L 7

Es descubierta la falta cometida por L y castigada. Primera anilla.

L 7 El incumplimiento de L es descubierto y castigado. Primera anilla.

El lunes, L tiene que acudir al salón como todas las mañanas. Ha decidido plantear a la señorita dejar de hacerlo, por lo que piensa en la conveniencia de mantener una actitud, si no complaciente, al menos amoldada a las circunstancias, evitando cualquier conflicto y sobrellevando esos últimos días de presencia en el salón plegándose a lo que se deseara de ella, con la esperanza de que no se presenten nuevas exigencias, y con la intención de no crearse situaciones más desagradables o que pudieran crearle perjuicios, al tiempo que evitaría castigos; teme a la caña de la señorita y a las posibles heridas que pueda causarle.

L se tiene que presentar como se le ha ordenado. Ha pensado en la falta cometida masturbándose sin permiso y en la obligación de comunicarla nada más llegar, pero ha arrinconado la idea.

"Es lo que me faltaba, presentarme yo misma al castigo. Esa odiosa es idiota."

Su mente está en la forma de plantear su decisión de dejar el salón de modo que sea aceptada sin más complicaciones. Ha considerado el tiempo que aún debe de permanecer en él y en las posibles cesiones que tenga que realizar. Está dispuesta a pasar por ellas con tal de acabar con su situación inmediatamente.

Piensa en cómo arreglarse, quiere aparecer cumplidora y disciplinada, no quiere pensar en "obediente", al tiempo que dueña de la situación, por lo que decide vestirse y aderezarse siguiendo escrupulosamente lo que tiene ordenado sin mostrarse remisa ni condicionada por ello, como si no le importara aparecer del modo en que está obligada a hacerlo. No busca las prendas que muestren menos u oculten mejor, al revés, parecía interesada en favorecer unas muestras con las que quiere poner de manifiesto su dominio de la situación, en una reacción entre instintiva y deliberada para dar la impresión de haber aceptado su situación y no estar condicionada por la forma de vestir, al tiempo que trataba de conseguir llevar la atención sobre su atuendo, distrayéndola del tema que más temía, a pesar de decirse que no se podía conocer su falta.

Elige unas faldas que suben de medio muslo, aunque también suben algo más en la cintura, pero sin llegar a cubrir el ombligo, y una camiseta corta y fina que tampoco llega al ombligo, que queda desnudo, y deja los pezones manifestándose descaradamente. Se maquilla con cuidado para contribuir a mantener la atención en ella, a lo que se añaden las sandalias de tacón muy alto, con lo que ofrece una muestra de sí misma que hace inevitable que las miradas se dirijan a ella. Para cubrirse algo mejor utiliza la camisola más corta y abierta.

Cuando se encamina al salón vuelve a hacerse presente la obligación de comunicar la falta, esta vez de forma más acuciante; sin proponérselo, comienza a platearse lo que debe hacer. Por primera vez piensa que, acaso, lo más prudente sea decir que ha gozado sin permiso, por su propia mano, pero resulta absurdo referirlo, nadie puede saber si lo ha hecho, y ella no está obligada a contar nada a la señorita y menos en temas tan íntimos.

"Es una pretensión absurda y humillante, que ni ella puede exigir ni yo admitir y menos cumplir."

Se reafirma en su postura, pero según se aproxima al lugar vuelve a ella el temor, como si creyera que la señorita fuera realmente capaz de conocer lo que ha hecho. De golpe cae en algo que había dejado de lado, si por cualquier circunstancia la señorita llegara a conocer su falta, eso podía complicar la solución que tiene pensada, ahora al miedo al castigo se añade el temor a la reacción de la señorita en lo más trascendental para ella, que es acabar con lo que ocurre en aquella casa.

"Pero, no puede saberlo." – Se dice decidida. Pero es incapaz de evitar sentirse temerosa de ser descubierta.

Tiene que dejar el coche más alejado que otras veces, precisamente el día que va más "vistosa". "Siempre ocurre lo más molesto", se dice irritada. En cuanto sale del coche cree que todas las miradas se dirigen a ella, y no le falta razón, es muy guapa y va ofreciendo una muestra más que apetecible de su cuerpo, ella piensa que es una muestra demasiado zorra, y así es. Y si a ello se añade el contoneo descarado caben menos dudas de ello. Curiosamente, si en un primer momento siente la vergüenza de su estado después comienza a saborear el atractivo que ejerce sobre quienes se cruzan con ella, sintiéndose la atracción principal; está tentada de incrementar el contoneo, sonríe al pensarlo. Durante el trayecto, que ya no le parece tan largo, se olvida de sus otras tensiones, para centrarse en esa mezcla de perturbación avergonzada y divertida, y también halagadora, que crea su modo de exhibirse. Al girar la última esquina antes de llegar al edificio este se presenta ante ella dando un vuelco a su situación y haciendo que vuelvan a ella los sentimientos desagradables, piensa en lo que va a encontrar y siente el temor a lo que pueda implicar ocultar la falta cometida, lo que hace que se sienta insegura. Vuelve a desechar los miedos con el mismo argumento de siempre: nadie puede saber lo que ha hecho.

Llega al salón, esa cercanía hace que la indicación de zorra aparezca con otras connotaciones, piensa en aquella casa como si fuera una casa de putas y que su proximidad a ella la señalara como una de sus putas, lo que destruye el tractivo que había encontrado en su forma de mostrarse. Relega esa idea pero la que le sigue es aún peor, pues si aquella era una conjetura la que aparece ahora trae los temores anteriores sobre la ocultación que pretende, haciendo que regrese la inseguridad y después se torne en indecisión y con ello se aviva el temor. Espera un momento antes de llamar a la puerta, tratando de recuperar firmeza y decisión, rechazando las vacilaciones. Llama, el hombre abre la puerta, se encuentra ante él, su sola presencia la afecta, pasa insegura, evitando mirarle, como si fuera a él a quien tiene que dar explicaciones y fuera el primero que pudiera percatarse de su falta. Es absurdo estar tan nerviosa, pero se siente culpable y actúa como si tuviera que ocultar un delito. Piensa en que se ha vestido para distraer la atención de quienes la vieran y quiere ponerlo en práctica, se quita la camisola ofreciendo una visión más generosa de sí misma.

.- Dámela, te la guardaré. – L le entrega la prenda sin decir nada. El hombre ha ofrecido su ayuda queriendo contemplar mejor a L, que no piensa en que su intento de distracción va a conseguir lo contrario de lo que pretendía. El hombre se percata del modo en que se muestra la joven, más desahogado, al tiempo que parece no querer ocultarlo, de inmediato, piensa en el motivo, comentará ambas circunstancias a la criada, lo que supone apercibir a esta, por si no se diera cuenta, de lo anómalo de la situación.

El hombre, como suele hacer, la deja sola esperando a que una criada vaya a recogerla. Trata de calmarse, se dice que es una tontería estar asustada, "la señorita no puede conocer lo que he hecho", se repite, queriendo, con ello, darse la confianza y seguridad que echa en falta, y lo que consigue es todo lo contrario.

Cuando llega la criada L la saluda con todo respeto, y en un primer gesto que indica inseguridad dirige la mirada al suelo. La idea de que está dejando indicios de algo anómalo, y que la criada tiene que percatarse de ello, no hace más que incrementar su nerviosismo y con él su inseguridad. Tiene que presentarse, mentir, está esquiva, huidiza. Le fastidia estar pensando en lo que tiene que decir, como si le fuera la vida en ello. Titubea cuando tiene que hablar, está nerviosa, carente del aplomo que da la seguridad en sí mismo, la ausencia de culpa. Se lanza a hablar.

.- Buenos días, señorita. Soy Hembra, vengo a ser domada por la señorita Laura. – Tiene que completar la presentación, por un momento se para insegura, luego sigue hablando. – Confieso... – se paró de nuevo al percatarse que ha iniciado mal la explicación, en lugar de "informo" se le había escapado ese "confieso" que la delataba, dudó en cómo continuar, acaso desdecirse, la criada la mira seria, como si ya conociera su falta, consiguiendo confundirla más, se daba cuenta que la vacilación era media confesión.

.- ¿Acaso tienes que confesar una falta? – La pregunta suena con exigente reprobación, como si hubiera pillado a la culpable.

.- ¡Ah! – Se sentía cogida..., y por la criada. Callaba aturdida. Quiere mentir, pero está segura de que la criada lo notaría, no se atreve a intentar engañar a la señorita Laura, teme hacerlo, delatarse, y piensa en eso, en "intentar", como dando por supuesto que no alcanzará a lograrlo.

.- ¡Confiesa, Hembra! – La criada exige con firmeza, y ya la confesión, lo que implica la falta, y ambas saben cual es.

.- Señorita... – Baja más la cabeza, casi en una inculpación, que intenta ocultar, como si en su rostro se viera reflejada su falta. Está asustada, temblorosa. Por un momento siente que no puede comportarse de ese modo, que está haciendo todo mal, que la señorita Laura no puede conocer si se ha masturbado o no. Se va a ir, se va a despedir. Entonces, esa idea aparece contribuyendo a asustarla, desalentándola de su falsedad. No quiere aparecer como tramposa, dificultando el trato con la señorita. La criada será quien decida por ella.

.- ¡Ponte de rodillas y confiesa tu falta!

.- ¡Ah! - Gemía, trémula, asustada, avergonzada. – No, por qué… – No quería admitir, no quería confesar, ni arrodillarse y menos ante una criada, y será esta quien exija, quien obligue.

.- Hembra, es inexcusable la confesión si quieres que la señorita te perdone. Arrodíllate y confiesa tu delito. ¿No querrás que diga a la señorita que te has resistido a confesar?

.- ¡Ah! No, pero, yo no… – Casi lloraba, de rabia, de temor, sintiéndose cogida, sin alcanzar a defenderse, diciéndose que ella no tenía que confesar nada y menos temer un castigo que nadie tenía derecho a imponerla, trémula de abatimiento, confusión, irresolución. Sin saber cómo se encontró arrodillada delante de la criada, obedeciendo una orden indebida, que nunca debiera obedecer, que implicaba su culpa.

.- Hembra, confiesa tu falta.

.- Señorita..., me he masturbado. – Gimió, de vergüenza, de humillación, de desazón, de miedo. Ahora teme la reacción de la señorita, el seguro castigo. Quiere pedir perdón, disculparse ante la criada, ganársela, tenerla a su favor, como si la criada fuera parte importante en lo que fuera a suceder.

.- Lo siento, por favor señorita… le ruego me perdone.

.- Quien tiene que perdonarte es la señorita Laura…, y castigarte.

.- Señorita… – Pasa por su mente la idea de suplicar que no lo diga a la señorita Laura, pero comprende que si lo pide agravará su situación, sería otro intento de ocultar la verdad. Calla.

.- Levántate. – Lo hace temblorosa, humillada, asustada. No ha visto aproximarse al portero, que se acercó queriendo saber si sucedía algo ante la tardanza de la criada en volver con L, y al ver lo que ocurría se ha quedado para no perdérselo. Mira a L, sonriendo divertido, que al incorporarse le ve, bajando de inmediato los ojos, nuevamente humillada. – Vamos, hembra.

La criada la conduciría a la sala de doma llevándola delante de ella. L, cumpliendo perfectamente con las formas obligadas, meneaba el culo con descaro, con los brazos doblados y las manos en la cintura, abiertas hacia delante, en la postura que más y mejor la ofrece, tensando la espalda y echando las tetas hacia fuera, sabiéndose controlada, así pasaría delante del hombre, no quiere ver sus ojos y mantiene los suyos bajos, aunque sabe que él la estaría contemplando, imagina cómo, casi "ve" su mirada divertida y superior, y no está descaminada, el portero no pierde detalle de sus muestras de sometimiento ante la criada, y la forma en que la joven realiza esa especie de paseíllo ante él. Sabe lo que hay detrás de ello y sonríe complacido, al comprobar cómo esa joven que, desde que llegara, había tratado de mantenerse displicente y distante como si fuera libre de decidir, tiene que pasar por el aro y someterse de modo humillante ante una criada. Piensa en el buen hacer de la señorita Laura que sabe meter en cintura a esas jóvenes ariscas y soberbias. Y algo parecido sintió L, él estaba viendo como se la estaba domando, y esa idea que por un momento la sublevó, después quiso desecharla, quizás porque la sabía cierta, o porque estuviera demasiado atemorizada pensando en las consecuencias de su intento de engaño. "Pero, no ha habido engaño… No puede decirse que he mentido, solo he tardado en confesar mi falta, nada más." "Y me voy a ir". Se dijo, con más rabia que decisión.

Llegaron a la sala, allí se desnudaría sin necesidad de recibir la orden de hacerlo. Permanecía con los ojos bajos, avergonzada de su confesión, de estar ante la criada, sintiendo una especie de suciedad, como si lo que había hecho supusiera algo indigno, denigrante, al tiempo que no puede evitar el temor al castigo. Cuando acaba de desnudarse se coloca en posición de respeto. Piensa que la señorita la azotara, no quiere sufrirlo, está a punto de decirlo. Vuelve a pensar en pedir a la criada que no diga nada, pero sabe que esta no callará y lo hace ella, y luego se deja hacer por la criada, que la manda inclinarse, lo hace con un estremecimiento, sabe lo que puede llegar después, y llega lo sospechado. L siente la vergüenza de la acción, que comienza por ponerla un lubricante que la criada coloca metiéndola un dedo en el culo y barrenado en él, luego nota el cilindro hendiendo el agujero y la inicial molestia, siente como va pasando, la criada lo introduce presionando hasta que queda perfectamente colocado y fijado entre las nalgas. L lo soporta con mucho más apaciguamiento y entrega que en las ocasiones anteriores, ahora se sentía, se sabía culpable, y por tanto necesitada de perdón y obligada a mostrar su arrepentimiento. En lugar de quedar en posición de respeto, la criada hizo que se arrodillara, con la cabeza baja y el tronco inclinado, lo que hace que las tetas queden ligeramente colgantes, las rodillas muy separadas, que permiten mostrar mejor el falo que lleva clavado en el culo, las manos colocadas a lo largo del cuerpo, sin tocarlo, y con las palmas abiertas hacia delante. Lo hace con sumisión, obedeciendo sin el menor asomo de rechazo o molestia, como si lo aceptara como algo obligado, como parte de un castigo merecido.

.- Espera así a la señorita y pide perdón cuando llegue, que se apiade de ti y reduzca tu condena.

La criada se marchó, dejando a L absolutamente trastornada, anonadada, la recomendación de la criada la ha asustado aún más. No comprende qué hace allí, cómo se avenía a permanecer arrodillada, esperando a una señorita que iba a castigarla, no tenía dudas que la azotaría. Quería levantarse, huir, pero no se atrevía a moverse, a cambiar la postura que la criada había hecho que compusiera. Sentía el miedo que se había apoderado de ella, consiguiendo que se inculpara de lo sucedido.

"¿Pero, por qué habré hecho eso? Lo tenía prohibido, conocía que la señorita me castigaría si lo hacía."

"Tengo que pedir perdón, prometer que no volverá a suceder. Nunca me masturbare sin su permiso."

Ni siquiera pensaba en que no tenía que haber hablado, que no debía haberse mostrado vacilante, que tenía que haber ocultado, mentido, que no debería estar de rodillas esperando un castigo que nadie tenía derecho a imponerla y menos por la realización de un acto que era algo exclusivamente suyo, personal, íntimo. Ni tampoco pensaba en que tenía previsto resolver su problema definitivamente avisando que iba a dejar de acudir cuando se cumpliera el tiempo fijado, que debía comunicarlo ese mismo día para no alargar más el plazo de permanencia en ese lugar.

Recordó el comentario de la señorita cuando pudo desobedecer por primera vez el mandato de no masturbarse, había dicho que de haberlo hecho recibiría el castigo adecuado, pero hubiera demostrado que tenía cierta raza, ahora podía demostrar esa raza, haciendo frente al castigo sin demandar clemencia, admitiendo su falta pero sin huir del castigo, pero temía demasiado a la caña, no podía evitar querer minimizar el castigo. ¿Qué le importaba aparecer como una hembra de raza si la destrozaban el culo a golpes? Pediría perdón todo lo humilde y rendida que fuera necesario… y clemencia.

Y esas ideas chocaban con las que preguntaban por qué no se rebelaba, por qué ni siquiera resistía. Podía levantarse, enfrentarse a la señorita. No pensaba en las consecuencias en su empresa, entre sus amigos, caso de conocerse lo que estaba sucediendo en aquel lugar, solo la preocupaba el castigo, el miedo al dolor, a las heridas, y eso no lo pararía enfrentándose a la señorita, solo lo mitigaría mostrándose sometida, pidiendo humildemente perdón, y estaba dispuesta a hacerlo.

"¿Por qué no me niego al castigo? ¡No quiero ser castigada! No tienen derecho a hacerlo."

"Pero me lo merezco por tonta. Soy tonta, ¡tonta!… Mira que haberme masturbado… No se controlarme… Y sabía lo que podía pasar… Y encima lo cuento…, no soy capaz de callarme… Soy tonta…"

"Debo solucionar mi situación, no puedo crearme más problemas, ni comprometer la respuesta de la señorita."

Escuchó ruidos, se tensó, componiendo la figura, con el torso inclinado hacia el suelo y la cabeza aún más inclinada y la mirada fija en el suelo. Nota como las tetas se separan aún más del pecho para caer colgando de él. Tiene la impresión de que pesan más. La idea de los azotes se apodera de ella, asustada, pensaba en cómo evitarlos. La desnudez adquiría otra característica para convertirse en carne ofrecida al castigo, que propiciaba la crudeza de este al caer directamente sobre la carne indefensa. Los pasos, conocidos, se acercaban sin prisa, llegaron hasta ella, reconoció los pies de la señorita, ese día no llevaba botas ni medias, en su lugar unas sandalias de tacón alto, que dejaban ver los dedos perfectamente pintados, elegantemente femeninos. Por un momento, L pensó en postrarse y besarlos, para demostrar su entrega y arrepentimiento, pero la señorita se movió, y ella permaneció quieta, con la cabeza inclinada, sin atreverse a mover, tratando de demostrar su sometimiento con la postura sumisa, y al tiempo conseguir la benevolencia de la señorita, ablandarla, disminuir el castigo. Las piernas volvieron a moverse para ir hacia la espalda de L, supuso lo que podía llegar a continuación.

.- Perdón, señorita, le ruego me perdone. Prometo no volver a desobedecerla. Por favor, perdóneme. No volveré a masturbarme sin su permiso.

¡AAAAHHHH!

El golpe cayó brutal sobre la nalga derecha, cruzándola en diagonal de abajo a arriba. L cayó de bruces, quedó apoyada sobre los brazos, con el culo hacia arriba.

.- Perdón, señorita, perdón. Se lo ruego. No volverá a ocurrir, se lo prometo. No me pegue.

Ahora el miedo se había convertido en un terror irracional a que los golpes rajaran el culo. Era la primera vez que se había merecido un castigo por una falta admitida de desobediencia expresa y L temió lo peor, alejada de cualquier consideración sobre lo que se podía o no hacer con ella, sobre sus posibilidades de huida, sobre su reacción. Daba por hecho que la señorita haría lo que quisiera, casi aceptaba que tuviera ese poder, o al menos, no se planteaba discutírselo, ni siquiera ponerlo en duda, bastaba saber que se encontraba sometida a ella, y que sería la señorita quien decidiera sobre lo el castigo que recibiría. Era pues a ella a quien tenía que aplacar y quería hacerlo, como fuera, para que al menos, no se causaran heridas permanentes.

Otro golpe inmisericorde cayó sobre el culo, haciendo chillar a L.

.- De manera que no volverás a masturbarte sin mi permiso.

.- No… no, señorita. – L habla entrecortadamente, tratando de contestar a la señorita, que ya se había apercibido de las marcas en el culo de la joven que no se correspondían con las dejadas por la caña, lo que indicaba que durante el fin de semana había habido algo más que la masturbación que L confesaba. Pero no la interesaba entrar en ello, solo lo tendría en cuenta para saber que L no contaba todo, que trataba de ocultar, aunque nunca le hubiera prohibido que tuviera relaciones sexuales, solo que no se masturbara, y sobre todo para saber que tenía que atar mejor a la joven, y conocer lo que hacía fuera del club, no fuera a crear problemas en la doma.

ZAS

.- ¡AAAAHHHH!

El tercer golpe, aún más virulento, llevaba la cólera de la señorita por las marcas que denotan una libertad en L que quiere cercenar. "Si alguien te va a dejar el culo marcado soy yo, marrana", se dice enfurecida.

.- ¿No te parece que es un poco tarde y que eso lo debías haber pensado cuando cometías tu gravísimo delito?

L gemía de dolor y temor. Luego contestó temerosa de que la señorita continuara su castigo.

.- Lo siento…, señorita…, perdóneme. – Admitía un lenguaje completamente desacorde con la realidad, ella no había cometido ningún delito, ni siquiera una falta, en todo caso había desobedecido un mandato de quien no tenía poder para ordenarla nada, y menos en esos aspectos.

L permanecía con el rostro sobre el suelo. La señorita avanzó un pie hasta ponerlo a la altura de la cara de L, quien, al darse cuenta de esa presencia, y casi inconscientemente, adelantó la cara y comenzó a besarlo, como queriendo demostrar a la señorita su entrega y sumisión. Ésta dejó que siguiera, esperando comprobar lo que tardaba en acabar, y L, creyendo encontrar en ese acto una especie de escudo protector ante los golpes, continuó besando el pie con auténtica entrega, con ardor, sin dar muestras de cansancio ni de desistimiento. Sería la señorita quien acabara con el gesto.

.- No sé si romperte el culo además del castigo que te tengo preparado.

.- ¡Aahh! Señorita, perdóneme. No me azote más.

.- Quiero ver cómo te masturbaste, repite lo que hiciste.

.- Sí, señorita, como usted mande, señorita Laura.

L acogió la demanda casi como un regalo, algo que la alejaba del miedo a la caña. No pasó por su cabeza negarse, aceptando hacerlo tal y como lo realizara el día anterior, sin plantearse el menor disimulo de unas acciones que debían hacerse en privado.

.- Señorita...

.- Habla.

.- Tengo que sacar el... enculador.

.- Sácalo.

Con mano temblorosa, L sacó el objeto del culo, sin dudar lo llevó a su boca y los dedos de la mano derecha a la entrada del culo, enseguida tenía un par de ellos dentro de ese agujero, después llevaría los de la mano izquierda al sexo, pero así como el culo estaba lubricado como consecuencia de la introducción del enculador, no ocurría lo mismo con el sexo, tuvo que sacar los dedos de la mano derecha del culo y sustituirlos por los de la izquierda para que estos se untaran con el lubricante que permanecía en la entrada al agujero, luego unos y otros regresarían a culo y coño, comenzando a moverse en ellos, intentando excitar a su propietaria, pero la mente de L estaba en la presencia de la señorita y en el deseo de complacerla que actuaba como inhibidor de cualquier respuesta de su cuerpo. Así estaría un rato, sin conseguir la calma precisa, sintiendo unos dedos que no eran capaces de lograr el resultado apetecido. La señorita la ordenó:

.- Juega con el enculador en el culo.

L lo sacó de la boca e introduciéndoselo en el culo comenzó a moverlo en él. Era más grueso que sus dedos, por lo que lo sentía bastante más, sobre todo al meterlo y sacarlo del culo, y sería esa acción lo que comenzara a distraerla de sus otras turbaciones, a pesar de la vergüenza que generaba en ella, se estaba enculando a sí misma, penetrándose con el falo, que metía hasta el final en cada penetración, en lo que quería fuera un ofrecimiento a la señorita, otra muestra de cumplida obediencia, de sumisión a ella, después consiguiendo ir concentrándose en los toque sobre su cuerpo, y poco a poco dejándose llevar por ellos, hasta que los dedos que se ocupaban del coño lograron las primeras reacciones a su labor. Entonces la señorita movió el pie que había puesto ante la joven llevándolo hacia su rostro, L comprendió lo que se quería, y colocando los labios sobre el pie, reanudo sus besos, mientas utilizaba el falo en el culo, y los dedos en el coño, con las piernas muy separadas, una mano entre ellas y la otra por detrás, ajena ya a cualquier otra cosa, concentrada en esas caricias que se proporcionaba a sí misma y en los besos con que demostraba su sumisión a la señorita. Irían apareciendo las reacciones naturales, pero no eran suficientemente intensas para que L alcanzara el clímax.

.- Ponte en pie, marrana.

L se incorporó de inmediato, quedándose en posición de respeto ante la señorita. Está completamente desnuda, ofreciéndose tensa, con las manos a lo largo del cuerpo, echando los hombros hacia atrás, lo que hace que las tetas lo hagan hacia delante. Notó el falo en el culo, temió que se escapara y se cerró sobre él. La señorita se puso delante, la agarró por el coño con su mano derecha.

.- Tú sigue enculándote.

.- Sí, señorita.

Lo haría, mientras la señorita se ocupaba de su coño, y lo haría sin ninguna suavidad, como quien quiere demostrar que manda y es dueña de hacer lo que quiera. L recibe la mano sin la menor oposición, ni siquiera con desagrado o vergüenza, casi sintiendo esa presencia en su zona más íntima como un derecho que la señorita tuviera sobre ella. La mano aprieta el coño hasta hacerla daño, L se queja con pequeños gemidos, mientras continúa moviendo el falo en el culo. Los dedos de la señorita aprietan más el coño, luego se introducen en él, siempre con firmeza, sin vacilaciones ni delicadeza, pasan sobre el botón más sensible, rozándolo, lo que hace gemir de nuevo a L, y como si eso molestara a la señorita, coge el botón entre sus dedos y comienza a apretarlo, L calla, no quiere enfadar a la señorita, que continúa apretando ese trozo de carne, hasta hacer que L se encoja de dolor.

.- Marrana, sigue enculándote. Y mantente erguida y respetuosa.

.- Sí, señorita Laura.

L que se había distraído con el dolor, vuelve a mover el falo en su culo. La señorita disminuye la presión sobre el clítoris, lo que supone tal alivio para L que casi es un gozo, los dedos de la señorita se introducen en el coño de la joven actuando como si fueran un falo. L comienza a sentir un calor especial con los toques de la señorita, que proviene más del aspecto emocional que del físico. Se siente dominada por ella, sometida. Obedece como si estuviera obligada a hacerlo, y no por la fuerza, sino por la autoridad y posición de la señorita. Ahora siente los dedos de esta como muestras de su poder, que aprieten, que se impongan, que dominen, que hagan daño, todo ello aparece como parte y demostración del poder de la señorita, parece que dejan de ser medios de castigar, de dañar, para convertirse en modos de dominar, de vencer la resistencia de L, de superar su voluntad, de domarla, y con ello se convierten en maneras de enardecer, de inflamar, de excitar.

L gime por los dedos pero no por el dolor, están apretando el clítoris que comienza a responder de modo distinto, como si recibiera una caricia. La señorita nota el cambio y continúa con sus toques hasta que estos comienzan a crispar a L, entonces los detiene.

.- Continúa tú, marrana, ocúpate del culo y del coño.

L, que ha temido que la señorita diera por concluida la acción, recibe con alivio la orden, que obedece de inmediato. Ahora sus dedos toman el relevo sobre una carne preparada y dispuesta, que recibe sus toques con ansiedad y excitación. Ahora es ella misma, actuando sobre su propia carne, quien mantiene unas acciones similares a las que efectuaba la señorita Laura, ahora es ella quien introduce el falo con fuerza y firmeza en su culo, quien aprieta su carne, quien busca sentirse exigida, dominada, sometida, dolorida, entregada. Ahora el dolor es parte decisiva en el encuentro del placer, aprieta una carne doliente, que responde con mayor dolor, pero es un dolor querido, buscado y eso se traduce en oleadas de placer, en flujos de humores que empapan sus dedos, resbalando por la mano. Como sus dedos no son capaces de llevar a cabo la penetración que su cuerpo demanda, actúa sobre su culo, que este sí disfruta de la penetración que necesita, y los dedos actúan con rudeza, y el culo parece querer absorber el falo que le encula, y ella querer sentirlo abriendo, dominando, incluso dañando, mientras su otra mano sigue con esas caricias hirientes. Sigue en pie, se ha echado un poco hacia delante, olvidada de la orden de la señorita para mantenerse erguida, sin importarle nada lo que hace, lo que muestra ente ella, olvidada también de su presencia. Es la señorita quien no quiere ese olvido, quien desea que ella sea consciente de estar siendo contemplada, de que ve lo que hace, que sienta la vergüenza de sus actos. Para devolverla a la conciencia de su posición, lanza la caña con fuerza sobre los muslos de L, que grita de dolor, encogiéndose en una reacción dolorida y defensiva, para luego mirar sorprendida.

.- ¡Marrana, te he dicho que te mantengas erguida! ¡Continúa!

L, que ha temido que la señorita cortara una acción, que a pesar del dolor del golpe, no podía quedar incompleta, recibió la orden de continuar con tal complacencia y alivio, que lo agradeció, casi agradeciendo también el castigo.

.- Gracias, señorita, muchas gracias. – Y diciéndolo se irguió, para de inmediato continuar con los anteriores actos, que parecían una continuación del castigo que acababa de recibir, al realizarlos con un empuje y violencia que llegaban a compensar la solución de continuidad que había supuesto el golpe de la señorita. Y como si quisiera no poner en riesgo la obtención del placer que tanto ansiaba y necesitaba, no tardaría en estar en la situación de conseguirlo. Recordó que no podía hacerlo sin el permiso de la señorita.

.- Señorita

.- Habla, marrana.

.- ¿Me permite correrme como una marrana en celo? – Estaba aplicando la falsilla al pie de la letra. La señorita sonrió.

.- No marrana. Ya está bien. Ya te corriste cuando no debías. – Para cortar las acciones de L apoyó la negativa con un golpe de la caña sobre mano y coño, haciendo que aquella se separase de este, al tiempo que surgió una queja en L, que era más por la ruptura de la situación y la frustración de un goce tan deseado como esperado que por el dolor del golpe.

La señorita la haría trotar un rato y después añadiría un nuevo ejercicio, este más exigente físicamente. Se trataba de caminar en cuclillas, con las manos en la cabeza y el falo en el culo.

Solo ponerse en cuclillas era molesto, y con el objeto en el culo, y la sensación de que se pudiera salir en cualquier momento, se hacía difícil de soportar. Pero, además caminar de esa forma, constituía un esfuerzo intenso, desagradable, humillante, aunque los tacones facilitaran la postura. Parecía que la señorita buscara las acciones que más podrían vejarla y maltratarla, y en este caso se requería un esfuerzo especial que resultaba cansado, penoso y difícil, pero que L realizaría sin osar manifestar la menor muestra en contra. Se percataba que la señorita ya había conseguido algo muy importante: tenerla sometida y realizando lo que se quería de ella, lo que se le mandaba, sin apenas más oposición que los pensamientos confusos de rechazo, que de vez en cuando y cada vez de forma menos frecuente, pasaban por su mente, y en ese momento menos aún. Su cuerpo está todavía rezumando deseo y ansiedad por el placer frustrado. Cuando trota o camina en cuclillas siente latir su sexo privado del desahogo natural.

Luego la señorita le ordenara que baile, haciéndolo conforme a los modos que le había enseñado y añadiendo algo que suponía un nuevo paso en el ofrecimiento que hacía de sí misma, de su cuerpo, ante los posibles espectadores de su baile.

.- Tienes que pensar en ofrecerte a quienes te contemplen, tienes que ir pensando, incluso diciendo en voz alta lo que deseas, lo que ofreces, lo que quieres conseguir, lo que quieres dar, lo que se te puede pedir, exigir. Tienes que ir poniendo en valor tu cuerpo y decirte tus atractivos, haciéndote consciente de todos ellos, de lo que ofreces, de lo que muestras, de lo que pretendes, lo que te hace deseable. Ahora te diré algunas cosas que tú repetirás, añadiendo las que tú misma creas apropiadas. Todo lo harás para mejor atraer al macho, a quien te ofreces para que te cubra, para que te use como hembra. Ese es el objetivo a conseguir, debes llamar su atención para después atrapar el mejor. Si no haces las cosas bien, si no estás atenta y hábil, habrá quienes se te adelanten arrebatándote los machos más fructíferos, más lucrativos. Ahora escucha y aprende, luego repetirás.

Si L había escuchado la explicación como algo casi absurdo, que no tenía sentido, o ella no se lo quería encontrar, lo que llegaría a continuación volvería a incidir en lo que no quería ni podía admitir, pero se veía obligada a obedecer.

.- "Míreme, estoy bailando para usted. Quiero complacerle, quiero que se fije en mí, por eso bailo para usted." Repite lo que acabo de decir. Y L repetiría, avergonzada pero sin atreverse a desobedecer a la señorita.

.- "¿No le gusta lo que hago? Me muestro para que usted me vea y me desee. ¿Acaso no le gusta mi culo? Lo estoy abriendo para usted, si le gusta puede meter su polla en él, a mí me encantará que lo haga. Decídase, elíjame, yo le haré feliz. " Repite.

L trataba de repetir, pero esas menciones, esas peticiones a meterle la polla se le hacían muy difíciles de realizar.

.- ¿Para qué abres el culo, Hembra?

.- Sí, señorita. – No sabía qué decir.

.- Para que el macho te meta su polla, ¿es así?

.- ¡Ah! Sí, señorita.

.- Pues dilo, ofrece tu culo al macho. Pónselo atractivo, que le apetezca ensartarlo.

.- Sí, señorita. – Pero no lo hacía.

ZAS

.- ¡Aahh!

.- ¡Ofrece el culo!

.- Señor..., estoy ofreciendo el culo..., quisiera que lo aceptara..., que lo tome..., por eso lo abro... – Y L decía lo que la señorita deseaba, y lo decía sintiendo el falo que tenía incrustado en el culo, que mostraba y tocaba, al tiempo que se ofrecía.

.- ¡Sigue ofreciéndote!

.- Sí..., sí... Señor, míreme, me ofrezco a usted..., quisiera que... me eligiera..., no me desprecie...

.- Habla de tu culo, de tus tetas, de tu coño. Describe sus valores, sus atractivos, todo lo que les hace apetecibles, deseables, todo lo que supone una llamada al macho para que te use, para que te tome, para que te haga hembra. Di:

"Estoy abriendo mi culo para usted…, vea que bien dispuesto le tengo, para facilitar que meta su polla en él, lo he estado preparando para usted, para que usted pueda usarlo del modo más agradable, más placentero."

"Y si prefiere joderme…, tengo un coño depilado, muy apetecible."

"Y si le gustan mis tetas…, son para usted…, me encantará que las chupe…, y después…, puede usted hacer… lo que quiera conmigo."

L escuchaba como en un sueño para después repetir de modo casi mecánico, como alejada de la realidad. Quizás ese fuera el modo en que se podía defender de lo que decía, de esas ofertas de sí misma que solo podía realizar la peor de las rameras.

Durante esos minutos de baile L se ha distraído de las ansias de su cuerpo superadas por esos ofrecimientos desvergonzados que habían centrado toda su atención, pero la siguiente orden iba a reanimarlas.

.- Ofrécete mientras te acaricias, especialmente lo que ofreces y los agujeros por los que quieres que el macho te use.

L gimió ante la orden humillante y vejatoria. Incomprensiblemente, inmediatamente surgió otra sensación, otro deseo, al regresar a ella el anhelo relegado de volver a sentir su cuerpo excitado. En un gesto casi inconsciente dirigió su mano derecha al coño cuyos latidos volvía a sentir. La señorita contemplaba todo sonriente. Conocía el estado de excitación en que había quedado la joven y quería sacar provecho de él, pero no como L deseaba. Tenía otros planes para ella. Para cortar el primer gesto de L utilizaría el mejor procedimiento, un golpe en la mano y el coño, que frustró, otra vez, las intenciones de L.

.- Baila, acaríciate y ofrécete sin pretender buscar tu placer. Estás para buscar, ofrecer y conseguir el placer de los señores, tu excitación es una forma más de ofrecerte, de mostrar lo deseosa que estás de ser usada, y de excitar a tu pareja. Una hembra en celo es el mejor atractivo para un macho. Rezuma para que te huelan. Si lo haces bien podrás aspirar a que te cubra el macho, y quizás lo obtengas. Ese será tu premio. Contrólate para él y consigue que te elija a ti.

Y si L encontraba bochornosas y denigrantes ese tipo de explicaciones, no podía evitar algo que la abochornaba aún más, su cuerpo respondía a ellas rezumando como la señorita quería que lo hiciera. Sin poder evitarlo deseaba a ese macho a quien debía mostrarse, ofrecerse, y en su defecto, ansiaba volver a acariciarse, a sentir como la excitación y el deseo recuperaban todo su vigor, se apoderaban de ella. La idea del macho prometido apareció ante ella con una fuerza imprevista, lo deseó, sin saber quién podría ser.

L comenzaría el baile con la idea del macho en la cabeza, y esa idea sería parte importante para que realizara los gestos y ofertas indecentes que deberían conseguir ser elegida. Durante un buen rato L bailaría mostrándose, ofreciéndose, al tiempo que tenía que controlar las caricias que realizaba en su cuerpo para no dejar que este se desbocara. Y si se acercaba demasiado al límite de la excitación la señorita la recordaba su deber con un certero golpe de la caña que cortaba la peligrosa aproximación.

L se encontró escuchando unas ofertas de su cuerpo que poco antes había sentido denigrantes y que ahora, sin dejar de saber indecorosas e infamantes, realizaba con la ansiedad de conseguir el sosiego de sus sentidos, encontrando en ello la justificación a lo injustificable, que lo era aún más cuando surgía la idea del macho para el que hacía todo aquello y a quien quería conseguir, entregarse, lograr que usara de ella. Cuando eso ocurría trataba de desecharlo, pero sin querer realmente que desapareciera, era demasiado excitante y placentero como para querer perderlo.

.- Señor, me estoy ofreciendo para, si os apetece, toméis mi coño, uséis de él. Me encantaría que me jodierais. – No comprendía cómo podía decir esas cosa, pero las decía y al tiempo separaba los labios del coño para mostrar este, para ofrecerlo más y mejor.

Pasaría al culo con una oferta semejante. Inclinada, abriendo las piernas para mejor mostrar el agujero, y separando los carrillos para después introducir unos dedos en él.

.- Bien, marrana, sigue así, anima al macho para que quiera gozarte, para que quiera montarte. Si lo haces bien serás la elegida. Ofrécete más, que te vea solo a ti.

Y L se esmeraba en hacerlo lo mejor posible, cada vez más excitada y cada vez más deseosa de ser elegida, confiando en la palabra de la señorita como si tuviera un macho dispuesto y esperándola.

La señorita, conocedora de las ansiedades de L, estaba sacando partido de ellas. Ahora iba a llevarla por otros derroteros.

La primera anilla

.- Debería marcarte el culo con la caña, pero he preferido que lleves un piercing.

.- Gracias, señorita, muchas gracias. – Asustada por la amenaza de la caña, acogió con alivio el piercing, después comprendió que podía suponer también dolor y quizás vergüenza. Se atrevió a preguntar. – ¿Dónde?

La señorita rió divertida.

.- Debería decirte que ya lo verás. Pero será en la nariz.

.- ¡Ah!

.- Acaso no lo quieres.

.- Sí, señorita. Muchas gracias, señorita. – L pensó que sería en un lateral.

.- Me parece muy adecuado para una hembra como tú, y te iba a ser igual decir que preferías otra cosa.

.- Gracias, señorita.

.- Vamos a que te lo pongan, ya debe estar preparado.

Tenía previsto dejar aquel lugar y se quería ponerla un piercing. L se percataba de ello, de lo que significaba, de lo que implicaba, o pretendía implicar. Todo aquello se realizaba en base a una continuidad que ella deseaba impedir, que había ido a evitar. No debía permitir que la pusieran ese piercing, tenía que impedirlo, pero no sabía cómo decirlo, solo se decía a sí misma que se lo quitaría enseguida.

La señorita la haría salir de la sala y al trote alto.

.- Y quiero que lo hagas bien, marrana.

.- Sí, señorita. – Pero estaba segura de no poder conseguirlo, aunque lo intentase con evidente esfuerzo, animada por la caña de la señorita.

.- Tienes que hacerlo bien, no estoy dispuesta a tolerar que pase una semana sin que lo realices como una marrana. – Y para animarla emplearía la caña para golpear con fuerza la parte de atrás del muslo que se levantaba en busca de la teta correspondiente.

.- ¡Ah! – Al gemido siguió un bote de la pata que se lanzó hacia arriba con una diligencia y esfuerzo que demostraba la utilidad de la caña para conseguir lo que pretendía.

Llegaron ante una puerta que la señorita abrió para L, quien permanecía trotando en el sitio, sin atreverse a detenerse sin el permiso previo de la señorita. Pasó a una habitación, donde un hombre en bata blanca, hacía algo. En la habitación una especie de camilla - sillón, con brazos móviles y estribos, ocupaba el centro. L había continuado al trote ante el hombre, abochornada de tener que presentarse de ese modo ignominioso, pero la señorita no la había autorizado a parar.

.- Hembra, en respeto, saluda.

Detuvo el trote y saludó.

.- Hembra en respeto y obediencia, señor.

El hombre dio una vuelta alrededor de L, examinándola con detenimiento.

.- Así que tú eres nuestra nueva hembra. Veremos cómo respondes. Siéntate en el sillón. Voy a ponerte un bonito piercing en la nariz. Te lo voy a enseñar, seguro que te gustará, es muy apropiado para ti.

Sacó un aro de una cajita, a L le pareció muy grande para ser un anillo de piercing. Se lo entregó.

.- No es exactamente una anilla.

Y no lo era. Por un momento L pensó en una placa, con la que se quería indicar algo, leía la palabra que llevaba grabada: H E M B R A. Sin duda se refería a ella, indicando su nombre, la forma en que se la designaba. No comprendía, o no quería comprender. Se percató del grosor, le pareció excesivo, ahora pensó en que era una argolla. El anillo no era cilíndrico, asemejándose más a la forma de un neumático, y por tanto aplanado en sus lados. El diámetro exterior de la anilla era de 3 cm y el grosor de 5 por 5 mm, lo que dejaba suficiente espacio para que la palabra que llevaba grabada fuera de un tamaño que permitiera leerla bien. En esta zona escrita existía un pequeño gozne que permitía abrir la anilla y poder introducirla en donde se la fuera a colocar y volver a cerrarla. En la parte que quedaría en el interior de la nariz, que era por donde se abría, la anilla era completamente cilíndrica para evitar roces, y de un grosor de 4 por 4 mm, con un juego macho-hembra para cerrarla. La anilla era demasiado grande para aparecer como un piercing normal, que permitiera tener la impresión de ser algo similar a lo que llevan otras jóvenes, daba la sensación de algo más cercano a un signo de dominio, a algo puesto e impuesto, con esa palabra nada inocua: H E M B R A – en letras negras y mayúsculas, en la parte opuesta a la que quedaba en el interior de la nariz, perfectamente visibles, para que se pueda leer con facilidad y desde cierta distancia. Cuando viera la anilla variaría de opinión sobre cambiar los azotes por el piercing. Se le explicaría que era de acero y que aunque se cerraba quedando fija podía quitarse por quien supiera hacerlo.

.- Lo que se hará para sustituirla por otra también completamente compacta, y que muy probablemente quede fija de forma permanente, llevando tu condición definitiva y el número que sirva para identificarte. Pero todo eso se determinará en su momento. – Añadiría la señorita, sin que L se enterara muy bien de lo que quería decir con eso, aunque no sonara nada agradable, pero pensaba que eran referencias a un futuro que ella consideraba imposible de producirse.

.- Te voy a sujetar a los brazos del sillón. Prefiero asegurarme que no te puedas mover y hacer un gesto que podría causar una herida. – Expone el hombre, incrementando el temor de L.

Pero si la argolla la impresionó, dejándola una sensación de sometimiento y capitulación ante la señorita, rayano con la afrenta ignominiosa, lo que vendría después añadiría el dolor y la entrega infamante a la voluntad e inclemencia de un tercero. El hombre, una vez bien sujeta, buscaría en la nariz el lugar apropiado para realizar la punción y el orificio, que L pensaba que debía ser muy ancho para que cupiera la argolla, parecía buscar en el cartílago, lo que asustó a la joven, luego llevaría un pequeño aparato parecido al que se utiliza para abrir un agujero en un cinturón de cuero, que apretaría sobre el lugar elegido. L, asustada, notó un calor que se incrementaba hasta casi quemarla.

.- ¡Agh! ¡Agh! – Protestó – ¡AAAGGGHHH! – El grito surgió desgarrador, uniéndose al tirón de los brazos y a la crispación del cuerpo. El punzón había taladrado el cartílago llevándose un pequeño trozo circular, al tiempo que cauterizaba la herida mediante la quemadura producida por el juego de unos filamentos al rojo como los que se utilizan en un mechero de coche. El olor a carne quemada se hizo patente. Durante un momento quedo semiinconsciente. El hombre comprobó su trabajo. Después tomó una aguja y penetró la carne más cercana a la punta de la nariz, por debajo del cartílago y de la zona taladrada, haciendo una segunda punción, detrás de la que llegaría la argolla que introdujo con cuidado en el segundo orificio, cuando estuvo colocada, cogió unos alicates y presionando sobre ella la cerró, quedando fijada a la nariz.

L notó su peso y tamaño, caía sobre el labio, casi en la boca. Pero lo que más sentía era el dolor, que le impedía pensar en lo que suponía llevar esa argolla fijada a su nariz. Luego, el hombre la desató.

.- Llevarás la argolla tal y como te la he puesto hasta que cure el cartílago. Como está más exterior se ve más, luego una parte estará dentro de la nariz, aunque la argolla que reemplace a la que llevas puede que sea mayor. Si se quisiera podrías llevar dos argollas en la nariz, sería original. Se ha tenido el detalle contigo de hacerte ese segundo taladro para que puedas lucir desde ahora mismo la argolla con tu nombre.

L escuchaba casi sin apercibirse de lo que el hombre decía, aún inundada por el dolor.

.- Hembra ponte en pie y agradece la bonita anilla que se te ha puesto. – Era la señorita quien lo requería, y ella se incorporó, confusa y doliente, al tratar de ponerse en pie se tambaleo, teniendo que agarrarse al sillón, miró a la señorita aturdida, luego, como si recordara lo que tenía que hacer, adoptó la posición de respeto y agradeció, sin darse cuenta de lo que significaba su agradecimiento, solo daba las gracias, desorientada, obediente. – Estás muy tonta, baila para el señor, así te espabilarás. Hazlo bien, como debes ofrecerte a un caballero. Quiero que te lo ganes. Ya sabes lo que eso supone.

L no lo sabía pero lo imaginaba. Estaba tan aturdida y dolorida que inició el baile sin apenas ser consciente de lo que hacía, y a pesar de lo que significaba obedecer la orden de la señorita y lo que podía implicar si el hombre reaccionaba como ella demandaba con sus ofrecimientos. No podía comportarse como lo había hecho ante la señorita, pero eso era sin duda lo que esta deseaba que hiciera.

Se percató de su desnudez que ahora exhibía ante el hombre. Durante los primeros movimientos se mantuvo sin efectuar ningún toque sobre su cuerpo, con la ingenua esperanza de no tener que realizarlos, después, ante el toque de la caña en su culo, iniciaría pequeñas caricias.

Un golpe de la caña en los pechos que la hizo gritar y saltar de dolor, fue la indicación de que no estaba cumpliendo. Nunca la había pegado en los senos, L creyó ver en ese golpe la indicación de que se ocupara de ellos y así lo hizo, pero sabía que no era solo eso lo que quería la señorita por lo que comenzó a ofrecerse, comenzando también por las tetas, al tiempo que las acariciaba, esta vez con la intención añadida de disminuir el dolor del golpe.

Resultaba muy diferente ofrecerse ante la señorita que ante ese hombre. L se sentía como una puta mostrando y ofreciendo su mercancía, su propio cuerpo para animar a comprarlo. Puso las manos bajo las tetas alzándolas y llevándolas hacia fuera, en un gesto impúdico que realizó sonriendo, con el deseo de no tener que ir a más. No quería ofrecerse más que con gestos sin llegar a hacerlo de viva voz, esto lo sentía mucho más humillante, tanto que resultaba muy difícil efectuarlo. Pero no era eso lo que quería la señorita, como no lo era conformarse con tan parcas ofertas.

.- ¡AAAHHH!

Un nuevo golpe, esta vez en el culo, hizo comprender a L que tenía que someterse y hacer lo que la señorita deseaba. Sabía que acabaría haciéndolo por lo que resultaba inútil resistirse. Continuó con el baile, ahora acariciando el sexo, mostrándolo con las manos, girándose haría lo mismo con el culo separando los carrillos, mostrando el agujero penetrado por el falo, sonriendo al hacerlo, y aún faltaba el detalle final, explicarlo, decirlo, ofrecerlo de viva voz. Se sentía humillada e infamada al realizar esas muestras de su cuerpo, pensaba en que era como dar derecho al hombre para hacer lo que quisiera con ella.

"¿Será eso lo que se pretende?"

"¿Pero no puedo decirlo. ¿Cómo voy a ser yo quien me ofrezca?" "Pero ya lo estoy haciendo."

Y tenía que continuar y decirlo. Sabía que la señorita aguantaría muy poco su silencio. Temía la caña y a pesar de ello la costaba tanto hablar que continuaba bailando y ofreciendo su cuerpo en silencio, si bien incrementaría las muestras para compensar aquel.

Introdujo un par de dedos en el sexo. Los sacó asustada de haberlo hecho.

.- ¡Te falta algo, marrana! – La señorita exigía y ella sabía qué. Tuvo que rendirse e iniciar los ofrecimientos de las zonas que acariciaba, al principio con voz quebrada y palabras entrecortadas.

.- Señor, quiero ofreceros mí… mí… coño… Espero que sea de su agrado. – Al tiempo lo acariciaba pasando los dedos por él y después por su interior, mientras se contoneaba delante del hombre que contemplaba sus movimientos y muestras con una sonrisa divertida, que poco a poco se convertiría en expresión de deseo y excitación. La joven era muy guapa y las muestras que efectuaba no podían dejarle indiferente. L se daba cuenta de ello y a lo que podía llevar lo que hacía, que no paró en la oferta de su coño, detrás iría la del culo, de palabra y acción. Inclinada para mejor mostrarlo, moviendo el falo, luego sacándolo para mejor mostrar la entrada, separando las nalgas, volviendo a meter el objeto y actuando con él como un pistón, metiéndolo y sacándolo, sustituyéndolo por los dedos que metía en el culo solo como gesto obsceno pues poco añadirían al falo con el que se enculaba en presencia del hombre.

.- Señor… si os gusta mi culo… – no quería decir que podía usarlo, pero lo acabó diciendo – es suyo, podéis usar de él.

.- Eso ya lo sabe el señor. – L supo que debía ofrecer más.

.- Me encantaría que… – se detuvo, resultaba muy duro continuar, pero continuó – lo quisierais tomar.

.- Pues muestra todo lo que te gustaría. Muestra lo marrana que eres.

.- ¡Ah! – Dejó escapar un gemido ante el comentario. Era tremendo, pero más tremendo era que fuera cierto, y más aún mostrarlo.

Si con ofertas y toques habían regresado las sensaciones relegadas, las últimas muestras, sus dedos en el culo, abriéndole y penetrándole, habían supuesto un incremento de sensaciones y emociones, que avergonzándola no por ello disminuían. Y ahora, la nueva demanda, bochornosa, actuaba como un acicate más para una excitación que no dejaba de aumentar. Llevó la mano que no se ocupaba del culo al coño, separó los labios, sentía la obscenidad de efectuar esa muestra, que era de puta, los dedos estaban humedecidos, lo que decía de su excitación, que era producida por una conducta completamente desvergonzada, y así se sentía L, pero sin que ello disminuyera su excitación. La carne, una vez despertada, volvía a responder como era natural en ella y como demandaba una excitación que aún no había encontrado satisfacción. Habló para decir lo que la carne mostraba.

.- Señor… si lo deseáis … todo lo que deseéis

Y lo pero era que ella lo deseaba. Sus ofertas incrementaban el deseo por el macho, porque este actuara conforme se esperaba de él. L iría incrementando el deseo de continuar. Las ofertas resultaban menos ingratas de realizar y surgían más auténticas y veraces. L estaba ofreciéndose como hembra en celo al macho, que esta vez estaba presente, que podía responder, que podía cubrirla. Y si no era eso lo que L hubiera querido, lo que, se decía, que no quería, la ansiedad de su cuerpo, por enésima vez excitado y ansioso de conseguir la calma, hacía que olvidara lo que debía para dejarse llevar por lo que apetecía.

L se ofrecía en un baile cada vez más descarado y con unas muestras cada vez más impúdicas. Y no lo hacía para la señorita, sino para el hombre que podía cubrirla. Se daba perfecta cuenta de ello y se acariciaba para él, se abría para él, se ofrecía a él.

.- Señor, soy suya. Mi coño, mi culo, mi boca son suyos, los abro para usted. – Sonreía al hombre, mientras mostraba sus agujeros. Pasaba los dedos por ellos, los introducía en ellos, los mostraba pringados con sus humores, que luego chupaba en un gesto lascivo.

.- Mucho me temo que vas a tener que hacer un favor a la marrana. – Escuchó a la señorita, y luego, dirigiéndose a ella: – Marrana, esmérate, tienes que conseguir que el señor te tome. Ya sabes lo que quiero.

L estaba demasiado entregada y excitada como para perder algo que había estado ansiando tanto tiempo esa mañana. No era la amenaza implícita en las palabras de la señorita lo que la motivaba, L sentía toda la ansiedad del deseo insatisfecho y la necesidad de ofrecer a su cuerpo el descanso que proporciona el placer, que solo podía recibir de ese hombre. Sabía que la señorita no la permitiría obtenerlo de otro modo, y estaba demasiado sobreexcitada para acabar insatisfecha y frustrada.

.- Señor, por favor, tómeme. – Se escucho como en un sueño, como si no fuera ella quien hablara, quien rogara que la tomaran. ¿Cómo podía hacer algo así? Ella a quien había que ganarse y quien concedía sus favores. Y se ofrecía, rogaba, a alguien desconocido, a quien acababa de colocarla una anilla en la nariz, a quien la había producido un tremendo dolor. Y ya no lo hacía porque la señorita lo ordenara, ahora era ella quien quería, quien necesitaba que el hombre la tomara. Y continuó. – Señor, estoy segura que os haría disfrutar. Tengo un culo que podéis gozar a vuestro antojo.

.- Marrana, colócate apoyando el pecho en la camilla.

La orden llegaba del hombre, L se estremeció al escucharla, sabía lo que llegaría después, estaba excitada, pero llegado el momento resultaba difícil obedecer una orden de ese tipo. Ralentizó los movimientos del baile sin detener este, como si pensara lo que debía hacer en lugar de obedecer.

.- ¡Marrana! – La voz de la señorita la sacó de su vacilación. No quería recibir otro golpe de la caña. Con paso vacilante se acercó a la camilla y se apoyó en ella, agarrándose con las manos crispadas a los bordes, a la espera de lo que llegase a continuación. Estaba con las piernas juntas. Unos golpes de la caña en los muslos hicieron que las separase.

.- ¡Más! – Las separó a tope, quedando completamente despatarrada, con los pies por la parte exterior de las patas de la camilla, y agarrándose con más fuerza a sus bordes. L comenzó a ser consciente de su situación, de lo que significaba la postura, la oferta que hacía, lo que iba a suceder. No iba a realizar un acto deseado, ni siquiera consentido, a pesar de parecerlo, a pesar de la excitación y deseo de ser tomada. Se iba a aparear por decisión y deseo de otro sin que lo que ella deseara o gustara tuviera nada que ver.

"¿Qué hago aquí?"

"Me van a... hacer lo que quieran."

"¿Cómo se atreven?"

"Me tratan como a una puta."

Tuvo un momento de decisión, queriendo oponerse, no consentir, decirlo. Giró la cabeza hacia atrás.

.- Señorita.

.- ¡Calla, marrana! Vas a tener lo que tanto querías.

.- Señorita...

ZAS

.- ¡AAAHHH!

El golpe cayó sin piedad sobre el culo de L, que se agarró a la camilla para no dejarse resbalar, por el dolor y por la debilidad anímica que sentía. Quedó quieta, esperando. Con un estremecimiento recibió el toque de unas manos que se posaron en sus caderas para bajar hacia el culo, luego algo chocó contra este, supo lo que era, bajó hacia el coño abriéndose paso en él. L había estado deseando ser tomada, penetrada, y ahora que el miembro se introducía en su sexo se crispaba ante su presencia, sintiéndose utilizada, envilecida. Comenzó a recibir las penetraciones de la verga en el sexo. Conservaba el falo en el culo, lo notaba más. Después de tanto rezumar humedad ahora estaba completamente seca, pero la polla se movía con suavidad, pensó que el hombre estaba utilizando un condom, lo agradeció. El hombre se correría muy pronto, saliendo de ella.

.- Marrana, continúa bailando, hazlo bien. Si lo haces a mi gusto tendrás el premio que tanto te apetece. – Era la señorita quien lo ordenaba. L se incorporó con esfuerzo pero contenta de haber acabado. No notaba la frustración del deseo insatisfecho. Comenzó a bailar, acariciándose y ofreciéndose al tiempo. Lo hacía con un especial regocijo por haber acabado con el hombre y que este no la hubiera "ensuciado". Se volvía a ofrecer pero ya sin dedicárselo a él, lo que hacía más fácil mostrarse. No pensaba en el premio prometido, que no quería, pero las caricias se iban haciendo más precisas y complacientes, comenzando a sentir la excitación que era su consecuencia lógica. Entonces notó la ausencia que antes no había sentido. Su cuerpo permanecía insatisfecho, el hombre no había sabido o querido hacerla gozar, y lo que fuera causa de complacencia ahora resultaba motivo de infelicidad e insatisfacción. Como si quisiera compensar lo que no había recibido incrementaría las caricias buscando el placer perdido, mientras la señorita contemplaba con alborozo la pérdida de vergüenza que ponían de manifiesto esas acciones, que continuó con caricias y muestras cada vez más atrevidas, tanto en los ofrecimientos como en las caricias. L llegó a pensar que el hombre podía volver a excitarse, y no la importó. Quien pronto estaba suficientemente excitada como para desear acabar del modo natural era ella. Sabía que debía pedir permiso a la señorita para poder hacerlo y la apetecía cada vez más, no tenía ganas de controlarse, al revés, quería dejarse llevar. Por fin habló para solicitar a la señorita que la permitiera gozar.

.- Sigue bailando, marrana. Yo te diré cuando puedes gozar.

.- Sí, señorita Laura. Como usted mande, señorita Laura.

La señorita sonreía ante las muestras de sumisión de L, que parecía aceptar lo que se quería de ella con creciente entrega.

.- Baila bien, marrana.

Y L bailaría, cada vez con más y mejores muestras de su cuerpo, a las que acompañaba con ofertas de sí misma más desvergonzadas, deseando convencer a la señorita para que la permitiera gozar y excitándose cada vez más. Volvió a ofrecerse al hombre, y lo hacía con renovadas ganas de excitarle, deseando que reaccionara y quisiera penetrarla. No era lo mismo acariciarse ella que sentir una polla penetrándola, notaba la insatisfacción que pedía, que requería, que exigía ser aplacada, colmada.

Volvió a jugar con el falo que llevaba en el culo, eran unas acciones que deberían avergonzarla solo de pensar en realizarlas y estaba enculándose a sí misma delante de aquel hombre, y deseando que él quisiera tomar el relevo del falo y sustituirlo por su polla.

.- Vuelve a colocarte como antes sobre la camilla.

La orden de la señorita supuso un estremecimiento en L, esta vez llegaba junto con el deseo de recibir la polla del hombre, pero recibiría otro mandato no tan apetecible.

.- Puedes correrte como la puerca marrana que eres.

.- Gracias, señorita.

L se aplicó ansiosamente a conseguir un placer que parecía temer perder, a lo que acompañó la acción de la señorita con el falo en el culo de L. Como si hubiera adivinado las ansiedades de la joven se ocupaba de su culo, actuando con el falo que metía en él una y otra vez, con firmeza no exenta de rudeza, no solo sin importarle el dolor que pudiera generar en L sino buscando ese dolor, que quería estuviera presente junto al gozo, y que L supiera que era ella quien se lo producía, como era quien la permitía alcanzar el placer que anhelaba. L gemía al recibir los pollazos de esa verga de plástico, y sus propias caricias, hasta que se corrió dejando escapar una serie de gemidos tenues, contenidos, que no se compadecían con la ausencia de comedimiento que había puesto de manifiesto durante el proceso de excitación.

.- Humilla, marrana.

L no sabe a qué se refiere, solo cuando la caña indica el suelo, comprende. Se arrodilla ante la señorita y comienza a besar sus pies, ahora con un añadido de gratitud por haberla permitido alcanzar el placer, sabe que se lo debe a ella, sabe que lo ha alcanzado sometiéndose a la señorita, sabe que en el sometimiento ha encontrado parte de la causa de su gozo, al dejarse hacer ha permitido que la señorita la encamine hacia el gozo, y se siente agradecida y lo expresa con sus besos, todavía cálidos de placer y ajenos a lo que representan los gestos que está realizando. La señorita cortaría su acción con un puntapié en la cara, que si no fuerte, era indicativo del trato que merecía, al tiempo la ordenaba incorporarse, lo que ella hizo de inmediato para reverenciar ante la señorita y agradecer, sin atreverse a decir la causa. La señorita sonrió de la sumisión de L y de la todavía inconclusa entrega que ponía de manifiesto la resistencia a manifestar el motivo de su agradecimiento. L no quería pensar en lo que acababa de hacer.

.- Ahora vamos a lo nuestro.

La señorita, a pesar de saber que quienes estaban interesados en la doma de la joven no deseaban ponerla en una situación pública demasiado vejatoria, no había cedido a la pretensión de no ponerle la argolla hasta que se pudiera colocar en el agujero del tabique, de ahí que hubiera pedido que se le hiciera otra incisión bajo éste, que permitiera poner la anilla que quería que llevara la joven, y si eso la humillaba, mejor. Era el mejor modo de domarla y hacerla comprender que no tenía más remedio que someterse, y si no lo hiciera solo supondría mayor aflicción para ella. Y una vez con la anilla colocada, veía con agrado como la joven aceptaba su situación, cada vez más entregada y sometida, y comenzaba a comprender que solo con la rendición incondicional encontraría algo de calma.

L notaba la anilla colgando de la nariz, produciendo una sensación de atadura, de sujeción, casi de pertenencia a la señorita. Realizó el camino de regreso a la sala de doma al trote, y casi sin importarle hacerlo, pendiente del dolor y de la argolla, que en cada salto se hacía presente chocando contra el labio, y el dolor más patente en su nariz.

Todo continuaría como en días anteriores. Las exigencias de la señorita se mantienen invariables. L lleva el dolor del taladro y la sensación extraña de ese agujero en la nariz que nota al respirar y de la anilla que cuelga, que suponen otra nueva etapa en el ciclo de humillaciones y vejaciones que soporta.

El tiempo que se le dedica vuelve a ser el normal, menor que el que se le destinó durante sábado y domingo. Pero las acciones fueron similares, aunque ella las realizaría de un modo diferente. Ahora había en L una especial sensación. La anilla que colgaba de su nariz actuaba de manera que la confería una especie de status diferente, de pertenencia a un grupo, que la separaba del suyo, del que constituía su ambiente normal, y el dolor incidía en la sensación de atadura, de imposibilidad de escape, de sujeción debida al miedo a desatar una reacción que la trajera más dolor.

Bajo ese estado, bajo esas sensaciones, se desarrollaría el día, que aportó todas las actividades que conocía.

Su capitulación ante la señorita la había desprovisto de toda su fuerza y decisión. Se sabía en manos de aquella, incapaz de mantener la menor actitud de oposición a lo que la señorita decidiera. Se decía que no debía volver, que no podía arriesgarse a lo que estaba pasando, sufriendo.

"Es la única forma de evitar que esto vuelva a sucederme. No puedo ponerme al alcance de la señorita."

"Si no hubiera venido, no llevaría esa argolla colgando de la nariz."

"¿Cómo lo voy a explicar?... Y en la empresa..., y cómo voy vestida..., y ahora la argolla."

Y la señorita sonreía satisfecha, entretenida, divertida, viendo como la joven se iba amoldando a todo, realizando todo, obediente, sumisa, sin atreverse a ningún gesto de insumisión, de oposición. Ya el goce no sería una compensación, ahora tenía que obedecer a secas, sin más, sin esperar concesión alguna, sin ningún contenido excitante. La obediencia no merecía premio. Solamente queda cumplir con las obligaciones que le eran propias, realizar lo que se quería de ella, sin fallos, perfectamente, sumisamente, y si no lo hiciera bien, la caña haría acto de presencia, implacable, exigente. Los gozos quedan como regalo inmerecido que premiará un comportamiento que supere con mucho las exigencias debidas, o para cuando la señorita estime oportuno, por las razones que ella considere oportunas, conceder o permitir el disfrute de los gozos carnales.

Iría a la piscina enculada, si bien sin realizar el trote, lo que supuso un autentico regalo para L. Se bañaría durante un buen rato, buscando y encontrando una relajación que necesitaba, pero sin pensar en lo que estaba sucediendo, en lo que soportaba, solo trataba de reencontrar la calma. Nada más deprisa como queriendo cansarse y que ello ayudara a no pensar. Pero su mente vuelve a plantear la situación en que se encuentra y lo que debe hacer. Sabe que está haciendo todo lo que no debe y dejando de hacer lo que era su objetivo fundamental. Tenía que avisar de su intención de dejar de acudir a esa casa y no lo había hecho ni sabía cómo hacerlo evitando una respuesta de la señorita. Cada vez tenía más temor a las reacciones de la señorita. Se dice que debe notificar su decisión y, aunque débilmente, decide hacerlo.

Cuando sale de la piscina, la criada quiere que realice las abdominales que suele hacer como parte de los ejercicios de gimnasia.

.- La señorita ha ordenado que ejercites bien las patas, ya es hora de que consigas realizar el trote alto. Vamos a hacerlo ahora y después de la depilación volverás a repetirlos.

La criada ayudaría a que hiciera esos ejercicios, para después ordenar a L que los repitiera sola, y finalmente pedirla que se incorporara y repitiera el trote alto ante ella, exigiéndola que elevara las patas a tope, empleando la caña como argumento para que consiguiera alcanzar las tetas, pero sin lograrlo. L realizaría el ejercicio esforzándose por conseguir lo que la criada quería, sin pararse a establecer esa diferencia entre criada y señorita, que otras veces había sido motivo de rabia contenida, obedecía a la criada como hubiera obedecido a la señorita, simplemente era alguien que podía mandar sobre ella y a quien debía respetar y obedecer, sabiendo que si no lo hacía cumplidamente o la criada entendía que existía desgana o falta de esfuerzo, la caña entraría a persuadirla.

Luego llega el momento de la depilación, L pensaría en evitar que se eliminara el poco vello que aún restaba, que después de las dobles depilaciones de sábado y domingo, había quedado reducido a un mínimo mechón, pero casi resultaba ridículo pedirlo a esas alturas, si es que se hubiera encontrado con fuerzas para plantear nada. Calló. Desaparecería el vello restante, dejando completamente limpia de vello toda esa parte del cuerpo.

Después L tendrá que realizar los ejercicios gimnásticos habituales, que incluirán otra sesión de abdominales. Tumbada llega a las tetas, la criada pone una mano sobre su vientre para evitar que lo eleve, así es más difícil conseguirlo, la ayuda empujando los muslos hacia atrás, la hembra esta dolorida y cansada, pero logra que los muslos choquen con las tetas.

.- De pie es más difícil, pero ya sabes que puedes lograrlo si sigues ejercitándote. Te aconsejo que lo hagas, me parece que la señorita no va a admitir que tardes más en conseguirlo, y ya sabes que medios utiliza para lograr lo que quiere. Ahora vas a ejercitarte otra vez.

L conoce "el medio", pero quiere decirse que eso va a acabar enseguida, pero tiene que volver a "ejercitarse" en el trote, siempre con la criada a su lado, que emplea la caña como medio persuasivo cuando cree que no se esfuerza todo lo que debe, y como método indicativo cuando piensa que no lo hace suficientemente bien. Lo primero suponía un castigo que quería disciplinar a la joven, mientras que el segundo trataba de corregirla. En todo ello existe una clara intencionalidad que quiere conducir a L hacia una mayor y mejor sumisión, tanto en la aceptación del castigo como en la de su situación dependiente y subordinada ante todo el personal de la casa. L, poco a poco, va percibiendo su condición, su auténtica posición, y se va haciendo a ella. Durante esos pocos días de presencia en ese lugar ha variado substancialmente su estado y actitud, y aunque se percata de ello no lo hace tanto como para saber lo que realmente ha supuesto para ella, que todavía piensa en las posibilidades de escapatoria, que si existen, necesitan de una voluntad muy decidida para conseguir superar todos los obstáculos que aparecerían si quisiera enfrentarse a la decisión de tenerla sujeta a aquel lugar. Pero eso aún no lo sabía L, por lo que mantenía la esperanza de poder dejar aquel lugar, como tampoco era consciente de lo que suponían las ataduras que la sujetaban. Quien es consciente de todo ello es la señorita, que deja a la joven con una sonrisa de triunfo, sabiendo que ese día se ha dado un paso muy importante en el sometimiento de L.

Llegado el momento de vestirse, L piensa que también lo es el de comunicar su decisión. Pregunta a la criada por la señorita, sin indicar que desea verla, antes quiere saber si está disponible, en una muestra de su escasa determinación para hacer lo que ha decidido. La criada ni siquiera se interesa por el objeto de la pregunta de L, respondiendo que no es asunto suyo conocer lo que hace la señorita, zanjando la cuestión sin que L se atreva a decir nada más. Se dice que hablará con ella el día siguiente cuando la vea, lo que implica un día más de estancia en aquel lugar.

Pero, cuando va a salir, aparece la señorita. La criada ordena:

.- Hembra, en posición de respeto ante la señorita Laura.

L compone de inmediato la postura, para ofrecerse a la señorita. Y lo hace con mucha más facilidad, y sin que la presencia de la criada comporte la humillación de otras veces.

.- Hembra en respeto y obediencia, señorita Laura.

.- Veo con agrado que te has vestido mejor que otras veces.

.- Gracias, señorita Laura. Me alegra que le guste, señorita Laura.

.- Y a mí que te guste lucirte. ¿Va enculada? – Pregunta a la criada.

.- No, señorita.

.- Pues ponla un buen falo en el culo. Que disfrute de él todo el día junto con su modo de lucir. Así disfrutará por dentro y por fuera. No te cambies hasta que te acuestes.

.- Como usted mande, señorita Laura. Gracias, señorita Laura.

La criada busca un falo que presenta a la señorita.

.- Le parece bien este tamaño. – L no lo ve, ni hace por verlo, permaneciendo en la postura obligada. La señorita mira el objeto, es mayor de los que ha llevado hasta entonces.

.- Pónselo.

La criada retira la falda y el tanga de L.

.- Inclínate y ábrete bien. – L lo hace.

.- Estará lubricada. Hoy ha tenido juerga especial.

.- O sea que lo has pasado de rechupete, bribona. Pues con esto tampoco lo vas a pasar nada mal. – Y diciéndolo empujó el falo en el culo de L, que lo recibió con un ligero dolor y después con creciente acomodo y agrado. Lo sentía bien metido en el culo y este cerrándose sobre él.

.- No es necesario que la pongas el tanga. Estoy segura que así la gusta más. Va a disfrutar hasta la noche. Pero te recuerdo que no puedes masturbarte. ¿Lo sabes bien?

.- Sí, señorita Laura. No se preocupe, no volveré a hacerlo sin su permiso.

.- Bien. Ahora ve a que te arreglen como es debido. Diré que se esmeren.

.- Sí, señorita Laura. Gracias, señorita Laura. Con su permiso, señorita Laura.

La señorita se iba y L ni siquiera había intentado comentar lo que deseaba decirle.

Antes de dejar el salón L pasa por la criada que la maquilla. Va a su encuentro sintiendo el objeto en el culo y la ausencia de ropa interior que se hace más patente con la falda más corta. Siente su situación de sometimiento que no es capaz de romper ni para plantear lo que representa su interés más importante. Se dice que lo va a hacer, de eso no duda, solo que ese día ni está en condiciones ni la señorita está receptiva, por lo que es mejor dejarlo para el siguiente y hacerlo muy bien para evitar respuestas ingratas por parte de la señorita.

La criada se ocupa de ella añadiendo otra señal más de sometimiento y vergüenza, que a pesar de ello L recibe con una tolerancia que tiene mucho de resignación. Siente la presencia de la anilla que pende de su nariz como una nota más de su indignidad. Sabiendo que se ha plegado a todo quiere afianzar su decisión de acabar con aquello, pero no puede evitar una sensación de derrota, de desánimo, que empaña la firmeza de su resolución. L se da cuenta de ello, pero no es algo que pueda desechar, lo lleva dentro y no está en su mano evitar sentirlo, aún así, se dice que tiene que luchar, que debe llevar a cabo lo que ha pensado, pero al tiempo nota en ella una especie de resistencia a enfrentarse, que hace surgir una tendencia opuesta que la lleva a atemperarse a la situación en la que se encuentra y más aún a su dependencia de la señorita Laura, como encontrando en ello un refugio que la evitara males mayores. Si se amolda, si obedece, si hace todo lo que se la ordena, todo resultará más sencillo, no soportará el permanente estado de crispación, cesaran los castigos. Ha vuelto a sufrir los efectos de su desacato a la señorita, de su comportamiento desobediente, ha tenido que tolerar todo lo que se ha querido hacer con ella, viéndose reducida a alguien completamente sojuzgado, dominado, privado de voluntad, de dignidad, lo que actúa sobre ella aún después de dejar el lugar, manteniendo esa sensación de dependencia, de sometimiento.

La criada dedica especial atención al maquillaje, sin duda ha sido avisada por la señorita. Cuando acaba L se mira en el espejo. Lo que ve, a pesar de ser excesivo, muestra un rostro hermoso, que no deja de gustar a L. Una vez maquillada se dirige a la puerta, piensa en el conserje que deberá abrirla para dejarla salir, y que verá ese nuevo aditamento y adivinara su causa. Cuando llega a él solicita que abra la puerta. Quisiera mirarle, ver su rostro, conocer su expresión, pero no debe ni se atreve, mantiene los ojos bajos, en una muestra de sumisión que también repercute en la voz. Siente la vergüenza de su anterior muestra ante la criada que la recibió y la presencia de la anilla, que hace que se sienta como quien carece de posición y decisión para ni siquiera manifestar una mínima actitud de independencia. L sabe que no la tiene y que el portero también lo sabe, y enseguida lo experimenta. Es el portero quien ordena:

.- Vamos. Pasa delante.

L tiene que hacerlo, como tiene que menear el culo sabiendo que él estará contemplando su contoneo y los muslos desnudos que aún se mostrarán más con el movimiento de la falda. Y ella no trata de disimularlo, no se atreve, después quiere encontrar en esa muestra descarada y en el efecto que tiene que hacer sobre el hombre que sigue tras ella, una especie de poder que diluya lo que realmente hay detrás de las muestras que efectúa. Pero esa pequeña relajación dura muy poco, en cuanto sale a la calle aparece toda la vergüenza de su situación, de su modo de vestir, de su forma de mostrarse, a lo que se añade la anilla. Vuelve a sentirse atrapada, sometida, dependiente, ya sin el divertimento que supuso a la llegada el saberse centro de atención por su belleza y la forma de exhibirla.

Pensó en comer algo, aunque no tenía ningún apetito, y la argolla comenzaba a hacer efecto. No quería aparecer con ella en público, no quería ser vista de esa forma, que se añadía a las otras muestras de su servilismo y oprobio. Sabía que tendría que mostrarse, pero lo eludía. Y tendría que ir así a la empresa. ¿Cómo explicar esa presencia? Se dijo que lo añadiría al haber del fotógrafo, como otra demanda más, para irse acostumbrando a situaciones diferentes, adquiriendo soltura con cosas que no le agradara hacer. No era una explicación muy sólida, pero no tenía otra y acaso podía funcionar, y era la que mejor permitía que el presidente aceptara la situación. Se percató que iba pendiente de su forma de caminar, absurdamente pendiente, ya que cuando lo recordaba lo desechaba, pero ya solo recordarlo era significativo de lo que pasaba en ella, estaba respondiendo involuntariamente a los mandatos, advertencias y amenazas de la señorita, tratando de hacer lo que ésta tenía ordenado, meneando el culo, procurando mantener los labios entreabiertos, y sonreír, y esto resultaba aún más costoso, era muy difícil ofrecer una muestra de contento cuando tenía ganas de llorar, y tenía que sonreír para adquirir la costumbre y que surgiera espontáneamente delante de la señorita, demostrándola que había cumplido con sus mandatos, de la misma forma que se vestía según sus imposiciones, por mucho que fueran impropias de su categoría, de su status, de las pretensiones que mantenía de ser una ejecutiva importante, apareciendo como una joven ligera, sin más expectativas que acomodarse a los modos juveniles y sin las responsabilidades de quien aspira a una situación destacada.

Piensa en lo sucedido, en ese "apareamiento", pues esa es la palabra que surge en su mente, que ha mantenido con el hombre que la ha puesto la anilla.

"Y en presencia de la señorita…, que ha visto… ¡Si ha sido ella quien lo ha inducido!"

"Estará satisfecha. Me ha visto rogar que me tomara… ¿Cómo es posible que lo haya hecho?"

"Estoy dependiendo de ella, asustada de desobedecer sus mandatos, temerosa de que se entere que no me he comportado como ella desea. No puede ser. No puedo estar así. ¡Y ahora con esta anilla! Y me sigue doliendo la herida."

Tenía que terminar con lo que podía acabar con sus aspiraciones, lo sabía y ese debería ser su mayor reto y esa tarde debería comenzar a hacerlo como fuera.

"Todo lo he tolerado porque todo lo solucionaré esta tarde."

Pero, al tiempo, existía en ella un temor permanente, era el miedo a la ruptura de esa especie de status quo en el que se había instalado, soportaba las humillaciones, las vejaciones de la señorita a cambio de que no salieran de aquella casa, que no fueran conocidas, que la permitieran mantener su posición en la empresa, que le dieran tiempo para solucionar sus otros problemas. Quería evitar cualquier amenaza a su posición en la empresa, ese objetivo se estaba convirtiendo en una obsesión que se afianzaba cada vez que lo veía amenazado.

"¿Y si romper con la señorita supone destruir mi posición en la empresa?"

Era la pregunta que no acababa de contestar. Pues si parecía estar decidida a dejar el salón costara lo que costara, cuando se planteaba la posibilidad de que hacerlo supusiera la pérdida de su status comenzaba a vacilar, para volver a encolerizarse y pretender romper con todas sus consecuencias.

Y si se mostraba firme, dispuesta a encarar las consecuencias en la empresa, incluso la pérdida del trabajo, entonces aparecía una nueva amenaza dirigida a su posición social, lo que acarrearía no solo las burlas de sus conocidos y la vergüenza que pesaba sobre unos hechos humillantes y degradantes, también el riesgo de encontrar un nuevo trabajo. Ahora era plenamente consciente de la gravedad de su situación y el peligro de hacer algo que pudiera suponer su público conocimiento.

No quería reconocerlo, pero temía a la señorita, y mucho. Había comprendido que no hablaba en balde y que sus amenazas no había que despreciarlas nunca, y que no solo era capaz de hacer lo que decía, sino que lo haría sin titubear. Y L conocía lo que podía hacer y lo que eso representaba para ella.

"¿Y comprarla?" – Ese pensamiento surgió de repente. "Eso lo arreglaría todo."

"¿Cómo no se me ha ocurrido antes?"

"Y no será muy cara... La doy lo que gane en 3 meses, o más..., ¿qué me importa? El caso es acabar. Que sea ella quien me eche, sin más."

"O bien, puedo continuar con otra preparadora, o hacer que continúo con ella, dejo de ir al salón, o voy a bañarme, nada más."

"Eso sería estupendo… Y seguro que la podré comprar…"

"Tendré que ser generosa… Aunque no fuera caro hacerlo, debo pagar, que se siente valorada…, eso facilitará controlar su respuesta."

Esa idea daría a L una esperanza en la resolución de su problema que la dejó con una nueva sensación, por una vez de confianza y seguridad.

"Pagaré lo que quiera... Tenía que haberlo pensado antes."

"Incluso podría aceptar cumplir las condiciones del aviso previo e ir dos días más..., pero sin tener que realizar lo que hago ahora."

Ese día había dejado el salón sin plantear la terminación de la preparación, por lo que estaba obligada a permanecer en él al menos hasta el jueves, a no ser que comprara a la señorita.

Pasó por su casa, lo primero que hizo fue mirar la anilla en su nariz, al verla en el espejo se percató de que la grabación de su nombre...

"No es mi nombre." – Se dijo furiosa, y queriéndose furiosa, quizás porque se sentía amilanada, asustada, desasosegada, al verse mostrada de esa forma. "Todos lo verán."

Y era cierto, a no ser que retirara la argolla, todos la verían y en ella la indicación que la abochornaba. La palabra HEMBRA aparecía perfectamente visible y legible. Sintió un estremecimiento, era peor que la propia argolla.

"¿Cómo voy a aparecer así en la oficina?"

"Es degradante, se me quiere humillar públicamente. La señorita sabe de sobra que yo no puedo ir así..., mi posición no permite ciertas cosas."

"Ni siquiera es un anillo, es diferente, se quiere dar otra idea…, está hecho a propósito… Es como para poder amarrarme por ella… como se hace con los bueyes."

"¿Qué puedo decir?"

"Y tengo que aparecer para solucionar mi situación."

"Esa puta se lo ha olido y me lo quiere poner difícil. Pues lo voy a hacer, y me iré de ahí..., y después iré a por ti, y te destruiré, que es lo que mereces, hija de puta."

"Convenceré al presidente de que es algo que solo acepto por hacer bien el anuncio. Que no me gusta, pero me avengo a hacerlo. ¡Aunque la palabra! ¿Cómo explico eso? Pero tengo que aparecer distendida, no puedo estar tensa, dando la impresión de que estoy haciendo algo impuesto.

"Eso lo pensarán de todas formas."

"Pero esa palabra..., ¿cómo explicarla? ¿Cómo justificarla? Y se ve perfectamente, y desde lejos."

"¡Había que ponerla para que destacara bien!"

"Hoy he de acabar con todo esto."

Se ocuparía de nuevo de la nariz, quería ver el agujero, lo consiguió a base de un espejo de mano.

"¿Cómo me han podido hacer esto?"

Todo era extraño y sorprendente, pero a todo se hacía.

Luego iría a ver las marcas dejadas por los azotes. Se quitó la falda, apareciendo el cuerpo desnudo, sin la mínima protección del tanga.

"Tengo que ir así. No debiera. No tengo por qué obedecer esta clase de órdenes. Y esta falda es más corta. Y llevo eso… en el culo."

Aunque la experiencia hacía que no tuviera tantos temores sobre las heridas dejadas por la caña, al ver las marcas no pudo evitar que aquellos renacieran, no había heridas pero los golpes estaban muy marcados. De repente apareció algo negro sobresaliendo entre las nalgas, era el falo. Sintió un escalofrío al verlo, y con él la sensación de sometimiento, de pertenencia, de impotencia.

"Debería quitármelo. No puedo ir con él a la oficina, y menos hoy. Tengo que ver al presidente o a J. pero tampoco debería ir de la forma en que lo hago. Me estoy jugando mi futuro."

Pero sabía que si no hacía lo que la señorita ordenaba se jugaba aún más ese futuro.

Se pondría la pomada. Por primera vez se fijó en el sexo completamente depilado, resultaba un poco extraño, pero para nada antiestético, al revés. Pasó la mano por él descubriendo una grata suavidad. Como no quería encontrar nada bueno en una obra de la señorita, pensó que eran cosas de putas. "Como todo lo que hago…, lo que me obliga a hacer… esa puta."

Comió un poco de fruta, después volvió a intentar arreglarse mejor, disminuir las muestras excesivas de sus muslos, la apariencia de sus pezones, pero no era posible solucionarlo de forma que supusiera una disminución significativa de la exhibición que realizaba. Se enfureció con la hija de puta que la hacía aparecer de esa forma, sin plantearse desobedecer, vestirse algo mejor, desatender las órdenes de la señorita, aunque fuera solo para salvar la cara ante el presidente, no se atrevía, pero no quería decirse eso, pero lo sabía y la humillaba y encolerizaba más. Tuvo que salir de esa forma inapropiada. Y encima con la argolla y el dolor que no acababa de desaparecer. Y los movimientos y posturas que estaba obligada a componer. E iba a estar con sus jefes ante quienes debería mantener todas las posturas obligadas.

"Ante ellos podré no hacerlo."

Pensaba que ninguno iba a contarlo a la señorita.

Esa tarde quería hablar con J o con el presidente para solucionar su situación. La forma en que iba vestida volvía a presentarse como una fuente de problemas, aparecer así, sobre todo ante el presidente, supondría ponerle en contra, con toda seguridad no admitiría de buen grado sus nueva imagen. Volvió a pensar que debería haberse cambiado, ponerse ropa normal, evitando la que era obligada por la señorita, si iba a dejar de verla muy pronto, poco la importaba la reacción de esta, y si la iba a comprar, menos aún. Podía adquirir otras prendas antes de entrar en las oficinas y cambiarse, pero no se atrevía a hacerlo, apoyándose en un razonamiento tan falaz como insincero y cobarde como era decirse que por un poco más, no iba a arriesgarse a estropearlo todo.

"Ahora tengo que dar coba a la miserable por un motivo mucho más importante, no se vaya a enterar y piense que la estoy desobedeciendo, y antes de irme pretenda castigarme por ello."

Si no iba a volver, no había nada que estropear, y admitirlo representaba la aceptación de unas condiciones inaceptables, y aparecer ante el presidente de una forma que la escarnecía, y además con la argolla.

"Será más fácil disimular la argolla dentro del conjunto y hablar de todo como algo relacionado."

En el fondo, seguía latiendo el miedo inconfesable a la respuesta que pudiera dar la señorita a una actuación suya desobediente a sus mandatos, tenía la experiencia de lo sucedido con su intento de ocultar su falta al masturbarse. Admitía, casi inconscientemente, permanecer los días que obligaba el preaviso. Tan era así que guardó un par de medias en el bolso, de las obligadas, para poder cambiarse en caso de necesidad.

"Mejor es ser precavida y con la pomada he disimulado bastante bien las señales."

Pero era la idea de los pocos días que restan para acabar con su situación, a lo que se agarra como a un clavo ardiendo. Por unos días no merece la pena arriesgarse a desestabilizar una situación que de romperse puede causarla daños irreparables. Pero, aún así, mostrarse tal y como iba, suponía una tremenda humillación, y una muestra de algo que hablaba de situaciones, acciones, modos, muy especiales y muy improcedentes.