L 33

L marcada

33  L  Marcada

El presidente de MCM al contemplar las nuevas fotos de L, donde aparece con las marcas perfectamente visibles, reconoce la similitud con la que llevan las pupilas de un club muy particular y exclusivo, y teme por lo que puede estar sucediendo con la chica, con las consecuencias que puede traer para su empresa si la mantiene como modelo de la comida de gatos. Le queda la duda de que las marcas no sean las mismas que lucen las pupilas del club, pero todo le lleva a esa idea.

Quiere decidir el siguiente paso a dar. Llama al director general para comentarlo. El director no acaba de comprender que L se haya prestado a estar en ese club.

.- Como te digo, no estoy completamente seguro, pero creo que es más que probable. Puede estar voluntariamente. Hay gustos muy raros. Y eso se compagina con las fotos que se le han hecho. Pero, no sé por qué, tengo la impresión de que la han llevado al club, no con su aquiescencia, y no hace mucho. – El presidente, que conoce las costumbres del club, conoce el rabo que llevan las putas del club, y ese todavía no lo luce L, como tampoco luce la indicación de “marrana”, y esto último añade una duda más a su opinión. El director general no pregunta, comprendiendo que es un terreno resbaladizo, si el presidente quiere comentar más que lo haga. – Esté o no esté en el club que creo, tengo la impresión que se la han querido quitar de en medio, y con nuestra colaboración, por lo que es muy probable que hayan sido sus compañeros de la empresa. Y, obviamente, sin el conocimiento de R. Yo no debía hacer nada, salvo quitarnos a la chica de encima, simplemente diciendo que no nos conviene de modelo. Aunque tampoco quiero dejar de mostrar a R lo que sucede. Y que sean ellos quienes hagan el último trabajo. Quien ha planeado y realizado esto tiene muy mala leche, porque yo tampoco creo que la chica este en un burdel por propia iniciativa.

.- Eso es lo peor. No sabemos el modo en que se ha conseguido que la chica acepte su situación, si no fuera voluntario puede tener otras implicaciones… y alcanzarnos. Somos la parte más fuerte y a quien se pedirían más responsabilidades. – Lógicamente, el director temía que detrás hubiera violencia o chantaje. – Lo que no podemos permitir es que nos afecte a nosotros, que, además, no tenemos ninguna culpa, ni conocemos lo que está pasando. Todo lo que decimos son elucubraciones, que deberíamos confirmar. No creo que sea muy difícil hacerlo.

.- Tienes razón. Lo primero y principal es evitar que nos afecte.

.- Hay que devolverles a la chica inmediatamente. Y si fuera posible saber qué hay detrás... Estas cosa pueden tener consecuencias imprevisibles.

.- Por ahora no tiene por qué afectarnos, pero eso no es escusa para salirnos de este asunto lo antes posible. Quien lo ha hecho sabía lo que hacía, por eso está la chica en un burdel.

.- No es seguro.

.- Bien. De todas formas trataré de confirmar mis sospechas, sin dar demasiadas pistas. Siento que no sea la modelo, es muy guapa y tiene una foto que me gustaba. Pero podemos intentar algo similar con otra. Yo hablaré con R, y veré lo que sabe. Aunque, como te digo, no creo que sepa nada. Si él hubiera querido quitarse a la chica lo hubiera hecho sin más. Se lo han preparado y precisamente a él. Pero no me voy a meter en sus asuntos. Esos que los arregle él. Lo que tenemos que hacer, como tú dices, es evitar que nos alcancen las consecuencias. Lo más que puedo hacer es apercibirle.

.- Y sería bueno asegurarnos de que la chica es lo que parece. No vayamos a meter la pata. Aunque, todas esas marcas que lleva no dan muy buena impresión. Como modelos hay muchas, lo mejor sería prescindir de esta cuanto antes, aunque no pasara nada con ella. Más vale prevenir. Aunque, en honor a las relaciones que tenemos con nuestros amigos tratemos de confirmar tus sospechas para ayudarles en lo que podamos. Pero pensando primero en nosotros.

.- Sí. No será nada difícil confirmarlo. Pero estoy prácticamente seguro.

.- Y cuanto antes lo hagamos antes nos la quitaremos de encima.

.- Deberíamos quitárnosla ya. No cuesta nada.

.- Podíamos enviar al fotógrafo una carta diciéndole que no nos interesa esa modelo.

.- Pero sin prescindir de él, al revés, renovándole nuestra confianza. Pero sin mencionar lo que nos ha gustado, ya se lo diremos cuando nos convenga. Que él nos busque otra modelo. Así verá que nuestro interés por él es real.

.- Si vas a hablar con tu colega, mejor será esperar a que lo hagas. Resultaría muy duro hacerlo y no decírselo.

.- Hablaré hoy mismo.

El presidente hará lo que ha dicho. Llama a su amigo y colega, quiere conocer lo que sabe. Como suponía, no parece conocer nada, lo que le insta a asegurarse de que la chica es lo que parece. Pero la conversación ha dejado a R con cierta sospecha sobre L. Lo que ha dicho su amigo dejaba una duda sobre la joven que, sin concretarse en ninguna acusación, permitía vislumbrar que había alguna presunción. Llama a J para comentarle la charla con su colega.

A J, la explicación de su presidente le indica que el de MCM sospecha o conoce lo que ocurre con L.

"Ya se sabe."Lo temía y esperaba, pero al saltar la noticia le da de lleno. Su presidente continúa la explicación.

.- No sé qué está pasando, pero me ha dado la impresión de que quisiera asegurarse de algo sobre L. Tenía demasiado interés en ella. Claro que viendo las fotos surgen muchas preguntas. – “Y tú no has visto las más interesantes.” Se diría J. “Bueno, ni tampoco en MCM”. – No he querido preguntar para no aparecer como quien no sabe nada. ¿Qué piensas tú?

.- Puede ser mero interés profesional. Pero no perdemos nada por intentar saber si hay algo detrás. Déjame que trate de enterarme.

.- Hazlo. Me ha dejado confundido.

.- Lo haré.

.- E infórmame  en cuanto sepas algo.

Las circunstancias han decidido por J. La presentación de L a sus colegas carece de sentido. Llama al director del club para acelerar la estabulación, quiere acabar con aquello y quitarse a L de en medio definitivamente. Explica la situación. Luego pregunta nervioso:

.- ¿Qué propone usted hacer?

.- Si no hay nada en contra, marcaríamos a la marrana inmediatamente.

.- ¿Cómo?

.- Como marrana, naturalmente. En pública berrea. Es algo que deberíamos tener hecho. Estos procesos no deben alargarse. Y en esta marrana habría que volver a renovar las marcas temporales que lleva, ya están muy desdibujadas. Lo mejor es limpiarlas y ponerla las definitivas.

J, que conoce que la marrana debe de ser marcada como tal, y lo espera, cuando lo escucha para realizarlo de inmediato no puede evitar una sensación especial, que mezcla el deseo de que se lleve a cabo y finalizar una situación que se está convirtiendo en conflictiva y peligrosa, con una especie de temor a lo que pueda suceder al dar el paso definitivo, que significa traspasar el punto de no retorno, al oficializar la situación de L como puta del burdel. Piensa en lo que eso supondrá para la joven, por unos momentos teme por ella, preguntándose si debe seguir adelante o cortar con lo que va a ocurrir. Se da cuenta que posiblemente no pueda dar marcha atrás, que el club seguiría con sus pretensiones de convertir a L en una marrana más, ya tan avanzadas que  es impensable que admitan perder lo que ya dan por conseguido. Y lo iba a confirmar de inmediato. Nervioso preguntará por la berrea.

.- Como sabrá, el marcaje de una marrana es un hecho muy importante en su vida de ramera, por lo que le otorgamos la trascendencia que tiene para que la nueva marrana se sienta señalada y apreciada como tal. Por supuesto, la ceremonia se hace públicamente para dar más trascendencia a la celebración y que la marrana sepa que su condición se hace y quiere pública. Creo que es un espectáculo que hay que presenciar, y más por quien ha aportado a la marrana. Podrá ver el resultado en la marrana, y como queda vinculada a su nueva condición y al burdel.

.- ¿Ella sabe las consecuencias del marcaje?

.- Ha sido preparada para este día.

.- ¿Y lo acepta?

.- Posiblemente no. Es más, lo temerá.

.- Se percatará de que si acepta significa ser una prostituta, claro.

.- Ya lo es y ella lo sabe, aunque aún mantenga una esperanza y se diga que puede escapar a su situación, pero, cada día que pasa, tiene que ser más consciente que esas ideas son un autoengaño. Ahora va a convertirse en una prostituta de forma oficial, aunque será cuando se la ponga el rabo cuando adquiera la plenitud de los efectos administrativos. Pero, eso no impide que ya sea una prostituta que trabaja en un burdel, y de manera pública y oficial. Que es lo que viene haciendo, por lo que poco más va a añadirse en ese aspecto, solo, y no es poco, que se constata su situación y se hace pública, y recibe una remuneración por sus servicios. Cobrar es importante, añade una idea de libre aceptación y profesionalidad, que ayuda a vincular a la marrana al club y establecer la sensación de prostituta y su pertenencia al oficio que ejerce y por lo que se le paga. Queda algo que también la afectará, el marcaje es doloroso y también lo sabe. Ya ha sido marcada anteriormente como hembra y se le ha puesto su número, que es el que mantendrá.

.- ¿Es muy doloroso? – J vuelve a sentirse incómodo y nervioso.

.- Sí. – La respuesta sencilla y sin tapujos, vuelve a afectarle.

.- ¿Tiene que hacerse así?

.- Sí. Es muy beneficioso. La marrana queda rendida y sometida. Y no produce heridas. Es limpio y permite usar a la marrana inmediatamente y sin limitaciones. – J no pregunta más. Vuelve a estar inquieto y preocupado. Nada de lo que ha escuchado ha sido tranquilizador.

El director le invita a presenciar el marcaje de la marrana, J vuelve a vacilar, quiere verlo, y quiere comprobar cómo reacciona la marrana, conocer hasta qué punto actúa como una puta, hasta qué punto acepta, se rinde, se entrega. La mención a lo doloroso del marcaje no le resulta grata, pero quiere conocerlo para prever la posible respuesta de la joven. No admite que L pueda aceptar un castigo muy doloroso y, además, que lleve aparejada su calificación como marrana como puta de un burdel. Pero teme aparecer por el club y ser visto. El director,  comprendiendo esa dificultad,  le ofrece presenciar el marcaje desde la misma cabina en que presenció el castigo de la marrana.  Pero J sigue preocupado por lo que va a suceder y vuelve sobre ello.

.- La marrana… ¿es seguro que está preparada para dar ese paso?

.- No tenga miedo por ello.

.- Deberíamos no tenerla en la empresa… antes.

.- No creo que sea algo que varíe las cosas. – Cada vez está más claro que el director está determinado a solventar la situación. – Pero, si quiere despedirla antes... Pero lo tendrá más fácil después de haberla marcado, entonces ella estará mejor dispuesta y sabrá que carece de defensas, o las que tiene son muy endebles. Por lo que sé, solo tiene los ingresos de su trabajo y, ahora, los que la proporcionemos aquí. Nosotros la marcaremos como marrana mañana por la noche, para tener tiempo de avisar e invitar a quienes gustan de presenciar los marcajes de las marranas.

Esta vez el director ha fijado la fecha sin más dilaciones ni ofertas de tiempo a J, que se percata de que ha pasado el momento de poder decidir, ni siquiera se le da ocasión de influir, ahora va a ser el club quien decida la suerte de L, y él que ya conocía lo que tienen resuelto, ya sabe que lo harán de inmediato.

Tiene apenas un día para avisar a su presidente y despedir a la joven. No es tiempo suficiente. Tiene que esperar a después del marcaje, arriesgándose a lo que salga de él. No cree prudente estar en el marcaje, pero no es capaz de rechazar la invitación. Tiene que verlo y saber si L lo tolera.

El día siguiente esperaba a L algo que señalaría la fecha de un modo muy especial y muy distinto a lo que ella hubiera elegido, de poder hacerlo.

La señorita se ocuparía de ella durante toda la mañana, en que realizaría los ejercicios de aprendizaje y atendería a los servicios para los que fue requerida. Por la tarde continuaría del mismo modo. Ese día ha tenido menos servicios y más doma. La señorita volvería a ocuparse de ella; después de otro rato de doma, y de volver a servir en los salones hasta que finaliza el servicio de tarde en el burdel, es llevada a asearse y acicalarse, lo que se realiza con especial cuidado y esmero, que indica a L que se quiere algo especial para ese día. Después, de nuevo se la lleva a presencia de la señorita.

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura.

.- Marrana, ha llegado el momento de hacer efectiva tu condición de marrana, poniéndola de manifiesto del mismo modo que el número que te identifica, que a partir de ahora lo hará como marrana. Vas a ser marcada con tu nueva condición.

.- ¡Ah! Señorita... ¿Qué… qué…?

La señorita no quería darle la menor oportunidad de expresar su disconformidad, por lo que la ordenó callar y a continuación ponerse en movimiento.

.- ¡Calla, marrana! ¡No hables sin permiso! ¡Marrana, las manos detrás de la cabeza! ¡Marrana, al trote alto!

L obedeció de inmediato, frustrando el inicio de su reclamación.

La conduciría, llevándola con ella al trote alto, que L realizaba con  facilidad, alcanzando las tetas que hacía sonar en cada paso con un golpe neto de los muslos sobre ellas. Iba enculada, no porque lo necesitara, ya estaba perfectamente abierta, la señorita hacía que se la continuara poniendo el falo como un sistema apropiado para hacerla sentirse sometida, teniendo que permanecer como se quería que lo hiciera, sin que ella tuviera la menor capacidad para oponerse. Durante unos momentos, la ejecución del trote distrajo a la marrana de lo que acababa de decirla la señorita, pero después, lo que iba a suceder anuló todo lo demás. La marrana seguía trotando pero con la idea de la marca en la cabeza. Mantenía el trote, obedeciendo lo que se la ordenaba, y sin ser capaz de parar para oponerse, para aclarar su posición, su oposición, aunque no pensara en otra cosa, ofuscada, anonadada, pero al tiempo sometida. Lo que la señorita quería hacer con ella no podía ser, se lo decía una y otra vez, pero sin que esa negativa interior se tradujera en una acción consecuente.

L conocía la intención y decisión de la señorita de marcarla como marrana. Lo conocía desde el primer momento de estancia en el club, y había pensado muchas veces en ello. Al principio para considerarlo una locura, la ocurrencia de una loca, después, principalmente para oponerse, para decirse que no lo toleraría, al tiempo, que tenía la esperanza de que fuera algo que se pudiera quitar. Ahora surgía en ella la oposición creada y acumulada en tas veces de rechazo a ser marcada. Tenía que decirlo, no podía permitir que se la marcara como a un animal.

J llegaría con tiempo sobrado. El director le recibió en su despacho. J no podía evitar que sus temores surgieran, mientras el director mantenía una calma que ponía más nervioso a J, manifestando no ya su confianza en el buen fin de lo que se iba a hacer, sino la seguridad de que la marrana recibiría el marcaje quedando más sujeta que antes.

.- Aun no ha sido llevada a la sala que ya conoce. Si quiere puede ver todo el proceso desde el inicio, sin que haya nadie presente, fuera de la propia marrana y las gentes que se ocupan de ella. Aunque no sé si eso  calmará sus temores. Me sorprende que después del tiempo que llevamos con este asunto y la evolución de la marrana, este temeroso del último paso.

.- Es el definitivo.

.- Y ha tardado demasiado en llegar. Si quiere vamos a la sala.

Cuando llegaron aún no había sido llevada L. Había un hombre ocupándose de algunas cosas.

.- Es nuestro experto en marcaje de las marranas, y en otros cometidos. No le digo que el rabo se puede marcar con hierro al rojo… - Se rio al ver la cara de J, más por la burla que no disimulaba el director, que por el efecto de la noticia. Ya no le sorprendía nada en aquella casa. El director ofreció una copa a J que este aceptó.

.- Como enseguida traerán a la marrana, mejor le dejo solo, estará más cómodo y tranquilo.

El director saldría y al poco llegaría L, cuya entrada impactaría a J.

L pensaba que se la llevaría a la habitación en que se la habían puesto las marcas que llevaba, pero en lugar de conducirla a esa sala, la señorita la haría tomar otra dirección. Llegaron a la puerta de la sala en que recibiera el castigo, lo que supuso un primer aviso, nada grato, la señorita la abriría para dejarla pasar, entró en la sala que ya conocía, ahora se fijó algo más. Parecía un lugar donde se celebrasen acontecimientos que pudieran presenciar un pequeño número de personas, ya que existían unos asientos enfrente y alrededor de una tarima con una especie de camilla acolchada con estribos donde apoyar muslos y pies. En la pared frente a la tarima había un mueble aparador con vasos y botellas.

Estaba el hombre que ya conocía por haberla marcado antes. Su presencia la puso aún más nerviosa y asustada, pensando en lo acaecido cuando la marcara. La señorita no había mandado que dejara el trote, por lo que lo mantenía sobre el mismo lugar, a pesar de ello, no pensaba en lo que hacía ni en que el hombre la contemplaba, solo tenía la mente en lo que se iba a hacer con ella. Mientras se decía que tenía que hablar, decirle a la señorita que no quería ser marcada.

J miraba a la joven, que había entrado realizando una especie de trote que la obligaba a elevar las rodillas hasta alcanzar las tetas, que se alzaban en cada paso para caer después y chocar contra las rodillas, produciendo un sonido especial. Tanto las rodillas como la base de las tetas estaban enrojecidas por los golpes. L llevaba las manos detrás de la cabeza y se notaba que se esforzaba por echar los codos hacia atrás, lo mismo que se veía como se mantenía recta, sin ceder al seguro impulso de echarse hacia adelante para facilitar el choque de las tetas y reducir el recorrido y con él el golpe. Cuando se detuvo continuó realizando el movimiento, ahora aún más erecta y firme.

J pensó que el director volvía a tener razón y que la marrana estaba bien sujeta. Él la miraba excitado y seducido por lo que veía. L, no solo era muy guapa, tenía un cuerpo espléndido. Comprendía que el club la quisiera entre sus pupilas. La miraba y admiraba, queriendo contemplar todo su cuerpo, pero su vista se iba a los aspectos que indicaban mejor su sometimiento. La anilla de la nariz, que aunque conocía de sobra, era una muestra tan clara y expresiva de la sumisión a un tercero, que a J le sorprendía que hubiera admitido que se le pusiera. Y el falo grabado en el muslo, que avergonzaría a la puta más desvergonzada. Y el cencerro colgando el coño, que repiqueteaba con cada salto. Las anillas de los pezones. Y los números y palabra grabadas en el coño, que aparecía carnoso y sobresaliente. Solo faltaba verla el culo, y J estaba deseando que se diera la vuelta para contemplarlo.

“Y quieren ponerla un rabo… y, acaso… - le costaba pensarlo – marcado con un hierro al rojo.”

Esa idea le asustaba tanto como le excitaba. Se planteaba si querrñia presenciarlo.

.- Está todo listo. Puedo comenzar a preparar a la marrana. – Las palabras del hombre sacaron a J de sus pensamientos. Quedó pendiente de lo que sucediera.

.- Señorita... – L intentó hablar, sin detener sus saltos.

.- ¡Calla, marrana! ¡Ya hablarás cuando te autorice!

Ahora la atención de J se dirigió a la otra mujer, también muy joven, más que la propia L. J ya la conocía, aunque ahora la mirase con mayor curiosidad, reconociendo en ella a la domadora de L y, por tanto, a quien esta debía buena parte de su situación actual. Era muy guapa. Si no conociera su estatus, J hubiera podido pensar que fuera otra marrana, aunque estuviera vestida como una amazona, y llevara una caña en la mano. Ese detalle hizo caer a J en otro, el culo de L, que ahora quería ver para comprobar si mostraba marcas de azotes.

.- Señorita... – L volvía a insistir, y con voz algo más inquieta. J se tensó, previendo que deseaba decir algo que no debía ser muy fácil, o que esperaba no fuera muy bien recibido por la señorita. y la respuesta de esta sorprendería y sobresaltaría a J, que tendría una apreciación directa de los modos que se empleaban en esa casa para domar a sus marranas.

ZAS – La señorita había lanzado la caña con firmeza y contundencia sobre uno de los muslos de L.

.- ¡AAAHHH!

.- ¡Te he dicho que calles! ¡Mantén el trote! ¡Quiero oír tus patas en las tetas! ¡Es que aún no has aprendido a obedecer!

Y L mantenía el trote, haciendo chocar las patas con las tetas en cada movimiento, tratando de obedecer con toda exactitud el mandato de la señorita, demostrarla su sumisión y deseo de agradarla, que no pudiera pensar que trataba de desobedecerla, todo lo contrario. Pero quería decirla, tenía que decirla, que no quería esas marcas, que no deseaba ser marcada de nuevo y menos con esa alusión a la marrana, que no quería tener, que no quería ser.

“Aunque me esté comportando como una marrana, no quiero que se me marque de esa forma.”

“No quiero llevar esa marca. No soy una marrana. Y cuando salga de aquí no quiero tener que quitármela.”

“¡No quiero que me la pongan!”

Y J iba a presenciar otra muestra de la doma, cada vez más asombrado e impresionado.

.- Marrana, ¿cómo te llamas?

.- Marrana 73, en respeto y obediencia, señorita Laura.

.- Correcto, marrana. ¿Qué eres, marrana?

.- Una marrana, señorita Laura. – J estaba como pasmado escuchando a L aceptar su situación, su condición.

.- Dilo más fuerte y completo. – L sabía lo que debía decir, que era lo que no quería decir, lo que no quería ser, lo que no quería llevar marcado.

.- ¡Soy una marrana, señorita Laura!

.- ¡Más fuerte¡

.- ¡¡¡Soy una marrana, señorita Laura!!! - Chilló.

.- Otra vez.

.- ¡¡¡Soy una marrana, señorita Laura!!!

.- Correcto, marrana. ¡Preséntate, marrana!

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura.

.- ¡Quiero oírlo bien!

.- ¡¡Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura!!

.- ¡Con tú número de marrana!

.- ¡¡Marrana 73 en respeto y obediencia, señorita Laura!!

.- ¡Más fuerte, marrana!

.- ¡¡¡Marrana 73 en respeto y obediencia, señorita Laura!!!

.- Pues si eres una marrana compórtate como la marrana que eres, porque no te voy a permitir que no lo hagas, ni siquiera que lo intentes. No quisiera tener que disciplinarte en un día tan señalado para ti, pero si es necesario reprimirte lo haré y con especial rigor. ¿Está claro, marrana 73?

.- Sí, señorita Laura.

J se percató que L debía de conocer ya lo que se iba a hacer con ella. “Quizás por eso quisiera hablar. Tiene que ser tremendo para ella. No puede aceptarlo. Se rebelará.”

Luego, la señorita, dirigiéndose al hombre, diría:

.- Puedes ocuparte de la marrana.

El hombre cogió a L por un brazo, ella no hizo ningún movimiento de oposición, dejándose llevar, era una marrana y tenía que comportarse como una marrana, y obedecer. Ese era el primer mandamiento a cumplir. Y detrás estaba el respeto y temor a la señorita que actuaba coartando sus decisiones. Con esas ideas y temores dejó que el hombre hiciera que se sentara en la camilla.

.- Túmbate y apoya los muslos y pies en los estribos. - Al hacerlo  quedó con los muslos sobre los soportes y el tacón de las sandalias apoyado en la barra que servía de estribo. El hombre dio a un botón y la camilla se movió, abombándose, de forma que la parte central de cuerpo de L quedara forzada hacia fuera y, por tanto, más ofrecida y visible.

El hombre la sujetaría las manos a la camilla, sobre la cabeza, después, sacando el falo del culo, se lo pondría en la boca, diciendo:

.- Distráete limpiándolo. – Es una broma de mal gusto, pero L abre la boca y lo admite en ella. Está acostumbrada, aunque no por eso le gusta limpiar el enculador. Esta vez lo hace tan mecánicamente que casi ni se da cuenta. Pero quien queda anonadado es J contemplado la sumisión de L a un mandato que supone limpiar el falo que llevaba en el culo, y que él no había visto hasta ese momento, pero que el verlo y ver como el hombre lo llevaba a la boca de L, pudo apreciar que estaba manchado y no era muy difícil saber de qué. Era una acción asquerosa que la joven realizaba sin ningún rechazo – Y que quede bien limpio. Si te estás quieta, ahora te quitaré lo que queda de la marca de hembra. ¿Te estás quieta o prefieres que te sujete las patas?

L hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, que la quitaran lo que quedaba de aquella marca, ya muy diluida, no la disgustaba, aunque comprendiera que era para poner otra. Tenía la sensación de que si se quitaba una podrían quitarse todas. Pero no era así.

El hombre se ocuparía de hacer la limpieza durante unos minutos. limpieza que incluye la del falo y el chorro en el muslo. No parece difícil ni es molesto, da la impresión de ser un simple lavado. Ella no supo como quedaba la zona, que no alcanzaba a ver, después, la sujetaría por los tobillos al soporte del estribo.

L se mostraba crecientemente nerviosa. El hombre preparó el bocado, sacó el falo de la boca y con rapidez la puso el bocado. Nada más hacerlo y cuando lo estaba sujetando a la parte de atrás de la cabeza, la marrana comenzó a moverse nerviosa y asustada, lo que volvería a sobresaltar a J.

.- ¡Quieta! – El hombre trató de calmarla, pero L había vuelto a sentir la ansiedad que anteriormente la había hecho reaccionar en contra de lo que se pretendía hacer con ella. No quería ser marcada, y tenía que decirlo, que oponerse. No era una marrana. Y si, en esos momentos lo era, no quería serlo y no quería que se la marcara como si lo fuera.

L seguía oponiéndose de la única forma que podía, moviéndose y emitiendo sonidos en la medida que el bocado lo permitía. Estaba claro que decía que no, con la cabeza y el habla. El hombre le fijó la cabeza con una cinta, limitando mucho los movimientos. Después la sujetaría los muslos a los soportes en los que se apoyaban.

J comenzaba a estar nervioso. Resultaba evidente que L no quería recibir la marca. Y, aunque estuviera seguro de que le sería puesta, la reacción podría ser posterior, y lo que llegaría con ella no era para tranquilizarle.

La señorita, que presenciaba con creciente malestar los movimientos de L, ordenó al hombre:

.- Hay que marcarla de castigo.

.- Sí, está demasiado indómita. A estas alturas debería mostrarse completamente sumisa y aceptante de todo lo que se desee de ella. Tiene que aprender a respetar las decisiones sobre ella, aunque no le gusten nada, no es posible que mantenga esta actitud.

El comentario volvió a intranquilizar a J. “Pero, estos qué querrán, ¿qué aplauda que la marquen?”

.- Es la ausencia de raza, que se manifiesta en estas ocasiones. – Sería la respuesta de la domadora.

.- Ya veo. Es una pena, tiene una bonita estampa. Voy a sujetarla por la cintura y colocarla en posición de marcado. - Lo haría con una especie de cincha en la cintura que dejó a L casi completamente inmovilizada, luego, volvió a colocar la camilla para que quedara más abombada, de forma que el centro del cuerpo se ofreciera como parte de este más saliente, lo que también provoco los movimientos nerviosos de L.

El hombre continuó con la preparación de la postura sacando el pie derecho de L del estribo en que se apoyaba, para llevarlo hacia la cabeza de la joven, hasta hacer que quedara al lado de la cabeza, pero no sobre el cuerpo de L sino sobre la camilla, lo mismo que la pierna y el muslo, que sujetaría a la camilla, luego haría lo mismo con el otro lado. L había quedado con la cabeza enmarcada por sus pies, y las manos sujetas, lo mismo que aquellos, estas más arriba de la cabeza. L recibiría las acciones del hombre con nerviosismo y muestras de resistencia, que sin constituir intentos de rebeldía, demostraban la oposición de la marrana y su falta de acomodación y sometimiento a lo que se hacía con ella, lo que no era de recibo, y enfadaba al hombre y a la señorita, que tuvo que llamar la atención a la marrana, y como esta continuara con sus muestras de disconformidad, recibiría otro buen latigazo, que lograría calmarla, aunque aún mantuviera movimientos descontrolados.

L había quedado doblada en dos, con manos, pies y cabeza en la parte superior y en la inferior el centro del cuerpo, con culo y coño en lo más bajo, ambos se ofrecían como primera llamada a la contemplación de quienes la miraban. Ahora J pudo ver el culo de L, no era lo mismo que en la posición normal, pero muestra una oferta que resultaba absolutamente impúdica y que difícilmente podía resistirse. Quien la viera y pudiera no dejaría pasar la ocasión de beneficiarse a L.

Como los muslos, debido al abombamiento de la camilla habían quedado un poco más bajos que el centro del cuerpo, al forzarlos para que se apoyaran en la camilla, donde se les sujetó con firmeza, lo que se consiguió fue que el coño fuera visible desde los lados. La postura, además de procurar una buena visión de la zona que iba a ser marcada, era de lo más obsceno, ofreciendo coño y culo a la contemplación de quienes presenciaran el marcaje de la marrana. Y se iba a incrementar su obscenidad con la colocación del falo en el culo, cuya parte final quedaría perfectamente visible al sobresalir varios centímetros, mostrando su grosor.

.- Hay que ponerle otro enculador, mejor de castigo, que la llene bien el culo. Tenerlas con el culo bien ocupado y forzado siempre las aplaca. – Sería la conclusión del fotógrafo ante los movimientos nerviosos de la marrana.

Ahora, la reacción de J sería de excitación y convulsión. Se echó hacia delante en el sillón como si quisiera no perderse detalle, acercándose  lo más que pudiera.

La señorita buscaría el enculador, que entregaría al hombre.

.- Sí, es conveniente abrirla bien el culo.

Pero L quería responder que aquello no era así con ella, por lo que trataría de moverse. Cuando el hombre presionó con el enculador para metérselo en el culo, L se tensaría quedando quieta, como si temiera que si se movía pudiera producirse alguna herida. Mientras J seguía su introducción en el culo de la joven, cada vez más excitado y deseando ser él quien enculara a L. El objeto, más ancho y con protuberancias que rozaban al pasar, entraría en el culo con dolor para L, que gemía, manteniéndose quieta y tensa, haciendo bueno el comentario del hombre. - Tomarlas por el culo las calma. - Repitió, sonriendo de su buen conocimiento de las marranas, mientras L, que lo escuchaba, permanecía inmóvil, sintiendo el agujero ensanchado y el objeto presente en su culo, tomándolo y enviando un mensaje de dominio a L.

El hombre tenía preparada esa especie de tirita con lo que se quería grabar, que era la palabra “marrana”, buscó otra.

.- ¿Te parece bien esta? – Se la presentó a la señorita. Las letras de la tira eran mayores y más gruesas que las de la anterior, por lo que la superficie a marcar era al menos el doble que con la anterior.

.- Sí. Compensará la falta del rabo.

.- Me parece que esta marrana necesita bastante más caña.

.- No es falta de caña sino de raza. Pero tendrá más caña. Toda la que necesite y una buena propina de mí parte.

L escuchaba aturdida y quieta, - tanto como aturdido y nervioso, lo hacía J - sin atreverse a dar muestras de insumisión, y más después de escuchar la alusión a la caña. Sentía el agujero del culo invadido y expandido, cerrándose sobre el enculador de modo incontrolado, casi como si quisiera sentirlo más y sentir como la abría y dilataba. Las protuberancias hacían que al cerrarse sobre ellas el efecto fuera mayor, lo mismo que la sensación de dominio y penetración. Pero eso no era desagradable para L. Y, quizás, contribuyera a tranquilizarla.

El hombre colocó la tira autoadhesiva sobre la zona en la que L iba a llevar la marca, que era la misma en que había lucido la palabra, hembra. Comprobó todas las ataduras, apretando más algunas. Después de sujetar a L con firmeza a la camilla, la puso una especie de gafas de natación, pero con los cristales pintados y tapados, de forma que no pudiera verse nada con ellas puestas. Comprobó las posiciones de piernas y muslos descendiendo más los muslos, forzándolos hasta que la marrana se crispó y gimió por el dolor de la postura, el hombre trataba de que no interfirieran en la visión del monte de Venus, que, a su vez, forzó hacia arriba todo lo que pudo, actuando, otra vez, sobre la camilla para elevar más la zona central y que apareciera destacado sobre el centro del cuerpo de la joven, lo más saliente y visible posible, sin que los muslos obstaculizaran la visión del lugar a marcar.

Con esos arreglos se había conseguido que los muslos, al quedar más bajos que el monte de Venus, que sobresalía netamente destacado y con la tirita pegada sobre él, no obstaculizaran la visión ni del monte ni de los labios del coño, que se podían apreciar no solo desde el frente sino también desde los lados, por quienes se sentaran en los sillones habilitados a los lados de la camilla.

Por último haría que la camilla quedara inclinada en un ángulo de unos 30 grados, lo que facilitaba su muestra y la visión de la zona a marcar, así como el rostro de L y sus expresiones durante el marcado.

Después de encularla L había permanecido tranquila, mientras el hombre recomponía ligaduras y posturas. Una vez colocada a su gusto, el hombre encendió unos focos dirigidos hacia la marrana, que notó el incremento de luminosidad a pesar de las gafas, si bien, no supuso ninguna molestia para ella. Quedó perfectamente iluminada. L pensó que sería para ver mejor la operación, luego pensó en que a quien se vería mejor sería a ella. Cada vez más nerviosa, L volvería a moverse e intentar oponerse a lo que preveía. Trataba de hablar, sin atreverse a chillar, ahora no solo por no querer llevar la marca, recordaba el dolor y se había hablado de marcarla de castigo, y la idea de ser vista, de ser marcada ante terceros, la alteraba más, la avergonzaba y al tiempo la traía los temores a ser reconocida. El hombre no hizo caso de sus quejas, y continuó con la preparación. Cuando acabó, todo pareció quedar en calma, todo menos L que, crispada y asustada, trataba de mostrar su oposición.

.- Ya está bien, marrana, o te tranquilizas o te voy a dar buenas razones para chillar. - Y para darle una muestra lanzó la caña sobre el culo, que dada la postura de L, llegó también a los muslos, haciendo que L diera un grito. Luego callaría, comprendiendo que la señorita no iba a tolerarle más protestas. Quedó aturdida y asustada, a la espera de lo que llegara.

J recibiría esa calma de la joven como un regalo a su nerviosismo, que había ido creciendo en la misma medida en que L manifestaba su oposición.

Al poco entran dos marranas desnudas, que se colocan a ambos lados del aparador. Y a continuación llegarían los invitados.

L comenzó a escuchar unos sonidos que se fueron convirtiendo en voces quedas y ruidos de los sillones al moverlos o al sentarse en ellos. Lo que había temido era cierto, sin duda estaba entrando gente en la sala, que presenciaría su marcaje y la contemplaría, sin que ella supiera quienes eran, añadiendo una faceta más perturbadora a su vergüenza y humillación. Se decía que no quería ser una marrana, que no quería ser marcada, intentaba decirlo, pero no llegaba a mover la cabeza, solo podía emitir sonidos guturales, apenas audibles, y eso con contención, temerosa de recibir otro golpe de la caña, y con la desesperanza de saber que no se atenderían sus demandas.

J presencia la llegada de los invitados. Está nervioso e intranquilo, temeroso de la reacción de la marrana.  Se percata de la entrada de algunas mujeres. Tiene una reacción instintiva.

“¿Qué harán aquí? Tienen que estar en todas partes. Aquí, si están, debería ser para ser marcadas.” Siente como si le quisieran quitar, también, algo que ni les es propio ni debe ser motivo de complacencia para ellas.

“No debería ser nada grato ver como se marca a otra mujer.”

“Y son varias.”

Mira a L, se percata de la ausencia de la marca que ha lucido hasta entonces y del falo en el muslo. Se da cuenta de que se trata no solo de ponerle la nueva marca, parece que se quiere que desaparezcan otras que ya no deben considerarse útiles y que dan una imagen de puta que ya no es necesaria. Ya es una puta y no hay por qué proclamarlo más de lo conveniente. Hasta ese detalle le afecta e inquieta. Vuelve a pensar en L y en lo que será su situación. Teme por ella, pero ya es inútil intentar cambiarla.

Los que van entrando reciben la oferta de una bebida por las marranas que atienden ese servicio, que es aceptada por la mayoría. Al ir a sentarse, algunos se acercan a L para contemplarla mejor. También las mujeres lo hacen. J piensa que todas se aproximan y examinan a la joven con detenimiento. L que se percata de esas presencias cercanas trata de moverse, quiere decir algo, buscar su apoyo, pero sin atreverse a ofrecer ninguna muestra de desacato. Sabe que su suerte está echada y que nada va a impedir que se la ponga la marca de marrana.

Cuando todos se sientan el director se aproximó a la tarima.

.- Buenas noches señoras y señores. El DandS club  tiene el placer de ofrecerles el marcaje y berrea de una nueva marrana, que, después de haber pasado la necesaria etapa de prueba y aprendizaje, pasa a formar parte de nuestro elenco de marranas. Esta noche será marcada con su condición de marra, que llevará en el coño. La marca se realizará al ácido, y dado el comportamiento, escaso de raza, de la marrana, será marcada de castigo. No se le pondrá el rabo símbolo de esta casa, por no haberlo ganado. En su lugar se realizará una marca de recuerdo, sobre los número que la identifican como marrana. Estamos seguros que la marca que hoy se le pone será el mejor estímulo para la consecución del rabo. Como colofón se colocará una anilla en el clítoris de la marrana, que ha sido preparado para ello. - J no sabía nada de la anilla ni del otro marcaje. “Más novedades” se diría no muy complacido de añadir posibles causas de reacción de la joven. Ya estaba temeroso por la berrea, y no quería más motivos de intranquilidad. Miró el sexo de L del que pendía el pequeño cencerro. ¿Se lo quitarían? Era un adorno que le gustaba. - Después, todo el que lo desee puede usar de la marrana como es habitual en estas ocasiones. Lo aviso, aunque creo que es algo conocido por todos, como lo demuestra la lista de solicitudes. - Se escucharon risas. - De todas formas, estará bailando en los salones para todos los que les apetezca usarla. Es un día muy especial y la marrana lo celebrará del mejor modo, que, lógicamente, es sirviendo a los señores que le concedan el honor de escogerla. – Puede comenzar el marcaje y berrea de la marrana. Espero que pasen un rato tan entretenido como estimulante. – Las palabras del director fueron acogidas con un aplauso, que ponía de manifiesto el agrado con que habían sido escuchadas. Era un marcaje de castigo, lo que añadía un mayor atractivo, y el marcaje de recuerdo junto a la colocación de la anilla en el sexo eran una propina simpática y grata.

Se apagaron las luces de la sala, quedando solo las que iluminaban a la marrana.

El hombre encargado de la berrea se acercó a L, dio un último repaso a las ligaduras y posición de la marrana, luego tiró de la cobertura que cubría las letras del  nombre retirándola solo de 3 de ellas, lo que debía iniciar el proceso químico. L, comenzó a sentir el calor que ya conocía, mientras el hombre liberaba un poco el bocado, lo que permitiría dejar escapar algo mejor los sonidos que produjera la marrana, y está chillaría con el aumento del calor, más por miedo a lo que preveía que por dolor.

Con el grito, surgía en L el pensamiento sobre lo que sucedía. Tenían que soltarla, no podían hacer eso con ella. No era una marrana. No quería ser marcada y no quería ese dolor. De repente se tenso, el calor comenzaba a convertirse en quemadura, en dolor. Las ataduras la sujetaban perfectamente impidiendo cualquier movimiento, solo podía tensarlas aún más.

.- ¡¡AAAHHHGGG!!

Comenzó a gritar a través del bocado. La quemadura la invadía, y no paraba, parecía meterse por su carne, asarla, literalmente.

.- ¡¡AAAAHHHHGGGG!!

.- ¡¡¡AAAAHHHHHGGGGG!!!

El grito incrementaba su intensidad y duración, que volvería a repetirse al cabo de un momento, para después disminuir en intensidad y duración. Entonces el hombre se acercó de nuevo para retirar otra tira, esta sobre las dos letras de los extremos. Al poco la marrana iniciaría otro tramo de chillidos, primero como los anteriores, después entrecortados, como si el dolor apareciera y se intensificara por momentos.

¡¡¡AAAAAHHHHGGGG!!!

¡¡¡AAAHHHGGG!!!    ¡¡¡AAAHHHGGG!!!    ¡¡¡AAAHHHGGG!!!

¡¡¡AAAAAHHHHGGGG!!!

Luego quedaría quieta, tensa, echando saliva por la boca, que resbalaba por la barbilla hasta caer sobre las tetas. Pero duraría muy poco la calma. Enseguida se notó como volvía a crisparse, y de inmediato a comenzar a gritar, esta vez de forma discontinua, como si la quemadura fuera intermitente, y así era. Los gritos fueron ganando en vigor, conforme la quemadura elevaba su intensidad, entre pequeñas disminuciones del dolor. Durante algo más de un minuto dejaría de gritar pareciendo que hubiera acabado, pero las luces apagadas indicaban que solo era un pequeño descanso.

L comenzaría a notar otro incremento del calor, se tensó, después jadeo, finalmente gritó, y cada vez con más fuerza. tirando de sus ataduras,

El hombre preparaba la composición química que iba a usar en el marcaje para obtener unos efectos distintos cada vez, consiguiendo que la marrana gritara según el grado de dolor que padecía, y según el periodo durante el que se prolongaba la quemadura con más o menos violencia. De ahí que chillara de forma intermitente y con altibajos en el volumen de sus gritos, al tiempo que permite a la marrana momentos de mínima calma.  El marcaje podía hacerse evitando la berrea, aunque no el dolor del procedimiento. La berrea sería un añadido que hacía menos lineal el marcaje y permitía el espectáculo que se ofrecía a los clientes.

La consecución de una buena berrea estaba en manos del hombre encargado del marcaje, y era apreciado por los espectadores, aunque en el caso de J, no fuera capaz de apreciar de la misma forma que los demás el buen hacer del hombre ni las reacciones de la marrana. Nervioso y asustado, escuchaba los gritos de L, temiendo que en lugar de rendirse quisiera huir de aquel lugar, espantada y con ánimo de vengarse de quienes la martirizaban de ese modo. Quería que acabara y dejar de escuchar los aullidos de L.

Después de la marca de las letras el hombre se ocupara de prepararla para la marca de recuerdo sobre los números. Se ha guardado la misma tintura que se empleara en el primer marcaje para cuando se llevara a cabo el definitivo. Se ha empleado en el nombre y ahora lo será en los números. El hombre retira la tira que había quedado pegada a la carne, quedando visible la marca, que examina con detenimiento. Deja pasar unos minutos para que la joven se recupere, incluso la quita el bocado para que beba un poco de vino dulce, después se lo vuelve a poner. La marrana ha permanecido quieta y como extraviada. La ausencia de quemadura no supone la del dolor que permanece y muy fuerte, pero no es lo mismo que el que producía la quemadura.

Cuando el hombre comienza a colocar las tiras sobre los números en los labios del sexo, cuidando de hacerlo para que queden bien centrados sobre los que ya existen, L parece revivir, vuelve a tensarse, como si hubiera caído en la cuenta de lo que va a llegar a continuación. Se crispa y mueve. El hombre retira la cobertura de la tira sobre el labio izquierdo. Durante unos segundos no hay reacción, después L se tensa más, hasta que se crispa arqueando el cuerpo todo lo que puede, luego chilla, chilla más, más, incontroladamente. Luego parece relajarse, pero no duraría. Otra vez se crispa y después vuelve un aullido, que acaba en otros consecutivos.

El hombre retira la tira sobre el otro labio, juntándose los efectos del marcaje sobre el primero con los del segundo. La marrana chilla de inmediato, lo hará con gritos prolongados alternando con otros más cortos y consecutivos, dejando entre cada grupo alrededor de un minuto, tiempo que supone un relajo necesario para que pueda soportar el siguiente.

Cuando concluye el marcado han pasado más de 25 minutos. J, a tenor de lo que ha visto y oído, no comprende como L ha podido aguantarlos. Al finalizar esta sudoroso y asustado, es el más ansioso por ver el final, y confirmar que L permanece sujeta al burdel.

Después de recibir la marca de recuerdo, se concedería a la marrana unos minutos de descanso, que los presentes aprovecharían para acercarse a contemplar mejor la marca, que aparece en una perfecta composición en color, colocación y tamaño. Charlan entre ellos sobre el marcaje y las reacciones de la marrana, y beben una copa.

Durante ese tiempo el hombre ha hecho circular, entre los presentes, la cajita donde está la anilla que va a poner a la marrana, para que la puedan apreciar. En la misma cajita hay un colgante muy parecido al que lleva L, aunque más pequeño y menos pesado. En él figuran grabados el símbolo del club y el número de la nueva marrana, junto con la fecha.

Cuando los que habían querido contemplar las marcas regresan a sus asientos, el hombre procede a retirar el actual colgante que lleva L, después coloca la nueva anilla. Como el orificio está hecho, la molestia no es grande, la joven apenas reacciona, se tensa y deja escapar una queja, luego queda inerte, con la anilla colgando del clítoris. De ella el hombre colgará el nuevo cencerro, después de hacerlo tintinear para que se pudiera apreciar el sonido que produciría una vez colocado. J vio con agrado que se mantuviera ese adorno, así como el sonido que producía.

L había quedado agotada, casi inconsciente, con el dolor instalado sobre su coño, del que parecía haberse convertido en inquilino permanente. El hombre la dejó sujeta, para evitar que se tocara o moviera incontroladamente.

J no ganaba para los sustos, ahora temía que hubiera pasado algo a L, aunque no debía suceder nada grave cuando los presentes se levantaron y muchos se acercaban a la marrana para contemplar mejor las marcas, y el colgante, comentan sobre ellas y sobre la buena berrea que acaban de presenciar, después irían saliendo de la sala.

Cuando pasaron todos los que quisieron ver a la marrana, y esta se fue calmando, el hombre la aflojó con parsimonia las ataduras, pero manteniéndola sujeta, para que no se moviera ni se tocara con las manos.

.- Ha quedado muy bien, las letras están perfectas. Cada vez me gusta más este sistema. – L escucha los comentarios, ya bastante recuperada, pero sintiendo la quemadura presente sobre su sexo. – Ten. – El hombre, que acaba de quitarla el bocado, le está ofreciendo un vaso de agua. – Tienes sed, ¿verdad? – Ella, que no se había percatado de ello, dice que sí, eleva un poco la cabeza y bebe del vaso que le pone en los labios el hombre.

.- Gracias, señor.

.- ¿Quieres más?

.- Gracias, señor.

Bebió un segundo vaso.

.- ¿Más?

.- No, gracias, señor.

.- Tienes una marca perfecta.

Casi no piensa en ello, responde como condicionada.

.- Gracias, señor.

J escuchaba a L con creciente tranquilidad. Parecía completamente aceptante y sometida.

El hombre la acaba de desatar.

.- Levántate.

La marrana se incorpora y baja de la camilla. Allí está la señorita Laura, sin que sea precisa ninguna indicación, la marrana reverencia.

.- Gracias, señorita Laura.

Luego humilla ante ella, besando sus pies. Se incorpora, vuelve a reverenciar y agradecer. Lo hace mecánicamente, como una obligación que debe cumplir.

.- Gracias, señorita Laura.

.- ¿Por qué marrana?

.- Por marcarme como marrana, señorita Laura.

.- Y hacer de ti una marrana.

.- Sí, señorita Laura. Muchas gracias, señorita Laura. – Y vuelve a arrodillarse y a besar los pies de la señorita. Esta vez con más entrega, más pasión, más tiempo. Parecía que quisiera demostrar su afecto y devoción a la señorita.

De nuevo J contempla a la nueva marrana sorprendido. Casi no puede creerse que este agradeciendo lo sucedido y a una persona que ha sido parte importante para llegar a ello.

.- Siéntate en la camilla. – Ordena la señorita. Al hacerlo nota un tirón sobre la zona dolorida, gime ahogadamente, como sin atreverse a hacerlo abiertamente. La señorita la limpia la cara y después la arreglará el maquillaje. L se deja hacer, agradecida y cada vez más calmada. Se diría que al ocuparse de ella, la señorita consiguiera tranquilizarla. – Así estás mejor.

.- Gracias, señorita Laura. – L sonríe.

.- El nombre indica que eres una marrana, aunque no se te haya concedido el honor de serlo de esta casa, pero, aún sin esto, es un privilegio para alguien de tu condición, que tienes que tienes que agradecer siempre y llevar con orgullo.

Ir marcada como marrana supone tal marchamo de estado que L tarda en reaccionar, y cuando lo hace, es solo para advertir el hecho, sin deducir las consecuencias.

El hombre vuelve a hacer a L unas fotos con su nueva marca, que no tendrán nada que envidiar a las que hiciera cuando se la marcó como hembra, pero que alteran a J, que contempla las muestras obscenas de L. Tiene deseos de apuntarse a quienes la van a usar.

La marrana obedece todas las indicaciones que se la hacen para que se muestre, sin vacilar. Se la fotografía enculada, después sin el objeto,  separa los carrillos del culo para ofrecer la mejor visión de la entrada al agujero, que se muestra abierto. El fotógrafo hace que L sostenga el falo que la ha enculado, para que se deduzca la causa de la apertura del agujero. Después hará que sea la propia L quien lo abra con sus dedos, para mostrarlo abierto, lo mismo que su coño, separando los labios. Mostrando el pequeño falo que cuelga del clítoris.

.- Sonríe, marrana, estás ofreciendo un estupendo espectáculo del que te tienes que sentir particularmente complacida. – Y ella sonreiría, y él la ordenaría lo que quería que hiciera, captando posturas, gestos, ofrecimientos, todos impúdicos, denigrantes, obscenos. – Quiero que manteniendo el coño bien abierto, lleves hacia a arriba los pulgares y enmarques con ellos la palabra que te define. Ahora, sin abrir el coño, para que se vean bien los números, enmarca con los dedos tanto el coño como la palabra. Siempre sonriendo, encantada de ser una marrana y mostrarte y ofrecerte como tal.

La señorita conoce los efectos que produce la impresión de la marca en una marrana. Es la señal de su pertenencia a un grupo específico, que se patentiza ante los demás en esa marca indeleble, que va a lucir desde ese momento, y L lo hará sin velos ni limitaciones.

.- Vas a permanecer desnuda, para mostrar tu marca ante todos. Ahora atenderás a todos los que han demandado tus servicios. Luego bailarás en la zona central del salón principal, de ella se te recogerá para ir a realizar los servicios que se te requieran. Será una noche muy larga para ti, pero merecerá la pena.

La notificación es horrible. Hasta ahora había bailado en un lateral, un rincón al que había que acudir para ver el espectáculo, y eso ya era algo terriblemente ingrato y peligroso, pasar al centro del salón, donde estaría más expuesta a la contemplación de los presentes, suponía un incremento notable del riesgo que más temía, ser descubierta, y ahora con la marca de marrana que no dejaba dudas sobre su poseedora. Había una plataforma circular, que se veía mucho más. Subirse a ella significaba estar a la vista de casi todos, llamando su atención, siendo contemplada y posiblemente consiguiendo que muchos se aproximaran a verla de cerca y aparecería con esa marca que la definía como marrana. L está tan aturdida como anonadada, quizás por ello ni siquiera hace un gesto de desagrado, de oposición, al contrario.

.- Como usted mande, señorita Laura.

El marcaje parece haberla dejado traumatizada, y siendo cierto, no era toda la verdad. Existía una reacción en consonancia con la nueva situación producida, que se incrustaba en el ánimo de la marrana con firmeza y persistencia parecida a la de la marca en su cuerpo. Ya estaba marcada como marrana, y eso era un marchamo de autenticidad, que parecía obligar a su portadora, y al lado de eso, estaba con la señorita Laura, que más que nunca se había demostrado su domadora, su señora, su ama, además de su señorita, representando para ella, el poder y la autoridad, frente a quien debería mostrar subordinación, obediencia y respeto.

El hombre ha variado la posición de la camilla que queda convertida en una especie de taburete parecido a los que se emplean para sujetar a las marranas y ofrecerlas a los clientes. J ha presenciado la maniobra y ahora contemplará como se coloca a L sobre él, atándola manos y pies y dejándola inmovilizada. Se la va a ofrecer de forma similar a la que se hiciera después del castigo. Ahora J está ansioso y excitado.

No se le ha dado ningún anestésico, por lo que el dolor permanece sin alivio de ninguna clase. La señorita, antes de dejarla, la aconsejara:

.- Concéntrate en los servicios a realizar, ese debe ser tu mejor calmante, si lo haces bien seguro que notas menos el dolor.

Como sucediera después de recibir los azotes, comenzarían a aparecer los clientes que habían reservado el uso de la marrana, pero esta vez la usarían sin limitaciones, lo que contribuyó a mantener a J atento y excitado, contemplando como L era usada por todos sus agujeros, esta vez sin recibir propinas por ello, aunque la marrana actuara de la misma forma que lo hiciera entonces, entregada, complaciente, agradecida, dominando el dolor que aún mantiene en su cuerpo. Demostrando a J que, nuevamente, el director había acertado en su predicción.

J presenciaría buena parte del servicio de la nueva marrana. Está tan excitado como alterado. Piensa que hace una locura estando allí, que no va a resistir la tentación, pero ver como los clientes dan por el culo a L es superior a sus fuerzas, pues la mayoría la usa por ese agujero. J quiere presenciarlo, esperando que cada uno que pasa añada algún detalle rijoso.

Después de estar un largo rato atendiendo las demandas de los que habían presenciado el marcaje, cuando estos concluyeron, y ya fuera de aquella sala, la marrana atendería a varias mujeres. Las que han presenciado el marcaje también quieren usar a la nueva marrana. Como ya conoce L, suelen ser más exigentes y duras y lo serían. Quieren contemplar cómo ha quedado la marca, haciendo que L se presente ante ellas. Dos están acompañadas y una sola, pero todas demuestran su dominio de la situación y carencia de miramientos ni recato, que se manifiesta en los comentarios y toques a la marrana. Después usarán de ella. Todas están excitadas y todas quieren que la marrana las satisfaga plenamente, obligando a L a entregarse con completa dedicación a ello, exigiendo las caricias que más las complacen y castigando a L si no consigue realizarlas a su gusto. Saben pellizcar casi llevándose un trozo de carne y usan la caña sin miramientos ni benevolencia.

Cuando acaban con ella se la entregan a sus acompañantes, para que ellos también la usen, pero como un objeto ya usado y desmerecido.

Menos mal que J no presenció esos momentos, que hubieran reafirmado sus ideas sobre la conveniencia de no permitir a las mujeres su presencia en ese tipo de actos. Posiblemente L también hubiera sido de esa opinión.

Después de servir a quienes presenciaron el marcaje, la señorita volvería a indicarla lo que le esperaba.

.- Marrana, ahora ha llegado el momento de ofrecerte a todos los clientes. Quiero de ti una conducta ejemplar, en obediencia y servicio permanente, sin fallos, que todo el mundo quede complacido contigo. Sabes cómo debes comportarte, hazlo.

.- Sí, señorita Laura.

.- Ahora vas a ir al salón a bailar. Has ensayado en las clases de doma, lo has hecho ya en los salones, sabes cómo hacerlo, hoy quiero que sea especial, que encandiles a todos los que te vean, si lo haces bien, te premiaré.

.- Gracias, señorita.

.- Tienes que ofrecer el culo de forma que los señores deseen usarlo, y para ello no dejes de utilizar todos los señuelos que conoces. Ábrelo para que se vea bien, mostrando el agujero, mete los dedos en él, juego con ellos dentro del culo, chúpalos después, mostrando lo que harás con la polla que te encule. Además de los que ya te han solicitado, quiero que haya entusiasmo por ti.

L escucha alborotada lo que se espera que haga, ya había hecho muchas veces cosas parecidas, en el mismo salón, delante de todo el que quisiera pararse a verla, que podía ser alguien conocido, desnuda, pero ese día, la marca de su condición de marrana gravada en el monte de Venus confería a esos ofrecimientos una cualidad especial, ese día lo hacía como puta, ese día iba diciendo que era una marrana más, sin nada que la diferenciara de las demás. Pero a pesar de todo el bochorno que la inunda, existe algo especial, tan especial como la marca que lleva en su cuerpo, siente como si la obligación que ha asumido al ser marcada como marrana, llevara implícita la realización de ese tipo de acciones, que se convertían en algo obligado e inevitable. Se siente como apremiada por la marca, obligada por ella. Quien lleva esa palabra gravada en su carne tiene unos deberes, no puede desvincularse de ella ni de estos, sabiendo que, en caso de no atenderlos a la perfección sería castigada con toda severidad, lo que se suma al acicate que supone su nueva situación para inducirla a cumplir conforme se desea que lo haga.

Pasaría al salón principal, donde, sobre la pequeña plataforma bailaría para los socios e invitados, y lo haría sin tratar de ocultar nada de su cuerpo, sin pretender limitar las ofertas de sus agujeros, mostrándose y mostrándolos, abierta para los que presenciaban el espectáculo, sonriendo a los presentes, en una oferta que quería simpática, atractiva, animante, excitante.

Y sería bajada de la tarima para ser llevada a servir a los clientes, atendiéndolos sin solución de continuidad, en solitario y a varios a la vez, sola y con otras marranas. Y también volverá a servir a otras mujeres. Era como si el marcaje hubiera atraído a las mujeres llamándolas para hacer uso de la marrana recién marcada. Todas con el denominador común de su manifiesto dominio sobre la marrana, sin disimulos para considerarla como una auténtica marrana, con quien ni se puede ni se debe mantener ningún tipo de consideración ni de escrúpulos, al revés, hay que tratarlas como se trata a una puta, que supone una competencia desleal, y así lo hacen.

Cuando L se retira a su habitación lo hace agotada. A pesar de ello se dirige a mirarse en el espejo, está desnuda y nada vela su contemplación. Ante su mirada aturdida y al tiempo asombrada y fascinada, como si aquello no fuera posible, contempla la palabra marcada sobre su monte de Venus. Viene de realizar una serie de servicios en los salones, como lo haría cualquier marrana que llevara esa marca, y no se para a considerarlos, no es el tiempo oportuno, solo quiere ver la marca, saber cómo ha quedado, como se ve. Pasa los dedos por ella, no ha dejado de quemarla durante todo el tiempo, aunque el dolor fuera disminuyendo aún permanece en ella, la roza con mucho cuidado, la piel permanece suave, lo que la tranquiliza, y no se nota abultada, solo el color rojo se destaca sobre la piel.

Se sabe una marrana, sabe que ha actuado como tal, que lleva tiempo haciéndolo, pero es desde que está marcada como marrana, que sabe que está actuando como una auténtica marrana, se reconoce como tal, siente un estremecimiento, no quiere decirse que es una marrana, pero lo sabe, acaba confesándoselo con una tranquilidad que era sorprendente.

“Ya soy una marrana.”

“Y me comporto como una marrana.”

Se duerme con una calma que solo podía ser resultado del cansancio acumulado.