. Pero por dentro no se arrepentía, no sentía remordimientos, y empezó a masturbarse cada vez con más frecuencia pensando en su hija, y cada vez de manera más pervertida, imaginando que la hacía cosas más y más perversas y degeneradas, y los orgasmos eran cada vez más violentos.
Una tarde de mayo Mónica se presentó en su casa sin avisar, diciendo que venía de hacer unas cosas cerca de allí y que había pensado en probar suerte y ver si su padre estaba en casa para que la invitara a un refresco. Y su padre estaba, era viernes y había terminado las clases por la mañana, Ángela se había ido a visitar a su hermana, y no volvería hasta el domingo, así que tenía todo el fin de semana para él solo. Le sorprendió la visita de su hija, pero por supuesto le alegró muchísimo, y la hizo pasar al salón. Mónica llevaba una camiseta de tirantes muy finos, bajo el que asomaban los tirantes del sujetador, más anchos, la camiseta era naranja con un amplio escote y el sujetador negro, lo que producía un efecto espectacular; llevaba una falda corta vaquera, que dejaba a la vista sus muslos morenos, pues le encantaba tomar el sol; unas sandalias planas calzaban sus preciosos pies, en los que se había pintado las uñas de color blanco. Llevaba el pelo largo recogido en una coleta y los aros de sus orejas sonaban cada vez que agitaba el pelo o movía la cabeza al reír. La camiseta era ceñida y hacía que sus pechos, ya grandes de por sí, resaltaran aún más, al igual que su culo, enmarcado por la faldita.
Su padre la dejó en el salón y fue a la cocina a preparar unos refrescos y algo para picar, pero lo primero que necesitaba era calmar un poco la impresión que le había producido su hija. Respiró hondo, y trató de controlarse, y así estaba cuando entró su hija para ayudarle con las bebidas. Víctor estaba tan nervioso que se le cayó un vaso con hielo al suelo, y antes de poder reaccionar su hija se agachó para recoger los trozos de cristal y los hielos. Mónica estaba de cuclillas, a los pies de su padre, ofreciéndole la visión de su escote, la imagen de la faldita remangada hasta casi intuir sus bragas, y Víctor se quedó allí quieto, mirándola hipnotizado, sin apartar la vista de sus tetas, de los pezones que casi conseguía distinguir marcándose bajo la camiseta y el sujetador, mirando sus muslos, la oscuridad del interior de esos muslos, sus piernas, sus pies. Notó que la cara se le calentaba, que se cubría de sudor, y cómo su corazón se aceleraba, y sobre todo notó una erección que golpeaba contra el pantalón con violencia. Mónica se levantó y tiró los cristales, al volverse, vio que su padre no se había movido de donde estaba, y que la miraba fijamente, pero lo que la miraba era el pecho, las tetas. Se quedó parada, sin comprender, e inmediatamente su padre salió del trance en que estaba y comprendió que su hija le había pillado mirándola y se agachó rápidamente para recoger los hielos, disculpándose por haberla mirado de esa manera. Mónica no se ofendió, se lo tomó como un gran halago, el hecho de que su propio padre reconociera que era atractiva, y que pudiera atraer a su propio padre le pareció divertido. Restándole toda importancia a esa anécdota, se dirigió al salón con las bebidas, riéndose por las miradas de su padre, y con éste siguiéndola.
Se sentaron y Víctor, aprovechando que su hija no se había ofendido, empezó a hablar de temas más picantes, cosa que no había hecho nunca con su hija. Durante un rato hablaron de los chicos con los que había salido, de si tenía cuidado para no quedarse embarazada, y al principio Mónica habló con libertad y con ganas de esos temas, pero poco a poco su padre fue perdiendo la compostura y sus ojos miraban con más descaro el cuerpo de su hija, y las preguntas se volvían cada vez más sexuales. Mónica empezó a sentirse incómoda, una cosa era hablar de educación sexual, pero aquello se volvía cada vez más desagradable, su padre le hablaba y le preguntaba sobre gustos sexuales, si lo había hecho en tal o cual postura, si le gustaría hacerlo de una o de otra manera, y cada vez le resultaba más incómodo la forma en que la miraba, no ya a los ojos, sino que la miraba con todo el descaro del mundo el cuerpo, especialmente los pechos y los muslos. Víctor ya no podía controlarse, la erección le dolía dentro de los pantalones mientras miraba cómo la respiración hacía agitar las espectaculares tetas de su hija, ya sólo podía imaginar tocárselas, apretárselas, saborear sus pezones... Mónica cada vez sentía más calor, se sentía incómoda, la conversación la estaba poniendo muy nerviosa, no quería seguir allí, quería irse a su casa, pero al mismo tiempo la excitaba hablar de esas cosas con su padre, notaba que se excitaba, y sin querer se fijó en el bulto que claramente se insinuaba en la entrepierna de su padre, apenas disimulado por el pantalón de tela, y comprendió que ese bulto era por ella, que su padre estaba excitadísimo, empalmado, y que la visión de su cuerpo, la conversación, estaban provocándole una erección tremenda. Por un lado se sintió ofendida, insultada, avergonzada por su propio padre...pero por otro, ese bulto, esa erección la atraía, jamás había imaginado ni pensado nada parecido, pero ahora, allí, tan cerca, no pudo evitar desear tocar el bulto de su padre, sentir su dureza, y cuando reaccionó, como si volviera en sí de un sueño, se dio cuenta de que sus manos habían cobrado vida, habían actuado sin el consentimiento de su cerebro, y vio que estaba acariciando el bulto de su padre.
Asustada comprendió lo que estaba haciendo, se había dejado llevar por sus fantasías y por el momento, y sin darse cuenta había apoyado una de sus manos sobre la entrepierna de su padre. Sentía su pene duro y enorme, jamás imaginó que su padre pudiera tener un miembro tan grande y tan duro. Lo estaba acariciando muy suavemente, cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo y miró a su padre a los ojos asustada, pero no retiró la mano; su padre sonreía encantado, separó un poco las piernas y dejó que su hija acariciara toda su entrepierna. Mónica dejó de sentir vergüenza, sonrió pícara y acarició con más intensidad la erección de su padre, inclinándose y dejando aún más sugerente la vista de su escote. Víctor, preguntándola si quería vérsela, se desabrochó el pantalón y se sacó la polla, dura, enorme, muy roja y cogiendo la mano de su hija con las suyas la atrajo a su polla para que la tocara, la acariciara. Mónica se dio cuenta de que todo estaba yendo demasiado lejos, no podían seguir con aquello, se apartó de su padre precipitadamente y se levantó dispuesta a irse, balbuceando una disculpa. Su padre no podía aceptar eso, no, estando tan excitado como estaba, con la polla fuera y la respiración agitada, agarró con fuerza a Mónica y la tiró sobre el sofá, inmovilizándola boca abajo.
Mónica giró la cabeza para suplicarle a su padre que por favor la soltara, y se asustó de verdad cuando notó cómo la subía la minifalda hasta dejar al aire sus bragas, luego, con un fuerte tirón se las bajó. Víctor tenía agarrada fuertemente a su hija con una mano sobre su espalda, mientras con la otra dirigía su polla a la entrada de su coño; como pudo la separó más las piernas y pegó el capullo a la entrada de la vagina; le sorprendió notarla tan húmeda. Presionó y al mismo tiempo que su hija gritaba, su padre la introdujo el miembro lentamente pero con fuerza. Cualquier atisbo de arrepentimiento o conciencia había desaparecido de la mente de Víctor, ya sólo existía el deseo de follar a su hija, de sentir de nuevo un coño joven; se acordó de la terapia, de tanto tiempo y dinero tirado a la basura, y rió, ya no le preocupaba nada, iba a follarse a su hija, y después se follaría a todas las chicas que se cruzaran en su camino. Mientras pensaba esto se había excitado aún más y tras introducir la polla hasta el fondo del coño de su hija, pasó a follarla, entrando y saliendo de ella con furia. Mónica gritó sólo una vez, en el momento en que la polla de su padre se introdujo en su interior, todo el terror, la ira, la vergüenza, la humillación, la dejaron sin reacción, sin poder ni siquiera defenderse. Víctor seguía envistiendo, ahora con más calma, disfrutando del húmedo y jugoso coño de su hija, las manos apoyadas en sus caderas, subiendo más la minifalda para disfrutar de la redondez de sus nalgas; se las separó con las manos, quería observar el agujero del ano de su hija mientras la follaba con calma el coño. Entonces Mónica se movió. El movimiento fue leve, ligeramente su culo se alzó y bajó, otra vez, lentamente, otra, hasta seguir el ritmo de su padre. Y los suaves sollozos se transformaron en gemidos. Bajos al principio, más fuerte y altos después. Víctor aumentó el ritmo, empujando con más fuerza y más rápido, y Mónica le siguió, moviéndose los dos al ritmo, gimiendo y jadeando. La palabra "puta" escapó de los labios de Víctor, y Mónica respondió aún con movimientos más impetuosos. Gritando, pero esta vez de placer, Mónica se corrió. Su padre se paró, conteniendo las ganas que tenía de explotar dentro de su hija, pues quería contemplarla, observar el cuerpo lujurioso y sudoroso de su hija, oírla gemir, verla moverse, su coño mojado, goteando sobre el sofá.
La agarró del pelo y tiró de ella hasta acercar su oído a su boca, y mientras con la mano libre dirigía su polla a su coño de nuevo, la susurró lo puta que era, lo mucho que deseaba follarla, llenarla de semen, y hacerla suya; cuando tuvo la polla bien mojada con sus jugos, la dirigió a la entrada de su ano, tiró una vez más de su pelo, hasta soltarla la coleta, y escuchó como Mónica le decía lo mucho que deseaba que siguiera follándola; mientras se lo decía su polla se apretaba contra su ano y se introducía lentamente. Mónica gritó, de placer, de dolor, y por un lado se olvidó de que era su propio padre quien la estaba follando, pero por otro lado lo tenía muy en mente, y eso precisamente era lo que más la excitaba. Su padre la folló el culo mientras ella se tocaba el coño con los dedos, hasta tener un segundo orgasmo, nunca había tenido dos orgasmos tan seguidos. Su padre no aguantó mucho más, y en pocos segundos, gritando y temblando, echó la mayor cantidad de semen que había descargado en su vida. El semen chorreó del culo de su hija, mojando el sofá. Por un momento, tras la eyaculación, se quedaron los dos quietos, temblando, jadeando, sudando, hasta que lentamente Víctor sacó la polla del ano de Mónica, todavía estaba duro, mojado, muy rojo. Mónica se dio la vuelta y quedó tumbada boca arriba; se subió la camiseta y el sujetador hasta dejar al aire sus tetas, y atrajo a su padre hacia ella. Víctor se inclinó y se besaron en la boca, con ganas, con pasión, con lujuria; sus manos volaron a sus preciosos pechos y los acarició, los amasó, los apretó, jugó con los pezones entre sus dedos. Mónica se reclinó un poco más y consiguió meterse la polla de su padre en la boca. Víctor gimió cuando notó la lengua de su hija. A los pocos momentos estaba de nuevo erecto, solo su hija había logrado que tuviera una erección tan pronto, después de correrse de forma tan salvaje. Mónica chupaba con avidez, como si disfrutara del más sabroso y dulce de los caramelos, mirando de vez en cuando a su padre de reojo, y deleitándose con su expresión de placer. Las manos de Víctor guiaban con suavidad pero con firmeza la cabeza de su hija y su polla entraba y salía más y más rápido; sin dejar de llamarla y decirla cosas que jamás se habría imaginado diciéndoselas a su propia hija y que ella aceptaba con perversión, se corrió de nuevo, no con tanta cantidad como la primera, pero suficiente para llenar la boca de Mónica y que hilos de semen gotearan de su boca.
Cuando se separaron, Mónica se relamió con gusto, tras haber tragado todo, excepto los pocos hilos que gotearon de la comisura de su boca y que resbalaron hasta llegar a sus pechos. Padre e hija se sentaron, exhaustos, uno al lado del otro, recuperando el aliento, sin atreverse ninguno a hablar primero. Por fin, sin hablar, Mónica se levantó, se desnudó por completo y, cogiendo de la mano a su padre, le llevó al dormitorio.