La abogada (Boss Lady) I

Amy O'Reilly, joven y prometedora abogada, conoce a Vivian DeArmoud, su nueva secretaria

Este relato es una traducción del original "Boss Lady" escrito por Euryleia Rider y aparecido en las páginas de BDSM library.

Vivian DeArmoud admiraba el juego de luces que se desprendía del esmalte rojo brillante de sus uñas mientras sus dedos volaban sobre el teclado. Estaba comenzando a disfrutar de este nuevo puesto de trabajo. El bufete de abogados Morris, Lankford & Emes LLP ponía a disposición de sus empleados una serie de comodidades que incluían mobiliario de diseño ergonómico y el acceso al gimnasio del edificio entre otras cosas. Seguramente para compensar lo mal que los socios trataban a sus subordinados, pensó.

A ella sus actitudes arrogantes y prepotentes no le molestaban en lo más mínimo. Era capaz de mirarlos directamente a los ojos y ver que escondía realmente esa bravuconería. Interiormente se reía de esos juegos de poder.

La muerte del único hombre al que había amado la había dejado en una posición desahogada que no la obligaba a trabajar. Pero se había dado cuenta de el escenario que los bares representaban para buscar nuevos compañeros de juegos era demasiado predecible; mientras que en oficinas como ésta encontraba un suministro variado y constante de carne nuevo para su establo.

Había entrado a trabajar en la firma después de que su última aspirante a sumisa aceptara un puesto de trabajo al otro lado del país sin consultarle. Vivian suspiró al considerar como se había desarrollado tan intensamente la relación y se comprometió a ser mucho más cauta con su próxima presa.

Decidió que un buffete de abogados sería un coto de caza ideal, lleno de mujeres tratando de hacer meritos y sin mucho tiempo para hacer vida personal. Y, en efecto, la mujer a cuyo servicio entró era un apetecible bocado.

Desde el primer día, cuando consiguió que su jefa bajase la mirada ante ella, supo que había encontrado lo que había estado buscando. El gerente había acompañado a la joven abogada hasta la mesa de Vivian  dejándolas después a solas.

  • Hola. Soy Amy O’Reilly, abogada asociada.

Tomando la mano que Amy le ofrecía respondió:

  • Vivian DeArmoud, trabajadora temporal.

  • Bienvenida a bordo.

  • Espero poder trabajar con usted – dijo Vivian sosteniéndole la mirada.

Amy agachó la cabeza y se sonrojó.

  • Yo también.

  • ¿Cuánto tiempo trabajaré con usted? – preguntó Vivian entusiasmada. No esperaba encontrar una presa tan apetecible con tanta facilidad.

  • Mi secretaria… quiero decir, mi asistente, está de baja por maternidad. Volverá dos meses después del parto.

  • Es bastante tiempo, espero que podamos llevarnos bien. – centró de nuevo su mirada en su nueva jefa y luego le guiñó el ojo. – Es importante que trabajemos bien juntas.

Amy se sonrojó.

  • Um…, sí. Voy a dejar que te instales. Hazme saber si necesitas algo. – dijo mientras volvía rápidamente a su despacho.

Sonriente, Vivian se había percatado de que Amy, en última instancia, había intentado un escape temporal y futil. Como cazadora experta, Vivian sabía lo suficiente de la caza como para permitirle a su presa tratar de escapar. La rendición final era mucho más dulce cuando iba ezclada con desesperación.

Vivian volvió al presente dejando atrás los recuerdos del primer día. Llevaba una semana en el bufete y ya había aprendido rápidamente los procedimientos operativos estándar del trabajo de auxiliar en la oficina. Ya era tiempo de aumentar la presión.

Llevaba una blusa suelta de seda con escote redondo. Recogió el correo de la mañana y pasó a la oficina de su jefa.

  • Buenos días – ronroneó Vivian. Colocó los sobres en el borde más alejado del escritorio de Amy a sabiendas de que ésta tendría que levantarse para llegar a ellos. Como de costumbre, Amy no protesto sobre este pequeño inconveniente.

Vivian se inclinó sobre la mesa para que su pecho se mostrase sin restricciones. Para que resaltase aún más, inspiró profundamente. La mirada de Amy quedó atrapada con fuerza en la visión de esa cremosa piel salpicada de pecas.

  • Oh, eso no está bien.

Amy se sonrojó y apartó su mirada del escote.

  • Lo siento.

  • Bueno, realmente no me importa que me mires el escote, pero preferiría que antes pidieses permiso.

  • ¿Permiso? – gritó Amy.

  • Sí. Es lo que piden las ñiñas buenas cuando quieren hacer algo inapropiado. – dijo Vivian flexionando los brazos. – Tú quieres ser una niña buena, ¿no?

Tragando saliva Amy asintió con la cabeza.

  • Eso no me vale. Quiero que me digas que vas a ser una niña buena.

  • Yo… eh… quiero… uh… - Amy tartamudeaba.

  • Dime que serás una niña buena y que me pedirás permiso antes de hacer algo inapropiado.

Amy finalmente consiguió que le saliesen las palabras. No fue más que un susurro, pero Vivian estaba complacida.

  • Excelente. Recuerda tu cita de las diez y media. El cliente espera en la sala de conferencias G.

  • Gracias. – Amy todavía estaba ruborizada y mantenía fijamente sus ojos sobre el escritorio hasta que Vivian comenzó a dirigirse hacia la puerta de su despacho. Entonces clavó los ojos en las redondeces del culo de su nueva asistente. Estaba absorta en ellas cuando Vivian se detuvo en la puerta y le hizo un guiño.

  • Voy a dejar que mires, pero realmente necesitas hacerlo mejor. Sobre todo si alguna vez quieres ver más.

Amy quedó noqueada cuando su asistente salió de la oficina. No podía entender las contradictorias sensaciones que estaba teniendo. Se sentía estúpida por no haberse enfrentado a Vivian, pero también se sintió arrebatada cuando dijo lo que Vivian le había obligado a decir.

Con un suspiro relegó lo que estaba ocurriendo entre ella y su asistente a la parte de atrás de su mente e intentó concentrarse en el trabajo. Perderse en su trabajo era tranquilizador. Lo venía haciendo durante todos estos años. Primero en la escuela secundaria, luego en la universidad y ahora, por último, en el derecho. Cada vez que algo la hacía sentirse incómoda ella se enterraba en trabajo. Ahora había una preocupación persistente en la parte posterior de su mente y Vivian no iba a apermitir que Amy escapara en este momento.

En la antecámara, Vivian consultó el calendario y luego el reloj de oro fino que lucía en la muñeca. El reloj se lo había regalado un sumiso del que ella se había cansado. No había vuelto a verlo, pero se había quedado con el regalo.

Dirigiéndose hacia el archivo, Vivian se inclinó para mostrar bien su atractivo y amplio trasero justo en el momento en que Amy salía de su despacho. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando Amy tropezó con un ficus del pasillo al no estar fijándose en el camino por hacerlo en las redondeces de Vivian.

  • Pídemelo – ordenó Vivian.

  • Por favor – susurró Amy mirando hacia el pasillo.

  • ¿Quieres que te denuncie por acoso sexual?

El rubor desapareció de la piel de Amy palideciendo al instante.

  • No, por favor no hagas eso. Haré las cosas bien.

  • Entonces dilo.

  • ¿Puedo, por favor… eh… mirarte?

  • Sí, puedes. – Vivian se inclinó hacia el cajón más bajo del archivo. – Ahora vete a la reunión. No querrás llegar tarde.

  • Gracias.

  • Muy bien. Me complace que seas educada. Es mejor a que yo tenga que recordártelo. – Vivian se echó a reír mientras veía a Amy alejarse casi corriendo por el pasillo. Esta iba a ser una gran semana.


A medida que la semana avanzaba, Amy comenzó a tartamudear cada vez que tenía que hablar cara a cara con Vivian. Trató de limitar sus comunicaciones al correo electrónico, la mensajería y el teléfono, pero Vivian frustraba cada uno de los pasos de Amy para aislarse.

Vivian respondía a cada correo, cada mensaje, cada llamada telefónica con una visita al despacho de Amy, sentándose en la mesa de la abogada. Cada vez se acercaba más a Amy, hasta que logró sentarse por encima de ella.

Amy trataba de no rendirse, pero el viernes, ella deslizó la silla hacia atrás cuando Vivian entró en su despacho.

Descansando sus nalgas sobre el escritorio, Vivian separó sus piernas. Su pequeña falda subió por si sola hasta los muslos dejando al descubierto la parte superior de sus medias y las ligas de encaje negro.

Amy se aferró a los apoyabrazos de su silla.

  • Por favor, señora, ¿puedo mirarla?

  • Ya lo estás haciendo.

Amy levantó rápidamente la mirada para encontrarse con la de su asistente.

  • Creo que lo que quieres desesperadamente es acercarte y tocar, pero no estoy segura de que te hayas ganado el derecho a tocarme.

  • ¿Ganármelo?

  • Sí – Vivian se pasó la mano sensualmente por el cuello con los ojos de Amy siguiendo su movimiento. - ¿te acuerdas de cómo debe comportarse una buena chica y como debe pedir permiso antes de hacer algo inapropiado?

  • Es lo que he estado haciendo.

  • Creo que has sido mala.

  • ¿Mala? No, he sido una niña buena.

  • Entonces, ¿quieres decirme que cuando llegas a casa por la noche no te tocas tus lugares más íntimos pensando en mí?

Amy se sonrojó y volvió a bajar la mirada.

  • ¡Respóndeme, niña!

  • Yo… eh… eh… puede que…

  • ¿Puede qué? – Vivian extendió la mano y se apoderó de la barbilla de Amy. - ¿Puede que te hayas masturbado teniendo una sucia fantasía con mi cuerpo?

  • Yo…

  • Dímelo.

  • Pensaba en ti cuando… um… me corría.

  • No recuerdo que me hubieses pedido permiso para hacerlo. – Vivian presionó aun más a su jefa. – Creo que tienes que compensarme de alguna manera.

Amy tragó saliva.

  • ¿Cómo?

  • Vas a abstenerte de obtener cualquier tipo de placer sexual durante todo el fin de semana. Si lo haces bien te recompensaré la próxima semana.

  • Bien, lo intentaré.

  • Nada de “lo intentaré”. O lo haces o te enfrentarás a cargos por acoso sexual.

  • Pero si yo no he hecho nada.

  • Has creado una atmósfera en la que debo someterme a tus avances sexuales porque temo que si no lo hago afectará a mi continuidad laboral. – recitó Vivian su bien aprendido papel. Amy intentó contestar pero ella la hizo callar con la mano. - ¿Crees que alguien te creerá cuando te pregunten sobre como me miras?

Amy negó con la cabeza. En su mente aparecían imágenes de la pérdida inminente de su trabajo. Teniendo en cuenta lo que había en sus fantasías, era difícil convencer a un investigador de que las acusaciones en su contra eran infundadas.

  • Ya nos vamos entendiendo. – sonrió Vivian. – Dime lo que vas a hacer. ¡Uy!, no, quiero decir que no vas a hacer este fin de semana.

  • No voy a tocarme.

  • Bueno, puedes lavarte, rascarte y esas cosas, - rió Vivian. – Simplemente evita que tus dedos te lleven a un orgasmo.

Vivian se levantó y se dirigió a la puerta. Una vez allí se volvió y advirtió:

  • No creas que no me daré cuenta si me engañas.

Vivian volvió a su trabajo diario exultante. Se puso a terminar las tareas diarias con el fin de mantener los altos estándares de la empresa. Terminó de cotejar los documentos de su mesa y estaba a punto de tomar otro grupo de documentos de la bandeja de entrada cuando la puerta del despacho de Amy se abrió.

  • ¿Sí?

Amy miró rápidamente en ambas direcciones.

  • Uh… no se si podré aguantarme todo el fin de semana.

  • ¿Con que frecuencia sueles masturbarte? – Vivian no hizo ningún esfuerzo por bajar el tono de voz.

  • Un par de veces por la noche. – Amy se retorcía nerviosa las manos. – Varias veces al día los fines de semana.

  • Hmmm… Bueno, supongo que, si me lo pides suficientemente bien, yo podría dejarte hacerlo ahora.

  • ¿Qué?

  • Voy a dejar que vayas al baño. Creo que el que está en el tercer piso es el que mejor se ajusta a lo que quieres hacer.

  • ¡No puedo hacer eso aquí!

  • Entonces no lo harás hasta que yo te de permiso la próxima semana.

  • Pero…

  • Tienes que ser castigada, Amy. Accediste a pedirme permiso para hacer cosas inapropiadas y no lo hiciste. Además unas cuantas veces, si no me equivoco por lo que me has contado.

Amy miró de nuevo a ambos lados del pasillo. No tenía elección.

  • Está bien.

  • No tan rápido. Me gusta más cuando eres educada y te diriges a mí como señora.

  • Sí, Señora.

  • Bueno, al tercer piso.

  • ¿Pero… por qué?

  • Porque al estar justo fuera de la cafetería es el más concurrido del edificio. Creo que te mereces el castigo añadido de poder ser descubierta debido a lo que me has hecho pasar. ¿No?

Amy suspiró.

  • Sí, Señora.

  • Excelente, vete pues. – Vivian dejo que su jefa se alejara por el pasillo antes de llamarla y gritarle. - ¡No olvide lavarse después las manos!

Agachando la cabeza, Amy corrió hacia el ascensor con la esperanza de que ninguno de los otros auxiliares o abogados de la planta la hubiesen oído. Cuando llegó al baño se encerró en el cubículo más alejado de la puerta y bajándose los pantalones hasta los tobillos se sentó en el inodoro.

Apoyando los dedos en su clítoris inspiró profundamente. Sabía que si obedecía a Vivian y se masturbaba en su puesto de trabajo entraría en un punto de no retorno. Su asistente tendría un poder sobre ella que la hacía sentir incómoda.

Dio un brinco cuando el ocupante de uno de los cubículos adyacentes tiró de la cadena y el roce de sus dedos fue como un shock. Amy movió la mano en círculos pequeños y su excitación rápidamente creció y estalló. Sus piernas temblaban aun mientras usaba varias hojas de papel higiénico para secarse.

De regreso a su despacho, mantuvo la mirada en el suelo mientras se acercaba a la mesa de Vivian.

  • Has sido rápida.

Amy se estremeció al oir el tono alegre de la voz de Vivian. Asintió con la cabeza y trató de continuar hacia su despacho.

  • Espera… ¿Cuántas veces?

  • Sólo una.

  • Bueno, me complace que te hayas dado cuenta de que sólo me habías pedido permiso para un orgasmo. – Sonrió Vivian. - ¿No tienes trabajo que hacer?

Amy entró corriendo en su despacho y se apoyó contra la puerta cerrada. Era peor de lo que había imaginado. Vivian actuaba ahora como si fuese su dueña. Tampoco podía creer que estuviesa más excitada de lo que jamás había estado en su vida.

Le costó concentrarse de nuevo en el trabajo, pero cuando lo hizo perdió la noción del tiempo. A las cinco en punto la llegada de Vivian la sorprendió.

  • No olvides que vas a ser una niña buena este fin de semana.

  • Sí, Señora.

  • Será lo primero que compruebe el lunes. Buenas noches.

  • Buenas noches.

Amy no quería enfrentarse a su apartamento vacío, así que decidió trabajar hasta tarde. A las once de la noche, cuando finalmente se marchó, había terminado varios escritos y había dejado un montón de papeleo sobre la mesa de Vivian. Así quizás estuviese demasiado ocupada para atormentarla, pensó mientras se adentraba en la noche que constituía el comienzo de dos larguísimos días.


Vivian había pasado un buen fin de semana junto a un matrimonio de sumisos y llagó el lunes al trabajo fresca y relajada. El interior de la oficina estaba a oscuras. Por primera vez desde que trabajaba allí llegó antes que su jefa.

Cuando Amy llegó, diez minutos tarde, lucía círculos oscuros bajo los ojos.

  • ¡Oh!, no parece que hayas dormido muy bien.

  • No, Señora.

  • También pareces un poco andrajosa. – Vivian chasqueó los dedos. – Sé exactamente como mejorar tu concentración. – dijo mirando a Amy y esperando una respuesta.

Obediente, Amy le preguntó:

  • ¿Cómo, Señora?

  • Vamos a tu despacho. – Vivian abrió el camino y se sentó en el sillón de cuero de Amy. – Ahora desnúdate.

  • ¡¿Qué?!

  • ¿Quieres un poco del alivio que tu cuerpo pide a gritos?

Amy asintió con la cabeza.

  • Por favor, Señora. He sido buena.

  • Lo sé. Ropas fuera.

Con dedos temblorosos, Amy se despojó de su traje. Vaciló cuando llegó el turno de su ropa interior, pero obedeció al silencioso gesto que Vivian le hizo con la mano. Completamente desnuda ante alguien por primera vez en muchos años, Amy estaba a punto de llorar.

  • Acércate y arrodíllate. – dijo Vivian señalando el punto donde quería que Amy se colocase. – Abre un poco más las piernas. Sólo un poco más. Así. – Sonrió.

  • Tengo diez minutos de descanso. Tienes ese tiempo para alcanzar tantos orgasmos como puedas.

Amy nunca se había sentido más idiota en toda su vida. ¡Por Dios!, estaba arrodillada y desnuda en su oficina, pensando seriamente en masturbarse. Siempre se había preguntado como se las arreglaban las personas que tenían que hacer cosas humillantes en su trabajo y temía que Vivian podía convertirla en una de ellas. Sin poder empezar, miró suplicante a Vivian.

  • Por favor. – susurró Amy.

  • Nueve minutos.

Gimiendo con desesperación, Amy deslizó su mano en el enredado y húmedo vello entre sus muslos. Miró a los ojos de Vivian y no pudo evitar sentirse excitada, a pesar de lo ridícula que se veía.

Si había sido humillante no haberse masturbado todo el fin de semana, más lo era el estar allí de rodillas haciéndolo desesperada por correrse mientras su asistente estaba sentada en su propia silla mirándola. Aunque también era muy excitante, por lo que no le costó mucho lograrlo.

Mientras frotaba dolorosamente su clítoris, Amy casi se cayó al suelo cuando la golpeó el primer orgasmo. Haciendo apenas una pausa, siguió masturbándose consiguiendo algunos más tras la forzada abstinencia a la que había estado sometida el fin de semana.

  • ¡Tiempo!

Al instante Amy retiró la mano de su coño y permaneció arrodillada y exhausta mirando al suelo.

Vivian se levantó y se colocó junto a ella acariciándole el pelo húmedo de sudor.

  • Muy bien. Eres muy obediente. Me gusta que te portes como una niña buena para mí.

Amy asintió agradecida con la cabeza tratando de recuperar el aliento.

  • Dentro de quince minutos tienes una conferencia telefónica. Creo que deberías permanecer desnuda.

La cabeza de Amy se aclaró de repente.

  • ¡No!

  • Estaré justo enfrente, - Vivian hizo una calculada pausa. – excepto si salgo a buscar un café.

  • Por favor, no haga esto – suplicó Amy.

  • Claro que lo haré. – Vivian caminaba hacia la puerta. – Pon tu chaqueta sobre la silla para que no estropees el cuero. Volveré cuando hayas terminado la conferencia.

Amy permaneció arrodillada, balanceándose de atrás a delante envolviéndose el pecho con sus brazos. No podía creerse cómo había sido capaz de meterse en una situación tan comprometida. De nuevo volvió a pensar en lo ocurrido en los últimos diez minutos sin creer aun el número de veces que se había corrido. Nunca antes había experimentado orgasmos múltiples.

Fue capaz de aguantar desnuda la conferencia. Sus pezones estaban dolorosamente erectos y la humedad escapaba continuamente de entre sus piernas. Cuando por fin colgó el teléfono, tuvo que apretar los puños para mantener alejados sus dedos de su sexo.

Cuando Vivian entró, la miró expectante.

Vivian dejó el correo de la mañana sobre la mesa.

  • Me gusta tu obediencia. Puedes vestirte. – y se marchó sin decir nada más.

Amy se puso su ropa, a excepción de su chaqueta que estaba manchada, y trató de concentrarse de nuevo en su trabajo. Aunque era una tarea difícil pues no podía dejar de sobresaltarse cada vez que Vivian entraba en su despacho. Sin embargo, Vivian actuaba como una profesional y no mostraba que era consciente de la capacidad que tenía de hacer arrodillarse a su jefa.