La abogada (Boss Lady) VI

Penúltimo capítulo de la saga donde se siguen viendo los cambios en la vida de Amy O'Riley bajo la tutela de Rachel Lankford en un fin de semana que acaba con una inesperada recompensa

Este relato es una traducción del original "Boss Lady" escrito por Euryleia Rider y aparecido en las páginas de BDSM library.

El sábado, después de almorzar, la chofer las llevó al exclusivo centro comercial de la localidad dejándolas a ambas ante la entrada principal.  Los zapatos de Rachel taconeaban con fuerza sobre el suelo de mármol mientras guiaba a Amy hacia la tienda de lencería. Omitiendo los mostradores y expositores de bragas y sujetadores, pasaron directamente a la sección masculina. Rachel eligió varios pares de calzoncillos, slips y camisillas y se los entregó a Amy.

  • Pruébatelos.

  • Pero es ropa de hombre.

  • Esta será la ropa interior que usarás a partir de ahora. – dijo Rachel con una sonrisa. – Recuerda, eres mi boi-toy y quiero que te vistas apropiadamente.

Amy bajó la cabeza y aceptó la ropa interior que Rachel le tendía. Se dirigió hacia los probadores mientras miraba hacia la dependienta que la esperaba. Esta sonrió y Amy se puso colorada. Sabía que la mujer había oído las palabras de Rachel. En ese momento no supo que era peor, ser tratada públicamente como si fuese un obediente juguete, o el hecho de estar empapada con ese sometimiento. Sólo esperaba que la mujer no fuese consciente del olor de su excitación.

Se desnudó en la pequeña habitación y se probó una camisilla blanca. Se despojó de las bragas y, utilizando un pañuelo de papel, se secó su húmedo sexo, antes de ponerse unos calzoncillos. El el espejo pudo comprobar como la holgada ropa interior borraba sus curvas de forma que parecía eliminar su femineidad.

  • Déjame ver.

Sorprendida por la voz que sonó tras la cortina del probador, Amy se sobresaltó. Tratando de controlar sus temblequeantes rodillas, salió de la limitada protección del probador vestida sólo con la ropa interior. Desesperadamente sentía la necesidad de cubrirse, de no sentirse expuesta, visible a los otros clientes, prácticamente sin ropa.

  • Pon las manos tras la espalda. – dijo Rachel con un movimiento de cabeza. – No tendría ni que dec´rtelo. Sabes que es la posición que debes adoptar cada vez que no sepas que hacer con tus manos.

  • Sí, Señora. – Contestó Amy aún más sonrojada.

  • ¿Cómo te quedan?

Amy se quedó pensativa durante unos instantes. Sin duda no era como llevar un tanga o unas bragas. Los calzoncillos la cubrían completamente pero no se unían a sus piernas. El material era suave y elástico. Se encogió de hombros antes de contestar al fin.

  • Son muy cómodos.

  • Excelente. Me gusta particularmente como la camisilla se ajusta a tus pequeñas tetas. – dijo Rachel con una sonrisa. – Voy a pedir algunos más y podrás comprarlos una vez que te hayas vestido.

Amy no se podía creer que se esperase de ella que pagase por este radical cambio de su fondo de armario. No es que no se lo pudiese permitir. Le pagaban bien en el bufete, pero invertía su dinero en pagar sus préstamos de estudiante y no en frivolidades como ropa interior masculina.

Cargando las bolsas, salió de la tienda siguiendo los pasos de su jefa por el centro comercial. Tenía que correr para poder mantener el paso de Rachel.

Entrando en “ Brooks Brothers” , Rachel se dirigió con decisión hacia la sección masculina y esperó a que uno de los vendedores se acercase a ella.

  • ¿En qué puedo ayudarle?

  • Quiero para ella trajes negros, grises y azulmarinos.

Sin inmutarse, el joven dependiente sacó una cinta métrica. Amy se encogió ligeramente hasta que se percató de la mirada de Rachel. Con miedo de hacer algo que enfureciese a su jefa, se quedó erguida, en silencio ante el espejo, mientras el hombre la medía desde el cuello hasta los tobillos.

  • ¿Qué es lo que buscas? Un traje ligero de verano, algo para un evento especial… - preguntaba mientras anotaba todas las medidas que había tomado.

En lugar de contestar, Amy miró hacia donde se encontraba Rachel.

Sonriendo, Rachel se acercó a ellos.

  • Quiero cinco trajes a medida que se adapten a ella.

  • Tenemos varias colecciones de trajes femeninos.

  • No. Quiero para ella trajes de hombre. Y que quede patente que es una mujer vistiendo trajes de hombre.

  • ¿Para una ocasión especial?

  • No, formarán parte de su guardarropa básico de trabajo.

  • ¿Y a qué se dedica?

Amy se aclaró la garganta, pero antes de que pudiese hablar, Rachel respondió por ella.

  • Una profesional autónoma.

El vendedor hizo un gesto de asentimiento y se acercó a una de las estanterías sacando el primero de los trajes para luego tendérselo a Amy.

  • Pruébeselo.

Sin protestar, Amy obedeció dirigiéndose a un probador cercano. Se puso los pantalones y volvió donde estaban Rachel y el dependiente.

  • Póngase los zapatos. – ladró el vendedor. - ¿Cómo se supone que voy a conseguir la altura correcta si no?

Roja de rabia, Amy volvió a entrar en el probador. Rápidamente se ató los cordones de sus zapatos y volvió hacia donde estaba el dependiente.

Con tiza, el vendedor iba marcando las zonas del traje que necesitaban arreglarse, repitiendo la operación con los cuatro trajes restantes, de tal forma que, muy pronto, los cinco trajes estuvieron listos para mandarlos al sastre. Ignorando a Amy, el vendedor se dirigió a Rachel.

  • ¿Necesita algo más? ¿Camisas o corbatas, tal vez?

  • Buena idea. Debe tenerlas para combinar con los trajes.

Ambos se dirigieron a la sección de camisas. Rachel pasó los dedos por el expositor.

  • No me gustan los diseños extridentes y adoro los puños franceses.

  • Deberíamos entonces empezar con algunas camisas blancas. Son clásicas y jamás pasan de moda. – dijo el joven bajando algunas. – Yo le recomendaría solo camisas lisas y la corbata aportando personalidad…

E hizo una pausa, mirando con desden a Amy, antes de continuar.

  • O, como en este caso, dar un toque de color.

Sintiéndose excluida y deseando escapar del escrutinio del arrogante vendedor, Amy se acercó al expositor de las corbatas. Pasando los dedos sobre la sedosa tela, se sobresaltó cuando la voz del vendedor resonó en toda la tienda.

  • ¡No, no, no!, las del otro expositor.

Amy miró hacia el joven y lo vió señalando un expositor algo más alejado.

  • Sus hombros son muy estrechos. Debe usar corbatas más finas. No le recomiendo que use ninguna que supere los ocho centímetros de ancho.

Transcurridos treinta minutos más, Amy disponía ya de una considerable pila de camisas y corbatas además de un recibo para recoger los trajes dentro de cinco días. Hizo una mueca de desagrado al ver la factura.

Rachel le sonrió.

  • No te preocupes, ya lo solucionaremos más adelante. Este es un buen comienzo para tu androginización. – dijo tomando de un estante una pareja de gemelos. – Apuesto a que no tienes nada de esto en casa.

  • No, Señora. – contestó Amy mirando impotente a su alrededor. – No entiendo de esas cosas.

  • Recuerdame que te enseñe a anudarte la corbata. Quiero asegurarme de que no me haces quedar mal cuando comiences a usar esto.

Amy estaba consternada. Era ella la que lo iba a pasar mal usando estas nuevas prendas para ir a trabajar. Su mente se entretuvo pensando en que dirían a sus espaldas sus compañeros y sus rivales ante su nueva forma de vestir. Nunca le había gustado llamar la atención, y era consciente de que su nuevo vestuario iba a lograr precisamente lo contrario. Alzando la barbilla, se juró a si misma que se sobrepondía a las miradas de la gente. Su ropa podía producir cuchicheos y risas entre la gente, pero su trabajo estaba por encima de todo eso.

Finalmente, Amy terminó de pagar las facturas y las dos mujeres regresaron al coche que ya les esperaba. La joven abogada tenía dificultades para manejar todas las bolsas y paquetes mientras Rachel caminaba majestuosamente delante de ella.

Rachel le dijo algo en voz baja a Meghan y esta las condujo hacia un tranquilo restaurante italiano. Convirtiéndose ya en costumbre, Rachel pidió por las dos.

Después de que el camarero les sirviese el vino, Rachel se inclinó sobre la mesa antes de empezar a hablar.

  • Voy a preguntarte algo y quiero que pienses bien la respuesta. ¿Estás disfrutando de lo que hemos hecho hasta ahora?

Amy echó un rápido vistazo alrededor del comedor. Estaban solas en aquella sección del comedor. Tragando saliva, contestó.

  • Sí.

  • Háblame de ello.

Limpiándose la frente con la servilleta de lino, Amy miró a los ojos de su jefa.

  • Estoy excitada todo el tiempo, más viva de lo que nunca antes me he sentido. – dijo ruborizándose. – Estoy disfrutando mucho de ser capaz de… ummm… de servirle.

  • ¿Y qué es lo que menos te gusta?

  • Um… me cuesta creer que pueda sentirme así todo el rato sin ser capaz de correrme. – dijo Amy etorciendo la servilleta entre sus manos. – Echo de menos poder masturbarme cuando me apetece.

  • Quieres correrte ahora, ¿no? Seguro que si te diese permiso pondrías tus manos en el regazo y te vendrías ahora mismo. ¿Me equivoco?

  • No, Señora. – susurró Amy.

  • Me alegra oír eso. No me gustaría pensar que he estado haciendo algo que realmente te desagrada. – dijo Rachel sujetando su copa de vino mientras asentía ante la sorprendida mirada de Amy.

  • No te sorprendas, ya sabía que te estabas metiendo en esto de la mano de Vivian y me alegra saber que lo estás disfrutando tanto como yo. Te has convertido en un delicioso juguete y aprendez con rapidez.

Una vez los entrantes llegaron a la mesa, la conversación viró hacia temas de actualidad. Amy agradecía la oportunidad de escuchar la opinión de Rachel acerca de la actualidad. Cuanto más aprendía de su jefa, mayor era la atracción que sentía hacia ella.

Acabada la comida, y mientras tomaban el café, Rachel colocó una pequeña caja sobre la mesa.

  • Llévalos con tus camisas nuevas.

Sorprendida, Amy miró la cajita que su jefa le tendía.

  • Vamos, ábrela.

Amy obedeció y se sobresaltó ligeramente al ver el contenido. Primorosamente colocados en el interior de la caja se encontraban un par de gemelos. Estos eran redondos y con un extraño símbolo en el centro. Amy levantó la vista y preguntó:

  • ¿Qué significa?

  • Ese es el símbolo del BDSM.

  • No había visto nada como esto antes.

  • Bueno, es una variación del símbolo del equilibrio del ying y el yang y de la rueda del caos.

  • ¿Qué quiere decir?

  • Las tres secciones muestran las triadas que definen a nuestra comunidad. Nuestro credo “ sano, seguro y consensuado” . El trío formado por el Bondage, la Dominación-sumisión y el sadomasoquismo. Y, por supuesto, los tres grupos de miembros: Dominantes, sumisos y switches.

  • Guau… No sabía nada de esto.

  • Te voy a sugerir algunos enlaces a determinadas webs. Ahora formas parte de una comunidad próspera y vibrante y debes tomarte tu tiempo para aprender acerca de tu posición en ella.

Amy giró en sus manos los gemelos observando como la luz de las velas se reflejaba en ellos.

  • Son hermosos.

  • Como tú

Amy la miró boquiabierta.

  • Cierra la boca. Eres hermosa en tu sumisión. Estoy muy complacida contigo.

  • Gracias. – contestó Amy agarrando con fuerza el regalo contra su pecho. – Yo… yo quiero decir que… que me encantan.

Rachel sonrió ante la torpeza de la lengua de Amy, pero permitió que su nueva mascota saborease el momento. Tras pagar la cuenta, tomaron el coche y regresaron a casa.


El domingo, Meghan se encargó de llevar a Amy a su partido de fútbol. La chofer la dejó en el campo no sin antes decirle que pasaría arecogerla más tarde.

A pesar de pasar la noche atada y acostada en el suelo junto a la cama de Rachel, Amy se sentía llena de energía. Su ánimo se tradujo en un gran partido en el que dominó el centro del campo y llevó a su equipo a la victoria.

Tras el partido, se metió de nuevo en el coche, pero sorprendida, se percató de que Rachel la esperaba dentro.

  • Buenos días, Señora. – dijo Amy apartándose el húmedo flequillo de los ojos. - ¿Ocurre algo malo?

  • No sucede nada malo. Sólo decidí salir a verte jugar.

  • ¿En serio?  - preguntó lanzándole una tímida mirada a Rachel. - ¿Le gustó lo que vió?

  • No seas tímida, querida. Quieres saber si estaba allí cuando marcastes aquellos preciosos goles. ¿No es cierto?

  • Bueno, sí… ¿lo hizo?

  • Lo hice. Hiciste un gran trabajo moviéndote de esa manera entre la defensa contraria. Y tu remate de cabeza fue verdaderamente notable.

Amy se retorció de placer.

  • Gracias. – dijo en voz baja.

  • De hecho creo que tu actuación en el partido merece una recompensa.

  • ¿De verdad?

  • Sí. Creo que vamos a salir esta noche.

Amy sintió un hormigueo en el estómago.

  • ¿Salir?

Rachel esbozó una sonrisa antes de contestar.

  • Sí. Aun no hemos estado en ninguno de los lugares que me gustaría enseñarte.

Esta sería la primera vez, fuera de la casa y de la consulta médica, en que Amy se mostraría como la esclava de Rachel. Estaba emocionada y aterrorizada a partes iguales. Los nervios se apoderaron de ella el resto del día hasta el momento que Rachel la hizo entrar en el coche para ir a la ciudad.

Cuando llegaron a su destino, un viejo almacen muy bien iluminado, Rachel le entregó a Amy una máscara.

  • Ya te dije que no voy a poner tu carrera en peligro. Póntela.

La máscara de cuero cubría la mayor parte de su rostro y se hallaba primorosamente decorada. Cada lado estaba adornado con un motivo llameante pintado de rojo y negro brillantes. Tres agujeros dejaban al descubierto los ojos y la boca.

  • Es bonita.

  • Como tú. – contestó  Rachel mientras se inclinaba sobre la muchacha. -  Déjame que te la asegure bien.

En el interior del local, Rachel le ordenó a su esclava que se quitase el abrigo. Bajo él, Amy estaba totalmente desnuda a excepción de un arnés de cuero que ponía de relieve sus pequeños senos mediante unas correas gemelas que se unían en la cintura y que luego se separaban de nuevo para exponer el clítoris a la vez que cubrían su coño y su culo.

Rachel pasó el control de acceso y entró en la gran sala principal del club. Amy la seguía de cerca, casi pisándole los talones. Estaba tan nerviosa que casi ni se atrevía a levantar la cabeza para mirar a su alrededor.

  • Siéntate aquí. Volveré en unos minutos.

Amy se sentó con cautela. Respiró hondo y alzó la cabeza. Justo enfrente de la mesa que Rachel y ella habían ocupado, había una cruz de San Andres de la que colgaba una mujer desnuda. La piel de la mujer estaba surcada de rojas marcas. Amy apretó los puños tratando de impedir que el pánico se apoderase de ella.

Tras recobrar la compostura, volvió a mirar a su alrededor. Evitando volver a mirar a la mujer en la cruz, fijó ahora su mirada sobre una pequeña pista de baile donde multitud de personas apenas vestidas, se movían sinuosamente al ritmo de música techno.

En ese instante, Rachel regresó a la mesa.

  • Bien. Ya he arreglado el asunto de tu recompensa.

Ambas mujeres tomaron sus bebidas y Amy empezó a relajarse y a esperar su premio. Ayudó mucho el que muchas mujeres estuviesen en peor situación que ella, y que a algunas solo se les permitiese caminar a gatas. Una de esas mujeres era conducida con una correa hasta la mesa en la que ella y su jefa se encontraban.

  • ¡Raven, que bien que te encuentro! – exclamó Rachel al ver a la morena belleza que tiraba de la correa de la mujer que andaba a gatas. Ambas se saludaron con un beso.

  • Lo mismo te digo. – contestó Raven tirando de la correa. - ¿Querías pedirme prestada a mi esclava?

  • Sí. La mía merece un premio esta noche.

  • ¿Y esa generosidad?

Rachel hizo una seña quitándole importancia.

  • Nada serio. – dijo para luego fijar su mirada en Amy. – Abre bien las piernas y echa el culo hacia adelante.

Obedeciendo, Amy mantuvo la mirada fija en Rachel y no en la mujer que se encontraba a sus pies. La situación en la que se encontraba no podía dejar de ser, por lo menos, surrealista y le costaba creer que Rachel le fuese a otorgar “ese” regalo.

  • Adelante.

Amy se estremeció al psentir el primer contacto de aquella lengua sobre su clítoris. Tan solo unos lengüetazos más tarde, la joven abogada ya jadeaba. Abrió los ojos, que había mantenido cerrados, y miró a la rubia que se encontraba entre sus piernas. Disfrutaba de la sensación de sentirse tan íntimamente tocada por otra persona. Era mejor de lo que jamás había imaginado y su sensación de placer aumentó con rapidez.

Acercándose ya al orgasmo, Amy levantó la mirada para ver como otros clientes pasaban a su lado. Durante unos segundos se quedó paralizada hasta darse cuenta de que solo unos pocos de ellos prestaban atención a lo que sucedía en la mesa.

Otro par de lengüetazos más y a Amy ya no le importaba si todos la miraban o no. Mientras curvaba tensa los dedos de sus pies, miró suplicante a su jefa.

  • Por favor, Señora, ¿me puedo correr?

  • Una vez.

Con el permiso para hacerlo concedido, Amy se entregó a su orgasmo. Cuando acabó, la joven esclava rubia se separó de ella relamiéndose los labios.

  • Gracias, Raven, por cederme a tu esclava.

  • Gracias, Ama Raven. – dijo Amy lanzando una mirada a la mujer que le había hecho estremecer de placer. La joven esclava solo tenía ojos para Raven. Volviendo la mirada hacia Rachel, volvió a decir: - Gracias, Señora.

  • Oh, querida, la noche no ha hecho más que empezar. – dijo Rachel con una sonrisa. – De hecho, aquí viene el siguiente acto.

Con un gesto, y levantando la voz, Rachel llamó a uno de los clientes del club.

  • Querido Dominic… ¡Cuánto tiempo!

  • Estás maravillosa, Rachel. – dijo el velludo hombre besando la mano de la mujer. - ¿Qué es lo que necesitas?

  • Estoy premiando a mi chica.

  • Ajá, y quieres comprobar si mi chico es tan buenos como la joven de Raven.

  • Nunca ha estado con un hombre.

  • Mi chico está “bloqueado”

Rachel hizo un gesto negativo con la mano.

  • No quiero que la penetre. Sólo quiero que conozca que es tener un hombre entre las piernas.

  • Si es sólo la lengua no habrá ningún problema, aunque hace ya algunos días que no se ha afeitado.

  • Bah… ¿Qué es una raspadura de barba entre esclavos?

Amy estaba ansiosa por comprobar si existía alguna diferencia entre el trabajo que la esclava había hecho por ella y el que el hombre le iba a realizar. Separó las piernas con rapidez mientras un muchacho rubio se arrastraba hacia ella.

Los dos Amos charlaban tranquilamente mientras  observaban como la joven Amy alcanzaba un nuevo orgasmo. Cuando ésta estuvo en condiciones de hablar, le agradeció a Dominic el uso de su esclavo.

Agradecida, tomó un sorbo de la copa que Rachel le ofrecía. El corazón aun le latía acelerado tras el orgasmo cuando Rachel le habló.

  • Marcaste dos goles e hiciste una asistencia. ¿No es así?

  • Sí, Señora.

  • Eso significa que aun queda una visita más. – dijo Rachel asintiendo con la cabeza de forma majestuosa. – Pero ten en cuenta de que esta vez no tendrás permiso para acabar.

A Amy se le escapó una mueca de desagrado, pero asintió con la cabeza. Estaba supersensible tras sus dos orgasmos y sabía que tendría que poner todo de su parte para no sucumbir a un tercero.

  • Oh, mira. Ahí viene el siguiente candidato. – dijo Rachel señalando hacia el otro lado de la sala.

Fascinada, observó como la azotada mujer de la cruz era desatada y, un hombre alto, completamente vestido de negro, la llevaba hacia la mesa.

Rachel le sonrió y le tendió la mano con la palma hacia abajo. De forma cortés, Master James le dio un beso en los nudillos.

  • Es usted una magnífica visión, mi señora.

  • Es tan agradable verte de nuevo. Te extrañamos mucho cuando nos dejastes.

  • Bueno, ahora que he encontrado una nueva esclava me verás con más frecuencia. Es de la ciudad, por lo que vendré a visitarla con regularidad.

  • Veo que acepta bien el látigo.

James asintió con la cabeza.

  • Me encanta el aspecto que dejan las marcas sobre su pálida piel. – dijo acariciando el oscuro y brillante pelo de su esclava. A pesar de la terrible experiencia vivida por ella, aun conservaba intacto su glamour. Amy envidiaba su aspecto.

  • Entiendo que necesitas algo de mí. ¿En que puedo ayudarte?

  • Sí. Quiero que tu esclava trate de llevarla al orgasmo. – dijo sonriendo Rachel. – Aunque, por cierto, a la mia no le está permitido correrse.

Los dos dominantes se sonrieron el uno al otro.

  • ¿Apostamos a ver cual de las dos esclavas consigue su propósito?

Rachel denegó la propuesta.

  • No, ella es aun demasiado novata para aguantar la presión adicional que la apuesta conllevaría. Dejemos simplemente que cada una de lo mejor de sí.

Colocando una de sus enormes manos sobre el cuello de su esclava, James le dijo:

  • Vas a hacer que esta esclava se corra o volverás de nuevo a la cruz.

Amy parpadeó. Miró a la joven mujer y luego, confundida, a Rachel

  • Vamos, no busques mi compasión. – murmuró Rachel en voz baja. – Voy a castigarte severamente si sucumbes.

Tragando saliva, Amy miró nerviosamente como la esclava se sentaba entre sus piernas. Las manos de esta separaron sus piernas dejando al descubierto el caliente clítoris que comenzó a lamer suavemente. Amy trató de retroceder, pero la esclava, más fuerte de lo que parecía, se lo impidió.

Con solo unos pocos lengüetazos, Amy se encontraba ya a punto de explotar. En su desesperación, empezó a recitar para sí las enmiendas a la Constitución. Se las sabía todas al dedillo, pero tuvo que concentrarse de verdad al llegar a la dieciséis. Centrándose en todo lo que sabía sobre los impuestos a las rentas, logró mantener su mente alejada de los maravillosos sentimientos que subían de entre sus piernas durante unos instantes.

Se obligó a mantener la calma cerrando los puños con fuerza de tal forma que sentía clavarse las uñas en la piel. En el momento en que llegó a la enmienda que otorgaba a las mujeres el derecho al voto, fue consciente de que iba a alcanzar el orgasmo no autorizado.

Amy se sintió consternada y aliviada por igual cuando, justo antes de estar a punto de correrse inevitablemente, Master James tomó a su esclava del pelo y la tiró a sus pies. Su cabeza daba vueltas mientras veía como la arrastraba por el suelo y, finalmente apartó la mirada cuando Master James tomó el látigo.

  • ¡Oh, no, no…! – exclamó Rachel. – Mírala.

Amy levantó la cabeza a tiempo de ver caer el primer golpe de látigo.

  • Todas nuestras acciones tienen sus consecuencias. Tienes que estar al tanto siempre de las repercusiones que acarrean tus decisiones. – siguió diciendo Rachel mientras se inclinaba sobre su joven esclava y limpiaba una gota de sudor que se deslizaba por la clavícula de Amy con su dedo para luego chupárselo. – No te has corrido y por eso ella sufre, niña.

  • Pero…

  • ¿Qué? Dime, ¿por qué has trabajado tan duro para evitar tu orgasmo?

  • Yo… - empezó a decir Amy. – Yo no quería decepcionarla.

  • Bien. Me alegra saber quete importo más que el castigo que otro esclavo pueda sufrir.

Amy se sintió confusa.

  • Pero si hubiese fallado, ¿sería yo la que estuviese ahí?

  • Exacto. Los otros esclavos no son tus aliados. Siempre debes tomar la mejor decisión para ti. – respondió Rachel. – Ahora creo que ya nos hemos divertido lo suficiente esta noche. ¿Nos vamos?

  • Sí, Señora. – Amy se sintió agradecida por la oportunidad que se le brindaba de salir de allí y recapacitar sobre lo ocurrido esa noche. Se sumió en sus pensamientos hasta instalarse en los asientos de cuero del coche. Miró a su jefa y pudo advertir la tensión que había en los hombros de ésta.

Una vez el vehículo se puso en marcha, Amy, carraspeando, se atrevió a hablar.

  • Um… ¿Señora?

  • ¿Sí?

  • Usted… eh… no… eh… no disfrutó en el club.

  • No estoy gobernada por mis bajos instintos, mi mascotita. Puedo contenerme.

  • ¿Le gustaría… le gustaría ahora? – preguntó Amy avergonzada por su atrevimiento. – Quiero decir… ¿puedo darle placer?

  • Podemos esperar hasta llegar a casa. – contestó Rachel mirándola durante unos instantes antes de meter la mano en el minibar y sacar una botella de agua. – Bebe. Lo necesitarás más adelante.

Una vez en la casa, Amy se mantuvo a la zaga de su jefa mientras esta se dirigía a la habitación. No sabía si el arnes que vestía podía considerarse ropa, pero no dejaría pasar la oportunidad de complacer a su Dueña si se retrasaba quitándoselo en el vestíbulo.

  • ¿Sabes? Realmente no te he dado aun la oportunidad de adorarme como es debido. – Dijo Rachel desnudándose lentamente. Le entregó su ropa a Amy para que las enviase a lavar. Una vez estuvo gloriosamente desnuda, se puso en pie ante Amy con los brazos en jarras. - ¿Te gustaría aprender a hacerlo?

Intrigada, Amy se acercó a la cama donde se había colocado su Ama.

  • Por supuesto, Señora.

  • Complacerme es una cosa, adorarme otra muy diferente. Empieza echándote en el suelo sobre tu vientre y arrástrate hacia mí. Acerca tu rostro a mi cuerpo, pero no oses tocarme sin mi permiso.

A Amy le costaba creeer lo excitada que se encontraba en esa posición. Tendida cuan larga era sobre el alfombrado suelo, frotando sus duros pezones contra la áspera tela, podía sentir la humedad revistiendo el interior de sus muslos.

  • Ahora besa cada uno de mis pies. – oyó decir a Rachel a través de la bruma de excitación que la rodeaba. – Bien. Ahora límpialos con la lengua.

Extendiendo el mojado músculo, Amy comenzó a lamer con movimientos largos los pies de su Señora desde los dedos a los talones, entreteniéndose entre los dedos y bajo la planta. Se sentía tan servil a los pies de Rachel sabiéndose observada por ella.

Finalmente, Rachel emitió una nueva orden.

  • Voy a acostarme. Cuando chasquee los dedos, te arrastrarás hasta mi cama y te dedicarás a besar y lamer cada centímetro de mi cuerpo.

Con los ojos fijos en la alfombra, Amy podía escuchar nítidamente como su jefa se acomodaba en la cama. Había sido capaz de hacer que su jefa alcanzase el orgasmo varias veces desde aquel fatídico día en que la descubrió en la oficina junto a Vivian, pero esta sería la primera vez en que tocaría el cuerpo de Rachel al completo.

Cuando oyó el chasquido, arrodillándose, se dirigió hacia la cama. Se estremeció de placer al contemplar el cuerpo de Rachel tendido boca abajo sobre la cama, con las caderas ligeramente alzadas por una almohada. Los firmes y redondos globos de aquel maravilloso trasero llenaron por completo su visión y apenas pudo contenerse las ganas de tocarlos.

  • Comienza por la parte trasera de mi cuello.

Amy se estiró para mover el cabello de Rachel, pero se detuvo cuando su jefa siseó enfadada.

  • No me toques con tus manos.

  • Los siento, Señora. – dijo la joven abogada comenzando a retirar los largos cabellos con la boca. Delicadamente escupió algunos con el fin de limpiarse los labios antes de apoyarlos sobre la fresca piel.

Con el fin de calmarse, la joven aspiró profundamente. Al hacerlo, el olor de Rachel inundó sus fosas nasales. Un olor con un toque ligeramente picante de su pelo y otro toque floral y delicado de la piel de su cuerpo. Sin contar además el aroma de su femineidad que Amy era incapaz de describir pero que, sin embargo, le hacía la boca agua.

Rachel interrumpió los pensamientos de la joven abogada.

  • Quiero que te des cuenta del honor que recibes. Esta es tu oportunidad de mostrar tus verdaderos sentimientos hacia mí.

Amy ladeó la cabeza mientras pensaba en lo que Rachel le acababa de decir. Desde aquel día, en el cual Rachel se había convertido en la dueña de su destino, su vida había sufrido un montón de cambios y ella ya no respondía a ellos sólo por miedo. Lo que había sucedido hoy en el club era un buen ejemplo. Mientras aquellos tres desconocidos se ocupaban de su sexo, ella se había preocupado más de agradar a Rachel que de gozar ella misma.

Tragó saliva al darse cuenta de la verdadera profundidad de sus sentimientos. Admiraba a Rachel y también se sentía atraída por ella, pero había algo más que eso. Había una intensidad que iba más allá de la mera obediencia.

Bajando la cabeza colocó un segundo beso en el cuello de su Señora. Sus labios trazaron un camino sobre las cervicales de la mujer reclinada antes de que su lengua se tasladase a recorrer los hombreos de Rachel.

Pronto, Amy se desentendió de todo aquello que no fuese el tacto y el sabor de la piel bajo sus labios. Prodigó exquisitas atenciones a cada centímetro de aquella espalda hasta que, al fin, llegó al culo de su Señora. Saltándose los carnosos globos de sus nalgas, continuó besando y lamiendo los muslos bajando hasta los pies de Rachel. Luego, empezó a desandar el camino hecho.

Por un breve momento, Amy vaciló al frotar su cara contra una de las inmaculadas nalgas de Rachel sin saber que hacer a continuación.

  • Adelante. Sabes que deseas hacerlo. – Susurró Rachel, que había estado a punto de quedarse dormida con las atenciones de su joven empleada. Sin embargo, al acercarse Amy a sus nalgas, se despabiló ansiosa por ver si su joven sumisa iba a mostrar iniciativa o rebeldía.

Amy no tuvo que pensárselo dos veces. Ya se había acercado al ano de su jefa el otro día y la experiencia no había sido del todo desagradable. Se colocó en posición para trabajar le oscura grieta y su lengua entró en contacto con el apretado anillo. Amy suspiró aliviada al comprobar que el sabor de la excitación de Rachel dominaba a cualquier otro sabor que allí se encontrase.

Rachel gemía d eplacer mientras Amy movía su lengua alo largo de canal que se formaba entre el sexo de Rachel y su ano. Como ya era costumbre, la dulzura almizclada y picante del aroma de Rachel la excitó sobremanera.

  • ¡Basta!

Sobresaltada, Amy levantó interrogante la cabeza.

  • ¿Señora?

  • Voy a darme la vuelta.

Rachel esperó a que Amy se apartase antes de girarse quedando tendida boca arriba, con los brazos a los costados.

  • Bien. Empieza de nuevo, pero esta vez por los dedos de mis pies.

Amy se alegró de que su dueña le permitiese continuar atendiéndola. Se había asustado cuando su jefa la había mandado parar. Con el sabor del néctar de Rachel aun en sus labios, se trasladó a los pies de la cama.

Chupó y lamió cada uno de los dedos de los pies de Rachel de la misma manera que esperaba poder hacer con su clítoris. Lamiendo y besando recorrió cada palmo de las piernas de su jefa. Saltándose el velludo montículo, Amy se abrió camino hacia el tonificado abdomen.

Preguntándose si se le iba apresentar la oportunidad de deleitarse con los pechos de su jefa, Amy se atrevió a mirar a los ojos de Rachel. Los ojos azules de ella parecían tililar divertidos.

  • Cuando creas que ya me has adorado lo suficiente, puedes darme un beso en cada pezón.

Amy tragó saliva. Sin duda Rachel la estaba poniendo a prueba, dejando que ella decidiese cuando el culto se había completado. Pero ella era capaz de venerar el maravilloso cuerpo de Rachel toda la noche y se dispuso a demostrarle a su jefa cuanto la adoraba.

Dos horas más tarde, Amy se encontraba arrodillada junto a la cama chupando el dedo anular izquierdo de Rachel cuando ésta lo saco de su boca con un sonoro “pop”. Amy levantó su cuello un poco rígido ya.

Rachel deslizó sus dedos ligeramente húmedos a lo largo de la mandíbula de Amy.

  • Mmmm… estás haciendo un trabajo tan bueno que no me gusta molestarte.

  • Jamás me podría molestar. – respondió Amy resuelta.

  • No seas impertinente. – contestó Rachel guiñándole un ojo. – O petulante. Ven a besar mis pechos y luego pudes dedicarte a mi sexo. Quiero un orgasmo y luego deseo sentir tu lengua en mi cuerpo hasta que me duerma. Esta noche puedes dormir a mis pies.

  • Gracias, Señora. – contestó Amy agradecida.

A pesar de que deseaba llenarse la boca con los senos de su dueña, se conformó con colocarle dos castos besos. Pasando luego a los pies de la cama, se deslizó entre las sabanas hasta quedar perfectamente situada para aprovechar al máximo la oportunidad que se le brindaba. Su lengua estaba cansada, le dolía la mandíbula y le dolía el cuello, pero le demostraría a Rachel la pasión que esta le inspiraba o moriría en el intento. No podía imaginar una mejor manera de hacerlo.