L 4

Segundo día en el Club

4.- Segundo día en el club

A la mañana siguiente L se despertaría cansada, haciendo un esfuerzo se levantó, fue al cuarto de baño a mirarse en el espejo. No se sentía bien y se vería peor. Se miró el culo, aparecía bastante mejor. Pensó en lo que iba a hacer, por un momento crispada y dispuesta a luchar, luego, resignada aceptante de su sino, que no era otro que acudir al salón y someterse a la señorita Laura como único medio de evitar mayores males, Al pensarlo tuvo otra reacción en contra, que solo sería un brote de ira.

Después de asearse se planteó el mejor sistema para disimular su nueva manera de vestir, pero era muy difícil conseguirlo. Al ponerse las prendas obligadas aparecía el ombligo desnudo y los pechos que se patentizaban demasiado bajo la camiseta ceñida y ligera, con un sostén que no cubría los pezones. Recordó el maquillaje, fue a por el paquete que le diera la criada, se maquillaría de modo menos llamativo al que hiciera aquella, pero aún así quedaba demasiado exagerado. Al verse pensó de nuevo que era un maquillaje de fulana.

"Lo mismo que la ropa que llevo. Y luego tendré que ir a la oficina de este modo."

"Solo serán unos días y evito jugarme todo lo que tengo."

Volvía a enfurecerse pensando en lo que tenía por delante. Salió para ir al salón. Había querido mandar a la mierda a la señorita y en lugar de eso se encontraba camino de aquella casa para ponerse a las órdenes de esa Laura, ahora convertida en señorita Laura, a respetar y obedecer en lugar de exigir ser respetada y obedecida, y luego hacer que la echaran a patadas.

"Y no voy a tolerar que esa infame toque. Al primer intento acabo con todo, pase lo que pase. Se lo voy a dejar muy claro a la hija de puta."

"Tengo que enterarme del nombre del salón..., si es que lo tiene. Si es que es un salón de belleza. Es todo demasiado raro."

Al llegar a la puerta del salón trató de buscar alguna referencia al lugar, pero no la encontró, recorrió la acera en su busca pero tampoco vio nada. Llamó a la puerta casi descompuesta de desasosiego y vergüenza, la abriría el mismo hombre que lo hiciera el día anterior, enseguida aparecería una sirvienta. L, avergonzada y alterada, solo pensaba en que tenía que presentarse a ella del modo ordenado por la señorita. Comenzó a hacerlo.

.- Soy... - No le salía decirlo.

.- ¿Quién eres? – La criada preguntaría con sorna.

.- La... hembra...

.- ¿Qué hembra eres, muchacha? – Se burlaba, al tiempo que empleaba ese tuteo que tanto indignaba a L, a lo que añadía una completa falta de respeto y consideración. Ni siquiera mostraba una mínima amabilidad. ¡Una criada! Pensó rabiosa.

.- Me espera la señorita Laura.

.- Ya, eres Hembra y vienes a que te dome la señorita Laura, es eso, ¿verdad? –

.- Sí.

.- Contesta educadamente. Se dice, sí, señorita. Y como me llamo Lucy, contesta: sí, señorita Lucy.

Todo resultaba paradójico y atrabiliario, por no decir indignante, por un momento el pánico casi la domina, por su mente pasa la idea de dar marcha atrás buscando la puerta y escapar de allí, pero el miedo a cometer un error que resultara trágico para ella es superior a ese otro, indeterminado, impreciso, incluso a la humillación y la rendición, se contuvo. Si no huía, tenía que responder, y lo hizo.

.- Sí, señorita Lucy.

.- Así es más correcto. ¿Tienes que decirme algo más?

Sintió un estremecimiento ante la pregunta de la criada, era evidente que conocía lo que debía añadir, solo pensarlo fue suficiente para hacer que enrojeciera de vergüenza. No podía decirlo, no era capaz. No podía humillarse con la explicación que debía dar, prefería el castigo. Calló, pero con el temor a ese castigo que ya rechazaba decidida e indignada.

.- Ven conmigo Hembra.

"Me va a castigar, esa maldita me castigara. Seguro que la criada le dice que no he cumplido…, ella me ha preguntado."

"No voy a permitir que me toquen. Antes acabo con todo."

"¡No me van a domar! Nadie me va a domar. Conseguir eso no depende solo de vosotras, también yo tengo algo que decir, y digo no, ¡NO! Una y mil veces. Si yo no quiero y ¡NO! quiero, no lo conseguiréis."

Llegaron a la sala, la sirvienta entró, seguida de L.

.- Hembra, desnúdate.

.- ¡Ah! - No se lo esperaba. Era otro eslabón más en la cadena de humillaciones y sometimiento. Pensó en pedir ver a la gobernanta, pero sin ninguna seguridad de que la hicieran caso y temiendo provocar la reacción de la señorita, calló. Comenzó a desnudarse avergonzada de la ropa interior que llevaba.

.- Quédate con el sostén y las medias, quítate las sandalias, te voy a dar otras. Quítate también todos los objetos que lleves, aretes, reloj, todo.

Se quedó como la ordenaba la criada, peor que desnuda, mostrando las tetas y al tiempo la impudicia de la prenda y de quien la llevaba. Las nuevas sandalias tenían un tacón aún más alto. Se sentía casi sobre la punta de los pies.

.- Ponte en posición de respeto mirando hacia la pared frente a la puerta. Más erguida, más tensa. – L se estiró más. – Tienes que notar la tensión en los hombros, en las patas, en todo el cuerpo. Estas esperando a la señorita y tienes que hacerlo de forma apropiada, que la molestia te recuerde tus obligaciones y, acaso, te ayude a comportarte. Permanece así hasta que venga la señorita Laura, no te descuides a no ser que quieras ser castigada, y la señorita Laura sabe utilizar la caña como nadie.

Era horrible, denigrante, estar oyendo unos comentarios que la dejaban dependiente de la señorita Laura, y la propia criada planteaba la posibilidad de que fuera castigada, y el castigo al que hacía referencia era de azotes. Y ella lo escuchaba, sin decir nada, sin demostrar oposición, confundida, alterada, y sobre todo asustada, sintiéndose casi consentidora al no reaccionar contra todo aquello.

Antes de salir, la criada recogió las prendas de L, guardándolas en un armario empotrado y disimulado en la pared, fuera de la vista de L, dejando a ésta sin la posibilidad de recuperar su ropa.

L quedó sola, esperando la llegada de la señorita Laura, abrumada por el comienzo de la mañana, pensando en lo que llegaría. ¡Qué a gusto debería sentirse esa Laura al verla allí! Esperando en posición de respeto. Desnuda, ¡desnuda! Amenazada de ser azotada. Sintiendo esa desnudez en el aire que parecía tocarla, a veces con un estremecimiento, un escalofrío. No quería pensar en la señorita, pero no podía evitar verla aparecer, satisfecha, ufana, por el éxito que se apuntaba, mirándola desde la superioridad de su triunfo, sabiéndola sometida. Y cuando apareciera tendría que mostrarle su respeto, desnuda ante ella, atenta a sus órdenes, a obedecer sin vacilación, temerosa de enfadarla, de desagradarla, de que emplease la caña para "convencerla" de hacer lo que la ordenara.

"¡Azotarme!"

"Pero eso no lo voy a permitir. Soy capaz de pegarla yo a ella. No soy menos fuerte."

"¿Cuánto tiempo voy a venir aquí?"

"¿Tendré que aguantar una semana?"

"¿Y qué hago aquí desnuda?"

"Esto es absurdo. Pero, ¿qué tipo de lugar es este?

"No debería estar aquí, ni así. Tengo que rebelarme. ¿Me va a vencer una mocosa? ¿Me van a vencer unos temores?"

"Tengo que solucionar lo del fotógrafo..., y acabar con todo esto."

Y lo debería hacer y de inmediato, cada día que siguiera acudiendo y tolerando suponía una vuelta más de la soga que la ataba al lugar. Cada día resultaría más difícil soltarse y poder explicar lo que sucedía allí si lo admitía un día tras otro. Su presencia hacía evidente que lo consentía y aceptaba. Esa idea llegó con una fuerza y nitidez que la dejaron tan asustada como perpleja. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Tenía que salir de allí para no verse implicada por una presencia que la convertía en consentidora y vinculándola al lugar.

Y eso era lo que la señorita deseaba. Si tuvo pocas dudas de que la hembra continuaría acudiendo a recibir su doma, cuando fue avisada de su llegada sonrió triunfante. Ese segundo día era trascendental en la continuidad de la hembra, si estaba allí es que no tenía voluntad de plantear oposición, que se avenía a lo que se estaba haciendo con ella. La señorita sabía que en ese momento L comenzaba a estar realmente atrapada, y a ella le incumbía lograr que acabara como la marrana que se quería que fuera, y tampoco dudaba que lo conseguiría.

L escuchó ruidos detrás, se tensó, unos pasos se acercaban. Pese a ello se dijo, apretando los dientes, que no iba a tolerar que la pegara, y con la idea de huir de allí en la cabeza. Pero la señorita iba a poder con todo.

"Es la señorita..." – Se tensó más, luego se avergonzó de depender de ella, de rendirla esa pleitesía de ofrecerse mejor ante ella, y de temerla, de no querer provocarla.

.- ¡Hembra, las manos detrás de la cabeza! – La voz era firme y dura.

La hembra, sobresaltada, se puso como se la ordenaba, permaneciendo erguida, con los codos hacia atrás, exigiéndose, molesta en la postura que se pedía. Humillada y asustada, sin poder evitar un temor vago, turbio, en el que se mezclaban sus incumplimientos, con la vergüenza de su pusilanimidad. Se sabía infractora, desobediente, y se sentía cobarde.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

El dolor la atravesó el culo, y crecía en él. L, aturdida, se doblaba, había llevado las manos a la zona dolorida.

.- ¡Ponte bien! ¡Nadie te ha dado permiso para moverte!

La señorita permanecía muy atenta a las reacciones de la hembra dispuesta a cortar de raíz cualquier intento de rebelión. Y como si quisiera asegurarse de que no se produjera lanzó otra vez la caña contra el culo de L.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

Asustada y a pesar del dolor, por temor a seguir padeciendo más, L se irguió con esfuerzo, llevando las manos detrás de la cabeza, olvidados sus propósitos de rebeldía.

.- Hembra, no te voy a tolerar que faltes el respeto a nadie en esta casa, ya lo deberías saber. Lo que has hecho esta mañana es inadmisible. Hembra, ¿has cumplido con lo que te he ordenado?

.- ¿Có... cómo? – Ella sabía muy bien a qué se refería la señorita.

ZAS

.- ¡AAAAHHHH¡

Otro golpe inmisericorde cayó sobre su culo, esta vez L se dobló primero, y después se dejó caer de rodillas. Parecía que el culo se le hubiera partido en dos por algo ardiente, el dolor le quemaba cada vez más.

.- ¡¡EN PIE, HEMBRA!!

.- No..., no puedo... señorita… – No solo toleraba lo intolerable, sino que intentaba explicar, excusarse.

ZAS

.- ¡AAAAHHHH¡

.- ¡¡OBEDECE, HEMBRA!!

L no supo cómo fue capaz de incorporarse, pero lo hizo, mientras el dolor se incrustaba en su culo, donde crecía sin parar.

.- ¡En posición de respeto! ¡Erguida!

.- Hem…bra en respeto y obediencia…, señorita Laura. – La costaba hablar traumatizada por el dolor.

.- ¡Contesta a lo que te he preguntado!

L, que no recordaba la pregunta, de repente recordó a lo que la señorita se refería, ya no trató de escabullirse.

.- No, señorita… Laura, lo siento…, señorita Laura, le ruego me perdone. – Se escuchaba diciendo todo lo que había querido no decir, empleando las fórmulas aprendidas y haciéndolo vencida, humillada, doblegada por la fuerza de aquella mujer, que había querido despreciar y que se imponía sobre ella.

.- Hembra, no voy a tolerarte desacatos, ni faltas de respeto, ni desobediencia.

¿Te has atrevido a masturbarte?

.- No, no, señorita Laura.

.- Sabía que no te atreverías a hacerlo, aunque tengo que reconocer que me hubiera gustado que lo hicieras, tanto por demostrar que tenías cierta casta, como por darme la oportunidad de romperte el culo a latigazos. Pero se nota que te falta raza, lo que no hace prever nada bueno.

L escuchaba, humillada por los comentarios, por su falta de respuesta y más aún por la falta de fuerza oponerse, para rechazar lo que la señorita decía, y demostrar que era falso.

.- Acaba de desnudarte, quédate solo con las sandalias y ponte este sostén. – Echaría al suelo el mismo del día anterior.

A partir de ese momento, L, rota en sus defensas, sabiéndose derrotada, se amoldaría a su situación, respondiendo con diligencia y docilidad a todo lo que la señorita la ordenara, queriendo evitar nuevos castigos y esperando el momento de huir de allí y no volver más.

Había conocido el sabor de la caña cuando castigaba y no deseaba volver a probarlo. Había pensado que no iba a tolerar que se la pegara pero ni siquiera había tenido un gesto de oposición, el dolor lo había dominado todo, y después se había quedado como enquistado en ella, como un aviso permanente de lo que podía suceder si no actuaba conforme deseaba la señorita Laura. Incluso la rabia y la furia anteriores habían desaparecido arrasadas por la caña.

La mañana supondría la realización de los ejercicios que ya conocía y de alguno nuevo. L estaría centrada en ello, absorbida por ello, olvidada de todo lo que no fuera realizar perfectamente lo que se la ordenaba, temerosa de hacerlo inadecuadamente, atenta a todo lo que deseara la señorita y a la caña que esta llevaba. Solo la idea de acabar competía en su mente con la intención de cumplir perfectamente, ambas emparejadas en el mismo fin de escapar de aquella casa, de la señorita. Los ejercicios que realizaba se completarían con algo que supondría una nueva exigencia física y una humillación adicional.

.- ¡Hembra, al trote!

Comenzó a realizar el trote.

.- ¡Las manos detrás de la cabeza!

Hacerlo suponía presentarse en una postura aún más vejatoria. L se colocó como la mandaba la señorita. Cuando llevaba varias vueltas al trote, la señorita la ordenaría algo que supondría una perturbación mucho mayor.

.- ¡Hembra! ¡Las patas en las tetas! - La hembra no sabía a que se estaba refiriendo la señorita. - ¡Eleva más las patas! ¡Quiero que choquen con las tetas!

L comprendió, temiendo recibir la caricia de la caña elevó más las piernas, pero sin alcanzar las tetas. Le pareció imposible, no podía llegar hasta ellas.

.- ¡No has oído! ¡Sube las patas hasta que choquen con las tetas!

L trató de hacerlo, pero no podía. Por un momento tuvo un amago de rebelión, no era posible hacerlo, y por tanto se quería algo que incapaz de realizar. Sintió la vergüenza de intentarlo, de obedecer, de doblegarse ante un mandato irrealizable. En lugar de elevar las piernas se paró en el movimiento, llegando solo hasta la altura del trote normal. La señorita se percató inmediatamente de lo que pasaba por la hembra, buena conocedora de las reacciones de hembras como L también sabía cómo controlarlas, no podía permitir ni un conato de rebeldía, y no lo dejaría sin castigo.

ZAS

La caña golpeó con firmeza la zona trasera del muslo que debía elevarse más.

.- ¡AAAHHH!

El dolor hizo efecto, en la mente de L surgió el recuerdo de los golpes anteriores, haciendo que reaccionara intentando evitar su repetición. Elevó la pierna superando la posición del trote convencional, pero no era suficiente.

.- ¡Hembra, he dicho hasta las tetas! - La señorita quería trasmitir a L la idea de la necesidad de obedecer y el error de no hacerlo.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

El nuevo golpe surtió mayor efecto, logrando que la pierna se elevara bastante más pero sin alcanzar la teta correspondiente.

La señorita exigía con demandas y golpes, que L recibía intentando conseguir lo que se la pedía, pero no era fácil. La señorita sabía que hacer lo que estaba pidiendo necesitaba de entrenamiento y no saldría a la primera, pero quería que la hembra aprendiera a exigirse al máximo cuando se la ordenaba algo, y que la caña iba a ser quien mejor la convenciera.

.- ¡Más arriba!

ZAS

.- ¡AAAHHH!

De nuevo el bote desesperado hacia arriba, que trató de mantener en el siguiente paso, pero sin lograr alcanzar las tetas.

.- ¡Sigue!

ZAS

.- ¡AAAHHH!

Ahora fueron 3 los pasos que L daría exigiéndose al máximo.

.- ¡Más arriba!

Ya la voz de la señorita empezaba a ser suficiente para que L pusiera todo su empeño en elevar las patas, pero la caña producía un efecto más contundente. Eso lo sabía la señorita, que de nuevo la emplearía para conseguir que los últimos pasos de la hembra fueran de máxima exigencia a pesar del cansancio y el dolor de los golpes. Luego cortaría.

.- Vamos a ir al baño. - ¡Hembra, al trote!

L, que recibió la noticia con una mezcla de agrado y vergüenza, ve como no se le va a permitir ningún tipo de relajación, recordando como realizó el recorrido a la piscina el día anterior.

L inicia el trote, la señorita va hacia la puerta y la abre. L, elevando las piernas con bastante precisión y soltura sale al pasillo, siempre con el temor de ser vista, pero no hay nadie. La voz de la señorita vuelve a exigirla.

.- ¡Hembra, ese culo! Quiero verle menearse con desvergüenza. Y los brazos bien puestos, a lo largo del cuerpo.

L se estira y compone los brazos. Sigue tensa, camina por el pasillo que ya no le resulta desconocido, no hay nadie ni se oyen ruidos. Algo más tranquila, disimuladamente, mira todo a su alrededor, sin encontrar nada que le ofrezca pistas sobre el lugar. El recorrido se le hace más corto que el del día anterior. En la piscina hay dos chicas bañándose, salen del agua, están desnudas, saludan a la señorita con esa especie de reverencia que L ya conoce, y se alejan. L ha querido verlas mejor, pero sin atreverse a mirarlas directamente, solo se ha percatado de su desnudez y de su belleza y juventud.

Para su agrado puede bañarse sola, lo hace durante un rato, nadando y relajándose, el agua rebajaba el calor de su culo, de los muslos, que no se atrevía a tocar por temor a tenerlos heridos. Luego aparecen otras dos jóvenes que se bañan con ella, nadando un rato a su lado, no se saludan, ella no lo hace respetando el mandato de silencio que se le había impuesto. Pensó que las otras deberían haber recibido la misma orden.

"¿Se las tratará igual que a mí?"

La pregunta aportaba unas sugerencias que L comenzaría a desgranar. Quiso fijarse más en la chica que en ese momento nadaba con ella, pero solo se cruzaban durante un momento, parecía muy guapa, pero poco más pudo apreciar. Luego fue ella quien, dándose cuenta que estaría mostrando las marcas de los azotes, quiso ocultarse e instintivamente se alejó de la chica, acercándose al borde del lateral por el que nadaba.

Después apareció Tina para sacarla de la piscina, lo que haría empleando las formas que conocía, ahora en presencia de la chica que se bañaba con ella, y que podía escucharla, por lo que L salió de inmediato de la piscina tratando de alejarse del borde, y evitar que la chica percibiera su situación, pero no pudiendo evitar tratar a la criada con todo respeto, temerosa de que de no hacerlo sufriera la pertinente corrección.

La criada se ocuparía de lo mismo que el día anterior Repitió esa especie de abdominales, en que, tumbada en el suelo, llevaba las piernas todo lo atrás que podía, hasta alcanzar las tetas. Hora la finalidad estaba más clara, pensó que sería para forzar los músculos y acomodarlos al trote que se quería que hiciera. Tenía el culo dolorido, y si se apoyaba en él la molestia se incrementaba. Temió por los efectos duraderos de las marcas. Se atrevió a preguntar:

.- Señorita...

.- Dime.

.- Los... ¿cómo tengo el... culo? ¿Se... curará?

.- Si, por supuesto, no has recibido un castigo severo, 3 o 4 buenos golpes, enseguida desaparecerán. Pero puede haber más, eso depende de ti. No enfades a la señorita y obedece todo lo que te mande y sin vacilaciones. Piensa que eres tu quien da los motivos para disciplinarte. La señorita castiga siempre con justicia. Te pondré la pomada de ayer.

.- Gracias, señorita.

L, había escuchado las explicaciones aturdida. En su mente, se repetía esa pregunta que ya se hiciera: ¿dónde estoy?

Volvería a la sala para continuar con la doma, que en esa ocasión se complementaría con algo que no desagradó a L, al menos en un primer momento. La señorita pondría una música agradable.

.- Hembra, baila.

L se encontró sorprendida, pero enseguida reaccionó, comenzando a bailar siguiendo la música. Lo haría como sabía hacerlo, como se hacía normalmente. Era algo que la gustaba. Pero pronto se percataría que el baile no iba a ser como ella pensaba.

.- Pon más gracia en los movimientos, tienen que ser más voluptuosos, más excitantes. Eres una hembra y tienes que demostrarlo y al tiempo hacer todo lo posible por llamar la atención del macho. Tienes que ganártelo para ti, evitando que otra te lo quite, para eso tienes que ofrecer el mejor placer, el mayor placer, y que él lo sepa, tienes que dejar claro que eres quien más le va a complacer. A ver cómo lo haces para dejar constancia de que vales lo que cuestas. Y piensa siempre que, por muy cara que seas, vales más de lo que cuestas…, aunque sea mentira. Pero no hay nada más crédulo que un hombre adulado por una mujer. – Por primera vez L sonreiría, pensando en que ella era plenamente consciente de ello.

Si en el comienzo fueron los contoneos, los movimientos, las posturas quienes llevaron el peso de su oferta de hembra, después llegarían las posturas más atrevidas, las muestras más provocativas, y finalmente los toques que dieran un contenido claramente desvergonzado, impúdico a la oferta que hacía de su cuerpo. Todo ello sería exigido por la señorita, en un incremento constante de sus demandas, que L fue recibiendo y realizando con creciente vergüenza y oprobio, pero no por eso dejaría de efectuarlo.

.- Contonéate más, amplía los movimientos, emplea las manos.

Serían las primeras indicaciones de la señorita, que L obedeció con reticencia pero sin plantear ninguna oposición, pero enseguida llegarían otras.

.- Eleva los brazos, pon las manos en las caderas, que te ayuden a ampliar el movimiento de la grupa.

.- Pon los brazos detrás de la cabeza.

"Esto parece propio de un strip tease."

Durante unos minutos bailaría realizando aquellos movimientos y adoptando esas posturas. Pero tampoco sería suficiente para la señorita.

.- Acaríciate las tetas y ofrécelas con tus manos, sácalas del sostén y pon las manos bajo ellas para elevarlas y ofrecerlas.

L sintió un ligero estremecimiento al escuchar la orden, ya había llegado demasiado lejos en sus muestras indecorosas, ya había obedecido, ya se había sometido, y no quería ir a más. Tardaba en obedecer, la señorita se aproximó con la caña por delante, L quiso aguantar la presión, pero cuando la caña se posó en su culo se llevó las manos a las tetas, vacilaba, la caña dejó un golpe de aviso, seco y firme pero no violento, que hizo efecto, comprendió que no podía desobedecer, volvió a someterse, mostrando y ofreciendo sus tetas con las manos, tal y como quería la señorita, sacándolas de la escueta sujeción del sostén, para apoyarlas en la palma de sus manos, en un gesto desvergonzado, impúdico, que no comprendía cómo era capaz de efectuar. Y de nuevo aquello no sería suficiente.

.- Quítate el sostén. – Lo hizo, casi agradecida, se estaba convirtiendo en un estorbo y en un añadido que mostraba aún más la impudicia del gesto que hacía al ofrecer las tetas.

.- Acaríciate el culo, pasa los dedos por la raja y con la otra mano separa el carrillo para que se vea mejor como te acaricias.

Esta vez L dejó escapar un gemido de vergüenza, pero llevó la mano derecha al culo y comenzó a acariciar las nalgas.

.- ¡Sigue!

L sabía a qué se refería, pero la costaba hacerlo, a pesar de ello comenzó a pasar los dedos entre la raja de las nalgas, sintiendo, alterada, como los dedos alcanzaban la entrada a... – la resultaba difícil pensar en ese agujero, en el que sentía la carne suave de la yema del dedo. – Entonces sintió algo diferente, un escalofrío la recorrió al notar como el dedo se detenía sobre el agujero como si quisiera conocer aquella carne aún inexplorada. Retiró el dedo, avergonzada.

.- Hazlo por delante, sobre el coño. – Sintió otro escalofrío al escuchar la orden.

L obedeció, asustada, trémula. Avergonzada de hacerlo, de hacerlo ante aquella muchacha, de someterse a ella, tan alterada que le temblaba la mano, sin entender que estuviera haciendo algo así. Preguntándose de nuevo, por aquel lugar, por la razón por la que se quería que hiciera esos gestos obscenos.

La mano se posó sobre el sexo, se estremeció ante el contacto, era algo que había hecho muchas veces, demasiado conocido, como lo eran sus resultados. La avergonzaba y perturbaba realizar esos toques ante otro, que, aún no queriéndolo aportaban un tipo de sensaciones que no deseaba sentir, para evitarlo trató de que las caricias fueran lo más ligeras posible, pero esa no era la idea de la señorita.

.- ¡Hembra! Te he dicho que te acaricies el coño, hazlo bien.

De nuevo la sensación de estar haciendo algo insano, que no debía hacerse ante nadie. Pasó los dedos sobre la carne, luego apoyó las manos haciendo una especie de concha con ella, en cuyo interior dejaba el montículo que formaba el coño. Lo sintió en sus dedos, en la palma de la mano. Tuvo ganas de apretarlo, de percibirlo, de poseerlo como lo hiciera el día antes la propia señorita. Pero no quería acariciarse ante ella y menos aún dejar traslucir ninguna emoción. Pero los toques no eran nada inocentes y lo notaba. Tenía que controlarlos y dominar esa incipiente muestra de malsana emoción que no se avenía con la situación humillante en la que estaba, pero que a pesar de ello provocaba una respuesta tan insana como el propio gesto que se veía obligada a realizar.

L estaba pendiente de sus dedos, de controlar sus movimientos sobre el sexo, tanto como de controlar sus emociones. Pero su control chocaba con la distinta decisión de la señorita, que no pararía en sus demandas.

.- Pasa la mano del coño al culo, no la dejes quieta. Acaríciate ambas rajas.

Esta vez L recibió la orden con cierta relajación, se la permitía un movimiento que evitaba estar concentrada en un solo punto, pero era un espejismo, pasar los dedos sobre ambas zonas añadía un extra de voluptuosidad, de atrevimiento, de impudicia, que no podía dejar de hacer efecto.

.- Ahora, acaríciate el coño, pero hazlo bien de una vez, introduciendo los dedos en él, como lo haces cuando te masturbas. Sigue contoneándote mientras lo haces, mantén el bamboleo de las caderas, añadiendo un movimiento de atrás adelante, como si follaras, y echando el coño hacia fuera, arqueando el cuerpo. Y siempre bailando.

El nuevo mandato supuso sacar a L de un incipiente estado de ensimismamiento, que pasó a otro de perplejidad; escuchaba las indicaciones de la señorita desconcertada, aturdida, abochornada, esta vez sin dejarse llevar por ningún deseo malsano, avergonzada de la demanda y más aún de llevarla a cabo, casi paralizada, y al tiempo temerosa de desobedecer a la señorita. Tardaba en hacerlo, asustada, cohibida.

.- ¡Hembra, acaso no oyes!

.- ¡Ah! Sí, sí...

Mantendría la caricia por el exterior del coño, sin atreverse a meter los dedos en él, pero sabía que tenía que hacerlo, la señorita no era muy paciente y quería ser obedecida sin vacilaciones. L notó la caña sobre el culo, lo que bastó para que hiciera lo que se deseaba. No resultaba fácil combinar todas las acciones pero lo fue haciendo, y gracias a eso pudo distraerse parcialmente de los efectos de sus toques. La señorita la recordaba lo que olvidaba.

.- Abre el coño con los dedos, mostrando su interior, para que se pueda contemplar que lo ofreces. Ensalívate los dedos y mételos en el coño, y acaríciate el clítoris y hazlo de forma que se pueda contemplar bien, que se te vea hacerlo, que se sepa que te estás masturbando. Hazlo como lo haces en la cama, con tranquilidad, concentrada en ello, que no exista para ti otra cosa que no sea tu cuerpo y el modo con que lo acaricias y lo muestras.

No quería hacerlo, no quería obedecer, no quería mostrarse de modo aún más indebido, no quería que pudieran dominarla las sensaciones, que pudieran escaparse sus emociones, ahora estaba tan perturbada que no podía sentir otra cosa que vergüenza, pero... si comenzaba a tocarse como la señorita ordenaba...

A pesar de la vergüenza y humillación L se amoldó, efectuándolo en una progresión de acciones desvergonzadas, impúdicas, que realizaba con evidente desconcierto y falta de soltura, pero a pesar de ello, con creciente acomodación de su cuerpo que, a pesar de la confusión que la dominaba, respondía conforme era natural a unos toques que iban poco a poco minando sus defensas.

.- Hasta que humedezcas naturalmente ensalívate los dedos y mételos en el coño.

L gimió al escuchar la demanda. Estaba cada vez más crispada. La señorita, para su mayor vergüenza, daba por hecho que aquellos toques iban a conseguir que humedeciera. A pesar de la vergüenza adicional que suponía, tuvo que hacer lo que la señorita pedía ensalivando los dedos para conseguir la lubricación, hasta que el propio cuerpo respondiera y no fuera necesario otro lubricante que el que manaba de él.

Pero no sería ella quien decidiera sobre el final de sus caricias, de nuevo la señorita Laura impondría su poder y voluntad y lo haría mediante una demanda que por su contenido desbarató de un plumazo todo el cúmulo de sensaciones que L había ido acopiando en su cuerpo, al tiempo que dejaba patente que era la señorita quien decidía y mandaba sobre ella, y que a L solo le cabía obedecer y someterse a su voluntad y mandatos, por muy ingratos y humillantes que fueran, y lo iban a ser.

.- Inclínate y separa bien las patas.

Obedecer la orden significaba adoptar una postura en la que estaría mostrando de forma impúdica el centro de su cuerpo, pero la vacilación no duraría.

.- Chupa un dedo y mételo por el culo.

.- ¡Ah!

.- ¡Obedece!

.- ¡AAHH!

La caña volvió a recordar a L que estaba allí para obedecer y lo hizo. Llevó unos dedos a la boca, lo chupó durante un largo momento, que ella alargaba para retardar el otro momento, el más temible, de llevarlos al culo. No se atrevía a mirar a la señorita, mantenía un contoneo casi rítmico, mecánico, sacó los dedos de la boca y con mano temblorosa los dirigió al culo, jamás había realizado ese tipo de acción, lo que se manifestaba en la torpeza de sus movimientos.

.- Es más sencillo que cuando te la metan por el culo.

Pero no era tan sencillo, no al menos delante de aquella mujer, ni siquiera lo sería estando sola. Sería la señorita quien acabara de hacerlo.

.- Chupa mis dedos.

L sintió un estremecimiento al escuchar la orden de la señorita, que solamente podía tener una finalidad. Cómo podía pretender… y que ella lo admitiera. Solo realizar ese gesto de chuparle los dedos resultaba indigno y humillante. Sintió los dedos sobre sus labios, tenía que abrirlos y chuparlos, pero no lo hacía.

.- ¡Hembra! – No necesito oír más, abrió la boca y chupó los dedos. Estaba crispada. Pero seguía obedeciendo sin atreverse a manifestar la mínima oposición, siempre con el recuerdo de los golpes y en las heridas que pudieran producir.

La señorita llevó los dedos ensalivados a la entrada del culo de L.

.- Inclínate bien y separa las nalgas con las manos.

L obedeció, sintiendo un vuelco en el corazón al notar los dedos a la entrada de su agujero, casi temblaba, primero fue uno, presionando sobre el agujero, que notaba como se cerraba ante el intento de penetración, pero el dedo era muy fino y la presión demasiado firme como para que su esfínter resistiera, notó al dedo metiéndose en su culo, gimió.

.- Pon las manos detrás de la cabeza. – Las puso, estaba ensuciando el cabello con sus humores, pero su mente estaba en el culo y en los dedos de la señorita.

Luego el dedo se movería en el interior del culo, crispando a L. Eran los dedos de otra persona, los de una mujer, que osaba meterlos en su culo, en un juego que no debía admitir, para L era la primera vez que realizaba algo semejante, se avergonzó de su fácil entrega, pero, de nuevo el miedo a loa azotes la mantuvo quieta. Durante un momento el dedo permaneció realizando los movimientos de mete - saca y al tiempo girando sobre sí mismo, luego saldría del agujero.

.- Chúpalos de nuevo, ahora te voy a meter dos. Eso te gustará más.

L, callaba, sin atreverse a negar. Chupó ambos dedos, notando cierto olor y sabor al hacerlo, que la avergonzaron y asquearon. Y los dedos ensalivados volvieron al culo, que los recibió cerrándose, ni ella quería admitir los dedos ni su carne tampoco los recibía. Pero se meterían forzando una entrada que sabía que tendría que abrirse a ellos. L se sentía humillada y ultrajada.

"¿Cómo no la avergonzará a ella? Es una tortillera, eso es seguro."

Y los dedos, ya dentro del culo, realizarían al unísono los mismos movimientos que antes hiciera el solitario y que L recibiría tensa humillación. L permanecía inclinada para facilitar la penetración, con las manos cogidas detrás de la cabeza.

.- Baila sobre mis dedos.

.- Por favor

.- ¡Baila!

L meneó el culo bamboleándolo con más amplitud. Para mayor sometimiento a la señorita, ésta la cogió con la mano izquierda por el cuello, obligándola a inclinarse aún más y manteniéndola sujeta con fuerza, apretando la garganta. L se dejaría hacer sin oposición, derrotada tanto por la firmeza de la señorita como por los dedos que tenía en el culo. Cuando la señorita soltara el cuello L mantendría el movimiento, avergonzada de hacerlo, de la indignidad que suponía, de afrenta de su derrota. Siendo ella quien se empalaba en ambos dedos, meneando la grupa para conseguir que penetraran en el agujero y después deslizándose hacia fuera, sintiendo el roce que ella misma provocaba.

.- Muy bien, disfruta penetrándote con mis dedos. Baila sobre ellos.

Y L lo haría, sintiendo la ignominia de hacerlo y de su derrota, de su aceptación, de que la señorita fuera la causante y supiera de esa aceptación sin lucha, que era una rendición. Movería el culo contoneándose sobre los dedos, a lo que la señorita ayudaría haciéndolos girar sobre sí mismos, al tiempo que los metía a tope, notando L los nudillos presionando entre sus nalgas. Comenzó a gemir con cada golpe. Los dedos parecían hacerse más presentes. Con un movimiento hábil la señorita añadiría un tercer dedo. Ahora, los tres giraban en el interior del culo de L barrenándolo. Los sentía de forma mucho más neta y firme. Rozaban más y con más fuerza, L sintió una sensación diferente. Supo lo que era, quiso detenerse horrorizada de esa sensación.

.- ¡Continúa!

L continuó, ahora pendiente de los dedos de un modo muy diferente.

"No puede ser que esto produzca…"

"No lo acepto… Simplemente."

Siguió bailando sobre los dedos, sintiendo, sin poder evitarlo, las sensaciones que se traducían en deseos, en ansiedad. Notaba con vergüenza como su culo se cerraba sobre los dedos de una forma muy diferente, ahora quería sentirlos. Y la señorita, que ya había tenido un primer aviso de lo que sucedía a la hembra, al notar la presión del esfínter en sus dedos confirmo lo que suponía y esperaba, la carne comenzaba a admitir de buen grado una caricia que debía gustarla, apetecerla, excitarla.

La señorita continuaría actuando con sus dedos en el culo de L, comprobando como tanto este como su dueña iban adaptándose a lo que poco antes había sido causa de humillación y vergüenza, pero no quería que dejaran de serlo, no quería que L dejara de sentir la indignidad de lo que hacía con ella, tenía que sentirlo y, después de haber hecho lo posible por rechazarlo, por no admitirlo, por no dejarse llevar por sus efectos, capitular y aceptar su situación, su ignominia, y por último su excitación y goce. Porque pensaba hacerla gozar, por su mano, por su voluntad, por su causa, y lo haría cuando ella quisiera, sin tener en cuenta la ansiedad de la hembra ni su excitación.

Una vez que estuvo claro que L admitía que se la excitara la señorita mantendría la penetración de los dedos, pero iba añadir otro gesto. Con la otra mano cogería el coño de L con firmeza haciendo que gimiera y quisiera escapar, aún reaccionaba contra lo que se hacía con ella. Estaba claro que no quería aceptarlo, si lo hacía era obligada. Pero eso importaba poco a la señorita, que comenzó a actuar también en el coño, ya segura de que L no iba a rebelarse. Durante un buen rato desgranaría toques y penetraciones en coño y culo, atenta a las reacciones de la hembra, cada vez más consentidoras, cada vez más excitadas. Sabía que L no quería rendirse y trataba de rechazar las sensaciones que nacían en su cuerpo, pero este estaba cada vez más dispuesto y ansioso de que continuaran, y la señorita mantendría sus caricias hasta que no solo fuera la carne quien se rindiera, quería que L aceptara. Cuando comenzó a jadear y a moverse en busca de los dedos que penetraban su culo comprendió que había dejado de resistirse. La señorita continuaría con sus acciones hasta que se percató que de seguir con ellas L alcanzaría el gozo que ella no quería regalarle. Entonces la señorita pararía sus acciones, dejando a L tan sorprendida como frustrada.

.- ¿Qué…?

Lo que escucharía la anonadaría.

.- Ahora hazlo tú, marrana.

.- ¡Ah!

No podía, no quería hacerlo. Era imposible, inicuo, degradante, pero su cuerpo quería que lo hiciera, apremiaba para que le llevaran al goce que necesitaba.

.- Tienes que hacerlo como una caricia, como si alguien que no fueras tú, te lo hiciera, y demostrando que te gusta que te lo hagan. Tienes que sacar el dedo de vez en cuando, o los dedos, para volver a chuparlos, a ensalivarlos y volver a meterlos por el culo. – Escuchó, atónita, las explicaciones de la señorita. - Obedece. – Ahora la orden surgía casi como un consejo. – Para animarla, la mano que atendía el coño de L lo apretó con fuerza provocando un gemido que no era de molestia ni oposición. - ¿Quieres caña, hembra? – Los dedos se activaron en el coño, cogieron el botón y apretaron, ahora el gemido fue una queja, pero enseguida volvería a ser diferente cuando los dedos volvieron a acariciar.

.- ¡Marrana, haz lo que te he mandado!

L temblorosa pero ya invadida por las sensaciones que la señorita había generado en ella, llevó los dedos a la boca, para ensalivarlos y después al culo, buscando su entrada. No comprendía cómo podía hacer aquello, y menos delante de la señorita y menos sintiendo esas sensaciones, que se unían a la vergüenza, pero que la superaban, e imponiéndose a ella, lograban que L sintiera deseos cada vez más fuertes de completar el gesto. Por fin metería los dedos en el culo, gimiendo al hacerlo, pero no de vergüenza sino de excitación. No podía, no debía, pero se estaba dejando llevar, dominar, por unas sensaciones nuevas, por unos deseos inéditos, jamás había realizado ese gesto y ahora, al efectuarlo, sentía como la llenaba de excitación, que se incrementaba por esa otra sensación de sometimiento, de humillación, que en lugar de hacer que rechazara lo que la señorita le exigía, colaboraba a que lo realizara, a que se incrementara la excitación.

.- Hembra, mantente siempre meneando la grupa, ofreciendo el culo. Los señores tienen que estar fijos en tu culo, deben desearlo, tienes que conseguir que sea lo que más deseen. Que quieran meter sus pollas en él, encularte, como te están enculando tus dedos, como te enculas tú misma, mostrando lo que deseas que te hagan.

L tampoco comprendía cómo se podían decir esas cosas, esas barbaridades, esas indignidades, esas impudicias, ni como ella las escuchaba sin rechistar, sin rebelarse, y no quería pensar que ella hacía unos actos que eran parte de las impudicias, obedeciendo a la señorita, realizando las indignidades, las indecencias, que la mandaba, metiendo los dedos en el culo, para girarlos en él, sacarlos y llevarlos a la boca, y regresar con ellos ensalivados y meterlos otra vez en el culo, y lo hacía llena de excitación, de exaltación, de un gozo que debía rechazar, reprimir, pero que permitía que la llegara y deseaba que la llenara.

.- Así está mejor. Pero no estás aquí para disfrutar sino para servir. Tienes que permanecer solo atenta a ofrecerte, nada más, como cualquier otra marrana. Piensa en las pollas que vas a satisfacer, que se van a meter en tu culo, que van a gozar en él, de él.

"¿Por qué las explicaciones de la señorita, esas menciones…? ¿Para qué es todo esto?"

.- Saca los dedos del culo y separa bien las nalgas con las manos, que vea lo mejor posible la entrada a ese agujero negro.

L lo haría, de nuevo avergonzada, de nuevo sintiendo toda la impudicia e iniquidad de un gesto que ofrecía su culo abierto, lo notaba así tras sacar sus dedos, menos mal que duraría poco, que los músculos se cerrarían enseguida, pero a ella le quedó esa sensación de abertura, que la avergonzaba, sabiendo que la señorita tenía que haberla visto. Quedó mostrando la entrada del culo a la contemplación de la señorita, inclinada, doblada, con las patas tan abiertas como las nalgas, esperando lo que la señorita tuviera que decir, que ordenar.

.- Vuelve a ensalivar los dedos y a meterlos en el culo.

Y de nuevo ella haría lo que se le ordenaba, esta vez sintiendo la vergüenza de unos actos que la denigraban, pero que no se atrevía a rechazar, y que la excitación siempre presente hacía aún más vergonzosos.

.- Baila bien, contoneándote, exhibiéndote.

Y L bailaría, sabiendo que se estaba mostrando de una manera obscena, abochornada de hacerlo, humillada de soportar las imposiciones de la señorita, de avenirse a ellas, de no rebelarse, y al tiempo sintiendo la vergüenza de su deseo insatisfecho, de la ansiedad que una excitación defraudada generaba en ella.

"¿Por qué lo hago? ¿Por qué lo permito? ¿Por qué me avengo?" Se preguntaba tensa. Bailó más y más, poniendo en práctica todo lo que había ensayado antes. Se sabía vigilada por la señorita y al tiempo sentía los efectos que de nuevo provocaban los toques que hacía.

.- Bien, marrana. Sigue bailando, ofreciéndote, excitando, excitándote, como la marrana que debes ser, que vas a ser, que ya eres.

Y se estaba dejando llevar, comenzaba a comprender que era una marrana, que así se estaba comportando, y en lugar de rechazarlo se dejó llevar por esa nueva sensación. Actuaba como la marrana a quien se refería la señorita, sintiéndose marrana, mostrándose marrana.

De pronto notó que no podría continuar en la progresión que llevaba, que hacerlo significaría alcanzar el orgasmo, allí, ante la otra, no quería, pero para evitarlo debería parar y su cuerpo demandaba más, sus dedos se negaban a detenerse, a descender el ritmo y mucho más a retirarse, a abandonar el lugar. Hizo un esfuerzo, pero resultaba muy difícil conseguir mantener las caricias y al tiempo limitarlas de manera que no provocaran el final que no deseaba, y ya cada toque era una llamada al logro del placer definitivo. La señorita miraba, divertida, los esfuerzos de la hembra por controlar sus caricias y con ello evitar alcanzar un gozo que su cuerpo ansiaba, necesitaba. Hubiera sido preciso detener completamente los toques, y eso también lo tenía prohibido, se le exigía seguir acariciándose, y L lo hacía, hasta el punto de ser evidente que no controlaría la reacción de su cuerpo.

ZAS

.- ¡AAHH!

.- Las marranas no gozan sin permiso.

Después de hacer dejado que L se mostrara hasta hartarse, acariciándose hasta llegar al punto en que resulta más que difícil controlar el final, la señorita daba por concluida la exhibición, y con ella el finiquito ansiado. Era ella quien mandaba y decidía sobre L, sobre sus deseos, sobre su placer, y quien ponía a L ante su exceso, su desvío, su desvarío, avergonzada y aturdida, L se incorporó.

.- Ponte en posición de respeto.

L se colocó de esa forma ante la señorita. Estaba confusa, sintiendo la exaltación que aún permanecía en su cuerpo y ansiando calmarla, sin comprender cómo ni por qué se había visto privada de conseguirlo.

.- ¡En tensión! No quiero que tengas un momento de relajo.

L se estiró. Entonces sintió la humedad que brotaba de su sexo, se avergonzó de ello, de haber llegado a ese extremo, de ser ella quien hubiera hecho que se produjera, deseaba cerrar las piernas, y en su lugar tenía que abrirlas, manteniéndolas separadas, temió que esa humedad fuera percibida, ahora estaba tensa de una manera muy diferente, que la pedía encogerse en lugar de estirarse como la señorita la ordenaba. Pero permanecería estirada, tenía que obedecer y obedeció la siguiente orden que mandaba dar una vuelta al trote con las manos detrás de la cabeza. Lo hizo, consiguiendo con ello cierta relajación, pero no suficiente, por lo que la señorita haría que diera otras dos vueltas más. Después, más aplacada, la señorita volvería a ordenarla bailar.

.- Baila como debes.

L entendió la orden y comenzaría a bailar, pero lo haría solo contoneándose y jugando ligeramente con las manos, que mantenía alejadas del cuerpo, como si quisiera evitar tocarlo, caer en la tentación de realizar una caricia improcedente. La señorita la miraba en silencio, mientras L, seguía meneándose, y ella esperaba a comprobar cuanto era capaz de soportar la tensión de pensar que no cumplía con lo que se quería que hiciera y comenzaba a bailar como antes. El silencio empezó a ser un aliado de la señorita, convirtiéndose en algo tremendamente presente y difícil de soportar para L, que encontraba en él la manifestación del desagrado de la señorita. De pronto, L llevó las manos a las caderas, ayudándose de ellas para ampliar el contoneo, giró así sobre sí misma, al tiempo que movía más las tetas, que saltaban descaradas, luego alzó los brazos, para después poner las manos detrás de la cabeza y así bailar un momento. La señorita seguía dejando que lo hiciera a su gusto, pero manteniendo la presión exigente del silencio. De nuevo L daría otro paso, esta vez acariciando sus tetas, lo hacía avergonzada, pensando que estaba ofreciendo entregas antes de que se le exigieran y acaso pudiendo evitarlas, pero si eso pensaba, sentía que el tiempo se le acababa, que la señorita no toleraría mucha más espera, debía darla lo que deseaba, se volvió hacia la señorita y elevó los ojos en busca de su mirada, lo hacía oferente, sonriente, pero se encontró con una mirada seca e inflexible, que hizo comprender a L que faltaba mucho para complacerla. En una reacción que dejaba patente el grado de dependencia y sometimiento que ya mantenía con la señorita, L bajo los ojos, al tiempo que llevaba la mano derecha entre sus piernas, comenzando a acariciar esa zona, en un primer retorno a la situación que no debía restablecer. Se dijo que ni podía ni quería excitarse más allá del punto en que pudiera perder el control de sus comportamientos, ni mucho menos llegar hasta el de querer satisfacer sus instintos descontrolados, con lo que eso llevaba aparejado, que era la obtención del previo permiso de la señorita. Pero, quisiera o no quisiera, volver a acariciarse suponía recuperar la situación anterior, y con ella la excitación, que comenzó a demandar más caricias, más concretas, más eficaces, y que según iban produciéndose irían consiguiendo una mayor excitación, creando un círculo muy difícil de romper a pesar de los esfuerzos que L volvería a realizar para no dejarse llevar por las demandas crecientes nacidas de un placer también creciente. Ahora, no quería mirar a la señorita, consciente de lo que hacía y humillada por hacerlo, sin ser capaz de controlar un gozo que comenzaba a campar por sus respetos, sin atender a nada que no fuera su permanencia, su incremento, su conclusión. L conocía lo que tenía que hacer, lo que la señorita deseaba que hiciera, lo que quería verla hacer, y sus dedos complacerían a su cuerpo y a la señorita, recorriendo las zonas que mayor respuesta proporcionaban, pasando desde el coño al culo, para regresar y volver a empezar, deteniéndose cada vez un poco más en ambos, introduciendo los dedos en ellos, buscando, en un sexo ya excitado y humedecido, el lubricante que necesitaba para meter los dedos en el culo, sintiéndose embargada por una excitación cada momento más difícilmente controlable, sabiendo que no sería capaz de contener las exigencias de unos sentidos desbocados, y al tiempo, sabiendo que no podía dejarlos sueltos, que la señorita no lo permitiría.

De repente vuelve a recordar que debe solicitar permiso para alcanzar el placer, entonces, recupera algo de conciencia sobre lo que está ocurriendo, lo que está haciendo, nota el calor y la humedad que embargan su cuerpo, continua con el baile y las caricias, ya dispuesta a solicitar la autorización preceptiva para alcanzar el placer que ansia, pero resulta muy duro efectuar ese tipo de petición, y L alarga el momento para realizarla, como queriendo, necesitando, alcanzar un grado de excitación en el que ese ruego surja casi espontáneo, que sea su cuerpo quien hable, casi sin intervención de su mente. Se percata que está llegando el momento y tiene que pedir permiso a no ser que quiera arriesgarse a que la señorita vuelva a cortar el trance dejándola insatisfecha y frustrada.

.- Señorita..., me permite... me permite... – le costaba mucho hacer esa demanda – gozar.

.- No marrana, no has hecho todo lo que debes.

L, comprendió de inmediato, ya poco la importaba completar el ofrecimiento que estaba haciendo y con ello conseguía el permiso ansiado, separó la mano derecha del coño y llevándola a la entrada del culo, buscó con sus dedos, hasta colocarlos bien en ella y presionando, introducirlos en él. La mano izquierda se aposentaría donde antes estaba su pareja, y los dedos de ambas manos, funcionando como una especie de tijera, entraban y salían de ambos agujeros. L se percató de nuevo de la obligación de pedir permiso para gozar.

.- Señorita Laura… me concede permiso para gozar.

.- Tienes permiso, marrana.

.- Gracias, señorita.

L se aplica a conseguir lo que ya aparece como incontrolable.

.- Puedes hacerlo en el suelo.

L casi se deja caer, apoyando una rodilla en el suelo y después la otra, queda de rodillas, después se sienta sobre los talones, siempre manteniendo las piernas separadas, ya no por obligación, aunque también, pero sobre todo por llegar mejor a sus agujeros, y así termina de masturbarse. Cuando consigue el placer, se deja caer hacia delante, con un gemido. Ha retirado la mano del coño, que utiliza para apoyarse sobre el suelo, pero sigue con la derecha en el culo. Luego la retira, al tiempo que queda hecha un ovillo en el suelo.

La señorita permite a L unos momentos para saborear el gozo que aún mantiene en su cuerpo, luego la ordena incorporarse y componer la postura de respeto.

.- Hembra en respeto y obediencia, señorita Laura.

L, esta aturdida. Según se va serenando, regresa a ella la conciencia de su situación, de lo sucedido, de su rendición, que deja paso a la conciencia de su humillación, de su ignominia. No comprende cómo ha podía dejarse llevar, sucumbir a una excitación que ella misma ha generado. Quiere reaccionar, dejar patenta a la señorita que lo ocurrido ha sido algo indeseado, que no volverá a suceder, pero siente lo absurdo de su pretensión. ¿Cómo va a explicar a la señorita sin producir risa? Solo puede responder con una actitud que denote el cambio, la oposición a ese tipo de acciones.

.- Ayer te dije que hoy te explicaría los métodos que empleo para castigar los incumplimientos y las faltas que cometas. Ya sabes que la obediencia es esencial y la cualidad que más aprecio en las hembras como tú. El sistema que más utilizo para manteneros en obediencia es la caña, por ser el que mejor hace entrar en razón a quien la ha perdido, y el que mejor enseña lo que debéis aprender. Ya conoces los efectos de un buen golpe, así que sabes a lo que te arriesgas. También te dije que durante los días que permanezcas aquí, vas a cumplir con todo lo que te es obligado.

L solo pensaba en ese plazo límite de una semana, al que quería agarrarse como náufrago a una tabla, encontrando en él el tope máximo de su presencia en aquel lugar. Todo lo más que se vería obligada a hacer sería soportar a la señorita durante 7 días, y ya llevaba dos, y otros dos del fin de semana.

Pero, vayamos a los castigos, comenzando por las faltas de puntualidad y de presencia. Mientras permanezcas bajo mi autoridad y debas continuar viniendo a tu doma, lo harás puntualmente. Para permitirte cualquier tipo de ausencia, deberás notificarlo y justificarlo debidamente, pidiendo permiso con al menos 48 horas de antelación, si se te concede deberás recuperar el día perdido y otro más para compensar, y otro de castigo. Si avisas con menos de 48 horas, en lugar de 3 días, serán 4, y si no avisaras, 6. Yo seré quien determine si se te ha de conceder permiso, por lo que si lo pides hazlo de modo plenamente justificado, sino no te lo concederé. Si has incurrido en faltas que supongan días de castigo los vas a cumplir, si quisieras tratar de eludirlo reclamaría su cumplimiento, llegando, si fuera preciso, a solicitarlo en tu empresa, por supuesto justificando y explicando los motivos de la demanda y la conveniencia de obligarte a cumplir el castigo merecido. – Tanto la señorita como L se percataban de lo que supondría esa explicación en la empresa, para la señorita era un arma muy poderosa para obligar a L a cumplir y para esta una amenaza que no podía permitir que se convirtiera en efectiva. – Si llegas tarde, tendrás un día de castigo hasta 10 minutos de retraso y si es mayor el retraso, serían dos días. Estás avisada, así que te aconsejo que seas puntual y no se te ocurra faltar a tu aprendizaje y doma. Todas las sanciones de días adicionales de permanencia y doma los cumplirás en su totalidad, alargándose los plazos hasta que hayas consumado todos los tiempos, incluidos los que supongan nuevos castigos en el periodo añadido. Esto quiere decir que los castigos los cumplirás siempre, con ellos no valen las reglas generales, tienen las suyas particulares. Además, se añadirá un castigo adicional, de azotes, que serán en golpes los mismos que los días a añadir por las faltas, si durante una semana hubiera sucesivos incumplimientos, el castigo de azotes añadiría un azote más por nuevo día de incumplimiento, lo que quiere decir que un solo día tendrá un azote, dos días tres, 3 días, 6. Es decir, 1 por un día, 2 por el segundo, 3 por el tercero y así sucesivamente, pero solo en la semana. Y lo mismo sucederá con los días a añadir, que serán uno más por cada falta de asistencia adicional. Pero no solo estás obligada a ser puntual, ya te he dicho que la obediencia es virtud cardinal para ti, y en caso de no cumplir con ella el castigo sería inmediato y severo, en eso soy inflexible. La caña te demostraría sus virtudes. Lo mismo tengo que decir de las faltas de respeto. Estás aquí no solo para mejorar tu condición física, sino y mucho más importante, para aprender a comportarte como es común, norma y costumbre en una marrana bien domada, que es lo que vas a ser. Te voy a dejar sola unos minutos. Baila hasta que regrese, y hazlo bien, acaríciate como sabes, pero sin llegar a correrte, eso solo lo puedes hacer con mi autorización previa y expresa, pero puedes calentarte y humedecer. Cuando vuelva te quiero chorreando, quiero ver como lo sabes hacer.

.- Sí, señorita Laura.

.- Baila de espaldas a la puerta, y sin mirar hacia atrás.

.- Sí, señorita Laura. Como usted mande, señorita Laura.

.- Y no olvides el culo, lo tienes para ser usado y con facilidad. Lo quiero también húmedo del uso que le hayas dado con tus dedos. Pásalos del coño al culo.

.- Si, señorita Laura. – No comprendía como respondía a ese tipo de comentarios, pero lo hacía sin vacilar. Pero, ni siquiera comprendía que se pudieran decir las cosas que decía la señorita.

La señorita saldría dejando a L bailando. Acaba de gozar y no sentía ningún apremio para volver a excitarse, pero estaba obligada y la señorita quería verla húmeda, todavía lo estaba, por lo que aprovecho ese lubricante para iniciar otra serie de caricias, centradas en su vulva y después también en el culo, como la señorita había indicado. Bailaba, se contoneaba, mientras sus dedos se ocupaban de culo y coño. Ambas manos permanecían activas, componiendo una especie de pinza, que hacía que los dedos se sintieran unos a otros entre la separación de sus dos agujeros. Sin apenas percatarse, L se encontró de nuevo excitada y teniendo que controlar sus movimientos que iban dominando sus reacciones y su voluntad. Pensó que si la señorita tardara en regresar, o paraba ya o no iba a ser capaz de controlarse. No podía seguir así indefinidamente.

Y la señorita llegaría. L, que bailaba de espaldas a la puerta, escuchó el sonido de los tacones de la señorita, ya comenzaba a conocerlo. Aunque había procurado mantener el suficiente control sobre sus reacciones, se dio cuenta que estaba perdiéndolo, la presencia de la señorita hizo que recuperara suficiente dominio para aparecer como dueña de sus actos.

.- A ver, Hembra, muéstrame el coño que vea si estás cumpliendo. Ábrelo bien con los dedos, y no saques los otros del culo, también quiero ver como lo estás haciendo por ese agujero más puerco.

L mostró el coño abierto. La mano temblorosa, indicaba que no dominaba la situación tan bien como quería aparentar. La señorita paso los dedos sobre el coño, provocando un estremecimiento en L y la sonrisa de la señorita, que quiso ir a más introduciéndolos en el coño, ahora L dejó escapar un gemido.

.- Si no te gusta que te acaricie lo dejaré. – Se burlaba. – Pero chorreas como una marrana en celo. Inclínate bien y enséñame el culo, separa las nalgas con la mano libre y con la otra barrena bien el agujero y luego muéstramelo.

Era ignominioso, pero L lo hizo, tal y como la señorita demandaba. Comenzaba a obedecer mecánicamente, sin plantearse los contenidos de las demandas, únicamente debía obedecer y lo hacía.

.- Barrena mejor el culo, con dos dedos, eso parece gustarte más. – L lo hizo. Ahora saca los dedos y con las dos manos separa las nalgas que vea como queda el agujero. Bien, ya veo. Hay que actuar sobre él y pronto. No debes tenerlo así. Parece mentira que alguien como tú esté tan mal abierta. Vuelve a barrenar el culo con los dedos. Si quieres puedes acariciarte el coño. Pero si quieres volver a correrte, sabes que tienes que pedir permiso antes. Baila delante de mí.

La señorita se fue a sentar en el taburete, a presenciar lo que hiciera L, que quiso dominar sus ansias de continuar con las caricias sobre su coño, y lo conseguiría durante unos momentos, pero lo que hacía en el culo la llevaba a desear algo más. Estaba bailando ante la señorita, contoneándose al tiempo que jugaba con los dedos en su culo. Cerró los ojos, casi inconscientemente. Quería independizarse de su alrededor, pero con ello lo que conseguía era desear más la continuación de lo que tenía tan adelantado. Al cabo, llevó la otra mano al coño e inició una tímida caricia, que enseguida perdería timidez para adquirir osadía.

.- Ofréceme tus caricias. Quiero que me las muestres perfectamente, quiero contemplarlas sin tapujos. Quiero que te muestres y ofrezcas como si quisieras conseguir que te eligiera para mí, para servirme, para gozar de ti. Quiero conocer si sabes y puedes convencerme de que eres la que mejor vas a complacerme, que estás ansiado hacerme gozar. Yo sabré si eres capaz. Te juegas mucho en el intento. Consíguelo. Puedes excitarte y quiero que lo hagas, pero no puedes correrte sin mi previo permiso. Tienes que ir aprendiendo a comportarte como una marrana, y ahora quiero que lo seas para mí.

Y L, extrañamente, quería lograr lo que la señorita deseaba. Bailó ante la señorita buscando satisfacerla, conseguir ser "la elegida", sabía que la señorita solo la elegiría si ella lograba demostrarle que podía ser la mejor. Sus manos, que estaban adquiriendo unas habilidades y talentos antes ni intuidos, se movieron para ofrecer a la señorita lo que esta deseaba contemplar, y lo hacía sonriéndola cada vez que los dedos penetraban y barrenaban sus agujeros, al tiempo que se contoneaba con descaro, inclinándose ante ella para mejor mostrar el culo y después arqueándose para mejor mostrar el coño, mientras los dedos actuaban sin descanso, acariciando, penetrando, incluso pellizcando, tirando, alargando, dejándose llevar por el ansioso deseo de incrementar la excitación, de alcanzar el gozo, y al tiempo queriendo retrasar su consecución, y ya no por lo que suponía de rendición ante la señorita, ni siquiera por hacerse desear más por ella, aunque esto apareciera entre sus preferencias, lo hacía por ella misma, por alargar el tiempo de placer, hasta que comenzó a ser muy difícil mantener esa situación. Entonces, la sonrisa dejo paso a la ansiedad, las caricias se concentraron en la búsqueda de un gozo que veían tan cercano como relajante. Perdía la conciencia de su entorno, que solo un golpe de la caña sobre los dedos que barrenaban en su coño, la devolvieron a una realidad que demandaba ser atendida, que no podía postergar.

.- Marrana, lo primero soy yo, no lo olvides. Y dentro de nada lo serán los señores a quienes debas servir. Compórtate como se espera de una marrana.

L volvía a no comprender ese tipo de alusiones, pero sabía lo que debía hacer. No podía dejarse llevar por el placer, tenía que dominar sus apetitos, sus instintos, actuar controlando sus acciones. Percibía que no sería capaz de mantener esa decisión si seguía acariciándose, pero tenía que continuar y lo hizo. Estaba tan excitada que el mínimo toque inducía sensaciones y deseos que se apoderaban de ella y que tenía que controlar con creciente esfuerzo. No pudiendo aguantar, pidió permiso para correrse.

.- Señorita, ¿me permite correrme? – Lo diría con una ansiedad que se unía a una naturalidad que poco antes hubiera resultado insospechada.

.- No, no has demostrado que lo que más ansíes sea que te elija para que me sirvas y consigas que goce de ti. Ahora soy tu cliente, consigue que te elija y entonces, quizás se te permita correrte. Hasta ahora no te lo has ganado.

.- Sí, señorita. – Volvía a reconocer un deber que no existía, pero que la excitación insatisfecha pedía que lo hiciera. Poco importaban ese tipo de exposiciones de la señorita si al final conseguía el permiso para gozar.

.- Pues ¡convénceme!

Y L bailaría para convencer a la señorita – no quería pensar en un hipotético cliente – sin cuidarse de ofrecimientos, muestras, incitaciones, que quería provocativos, lascivos, desvergonzados, y que la señorita contemplaba con indisimulada satisfacción, sabiendo lo que esas ofertas significaban y como la tenían a ella por destinataria. Conociendo que, poco antes, eso hubiera sido impensable para L, y ahora se lo ofrecía anhelando que la satisficiera, que lo aceptara, que la recompensara. Después de dejar que L se acariciase con total procacidad, le autorizaría a gozar.

.- Ahora puedes gozar como una marrana en celo.

Y L gozaría con un conjunto de gemidos que denotaban la ansiedad y hondura de su gozo. Cuando la señorita le avisó para que recuperase la compostura, L, sin vacilar, se puso en posición de respeto ante ella.

.- Gracias, señorita Laura por haberme permitido gozar como una marrana en celo. Muchas gracias, señorita Laura. – Y sonreía al decirlo.

.- Acaríciate.

.- ¡Ah! ¿Cómo?

.- Que te acaricies.

Sorprendida, L comenzaría a acariciarse de nuevo, ahora hacerlo suponía incidir en los toques de una zona muy sensibilizada, por lo que se concentraría en el culo.

.- También en el coño.

Tendría que hacerlo, y aunque habían pasado unos minutos, tocarse en el coño resultaba desagradable, pasó los dedos sobre él, intentando evitar el botón más sensible.

.- Hazlo bailando, contoneándote.

.- Sí, señorita.

Volvería a bailar al tiempo que los dedos de sus manos se ocupaban de acariciar culo y coño, consiguiendo que, poco a poco, reapareciera la excitación y con ella el deseo de aplacarla, pero esta vez la señorita no le permitiría conseguir el goce que anhelaba, cortando las caricias para ordenarla ponerse en posición de respeto.

La señorita le daría las últimas instrucciones, que L escuchó en perfecta posición de respeto, cumpliendo con todas las muestras de sumisión que llevaba aparejada la postura, los ojos bajos, la boca entreabierta, las manos abiertas hacia delante.

.- Vas a escribir 1000 veces: Soy Hembra, vengo a ser domada por la señorita Laura. Informo que no me he masturbado.

.- Como usted mande, señorita. Laura.

.- Y vas a cumplir con todo lo que debes hacer fuera de aquí. Si no lo hicieras, te castigaré con severidad, lo de hoy ha sido un aviso, no un castigo. Puedes vestirte.

.- Gracias, señorita Laura.

Una vez vestida se coloco de nuevo en posición de respeto ante la señorita.

.- Hembra en respeto y obediencia, señorita Laura.

.- Mañana te presentarás aquí a la misma hora. – L no lo esperaba.

.- Señorita...

.- Habla, hembra.

.- Mañana es sábado.

.- ¿Y...?

.- Que..., nada señorita.

.- Vendrás los fines de semana y los festivos. No tenemos tiempo que perder. Y si lo tuviéramos es igual, vendrías porque lo mando yo.

.- Como usted mande señorita Laura. ¿Desea alguna cosa más, señorita Laura?

.- Vete.

.- Sí, señorita Laura. – Recogió el chaquetón que estaba en el suelo.

.- Veo que no te ha gustado el que te elegí.

.- ¡Ah! No..., sí, señorita...

.- Calla y no mientas. Póntelo que vea como te sienta.

.- Sí, señorita. – Se lo puso.

.- No está mal.

.- Gracias, señorita.

.- El chaquetón no es para llevarlo en los lugares cubiertos, este o cualquier otro que te pongas, o la prenda equivalente, que te quitarás en cuando pases a una zona cubierta. Y si el lugar es público o hay más gente, mejor. Quiero que luzcas lo más posible tu nuevo modo de presentarte. Y tampoco es para llevarlo en la mano, o sea que lo dejas donde puedas, sin intentar cubrirte con él cuando no estés en el exterior.

.- Sí, señorita Laura.

.- Y no hagas trampas.

.- No, señorita Laura.

.- ¿Vas en coche a la oficina?

.- Sí, señorita.

.- ¿Dónde lo dejas?

.- En el garaje de la empresa.

.- Pues deja el chaquetón en el coche.

.- ¡Ah! – La orden sorprendió a L, al notarlo la señorita se dio cuenta que eso no la gustaba lo que indicaba que quería utilizar el chaquetón para entrar y salir con él y acaso para prolongar el tiempo de llevarlo puesto. L quiso evitar que la señorita pensara lo que parecía estar pensando. – Señorita, hace frío en el garaje.

.- Por andar 50 m sin él no te va a pasar nada. Y esta orden no es solo para la oficina. ¿Entendido, Hembra?

.- Sí, señorita.

.- Vete.

.- Gracias, señorita. Con su permiso, señorita.

Se alejó deprisa, sin olvidar contonearse y con los brazos doblados y las manos en la cintura, abiertas hacia delante, bajo la mirada divertida de la señorita. L pensaba que iba a salir directamente pero tendría que volver a pasar por las manos de Tina para ser maquillada. También la pondría pomada en culo y muslos.

Dejó la casa sin la convulsión del día anterior, a pesar de haber soportado el castigo de los azotes, que aún sentía en su culo, y más al sentarse en el coche, y haber… No se atrevía a rememorar lo ocurrido. Sería después cuando comenzaría a ser consciente de la gravedad de lo sucedido y de su acomodación a todo ello. Y encima sentía la humedad entre sus piernas. No comprendía como era posible que estuviera excitada cuando solo el recuerdo de las marcas de su culo bastaría para aplacar cualquier calentón. Quería distraerse de lo que sentía en su cuerpo, pensó que si hiciera las compras que necesitaba conseguirían recuperar la calma. A pesar de que siempre disfrutaba con las compras, ese día las haría deprisa, quería llegar a casa y verse bien las marcas de los azotes. Compró lo más imprescindible, diciéndose que no necesitaría nada más, quería una camiseta más gruesa que evitara que los pezones se apreciaran demasiado. No adquirió ropa interior, le avergonzaba buscarla, solicitar unas prendas que estimaba de puta. Prefería lavar las únicas que tenía.

Llegó a la oficina antes de que entraran quienes hubieran salido a comer encontrándose con ella prácticamente vacía, incluso el conserje no estaba en su sitio, lo que facilitaba pasar sin el chaquetón, que había dejado en el coche. Ahora, un par de carpetas con papeles hicieron de cobertura tras la que disimular los pezones y tener ocupadas las manos, eludiendo la postura obligada. Fue a los aseos del consejo donde había uno para señoras muy bueno, se encerró en él. Se quitaría la ropa quedándose solo con la interior, al verse en el espejo volvió a sentir el efecto de las prendas que llevaba, eran impúdicas, pero al tiempo la sentaban admirablemente, durante un momento se olvidaría de mirar las marcas del culo, que aparecieron al ladearse y buscar sus redondeces posteriores, allí estaban sobre la prominencia de las nalgas, perfectamente visibles al no ocultar nada el tanga que llevaba, y perfectamente señaladas, al verlas volvió a asustarse, quiso comprobar que no había heridas lo que la calmó un poco, pensando que si no había heridas no ofrecería problemas su desaparición.

"No puedo ponerme a tiro otra vez. No puedo volver a ese lugar."

Entonces recordó que tenía que escribir el castigo, y con ese recuerdo apareció el temor a no tener suficiente tiempo para hacerlo, temor que se juntó con la idea de escapar a todo aquello. Eran ideas contradictorias, pero ambas actuaban sobre L, que no era capaz de sustraerse a ninguna de ellas. Se percataba de que lo que quería suponía un grave peligro para ella, al tiempo que acomodarse a lo que la señorita deseaba representaba el mantenimiento de la opacidad de su conducta, y eso era lo más importante.

Sabía que en caso de no acudir, de romper con la señorita, esta más que probablemente cumpliera su amenaza y pusiera una nota explicativa a su empresa, y si se supiera... No quería pensar en eso.

"Pero, ella se juega mucho mas, puede ir a la cárcel..."

Pero L no estaba nada segura de que eso ocurriera, y en cambio, tenía menos dudas sobre la fragilidad de su propia posición.

"Tenía que ir esta misma tarde a la policía y poner una denuncia y si es preciso ir a un hospital y que acrediten mi estado. Con eso acabaría de una vez con esa puta."

Entonces por su mente pasó una idea que la trastornó, aterrándola.

"¿Y si hubieran gravado lo que he hecho?"

Si la señorita quisiera cubrirse las espaldas, nada mejor que gravar lo que hacía, y ese día había hecho... No podía pensar en ello sin que el sonrojo subiera a su rostro. Recordaba que había visto un aparato pequeño en una esquina, parecía que fuera una alarma, pero al pensarlo, allí una alarma no tenía mucho sentido, podía ser una cámara, estaba descompuesta por esa idea. "Y puede haber más. Pero, con que haya una es más que suficiente… Sería horrible… Si mostrara lo que he hecho… ¿Cómo explicar que lo hacía obligada cuando he gozado como una… marrana…? Me he comportado como una guarra, como una furcia…, o peor."

"La señorita alegaría mi conformidad, y que me gustaba. - "Vean lo que la gusta que esta chorreando permanentemente y se corre tantas veces como se lo permito, y la tengo que controlar para que no quede exhausta. Es una perra en celo, que la gusta que la azoten."

"Hoy he aparecido con el culo marcado."

"Pero, no puedo pensar en volver. He hecho mal en soportar que me pegue, pero no puedo ponerme a tiro otra vez." Se decía mientras se percataba de sus vacilaciones, de sus temores, de sus miedos a ser descubierta, a que se conociera lo que estaba ocurriendo, lo que estaba ocultando, lo que estaba pretendiendo. Sus engaños, sus tretas. Ella tampoco era trigo limpio, conocía sus debilidades, sus compromisos, la necesidad de evitar mayores males.

"Estoy cogida..., temporalmente..., pero no puedo arriesgarme a que la solución de un problema me cree otro peor."

"Tengo que pensar como escapar, sin que nadie pueda reaccionar en mi contra."

"Pero, si solo serán cinco días… ¡Debían haber sido solo tres! ¡¿Por qué consiento en ir el sábado y el domingo?! Debería haberme negado. Pero, está por ver que vaya."

Iría a su despacho, sabiendo que sería muy difícil que no realizara el castigo, al menos por si acaso, y aunque tuviera que pasarse la tarde escribiendo. Y cada vez que se daba cuenta de su debilidad, de su falta de decisión, se sentía avergonzada y humillada, vergüenza y humillación que se sumaban a las generadas por esa excitación que la recordaba a la señorita, pero de un modo completamente distinto, viéndola y sabiéndola inductora y artífice de ella y del placer que había saboreado en el salón.

No quería sentarse, no solo por la molestia, también para propiciar la más rápida desaparición de las marcas, por lo que escribiría el castigo arrodillada, utilizando una silla como apoyo. Escribiéndolo indicaba su ausencia de voluntad de no acudir el día siguiente. Pronto se percataría que iba a llevar mucho más tiempo del que había pensado, tanto que pasó toda la tarde escribiendo, y lo haría mientras en su cuerpo permanecía encendida la llama de la excitación que no se había apagado, que reclamaba ser atendida, satisfecha, y L no quería, no deseaba lograr un placer inducido por la señorita, que venía de los actos que había estado obligada a realizar esa mañana.

Cuando dejó la oficina, solo había escrito poco más de la mitad del castigo, pero estaba cansada y lo dejó para continuar en casa, lo que haría nada más llegar, al tiempo que intentaba con ello rebajar una excitación que parecía no querer dejarla, y si fue capaz de mantener la continencia durante la tarde, ahora en casa y con toda la libertad para actuar sin trabas resultaba mucho más difícil controlar sus ansiedades.

Se fue a la cama siendo consciente de que allí sería más difícil controlar sus impulsos, y el recuerdo de lo sucedido durante la mañana comenzó a ofrecerla un estímulo adicional, cada vez más difícil de dominar, no podía evitar que las imágenes surgieran una tras otra, imponiéndose a los intentos de rechazarlas, de desecharlas, parecían agarrarse a su mente, no quería ceder ante unos recuerdos que significaban su sometimiento a la señorita, su humillación ante ella, pero se estaba dejando llevar, teniendo que controlar sus manos que querían acompañar lo que su mente presentaba ante ella. No quería que las imposiciones de la señorita, sus órdenes, sus gestos, esos dedos en su culo, que ahora deseaba que fueran los suyos propios, emularan a los de la otra, y los tenía que controlar para evitar que se dirigieran a la entrada de ese agujero. Pero lo peor era que las imágenes que la embargaban suponían su supeditación a la señorita y ella ansiaba saborearlas, como si su sometimiento fuera una incitación idónea.

Tardó en dormirse y lo hizo insatisfecha y frustrada.