La Acampada (1)

Como cada año, mis colegas y yo nos vamos de acampada a un claro de los Pirineos. Serie de relatos románticos y eróticos.

Me desperté entre bostezos. Afuera aún era de noche. Casi no había podido dormir por los nervios. Hoy era el gran día.

Fui al baño soñoliento, quitándome las lagañas con los puños cerrados, mientras me bajaba el slip y meaba. La luz fluorescente intermitente aún no había quedado quieta, y el grifo de la ducha ya corría bajo el tronante sonido que causaba ante el silencio matutino. Me metí bajo el agua mientras mis manos surcaban todas las partes de mi cuerpo. Tenía frío.

Al salir, me miré en el espejo. ¿Era narcisista por agradarme en apariencia y carácter?

Otra vez en mi habitación, miré el reloj. Eran las siete de la mañana. Había quedado con mis amigos a las ocho. Pasarían a buscarme. Cubrí mi humilde pero turgente tórax con una camiseta de tiras, negra. Me puse un vaquero negro roto y una chaquetilla de algodón negra que me llegaba poco menos de la cintura. Puse espuma a mis greñas negras y revisé la mochila.

Cuatro calzoncillos y calcetines, cinco camisetas, dos pantalones, una chaqueta de abrigo, una manta, el neceser, un cartón de tabaco (‘Chesterfield’), una esterilla, un saco de dormir, cerillas y mecheros, la cámara digital, el mp3, pilas, más pilas, dinero y el móvil. No me olvidaba nada al parecer. Ni siquiera me había afeitado, y una sombra de barba de dos días aparecía. Total, íbamos a la montaña de acampada.

A las ocho menos diez escuché el claxon del SEAT antiguo ese de mi amigo Raúl. Detrás de éste, apareció el de Berta, un 4x4 de su padre.

En el de Raúl iba Héctor de copiloto, y Marina detrás. En el de Berta, Alberto y Mue. Subí al de Raúl, que era más temerario al conducir y mi mejor amigo.

-¿Qué pasa Martí?- me gritó energéticamente dándome la mano y arrastrándome a él para que le diese dos besos. Raúl era así. El típico ultra-social que te anima la vida con sus paridas. A Héctor le pegué una cachetada en el moflete y con Marina nos dimos un cabezazo, que era nuestro saludo.

-Muy bien, vete con él, vete con Raúl- escuché a Berta gritar con la cabeza fuera de la ventanilla.

-Calla puta- le gritó Raúl en catalán.

-¿Dónde vamos?- gritó Mue desde la ventanilla trasera.

-A desayunar, ¿no?- contestó Raúl.

-Vale. Vamos al bar al lado del Mercadona.

Parecía una conversación un poco de subnormales. Pero mis amigos eran así. Raúl tenía diecinueve años, era todo un borracho, pero era el tío más responsable que conocía, a la hora de serlo. Tenía una cara tierna y barba de cinco o seis días (o siete aún…). Era socorrista, y estaba bañado en un bronceado muy sensual. Sus ojos eran de un verde lima escalofriantes. Iba con una camiseta negra que decía en inglés ‘soy inmaduro, soy irresponsable, soy un borracho, soy un egoísta, soy un cabrón, soy un puto, soy infantil, soy crío, soy un juerguista… pero soy divertido’. Parecía que estaba hecha para él.

Héctor era el freaky del grupo. Siempre hablando sobre sus teorías pseudo-científicas del cambio climático, de los extraterrestres, de la biotecnología, de la clonación genética… no podía evitar escucharle atentamente. Era delgado, con el pelo rapado por una mitad de la cabeza (por la oreja izquierda, que estaba llena de aros) y la otra mitad en una cresta y un flequillo largo. Acababa de cumplir los dieciocho. Todo un punk-goth radical. Sin embargo, ese día iba de película: con un chándal bakalero, una camiseta de un ángel y unas botas montañeras marrones. Parecía el drogata del pueblo, cuando en verdad era él único que no fumaba nada.

Marina era una diva. Es de esa clase de tías a las que se les llaman ‘tías gays’. Si volviesen a nacer en tío serían gays. Era rechoncha, pero no por eso menos guapa. Me parecía bellísima, con su autoridad sobre todos nosotros y su humor lacónico pijo.

Berta era la novia de Raúl, la tía con quien más me había descojonado nunca. Curiosamente, empezaron a salir en la acampada del año pasado. Tenía la edad de Raúl.

Mue era una pija consentida, pero adorable. Estaba seguro, sin haberla visto aún, que iría vestida con su vestimenta new emo de topos rosa. La tomaban por tonta, pero nosotros sabíamos que era la más inteligente del grupo (‘discrepo’ soltó Héctor una vez cuando comentábamos esto, sintiéndose ofendido) y la más pequeña: contaba con dieciséis años recién cumplidos.

Y Alberto, el hermano de Berta, el ex de Mue, odiado por Héctor (sólo yo y Raúl sabíamos que estaba loquito por Mue)… Tenía veintiún años, y nos caía muy bien a todos, pero en el fondo sabía que nos miraba como una panda de niñatos inmaduros. Era un tío con cierta prepotencia, lo que le hacía peculiar, porque todos en el grupo éramos bien humildes. Pero se hacía querer.

Y yo, con mis diecisiete años, adolescencia en etapa madura, con cara de niño bueno, con cara de ángel.

Sentados en la mesa del bar, los únicos que daban vida al grupo eran Raúl y Berta para variar, pues todos los demás estábamos aún medio dormidos.

-Joder tíos, ¿qué ya habéis echado un polvo de buena mañana o qué?- soltó la basta de Marina.

-Venga, venga, despertaros, que tocan tres horas de viaje- respondió Raúl pasando de las evasivas de Marina.

-Sí, tu encima di eso- le recriminó Mue.

-Hola- nos saludó un tío que se había parado justo a nuestro lado.

-Mierda- soltó Mue.

-¿Qué?- contestaron Raúl, Héctor y Marina a la vez.

-Éste es Marcos- presentó Mue.

-‘No te vayas mamᅒ- se oyó la vocecilla de Marina.

-Se me olvidó comentaros que vendría con nosotros. Es un buen amigo del curro y… me pareció invitarlo.

-No vamos a los Alpes, pero si te sirve…- Marina seguía a la total crítica de todo el mundo.

-Bien. Que se venga. Mientras más gente, mejor nos lo pasaremos- dije acabando con la discuta que nos entraba a todos.

Marcos era… parecía entrañable. Tenía un año más que yo. Tenía cara de modelo, con facciones varoniles aunque joviales. Tenía el pelo liso y corto, de un marrón oscuro, al igual que su barba de unos días. Sus ojos eran azules, algo que me llamaba terriblemente la atención. Parecía tener buen cuerpo.

-Es socorrista en la piscina- nos dijo Mue, que lo conocía por ser monitora.

Supuse que se sentiría extraño al estar entre gente que no conocía, pero parecía sonreír cada vez que Raúl decía algo y Marina le contestaba con una parida. A los tres cuartos de estar allí, y después de un par de cafés cada uno, nos dirigimos al supermercado.

Teníamos que comprar previsiones para cuatro días y tres noches. El plan era comprar comida general, y luego que cada uno se comprase lo que quisiese particularmente. Raúl llevaba una parrilla con butano, así que compramos carne. Lo que si que no falto fue cerveza. Compramos al menos cien latas. Era sorprendente lo que cabía en el 4x4.

A las 10 partíamos de la costa para adentraron a la Catalunya montañosa, cerca de los Pirineos. El viaje se hizo divertidísimo, Marina y yo cantando como gilipollas hardcore, Héctor sobando y Raúl concentrado en el GPS. Habíamos perdido a Berta, que era más prudente al volante. Cada media hora nos llamaba Mue para preguntarnos por donde íbamos.

Llegamos a la una y media al claro en medio del bosque. Hacía un calor soportable por el viento a más de 2000 metros sobre el mar. Berta y los otros llegarían media hora después. Nosotros ya habíamos montado dos tiendas de campaña, a lo chapuzas porque Marina había insistido en que había aprendido. Tuve que acabarlas yo, porque las dejó a medias.

Cuando el coche de Berta apareció, salieron discutiendo. Berta estaba cabreada con su hermano, Alberto, porque se había equivocado al guiarle. Mue estaba cabreada con éste mismo porque habían empezado a restregarse cosas de cuando estuvieron juntos, y cuando Marcos salió, se dirigió a mí y me dijo ‘salvame’, entre una risilla de desesperación y unos ojos de cordero. Me hizo bastante gracia.

-Haber, la enana chillona- gritó Marina para zanjar la discusión, refiriéndose a Berta-, el gilipollas arrogante- refiriéndose a Alberto- y la niñata retrasada- hablando de Mue-. U os pegáis dos cabezazos contra un árbol u os lo pego yo.

Y se hizo el silencio, mientras yo me partía de risa.

-Así me ‘guta’.

Primero, montamos la tienda que traía Berta. Ya estaba hecho lo que sería el campamento. Las tres tiendas estaban puestas en círculo, alrededor de piedras que servirían de fogata falsa, para poner el butano y la parrilla.

Al lado, montamos una especie de desván, con una tienda más pequeña que traíamos de emergencia, y pusimos allí toda la comida. Las cervezas y la bebida la pusimos en un barril enorme lleno de hielo a rebosar. Puede que durasen para los cuatro días, fresquitas.

Repartimos verbalmente y sin decidir nada en serio, las tiendas.

-Vale. Raúl, Berta y yo- dijo Marina-, en una. Tú- dirigiéndose a mí-, con Mue y Marcos y

-Sí, y a mí me toca con el gilipollas- soltó Héctor. Mue que se estaba fumando un porro, empezó a reírse a carcajadas. Alberto la miró con mala cara.

-¿He de empezar a repartir sopapos?- gritó Marina. Mue siguió riéndose más con el comentario, con el que recibió una colleja donde se le quitó la tontería.

-Bueno, ya veremos como dormimos, si es que dormimos- dije yo. Por experiencia de otros años, acostumbrábamos a dormir media hora por día.

A cosa de las 15:45, el hambre empezó a invadir nuestras barrigas. Raúl y Alberto encendieron la parrilla con el butano, mientras yo y Mue preparábamos la carne en bandejas con adobe casero de su madre (que estaba buenísimo, por cierto), mientras Berta, Marina, Héctor y Marcos echaban una partida de parchís (idea del freaky traerse el tablero). Y como los machos no conseguían que la parrilla se calentase, lo giraron y empezaron una a la Oca.

Después de media hora, conseguimos cocinar la carne, a lo que se sumó media hora más para acabarla. Al final, acabamos comiendo a las cinco de la tarde, todos formando un círculo alrededor de donde había estado la parrilla y el año anterior una hoguera. Con lo hambrientos que estábamos, esa carne, la ensalada y las ocho cervezas correspondientes, supieron a orgasmo.

-¿Queréis decir que no faltara priva?- preguntó realmente preocupado Raúl.

-Yo me preocuparía más por el costo tío- dijo Mue entre el humo del canuto que se estaba fumando.

-Bah, la única que fuma de eso eres tú- le contestó Héctor.

-No. Dios también fuma. ¿Si no de que vienen las nubes?- dijo mirándome entre risas de tonta. El porro le había afectado.

-Se llama el proceso de condensación. El agua se evapora creando nubes que luego

-Sí, cariño mío- dijo Mue apoyándose en la entrepierna de Héctor para que se callase-. Yo sigo con mi teoría. Cuando las nubes son negras, es que ha pillado una china y sale así. Y cuando llueve… son vómitos que suelta el cabrón porque

-¡No Blasfemes delante de mí!- gritó Raúl haciéndose el ofendido.

Peculiar conversación de sobremesa.

A las seis y media propuse ir a la cima de la montaña, que se levantaba encima de nosotros. Tenía poco más de 500 m, pero me hacía ilusión.

-Paso.

-Estoy cansada- ¿de qué?, me pregunté.

-Ves tú.

-Mañana.

-Vale, voy contigo- fue la única respuesta que aceptó. Fue Marcos. En parte sentí incomodidad, pues no le conocía. Pero el gran sentimiento fue… fue de ilusión. Me gusta intimar con gente nueva en el grupo.

Nos llevamos las mochilas con agua y algo de comida, pero sin exagerar, para que no pesase mucho. Empezamos a subir por un sendero que llevaba a una gran pradera en vertical. Era el pie de la montaña. Lo malo del camino, es que hacía eses, y se perdía mucho tiempo. El prado estaba lleno de flores y los pinos sueltos que había eran de un verde intenso. Estábamos en plena primavera. El sol ya no quemaba tanto, pero seguía jodiendo, pues al llegar a la cima, estábamos mojados de sudor.

-¿Te importa si me quito la camiseta?- le pregunté. Tumbado en el suelo, extenuado, asintió- ¿Sí?

-Sí. Es pecado.

-Bah, que te jodan- dije riéndome, y me la saqué.

Después de diez minutos descansando, tomando aire, le ofrecí un cigarro, y empezamos a hablar de temas triviales.

-Bueno, ¿eres el nuevo rollo de Almudena?

-¿De Mue?- dijo-. No, que va, no me va.

-Sí, Mue es muy cría aún, le queda tiempo.

-No, no que no me vaya ella… no me van las

-Oh- me corté. No sabía que decir-. Entiendo.

-¿No te importa, verdad?- me preguntó, con aire de preocupación.

-No, no, hombre, no- dije rápidamente por si había entendido lo contrario.

Se hizo el silencio.

-No se lo digas a los demás- me pidió-. Alberto parece homófobo, Raúl

-De Raúl no te preocupes. Es bisexual.

-¿Oh, sí?

-Sí.

-¿Lo sabe Berta?

-Claro. Antes de estar con ella estuvo con uno del grupo, pero al cortar, se fue. Cosas que pasan

Volvió el silencio. Yo miraba a las nubes, que eran de un blanco algodón, y me imaginaba a Dios Todo Poderoso fumando algo de hachís. Sentía que Marcos momentáneamente clavaba su mirada en mí. Luego volvía a observar el cielo. Y otra vez en mí. Es raro… no me sentí incómodo.

Me consideraba liberal, algo bisexual. En decir verdad, mi primera relación sexual fue con Raúl, cuando yo tenía trece y el quince. Pero no había pasado de allí. Seguíamos siendo los mejor amigos sin que pasase nada más. Él se echó novias, yo también… y luego llegó él, Fran, y le conquistó. Duraron casi un año, pero éste le fue infiel a mi amigo con Jota, un colega en común.

-¿En que piensas?- me preguntó Marcos, volviéndome a mis pensamientos.

-En…- dudé en decirlo o no. Pero bueno, no pasaba nada-, en mi primera vez con un tío, que bueno, en fin, fue la primera en general- me puse nervioso y empecé a tartamudear lentamente. Marcos abrió los ojos por la sorpresa.

-¿Tú…?

-No. Bueno- no sabía ni que decir-. Me considero liberal. Me gustan ambos… pero no sé.

Sorprendentemente, le conté lo ocurrido con Raúl. Era alucinante, no se lo había contado jamás a nadie. Él me contó cosas de su infancia, de su vida actual. Poca gente sabía que era gay, las podía contar con los dedos de una mano y le sobraban dedos: su hermano mayor, Mue, y yo. Me sorprendió que él también hubiese confiado en mí.

-¿Y cómo es que me lo has contado a mi?- pregunté al fin intrigado.

-Porque… porque me has caído muy bien, y… y no quiero que ésta amistad que nace se quede aquí, entre éstas montañas. Estoy harto de que nadie me conozca suficiente, de llevar una doble vida… no sé, me parecía apropiado. Y tú, ¿por qué me has contado lo de Raúl?

-No sé, me siento a gusto contigo- y era verdad. Parecía que le conociese desde hacía años. Lentamente, fuimos posando nuestras cabezas de lado para mirarnos, ya que estábamos aún tumbados sobre el basto césped de la cima. Me sonrió. Y yo casi me derretí, literalmente.

-Eres el tipo de persona del que me enamoraría enseguida- le confesé, aun sin saber un porqué claro.

-Hazlo- me contestó con un tono pícaro.

-Paso. No quiero que no sea correspondido.- repentinamente, nuestras miradas se habían tornado serias.

-¿Quién ha dicho que no lo fuese?- y su sonrisa volvió del exilio en el que había estado en los últimos segundo.

Y sonreí.

Y se acercó a mí.

Y lentamente, fuimos girándonos, hasta quedar cara con cara de costado. Levantó su mano y me acarició la mejilla. Suspiró. Yo estaba en un momento de trance. Por primera vez en mi vida, me sentía a gusto del todo.

Sus ojos azules eran de tal intensidad que superaban al del cielo. Era la imagen más tierna a la vez que situación, que jamás había vivido.

Estirando el cuello simultáneamente, posó sus labios contra los míos. No duró más de tres segundos, pero esa fragancia, se quedó grabado en mí.

Sin saber muy bien como, ni porque, ni nada, sentí estar atado a él.

-Vamos antes de que oscurezca- dijo levantándose, y sin embargo, no rompió el encanto del momento. Lo hizo extrañamente más dulce y tierno

Bajando de la colina, no podíamos contener nuestras miradas y sonrisas. Eran cosa de las nueve cuando llegamos al campamento. Para variar, Marina estaba amenazando a alguien.

-Como no reconozcas que has hecho trampas, querido Héctoriano, te tragas la baraja de cartas- advertía ella toda divina.

Llegamos intentando pasar desapercibidos, pero Raúl estaba allí para hacer su comentario.

-¿Qué hacíais guarros?- nos preguntó con una sonrisa de oreja a oreja. Yo arrugué mi nariz simulando una risa sarcástica-. ¿Cansados?

-No, no mucho- contesté-. Es que hemos estado más tiempo allí sentados que llegando y bajando.

-Pues eso, a saber que hacíais- y me miró con una mirada que me decía mi primera vez con él.

-Tengo hambre- rugió Héctor.

-Pues come capullo- le replicó Marina.

Berta estaba con Mue hojeando un folleto político, y Alberto estaba junto Raúl mirando a Marina y Héctor jugar a cartas. Marcos se sentó al lado de mi mejor amigo, y yo me quedé allí de pie. Estaba algo cansado en realidad, y fui a la que sería mi tienda. Era algo pequeña, pera tres personas como mucho apretadas, pero a mí me pareció gloria. Ya había colocado mi esterilla y mi mochila personal estaba tumbada a mi lado, donde se suponía que dormiría Mue y Marcos según la política dictatoria de Marina. Me saqué mi camiseta y me desabroché el pantalón, para estar más cómodo.

Empecé a pensar, sabiendo que cuando lo hacía, acababa ‘choff!’. Ese beso… Rebusqué entre mi mochila para encontrar mi mp3. Necesitaba saciarme un poco con mi grandilocuente música, para unos estridentes, para mí, sofisticación en estado puro. No oí el abrir de la cremallera, ni el cerrarse. Sólo sentí a alguien ponerse a horcajadas encima de mi pubis. Al momento, me sobresalté. Marcos estaba sonriente, mirándome. Se sacó la camiseta azul marina dejándome verle. Tenía un cuerpo escultural, pero sin pasarse. Tenía unos pectorales definidos, al igual que unos abdominales lujuriosos sin llegar a ser portentosos, y unos pezones marrones claros, y unos brazos fuertes, y unas axilas peludas, y un ombligo redondo, y una mata de pelos hacia si pubis… y unos labios que me dio de probar de nuevo, al agacharse, tórax con tórax, pubis con pubis, labios con labios. Fue dulce. Posó de nuevo sus labios en mí, y me dio un beso. Se apartó un centímetro, y me miró a los ojos. Sus dulces ojos, azules. Luego volvió a besarme, ésta vez con su boca abierta, para probar mis labios.

Sus brazos me agarraban los míos detrás de mi nuca, mientras fregaba su polla con la mía, atrapadas debajo de los pantalones. Ese beso, se tornó apasionado. Se volvió salvaje. Se convirtió en mi mundo. Duró varios minutos, donde perdí toda conciencia con la realidad.

Nuestros cuerpos empezaron a segregar sudor, y quedamos empapados en un aroma a hombre, pero no importaba. Mi libido estaba por los cielos, y mi boca y alrededores llena de su saliva. Y mi calzoncillo lleno de precum.

Lentamente fue bajando su lengua por mi torso, parándose en mis pezones, para relamerlos y morderlos suavemente. Y yo tenía que contener los gemidos y transformarlos en una respiración agitada, casi sintética y forzada. Quería que dejase de mordérmelos así, o no aguantaría mucho más. Pero él no paraba. Me miraba a los ojos y se satisfacía con verme gozar de esa forma. Y de mientras, fue metiendo su mano en mi pantalón, para bajármelos un poco y jugar con mis bolas. Nunca entendía la gente que explicaba que le encantaba que jugasen con sus huevos. Ahora lo entendí. Era un placer… divino. Me los acariciaba, y tiraba. Y yo ya no podía más.

-Estoy a punto- susurré entre mis gemidos a Marcos.

Y como si es lo que estuviese esperando, bajo directamente a mi polla y se la metió entera, mientras con una mano me pajeaba y con la boca se comía media polla. Estaba en éxtasis, y simplemente quería prolongar ese momento por la eternidad.

Pero eso no era lo que Marcos quería. Él quería mi lefa, que estallase en su paladar.

Y yo intentaba durar un poco más, pero no podía.

Ver a un tío asi, comiéndotela entera, y con su otra mano pellizcarte las tetas

No sé cuántos chorros solté, pero él casi no daba abasto. Seguía chupando, haciendo que soltase hasta la última gota. E incluso cuando no quedaba más, seguía. Me dolía. Y le pedía que parase.

Subió otra vez a mí, y me besó. ¡Sorpresa! Había guardado mi corrida en su boca, y ahora la compartía conmigo, mientras nuestros cuerpos se pegaban, y él me agarraba por los pelos para besarme más frenéticamente.

Yo hice el gesto de arrodillarme a él, pero me paró.

-Te toca a ti, ¿no?- le pregunté.

-No importa cariño- me dijo y me dio un beso, para después apoyarse en mi pecho.

Me sentía… tan bien. Era un tío cojonudo. Simplemente, ya le había conocido. Sabía que era un trozo de pan, un bonachón. De repente, volví a oír los gritos a fuera (la voz de Marina, por supuesto), el ulular de los pájaros… pero no había sido un sueño, mas Marcos seguía allí, abrazado a mí. Aún así, empecé a preocuparme si nos habrían oído o no.

-¡Martí!- me gritaba Berta-. ¿Qué quieres para cenar?

¿Iba con indirectas?

-Eh…- ‘quería comerle el rabo a Marcos, pero no me ha dejado’-. ¿Haréis carne?

-No, bueno, como los chicos quieran.

Me subí el pantalón y me levanté a cuclillas, para salir de la tienda, y dejar allí a Marcos. A fuera había oscurecido, y el campamento estaba iluminado por siete farolillos a pilas. Y todo seguía igual. Marina y Héctor con su partida a cartas, Alberto y Raúl mirando, y Berta y Mue hojeando el folleto político. ¿Cuánto tiempo había pasado?

-¿Qué pensáis hacer para comer?- dije, con aire soñoliento.

-Opto por pizza- soltó Raúl

-¿Has traído el cacharro ese para las pizzas que va con gas?- gritó chillando y levantándose Mue, ilusionada.

-Sí, está en el coche- contesté yo-. Pero, ¿hemos comprado pizzas?

Se hizo el silencio.

-¿Empiezo a poner la carne?

Después de cenar, optamos por echarnos unos canutos y beber unas birras, mientras charlábamos, formando un círculo alrededor de un farolillo eléctrico. Comentábamos lo que haríamos mañana, pues no pensábamos quedarnos los cuatro días allí metidos.

-¿Subimos la montaña?- dijo Raúl.

-¿La que hemos subido hoy?- repliqué a desganas.

-¿No hay más montañas o qué?- soltó Marina.

A cosa de las dos, estaban todos muy borrachos, menos yo, Marcos y Alberto, que éramos como los aguafiestas por estar sobrios.

-Venga, a la cama, que mañana hay que madrugar- gritó Alberto, empujando a todos a las tiendas.

Raúl, Marina, Berta y Héctor se metieron en una. Ya se despertarían adoloridos, porque casi ni cabían.

Mue se metió en otra, arrastrando a Alberto mientras se besaban. Y Marcos y yo nos quedábamos afuera, alrededor de la falsa fogata. Me sonrió con complicidad.

Pronto, mis cuatro amigos se durmieron, porque dejaron de soltar risas escandalosas para emitir ronquidos. Y Mue y Alberto… no estaba seguro de lo que hacían, pero estaba seguro de que la pequeña acabaría arrepintiéndose al amanecer.

Marcos se sentó a mi lado, mientras nuestras miradas estaban fijas en la luz, y acabábamos nuestros cigarros.

-¿Quieres… dormir conmigo?- me preguntó riéndose.

-No sé, no sé

Y me dio un beso en la mejilla.

De golpe Raúl gritó desde la tienda:

-¿Habéis visto ‘El Proyecto de la Bruja de Blair’?

-Cállate gilipollas- replicó Berta.

-Subnormal- contestó Marina, mientras Raúl se descojonaba a carcajadas. Yo no pude más que soltar una risilla… era tan buen chaval.

El año pasado nos había cagado de miedo a un extremo abrumador, desapareciendo y haciendo cosas rarísimas, como en la película. Al final apareció, mientras se ahogaba de la risa viendo nuestras caras. Mue casi se había desmayado por la noche, yo estaba totalmente aterrado, Berta no dejaba de decir que le tendría que haber dicho que estaba enamorada de él… no sé como se lo montó, pero fue acojonante.

Marcos apagó los farolillos y se fue a la tienda. Yo tardé unos minutos más mientras reflexionaba. Marcos me había cautivado. Lo hizo apenas lo vi. Pero… no estaba seguro de querer… no estaba seguro. Como sabiendo que me pasaba algo, Mue salió de la tienda, entre lágrimas silenciosas, y se sentaba a mi lado, recostada en mi hombro. Le siguió Alberto, que se puso a su lado, pero Mue se levantó y se fue a mi tienda. Y como yo ya estaba cansado, me fui a la de ella, donde me seguiría Alberto.

El silencio que se había generado era incomodísimo. Alberto miraba el techo y yo estaba en posición fetal, dándole la espalda. Los minutos pasaban como horas, y yo ya estaba empapado de sudor por el nerviosismo. Sin más, me saqué la camiseta y el pantalón, quedándome en bóxer, y salí de allí. Me acerqué al coche de Berta y saqué una tumbona barata que traía en el maletero. Y encendí la luz, quedando en la penumbra. Sólo se escuchaba la respiración de la tienda de los cuatros, los búhos emitir sonidos y… y cuchicheos en la tienda de Marcos y Mue. No quería ser un cotilla, pero la curiosidad mató al humano.

Me puse detrás de la tienda, donde por no haber luz, no podría hacer sombra. Me senté de cuclillas e hice esfuerzo para que mi respiración me dejase oír la conversa. Sentí como se jactaban de algo, y supuse que sería por lo de Mue, y se reirían de Alberto

-Te dije que se la podía comer, puta- le decía Marcos entre risas a Mue, mientras le daba un trago a un tequila.

-¿Y a mi que me importa?- le contestó Mue pegándole un guantazo leve entre carcajadas silenciosas.

Estaban algo borrachillos.

-Y no sé porqué no viene… ¿Estará afuera?- dijo Marcos hablando de mí. Me levanté rápido y me tumbé, mientras él abría la cremallera y salía de la tienda. Estaba… dolido. No, esa no era la palabra. Decepcionado, puede. ¿Había sido una apuesta? ¿‘Te dije que se la podía comer, puta’?...

Marcos se acercó a mí y me abrazó por detrás, pegando su mejilla a la mía, y mientras besaba mi cuello. No podía escaparme. Estaba entre sus besos. Me seducía. Era todo tan raro… y se sentó encima de mí, a horcajadas, mientras seguía besándome. Y la tumbona crujía. Y él seguía besándome. Y me pellizcaba mis tetillas. Y me besaba. Y pronto estábamos empalmados.

Y me llevaba a la tienda (donde estaba Mue, por cierto).

-No- y me besaba-. Marcos… no- y me besaba y me abrazaba por el tórax-. Que no…- y no paraba-. ¡Marcos, NO!

Y me separé de él

Y se separó de mí.

Continuará

[Bueno, no diré que gracias por comentarme porque aun no me habéis comentado xD pero si gracias por leerme, y comentarme en los anteriores relatos. Me hizo ilu ^^ Bueno, La Acampada es una serie de relatos que iré publicando continuamente (no como el de La Obsesión). Es un relato más personal, y menos frívolo que los otros… más… sencillo, pero más profundo. Gracias]

MurderHopes

y la muerte me susurró en el oído, ‘hoy’