L 31

L regresa al club. Realización de la segunda prueba fotográfica

31 Regreso al club. Segunda sesión fotográfica

L regresaba de una fiesta que se había convertido en un infierno para ella. Un hombre de la granja había aparecido a dar de comer a los cerdos y la había encontrado y sacado de la pocilga, llevándola a una casa de la granja, acabando con su martirio y alejándola de Pol. No sabía que había sucedido con este ni las consecuencias de lo ocurrido, si es que las hubo.  Ella solo quería irse. Tuvo que convencer al hombre de que no llamara a la policía. La dejarían ropa y dinero para regresar, y otro criado la llevaría a recoger sus cosas al hotel y después a la estación, donde cogería el tren.

En la estación se cambiaría, poniéndose la ropa obligada. Durante el viaje de vuelta L iría mezclando las imágenes de lo sucedido con lo que tendría que decir a la señorita Laura al presentarse a ella, y el temor a las consecuencias de sus incumplimientos, a lo que se añadía una extraña conformidad hacia su regreso al burdel, que se convertía casi en complacencia al sentir una sensación de seguridad que no le producía ir a su propia casa. Era como si en el club, en el burdel, se encontrase acompañada y defendida por el grupo, y en casa se encontrara sola e indefensa. Se percató que estaba pensando en ese grupo como algo suyo, y ella ni pertenecía ni quería pertenecer a la clase de gente que formaba ese colectivo. Y encima quedaba confesar sus faltas, arriesgándose al castigo establecido.

Quiso pensar en su trabajo, en el regreso a su empresa, pero no conseguía mantener esa idea, que se escapaba de su mente como si de algo irrealizable se tratara. Se diría que así era, y que lo que tenía que hacer era acabar cuanto antes con su presencia en el burdel. Pero, se daba cuenta que en esa tendencia espontánea a no pensar en la situación que le esperaba en su empresa, existía una especie de miedo a meterse en un tema que temía especialmente, era como si durante esas semanas se hubiera alejado años de su anterior situación. Temía que se supiera lo que sucedía en el club, quizás quedara una esperanza de evitarlo, pero muy improbable. Y, muy probablemente, también sería conocido en la empresa, y a no mucho tardar, y cuando eso ocurriera se vendría abajo su mundo, con la pérdida de su trabajo y amistades. Si es que estas no las había perdido ya.

Entonces, incomprensiblemente, regresaba a ella el deseo de seguridad que propiciaba el club. De nuevo aparecía la sensación de estar defendida. Pensaba que lo sucedido ese fin de semana no hubiera ocurrido en el club. Y si así era, ello no hacía aceptable formar parte de las marranas del burdel.

A pesar de su rechazo a identificarse con el club y sus gentes, al salir del tren y dirigirse a él sentía como si se aproximara a un lugar que le ofrecía abrigo, con ganas de llegar a él y encontrase protegida. Al ver el edificio sonrió, descansada, como si dejara atrás un peligro que la viniera persiguiendo, aligeró el paso para llegar a él, como hacen los animales al acercarse a la cuadra. L jamás hubiera pensado que un día estaría deseando encontrarse en el burdel. Quería entrar, liberarse de toda suciedad, de la imagen de Pol, de sus amigos, olvidarlos. Sabía que había perdido el respeto de buena parte de sus amistades, y su posición con Martin.

Al traspasar la puerta, que tantas veces había tenido por la de entrada a su infierno particular, sintió una especie de relajación, como si hubiera llegado al lugar seguro donde podía estar a salvo de lo que la acechaba fuera. Saludó con una sonrisa especial al portero, otrora indeseado y visto como el primer enemigo con quien tenía que verse cada vez que llegaba a esa casa. Preguntó por la señorita. Cuando estuvo ante ella, la tensión acumulada hizo que no pudiera controlarse y se echó a llorar inconteniblemente, al tiempo que se lanzaba a sus pies para besarlos enfebrecida y entregada.

La señorita conocía lo sucedido en el concurso de baile, pero no lo ocurrido ese mismo día. Dejó que L se desahogara con lagrimas y sumisión, viendo en ello tanto la necesidad de alivio de la angustia que había pasado, como la muestra de un sometimiento que tenía buena parte de devoción hacia ella. Sin duda, la joven había entrado en una situación próxima a la capitulación que se esperaba de ella. La señorita iba a continuar con sus exigencias, incluso incrementándolas, para conseguir la rendición definitiva e incondicional de la marrana.

L tendría que explicar lo sucedido durante el tiempo que estuvo fuera del club que, en la medida en que había supuesto incumplimientos de lo establecido, exigía los castigos pertinentes, lo que sería confirmado por la señorita.

.- Te castigaré, pero dejaremos los castigos para otro momento.

.- Gracias, señorita Laura.

Sería la señorita Laura quien la atendiera, calmara y sostuviera. Y sería la señorita quien la llevara a su pequeña habitación, la preparara el baño mientras L se desnudaba, y una vez en el baño, la fuera pasando una esponja, más como una caricia que otra cosa, y después directamente con las manos que acariciaron las tetas de L, sus muslos, el sexo, mientras la joven se dejaba hacer cada vez más relajada y gratamente complacida. Encontrando en las acciones de la señorita una muestra de afecto hacia ella, alejada de cualquier pretensión sexual, a pesar de que los toques no encontraban inconveniente en dirigirse a las zonas del cuerpo de L más características de una relación sexual, que dejaba sentirse en la complacencia con que la joven las recibía, dejando que las sensaciones se hicieran sentir sin ningún inconveniente por su parte, al revés, encontrando en ellas todo el agrado y satisfacción que había carecido en esos dos días. Expresaría su agradecimiento a la señorita.

.- No debiera…, señorita Laura. Debería ser yo quien la atendiera.

.- Claro, y lo harás, como una buena marrana.

.- Me encantará. – Se escuchó decir. Recordó los pensamientos que, otrora, tuviera sobre la señorita tratando de no ver en ella a quien la domaba sino a quien cumplía con su deber, y pensó que no estaban equivocados.

.- Y una marrana preciosa.

.- Gracias, señorita, y gracias a usted.

.- No venías mal de origen. – L volvió la cabeza hacia la señorita, sonrió, luego, bajándola hacia la mano que aquella apoyaba en el borde de la bañera, la besó.

La señorita la ofrecería comer algo; a pesar de no haberlo hecho desde la mañana no querría, solo deseaba descansar. La señorita la dejaría en la cama. Allí, en la soledad de su mínima habitación, se sintió especialmente protegida. Estaba desnuda, como dormía siempre en aquel lugar, como estaba siempre, pero esta vez, el desnudo le resultaba especialmente grato, limpio de toda suciedad. Pasó las manos por su cuerpo encontrando las anillas en los pechos, las cogió, jugó con ellas, y al recordar la del sexo, llevó una mano, encontrando el pequeño falo, luego el botón del que colgaba, lo cogió entre sus dedos, creyó que estaba agrandando. Sintió como respondía al toque, lo soltó, no queriendo desobedecer a la señorita. Pensó en ella, recordando, sonriente, como se había ocupado de ella.

“Se lo tengo que agradecer especialmente.”

“Ha sido un encanto.”

Se dormiría enseguida, cansada pero calmada y, sobre todo, sintiéndose segura.

Cuando L despertó volvería a sentir la sensación de seguridad, que  hizo que se quedara en la cama disfrutando de esos momentos. Cuando se levanto fue a mirarse en el espejo. Quería verse, saber cómo estaba, y lo hacía como si no estuviera en un burdel, esperando encontrar algo grato. Se gustó. Incluso los colgantes de los pezones y del sexo no aparecían como algo anómalo e indicativo de una situación indebida y sometida, cada vez más hecha a ellos, no así al dibujo del muslo. En cambio, era mucho más tolerante con la marca y el número sobre sus labios del sexo, a pesar de ser quienes aludían más concretamente a su situación en el burdel.

Miró las marcas de los golpes que permanecían en su cuerpo. Las contempló de forma especial, pensando en su procedencia, como si fueran mucho peores que las producidas en aquella casa, por la señorita. Las veía más infamantes, más humillantes, más miserables.

“La señorita me quería domar.” – Pensó, en una escusa de los azotes de la señorita, sin añadirse que esa doma era para convertirla en una marrana, en una prostituta.

Las chicas iban a desayunar a una zona habilitada para ellas, era una sala grande que hacía de comedor y sala de estar, donde solían permanecer cuando no estaban de servicio. A L nunca le había gustado ir a ella. Primero por hacerlo desnuda, y aunque algunas de las demás estuvieran del mismo modo o casi, no le apetecía nada estarlo ella, aunque se fuera acostumbrando. Tampoco le resultaba grato el trato con las otras, y aparecer ante ellas como una más. Las chicas conocían, por lo grabado en su sexo que, aún, no era una marrana, pero la tenían por tal, y ella no quería ni esa consideración, ni el trato que llevaba aparejado.

Pero esa mañana iba de diferente humor. No quería ser la marrana que parecía, ni era apetecible estar desnuda y aparecer como una más entre las marranas de la casa, pero se sentía menos contraria y más aceptante, sin  que el desnudo pesara tanto en ella, y sobre todo, sentía la relajación de un entorno que significaba la ausencia de todo lo acaecido desde que saliera de él. Entre esas chicas no tenía nada que temer, ni ser reconocida, ni señalada, ni criticada. Era una más, y aunque ella no lo quisiera, ni quisiera considerarse como parte del grupo, para las demás lo era y no representaba una anomalía ni una diferencia. Y ese día L no quería sentirse diferente, sino igual y defendida por el grupo. A lo que el apetito, consecuencia de un día entero sin comer, añadía un argumento, y no de poco peso, para querer estar con las demás.

Iba desnuda por el pasillo que la llevaba a la sala, tranquila a pesar de su desnudez, y con ganas de comer, queriendo llegar pronto y hacerlo. Se percató del contoneo descarado de sus caderas, que ya se había convertido en algo normal y casi pasaba desapercibido para ella, sonrió sin tratar de controlarlo, al revés, lo trataría de hacer todo lo bien posible, colocando los pies, en cada paso, de forma que saliera más sexi. Sin darse cuenta pasó las manos por las caderas, como buscando esas redondeces, para seguir hasta el culo, pensando que estaba muy bien y apetecible. Miró hacia atrás, temiendo que alguien hubiera visto el gesto, luego puso brazos y manos en la cintura, eligiendo la oferta más exigente entre las dos posibles, pero las manos en la cintura ayudaban a que el contoneo resultara más amplio, sonrió de su atrevimiento y del resultado, y continuó, meneando el culo con descaro y sonriendo al hacerlo, admitiendo, casi como normal su situación y acciones.

Cuando llegó a la sala varias chicas estaban desayunando o acaban de hacerlo y se habían quedado charlando. La saludarían al verla llegar, a lo que L contestaría sonriente, sin sentir su desnudez del modo en que, otras veces, la había percibido, que hacía no se sintiera a gusto entre aquellas chicas y no tuviera ganas de sonreír. Pero bajaría los brazos, dejándolos a lo largo del cuerpo, con las manos abiertas y hacia delante. No se atrevió a pasar en la anterior postura.

En una especie de aparador estaba colocada una completa provisión de vituallas, que las chicas se servían a su gusto. Allí se dirigió L para hacer una provisión antes de sentarse a la mesa.

Para las chicas era un rato agradable, en el que compartían desayuno y charla. Normalmente aparecían en deshabillé, aunque arregladas. No estaba permitido hacerlo con dejadez o descuido. Las chicas siempre debían de estar presentables, aunque estuvieran desnudas. Si fueran llamadas podían presentarse de inmediato y perfectamente acicaladas. Para L, hacerlo desnuda, suponía una humillación adicional, aunque las demás no dieran importancia al hecho y la trataran como una más, lo que tampoco agradaba a L, por primera vez, esa mañana iba a ser diferente, aunque tendría la sensación de no ser como las demás, pero por defecto, por no estar preparada para serlo, de lo que su desnudez era manifestación.

“Si fuera como ellas llevaría un salto de cama.” – Al pensarlo no supo si lo hacía como deseo de serlo, o solo como deseo de ir cubierta.

Durante el desayuno estuvo escuchando la conversación de las chicas, interesada en lo que decían y sonriendo con sus comentarios, incluso interviniendo en algún momento, lo que dio pie a que las otras la involucraran en su conversación, lo que ella aceptó agradecida y complacida.

Se quedaría un rato después de terminar el desayuno. Generalmente se servía una única vez, si se olvidaba algo se aguantaba para no tener que levantarse e ir o cogerlo. Ese día iría varias veces a por algo que la apetecía, y aunque el buen apetito la animara a hacerlo, sería la aceptación de su situación que actuaría como principal estímulo.

Dejaría la sala cuando una criada llegó a recogerla.

.- Marrana, tienes que ir a la doma. – La forma era más que humillante para L, que por un momento enrojecería, pero las sonrisas divertidas y para nada despectivas de sus compañeras, hicieron que ella también sonriera, aceptante y cómplice, como si de algo normal y obligado se tratara. Las chicas la despedirían con la misma aceptante normalidad, y con comentarios joviales y animantes, en los que la doma aparecía como algo propio y apropiado para ella, y ponían de manifiesto que conocían muy bien lo que iba a suponer, posiblemente por haber pasado por ello. Curiosamente, L se encontró con que esa doma, tantas veces detestada, la asimilaba a las demás, y no sintió repulsa por ello.

.- Pásalo bien. – Parecía una burla.

.- Y trota bien.

.- Sobre todo el trote alto.

.- Si la doma la señorita Laura lo tendrá.

.- Y unos buenos latigazos. – L se volvió y sacó la lengua a la que lo había dicho.

.- Si te encantarán. Son estupendos para la circulación y mejores para adorar a la señorita Laura. – Se quedaría con ese comentario, que la hizo sonreír, y desear que se cumpliera, hasta que, otra vez, tuvo que reaccionar para rechazar la idea.

L sería llevada a la sala de doma, donde esperaría a la señorita Laura, deseando que fuera ella quien llegara, quería demostrarla su agradecimiento y sumisión. Así lo pensaba, añadiendo al agradecimiento la sumisión, de forma tan natural que surgió como algo espontaneo y tan debido como el agradecimiento. Pensaba en el comentario de su compañera sobre la doma y los latigazos de la señorita, y como se interpretaban de manera tan alejada de algo ingrato y humillante. Y sonreía.

“Pero duelen.” – Y a pesar de ese reconocimiento, no los rechazaba. – ¿Empezaré a estar domada?”

Cuando escuchó ruidos se tensó, componiendo la postura de respeto perfectamente. Lejos del temor y humillación de otras veces, ahora la tensión vendría del deseo de hacer las cosas bien, de complacer a la señorita. Al llegar la señorita se presentó, saludando como era obligado.

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura. – Luego, rogaría : - me permite humillar a sus pies.

.- Hazlo, marrana.

Y la marrana se arrodillaría ante la señorita y, humillando ante ella, besaría sus pies, al tiempo que manifestaba su agradecimiento.

.- Muchas gracias, señorita Laura por todo lo que hace por mí. Muchas gracias. – Y besaba los pies con auténtica devoción, sin querer incorporarse, sino permanecer a los pies de la señorita, como si esa postura fuera la más adecuada para ella.

.- Marrana, ya sabes que el agradecimiento que más valoro y el que espero de ti es el exacto cumplimiento de tus deberes de marrana. ¿Cuáles son los principales?

.- El servicio y la obediencia, señorita Laura.

La doma supondría un completo programa de todas las acciones que había efectuado hasta entonces. La señorita quería que L, de nuevo la marrana, regresara a la “normalidad” de su situación en el club, sometiéndose de un modo total, estricto y exigente a lo que era una sesión de doma, que debía ir convirtiéndose en algo tan normal como era habitual.

La señorita demandaría, exigiría, de palabra y de obra, sin dejar descansar a la caña, como medio de aprendizaje y castigo, prestándose la marrana a todo sin la menor muestra de rechazo, casi como si quisiera demostrar la acogida que dada a todo ello, y que ya no consideraba como algo a resistir y menos a rehusar. Es más, en L se producía una reacción que parecía desear que la señorita actuara sin ninguna contemplación, que exigiera, se impusiera, la dominara, la domara, como muestra de vuelta a una normalidad que hasta entonces había  contestado, y rechazado. Y junto a ello el deseo de complacer a la señorita, de mostrarle su sumisión, su devoción, como dijera su compañera.

Pero había más. L aceptaba la doma como algo debido, apropiado, conveniente, incluso satisfactorio, sintiendo que la sujeción que implicaba era la mejor garantía de permanencia con la señorita, de seguridad y protección. Incluso los golpes de la caña llegaban acompañados de esa especie de garantía que los hacía mucho más fáciles de admitir. A veces, chilló con algunos más firmes y dolorosos, para después sorprenderse - ¿sorprenderse? - agradeciendo a la señorita el golpe especialmente duro.

.- Gracias, señorita Laura. – Dicho con voz tenue por el dolor y el deseo de no importunar a la señorita. A veces añadiendo: por corregirme y domarme.

Si la señorita quería dejar constancia de la situación de la marrana, para nada distinta a la que había mantenido hasta entonces en el burdel, también deseaba que no esperase cambios en el futuro, y los que hubiera serían para mantener las exigencias, sino era para incrementarlas. Y eso también se refería a los castigos, incluido el debido a lo sucedido durante el fin de semana, y así se lo haría saber a la marrana.

.- Marrana, ya te dije ayer que queda pendiente el castigo por las desobediencias del fin de semana. No pienses que las perdono. Si no hago que te acorten las faldas y vayas enseñando el coño cuando salgas de aquí, no es por miedo al espectáculo que darías, aunque tendría que pensar en el alboroto que causarías. – L sonreía ante esto último. – Pero te concedo el beneficio de una duda sobre tu conducta, aunque, muy posiblemente no merezcas. Lo que no te perdono serán unos buenos azotes, que, esta vez, no olvidarás fácilmente.

.- Muchas gracias por su generosidad para conmigo, señorita Laura. Siempre los habré merecido. – Ni ella misma comprendía ese tipo de asentimientos, que estaba realizando con total sinceridad y, casi, como si deseara incitar a la señorita a hacer lo que decía.

Y a la doma seguiría el baile, y con él las ofertas de su cuerpo, impúdicas, obscenas, corrompidas, que L realizaría con especial desenvoltura y desvergüenza. Era una oferta que hacía a la señorita, y que estaba actuando sobre ella misma, que encontraba en sus acciones una complacencia que la animaba a continuar con ellas, a ofrecerse más, a mostrarse con más atrevimiento, sin pensar en lo que suponían sus actos, y cuando se hacía presente esa idea, se decía que solo lo veía la señorita, como si eso fuera una eximente para su desvergüenza.

Como si la señorita hubiera comprendido la oferta que la marrana le hacía, y queriendo que esta no dejara a un lado la principal finalidad de su comportamiento, recordaría.

.- Marrana, piensa en los señores, en los clientes, es a ellos a quienes debes dedicar tu baile, tu cuerpo, tus muestras, tu impudicia, tu desvergüenza. Eres una ramera y tu cuerpo es para quien pague por él.

La señorita no quería que L pudiera perder de vista el fin último de todo lo que se la obligaba a realizar. Ni quería que se supiera libre sino sometida, obligada. Cuando estuviera completamente domada sería otra cosa. Y L se percataba del mensaje que enviaba la señorita y, aún así, quería ofrecerse a ella, tenerla por la receptora de sus muestras, de su procacidad.

Cuando se la concedió un tiempo para el baño, lo aprovecharía de un modo inédito, por primera vez disfrutaría de ese tiempo como si no llegara detrás del de la doma, o llegando tras él, fuera un corolario que solo aportaba calma y relajación, alejado de las sensaciones de sometimiento y resignación de otras veces. O, por mejor decir, esas sensaciones, esa situación de sometimiento y doma, ya no aparecía como algo degradante ni infamante, ni como algo a rechazar y combatir, ahora era la parte que le correspondía a ella, era como ella debía responder, actuar, conformarse. Y así lo sentía, y si lo pensaba lo hacía apareciendo con una consideración especial, que aportaba la idea del mal menor. Era preferible acomodarse a su situación mientras no pudiera cambiarla, y evitar las consecuencias de los incumplimientos. Ahora, el temor a ser descubierta, permaneciendo, carecía de las amenazas anteriores, sabía que ya había sido descubierta, que, de algún modo, se conocía o adivinaba buena parte de lo que sucedía con ella, limitando el alcance de los nuevos descubrimientos. Aunque quedara en ella la esperanza de que no se supiera lo peor, que era una prostituta, y eso donde podía comprobarse sería precisamente en aquel lugar.

A pesar de la singular situación de ese día, L no pudo por menos de reaccionar, y lo haría contra la tendencia que se imponía en ella, en su cuerpo, en sus deseos, en sus apetencias. Quería dejarse llevar, sentirse cómoda, tranquila, sin necesidad de hacer esfuerzos contrarios a lo que la apetecía. Pero no podía dejarse llevar. Reaccionó, aunque mucho más tibieza de lo que debiera. Al darse cuenta de su falta de decisión quiso desechar su tolerancia, su conformidad, su complacencia. Se dijo que iba a salir de aquel lugar, alejarse de la señorita y de todo lo que representaban lugar y persona. Pero, sentía que no quería más lucha, más oposición. Lo sucedido el fin de semana permanecía en su mente, y más en su subconsciente, enviándole un constante recordatorio de lo que, para ella, era el mundo exterior. Era más sencillo aceptar, hacerse a su situación.

“Al menos mientras tenga que permanecer en ella.”

Incluso, cuando quería rechazar se encontraba con la respuesta de sus apetencias, que ansiaban sosiego, seguridad, resguardo, que, sorprendentemente, encontraba en el club, en el burdel, lo que hacía que fuera particularmente costoso resistirse a algo que no solo deseaba sino que necesitaba. Pero L no podía admitir su presencia en un burdel, ni convertirse en una prostituta consintiendo serlo. Tenía que rechazar aquel lugar y todo lo que hacía en él. Luchar contra ella y buscar la forma de salir de allí lo antes posible.

“Tengo mi trabajo, mi futuro, esperándome.”

Se decía, pero, cada vez con menos esperanzas y, acaso, con menos miedo. Y esa disminución en sus temores, haría que la acogida a los servicios a realizar fuera también diferente. Y si lo era para admitir su situación en el club, también iba a actuar para admitir su situación con los clientes, en el burdel, favoreciendo la tolerancia, la aceptación, la realización de los actos propios de una prostituta, olvidando las sensaciones humillantes y denigrantes de antes.

Y esa faceta era la que más interesaba a la señorita, que estaba deseando comprobar cómo respondería la marrana a su presencia en los salones y ante el servicio a los clientes. Se había percatado de la postura, como mínimo, acomodaticia, de L, ahora quería verla en el servicio. Y no querría esperar mucho, por lo que prepararía la situación y la enviaría de inmediato a realizar su primer servicio después del regreso al burdel.

.- Ahora vas a ir a servir a los señores clientes. Quiero que lo hagas como la marrana que debes ser, que ya eres. – L escuchaba como si lo que la señorita decía fuera lo normal, lo que debía decirle, y como lo que a ella le correspondía realizar, casi como el pago que le era obligado.

.- Sí, señorita Laura.

.- Cumple perfectamente para que los señores queden completamente satisfechos de ti y quieran que les vuelvas a servir. Quiero que todos lo soliciten. No me conformo con menos. Sé que lo puedes conseguir.

.- Lo haré, señorita Laura.

.- Si no, se te castigará. No te faltará la caña.

Y L entraría en los salones, desnuda. Sin casi percatarse de su desnudez, encontrándola normal, apropiada, aunque, de inmediato se diera cuenta de lo que suponía. Miró a su alrededor, pero era una más.

“Es lo mejor, así no se me nota.”

Pero quedaba un temor que nunca desaparecía, el miedo a ser descubierta que hacía imposible la tranquilidad. Incluso eso trató de dominarlo, diciéndose que era muy improbable que la reconocieran.

“Y en todo caso, si me muestro segura y sin miedos, pasaré más desapercibida.”

“Y desnuda me será más fácil ligar.”

Quiso ver su desnudez casi como una concesión que se tenía con ella, que la permitía una ventaja frente a las demás. Sonreía. Era lo pertinente y lo que merecía la situación, la prerrogativa de su desnudez, y los clientes a los que tenía el privilegio de servir.

Para su sorpresa, L contemplaría los salones como algo distinto, casi nuevo y, al tiempo, como algo espectacular, atractivo, festivo, gozoso. Sus mujeres aparecían hermosas, risueñas, apetecibles, animadas, deseosas de agradar, de satisfacer a los señores, mostrándose y ofreciéndose en sus bailes, en sus contoneos, vestidas, semidesnudas, completamente desnudas. Se encontró sonriendo ella también, con una sonrisa distinta a la forzada de antaño, ahora lo hacía con la naturalidad y contento de quien encuentra algo agradable. Cuando se percató de su reacción quiso controlarse, pero la presencia de los 3 clientes que debía atender hizo que recuperase su sonrisa, que si era la obligada, cada vez era más auténtica.

Había otras dos chicas bailando ante los 3 hombres, L se unió a ellas. Los clientes charlaban, al tiempo que contemplaban el baile de las chicas. L sabía cuál era la obligación de las tres, deberían complacer a los clientes al tiempo que hacían todo lo posible por animarles a usar de ellas. Y L se puso a conseguirlo, sin intentar escudarse en sus compañeras, ni dejar a estas el peso del intento. Ella era la única completamente desnuda, por lo que gozaba de mayores facilidades para mostrase del modo más descarado. Sabía cómo hacerlo, lo había hecho otras veces. Y ese día todo parecía más fácil, menos costoso, incluso grato.

Solo queda romper el cordón que aún la une a sus anteriores  represiones y decoro. Y será ese último escrúpulo quien la haga reaccionar, intentando no dejarse llevar por una situación que, sabe, no es la que le conviene. Baila, pero trata de no hacerlo del modo más provocativo, controlándose, aunque se sienta menos sujeta a sus anteriores principios. No quiere ser una puta, y si tiene que actuar como si lo fuera, al menos  quiere sentir que lo hace contra su voluntad. Pero, a pesar de su buena intención, baila con más desenvoltura, se muestra con más descaro, sonríe con más seducción, con más sugerencia.

La señorita, que ha elegido los clientes a los que debe servir la marrana y las chicas que serán sus compañeras, está atenta al comportamiento de esta. Quiere conocer cómo ha influido en ella lo sucedido durante el fin de semana. Piensa que debe de estar mucho más entregada y manejable. Ve con complacencia su desenvolvimiento, pero se percata del esfuerzo que hace para no dejarse llevar, y si suele ser conveniente en las marranas mantener el control de la situación con los clientes, sabe que la chica no lo hace como parte de su buen hacer profesional, sino como intento de auto control para no actuar plenamente como una marrana, y eso no le gusta, ella la quiere marrana completa, sin condiciones. Resulta patente que todavía no está plenamente domada, pero falta muy poco para que lo esté. Y lo que falta para acabar de quebrar su resistencia, es algo que la señorita sabe perfectamente cómo conseguirlo.

Tampoco la señorita esperaba mucho más, por lo que había elegido los clientes y compañeras, apercibiendo a unos y otras de la posible reacción de L para que no permitieran que incumpliera o cumpliera de manera insuficiente. Sabiendo que aquellos actuarían para secundar sus pretensiones y contribuir a domar a la marrana, y las otras marranas serían modelos a imitar, que incitarían a los clientes a demandar, y a L a tener que entregar.

.- Les ruego que no dejen sin castigo las conductas que no sean completamente entregadas y plenamente satisfactorias para ustedes. La caña siempre da buenos resultados.

.- De eso estoy convencido. No se preocupe, que estaremos especialmente atentos y no vacilaremos en castigar a la marrana que lo merezca. – Contestaba el hombre a quien la señorita dedicaba especialmente su petición. Aunque los tres estaban en la misma longitud de onda, el que había contestado era el principal partidario de no dejar pasar las faltas de las marranas y si era con el empleo de la caña, mejor.

L ha continuado bailando ante los señores, manteniendo un modo que, hasta hacía muy poco, ella misma hubiera calificado de impúdico y infamante, pero que ya sabía que no alcanzaba a lo que se esperaba de una marrana, que quedaría puesto de manifiesto cuando, a indicación de los señores las otras dos marranas se van desnudando hasta quedar como L, y comienzan a mostrar lo que L no ofrecía.

Las chicas muestran y ofrecen a los clientes sus agujeros, separando los labios del coño o las nalgas para mostrar el agujero del culo. Pero como los señores no las llaman deciden que no es suficiente, entonces se meten los dedos en coño y culo, los chupan para volver a introducírselos. Todo ello lo contempla L, que se ve obligada a seguir los pasos de las otras, pero tampoco es suficiente. Entonces, las chicas, sonrientes y animantes, comienzan a mostrarse una a otra, y como L es la más tímida y reacia, serán las otras dos quienes se encarguen de mostrarla y ofrecerla.

Las dos marranas cogen a L, que sorprendida y, en un primer momento, reacia, trata de evitarlo, pero sabe que ni puede ni debe. Se deja hacer. La colocan sobre un taburete, apoyada en estómago y pecho, dando la espalada a los clientes, en esa postura la separan las piernas, luego comienzan a acariciarla coño y culo, al tiempo que los abren para los señores y los muestran abiertos.

Los clientes han dejado la charla para seguir las ofertas de las marranas. L siente la vergüenza de su situación. Quisiera escapar o, al menos, incorporarse. Era preferible que los señores la usaran normalmente, ahora iban a llamar la atención y, muy probablemente, acudieran algunos curiosos a contemplar lo que hicieran con ella, aunque fuera algo habitual y que no parecía molestar a nadie, pero que a ella la humillaba y abochornaba, y no podía evitarlo.

Como si una de las chicas se hubiera percatado de su falta de deseo y excitación, se colocaría entre sus piernas y comenzaría a lamerla el coño, mientras la otra se ocupaba de barrenarle el culo con sus dedos. L se agarraba con las manos a las patas del taburete, entre las que metía la cabeza, crispada por las acciones de las chicas, con la melena cayendo hacia el suelo y tapándole la cara, aportando la única alivio a la vergüenza de lo que hacían con ella.

A pesar del rechazo de L a las caricias que recibía, las chicas habían desarrollado una habilidad especial para obtener lo que deseaban, tanto de clientes como de ellas mismas, por lo que irían llevando a L hacía donde querían. Poco a poco, L comenzaría a ser sensible a los toque, a las lamidas a su coño, a su clítoris, que comenzaría a responder conforme era normal, hasta conseguir que L iniciara un jadeo que iba en aumento, y después acompañaría a las penetraciones de los dedos en su culo.

.- La marrana está caliente y humedece. – Informaría una de las chicas a los señores, para que estos decidieran lo que deseaban de ella. Mientras L escuchaba entre avergonzada y ansiosa, al no poder evitar el asomo del deseo, que no iba a encontrar la respuesta que ella hubiera esperado. Uno hablaría.

.- Se ha mostrado reacia y eso merece un castigo. Ponedla en pie, la voy a azotar.

L escuchó el anuncio tan anonadada como asustada. No podía ser. No la podían azotar, y menos allí, en presencia de todos los que quisieran verlo. Pero ya la estaban cogiendo por los brazos para hacer que se incorporara.

.- De lado y con las manos detrás de la cabeza. Abierta de piernas.

L pensaba en que la verían todos. Las chicas la colocaron como el hombre había ordenado. L vio que había varios curiosos contemplando la escena que, con toda seguridad, se convertirían en bastantes más cuando la azotaran. Pensó en pedir perdón, aun sabiendo que no conseguiría evitar el castigo, acaso tuvieran misericordia con ella y no la azotaran mucho o no tan fuerte.

.- Señor, ¿me permite pedirle perdón? – Se escuchó decir.

.- Eso siempre es bueno. Hazlo, marrana. Quizás te ganes un mayor castigo. – La estaba diciendo que si pensaba ablandarle no iba a conseguirlo y, acaso, si no se comportaba de un modo que le satisficiera, podía incrementar su castigo.

L se lanzó a los pies del hombre, besándolos, al tiempo que suplicaba el perdón de su falta pero no el del castigo, al revés, reconocía que lo merecía.

El hombre no la tendría mucho a sus pies. Haría que se incorporara y recompusiera la postura para el castigo. L, solo había conseguido que se aproximaran algunos curiosos más.

Cuando estuvo en posición, el hombre se puso en pie, cogió una buena caña, y se acercó a L.

.- Marrana, tienes que aprender a ofrecerte sin limitaciones. No me gustan las marranas negligentes y te voy a enseñar a no serlo. Seguro que me lo agradecerás.

.- Sí, señor. Muchas gracias señor, por su generosidad para conmigo.

.- No me gusta oíros gritar, así que contrólate si no quieres incrementar tu castigo. Ponerla un bocado, que lo muerda. – Enseguida tuvo un bocado de goma dura que mordió con las muelas. – Que no se te caiga. Mira hacia arriba.

L dobló el cuello hacia atrás, quedando mirando hacia arriba. Estaba asustada y casi temblando, a la espera de la llegada de los golpes de la caña. Ya conocía el sabor de esa azote. Mordía el bocado con fuerza para no dejar escapar un grito.

.- ¡Aaggghhh!

El golpe, duro y firme, había caído sobre el culo de L, haciendo que descompusiera la postura y no pudiera evitar un gemido. Haciendo un esfuerzo recompuso la posición.

Cayeron otros 5 golpes más, consiguiendo que L doblara la rodilla en los dos últimos, si bien no dejó caer el bocado, que mordía de tal forma que parecía que iba a romper la goma.

Cuando acabó el castigo, presenciado por un buen número de espectadores, estos aplaudieron, con el comedimiento que era común en ese tipo de manifestaciones, pero que indicaba el aprecio por una buena realización. El hombre indicaría a las compañeras de L que se ocuparan de ella. Pusieron a L sobre el taburete, en la misma postura que tuviera antes. De nuevo volverían a ocuparse de ella como lo hicieran. A pesar del dolor de los azotes, presente en el culo de la joven, esta comenzaría a responder a las caricias de sus compañeras, que la llevaron a las cercanías del placer.

De nuevo, una marrana, la ofrecería a los señores, cuando comprobó que estaba dispuesta a recibir la monta. El que la había castigado ofrecería a los demás.

.- ¿Os apetece?

.- Úsala tú.

.- Gracias. Preparadla por el culo. – Enseguida estaría una marrana con unos dedos untados, lubricando el agujero. L se dejó penetrar con total disposición, ya deseaba que el macho la cubriera, sentir su polla en ella, en su culo. Si era su obligación prestarse a ello con total entrega, se añadía el deseo de sentirse penetrada. El calor y dolor que mantenía en el culo parecía actuar como un estímulo más, quizás buscando la compensación al castigo en esa verga que deseaba en su culo.

.- Tiene el culo bien preparado, señor.

.- Sigue con el coño. – Ordenó a la chica que había estado chupando el coño de L, y que permanecía pronta a continuar.

El hombre tomaría a L por el culo, mientras otra marrana se ocupaba de su coño. Sería el premio que recibiera L, que se entregó al enculamiento, alzando la grupa al compas de las penetraciones de la polla, mientras jadeaba con ellas, demostrando su ansiedad y gozo ante esa cubrición del macho, hasta que se corrió entre la polla en el culo y las chupadas en el coño.

Durante el resto del tiempo que estuvo atendiendo a los señores L no volvería a tener la menos falta ni el menor descuido, entregándose completamente a complacer y satisfacer todos los deseos de los clientes, atenta a lo que pudieran desear para adelantarse a ofrecérselo o dárselo.

Como sucediera en otras ocasiones, L comprendía que lo mejor para ella era someterse y comportarse como se esperaba, evitando castigos y, acaso, consiguiendo el placer que debía ser compañero de las acciones que practicaba. Surgía entonces el dilema, la tentación, que poco a poco iba convirtiéndose en la reacción más conveniente. Ella no quería que esa fuera la solución, no quería ceder, quería luchar contra lo que se le imponía, contra algo que sabía indebido, pero, se percataba que se iba acomodando, que iba cediendo, al tiempo que obtenía su recompensa tanto en eludir castigos como en conseguir premios, no siendo el menor los gozos que recibía.

Y esa noche, después del castigo, dejaría a un lado sus represiones y se entregaría sin más oposición, dejándose hacer y añadiendo, cada vez con más profusión y generosidad, su entrega y colaboración, para que los señores, sus clientes, obtuvieran el placer que habían ido a buscar y que tenían derecho a que se les proporcionara, por él habían pagado.

Y serían varios los grupos a los que atendería en compañía de otras marranas. La señorita ordenaría que se la mantuviera sirviendo sin solución de continuidad hasta bien entrada la madrugada, atentos a sus comportamientos. Y L realizaría unos servicios cumplidos, esmerados, buscando el placer de los señores, pero, sobre todo, complacidos, solazados, vivaces, animados, que mostraban la disposición y deseo de complacencia con que los realizaba. Y eso era lo que más satisfacía a la señorita, y para sorpresa de la propia L, que obtendría unas recompensas que harían todo mucho más fácil, estimulante y divertido, cuando no grato, y en algún momento, gozoso.

Perdida la cuenta de sus clientes, sin importarle cuantos fueran ni lo que demandaran, se dedicó a atenderles, a servirles con total entrega y, acaso, pudiendo aprovechar para sacar alguna compensación, que también complacía a los clientes, gustosos de ver cómo era partícipe de los juegos y gozaba de ellos.

L se iría a la cama agotada pero satisfecha, como si hubiera cumplido plenamente con un deber que, además, podía ser agradable, incluso constituir un placer. El cansancio hizo que se durmiera enseguida, sin tiempo para pensar en los aspectos negativos de lo sucedido esa noche.

A la mañana siguiente L rememoraría lo sucedido la noche anterior, al recordarlo no pudo evitar un estremecimiento. Se había entregado a los clientes como una marrana más, no solo aceptando todo lo que se deseaba de ella, sino realizándolo con entrega y deseos de complacer a sus acompañantes y lo más humillante era el recuerdo de haberlo hecho casi, y a veces sin casi, agrado, cuando no habiendo disfrutado, solazándose con los clientes, colaborando a que gozaran con ella, de ella.

Iría al desayuno intranquila, temiendo encontrarse con alguna de sus compañeras de la noche anterior, y así sería. Su presencia constituyó un motivo de tensión para L, que se incrementaría cuando se refirieran a algún aspecto de lo sucedido entonces, pero que iría diluyéndose en la medida en que se hablaba de ello con toda naturalidad, como lo pudiera hacer cualquier profesional con un compañero. Como los aspectos a los que se refería resultaban divertidos, L se relajó, hasta que una de las chicas se refirió a algo sobre ella, eso volvió a tensarla, pero, a pesar del tema, más que indecoroso, al resultar jovial y divertido, logró que L se sosegara, y luego interviniera en la charla.

La chica que había hecho la referencia a L, se levantaría a buscar algo en el aparador. Al pasar al lado de L se acercó a ella, cogiéndola las tetas con ambas manos, comentaría, mientras L llevaba las suyas sobre las que estaban en sus tetas para separarlas, si bien sin mucha decisión.

.- Aunque son unas tetas muy ricas, lo que más gusta a los señores es su culo. Hay que decir que es magnífico y que va a ser un gran atractivo de esta casa. – Luego, dirigiéndose a L. – Cuídatelo mucho y bien, va a recibir tantas pollas como machos lo vean. Y vas desnuda. No lo olvides…, y aprovéchalo. Si quieres serás una de las favoritas.

Las chicas la trataban como una más, y ella se relajaba, sintiéndose a gusto entre ellas, acogida y resguardada. Con la sensación de desear que la chica tuviera razón y ser una de las favoritas, sabiendo que eso implicaba recibir tantos pollazos como machos la vieran. Sonreía ante esa idea, que decía de su belleza y atractivo.

La presencia en el club se iría configurando como algo normal para L, lo mismo que los servicios que realiza. Se encuentra, si no a gusto, al menos encajada y sin graves problemas de adaptación o aceptación. Solo teme, y cada vez menos, ser reconocida. Lo teme cada vez menos porque cada vez  piensa menos en ello, solo lo hace cuando surge una situación que puede suponer un riesgo de encontrarse con alguien conocido. Y durante esos días, en que los servicios como prostituta se multiplican, muchos de ellos se realizaran de modos más velados, bien en reservados, aunque estos tuvieran el denominador común de atender a varios clientes, bien en el salón, generalmente con un solo cliente. Pocas veces serviría a varios en el salón.

Si la preocupación de L era ser descubierta, la señorita deseaba darla un baño de prostitución, aprovechando que la joven tenía que permanecer en el burdel las 24 horas del día, lo que permitía mantenerla en constante servicio, aprovechando cualquier momento para enviarla a atender a un clientes o a varios, y a estos, a veces, en solitario.

Junto a la aceptación de su situación de de los servicios inherentes a ella, aparecía el otro componente que unía a la marrana al club, al burdel, sus compañeras, con quienes trataba cada vez más, tanto en los momentos de asueto como durante los servicios, y que se iban constituyendo en una compañía grata y amigable, entre la que L iría entresacando algunas chicas con las que encontraba más afinidades y con quienes apetecía estar y servir, comentando con ellas lo acontecido, incluso lo que podían hacer cuando atendían a un cliente juntas para obtener un mayor disfrute para él o para ellos, cuando eran varios. El encuentro de esas relaciones suponía una ayuda inestimable en la acomodación de L al burdel.

L, no solo se iría acostumbrando a servir en cualquier momento y a todos los que se le ordenaba hacerlo, sino que, superando sus miedos y aprensiones, lo haría con creciente adaptación. Ya no tenía el pensamiento puesto en el momento de acabar aquello, sabía que ese momento llegaría, y hasta que eso ocurriera, era mejor mantener no permanecer traumatizada. Y después de lo sucedido en la fiesta, los días siguientes en el club supusieron un descanso para L, que jamás hubiera pensado que un día “disfrutaría” de un lugar como aquel, y de la calma de unas acciones conocidas, y cada vez más y mejor admitidas, y realizadas en un lugar seguro.

La señorita se percata de la receptividad de L, lo que le tienta a participar al director la situación y, acaso, la conveniencia de dar los últimos pasos para la estabulación definitiva de la marrana. Aunque, a la señorita le apetezca más romper todas las resistencias y doblegar a la marrana, incluso provocando ella misma la reacción de rebeldía para después someterla, quebrando su voluntad, lo que veía, cada día que pasaba, como algo más fácil de realizar y, por ello, menos valioso para el fin que pretendía con ese tipo de acción.

Durante esos días, en el club han procurado enterarse de lo ocurrido el fin de semana, según van conociendo lo sucedido se percatan de lo que ha supuesto para la joven y para sus planes. Piensan que eso ha constituido la “presentación en sociedad” que deseaban para ella, y comprenden la reacción de la joven y su estado cuando regresó al club, lo que les decide a acometer la última y definitiva parte de la doma, sin despreciar el valor de alguien como Pol, a quien podía sacarse un gran rendimiento de la mano de su confidente, que podía, cuando se estimara conveniente, invitarle al club, solo o mejor en compañía de algún otro amigo u amigos, y donde contemplarían a L en su salsa, como una puta más, y si lo deseaban, que lo desearían, serían atendidos por ella, otorgando carta de naturaleza a su condición de prostituta profesional.

Si todo estaba pensado para realizarse junto con la otra gran oferta de L, ésta ante las gentes de su profesión, y que el conjunto de ambas acciones la conducirían, sin gran esfuerzo adicional, a la contratación por el club como una marrana más, lo sucedido había modificado ese planteamiento, haciéndolo innecesario. Incluso, el comportamiento de L en el club evidenciaba la cada día mejor acomodación de la joven a su situación en el burdel, que se manifestaba, primordialmente, en la disposición al servicio, que realizaba sin ninguna oposición, ni siquiera con indicios de pereza, o desgana, al contrario, aceptaba la elección con la complacencia de quien sabe que ser elegida supone el reconocimiento a su belleza, y si ha servido antes al cliente, que este ha quedado satisfecho y quiere volver a estar con ella.

Aunque hay situaciones que L aún no ha superado, como era aparecer ofreciéndose en la plataforma en la que bailaba, y cada vez menos por los actos desvergonzados y obscenos que realizaba para animar a que demandaran sus servicios, y lo más rápidamente posible, quedando como motivo de su perturbación la idea de que alguien que la conociera presenciara el espectáculo.

Y hasta ese temor iría perdiendo fuerza, vencido por la repetición y hasta por la disposición de L a complacer, tanto a los clientes, como a quienes, en el club, se ocupaban de ella, de su doma, de su instrucción. Y esos días, en que permanecería las 24 horas en el club, conviviendo con sus compañeras, asimilada a ellas, realizando los mismos servicios, al tiempo que la señorita Laura se seguía ocupando de su doma, conseguirían convertir en normal y casi natural, lo que hacía en el burdel. Pasarían días sin que L saliera de aquel edificio, sin sentir la necesidad de hacerlo, teniendo todas las horas ocupadas, y las de asueto, llenas con sus compañeras. Se acostaría cansada, durmiendo 8 o 9 horas seguidas, después de haber estado hasta altas horas de la noche sirviendo en los salones, para comenzar el nuevo día sin perezas y cada vez menos desazones, pensando muy poco en lo que representaba su estancia en el burdel, admitiéndolo como lo que tenía que hacer durante las semanas que tenía comprometidas, tampoco pensaba en lo que había dejado fuera, sin quererse plantear su situación, una vez cumplido el periodo de permanencia en el club.

Y en el club, después de lo sucedido en el fin de semana, se veía la situación de L cada vez más vinculada al burdel. El director pensaba que los hechos estaban poniendo a prueba a la joven, casi sin necesidad de que tuvieran que intervenir para ponerla delante de esas situaciones que acabaran de prepararla, cuando no, de empujarla, hacía la aceptación de su condición de marrana y su presencia definitiva en el burdel.

El director estaría pendiente del comportamiento de la marrana durante los siguientes días, contemplando con satisfacción el buen hacer de L, su entrega al servicio, que se notaba realizaba con renovado empeño de complacer a los clientes, al tiempo, y era aún más importante, con palmarias muestras de buena disposición y complacencia y alegría en el servicio. Él sabía que eso no era algo que pudiera fingirse durante mucho tiempo, por lo que eran expresiones auténticas, que demostraban el grado de aceptación de su situación, unido a lo que suponía para ella su estancia en el burdel después de lo sucedido con sus amigos. Se estaba produciendo el vuelco en las expectativas de L que facilitaría su estabulación definitiva, que se vería afianzado por la relación con sus compañeras, quienes comenzarían a tratarla como una más de ellas, y ella a sentirse parte del grupo, creando la sensación de estar en su casa y con su gente, por tanto a resguardo de quienes la maltrataban fuera de allí.

Pero la vida en el burdel tenía unas reglas estrictas que había que cumplir, pero con serlo, y pronto L iba a sufrir en su carne su dureza, no dejaban de ser garantes de un estado de cosas que la protegía del exterior, y por ello, aceptables por su necesidad e incluso por la justicia con que se exigían y, en caso de desacato, se castigaban. L se percataba que las penas que conllevaba su quebrantamiento, respondían a algo establecido previamente para el caso de infringir la norma que regía el comportamiento debido, lo que hacía responsable a la infractora y culpable del castigo, además del efecto correctivo que este tenía.

El director habla con J para ponerle al corriente de la situación y la posibilidad de enfrentar la definitiva estabulación de la marrana. J, que está deseando acabar con aquello, recibe la noticia con alivio, solo queda un tema por cerrar, el anuncio para MCM que queda por hacer, lo que va a intentar solucionar lo antes posible. Lo comentará con el director.

.- Ahora la tenemos caliente y dispuesta. Ello no quiere decir que estemos obligados a actuar, es más, su domadora prefiere someterla cuando esté más dispuesta a la lucha, para acabar de quebrar su resistencia, haciendo que no conciba esperanzas que puedan crear falsas ilusiones y expectativas. Y, aunque yo deba velar por los intereses generales, tampoco soy reacio a lo que apetece su domadora. Usted me dirá lo que crea más conveniente a sus planes. Ahora está propicia y es un buen momento para estabularla. Aunque, siempre lo debe de ser y nosotros tenerla preparada. Pero, cuanto antes concluyamos este asunto antes podemos dedicarnos a otros.

.- No sabe lo cierto que es eso para mí. Pero necesitaré unos días. Como sabe, tengo un asunto que solucionar.

.- Mientras tanto, que la marrana no deje de sentir la presión por su parte.

.- Aquí ya no viene, está ahí todo el día.

.- Lo sé. Pero si le queda algo por hacer, que no pueda ver en ello una posible salida, al revés, debe de sentir la presión de una situación de la que quiera escapar.

.- No quisiera complicar la situación.

.- Ya le he dicho que no nos importa que haya resistencia, incluso nos gustaría tenerla. No se preocupe por lo que pueda hacer.

.- Siempre me ha sorprendido su decisión y seguridad, pero he de reconocer que siempre ha sido acertada. Solo será necesario realizar unas fotos más. Pediré que se hagan a nuestra conveniencia para mantener la presión que usted pide.

.- Por nuestra parte no hay prisa..., durante un tiempo prudencial. Es más importante que mantenga la tensión sobre la marrana.

.- Estoy deseando tenerla completamente estabulada, y que concluir con ese tema, dejándola, definitivamente, en sus manos. Han demostrado,  con holgura, que saben lo que hacen. – J, pensaría que, muy probablemente, sabrían, no solo sacar todo el partido posible a su marrana, sino tenerla controlada y, acaso, hasta suficientemente motivada.

“No sé cómo lo hacen, pero no creo que todo sea obra de la caña.”

Y J no conocía cómo estaba reaccionando la marrana esos días en el burdel. Sin saberlo parecía haberlo adivinado, o solo era una consecuencia, inconsciente, de toda la experiencia que tenía sobre el lugar y la propia L.

L no esperaba la llamada del fotógrafo, y menos para hacer nuevas fotos. Cuando recibe el aviso de la llamada su reacción es de sorpresa, después de susto y miedo por lo que el fotógrafo pueda conocer, que la llame al club indica que puede haber descubierto su secreto, después se añadirá el desasosiego, como si algo exterior llegara a perturbar su calma. Durante los días siguientes a su regreso al burdel, L se ha ido conformando cada vez más a su situación. Si tiene pensamientos de reacción, de oposición, de rechazo, no pasan del plano de las ideas y, estas, con tibieza, como si no quisiera romper una situación en la que se encuentra progresivamente mejor encajada. Ahora, la llamada del exterior llega rompiendo su frágil estabilidad.

Devuelve la llamada al fotógrafo.

.- Me ha sido muy difícil encontrarte. – Ella no dice nada, no queriendo hablar del lugar, pero vuelve a estar asustada de que él pueda haberse enterado de lo que es. – Menos mal que me han dicho en tu empresa que sueles estar ahí.  – No parece que sepa lo que es el club, lo que calma las aprensiones de L.

Él explica lo que desea y ella trata de evitar la nueva prueba. Después de la colocación de las anillas y el pequeño falo ha variado su anterior postura aceptante a la realización de otras fotos, hacerlas con ellos equivale, más que probablemente, a ofrecerlos a la contemplación de fotógrafo y maquilladora y, quizás, después, a la de todos los que vieran las fotos. Si piensa en esos adornos, luego pensará en la clase de fotos y lo que estás propiciaran de muestras de su cuerpo.

.- Pero... ¿por qué hay que hacer otra prueba?

.- Porque lo quieren los patrocinadores. Ellos mandan.

.- Pero... ¿es necesario?

.- Si lo quieren, es obligado.

.- ¿Cuándo sería?

.- Ya, no podemos retrasarlo más. Pasado mañana. – Le dice, como si L estuviera a su disposición.

.- ¿A qué hora?

.- Por la mañana.

.- ¿Tan pronto? Ella, piensa entonces en el club, en el tiempo que tiene para avisar y evitar ser castigada. Sabe que ha estado acumulando castigos. Piensa en el prometido por la señorita por los incumplimientos en el fin de semana de la fiesta.

.- Los clientes tienen prisa en realizar las fotos.

.- ¿Cómo será?

.- Parecida a la que hemos hecho.

.- Entonces, ¿para qué la hacemos?

.- Se quiere incidir en algunos detalles.

.- Pero, ¿qué detalles son esos?

.- L, si los clientes lo quieren hay que dárselo. Ya te enterarás de todo en su momento. De todas formas, si quieres conocer por qué lo piden, pregúntales a ellos. – Ahí acaba la charla, que ha dejado en L un mal sabor de boca, no solamente la pone en una situación muy desagradable ante el fotógrafo y su asistente, que van a ver sus nuevos colgantes y después, muy probablemente, sus jefes y en MCM, pues será muy difícil ocultarlos a la cámara, también ha notado un trato diferente en el fotógrafo, más seco y menos complaciente, como si estuviera molesto con ella.

L, que no ha sido capaz de rechazar la  demanda de otra prueba, piensa en la inconveniencia de acomodarse a esa petición. Se da cuenta que con la excusa de evitar situaciones conflictivas acaba realizando más actos peligrosos para ella. Pero si los de MCM quieren otras fotos, no puede negarse, está obligada a realizarlas, es lo único que va a hacer para ellos durante todo ese tiempo. Todavía late en ella una esperanza en su recuperación, en salir indemne de todo aquello.

Luego, piensa en que la llamada indica que las cosas no han variado tanto fuera de aquel lugar, que ella sigue manteniendo su posición. Que la vida sigue su curso normal sin ella, y que podrá volver a apuntarse a su situación anterior. Entonces se percata del tiempo que hace que casi no piensa en eso, como si hubiera desaparecido de su vista, de su interés. La constatación de estar todavía “viva” para la empresa supone un soplo de esperanza y satisfacción, que la trae la ilusión de recuperar lo perdido. Las fotos la unen a lo que era, a lo que se quería de ella, a lo que, todavía, se quiere de ella. Y hacerlas supone mantener el vínculo con un pasado muy cercano, aunque ahora lo sintiera muy lejano.

Aparece la esperanza, también últimamente relegada, de regresar a su antigua situación, y con ella las consideraciones de antaño. Antaño que son unas semanas, tanto a variado todo para ella en tan poco tiempo. Pero, ahora, puede volver a pensar como antes. Y la realización de esas fotos supone incidir en algo que no quiere. Si sale del burdel no quiere hacerlo condicionada por unas fotos indebidas, que, además, pueden mostrar en su empresa lo que no quiere que se vea de ella.

Vuelve a plantearse la conveniencia de cortar con lo que se pretende, eludiendo ser la modelo de ese anuncio.

“Si salgo de esto sería imperdonable caer por unas fotos.” – Se dice con la lógica que nace de la idea de poder escapar del burdel, esperanza que mantiene viva.

Es consciente de la conveniencia de evitar tanto ser la modelo del anuncio como hacer más pruebas fotográficas. Si hiciera al fotógrafo una propuesta que le compensara... Ya la había ayudado una vez y podía volver a hacerlo. Piensa en cómo plantear lo que desea y qué ofrecer a cambio. Puede ayudarse de su belleza. Si se entrega en el burdel, con mucha más razón y mejor contraprestación lo puede hacer con el fotógrafo. Y, desde luego, tiene que compensar lo que aquel deje de cobrar, no sabe cuánto puede ser, aunque supone que no será barato. Y esto tampoco es fácil para L, cuya situación económica está muy degradada después de los pagos debidos a la señorita Laura.

“Y yo, que tampoco soy barata.” – Se dice con descaro, pero pensando que si se ofrece a él puede ser un buen lubricante que facilite las cosas.

“Y debería convencerle para no hacer la próxima prueba. No quiero aparecer con las anillas, y mucho menos en unas fotos, que verán los de MCM y en mi empresa. Y encima las marcas de los azotes.”

“Y tampoco quiero que me vea el fotógrafo con ellas. Tengo que convencerle antes de hacer las fotos.”

“Y si está molesto por algo, suavizar su enfado.”

“¿Y si conociera lo que hago? Que voy a un… burdel… Y por eso estuviera molesto.”

Pero la llamada del fotógrafo no solo ha inquietado a L sobre su situación fuera del burdel y lo que la espera cuando regrese, también ha supuesto una llamada de atención sobre lo que está sucediendo en el burdel y su postura ante ello, que vuelve a aparecer a sus ojos como algo inadmisible y que no puede tolerar de ningún modo, lo que rompe el sosiego que había sido habitual esos días, planteándose, de nuevo, la respuesta a dar a su situación, si bien, esta vez, lo hará desde una perspectiva bastante diferente y mucho más acomodaticia. Tiene que cortar, escapar, pero la forma dista mucho de aparecer como una ruptura por las malas. Era como si ahora hubiera encontrado un tiempo que antes no tenía para separarse del club. Quiere hacerlo pero sin crearse otros problemas que pueden ser mayores que los que trata de evitar. Y darse tiempo significa darse calma, a la vez que supone no percibir su situación tan quebrantada, poder seguir tolerándola, soportándola.

Al prepararse para acudir al estudio del fotógrafo, ha vuelto a la indumentaria obligada, con los colgantes que se ve en el espejo, pero que nota sobre todo cuando se viste y resultan inocultables bajo unas prendas que no pueden hacer nada para disimularlos. El maquillaje, propio del burdel, no supone sorpresa, solo cuando se percata de que no es el que lleva una mujer normal, comprende que también está fuera de tono, pero no puede hacer nada y debe ir con él.

Salir del club supone algo que nunca hubiera pensado, sentir esa muestra, más propia de la prostituta que se ve obligada a ser, y que tiene que manifestar ante todo el que la vea, percatándose que resulta más fácil permanecer como una prostituta en el burdel que aparecer públicamente de la forma en que tiene que hacerlo. En esos momento se da cuenta de lo bueno que es para ella que se la permitiera no acudir al trabajo. No podría ir tan y como lo hace.

Se presenta en casa del fotógrafo, como se le había ordenado. Llega dispuesta a persuadirle de que se avenga a sus deseos. La ayudante abre la puerta y la hace pasar, llevándola hasta el fotógrafo que, al verla, no puede evitar que la sorpresa aparezca en su rostro, y luego la delectación. No esperaba verla de la forma en que iba. Aquello era una manifestación palpable de un descaro propio de fulanas. Controla la sonrisa que quiere escaparse.

.- Pasa. – La deja pasar para verla por detrás. Piensa que, en cuanto se incline un poco, enseñará el culo. Se dice que tiene que ir a verla al burdel. Después recupera la calma y con ella la actitud que quiere mantener con L, que vuelve a notar un distanciamiento que antes no existía, siente que ocurre algo, y ella siempre piensa en lo mismo, lo que la perturba y asusta, al tiempo que la resta decisión para realizar lo que lleva pensado. Tiene que quitarse la camisola y dejar el bolso, lo que la obliga a componer la postura exigida. No se atreve a desobedecer, siempre con miedo a que exista alguna conexión con el club y que puedan enterarse de su incumplimiento. Teme demasiado a la señorita Laura.

El fotógrafo contempla como coloca las manos a lo largo del cuerpo con las palmas abiertas hacia delante y echando los hombros hacia atrás, manteniéndose inmóvil ante él, que si piensa en sacar partido a la situación, lo que ve le anima aún más a hacerlo. Se percata que L ha variado la anilla de la nariz.

.- Veo que llevas otra anilla.

Ella quiere engañarle, al tiempo que trata de dar la impresión de ser ella quien ha decidido el cambio.

.- Sí. ¿Cuál te gusta más?

.- Son parecidas. Pero antes no llevaba el número.

.- Bueno, lo tendré en cuenta para el futuro cambio.

Él no dice nada, pero sonríe con expresión de sorna, sabe que ella no tiene nada que decir sobre esos cambios, y ella comprende que debe estar pensando algo parecido, lo que vuelve a afectarla. Luego, él explica lo que se pretende conseguir con las nuevas fotos.

.- L, los clientes quieren unas fotos más concretas, en las que aparezca el producto que anuncian presentado y  ofrecido de manera más directa. No es algo difícil y lo vamos a hacer ahora. Lo haremos con un body similar al que empleamos la primera vez, si acaso podemos ver como quedas con algo diferente. Pero la idea es siempre la misma. Eres una gata y debes poner de manifiesto el gusto que sientes por la comida anunciada y el ansia que tienes por comerla. No es nada complicado. Ahora Mary se ocupará de ti.

.- Si no te importa, quisiera hablar un momento contigo. – L se decidió a plantear lo que había pensado e intentar parar aquello.

.- Ven. – La llevó a su despacho. – Dime. – Ni siquiera se sentaron, él hablaba de pie, con ella enfrente, que, a pesar de estar sola con el fotógrafo, compuso la postura obligada, lo que este veía con deleite. Siempre pesaba en ella el miedo a que la señorita se enterara de sus incumplimientos.

.- Quiero que sepas que estoy muy agradecida por tu ayuda. Como sabes, siempre he tenido dudas sobre mi capacitación como modelo, y cada día que pasa se incrementan mis vacilaciones, por lo que quisiera que me ayudaras de nuevo, esta vez a acabar con una situación que me resulta particularmente ingrata. No quiero que lo que te pido suponga detrimento alguno para ti, al contrario, quiero compensarte con creces de lo que pueda suponer de lucro cesante, además de estarte especialmente agradecida, y ofrecerme para todo lo que puedas desear de mí. - Le cuesta hacer un ofrecimiento que suena a oferta de sí misma, sin apenas disimulo, pero que él no parece apreciar, lo que descoloca un tanto a L, que no sabe si debe incidir en su sugerencia. Y él, que se había percatado de lo que podía haber detrás de la oferta que la joven hacía, no quería acogerla de inmediato, prefería comprobar y, mejor aún, forzar a L a plantearla de modo más claro. Apeteciéndole mucho aceptarla, también le apetecía ver a L mostrando, de manera descarada, lo que realmente proponía. Quería estar seguro, humillarla y, después, aprovechar lo que le ofrecía, para ello se opondría a la pretensión de la joven.

.- A estas alturas es imposible hacer lo que dices, a no ser que tenga una justificación muy clara, o que te niegues a hacer el anuncio. Eso es cosa tuya.

.- No quiero negarme, no puedo, sería incumplir con mi empresa y no quiero ni puedo hacerlo. Pero si tú dijeras que… - Él no dejó que continuara.

.- Yo no puedo hacer nada que no esté plenamente justificado. Ya he hecho demasiado. Y tú no me ofreces ninguna seguridad sobre lo que realmente quieres. No me fío de ti.

.- Por favor, no digas eso.

.- Hace muy poco parecía que estabas dispuesta a hacer el anuncio, pensé que se te habían pasado los temores y estabas decidida a continuar y complacer a tus jefes, y creo que ellos también lo piensan.

.- Pero si les dices que no soy la apropiada... Yo sabré corresponder... - vaciló un momento, él se daba cuenta de que la costaba concretar, evitó una sonrisa de satisfacción - como tú quieras. - A él le pareció poco, y rechazó la oferta.

.- Ya sabes lo que quiero. Lo que propones lo tenía que haber hecho ya. Ahora, después de realizada la prueba, y no haber puesto ninguna objeción a tu participación, dime qué excusa puedo dar, cuando he alabado tu fotogenia y buen hacer.

.- Yo te compensaría de todas las formas a mi alcance, de todas. Como tú desees. Sin evasivas. - L se descaró. Estaba asustada por una negativa, que pudiendo esperar, no esperaba tan tajante, y quería ponerle en la tesitura de decidirse. Luego, asustada de lo que acababa de decir, quiso llevarlo a un terreno un poco más neutro. - Te agradecería especialmente lo que hicieras por mí. Te aprecio enormemente, conozco tu profesionalidad...

.- Pero tratas de que no cumpla como un buen profesional. - A él no le gustó la marcha atrás.

.- No creo que lo quieras ser forzando a una modelo a hacer lo que no desea.

.- Creo que no te he forzado nunca, al revés, cuando me lo has pedido te he ayudado, ni siquiera te he forzado aunque pudiera hacerlo, incluso a veces, precisamente por ser un profesional, tengo que insistir y, acaso, convencer a una modelo a realizar algo que no le guste, porque conozco mejor que ella lo que se debe hacer y cómo hacerlo. De todas formas, si es que realmente quieres dejar de realizar el anuncio, deberás ser tú quien lo arregle con tus jefes, es a ellos a quienes tienes que decírselo.

.- Pero, eso es lo que quiero evitar. Me juego mucho. Yo te compensaría en lo económico... y en lo que tú quieras..., como tú quieras.

.- Todo eso está muy bien, pero, qué les digo. Ya he hecho algo que no debiera, y ahora me pides que diga no sé qué, pues, sinceramente, no sé qué excusa puedo inventar. Mira, si quieres que te ayude de nuevo, tendrá que ser de forma muy precisa y sin que resulte algo que me deje en mal lugar. L, es tu problema y debes ser tú quien lo resuelva, y de una vez por todas. Piensa que no puedes estar diciendo una cosa un día y al siguiente plantear otra distinta. Acabaran no creyéndote. Y precisamente eso es lo que trato de evitar que suceda conmigo.

.- Comprendo lo que dices, y te agradezco mucho que me hayas ayudado, y yo también quiero acabar definitivamente, pero no lo puedo hacer sin tu ayuda. ¿Me ayudarías por última vez? Ya sabes que te lo agradecería como desearas.

.- Si puedo lo haría, pero sin detener con ello los trabajos que se me han encargado, hasta que esté decidido definitivamente. No voy a incumplir y quedar mal con unos clientes.

.- Yo soy la primera que no quiero que quedes mal, al contrario, yo te elegí y también yo quedaría mal. – Recordaba que era a ella a quien debía hacer aquel anuncio, sin saber que nada había ocurrido como ella suponía. – Pero si me puedes ayudar..., yo..., ya sabes..., haría lo que tú desearas, sin..., sin..., lo que tu quieras. – Él disfrutaba con los esfuerzos de L por evitar decir lo que estaba insinuando, que al ver que él se mostraba más receptivo, insistía en su oferta, pensando que eso podía animarle, lo que pareció suceder.

.- Bien, veremos, si puedo, buenamente, lo haré. Pero te repito, debes de ser tú quien presente la solución, a la que yo me adheriré o no, según me convenza o no.

.- Gracias.

.- No estoy accediendo. Y que lo que hagamos quede entre nosotros.

.- Por supuesto.

.- Para hacer lo que quieres me tienes que plantear una manera razonable de hacerlo. Tiene que ser algo que puedan admitir nuestros clientes, algo fácil de creer. Y mientras, todo va a seguir como si no hubiéramos hablado y menos como si hubiéramos quedado en hacer algo, porque no hemos quedado en nada. Solo en ver lo que se puede hacer y eres tú quien lo tiene que plantear, y sinceramente, no veo cómo, por mucho que ofrezcas. Las intenciones valen muy poco si no se acompañan de hechos.

Él la miraba, estaba deseando hacer lo que la chica le ofrecía de forma tan evidente, pero quería que fuera ella quien actuara, que demostrara lo que estaba dispuesta a hacer, a dar, a cambio de su buena disposición. Y ella solo esperaba una señal del hombre para hacerlo, que quiso ver en su mirada silenciosa, expectante, después de su último comentario. L sin esperar a más, queriendo solventar el asunto, nerviosa y avergonzada, se arrodilló ante el hombre, miró hacia arriba sonriente, y con habilidad, que denotaba conocimiento y experiencia, actuó para abrir la bragueta y después sacar la polla del hombre, que ya indicaba lo que esperaba, predispuesta y avivada.

.- Las mamadas en pelotas. Despelótate.

L se incorporó. Si ya era humillante tener que desnudarse y por mandato del fotógrafo, mostrar la ropa interior lo era aún más. L se daba cuenta de que, con cada muestra de ese estilo, estaba incrementando la idea de puta que ofrecía. Trata de evitar que él vea el sostén sin copas y el tanga sin entrepierna, pero él, que se ha dado cuenta del tipo de prendas y del intento de la joven, quiere verlos y contemplarla con ellos.

.- Da una vuelta que te vea en ropa interior. Siempre es un acicate y un buen estímulo. – L tiene que mostrarse, bermeja y humillada. – Y él se divierte. – Sabes cómo vestirte. – Se burla de la practica total desnudez de la joven, que se ve obligada a mostrarse ante el hombre, y a quien este manda pasear ante él con unas prendas que L siente desvergonzadas, y que se quita, en cuanto puede. Prefiere estar completamente desnuda.

Luego, él quiere ver mejor los nuevos colgantes, y hace que vuelva a mostrarse ante él. La petición y la posterior exhibición de L, incide en la misma idea de puta que han dejado las prendas que llevaba, haciendo que se sintiera más cohibida y avergonzada, pero si tenía que hacer las fotos los verían de todas formas. Quedó desnuda ante él, no le quería mirar, fue a arrodillarse, queriendo escapar, aunque fuera parcialmente, a la exhibición que hacía, pero él no solo se lo impediría sino que demandaría más.

.- Quiero verte, eres una delicia, muéstrate.

Ella lo hizo, a pesar de la vergüenza que sentía, se esforzó para poner gracia y sonrisas a su exhibición, queriendo aparecer complacida con lo que hacía para él, que al verla pensaría en lo difícil que tenía la joven que no se pensara que era una puta. Si el vestido y el maquillaje iban diciéndolo de modo casi paladino, esos aditamentos lo confirmaban sin apenas temor a equivocarse.

.- La marca de hembra parece que está como desdibujada. – Comentó él, simplemente para ver que decía ella.

.- Es que es de quita y pon.

.- En cambio el número permanece mejor.

.- Sí, ya me he fijado.

.- Veo que sigues con tus juegos especiales. Aunque no parecen ser tan divertidos, al menos para ti. – L no dijo nada. – Acércate que te vea los nuevos colgantes que te han puesto. – Él quiso dejar claro que pensaba que aquello lo llevaba por obra de un tercero, lo que L no negó. Se acercó, el hombre sopesó el colgante del coño. – Es pesado, ¿por qué?

.- Para alargar un poco el...

.- ¿Y eso?

.- Me gustaría poder llevar otra anilla colgando de él. – Ahora, era ella quien intentaba dar la impresión de ser la dueña de aquellos actos.

.- ¿No son demasiadas anillas?

.- ¿Si me gustan?

Seguía pretendiendo que era ella quien disponía.

.- Pensaba que algo así debía ser a gusto de otro.

.- Bueno, puede gustar a más de uno.

.- ¿No te parece que tienes que gustar a demasiados? – No pudo evitar burlarse. Ella, por un momento sintió el efecto del comentario, luego reaccionó. Quiso hacerlo con una muestra de despreocupación, que él no aceptaría.

.- A cuantos más, mejor. – Sonreía.

.- Bueno, quien tenga que decidir, decida. Tú a lo tuyo.

L, se arrodilló, llevó la verga a la boca, comenzando a realizarle una mamada, que él se dejaba hacer en silencio primero, luego comenzando a exigir y animar.

.- Trágala toda. La quiero toda en la boca.

Ella pretendió que se afanaba en conseguirlo, pero sin querer lograrlo.

.- Más; hasta el fondo. – Él mantenía la exigencia, sin aceptar que ella no alcanzara lo que la demandaba. Ella siguió aparentando que se esforzaba por llegar hasta donde él quería, pero como no lo hiciera, él apoyaría su mano derecha sobre la nuca de L, presionando con fuerza para que acabara de tragar toda la polla. Si no hubiera sido por la experiencia que L tenía hubiera pasado un mal momento, acabó cediendo y aceptando casi toda la verga en su boca.

.- Bien, así está mejor, pero no me agrada tener que insistir, demuéstrame como lo sabe hacer una puta de tu clase, y sin tapujos. Sigue.

L, se estremeció al escuchar la forma de referirse a ella, podía ser solo la manera de hablar, que ella había comprobado en otros hombres en momentos excitación y deseo, pero no podía evitar recordar su situación en el club y lo que allí sucedía a diario. Siguió realizando la mamada, no debía distraerse y menos dejar insatisfecho al hombre. Le cogía la verga con una mano, él no parecía gustar de ello.

.- Pon las manos detrás de la cabeza. – L, quiso mostrar una extrañeza que no le era propia, era una acción que conocía y le era demandada con relativa frecuencia, pero que podía hacer pensar que lo de puta no estaba de más, miró hacia arriba, sin realizar lo que el hombre pedía. - ¿No has oído, puta? Te he dicho que no quiero camelos.

L bajó los ojos, esta vez para evitar mostrar el sonrojo que supuso escuchar de nuevo esa palabra definitoria, y seguida del corolario que implicaba que no admitía engaños, estaba cada vez más asustada de que respondiera a lo que pensaba de ella. Llevó las manos detrás de la cabeza y siguió chupando la verga del hombre. Si quería complacerle, temía hacerlo bien, contribuyendo con ello a afianzar la idea de que era una puta. Él, volvió a empujar sobre la cabeza para que la joven acabara de tragar toda la polla, lo que no fue difícil conseguir, y él recibió con elogio hacia ella.

.- Bien, buena zorra, así me gusta, que la tragues toda. Ahora chúpala bien, llegando hasta el fondo en cada chupada. Así, sin ayuda de las manos. Siempre es preferible la boca a las manos, y una puta tiene suficiente experiencia para no necesitar ayudas.

L hizo lo que él demandaba, ya entregada a lo que se deseaba y buscando complacerle sin más disimulos.

.- Bien, bien, así, sigue así, como una buena ramera que conoce su oficio. – L casi deja escapar un gemido de queja, de temor, eran demasiadas referencias a lo mismo.

Él, mantendría la presión sobre la cabeza de L, para que ella llevara el ritmo que él deseaba, a veces impidiendo que completara el movimiento, obligando a L a tener la polla en la boca durante un largo momento, que ella soportaba con apuros, hasta que no pudiendo más, quería retirarse, cosa que él permitía al descender la presión sobre la cabeza, lo que L acogía con toda la relajación que suponía poder respirar con relativa normalidad, sin tener obturada la garganta. L, estaba descomponiendo el maquillaje, no controlaba la saliva que se escapaba de su boca, ni las lágrimas que lo hacían de sus ojos. Una de las veces, el hombre mantuvo la exigencia de permanencia en su boca demasiado tiempo, ella intentaba escapar, hasta que asustada, descompuso la postura, para utilizar las manos e intentar que él relajara la presión. Él lo haría, pero seguido de una buena bofetada.

.- Vuelve a poner las manos bien, puta. No había encontrado una ramera tan blanda. Sigue y haz las cosas bien.

L, continuó. Se sentía avergonzada, alterada, pensando abiertamente en lo que el hombre supiera, pero obligada a satisfacerle, aunque eso supusiera ahondar en la creencia que de ella tuviera. Tenía que complacerle, lo intentaba prolongando los tiempos que tenía la verga completamente en la boca, respirando hondo para permanecer más con ella totalmente “tragada”, y repitiendo la maniobra hasta que el hombre dejó de presionar con tanta insistencia, ella chupaba con continuidad, sabiendo que es lo que él deseaba, tragando toda la polla y manteniéndola en la boca, para volver a realizar el recorrido con calma, hasta que él se corrió en su boca. Ella dejó que mantuviera la verga en la boca, sin intentar retirarse. Durante unos segundos permanecieron ambos quietos.

.- Bien. No ha sido fácil conseguir de ti una mamada decente, lo que me hace pensar que no has querido hacerla, porque no puedes pretender que me crea que careces de práctica.

.- Estoy nerviosa. – No negaba que tuviera práctica.

.- Pues tranquilízate. De todas formas, la próxima vez utilizaré la fusta. Parece que eso te anima y estimula. Ahora tenemos que continuar con nuestro trabajo, cuando finalicemos te daré por el culo, será un bonito obsequio que te hago.

.- Gracias. – L no pudo evitar el retintín al agradecerlo.

.- Y no pienses que porque use tu culo voy a dejar de hacer mi trabajo ni tú el tuyo. Y si quieres algo, ya sabes lo que tienes que hacer, lo primero de todo cumplir como debes y hacer las cosas bien y como te mande. Después ya veremos, y piensa que de quien depende ese “veremos” es fundamentalmente de ti. Te ayudaré, si es que puedo. Y, aunque trabajosa, has acabado haciendo la mamada, que debería haber sido mejor, no eres una aficionada.

L, sin saber lo que pudieran significar ese tipo de referencias, siempre pensaba en lo peor, y siempre trataba de disimular sus temores.

.- Gracias por ayudarme, y trataré de hacer mejor..., como una buena aficionada.

Era ella quien deseaba establecer esa diferencia con las profesionales. Él la miraba burlón.

.- Ve a asearte un poco. Aquella puerta es la del cuarto de baño.

L, se iría a limpiar. Al verse en el espejo supo que era algo necesario, estaba completamente sucia. Vio los colgantes de los pezones, que añadían esa impresión de entrega a un dominio exterior a ella. Pensó que serían los que pusieran los chulos a sus putas. “Es lo que habrá pensado el fotógrafo”. Solo pudo limpiarse, quiso coger el bolso donde tenía el maquillaje, pero el fotógrafo le diría que eso lo iba a hacer Mary y que acabara cuanto antes. Salió enseguida y él la envió con Mary.

El fotógrafo ha advertido a su ayudante de lo que quiere que haga L. Quiere que Mary colabore con él para conseguir las fotos que pretende y, si fuera preciso, para evitar reacciones indebidas en L. Vuelve a dar  a entender, como ya hiciera la vez anterior, que L es una puta que no quiere aparecer como tal, por lo que, era posible que, en algún momento,  hubiera que “convencerla” para que se comportara como se quería de ella.

Salir desnuda y sin el maquillaje no gustaba nada a L, por lo que, más que hacer suponer, decía de lo sucedido, pero no tuvo más remedio, el hombre abría la puerta para ella, que recogiendo la ropa salió. El fotógrafo la acompaña con la maquilladora, ante quien se siente señalada como una fulana. Y así es como la toma la mujer. Solamente una puta aparecería desnuda y con el maquillaje deshecho, lo que indicaba lo que habría hecho para deshacerlo. Y como una puta va a tratarla, en la seguridad de que es lo que su jefe está propiciando.

.- Los colgantes de la gata pueden ser un añadido que dé un toque original, ¿qué se te ocurre para que se muestren mejor? – Pregunta a la maquilladora. – Muéstrate que te vea Mary. Deja la ropa.

L, avergonzada, dejó la ropa sobre un silloncito, para después mostrarse ante Mary que la contempla, en la postura que está obligada a componer, mientras ella evita mirar a la mujer, que la observaría con extrañeza, que se traduce enseguida en superioridad, mirando las anillas y el colgante del sexo. Poniendo de manifiesto esa superioridad con que la contemplaba, haría que se gire ante ella, dejando constancia de ser quien manda sobre L, quien tiene que obedecer y mostrarse como se le indica, sabiendo que va a ofrecer la muestra de las marcas de los azotes que aún permanecen en su culo, y que vienen a incidir en la apreciación de puta que, piensa, va manifestando.

La mujer, aunque al tanto de la doble vida de L, no puede evitar la sorpresa ante esas manifestaciones, que no solo indican unas maneras especiales en la relación de la joven con sus clientes, también suponen unas formas de violencia poco normales. Todo ello anima a la mujer a exigir a L, a tratar de controlarla desde el primer momento. Sabiendo que si lo logra después será más fácil llevarla por donde quiera.

L, avergonzada no ofrece resistencia al examen de la mujer, que efectúa en presencia del fotógrafo, y tomándose unas libertades que no le corresponderían a no ser que ella también conociera… Y esa idea es lo que deja a L descolocada y vencida. La mujer no se limita a mirar los nuevos adornos, los coge para verlos mejor, examina los pezones y prueba cómo actúan en ellos. Dedica especial atención al colgante del sexo. L se deja hacer sin intentar oponerse o escabullirse mientras la mujer inspecciona y comprueba. Examina como cuelga del botón, tira de él, sin hacer caso a la queja que deja escapar la joven, como si estuviera allí para dejarse hacer. Pide explicaciones, que L tiene que dar llena de vergüenza.

.- Dime, el colgante del coño ¿para qué es?

.- Para alargar un poco el botón.

.- ¿Para qué se te quiere alargar?

.- Para poder poner otra anilla.

.- Es más original el colgante, y te va mucho. No creo que te lo quiten, aunque te anillen, puede colgar de la anilla. – Es evidente que tampoco ella cree en la libertad de la joven para prescindir de él. – Es una campanilla. Muévete que escuche como suena.

L tuvo que moverse, menear el centro del cuerpo en un movimiento  forzado y descomedido, haciendo sonar el pequeño cencerro, mientras la mujer sonríe divertida del modo en que L se agita y del sonido que produce el pequeño cencerro. Luego, toca las marcas sobre el sexo.

.- No te pares, sigue meneándote, quiero oír la campanita. – Y también quiere mantener a L sometida, ridícula, dominada. Y L tiene que seguir con las sacudidas que hacen sonar el cencerro.

La mujer hace que se gire otra vez para examinarla por detrás, sin dejar de producir el tintineo. Y si los colgantes suponen un añadido peculiar, las marcas del sexo y sobre todo, las de los azotes, son una prueba demasiado elocuente de algo no muy normal. La mujer, al observar que su jefe la deja hacer sin interferir, piensa que le parece bien lo que hace con la joven, por lo que sigue requiriendo a L para que se muestre ante ambos, quiere probar su sometimiento y aceptación a lo que se le ordene, que es otra prueba de lo que es L, y esta se percata de ello, de lo que muestra su actitud sometida ante unas demandas descarnadas y atrevidas, pero no se atreve a negarse a realizarlas.

.- Inclínate, abre bien las piernas y cógete los tobillos con las manos. – El fotógrafo no puede evitar una sonrisa ante la orden de su ayudante, que en la cara de L se transforma en un gesto de sorpresa y vergüenza. Duda, la mujer exige. – ¡Ponte! – L se inclina y separa las piernas, cogiendo los tobillos. – Ábrete más. – Tiene que separar más las piernas. Hacerlo significa ofrecer una muestra más impúdica del culo, descubriendo el agujero que se abre en demasía, diciendo de las costumbres de su propietaria. L lo siente, esta bermeja, agradece que la postura impida ver su cara, tapada por el pelo que cae sobre ella. – Ábrete más. – La mujer no cede un ápice, quiere forzar a L y someterla. L separa aún más los pies. Cuando la tiene como desea, la examina con calma desde atrás, manteniendo a L en tensión y cada vez más humillada y avergonzada, luego hace otra demanda. – Cógete el pelo con ambas manos, y mantenlas detrás de la cabeza. Mantén la postura.

La mujer volvería a comprobar las anillas y sopesar las tetas de L, que tendría que dejarse hacer tensa y humillada. Después lo haría colocándose detrás de L y sopesando las tetas desde esa posición. L las siente cayendo hacia el suelo, alargadas, temiendo que aparezcan absurdamente descomedidas, grotescas, deformes. No son las de un animal, no deben estar en la postura de un animal. La mujer la coge con ambas manos, como si quisiera ordeñarlas, consiguiendo que L gima afrentada y, sobre todo, ridiculizada. Finalmente, y para mayor humillación de L, palpa el culo, la joven tiene la impresión de que sigue alguna de las marcas dejadas por los azotes. Está crispada ante la acción, que la producirá un gemido cuando la mano separa un carrillo a la altura del agujero del culo que L nota como parece abrirse,  L vuelve a sentir que está indicando el uso que se hace de su culo.

.- ¿Qué te parece? – Pregunta el hombre.

.- Creo que, por lo que a mí respecta, no debe haber inconvenientes. El body quedará perfectamente encajado, y las anillas serán un bonito adorno para la gata. Y el cencerro cayendo entre los muslos resultará muy sugerente.

.- ¿Cómo puedes solucionar lo de las anillas?

L, que sigue inclinada sin atreverse a enderezarse, escucha lo que se dice como si no tuviera nada que opinar sobre ello.

.- Puedo hacer un pequeño ojal y que salgan por él.

.- Eso sería estupendo. ¿Y con el colgante del sexo?

.- También. Quedará una muestra atractiva y sexy. Tardaré un poco.

.- No importa, hazlo.

.- ¿Qué hago con las marcas del culo?

.- Déjalas. Parece que a L le gusta llevarlas. Y ofrecen un tipo de señales que no son de despreciar.

Ella no puede decir nada ante la burla del hombre y calla.

El fotógrafo no solo no iba a disminuir la presión sobre esa puta que quería comprarle, sino que la incrementaría, cada vez más seguro de poder hacerlo y del sometimiento de L a lo que se quisiera de ella que iba a poner a prueba. Si había decidido ponerla en una situación muy dura, ahora lo haría con más exigencias e imposiciones. Quería hacerla pagar su atrevimiento y lo que él veía como un intento de colocarse a su altura, de tratarle como a alguien con quien se puede negociar, cuando a ella solo la correspondía obedecer. J le ha indicado que mantenga la firmeza y las exigencias, que sepa que debe someterse en todo momento. Sabía que la situación de L frente a él y la que venía determinada por su paso por el burdel, la colocaban en una postura muy delicada, que coartaba su capacidad de actuación, teniendo que evitar cualquier incidencia que supusiera el menor riesgo de propiciar que aquella fuera conocida, como tampoco podía permitirse el lujo de incitarle a decir el trato que le había propuesto para evitar hacer de modelo, por lo que él podría exigir sin que ella pudiera oponerse y menos rechazar sus demandas.

La actitud de la joven, que pone de manifiesto su sometimiento a los mandatos del club, y su disposición a realizar lo que allí le imponen, muy por encima a lo que el fotógrafo puede de ella, ha picado a este, que quiere poner en su sitio a la joven, obligándola a doblegarse y someterse a sus imposiciones. Y ese día quería imponerse a L y al tiempo comprobar hasta qué punto toleraría lo que se la ordenara, en la seguridad de que lo que hiciera sería bien recibido por quien le había contratado, y si ablandaba a la puta y la preparaba para el trabajo, también agradaría a quienes quería como nuevos clientes. Ya había comenzado a expresar su opinión sobre ella, para  que L se fuera haciendo a la idea de que su condición pudiera ser conocida, al tiempo que se percataba del efecto que eso hacía en la joven, lo que facilitaba sus pretensiones. Si en la anterior ocasión había dejado patente que no toleraría ningún engaño por parte de ella, ahora, al dar a entender que podía saber que era una puta, estaba diciendo que le había intentado engañar, lo que le permitía responder, castigando esa intentona.

La maquilladora entregó a L el body. Era similar al que llevara en la anterior ocasión, si acaso aún más fino y por tanto más trasparente. La maquilladora le ayudó a colocárselo, encargándose de que quedara perfectamente encajado en las zonas del cuerpo de la joven que precisaban dejarlo bien ajustado para evitar que el tejido se desacoplara o se separara del cuerpo. Singularmente en el sexo y entre las nalgas, donde se introducía la fina costura que iba desde el sexo y llegaba a esa especie de cincha con la que se encorsetaba la cintura, lo que, además de poner en evidencia la grupa de la joven, hacía que el tejido se incrustara entre las nalgas, y por delante, bifurcándose en dos, en la zona baja del sexo, para subir por los laterales de este enmarcándolo perfectamente y consiguiendo que quedara pegado a la carne, dejando que esta se mostrara casi en vivo al no suponer prácticamente ningún obstáculo a su contemplación, apareciendo protuberancia y números nítidamente  expuestos y visibles, lo mismo que la palabra sobre la vulva.

Una vez compuesta como la mujer pretendía, haría los ojales con una pequeña máquina de coser. Las sandalias, de tacón muy alto, completaban el atuendo, con la cabellera suelta. No llevaba ningún tipo de adorno, solo unos pendientes de pequeños cascabeles colgantes de una fina cadenita, y una cinta de terciopelo negro en el cuello de la que colgaba otro cascabel. Por supuesto, las argollas de los pezones y la nariz y el colgante del coño, que aparecían por los ojales, junto con los pezones y el clítoris, del que Mary tiraría para colocarlo de modo que quedara bien visible, y con él una parte del coño, agarrado por las abrazaderas que sostenían el pequeño falo. El tirón hizo que L se quejara, pero más que molestia lo que sintió fueron las palpitaciones del botón y su inmediata respuesta que se tradujo en el incremento de su volumen. A L le hubiera gustado recibir otro tirón.

Mary maquillaría y pintaría los bigotes de gata a L. Luego la pondría delante de un espejo. Lo primero que quiso comprobar la joven era como se mostraba su condición, la palabra aparecía visible y legible sobre su coño, lo mismo que el número que la identificaba como hembra, éste aún más visible, al ser mayor y de color más fuerte, lo que la hace sentir con más virulencia la vergüenza que producen esas referencias. Las anillas, que sobresalen del body, añaden otra indicación de su condición. Los pezones parecían haber incrementado su tamaño. Miró hacia el sexo buscado el mismo efecto en el clítoris, que aparecía también agrandado y palpitando.

De los detalles pasó al conjunto, que quedaba como un desnudo apenas velado, que permitía contemplar cada centímetro del cuerpo, solo modificado por el color que daba el tejido, que no era suficiente para disimular la carne que cubría, que quedaba tan visible como si estuviera al natural y aclarando el tinte oscuro de la malla. El sexo, los pechos, el culo, todo aparecía perfectamente visible. Miró la marca del falo, también manifiesta. Era lo que más vergüenza le daba. En cambio, el conjunto ofrecía una muestra más que apetecible de un cuerpo que la hizo sonreír de complacencia. Se giró un poco para apreciar mejor las redondeces posteriores. Eran suculentas, hasta las marcas de los azotes se ofrecían casi como un adorno, que aparecía con unas connotaciones especiales. Le gustaba su cuerpo y no podía evitar sentirse complacida al contemplarlo, aunque, no debería mostrarlo de la forma que se quería que lo hiciera.

Aparecería de ese modo, el fotógrafo la examinaría.

.- ¡Ponte bien! ¡Estírate más! – L estaba componiendo la postura obligada, pero el hombre quiso que supiera que no era ajeno a ese tipo de sometimientos y que quería que los realizara para él y bien hechos.

L, bermeja y asustada por los mandatos del fotógrafo y lo que eso indicaba,  tuvo que obedecer, y ante la mujer, que contemplaba todo con una sonrisa divertida.

.- Gracias, Mary. Ha quedado muy bien. Perfecto. – Y lo estaba y él encantado de lo que mostraba y de lo que iba a captar. Dio una vuelta alrededor de L, más para obligarla a mantener la postura que para apreciar el trabajo de su ayudante.

L, suponía lo que se ofrecería en las fotos, poco más o menos lo que ya había mostrado en las anteriores, la novedad más importante es que se harían con la comida que se pretendía anunciar, y por supuesto, con los nuevos colgantes.

Se habían vaciado varios latas de la comida a anunciar en una recipiente. Nada más verlo L sintió una repulsión que iba más allá de la repugnancia por la comida, que no aparecía como algo asqueroso ni mal oliente, pero que a L la produjo una repugnancia inmediata.

.- Tienes que ponerte cerca de la comida. Vamos a irnos aproximando a ella. Ponte a 4 patas y gatea hacia el recipiente con la comida.

La petición del fotógrafo no agradaba a L, pero se avino a ella, colocándose a 4 patas, lo que resultaba tan ingrato como humillante. Se sentía casi desnuda, sabiendo que el body no ocultaba nada y que “todo” se traslucía. Pensaba en las marcas aún más que en su desnudez. Comenzó a gatear hacia la comida, hasta quedar con la cabeza a pocos centímetros del recipiente, lleno hasta arriba. El olor no resultaba nada agradable para L, que tenía tendencia a alejarse de él para evitarlo. Ni siquiera era grato ver aquella comida que le resultaba maloliente y grasienta.

.- L, tienes que demostrar que te encanta la comida, que estás ansiosa por comértela toda.

.- Pero si me da asco olerla.

.- No te digo que te tenga que gustar, sino que tienes que aparentarlo. Y no exageres. - El olor no es tan fuerte ni desagradable. - Acerca más la boca al pote y mira hacia mí con expresión de complacencia y ansiedad por querer comerla. Como si estuvieras esperando a que se te dé permiso para hacerlo.

L lo hizo a pesar de que el olor la producía auténtico asco.

.- Pero acércate más. La comida es para comerla, para cogerla con la boca. Una gata no lo hace con las patas sino que come directamente cogiendo la comida con la boca. Tienes que aproximarte hasta que tengas la comida prácticamente en la boca. – Pero L no quería hacerlo – ¡Hazlo de una vez! No podemos estar todo el día para conseguir una foto. Mary ayúdala.

Mary se acercaría, como L no se moviera, la aproximó el cazo a la cara, que quiso evitarlo reculando.

.- ¡Estate quieta! ¡No te mueves! Mary, ponla con la boca encima de la comida y que la mantenga abierta, como si la fuera a coger.

El olor la repelía y la propia comida, más aún, pero quedó con la cabeza sobre la comida.

.- Mira hacia la cámara y sonríe, estás deseando comerla.

.- Ahora inclínate más. Apóyate con las manos en los lados del recipiente, pero sin taparlo con los brazos, separa más las piernas, que te puedas inclinar mejor, y baja la cabeza hasta tener la boca sobre la comida.

.- Me da asco.

.- Pues aguántatelo. – El fotógrafo comenzaba a estar molesto con la joven y su falta de entrega al trabajo, quería que lo hiciera bien para presentar unas fotos estimulantes y si no se mostraba complacida las estropearía.

.- Es comida para gatos.

.- Pero que también pueden comer las personas. Así que no hagas más demostraciones de asco. Por lo visto, es muy sana y llena de vitaminas y proteínas. – Parecía burlarse de las aprensiones de L. – Precisamente se le ha dado un olor más fuerte para que no nos la comamos. Y es olor a pescado.

.- Nadie se comería esto, ni los gatos.

.- Pues tú eres una gata y te la vas a comer. – L no hizo caso, pero no sabía que la amenaza se iba a cumplir.

Por fin, L se inclinó, quedando a unos centímetros de la comida.

.- Separa más las piernas, que sea más fácil colocarte bien sobre el cuenco.

L lo hizo, lo que permitía al fotógrafo captar desde atrás la raja entre las nalgas y en ella ese agujero que tan bien se mostraba, además del sexo, perfectamente encuadrado en la fina malla, y desde delante una muestra de la grupa de la hembra, que sobresalían con insolencia como la parte más destacada del cuerpo, con los muslos muy abiertos, ofreciéndose en una postura despatarrada y descarada.

El fotógrafo sacaría varias tandas de fotos, por delante, por detrás y por ambos lados, sobre todo aprovechando la muestra que se ofrecía del culo de la joven, mostrado con una abertura indicativa de lo que ella más quería ocultar, y que la malla no conseguía velar. Y debajo el sexo, sobresaliendo entre los muslos, creando un conjunto descarado en sí mismo y más en la forma en que se ofrecía.

L, sin saber para qué se necesitaban esas fotos, era consciente de lo que podían estar captando, lo que la mantenía nerviosa, sin poder hacer nada para evitarlo. Y el fotógrafo seguía insistiendo en conseguir que demostrara su complacencia por el alimento.

.- ¡L! Esfuérzate más. Eres una gata y a las gatas les encanta esa comida, tienes que ponerlo de manifiesto. Se trata de vender el producto y para eso tiene que gustar a los gatos y tú eres una gata, y te encanta comer lo que tienes delante. Eso es lo que tienes que transmitir.

.- Pero es que me da asco.

.- Pues supera el asco, contrólate. Eres una estupenda modelo y no puedes fallar por esa tontería, tienes que demostrar que te gusta mucho. ¡Acércate más al perol! Y mira a la cámara con delectación.

Pero no era suficiente, el fotógrafo quería más y más explícito, como quería conseguir que la joven accediera a hacer lo que no la gustaba, lo que la asqueaba, y hacerlo de forma más que cumplida. Sabía del paso de la joven por el club suponía un especial adiestramiento y por tanto que podía exigirla, estaba bien amaestrada, y no iba a permitirla que tratara de escabullirse con él. Iba a ofrecer a los clientes lo que querían y lo que él quería, iban a ver unas fotos que les animaran a elegirle como fotógrafo. Quería las fotos y quería doblegar y someter a la joven, venciendo todas sus resistencias y obligarla a realizar todo lo que él la ordenara, por mucho que la desagradara. Había sido capaz de enviarla al club y ahora no quería quedarse atrás por no serlo en lo que era su actuación profesional. Ya había conseguido una buena recompensa, y ahora quería lograr el trabajo sobre los anuncios.

L, acercó los labios a la comida, el olor se hacía más penetrante. “Esto no puede gustar ni a los gatos”.  Pero no era suficiente. El fotógrafo insistía.

.- L, tienes que poner la boca sobre la comida. ¡Hazlo de una vez! Ensúciate la boca con ella, que des la impresión de estar comiéndola.

Era asqueroso, L hizo un esfuerzo y tocó la comida con los labios.

.- ¡Más! – Él insistía.

L volvió a tocar la comida, pero lo hacía ligeramente y apenas sin ensuciarse con ella.

.- Mary, haz que se ensucie los morros.

Sin esperar más, Mary se acercó y empujando la cabeza de L sobre la comida, hizo que metiera boca, nariz y barbilla en ella. L quiso escapar, pero la postura en la que estaba debilitaba su esfuerzo por separarse del perol, al intentarlo lo único que consiguió fue embadurnarse más con la comida, quedando con una buena dosis de residuos en toda esa zona, que quiso escupir.

.- ¡Quieta!

Esta vez la maquilladora la cogería por el cuello y, presionando sobre él, volvió a empujarla sobre la comida metiendo la cabeza aún más en ella. El fotógrafo aprovecharía para sacar varias fotos, tanto con la mano forzándola sobre el perol, que acaso, para quien no supiera, podían dar la impresión de que en lugar de pretender meter la cabeza en la comida, trataba de separarla de ella, y otras, ya sin la mano empujándola, como si L estuviera buscando con la boca los trozos de comida. L sentía el olor que la repugnaba y con los restos sobre los labios, que la obligaban a mantener la boca cerrada, para evitar tocar algún trozo con la lengua. Se sentía avasallada, vejada. Quería protestar, escapar, insultar, y ni siquiera podía abrir la boca. Trato de remover los trozos de comida que habían quedado pegados en su cara.

El fotógrafo viendo el gesto, quiso deshacerlo.

.- ¡Quieta! ¡No trates de limpiarte! Es así como quiero que estés. Abre la boca y saca la lengua para relamerte y atrapar los restos que han quedado en los morros. – L quiso hablar con la boca cerrada, produciendo unos sonidos ininteligibles. – ¿Qué dices? – L tuvo que contestar.

.- Me da asco. – Fue lo único que se atrevió a decir.

.- Pues lo vences. ¡Déjate de tanta tontería!

No podía hacerlo, iba a devolver. Lo dijo.

.- Me dan arcadas.

.- Pues devuelve sobre el perol, así estará más condimentado lo que queda en él. – Se burlaba, para después volver a exigir. – ¡Venga! ¡Déjate de pamplinas y haz lo que debes!

.- Por favor, podemos hacerlo de otro modo.

.- Tienes que aparecer como si te entusiasmase la comida, así que relámete y pasa la lengua sobre los restos, y hazlo con expresión de deleite. Si no vas a tener que hacerlo hasta que salga bien.

Hizo un esfuerzo para controlar el asco y los reflejos de nausea y pasó la lengua por los labios encontrando los pequeños restos que habían quedado en ellos, pero no podía mostrar el agrado que el fotógrafo deseaba, al revés, al encontrar la comida volvían a surgir los reflejos de vómito.

.- ¡Hazlo bien! ¡Que se note que te encanta recoger lo que queda y comerlo!

Tuvo que repetir la operación, que tampoco resultó a gusto del fotógrafo, lo que aprovechó este para forzarla aún más.

.- Vuelve a embadurnarte y haz bien lo que quiero.

.- Por favor…

.- ¡Hazlo de una vez!

Sería la maquilladora, sin necesidad de que su jefe dijera nada, quien intervendría cogiéndola otra vez por el cuello, L quiso zafarse suponiendo lo que llegaría, pero la mujer estaba prevenida contra su posible reacción y sin dejar que la joven pudiera forzar la cabeza hacia arriba, empujo con fuerza en la dirección contraria, al tiempo que daba un golpe en un brazo de L evitando que se apoyara en él, desestabilizando el intento de separarse y haciendo que la cabeza se metiera en el cazo, esta vez con la boca abierta, por lo que se introdujo una buena porción de comida en ella. Quiso librarse de la tenaza que aprisionaba su garganta consiguiendo embadurnarse más de comida y quedar con la que tenía en la boca.

.- ¡Quieta! – Era la mujer quien ordenaba con voz firme, al tiempo que mantenía la cabeza metida en el pote. L quería hablar y escapar de la presión y sacar la cabeza de la comida que estaba quedando deshecha. Volvió a intentar separarse, pero la mujer se lo impidió. – Te he dicho que te estés quieta. Si no empujas te relajo. ¿De acuerdo?

L hizo unos gestos con la cabeza, la mujer relajó la tenaza permitiendo que sacara la cabeza.

.- No hagas ningún gesto brusco ni rebelde. – Quería respirar sin obstáculos, asintió con la cabeza. La mujer permitió que se separara un poco de la comida, lo que L aprovechó para respirar bien, pero sin hacer ningún movimiento que pudiera dar origen a una réplica de la mujer, solo trató de dejar caer de la boca todo lo que pudo.

.- Mantén a la gata sujeta por el cuello. – Era el fotógrafo quien lo ordenaba. Había presenciado divertido el buen hacer de su colaboradora, al tiempo que sacaba foto tras foto de lo sucedido. – L, eleva la cabeza. – La joven lo hizo. – Lame la comida. – L notó la que aún tenía en la boca. Volvió a sentir el asco, que traería nuevas ganas de escupirlo y vomitar. Se contuvo. Sacó la lengua, sucia de restos de comida deshecha, aprovechó para volver a dejar caer toda la que pudo, empujando con los dientes superiores sobre la lengua. – Ahora coge un trozo grande con los dientes. Mary, elígela un buen trozo y pon el resto en otro recipiente, dejando este delante de la gata y que parezca que lo ha comido todo y tiene el último trozo en la boca.

Mary puso la comida en otro cuenco, eligiendo un buen trozo para L, lo dejó en el primer cuenco, que mantenía buena parte de la salsa de la comida y en la que rebozó el trozo elegido.

.- Cógelo con los dientes.

L se agachó a cogerlo, la repelía, pero se controló y lo cogió, la salsa rezumaba en su boca, no pudo evitar que el trozo se rompiera entre sus dientes, con lo que una parte cayó sobre el perol y la otra en su boca, que ella escupió de inmediato, pero sin que el sabor y, sobre todo, la salsa grasienta desaparecieran de su lengua y paladar.

.- Ponla otro trozo en el cuenco, trata que sea consistente para que no se rompa. L, ponte menos espatarrada, más a 4 patas, coge el nuevo trozo y procura que no se rompa. Mary, pon salsa, para que aparezca más brillante y sabroso. – Eso significaba que volvería a caer buena parte de esa salsa en la boca de L que ésta tendría que “saborear” y acaso, tragar. Con el trozo de comida entre los dientes, se harían unas cuantas fotos. – Introduce la comida más en la boca. – Al hacerlo no pudo evitar que la lengua se moviera y tropezara con él, desprendiendo un pedazo en la boca, sin que L pudiera escupirlo, teniendo que mantenerlo en ella mientras se hacían las fotos. – Introdúcelo más en la boca. – Al intentar hacerlo se acabó de romper. – Fue a escupirlo. - ¡No lo escupas! Mantenlo en la boca, que dé la impresión de que lo estás comiendo. – Mary, haz que coja otro trozo con los dientes. Así dará la sensación de tener la boca llena y estar ansiosa por comer más. Elígelo grande, como lo elegiría alguien a quien le apeteciera mucho comerlo. L, procura no romperlo. – Lo que quería L era escupir lo que tenía en la boca, que no podía evitar que hiciera sentir su desagradable sabor. Ni siquiera podía hablar con ello en la boca, y no se atrevía a escupirlo. Y estaba produciendo mucha saliva que, bien tenía que tragar o escupir. Lo primero era demasiado asqueroso, y lo segundo no se lo permitiría el hombre. Dejaría escapar buena parte de la saliva por la comisura de los labios, lo que gustó al fotógrafo, que aprovechó para captarlo.

Mary cogió otro trozo con los dedos, lo embadurnó de salsa, llevándolo después a la boca de L, que aprovechó para dejar caer en el perol parte de lo que tenía en la boca, antes de coger el nuevo trozo con los dientes, y al tiempo escupir la saliva.

.- ¡L, déjate de tanta pamplina! Pareces una niña pequeña no aceptando lo que no le gusta. – Era el fotógrafo que insistía. L aún tenía restos de comida en la boca, y el nuevo trozo entre los dientes. Se dio cuenta que no debía morderlo, pues era más fácil que se rompiera, por lo que, haciendo un esfuerzo, lo mantuvo con los labios. - ¡Mételo en la boca! Quiero que se note que está llena. - L no quería. - ¡Hazlo de una vez! – Asustada, tuvo que obedecer e introducir el trozo.

.- Bien, así está mejor. Pero cógelo bien con los labios, no los metas hacia dentro, ponlos normales. – Eso equivalía a tocar más aún la comida, pero los puso como el hombre la ordenaba. – No lo rompas y mételo un poco más en la boca, un poco solo. Ayúdala, Mary. - Esta lo hizo, colocando el trozo con la mano. - Mantén la cabeza baja, cerca del cuenco, pero mira hacia arriba, que la argolla de la nariz se vea bien. Coge el cuenco con las manos, como si no quisieras que te lo arrebataran. Mira hacia arriba, hacia la cámara. Bien. Mantén la cabeza así, pero separa más las piernas, que quedes más baja. Bien. Ahora baja un poco más la cabeza hasta dejarla prácticamente en el cuenco. Mira siempre hacia la cámara. Bueno. Creo que esto ha salido mejor. – La cara de asco de L podía interpretarse como de ansias de defensa del trozo de alimento.

L dejó caer en el perol el trozo que tenía entre los labios, tratando de escupir todo lo que le quedaba en la boca.

.- Menos mal. ¿Hemos acabado?

.- No. No tengas tanta prisa.

.- No es prisa, es asco. – Seguía escupiendo trocitos de comida, luego se limpiaría la lengua con la mano.

.- Pues ya te he dicho que te lo aguantes. L, no puedes dar la impresión de que la comida te produce asco.

.- ¡Pero si se lo producirá a cualquiera!

.- Aunque así fuere. Es el producto de nuestros clientes, y si tuviéramos que hacer una presentación ante ellos, tienes que haber superado ese asco, o por lo menos, tienes que haber aprendido a dominarlo, para que no solo no se note, sino que muestres una imagen de satisfacción y agrado por esa comida. Ahora vamos a seguir con algo más, que demuestre, precisamente, el gusto con que te acercas a ella.

.- No, por favor. Más de eso, no.

.- L, tienes que superar tus repulsiones. No eres la primera que anuncia algo que no le gusta. Vamos a continuar. Tienes que lamer el cuenco, para que quede patente tus ganas de rebañar todo lo que puedas.

.- ¡No! – Él rió.

.- Tienes que hacerlo, ya te he dicho, que no solo se trata de aparecer complacida en las fotos, tienes que prepararte para la posible presentación. Saca la lengua para lamer la argolla. – Lo hizo, casi complacida, pensando en que lo de chupar el cuenco había sido una broma.

Pero no había ninguna broma en el empeño del fotógrafo, que quería dejar patente el placer de la gata al comer aquel alimento, por lo que la haría repetir las posturas en las que se llevaba la comida a la boca o cogía del pote un trozo de comida directamente con la boca. No fue fácil sacar buenas fotos realizando esas acciones, L no lograba coger con la boca esa comida mostrando su complacencia. Siempre se escapaba algún gesto de desagrado, de repugnancia, que estropeaba la toma, pero que el fotógrafo utilizó como medio para hacer comprender a L que debía acomodarse a lo que se quería de ella.

La respuesta del fotógrafo sería contundente, cuando  el gesto de L supuso perder la toma, la ordenó comerse el trozo que tenía en la boca.

.- Lo estás haciendo mal y no te voy a tolerar que estropees las fotos impunemente. Come lo que has cogido y coge otro trozo. – No podía pretender…, no era necesario comerlo. Pero era lo que pretendía. L, en respuesta, lo escupió. No quería seguir cediendo ni comer esa porquería.

.- ¡Vuelve a cogerlo y ¡Cómelo! Y cada vez que pierda una toma te vas a comer un trozo. ¡Cómelo!

L tenía ganas de llorar. Las formas del hombre la habían asustado y debilitado su reacción, pero no quería ceder y hacer algo que la asqueaba. No se movía. Comprendía que no podía poner en su contra al fotógrafo.

.- Me parece que contigo hay que emplear otros métodos, o es que te gusta que te calienten el culo. Podemos probar con una fusta. ¿Es eso lo que te va?

.- Por favor. No quiero comer eso.

.- Pues haz lo que debes, porque si no vas a comerlo en cantidad..., y con buen apetito.

.- Por favor... - Insistía.

.- Mary trae una fusta. Me parece que eso lo va a entender mejor. – La mujer saldría, ante la desazón de L, que no se esperaba algo así. Era inimaginable que el fotógrafo pudiera atreverse a pegarla. L no lo quiso aceptar como posible. Pero el fotógrafo, conociendo los métodos que se empleaban en el club, quería aprovechar la ocasión para ponerlos en práctica. Ese tipo de acciones de castigo suponían un divertimento que siempre que había tenido ocasión, le había gustado practicar y en el que encontraba un placer especial, y no iba a dejar pasar una ocasión tan propicia para ensayarlo.

La mujer regresó con la fusta y algo más que a L le pareció como un mando de televisión, pero que el hombre supo que era un aparato de defensa por descarga eléctrica. Mary fue a entregarle la fusta. Él sonrió a  su ayudante.

.- Creo que es más tradicional una buena fusta, pero quizás sea mejor... – La mujer no acabó la frase, no era necesario. Él también prefería los modos más tradicionales, pero no iba a poner dificultades a lo que hiciera su ayudante.

  • Quédatela y anima a la hembra cuando lo necesite…, del modo que creas más conveniente. – Estaba dando a Mary su beneplácito para utilizar el arma. Luego diría a L: - Comienza a comer. - Lo decía con voz tranquila, como si se le hubiera pasado el enfado, pero eso no tranquilizó a L, que le miró, intentando saber si había disminuido su firmeza. Pero lo que recibiría sería un golpe con la lengüeta de la fusta. - Cómelo. - La nueva orden llegó con la misma calma que la anterior. L vaciló.

.- ¡Aaahhh! – Otros dos golpes de la fusta, uno tras otro, hicieron chillar a L. Quiso protestar pero lo que llegó fue la orden perentoria del fotógrafo.

.- ¡Come! – A la orden a L siguió una indicación a su ayudante. – Estimula más a la hembra.

La mujer no se hizo de rogar. El siguiente movimiento no sería para azotarla, esta vez utilizaría el aparato de defensa que apoyó en el culo de L, que recibió la descarga, haciendo que L cayera al suelo incapaz de mantener la postura y con el dolor de la descarga en el culo. Luego escucharía de nuevo la orden.

.- ¡Come!

.- Sí, sí. – Asustada, se colocó sobre el perol y cogió un trozo con dientes y labios. No quería ni tenerlo en la boca, quería escupirlo, por lo que, sin atreverse a hacer esto último, tampoco introducía en la boca la pieza de ese aglomerado de distintas carnes, o lo que fuera, pero asqueroso en sabor, olor y textura. Como no hiciera lo que le había mandado, el fotógrafo la conminó con firmeza.

.- ¿No has oído lo que te he dicho? ¡Cómete lo que tienes en la boca! O haces las cosas bien, o te comes el pote entero. Tú verás. ¡Y cómetelo de una vez!

.- ¡Aaahhh!

Esta vez la mujer había incrementado la tensión del aparato antes de apoyarlo sobre el culo de L. Lo haría por su cuenta, sin haber recibido la orden del fotógrafo para  “estimular” a la joven.

L, volvió a caer, perdiendo el trozo de comida. Cuando se repuso, asustada y dolorida, no dudó en obedecer y tragarse lo que tenía en la boca. La mujer la ofreció otro pedazo, que ella cogió con los dientes. Estaba auténticamente amedrentada. No quería recibir otra descarga.

.- Colócate en posición, mira a la cámara como quiero que lo hagas.

L, con el trozo en los labios, que cogía con cuidado para evitar que se desmoronase, si lo mordía con demasiada fuerza de la apropiada se rompería, por lo que trataba de sujetarlo con los labios, ayudándose de los dientes, para sostenerlo en la posición que se quería. Pero lo que no conseguía L, era componer la imagen que se quería obtener. El trozo se desmoronó, cayendo parte en la boca y parte en el suelo, notó el sabor que la asqueaba, tenía que tragarlo cuanto antes, para acabar con aquel sabor, lo hizo, teniendo que controlar una arcada que la inducía a vomitar.

El hombre la ordenó recoger lo que había caído al suelo, lo fue a hacer con la mano, para su consternación, el hombre diría:

.- Cógelo con la boca y cómelo.

.- ¿Cómo? – No podía creerlo. Reaccionó inconscientemente, sin pensar en su situación.

.- ¡Ya lo has oído! ¡De esta aprendes! ¡Recógelo con la boca y cómetelo! Y con ansiedad, como si no quisieras que se perdiera nada.

No podía someterse a esa humillación, no era ya cuestión del asco de llevarse ese alimento a la boca, era la indignidad de hacerlo como si fuera un animal, de cogerlo con la boca, de cogerlo del suelo, sucio. De cogerlos del suelo, porque eran varios los trozos que habían caído al desmoronarse el conglomerado que constituían los pedazos de aquel alimento. L no comprendía como el fotógrafo podía pedirle que hiciera eso. Le miró elevando los ojos, entre asustada e incrédula, se mantenía a 4 patas, sin atreverse a incorporarse, casi con la cabeza sobre el pote, como si ni siquiera pudiera elevarla, o ponerse simplemente de rodillas. Parecía esperar un cambio de actitud en el hombre, pero este no llegaría, al revés, la expresión del rostro del fotógrafo se hacía más dura y exigente. Tenía que reaccionar, bien rechazando, rebelándose, bien tolerando, admitiendo, obedeciendo.

.- ¡Aaaaggghhhh!

la maquilladora no había dudado, y apoyando el aparato sobre la entrada al culo de L descargó la corriente sobre ella. Esta vez tanto la mayor intensidad como el lugar elegido hicieron que el dolor fuera insoportable, y que L aullara, literalmente, al tiempo que caía incapaz de sostenerse a 4 patas. Cualquier cosa era mejor que soportar ese dolor, ceder ya no era tal, solo escapar a algo insoportable.

.- ¡Recógelo y cómelo!

Se agachó a recoger los pequeños trozos que habían caído al suelo, lo haría con los labios, ayudándose de la lengua, para ir tragando lo que recogía, mientras el fotógrafo haría tomas continuas de ello. Cuando creyó acabar elevó la cabeza, tratando de evitar que se pudiera pensar que mantenía una postura rebelde. No quería recibir otro castigo.

.- Aún queda algo y limpia bien el suelo con la lengua. Por lo menos estamos sacando las mejores tomas. Ahora parece que te gusta de verdad y no quieres perder ningún trozo. No hay nada como un buen estímulo.

Ya ni se planteó un gesto de sorpresa, de confusión, de incomprensión. Tendría que acabar de recoger las migajas y de paso pasar la lengua por la grasa que habían dejado, y lo haría, y el fotógrafo sucesivas fotos de su acción.

.- Esto ha estado mucho mejor, pero no se te veía la cara, o se te veía poco. Vamos a volver a insistir con lo que estábamos haciendo. Coge otro trozo y compón el gesto. Ya sabes lo que quiero. Ponte cerca del perol de forma que parezca que quieres defenderlo mientras comes con ansiedad. Y quiero una expresión de ansiedad por la comida.

L lo hizo. La mujer dejó caer un trozo bien engrasado en el suelo.

.- Cómelo y lame la grasa. – Era asqueroso, pero L no vaciló en hacerlo.

L comprendió que tenía que controlar sus muestras de desagrado, y haciendo un esfuerzo, comenzó a aparecer más natural, pero eso no bastaba al fotógrafo.

.- Quiero que se note que te gusta ese alimento, así que ya puedes conseguir que la cámara lo recoja, si no te vas comer toda la comida de gatos que tenemos y es mucha.

El pote estaba lleno, y de diversas clases de comida, pues había distintos sabores y formas de condimentarla, una especialmente asquerosa para L, por la textura más blanda y gelatinosa, que a L le traía la idea de lo que supondría comer una babosa, y en mucho más grasienta. Pero no se conseguían las fotos que el hombre buscaba. Pero el asco que la producía la comida hacía que no pudiera evitar disimular su repugnancia. El fotógrafo, que estuvo al principio satisfecho de que la hembra no fuera capaz de disimular su desagrado, lo que le había dado ocasión para obligarla a comerse una buena ración del alimento, con lo que eso suponía de humillación y sometimiento de la joven, luego se iría enfadando ante la incapacidad de sacar las fotos que deseaba.

.- Como sigas así vas a engordar del atracón que te vas a dar.

L miraba con repugnancia rayana en la repulsión y la náusea, esos trozos de conglomerado de carnes o lo que fueran, que exudando grasa, ofrecían un aspecto asqueroso. De nuevo sería la mujer quien pusiera uno en el suelo y sería de los que más la repugnaban.

.- Hembra, coge el trozo de comida y muestra tu complacencia por ir a comerlo. Y hazlo bien de una puta vez. Venga, toma la comida, quiero una buena foto.

.- Por favor ¿puede ser de otra clase? – Pensaba que devolvería si lo llevaba a la boca. El asco se sobreponía, incluso, al pavor por la descarga.

.- ¿Cómo?

.- Esta me da mucho asco.

.- Bien, pero solo para las fotos. Luego, esta te la comes.

.- ¡Ah!

.- No vas a aparecer con esa cara si se te pone delante esa comida cuando estemos con los patrocinadores. Tienes que dominar tu repugnancia. Cambia ese trozo por otro. – La mujer lo haría.

.- Gracias.

.- Quiero unas buenas fotos.

Se harían las fotos. L se comportó mucho mejor, pero el fotógrafo quería aprovechar la racha, por lo que facilitó que la joven continuara según quería.

.- Puedes escupir en el pote lo que te quede en la boca.

.- Gracias. – Lo hizo.

.- Vamos a acabar. Ponle otro trozo en el suelo. Parece que ahí responde mejor. De los que la gustan. No estropeemos la buena racha.

L, hubiera querido protestar, en lugar de ello, agradeció.

.- Gracias.

.- Hazlo bien.

Tendría que repetir dos veces la operación y lamer el suelo. Cuando creyó haber acabado el fotógrafo quiso hacer otra tanda sobre el pote.

.- Por favor. No más.

.- Vamos a acabar. Ya has dominado tus repugnancias, así que podemos hacer unos fotos con toda la comida y tu comiéndola.

.- Ya hemos hecho suficientes fotos. – Se defendía. Creía que podía convencer al hombre. Estaba medio sentada en las pantorrillas. – Me gustaría beber un poco.  – Más que por sed lo que quería era lavarse la boca. La mujer la llevó un vaso de agua, que ella bebió despacio, tratando de enjuagarse la boca. También quería dar tiempo para no continuar con las fotos, pero el fotógrafo insistiría.

.- Bien, ya podemos continuar.

.- Por favor… - Ella no cejaba.

.- Ponte sobre el pote y coge un trozo con la boca. Quiero que lo hagas tú todo. Y hazlo bien. Que se note tú apetencia por la comida.

.- Por favor… Tienes muchas fotos. – No se movía.

La mujer estaba a un lado de L, el fotógrafo la hizo una seña, ella se agachó hacia L, y antes que esta pudiera reaccionar apoyó el aparato sobre un pezón, descargando la corriente. L aulló y cayó al suelo. Durante unos segundos quedó inmóvil, con el dolor atravesándola. Supo que tenía que obedecer, que había hecho una estupidez oponiéndose. Trató de componer la postura. No quería dar ocasión a otro castigo.

El hombre la dio tiempo para que se recompusiera, luego insistiría sobre lo que deseaba.

.- Quiero unas buenas fotos. Te quiero complacida, sonriente o ansiosa, pero siempre gustosa de la comida y comiéndola con satisfacción. Hazlo. Mary, límpiala un poco.

Y L tendría que hacer lo que el hombre quería. Con la sombra de la mujer cerca de ella, en una muda amenaza de lo que podía ocurrir si no cumplía perfectamente.

Por fin acabó el suplicio.

El fotógrafo era el primero que estaba deseando acabar y cumplir la oferta que realizara a L. Como la indicara al finalizar la mamada, una vez concluida la sesión de fotos, y cuando L ya estaba arreglada para irse, la volvería a llevar a su despacho, donde la ordenaría despelotarse y después la daría por el culo, según la prometiera.

Lo sucedido durante la prueba fotográfica debería mostrar a L lo que podía suponer, de exigencias y humillaciones, la realización de ese trabajo, ofreciéndole una nueva razón para la búsqueda de una solución a su problema. La idea predominante en ella y su principal preocupación, era la de encontrar un motivo razonable para evitar continuar con la ejecución de esas pruebas y por supuesto, del anuncio que tenían por objeto. Y no quería recordar haber pasado a ser una especie de puta particular del fotógrafo, que la había usado a su antojo y que previsiblemente continuaría haciéndolo en el futuro. Y había sido ella quien se ofreciera, como medio para realizar su plan. Pero resultaba difícil encontrar un argumento que la permitiera dejar de hacer de modelo, y el fotógrafo no quería aparecer como impulsor de esa iniciativa cuando era muy complicado defender que no sirviera como modelo del anuncio.