La ABADESA DE SAN BARTOLO PELLÖN

Triquiñuelas para salir vivo de un pernicioso monasterio donde dejé a la Madre Abadesa a merced de un buen verraco

Tenia claro después de montar a la vieja abadesa, que aquello iba para largo y que la mandamás del convento no iba a soltar una presa fresca como Bartolo, nada más verla refocilar  con ella y las maneras que se gastaba, tenía claro que tenía que salir de aquel monstruoso monasterio de fornicio y depredación .

A los perros hacia ya dias que nos le veía , y a veces le oía aullar lastimeramente, señal de que los depravados monjes estaban con satisfaciendo con ellos todo tipo de caprichos, al igual que hacía conmigo la freila, con la cual podía verme chupando sus bajos durante  horas, o tener que dormime en el seno de sus bajos o descapullar a Bartolo hasta dejar la cabezota roja como un pimiento. La Abadesa no tenia fin, igual le daba ocho que ochenta, como cuando me metió a mi al burro Genaro juntos en un establo para que la follásemos a dúo.

Ese día lo vi claro, Genaro fue verla  y recular, señal de que lo había dejado escaldado, pero como lo del follara es instintivo por mucho reculase el equino Genaro, al pasarle por sus hocicos el mejunje de la freila unido a otros de una burra en celo, a Genaro se le disparó el trabuco y poco después allí estaba colingada la freila Abadesa de Pollón, haciendo que las corridas por el ojete o por el chumino fueran un buen caldo en el cual yo resbalaba hasta encalomarle  hasta lo mismos cojones.

No tenían compasión ni horarios ni numerus clausus, igual se encerraba con los novicios que con los viejos pollones que vetustos padres, todo le era útil, y siempre terminaba encamada conmigo hasta sacarme el unto a base de bien,

Motivo por el cual debía pensar en una huida, pero dejando bien cubierta a la freira, para que no echase en falta la operatividad de Bartolo. Y no era cuestión de tamaño, sino de especialidad, pues el Buen Genaro y yo calzábamos bastante bien com pudimos comprobar en el monacato que pocos monjes se dejaban encalomar, pese a la experiencia de todos ellos.

Llevaba un mes en el monasterio y no veía el momento de irme, e iba paseando por los alrededores del monacato, cuando vi a un porcionero con sus verracos y a estos montando al libre albedrío a las cerdas, y se me ocurrió la idea que a buen seguro que el semental del porcionero podría cumplir las expectativas de la freila, no porque fuera más gordo, sino porque llegaría por su finura y torniquete a donde nosotros no llegábamos.

Me conchabé con el porcionero y a buen seguro que unos dineros y enculamientos varios estaría presto, y así fue fuimos trajinando una armadura para la buena freila, cuando ya teníamos la coraza preparada, quedamos con la Abadesa en los establos del Convento junto con los novicios y cuatro buenas monjas tan jodedoras como monjas,  para ayudarnos en las tareas.

Dejamos a la buena monja en pelota picada a la vez que la íbamos recubriendo de grasa y mejunje de cerda salidera, la Abadesa nada sabía de la historia más allá de que pudiera llegar el turno a Genaro y alguno de nosotros.

La pusimos a cuatro patas y la fuimos enculando cada uno de los presentes, primero los de menor talla y luego los de más tallaje. Allí estábamos dale que te pego, cuando llegó la hora de ponerle bozal a la freila y la armadura , ante lo cual se reveló pues algo no cuadraba en todo aquel jolgorio , la arrastramos hasta un pequeño potro y pronto el porcinero le arremangó un buen zurriagazo al choco y al culo embadurnada su polla los nos mejunjes de sus buenas cerdas.

A la buena monta le pusimos en la boca una buena polla con la que entretenerse, sacamos al enorme verraco que al llegarle el olor de cerda en celo, se puso como loco, de esta guisa le fuimos llevando hasta el objeto de sus deseo, la monta de la buena freila.

Subimos a la espalda de la buena freila protegida por la armadura al verraco  y este tras hocicar  un poco enseguida sacó su berbiquí con el cual empezó a taladrar a la buena señora que no se enteraba de casi nada hasta el fino torniquete le penetró el útero buscando la cerviz, que fue cuando el verraco se atoró para delicia de la monja que se sentía como nunca en la vida llena hasta los mismos bordes. Se corrió el varraco a más y mejor, y pronto los novicios y las monjas de cebaron entre ellos tumbaos ahora sobre la gran Freila que todavía seguía prendada del corto pero intenso polvazo del verraco.

Cuando la freila estuvo de nuevo tranquila y satisfechos los partenaires, la pusimos de nuevo sobre el potrillo y sin armadura dejamos que el verraco la hocicara como le viniera gana y la montara como creyera oportuno pues los agujeros estaban bien aceitados.

Quiso la fortuna o sabe dios que  el verraco acertara ahora no con el gran chochazo de la zorra monja que pedia le metieran una mano por el coño arriba para quitarle tanto furor como tenía. En esas estaba cuando el sintió el latigazo llegarle hasta los mismos intestinos y como el berbiquí se agarra a lo que pillaba para estar dentro de la freila, cuatro o cinco pollazos fueron necesarios para que esta quedara tirada y abrazada al verraco,  que se iba a convertir el amor de su vida, al menos para una temporada.

Me amorré a una madura monja de buenas carnes y culo prieto y chocho lleno de pelos y allí estuve maquila que maquila hasta que Bartolo quedó reducido a su mínima expresión al igual que la monja que a esas alturas de la noche ya no pedía más, ni por un conducto ni por el otro, por lo cual di por terminada mi estancia en el Monasterio de D. Pollón y allí los deje a todos  amodorrados unos a otros, recuperé a mis dos perros que estaban hasta las trancas de follar y ser follados y nos fuimos con viento fresco, mundo adelante.

Gervasio de Silos