La abogada (Boss Lady) V

Asistimos al día a día de Amy en el bufete dirigido por la Sra. Rachel Lankford, su Ama.

Este relato es una traducción del original "Boss Lady" escrito por Euryleia Rider y aparecido en las páginas de BDSM library.

Pido disculpas a todos los seguidores de la serie por el retraso en la entrega.

  • Empiezo mi rutina con veinte minutos en el Stairmaster. – dijo Rachel mientras dejaba su botella de agua sobre una máquina del gimnasio y comenzaba a programar una segunda máquina. – Sube y déjame ver lo que tienes.

Bostezando, Amy miró a su alrededor. El gimnasio del bufete de abogados estaba vacío a esa hora de la mañana, pero, con todas las luces reflejándose en los espejos, era casi dolorosamente brillante. Amy miraba las máquinas mientras se acercaba a ellas. Estas estaban impolutas.

Amy jadeaba cuando terminó sus ejercicios, el sudor goteaba por su frente hacia sus ojos. Se sobresaltó cuando Rachel le lanzó una toalla.

  • Seca las máquinas y sígueme. – dijo Rachel mientras se dirigía al aparato de pesas.

Amy obedeció y se apresuró luego en llegar de nuevo junto a Rachel. La mujer se hallaba sentada en el aparato de ejercitar los abductores.

  • Recuerda todo los ejercicios que he hecho. A partir de mañana, serás la responsable de asegurarte de que todos los aparatos están ajustados a mis especificaciones. También te encargarás de limpiar las máquinas antes y después de su uso.

Rachel no dio pie a que Amy respondiese y dedicó su atención a trabajar su cuerpo. Luego le tocó el turno a Amy, dejando que esta eligiese el peso antes de verla hacer una serie. Para las siguientes series, Rachel incrementó el peso que Amy tenía que mover.

Cuando acabaron, Amy estaba agotada. Casi a rastras, se acercó al aparato de abdominales y casi gimió cuando Rachel aumentó el peso a mover.

  • Estoy impresionada con tu forma física. – comentó Rachel. - ¿Cómo te mantienes en forma?

  • Juego al fútbol en un equipo femenino. Entrenamos los martes y trato de correr al menos dos veces por semana.

  • Espero de todos aquellos que me sirven que cuiden de su aspecto y de su forma física.

  • Lo haré, Señora. – Respondió Amy. Para ser honesta, le gustaba mantenerse en forma y esperaba que todo su entrenamiento le bastase para mantenerse al lado de su hermosa jefa.

Rachel observaba como Amy realizaba varios abdominales. De pronto le preguntó:

  • ¿Cuándo son los partidos?

  • Sobre todo los domingos.

  • ¿Te perdiste el del fin de semana pasado?

  • Sí, Señora.

  • ¿Qué excusa pusiste?

  • Les dije que tenía que trabajar.

  • Deberías haberme dicho que tenías ciertos compromisos.

  • Lo siento, Señora. Pensé que usted era lo primero.

  • Bueno, eso es cierto, pero aun así, debías habérmelo dicho. – Rachel se enjugó una gota de sudor que le corría por la frente. Luego, volvió a centrarse en Amy. – Mándame por e-mail las fechas de tus partidos y entrenamientos. Voy a permitir que asistas a los partidos.

Amy desmontó la máquina en cuanto Rachel acabó sus ejercicios.

  • ¿Cómo te sientes? – preguntó Rachel

  • Cansada. Muy cansada. – contestó Amy sonriendo con timidez. No había hecho tanto ejercicio junto desde sus días de futbol en la Universidad. Todavía guardaba muy buenos recuerdos de su entrenador empujándola a ella y a sus compañeras hasta el agotamiento.

  • Lo has hecho muy bien, aunque espero que mejores en el futuro. – dijo Rachel tirándole su toalla a Amy. – Ahora ha llegado el momento de la ducha. Yo lo haré en mi planta. Como tú no lo tienes permitido, puedes hacerlo aquí y, cuando acabes, empiezas a trabajar.

  • Gracias.

-Espero tengas un día productivo. Mi secretaria te llamará cuando yo esté lista para salir.

Amy esperó hasta que Rachel atravesase la puerta de salida antes de dirigirse a la ducha. El vestuario era pequeño, con sólo dos lavabos y tres áreas de ducha, cada una separada de la otra por una fina cortina de plástico. Agradeció mucho el disponer del vestuario para ella sola.

Bajo el chorro de agua caliente, sintió la tentación de hacer algo más que enjabonarse. Al darse cuenta de que eso sería ir contra una orden implícita de Rachel, cerró el agua caliente y acabó de ducharse con agua fría.

Aterrida, salió de la ducha, se secó y rápidamente se vistió saliendo del vestuario. Había varios hombres usando el gimnasio y todos se detuvieron a mirarla mientras caminaba entre ellos. Apresuró el paso y se zambulló en la seguridad del ascensor.

El día se le pasó a Amy volando. Estuvo más concentrada y con más energía como nunca antes había estado. Cuando la secretaria de Rachel la avisó de que ésta estaba lista, se sorprendió al ver la cantidad de trabajo que se amontonaba en su bandeja de salida. Rápidamente apagó el ordenador y se unió a Rachel en el ascensor.

Rachel no pronunció palabra hasta que estuvieron en el coche.

  • Iremos primero a tu casa.

  • Oh. – Amy se sentó en silencio hasta que llegaron a su apartamento. – Umm… ¿Debo coger ropa para mañana?

  • Subiremos juntas. – dijo Rachel abriendo camino a través del garaje del aparcamiento. – Se aprende mucho de la gente viendo como y donde viven.

Amy se percató de que la chofer de Rachel llevaba con ella una bolsa cuando se les unió en el ascensor. Se preocupó tratando de recordar si ahbía dejado los platos lavados antes de salir o si había hecho la cama el viernes antes de salir, pero no comentó nada a Rachel.

Cuando hubieron entrado, Rachel mandó a su chofer al dormitorio.

  • Ya sabes que hacer. – le dijo para luego volverse hacia Amy. - ¿Por qué no me enseñas el apartamento?

Sintiéndose consciente de lo poco que tenía tras pasar el fin de semana en el alojamiento mucho más lujoso de Rachel, Amy guió a su jefa por su sala de estar, la cocina y el pequeño cuarto que usaba como oficina. Abriendo camino por el pasillo, se detuvo ante la entrada de su dormitorio. Se sorprendió al ver a la chofer de Rachel taladrando el cabecero de su cama.

  • Megan se está asegurando de que, mientras duermes, sigas estando bajo mi control. – dijo Rachel moviendo una mano quitando importancia al asunto. Ya hablaremos de eso luego. Enséñame tu armario.

Amy miraba preocupada a Megan poner un perno con anilla en la cabecera de la cama. Cuando Rachel chasqueó los dedos, ella dio un salto y apartó la mirada de la conductora. Ante el brillo impaciente que asomaba a los ojos de Rachel, Amy se apresuró a abrir el armario.

  • Hazte a un lado y déjame mirar. – Sacando trajes y blusas de sus estantes, Rachel cabeceaba negativamente. – Esto no nos vale. Vamos a tener que ir de compras este fin de semana. Quiero hacer algunos cambios en tu armario.

  • Lo haré, Señora.

Rachel dejó el armario y se volvió a Megan.

  • Gracias, querida. Puedes bajar y esperar en el coche. – dijo con una sonrisa. Luego se dirigió hacia la bolsa que su empleada había dejado en el suelo y sacó de ella una larga cadena que enganchó al perno recién colocado cerrándolo con un candado.

  • Quiero que te encadenes aquí cada noche.

  • No tengo con qué hacerlo.

  • Te prestaré esto. – dijo Rachel sujetando un par de esposas entre sus dedos.

  • ¿Y cómo voy a conseguir liberarme?

  • Eso no será un problema. – contestó Rachel. – Se enrosca un llavero con una llave de las esposas en la cadena. Sólo debes asegurarte que puedes llagar a ella antes de que cierres las esposas.

Amy se sintió desfallecer. No podía creerse que Rachel le estuviese pidiendo que durmiese encadenada cada noche. Sintió que debía hacer o decir algo, lo que fuera. Una protesta asomaba a la punta de su lengua cuando Rachel la interrumpió.

  • Deberías darme las gracias por dejarte dormir en tu cama. – dijo con una sonrisa. – Estoy siendo muy generosa contigo.

  • Gracias, Señora. – murmuró Amy. Un sentimiento de derrota la embargaba y no se sentía capaz de mirar a Rachel a los ojos.

  • De nada. – dijo su jefa saliendo de la habitación. – Sin embargo, me da la sensación de que no estás lo suficientemente agradecida. Para ayudarte con eso, te prohíbo sentarte en cualquier otra pieza de mobiliario. Permanecerás a mis pies, sentada en el suelo. Eso te ayudará a recuperar el buen juicio.

Amy, se dio cuenta de repente que, allí, en su sala de estar, había traspasado todos sus límites. Sintió ganas de llorar.

  • ¿Qué tienes que decir?

  • Gracias.

  • Dilo como si lo sientieses de verdad.

  • Gracias, Señora. – dijo Amy forzando una sonrisa.

  • Te recogeremos mañana a las cinco de la mañana. Esperanos fuera, no nos hagas esperarte.

  • Estaré lista. – Amy no podía creer hasta que punto había perdido el control de su vida.

Rachel chasqueó los dedos y señaló el suelo. Al instante, Amy estaba arrodillada.

  • ¿Por qué no me dejas un grato recuerdo antes de que me marche?

A pesar de las emociones que la embargaban, Amy apretó su cara con entusiasmo sobre la costura de los pantalones de Rachel. Haría cualquier cosa con tal de tener la oportunidad de saborear a su jefa. Usando solo su boca, se las arregló para soltar el botón y deslizar hacia abajo la cremallera de la prenda.

Con un ligero movimiento de sus caderas, Rachel consiguió que sus pantalones cayesen hasta sus tobillos. Apoyándo la espalda contra la puerta, sonrió a su mascota.

  • No me muerdas ni rompas mis bragas cuando me las quites.

  • No, Señora. – prometió Amy. – Tendré cuidado.

Cubriéndose los dientes con los labios, tiró de la prenda hacia abajo por los tonificados muslos de su jefa. Luego, volviendo a subir, empezó a besar la línea que iba desde el suave pelo de la barriga de Rachel hasta los hirsutos rizos de su vello púbico. Cuando sintió el ligero toque de los desos de Rachel sobre su pelo, comenzó a lamer en serio.

Rachel de nuevo quedó sorprendida ante la rapidez con que Amy respondía a las pequeñas señales que ella le mandaba. Mientras que en otras áreas parecía estar indecisa, sexualmente existía una gran sintonía entre ellas. En cuestión de segundos, Rachel tuvo que morderse el labio para no gemir de placer.

Cuando se recuperó de su orgasmo, sintió una punzada de dolor al ver como Amy se relamía los labios. Había sido agradable el haberla tenido el fin de semana en el suelo junto a su cama y sabía que le iba a costar separarse de ella durante la semana.

Era la primera vez, en mucho tiempo, que una sumisa la había afectado tanto. No sabía que pensar, si era algo bueno o si era algo malo. Apartando esos pensamientos de su mente, asintió con la cabeza y salió del apartamento.

Amy se sintió desolada cuando la puerta se cerró. Se arrastró hacia ella y se quedó allí apoyada, abrazándose las rodillas pegadas al pecho, hasta que la oscuridad de la noche se apoderó del apartamento. Haciendo acopio de toda la voluntad que le quedaba, se levantó al fin y se dirigió hasta su dormitorio.

Después de cepillarse los dientes, se sentó en el borde de la cama y tomó las esposas. El tacto del frio y pesado metal le golpeó con la gravedad de la situación en la que se hallaba. Por un momento, sopesó la idea de volverlas a dejar sobre la mesilla de noche.

Recostándose en su cama, finalmente cerró las esposas alrededor de sus muñecas. No quería decepcionar a Rachel desobedeciéndola la primera noche que pasaba fuera de la vista de su jefa. Hacer que Rachel se sintiese orgullosa de ella era mucho más importante que su propia dignidad.

Solo pensando en un difícil caso ante la Corte de Apelaciones Número Nueve, pudo conciliar el sueño, que esa noche estuvo poblado de multitud de eróticas imágenes.


Al siguiente día, Amy recibió por correo electrónico un plan de entrenamiento diseñado por su jefa. Tras estudiarlo detenidamente, decidió llamar a la secretaria de Rachel para pedirle una cita con ella. Tras terminar con la última cita del día, apagó su ordenador y se dirigió al despacho de Rachel.

  • ¿Tienes algún problema? – preguntó Rachel.

  • Señora, los objetivos que me ha marcado me resultan, bueno, un poco… un poco irracionales. – dijo Amy con el pulso acelerado.

Rachel se echó hacia atrás en su silla.

  • Hasta ahora has trabajado tus piernas, pero no has prestado la suficiente atención a los brazos y a la espalda.

  • Soy futbolista. Son mis piernas las que necesitan entrenarse preferentemente.

  • Ya no eres solo una futbolista. Me perteneces y espero que todo tu cuerpo se adapte a todas las expectativas que tengo puestas en él. Con ese fin deberás trabajar todos los grupos musculares.

Amy lanzó un suspiro antes de responder.

  • Muy bien, así lo haré.

Se dio cuenta de que a Rachel cada vez le resultaba más fácil tomar el control sobre ella. Al menos conseguirá tener una apariencia mucho más definida, ya que ella no tenía disciplina para conseguirla por propia voluntad.

  • Me alegro de que hayas acudido a mí con esto.

  • ¿Perdón? – exclamó sorprendida Amy.

  • Lo que estamos construyendo juntas no se edifica sin cimientos. Sólo porque seas mi esclava no significa que hayas perdido la cabeza. Espero de ti que sigas siendo la abogada inteligente que contraté y que sigas realizando tu trabajo. Sólo me has cedido el control de tu cuerpo.

Amy ladeo la cabeza mientras consideraba lo que acababa de oír.

  • ¿Quiere decir que quiere que le cuestione las cosas?

  • Sólo cuando creas que mis órdenes están equivocadas o que pueden perjudicarte de algún modo. Por supuesto que deberás de tener cuidado de no abusar de ese privilegio. Ten en cuenta que no voy a permitirte lloriquear acerca de porqué no entregaste un trabajo a tiempo y con la calidad esperada.

  • Entiendo. – contestó Amy aclarándose la garganta.

  • ¿Alguna cosa más?

  • Esta noche tengo entrenamiento con el equipo.

  • Sí, lo sé. Mañana te espero fuera de tu casa a la misma hora.

  • Allí estaré.

  • De acuerdo. Puedes retirarte.

Ami salió del despacho y luego, tomando un taxi, fue a su apartamento. Cogió sus cosas y se fue al campo. A medida que entrenaba, le venía a la cabeza imágenes de todo lo que le había sucedido en los últimos días. Todo lo que había hecho y lo que estaba haciendo para cambiar su forma de vida.

Se había vuelto mucho más consciente de su cuerpo y del hambre persistente de su excitación insatisfecha. Veía el mundo con otros ojos y se preguntó cuantas de sus compañeras eran dominantes o sumisas fuera del campo de juego.

Robando un balón lejos del defensa y driblando hacia la portería contraria, se consoló pensando en que, con su actitud, nadie sospecharía que le agradase tanto estar sometida a otra mujer. No había nada que señalase que quería ser la esclava de su jefa.

Sus compañeras de equipo, por ejemplo, no la trataban de una forma diferente. A pesar del vuelco que había sufrido su vida y a de lo agitada que se encontraba, aun era capaz de actuar con normalidad. “¿Y que es normal?”, pensó. La creciente sexualización de su vida y el natural deseo de sumisión a su jefa le estaban aportando una sensación de encarrilamiento, de un sentido a su vida, que no había esperado.

Cuando terminó la sesión de entrenamiento, regresó a su apartamento tranquila. Cenó de pie viendo un poco de televisión. Con nostalgia, echó una mirada a su mullido sillón. “No hay ninguna manera de que Rachel se entere si me siento”, pensó. Pero, sin embargo, sabía que se sentiría inmensamente culpable si desobedecía.

Agotada, tanto física como mentalmente, apagó la televisión a mitad de una película. Bebió un poco de agua fría y se acostó. De forma automática, sin pensar realmente en lo que hacía, se ajustó las esposas y las cerró. Tras la dura jornada, el sueño llegó con facilidad.


El día siguiente transcurrió centrado en el trabajo del bufete, la rutina común de ejercicios con Rachel y el regreso de ambas juntas a casa. Rachel estaba preocupada ante un próximo juicio con jurado y Amy con tener que trabajar con la Directora de Recursos Humanos para encontrar una nueva secretaria para ella.

Durante todo el tiempo que Amy se reunía con Ellen Ness para revisar los currículos y realizar las entrevistas, esperaba que la directora hiciese o dijese algo que indicase su conocimiento de la indiscreción de Amy. Tras entrevistar, sin éxito, a la tercera candidata, ambas mujeres se quedaron solas en la habitación y Amy se revolvió, nerviosa, en su extremo de la mesa de conferencias.

  • Te preguntas porque aun no he hecho nada, ¿verdad?

  • Sí- admitió Amy en voz baja.

  • Estoy respetando el programa de formación de Rachel. Creo que definitivamente harás un mejor trabajo una vez ella haya acabado contigo.

  • Oh.

  • ¿Decepcionada?

  • No. En realidad no. Yo sólo… sólo estaba preocupada.

  • Bueno, no quiero hacer nada por lo que te despidan. – dijo echándose a reír. – Eso arruinaría el poder que tenemos sobre ti. No, me aseguraré de que tus sesiones conmigo no afecten a tu trabajo. Ya sé que Rachel dispone de ti los fines de semana, así que estoy segura de que serás capaz de estar disponible para mí el resto de los días de la semana.

Amy suspiró. Antes de su encuentro con Vivian, no había tenido ninguna experiencia sexual en sus casi treinta años. Ahora, en el espacio de unas pocas semanas, había satisfecho a dos mujeres diferentes y, pronto, se añadiría una tercera.

  • No suspires. Sabes que estás disfrutando de tu nueva posición.

  • ¿Cómo sabes eso?

  • Si realmente no lo hicieses, no habrias dejado que la Sra. DeArmoud te hubiese colocado desde el principio en una situación tan comprometedora o podrías haber dimitido en cualquier momento después de que Rachel te pillase. No hiciste ninguna de ambas cosas. De hecho, no has dejado de caer más en la depravación desde que tu naturaleza se reveló. ¿Me equivoco?

Removiéndose en su silla al recordar alguna de las cosas que había hecho, Amy no respondió.

Ellen sonrió ante el malestar evidente de la joven abogada.

  • Olvídate de tu moralidad convencional y acepta simplemente que eres más feliz sirviendo sexualmente a mujeres más fuertes y poderosas que tú. – Reuniendo sus papeles, Ellen se dispuso a salir de la habitación, pero antes, hizo una pausa colocando su mano sobre el hombro de Amy. – Estoy pensando que nuestra cita podrá ser dentro de una o dos semanas. Espero que la estés deseando tanto como yo.

Tragando saliva, Amy se limitó a asentir con la cabeza.

  • Sí, Señora.

Ellen le apretó el hombro y la dejó a solas con sus pensamientos. En el camino de regreso a su despacho, en el cerebro de Amy se lleno de imágenes arremolinadas de ella sirviendo sexualmente a todas las mujeres del edificio. Después de casi chocar contra una maceta, se obligó a concentrarse en el trabajo. Ya tendría tiempo de pensar esa noche en la soledad de su casa.


El jueves por la mañana, cuando Amy regresaba a su despacho desde el gimnasio, se encontró con un mensaje de la secretaria de Rachel. Esta le pedía la clave de acceso a su agenda y Amy se la entregó. Poco más tarde en su agenda apareció una cita de dos horas para la tarde. Estaba anotada como una reunión de planificación, así que Amy acudió a ella cargada con su agenda de mano y los expedientes que aun le quedaban pendientes.

Amy entró en la antesala del despacho de su jefa y se dirigió hacia la secretaria de su jefa.

  • Um… - trató de articular una palabra pero su garganta se negó a hacerlo. La piel se le erizó mientras pensaba si la mujer sabría de la influencia que Rachel ejercía sobre ella y de las cosas que había hecho la semana pasada.

  • La Sra. Lankford la está esperando. – como Amy no se movía levantó la voz. – Vamos, adentro.

Amy respiró hondo y abrió la puerta. Poco a poco se acercó a la mesa y casi se detuvo cuando Rachel alzó la mirada y la posó en ella.

  • Bien, has llegado puntual. Me alegra saber que nunca voy a tener que esperarte.

  • Uh… sí, Señora.

  • ¿Sabes por qué te he hecho llamar?

  • No. Quiero decir, no, Señora.

  • A partir de ahora añadirás este día y esta hora en tu agenda. Nos reuniremos cada semana para discutir el estado de todos los expedientes abiertos en los que estés trabajando y valoraremos tus éxitos y tus fracasos. – dijo mirando a Amy por encima de sus gafas. – Me tomo mis responsabilidades como tu mentora muy en serio. Habrá premios y castigos dependiendo de tu comportamiento. Soy estricta pero justa.

Amy tragó saliva.

  • Ahora, trae aquí esos expedientes. – dijo rachel apuntando al suelo cerca de su silla. – Arrodíllate lo suficientemente cerca como para que yo pueda tocarte pero no tanto como para que puedas golpearme a mí o a la silla si pierdes el equilibrio.

Amy obedeció preguntándose que cosa podría hacer ella para causarle la pérdida de equilibrio, colocándose lo más comodamente posible que le permitía el estar arrodillada en la oficina de su jefa.

Juntas, revisaron la lista de cosas que se debían haber hecho en los últimos siete días. Amy casi se olvidó de su extraña posición mientras le describía a Rachel con detalle sus actividades y tomaba nota de las astutas sugerencias que su jefa le hacía.

  • No está mal. – dijo Rachel. – Veo tres asuntos que requieren un castigo y cuatro que merecen  una recompensa.

  • ¿Qué entiende usted por castigo?

  • Algo que puede actuar como un incentivo para alguien como tú. – dijo Rachel abriendo el último cajón de su escritorio y sacando de él una pequeña caja. – Tus reacciones el pasado fin de semana me mostraron que eres particularmente sensible a los sentimientos de humillación y vergüenza y que no encuentras el dolor particularmente excitante. Deseo trabajar ese aspecto.

  • ¿Cómo, Señora?

  • Desnúdate.

La palabra pareció resonar en el despacho como un eco. Amy estaba a punto de hacerle una pregunta a su jefa, pero la fria mirada que esta le lanzó la empujó a desabotonarse la blusa con dedos temblorosos.

  • Deja la ropa doblada y ordenada bajo el escritorio. No quiero verla.

Amy obedeció.

  • Ponte esto. – dijo Rachel tendiéndole a Amy un extraño artilugio semejante a un raro par de ropa interior.

Amy se colocó las bandas elásticas en las piernas y tiró del artilugio hacia arriba para colocárselo. Una pieza central de plástico encajaba justo sobre su clítoris.

  • Acércate. – dijo Rachel señalando entre sus piernas. Metiendo la mano en la cajita, sacó una bolsita de terciopelo. Al abrirla, sacó una cadenita con dos pinzas, una en cada extremo.

Rachel comenzó a acariciar los pezones de Amy con los pulgares hasta que estos estuvieron muy erguidos.

  • Respira hondo. – le advirtió mientras sostenía las pinzas abiertas.

  • ¡Ahhh…! – exclamó sin poder evitarlo Amy cuando las pinzas mordieron sus sensibles pezones.

  • No te muevas. Tengo que apretarlas un poco.

Los brazos de Amy se elevaron ligeramente con la intención de alejar de ella los crueles dedos de su Ama.

  • No me obligues a aumentar el castigo. Coloca las manos a la espalda.

Acatando la orden, Amy casi no pudo evitar gemir cuando el movimiento de sus brazos aumentó el dolor de su pecho.

Rachel tomó de nuevo la bolsa.

  • Ahora, cuéntame otra vez por qué estás siendo castigada.

  • Me he demorado con la presentación del caso antimonopolio. – dijo Amy tragando saliva.

En silencio, observó como su jefa sacaba un plomo de pescar de la bolsa y lo colgó de la cadenita que unía las pinzas que mordían sus pezones. Luego, dejo colgar libre el plomo y Amy gimió de dolor.

  • Adelante.

  • Uhhhhh…. No he acabado aún con la primera ronda de entrevistas para cubrir la vacante de mi secretaria.

  • ¿Y?

  • Mi sumario del caso de la Pesquería Boston me ha hecho desatender dos decisiones prioritarias sobre el Circuito 12º.

Rachel colgó dos pesos más de la cadenita y los dejó libres al mismo tiempo. Vio como su pequeña esclava hacía frente, al mismo tiempo, al dolor y la presión. Cuando las lágrimas asomaron a los ojos de Amy, sonrió.

  • A cuatro patas.

Amy obedeció y ahogó otro gemido cuando los plomos se balancearon en la cadena.

  • Hay cuatro motivos por los que voy a recompensarte. Cada premio es de cinco minutos. – y diciendo esto, rachel pulsó el interruptor de un mando a distancia y casi estalla en carcajadas cuando amy se sacudió ante la repentina vibración en su clítoris.

Amy trataba de permanecer inmóvil, pero sus caderas parecían tener voluntad propia. Cada movimiento hacía que los pesos oscilaran. Al final de los cinco minutos, jadeaba.

  • Delicioso, ¿no es así?

  • Sí, Señora.

  • No te has olvidado, ¿verdad?

Se había olvidado. Amy palideció al darse cuenta de lo cerca que había estado de alcanzar un orgasmo sin permiso de su jefa.

  • Gracias por recordármelo, Señora.

  • Ya sabes como has de agradecérmelo.

Amy gateó hacia Rachel y, bajando la cabeza, besó la punta de cada uno de los zapatos de su jefa.

  • Gracias, Señora. – murmuró, más para tener una oportunidad de seguir descansando el peso de los plomos en el suelo que para adorar los pies de su Ama.

  • Muy bien. Ahora tu segunda recompensa.

Esta vez, el ritmo de la vibración aumentó. Amy no se había percatado aun de que el mando, además de encender el dispositivo vibrador, también permitía aumentar la velocidad y la intensidad.

Amy dejó caer la cabeza, una línea de sudor recorría su espalda cuando la desesperante vibración se detuvo.

  • Lo estás haciendo muy bien.

Amy sintió de repente dedos arrastrándose sobre su piel. No se había dado cuenta de que Rachel se había arrodillado a su lado.

  • Me alegra que aún no te hallas corrido, pero la próxima vez será más difícil. No me decepciones y podrás acceder a tu recompensa final, si me lo pides suficientemente bien.

  • Gracias, Señora. – Amy bajó la cabeza y trató de colocar un beso en la entrepierna, cubierta por la falda, de Rachel.

  • Bien pensado. – Su jefa se puso en pie y se subió lentamente la falda hasta la cadera dejándole a Amy libre el camino.

La boca de Amy se hizo agua ante la vista que su jefa le ofrecía y de inmediato se arrastró hacia donde Rachel se encontraba, apoyada en su mesa. Al primer toque de su lengua, Rachel lanzó un hondo suspiro mientras acariciaba el pelo de su sumisa.

  • Le estás cogiendo el tranquillo a esto.

Amy se tensó ligeramente cuando las vibraciones sobre su clítoris comenzaron de nuevo. Agradecía la oportunidad de lamer a su Ama, pues la distracción la ayudaba asuperar su propia necesidad de alcanzar el orgasmo.

Al terminar los cinco minutos, se despejó de los efectos de la vibración y continuó saborendo la hinchada carne de Rachel.

La leve rigidez de los muslos de Rachel alrededor de la cabeza de Amy y la presencia de una mayor cantidad de jugos bajo la lengua de esta fueron los únicos signos que le indicaron a Amy que sus esfuerzos habían llevado a su jefa al orgasmo. Con suavidad, la joven abogada se dedicó a limpiar con su boca los salados fluidos de la hendidura de Rachel. Al terminar, se sentó sobre sus talones y se lamió los labios.

  • Regresa a tu postura.

Amy vaciló.

  • Señora, ¿me da permiso para hablar?

  • ¿Para hablar o para suplicar?

  • ¿Tengo permiso para suplicar? – preguntó Amy?

  • No.

  • Oh. Entonces no importa.

  • Buena chica. Tu placer es decisión mía. Puedes influir en mi decisión a través de tus acciones, pero no trates de manipularme con ellas de ninguna forma.

  • Sí, Señora.

  • Sin embargo, te mantuviste atenta a mi placer a pesar de tu hambriento coñito y te has comportado como una buena chica estos últimos días. Por eso, y porque has trabajado bien, puedes correrte tantas veces como puedas duarante el tiempo que dure tu próxima recompensa.

Amy se estremeció y se dejó caer sobre sus manos. Se maravillo de la destreza con la que su jefa manejaba el mando a distancia aumentando lentamente las vibraciones para llevarla al clímax. A medida que sus caderas se movían al ritmo de las vibraciones, estas hacían oscilar los plomos y las constantes punzadas en sus pezones se transmitían directamente a su clítoris.

Transcurridos unos cuatro minutos, Amy levantó suplicante la cabeza.

  • Por favor…

  • Correte para mí, mi mascota.

Cerrando los ojos, Amy alcanzó el tan deseado orgasmo. Tras él, la excitación se apoderó de nuevo de ella, pero aunque deseaba un segundo orgasmo, el tiempo de la recompensa acabó antes de que lo consiguiera. Tan pronto como cesaron las vibraciones, se precipitó sobre el suelo para besar la parte superior de los zapatos de Rachel.

  • Muy bien. Ahora siéntate. – Dijo Rachel y comenzó a quitarle los pesos y las pinzas. Frotó los pezones de Amy con el pulgar hasta que el dolor disminuyó. – Creo que vas a trabajar más la próxima semana para intentar conseguir más recompensas que castigos, ¿no es así?

  • Sí, Señora.

  • A menos que, por supuesto, que yo aprecie algún fallo.

  • No, Señora. – Amy aun permanecía encorvada a causa del dolor en sus pechos. Con fervor continuó hablando. – No voy a fallar.

  • Ni a tus clientes ni a cualquier otra persona que te ordene atender.

Amy tembló ante las últimas palabras de su jefa. Abrió la boca y respiró con intención de decir algo cuando recordó que Rachel le había dicho que no haría nada que dañase su reputación profesional. Tenía que reconocer que verse expuesta en la consulta médica y ante el personal de servicio de la casa de Rachel fue excitante. Finalmente asintió con la cabeza.

  • Buena chica. Me gusta que te pienses las cosas antes de hablar. – Rachel colocó su silla en su sitio y recogió unos documentos. – Vístete y vuelve al trabajo. Esta noche tengo planes, así que volverás sola a casa. Mañana te recojo a la hora habitual.

Amy tuvo que lidiar con sus pensamientos mientras se vestía. Aun le costaba creer como había cambiado su forma de pensar. Hace solo tres semanas, era capaz de masturbarse a voluntad presa de sus fantasías y, ahora, su placer estaba bajo el control de su jefa y se sentía celosa de que Rachel tuviese planes que no la incluían a ella.

Recogió sus papeles y regresó a su despacho. Se sentó en su escritorio siendo plenamente consciente de los celos que sentía al pensar que Rachel pudiese estar con otra persona. Por difícil que le resultase admitirlo, estaba disfrutando de su sumisión y sabía que iba a esforzarse, a trabajar aun más duro, para asegurarse que Rachel estuviese orgullosa de ella. Quería que Rachel le pusiese su collar definitivo.