L 28

Fiesta en el campo VI

28 Fiesta en el campo VI

Tracy estaba presenciando el baile de su amiga completamente abochornada, a la par que aturdida y amedrentada. No era capaz de comprender cómo L podía ofrecer un espectáculo que solo podía calificarse de obsceno, y hacerlo ante esas chicas y ella misma, mostrando, inclinada para mejor descubrirlo, el agujero del culo, que abría separando las nalgas, para después meter los dedos en él, en un gesto licencioso, desvergonzado, mientras caía entre los muslos el cencerro con su pequeño repique, que a Tracy se le antojaba ruidoso, escabroso, lo mismo que las tetas, colgando como ubres en los animales, con las anillas de peso y tamaño excesivos, que tiraban de los pezones, alargándolos. Y el culo, marcado con unas rayas que aportaban ideas e imágenes de un tipo de actos tan libertinos y desenfrenados como eran impúdicos los que estaba realizando. Después, sacando los dedos del culo y volviendo a mostrar el agujero, ahora aún más abierto, depravadamente abierto, que hacía que Tracy evitara mirar a las chicas que tenía a su alrededor, avergonzada de ver sus expresiones, señal de lo que estarían pensando, sintiéndose afrentada por lo que hacía su amiga, como si tuviera responsabilidad en ello. L no debía, no tenía que hacer eso, no había justificación, ni nadie podía obligarla. Pero si lo hacía resultaba evidente que había una razón, una causa. Y en Tracy golpeaba la pregunta sin respuesta: ¿por qué lo hacía? Iba a ser la intuición sobre su causa lo que acabaría de descomponer a Tracy.

Tracy, a veces, tenía que contener una exclamación de vergüenza, de ansiedad, de afrenta, pues todo ello se unía en sus sentimientos, pero  también de aprensión, de sospecha, de miedo, que se incrementaba con la actitud de Cata hacia su amiga, frente a quien mantenía una postura dominante, incomprensible por inmotivada, al menos para Tracy, que no podía comprender que L estuviera sujeta al antojo de Cata, actitud que no concluía en L, sino que la trasladaba de forma crecientemente patente a la propia Tracy, y que se manifestaba en  demandas, en expresiones, que exigiendo a L la continuidad de su exhibición, lo que en sí mismo resultaba suficientemente descomedido y que confundía y desconcertaba a Tracy, lo hacía empleando siempre el término “marrana” para designarla y con comentarios que parecían elegidos para incidir en el sometimiento de L y, al tiempo, colocar a Tracy como parte del espectáculo, como si tuviera algo que ver con la desvergüenza que manifestaba su amiga. En ocasiones Cata se dirigía a ella personalmente al hacer el comentario que suscitaba la conducta de L, como si la considerase su destinataria. Ya daba a L por  prácticamente sometida y quería conseguir que Tracy se sintiera involucrada y después reprimida, y acaso, también sometida.

Tracy, que no hubiera permitido ese tipo de insinuaciones o alusiones, como tampoco que se obligara a su amiga a bailar desnuda, estaba tan confusa y alterada ante el espectáculo que ofrecía L, que no era capaz de decir nada, siendo su silencio la mejor manifestación de inhibición y falta de ánimo, que actuaba en Cata dándola más brío y decisión para continuar exigiendo a L e involucrando a Tracy, que comprendía que detrás del sometimiento de L tenía que haber una razón muy poderosa, pero, sobre todo, era la sensación, la convicción, de que lo que estaba realizando su amiga no era algo improvisado; si su origen estaba en la imposición o el miedo, en su realización, en esas muestras impúdicas, afloraba experiencia, soltura, hábito, costumbre de hacerlo, eso no lo conseguía la vara de Cata, ni era algo espontáneo, sino muy sabido y repetido, y era esa sensación, esa idea, lo que desarmaba a Tracy, indicando algo en lo que  ni se atrevía a pensar, que la aturdía y paralizaba. Y que un comentario de Cata vendría a poner más en evidencia.

.- La marrana tiene práctica, ¿verdad? – Tracy no contestó, pero no pudo evitar un estremecimiento de vergüenza y miedo, ante la palabra temida. La chica estaba pensando lo mismo que ella, y viendo en las acciones de L esa práctica, esa soltura que solo podía ser la consecuencia de la costumbre. Pero, aún así, no podía comprender por qué L se sometía a Cata, a no ser que esta supiera… lo que Tracy ignoraba. Esa idea volvía a incidir en la joven paralizándola, sin que se atreviera a arriesgarse a realizar algo que pudiera provocar escuchar la explicación de Cata, que, deseando conocer, temía conocer.

Tracy estaba comenzando a ver a su amiga de una forma distinta, a colocarla en una situación, en una categoría diferente, que hacía comprensibles los comentarios de Cata, comprensibles y difíciles de rebatir.  Encontrando en las señales que L llevaba en el cuerpo otra prueba de lo que estaba pensando. Señales que Tracy miraba, casi buscaba, con miedo a encontrarlas, y que veía con la alarma de quien encuentra la prueba de algo temido. Pasaba de la argolla en la nariz a la marca en el sexo, mientras L se mostraba cada vez más impúdica, haciendo que ella tuviera que controlar un gemido de desazón y vergüenza, que volvía a sentir al ver la marca, infamante, del muslo, y al final del chorro degradante el pequeño falo colgando del clítoris. Y estaba desnuda. ¿Por qué se había desnudado? Todo era denigrante. Todo daba pie a permitirse con ella un trato más que relajado, y que ella, al permitirlo, venía a corroborar su situación.

“¿Cómo puede ir así?”

“¿Quién se lo ha puesto?”

“Es ignominioso. Es de puta… y muy guarra.”

“Y la han azotado… Es tremendo… ¿Cómo lo consiente?”

“¿Quién está detrás? ¿Por qué no reacciona y está permitiendo que alguien como Cata se aproveche de la situación?”

En Tracy alternaban los momentos de rabia por lo que contemplaba, con los de susto y temor por lo que intuía.

Se acercaba la hora de comer, Pol dijo a su amigo que fuera a buscar a la marrana. Tim buscó a la criada que había llevado a L para preguntarle por ella. Fue a donde la criada la había dejado. Allí estaba. Al verla desnuda, sonrió. Al ver a la hermana de Riky perdió la sonrisa, con ella delante no se atrevía a mantener las mismas maneras de tratar a L, aunque intentaría ir desarrollándolas y ver como respondía Tracy. La desnudez de L ofrecía suficiente respaldo. Por algo estaría desnuda. Se acercó al grupo.

Tracy le vería llegar, asustada de la desnudez de L y de lo que estaba haciendo, reaccionó parando de inmediato el baile. L, al darse cuenta de la causa de la interrupción, trataría de ocultarse a Tim, pero Cata la cogería por la muñeca impidiendo que lo hiciera y con un tirón, colocándola en primer fila, delante de la propia Cata, que la mantenía cogida, al tiempo que avisaba amenazante:

.- Estate quieta, marrana. – Que contuvo el intento de L de tratar de esconderse. Mientras las otras chicas se corrieron instintivamente al lado de Cata, como haciendo grupo con ella.

Tim, que contempló la acción de Cata, volvió a sonreír, más seguro y decidido, intuyendo que tenía cómplices entre las chicas, la desnudez de L también lo señalaba.

.- Veo que la marrana está haciendo de las suyas. – Sería el saludo de Tim, que quería suficiente y sobrado. – Vengo a por ella, es hora de ocuparse de la marrana y que nos ofrezca un aperitivo antes de comer. Si queréis acompañarnos...

Pero si el chico trataba de mantener las formas que había impuesto Pol, ahora sería Tracy quien tenía la ocasión de demostrar su independencia de lo que estaba sucediendo y su capacidad para imponerse a ese chico e, indirectamente, responder a Cata. A pesar del desasosiego y temor que  generaban en ella las muestras de su amiga, que decían de lo que Tracy temía, de la costumbre de hacerlas y de la existencia de una correlación entre ellas y lo que estaba sucediendo a L, Tracy reaccionó conforme era normal que hiciera, quizás con más rabia y coraje contra quien creía entre los responsables de que aquello sucediera, y queriendo influir en Cata y en las demás chicas.

.- No digas sandeces. – Tracy respondía con desprecio hacia la pretensión del chico.

.- Oye, yo con mi marrana...

.- Eso es a lo que puedes aspirar, a una marrana. Pregunta dónde está la pocilga y quédate allí.

.- Oye... – De nuevo Tracy no le dejó continuar.

.- Vete de aquí. Ni nosotras ni nadie te necesita para nada.

.- No hables por todas.

.- ¿Quién te va a necesitar a ti, poca picha? Lárgate. – Sabía que a Tim le disgustaba mucho que le llamaran así. Era algo que venía de muy pequeño, no se sabía muy bien por qué acontecimiento, y aunque no tenía nada que ver con el tamaño de su miembro, él lo consideraba un insulto y no quería que nadie lo recordara, al hacerlo, Tracy dejó al chico alterado y momentáneamente cohibido, aunque tratara de disimularlo manteniendo la brusquedad en sus modos.  Pero Tracy había conseguido la malquerencia del chico y su deseo de desquite y escarmiento de Tracy.

.- Será si me da la gana.

.- Basta con que me dé la gana a mí.

.- Oye...

.- ¡Que te largues! Aquí no pintas nada.

.- Ya nos veremos. Y no te aproveches de que Riky sea tu hermano.

.- Lo que no veremos será tu dedal, no hemos traído la lupa. – Tracy se burló, incidiendo en lo que más le molestaba.

.- Que la marrana tenga cuidado con lo que hace.

.- Aquí, quien tiene que tener cuidado con lo que hace eres tú, mocoso, y tu amigo. Sois tal para cual.

.- Díselo a él, mocosa. Ya veréis las dos cuando se entere.

.- Los que vais a ver sois vosotros pero en la calle. Lárgate antes de que te eche yo a patadas, poca picha. – Tracy volvía a incidir en lo que, sabía, le afectaba.

Pero Tracy no estaba nada satisfecha, cada vez más convencida de  que su amiga estaba involucrada en algún asunto poco claro que no podía comentar, y asustada de sus consecuencias, incluso de que pudiera salpicarla. Tanto la sumisión a Cata como los modos y pretensiones de ese mocoso de Tim, demostraban que existía una causa suficientemente poderosa como para que L se sintiera quebrantada y atenazada.

Quien tampoco estaba contenta era Cata, que comprendió que la situación también había variado para ella, lo que iba a constatar inmediatamente, aunque sabía que iba a ser muy difícil que L pudiera recuperarse de lo ocurrido en las últimas horas, y más aún, que pudiera recuperar su relación con Martin. Ya no la sentía como contrincante, y su beligerancia con ella solo se mantendría por deseo de desquite hacia quien se había mostrado superior a ella. L sería la primera en responder a la acción de Tracy.

.- Gracias, Tracy. Por favor, busca algo para ponerme.

.- ¿Dónde has dejado tu ropa?

.- Se la ha llevado una criada. Podías pedir a Berta que me preste alguna. – No pidió la suya, por no atreverse y por estar pensando en escapar. Solo la presencia de Cata impedía que planteara a Tracy su ayuda para hacerlo. Aunque incumplir con un mandato de la señorita la afectaba tanto que acabó añadiendo. – O que me traigan mi ropa.

Cuando Tim se alejaba apareció la anfitriona, también buscando a L. Al verla llegar, Tracy fue a su encuentro, dejando a L e intentando alejar a Berta del lugar, como queriendo hablar con ella sin que se acercaran las otras, pero lo que quería era evitar que viera de cerca como estaba L, desnuda ya la habría visto.

.- Pero... ¿qué pasa con L? ¿cómo está así?

.- No sé qué pasa con ella, ni con ese grupo de golfos. – Tracy quiso pasar sobre lo que había ocurrido con Cata y su connivencia pasiva con ello, echando la culpa a Pol y sus amigos. Ahora, Tracy se sentía culpable de lo que acababa de suceder y no quería que fuera conocido.

.- Ya le he dicho a mi hermana que no debía ir con ellos.

.- Pues trata de convencerla.

.- Pero, y L ¿por qué está desnuda? No puede estar así, es una actitud desconsiderada e incorrecta. Si no comprendo cómo ha podido presentarse vestida de la forma en que lo ha hecho, que ahora esté desnuda es inadmisible.

.- Haber aparecido como lo ha hecho ha debido de ser cosa de Pol.

.- Pues no me da la gana que tomen esta casa por un burdel. Y encima, lo que se dice de anoche sobre ella, y lo de ahora. No puede estar haciendo estas cosas.

.- No la culpes del todo a ella.

.- Pero no debía dejar que otros se impusieran. ¿Por qué lo hace? No le conviene nada.

.- No sé qué está sucediendo, ni cómo alguien como Pol puede tener tanto – fue a decir, poder, pero se contuvo a tiempo – influjo sobre ella.

.- ¿Y las otras chicas?

.- Ya sabes que nunca se ha llevado bien con Cata y… bueno, trata de aprovechar la situación, ya me entiendes.

.- No, no entiendo nada. Pero hay que decirla que no quiero que se comporte como lo hace.

.- Se lo diré. Déjala ropa, que la traigan y se cambie.

.- Será que se vista. Iré yo misma a por ella, para que no la vea nadie más. Pero, ¿por qué dejas que Cata se meta con ella?

.- Porque yo también estoy cabreada con ella. Como tú dices, no puede estar tolerando estas cosas, ni haciéndolas, y si lo que se comenta de anoche fuera cierto…

.- Que parece que, en buena parte, lo es. No solo fue cosa de Pol, estuvieron algunos mayores y parece que L estuvo haciendo un striptease, y bastante guarro… Eso en público, porque en privado…, privado relativo, debió de ser bastante peor.

.- A todo eso me refiero, que es incomprensible y más en L. A ver si reacciona, y si no lo hace, no la viene mal que se entere de lo que puede pasarle.

.- Pues que se entere en otra parte. No dejes que vuelva a ocurrir algo así, por mucho influjo de ese… golfo. ¿Y qué hacemos con esos indeseables?

.- Echarles a patadas, es lo que se merecen.

.- Son amigos de mi hermana y ella los ha invitado. – Excusaba su presencia y, quizás, su propia impotencia. – Ese iba echando chispas.

.- A ese poca picha le he dicho que se largara y no le ha sentado nada bien. – Berta sonrió ante el comentario de Tracy.

.- Creo que irá más cabreado por lo de poca picha, le sienta fatal. Voy a por la ropa. Que L se adecente cuanto antes.

.- Gracias.

.- Ya me explicarás qué está ocurriendo.

.- En cuanto me entere. Y luego, habla con esos golfos y diles que no quieres ninguna muestra desagradable para nadie ni con nadie, y que si hacen algo indebido, se van. Eso les hará efecto.

.- Me gustaría que se fueran ya. Vuelvo enseguida. Procura que nadie vea a L desnuda… Nadie más.

La marcha de Tim y la llegada de Berta era una buena ocasión para L de separarse de Cata y ocultarse de Berta, a la espera de que esta se fuera, estaba avergonzada de que la anfitriona la viera desnuda. Pero Cata, atenta, quiso impedirlo y al tiempo recuperar el mando sobre ella, otra vez la agarró por un brazo, sin dejar que se moviera.

.- ¡Quieta, marrana! – Aturdida, L quedó inmóvil.

Cuando Berta se fue, ordenaría a L que fuera a buscar su ropa, lo que significaba aparecer desnuda por la casa. No quería  hacerlo, pero temía la reacción de Cata, menos mal que Tracy llegaría en su ayuda. Cuando se enteró de la intención de Cata explicaría que la anfitriona ya había ido a por ropa para ella.

.- Si queréis iros, yo la espero con L.

.- Te acompañamos.

Cata no quería que L se escabullera evitando, con ello, que Berta la observara desnuda cuando regresara. El cuadro que ofrecía L en su desnudez era para ser contemplado y no dejaría indiferente a nadie.

Enseguida llegaría Berta con la ropa. Al verla llegar L tuvo el impulso de ocultarse, pero ya era demasiado tarde, Berta estaba muy cerca. Llegó ante L, a quien miró en su desnudez insólita y descomedida. Lo que veía no podía ser más perturbador y alarmante, dejándola confusa y asustada. Ya había visto parte de los colgantes y marcas en el cuerpo de L, pero observados de cerca y en la desnudez de la mujer, aparecían más descomedidos y perturbadores, señalando a su poseedora de forma tan nítida que avergonzaba a Berta. Cada vez deseaba menos que L continuara en su casa,  pero no quería echarla. Pensó en que todo aquello se comentaría y que podía llegar a oídos de sus padres. Lo mejor era cortar lo antes posible. Y, en todo caso, que se supiera que ella ni lo compartía ni lo aprobaba. Era una invitada que, de modo inesperado y sorprendente, había llegado de forma insólita.

La sonrisa de Cata reflejaba perfectamente lo que Berta estaba contemplando. Ella tampoco quería ver ese tipo de expresiones y apartó la mirada de Cata. Pero, no queriendo que se la tuviera por consentidora, moviendo la cabeza, murmuraría suficientemente alto como para que Cata lo pudiera oír:

.- Esto no puede ser. – Para luego, dirigiéndose a L. – Ten, ponte esto, lo que llevabas antes no me parece adecuado. – Berta solucionaba el  problema de L de elección de ropa, pero no lo que pudiera suceder con la señorita Laura si se enteraba de que había incumplido sus órdenes.

.- Lo siento, Berta.

.- Pues no vengas así. Como comprenderás no es lo más indicado.

.- Lo sé y lo siento. Gracias por la ropa.

L fue a ponerse la ropa.

.- Déjamela, que te la sostenga.

Cata pedía la ropa y la cogería, para luego ser ella quien la entregara a L. No lo hacía por ayudarla sino por seguir manteniendo el control sobre L, al tiempo que hacía que estuviera más tiempo desnuda. Primero le daría el sostén, seguido de la camiseta y luego las bragas y la falda. A ninguna prenda de ese estilo estaba acostumbrada L, y casi se encontraba extraña con lo que antes era habitual. Las chicas seguían sus movimientos, lo que tenía a L aún más tensa, pero era Cata quien lo hacía especial, como si L dependiera de ella, como si fuera su vigilante, su guardiana, volviendo a poner de manifiesto esa especie de mando que quería ejercer sobre ella.

.- Gírate que veamos cómo te queda. – Volvía a ser Cata quien se lo ordenaba, y ella obedecería, con patosería y evidente desgana en la obediencia, lo que hacía más chocante esta. – No te sienta mal. – Daba su visto bueno, sin que las demás dijeran nada, unas chocadas y otras divertidas.

Luego, todas irían hacia la casa. Berta quiso ir directamente a la zona de servicio para ocuparse de los detalles de la comida.

.- Vosotras id al porche. Enseguida nos veremos.

.- Te acompaño. – Era Tracy quien se apuntaba.

L queriendo ir con ellas y separarse del control de Cata, se acercó sin decir nada. Al ver el movimiento, Cata lo intentó cortar, mostrando, de nuevo, una autoridad sobre L que nadie le había conferido.

.- ¡L, ven con nosotras!

Sería Berta quien, molesta por la pretensión de Cata, intervendría para que L fuera con ellas.

.- No, ven por detrás, si quieres puedes elegir otra ropa antes de aparecer ante los demás. – Era una buena escusa, pero innecesaria, Cata no tenía ningún derecho a decidir por L, que, encantada, iría con sus amigas. Ahora tendría la oportunidad, tantas veces deseada, de pedirlas que la ayudaran y escapar de allí.

Tracy y Berta se dirigieron a la casa hablando entre ellas, L las seguía un poco rezagada, casi como si no quisiera o no debiera meterse en su charla, como si no formara parte de ella. Quería esperar el momento oportuno para decirles lo que deseaba sin importunarlas.

Entonces, L pensó, de nuevo, en que estaba incumpliendo las órdenes de la señorita Laura en relación al modo de vestir. No podía ir como iba y si la señorita llegara a enterarse el castigo sería terrible. La había dicho que recortaría la falda aunque eso supusiera ir enseñando el culo y el coño, y L pensaba que era muy capaz de hacerlo. Por un momento quedó tan asustada que se paró, como si no pudiera continuar y acercarse a donde fuera vista por más gente, el miedo a que hubiera alguien que contara a la señorita su desobediencia la atemorizaba tanto que la impedía continuar. Pensó en quienes la habían visto, quedó atrás, como queriendo ocultarse a sus amigas. Tenía que recuperar su ropa y cambiarse de inmediato, y salir de allí, escapar, luego explicaría, pero no tenía coche ni dinero. Podía pedir un taxi, pasar por el hotel, recoger sus cosas y regresar al club. Allí pagaría y explicaría a la señorita lo ocurrido, aunque temiera dar unas explicaciones que la podían llevar muy lejos. Se estaban  aproximando a la casa, ella atenta a cualquier sonido que indicara la presencia de alguien.

Bastaba con decir a sus amigas que se quería ir y que la facilitaran la marcha sin que nadie lo viera. Ahora tenía que escapar de Pol, y hacerlo no era fácil, ese muchacho había llegado a producirla tanto miedo que su sola presencia hacía que temblara, y su amigo había tenido que contarle lo sucedido con Tracy, y aunque ella no hubiera abierto la boca seguro que Pol la achacaba lo sucedido, y tenía las fotos de la noche anterior. Si se escapaba sin contar con él podía repartirlas, sacar copias, demostrar que era una auténtica puta, casi una prostituta, sin casi. Pensó en hablar con él, en pedirle permiso para irse.

“Querrá que me quede, y después de lo sucedido Dios sabe que más podrá pedir.”

“Si me voy, él podrá mostrar las fotos, pero nada más. Y ya me han visto, y los que no, habrán oído lo que hice, lo que me hicieron. Lo más importante es que lo sepa Martin y ese se enterará enseguida, si no se ha enterado ya.”

“Ya poco me importan las fotos. Tengo salir de aquí y no encontrarme con Martin.”

Cuando estaba con esas ideas en la cabeza y llegando a la casa, la voz de Pol la sobresaltó y después la aterró.

.- ¿Qué haces así, ramera? ¡Vístete como debes!

Las tres se volvieron a la voz que acababa de hablar. Delante de ellas estaba Pol. Sería Tracy quien fuera hacia L, queriendo evitar que el chico mantuviera esas formas, que la asustaban por lo que pudiera haber detrás, seguía perturbada por lo que intuía de su amiga. Berta también se encontraba desconcertada e inquieta, aunque, no estando condicionada como Tracy y sintiéndose la dueña de la casa, no estaba dispuesta a tolerar al muchacho, que se manifestaba no solo con unas formas absolutamente improcedentes e intolerables, sino de quien fuera el auténtico chulo de L y teniendo todo el poder sobre ella, estuviera seguro de su posición.

Pol, que había sido avisado por Tim de lo que sucedía con L, no estaba dispuesto a que nadie, y menos sus amigas, la liberaran de su sometimiento a él, por lo que haría lo que fuera preciso para recuperar su poder sobre la joven, no creyendo que unas niñatas fueran capaces de enfrentarse a él. Llegaba muy crecido y con ganas de pelea.

.- Pol, esto no es asunto tuyo. – Tracy no le hablaba del mismo modo que había empleado con su amigo, poniendo de manifiesto que le temía más.

.- Mi puta es asunto mío. De quien no es, es tuyo. – Y dirigiéndose, de nuevo, a L: – Ya me has oído puta.

En ese momento intervino la anfitriona, asustada de lo que sucedía y queriendo controlar la situación.

.- ¿Qué ocurre?

.- Este chulo… - Pol no dejó que acabara la frase.

.- Que no le da la gana que nadie diga a su puta lo que tiene que hacer.

.- En mi casa soy yo quien dice lo que hay que hacer, si no te gusta te vas.

.- Berta, tú mandas en tu casa y yo en mi puta. Y me gustaría mandar en tu culo. No comprendo como no tienes la casa llena de fotos de tu culo, en todas las posturas y ofertas.

.- No digas groserías. – Pero no había dejado de apreciar el entusiasmo del chico por su culo.

.- Podíamos hacer un apaño, te cambio a mi puta por tu culo. Aunque parezca que soy yo el que salgo ganado, lo ibas a pasar muy bien. – Eso gustó menos a Berta.

.- Pol, ya está bien.

.- Entonces me llevo a mi puta. Tú te lo pierdes.

.- Tú no te llevas a nadie.

.- Yo me llevo lo que es mío.

.- Te equivocas de siglo. – Era Tracy quien intervenía.

.- Y tú, coño frío – se dirigía a Tracy, que se puso como un tomate al escuchar esa expresión, que no sabía a qué venía – ya puedes ir a pedir perdón a Tim si quieres que esto acabe bien.

.- Pol, ya está bien. No voy a permitir que insultes a nadie en esta casa. Si no sabes comportarte te vas o llamo a la policía.

La mención a la policía hizo temblar a L, eso era lo último que deseaba, si apareciera podía poner de relieve todo lo que trataba de ocultar.

.- Por mí puedes llamar a quien quieras.

.- Sal de mi casa.

.- Muy bien, pero con mi puta.

.- También te has confundido de lugar. Si quieres putas vete a un burdel.

.- No me he confundido de nada, aquí hay suficientes, de pago y  aficionadas.

.- O te vas o llamo a la policía. – Pol exasperaba a Berta, que harta, quería echarle por las buenas o por las malas.

.- Por favor, no quiero ser causa de más problemas. Berta, siento mucho lo que ha sucedido, yo tengo la culpa.

Cuando estaban tratando de defender L y echar a ese mal bicho ella se mostraba condescendiente con él y dispuesta a transigir, incluso inculpándose para evitar que el chico se enfadara. Si Berta no comprendía la reacción de L, a Tracy le producía sobresalto y angustia, al ver en ello la confirmación de sus peores sospechas y temores. Tracy volvería a sentir la impotencia de L y su situación de dependencia.

.- Tú te callas ramera, no necesito tu ayuda.

.- ¡Pol! ¡Sal de aquí! – La anfitriona no soportaba más al muchacho.

.- Ya te he dicho que me iré con mi puta.

.- Voy a llamar a la policía, te vas a ir con ellos. – Fue a alejarse hacia la casa en busca de un teléfono.

De nuevo L intervendría, asustada.

.- Pero no podéis hablar en serio. No quiero que digáis eso. Berta, siento mucho lo que ocurre…

  • No estoy dispuesta a que este mal bicho esté en mi casa. Voy a decir a mi hermana que…

Ahora sería Pol quien no dejara continuar a Berta.

.- Tu hermana está más que satisfecha con la polla que la jode y no como tú, que no te mojan y te estás quedando reseca. Y con ese culo no lo comprendo, parece que no te sirviera de nada… Ni a ti ni a nadie.

.- ¡Sal de aquí ahora mismo! – Pero la mención a su hermana y su… lío, había hecho efecto en Berta, que había oído algo y sabía de un amigo con el que salía a menudo, que ahora confirmaba de la peor manera. Esa pandilla era lo menos recomendable que conocía. Pensó en lo que pudiera suponer si su madre se enteraba de lo que hacía su hermana. Era la pequeña y la más protegida.

.- Ya te he dicho que me iré con mi puta. Y puedes llamar a quien quieras.

.- Por favor, dejemos esto. Me voy con él. – De nuevo L trataba de acabar la disputa, ante la sorpresa de sus amigas y la, cada vez más segura postura de Pol, que se había dado cuenta que cualquier alusión a la policía lograba que L reaccionara asustada y vencida. Ya sabía lo que tenía que hacer para ganar la partida a todas esas presuntuosas que pensaban que iban a imponerse a él.

.- Tú harás lo que yo te mande. Calla y obedece. Y tú, coño frío, ve a pedir perdón a mi amigo y que quede completamente satisfecho. No hagas que tenga que obligarte de otro modo menos grato para todas. – Empleó el femenino para dejar claro que él no se sentía afectado ni tenía miedo a las consecuencias. Eran ellas quienes debían tenerlo.

Y por Tracy pasaría la idea de que el empleo de esa referencia a su coño quería decirla algo, pensó en sus relaciones con alguno del grupo de Pol, y que comentara algo de ese estilo, aunque no pensaba que tuviera causa para ello. Pero lo importante es que Pol pudiera conocer esos devaneos y comentarlos a su hermano. No tenía ningunas ganas que este, a su vez, los comentara en su casa, y era capaz. Quedó aturdida por la idea, pero eso no iba a dejar que eso la afectara mermando su rechazo a ese fantoche. Pero, inconscientemente, suponía otro motivo para no provocar al chico. Ya conocía de lo que era capaz.

Berta no sabía qué hacer ante la postura de L, que en lugar de luchar por desprenderse del acoso de Pol, accedía a sus demandas, y ese cerdo, si no conseguía lo que quería o nadie le paraba era capaz de hacer que todo saltara por los aires. De lo que podía estar segura era de que sus padres no verían con buenos ojos que la policía apareciera por su casa, y menos si el motivo era un altercado.

.- ¡Ramera! ¡¿Qué te he ordenado hacer?! – Pol insistía forzando a la parte más débil, sabiendo que haría efecto en las otras dos.

.- ¡Ah! Sí. Lo siento Pol. – Y ante la sorpresa de sus amigas L comenzó a quitarse la ropa.

.- ¡L! ¿Pero qué haces? Estate quieta. – Era Berta quien quería detenerla.

.- Lo siento mucho Berta, pero no quiero que tengas problemas por mi culpa.

.- Tú no tienes la culpa. Déjalo.

.- Me voy con él.

.- Por supuesto. Tú harás todo lo que yo te ordene.

.- Sí, Pol, como tú mandes. – Se había quitado la camiseta y la falda y ahora estaba desabrochando el sostén.

.- Pues en mi casa no estás desnuda. Así que vístete.

.- Te concederé ese capricho. L ponte la camiseta y la falda. – Pol, después de colocarse en una posición de ventaja frente a las chicas, y haberse apercibido de la falta de fuerza y decisión en ellas, comenzó a ver las cosas desde otra perspectiva; ahora la idea de poder tirarse a las dos amigas surgía como la principal motivación, a la que debía supeditar todo lo demás, por lo que pensó que debía relajar la tensión cediendo ante Berta, que estuvo a punto de contestar que él no tenía nada que concederle, pero calló, también para evitar continuar con la pelea y queriendo que L se vistiera.

.- Gracias, Pol. – L acabó de vestirse.

.- Berta, pide a Ade, es una de tus criadas…

.- Lo sé.

.- Pues que traiga la ropa de la ramera…

.- ¡Pol! ¡No empieces otra vez!

.- ¡Berta! no seas simplona. Es lo que es tu amiga, y quiero que lo vaya demostrando, por si alguno de tus invitados se anima y quiere pasar un buen rato con ella. Es mi colaboración al éxito de tu fiesta.

.- Te vuelvo a decir que te has equivocado. Aquí… - Él la cortaría.

.- No me irás a decir que aquí no se folla. Porque estoy seguro que sí, incluso tú. – Berta no pudo evitar sonrojarse ante esa mención que era cierta y, sobre todo, implicaba que Pol lo conocía. – Puedes ofrecer a tus amigos que también lo hagan y se refocilen con una puta que está muy buena y les va a salir gratis. Es una ronda a la que invito yo. Y como no quiero que gocen solo los caballeros, tendré el gusto de daros por el culo a vosotras dos.

.- ¡Pol! Estaba tratando de solucionar esto sin tener que echarte, pero veo que es imposible. Haz el favor de salir de esta finca. No estoy dispuesta a soportar más tus ordinarieces.

.- Berta, no me creo que no te hayan hecho esa ordinariez. Si así fuera hay que solucionarlo inmediatamente. Estoy seguro que haré que quieras repetir la ordinariez. Aunque, con tu culo, nunca sería algo ordinario. Tienes un culo muy especial y apetitoso, del que voy a disfrutar de verdad… y él también. Ya lo verás.

.- No voy a ver nada. – Pero no estaba descontenta de los piropos a su culo.

.- Bueno, ver no es lo más importante, aunque todo ayuda. Tú pon el culo y del resto me encargo yo.

.- ¡Yo no pondré nada!

.- ¡Qué femenina eres! Yo pondré todo lo necesario.

.- Pol. Vete y déjanos en paz.

.- Que traigan la ropa de la ramera – insistía en esa forma de referirse a L, que dejaba a esta cada vez más desasosegada y vencida, y comenzaba a hacer efecto en Berta, que, por primera vez, pensó en que la referencia podía no ser un insulto y hubiera algo más detrás, aunque solo fuera como indicación de una vida disoluta.

.- Pol, no va a volver a ponerse esa ropa. Es indecente. Por mucho que te guste a ti.

.- Es para llevarla a la pocilga. Allí se la quitará.

Las chicas no sabían a qué podía referirse Pol. Berta sería quien volviera a contestarle.

.- Déjate de tanta bobada. L se queda con nosotras.

.- Chicas, – Pol, cada vez aparecía como más complaciente  y condescendiente  – ya he cedido, cuando no debía, en honor a vuestros culos, que estoy deseando tratar como merecen, pero L ha merecido un castigo que no puedo evitarla, no sería ni justo ni conveniente permitir que no lo recibiera. De ello me encargaré yo. Lo más que puedo hacer es, si tú lo deseas – se dirigía a Berta – evitar que el castigo de la ramera sea público.

.- Pol, aquí no se castiga a nadie.

.- Berta, te deben estar esperando. Dejemos esto para después del almuerzo. Yo me encargaré de la ramera con discreción, lo mismo que haré con vosotras y vuestros culos. A no ser que os complazca algo más sonado.

.- No, no nos complace.

.- Yo también pienso que esta vez no debe de ser muy sonada, solo para los íntimos. Ya habrá tiempo de dar publicidad y conseguir quienes se ocupen de vosotras. Pero no por ello debe de ser menos satisfactorio. Yo me encargaré de que disfrutéis, especialmente tu culo. Me relamo solo de pensar en ensartarlo.

.- Pues deja de relamerte. Y haz el favor de ahorrarte esas menciones.

.- Berta, es muy difícil dejar de relamerse ante tu culo y evitar hablar de él. Y mucho más difícil, tener que aguantar no metértela ahora mismo. Si tú te pusieses en mí lugar estoy convencido que no te aguantarías. Es que no te ves el culo.

.- Eres imposible. – Pero no dejaba de recibir con gusto esos comentarios. Estaba pasando de beligerante a dialogante.

.- Berta, te va a gustar y mucho. Ya te está gustando.

.- Vamos.

Berta no quería seguir con la charla por miedo a acabar sonriendo ante uno de esos comentarios. Ya ni siquiera negaba el último, queriendo pasar sobre él como si no lo hubiera escuchado. Lo malo era que comenzaba, no ya a tolerarlos, sino a sentir el deseo de aceptar la proposición, de probar la oferta de Pol. Se sentía gratamente halagada por la preferencia que manifestaba el muchacho por ella, a pesar de haber sido la más beligerante y que sus dos amigas estaban muy bien, pero el culo que más deseaba era el suyo, lo cual era más que satisfactorio para ella.

.- No, todavía no. Tenemos algo que resolver.

.- ¿Qué ocurre?

.- Después de lo ocurrido no es posible dejar las cosas así. Exijo una satisfacción.

.- ¡¿Cómo?! – Berta no lo podía creer, pero al tiempo que manifestaba una sorpresa sobresaltada e irritada, sintió una especial sensación y, de repente, una extraña atracción hacia el chico, como si sus maneras y chulería hicieran efecto en ella de modo opuesto al que le hacía reaccionar en su contra. Ese chico personificaba lo que nunca se había permitido y muchas veces fantaseado y deseado. Sentía la excitación y el deseo de dejarle hacer, que continuara con sus demandas, que, ya sabía que llegaban hasta ella, hasta su culo, y si eso, cada vez más, aparecía como algo apetecible…, muy apetecible, sentía que podían llegar a mucho más…, con ella. Comenzó a sentir como surgía en ella el deseo de probarlo, de no dejar pasar la oportunidad, era la primera vez que aparecía ante ella, que veía que podía ocurrir algo que solo había pasado en sus fantasías. No quería perderlo, ya lo disfrutaba, ya la excitaba. Y, acaso… No quería pensar en lo que llegara detrás. Pero no sabía cómo consentir. Pol la ayudaría.

.- Muy fácil. Os diré lo que exijo. – Era evidente que nada podía exigir, ni Berta, ni ninguna, tolerar, pero Berta calló, y Tracy parecía, por algún motivo, haber enmudecido. Pero Berta no solo quería escuchar, también ceder, dejar que él exigiera y después realizara, por lo que acabó cediendo, aunque indirectamente, con su silencio, que Pol tomó, perspicazmente, como aquiescencia que no daba para nada a disgusto, lo que era cierto, como lo era que cada vez estaba más deseosa de dejar que el chico mantuviera sus pretensiones.

  • Pues quiero:

1º.- Que Tracy vaya a pedir perdón a Tim. que lo haga cumplidamente y a entera satisfacción de mí amigo y mía. Y, por supuesto, cumplir la penitencia que se le imponga. Pero creo que puede ser hasta de agradable cumplimiento. Yo intercederé porque lo sea, al menos en una parte. No es conveniente que todo sea grato. Bueno, eso no será muy difícil de arreglar.

2º.- Que la marrana permanezca como debe de estar, sometida, obediente y dispuesta a complacer todas las demandas que se le hagan. Pero de esto me encargo yo. Y me importa un cojón que estés o no dispuesta a acceder, porque lo vas a hacer de cualquier forma, es su oficio y mi voluntad.

3º.- Que no se me amenace más con echarme de esta casa, donde permaneceré siendo atendido y servido como un invitado especialmente bien recibido, al que vosotras tratareis con consideración, atención y, sobre todo, con el deseo y las modos precisos para que disfrute con vosotras y de vosotras.

.- A cambio, yo ofreceré a la marrana para que quien lo desee pueda beneficiársela. Y yo mismo estaré encantado de haceros un favor a las dos, juntas o por separado. Quiero daros por el culo a ambas, y después putearos sin ninguna limitación, con o sin acompañamiento. Sin duda será lo mejor que podáis obtener de la fiesta. Como comprendo que la marrana puede suponer un motivo de incomodidad, la enviaremos a la pocilga para que espere a quienes deseen pasarla por la piedra. ¿Qué os parece?

Las chicas habían escuchado estupefactas las condiciones de Pol, pero que para Berta eran una continuación de sus expectativas, que aportaban todos las perspectivas y ansiedades que la inundaban de excitación y deseos, haciendo que anhelara zambullirse de lleno en las posibilidades que ofrecían, No solo no suponían ningún sacrificio, salvo el de tener que aceptarle a él, tratándole con especial amabilidad, que, sin ser lo que quería, tampoco implicaba nada anómalo, al revés, quizás le permitía disimular una aceptación que, de otro modo, hubiera sido muy difícil de mostrar. Y además existía otra circunstancia que incidía en sus ansiedades y apetitos, que era la exigencia del chico a Tracy.

Berta no quería detenerse a considerar esa nueva apetencia que había nacido en ella nada más escuchar la exigencia de Pol para Tracy, porque no quería sentirse como una bruja deseando algo que a su amiga, sin duda, la humillaría. ¡Pero en ello estaba el atractivo y el placer! Tracy tendría que pasar por la humillación de pedir perdón al amigo de Pol y cumplir la penitencia, que Berta podía suponer en que iba a consistir, al menos en parte, como había insinuado el chico, y contrariamente a lo que debiera ser lo normal, no solo no estaba opuesta a que Tracy la cumpliera, y ni solo la parte más grata. Quería ver como se humillaba su amiga. La idea la exaltaba y acaloraba. Como atenuante a su deseo podía presentar que ella misma quería sentir como el chico se atrevía con ella. Que el muchacho fuera capaz de hacerlo con Tracy suponía que estaba decidido a cumplir sus amenazas y eso representaba el mejor preludio para ella. Y ella podía tener la satisfacción  de contemplarlo, como un anticipo a lo suyo, o aceptar la oferta de Pol, si era como parecía podía pasar un rato muy agradable e… indecente, con él. Si el castigo de Tracy debiera ser asunto solo de esta, lo tenía también como suyo, deseando que el chico mantuviera su decisión y fuera capaz de llevarla a la práctica.

Berta había pasado de la indignación y repulsa al asentimiento hacia las exigencias del chico. Pero L quedaba sometida a Pol y en una situación inadmisible, y aunque parecía que se avenía sin oposición no quería dejarla con el muchacho sin su previa y expresa conformidad. Aunque, cada vez sentía menos apremio por ocuparse de su amiga y mucho más por que Pol se ocupara de ella misma y de Tracy, y de esta como añadido a sus ansiedades y como coartada, para no ser la única. Pero tenía que manifestar su interés por L.

.- Bueno, putitas, en víspera de putas, que respondéis, sí o sí. – Pol se estaba descarando en su idea de putear a las dos.

.- Eres… eres… - La anfitriona no era capaz de decir nada, quizás porque no quería decir nada, solo disimular la aceptación de las condiciones del muchacho, incluida la de putearlas.

.- Alguien que te va a dar por el culo como no lo han hecho nunca.

.- Haz el favor de callarte. – Pero él iba por donde ella más anhelaba, metiéndola de lleno en sus excitantes fantasías, cada vez más deseosa de que se convirtieran en realidad, aunque fuera por manos de ese indeseable, o quizás, por ser un indeseable.

.- Bien, pero responde antes.

.- Con tal de que desaparezcas haced lo que queráis.

.- Ya solo falta dejar a la marrana a buen recaudo para que no cree problemas en la fiesta, y si es posible, hay que procurar que sea un atractivo adicional, que dé empaque a la fiesta y sea recordada por todos.

.- L, ¿tú qué dices? – La anfitriona hacía a L una oferta simplemente formal, cada vez más deseosa de que Pol no la aceptara, y él la rechazaría.

.- Ella no tiene nada que decir, solo obedecer y, acaso, recibir una buena bofetada. Yo seré quien determine lo que vaya a hacer. Lo mejor es llevarla a una pocilga y que espere allí.

Las chicas suponían que era una referencia metafórica, y así respondería Berta.

.- Aquí no hay pocilgas para L.

.- Creo que criáis cerdos, pues con ellos puede estar. Es la mejor compañía para una marrana.

.- Pol, haz el favor de dejar que hable L.

.- No es preciso, ya te lo he dicho. No tiene nada que decir. Solo nos faltaría tener que escuchar a las marranas, pero si ese es tu gusto, allá tú. L, di a estas señoritas lo que quieres hacer.

.- Lo que tú mandes, Pol. – Si eso es lo que deseaba oír Pol, nunca sabría Berta si lo deseaba tanto como ella.

.- ¿Estás satisfecha?

.- Entonces, ¿quieres que se encargue de ti? – Berta hizo la oferta para arrepentirse de inmediato, temerosa de estar dando a su amiga la oportunidad de negarse, pero para su respiro, L aceptaría.

.- Sí.

.- Y después de vosotras. Iros preparando. Ahora me llevo a la marrana a una pocilga. Pero no penséis que solo en ella se hacen marranadas. A vosotras os reservo algunas que no olvidareis.

.- Eres imposible. – Con ese comentario Berta quería dar por zanjado el tema, dejando en manos de Pol a la marrana, sin querer conocer lo que iba a hacer con ella. – Pero no quiero alborotos ni muestras desagradables,  que todo esté controlado y no vaya a suponer problemas para nadie. Esto es una fiesta y quiero que mis amigos lo pasen lo mejor posible, sin actitudes que puedan molestarles. – Y si era cierto lo que decía, no por ello lo era menos que deseaba que el chico mantuviera sus amenazas, que para ella no eran tales. Quería, ansiaba que el chico hiciera esa fiesta especial que prometía.

.- No te preocupes, contribuiré a que lo pasen bien, y vosotras también. Mantengo mi oferta de daros por culo a las dos.

.- ¡Pol! no tienes por qué mostrarte desagradable.

.- No veo que tiene de desagradable que os la metan por el culo. Yo me lo pienso pasar estupendamente y vosotras no digamos. Quiero que os vayáis haciendo a la idea, y disfrutéis imaginando el momento, y si acaso, que no lo creo, tenéis algún  tipo de prevención, para que venzáis esas tontas resistencias que soléis poner las marranas para tratar de ocultar lo que más os gusta.

.- ¡Pol! ¡Ya está bien de inconveniencias!

.- No intentes disimular, estoy seguro que te gusta como a la que más que te hagan guarrerías, y yo te las voy a hacer. Muchas y muy guarras. Y a coño frío también. – Como Tracy no dijera nada, insistió. – Aunque quiera dar la impresión de que le es indiferente, tiene tantas ganas como tú de que la dé por el culo. – Trataba de provocarla.

.- Me parece que no vas a encontrar mucho entusiasmo para tu propuesta. – Era Berta quien mantenía la conversación.

.- No contestes a este majadero. Esperemos que madure un poco.

.- Todavía no te has enterado que verdes están más duras. Pues así te la voy a meter por el culo. – Bueno, me llevo a esta marrana.

.- Mejor será. – Berta se dio cuenta que no debía haberlo dicho, pero deseaba que dejara, de una vez a la marrana, y se ocupara de ellas, de ella.

.- Iros preparando vosotras. Y tú, marrana, te vas a vestir como debes.

.- Sí, Pol.

.- ¡Que no ande desnuda!

.- Eso lo deja para el burdel. – Nadie contestó a una referencia que dejó anonadada a L. – Enviadme la ropa de la marrana.

.- ¿Dónde está? – Preguntó Berta. – Ya no se negaba a que se la pusiera.

.- No sé.

.- Se la llevó Ade.

.- Diré que la busquen y la traigan aquí. No te muevas de aquí.

.- La marrana es cosa mía, como tu culo lo será muy pronto.

.- No sé cómo puede haber alguien que te soporte.

.- Tú, por ejemplo. – Berta no respondió, sabía que estaba deseando soportarle.

.- Y vuelvo a repetirte que no quiero escándalos. Si L quiere estar contigo no puedo evitarlo, pero será sin que eso de motivo a situaciones desagradables para nadie, eso no lo voy a permitir.

.- ¡Qué poco te conoces! – Él no relajaba la burla.

.- Pues inténtalo y verás.

.- Y contigo en lugar de con ella. Ya te he dicho que vayas preparándote.

Berta se fue sin contestar. Quería que lo hiciera… y con ella.

Las dos chicas regresaron a la casa. Berta con las sensaciones que había generado y desarrollado en ella ese golfo. Quiso dominarlas sin perderlas, para evitar que pudieran ser apreciadas por Tracy, para ello manifestó el enfado que debía mantener con Pol y sus propias amigas, ahora con Tracy por su falta de beligerancia con Pol. Berta comentó:

.- Este muchacho es imposible. Debería echarle, pero no quiero arriesgarme a que haga cualquier barbaridad, mis padres podían enfadarse, pero tú no has ayudado.

.- No quiero darle la importancia de responder a sus necedades.

.- Lo malo es L, la hemos dejado en sus manos. No deberíamos haber tolerado que se quedara con ese… desconsiderado. – Había rebajado mucho el calificativo sobre Pol.

.- Me parece que eso la importa menos que otras cosas…

.- ¿Qué quieres decir?

.- Que me temo que haya algo que no conocemos y que obliga a L a actuar como lo hace.

.- Y eso es lo que da poder a Pol sobre ella…

.- Supongo.

.- ¿Y qué crees que puede ser?

.- No lo sé, pero nada bueno. Eso es lo que me preocupa. Por eso estoy molesta con ella y por eso no me atrevo a hacer lo que sería lógico. Temo meter la pata y que el remedio sea peor que la enfermedad.

.- Lo que dices explicaría muchas cosas. Todo lo que está ocurriendo es absurdo. Pero, que Pol este detrás… - No sabía si esa posibilidad era repudiable, o siéndolo, además supusiera un añadido a sus enervantes deseos.

.- Yo tampoco lo creo, y eso es peor. Pol, al fin y al cabo, es un peso ligero, pero si fuera otro tipo de gente…

.- Pues me alegro que no sea él el responsable. También por ti. No quisiera tener nada que ver con un facineroso.

.- Pero es un puerco.

Berta iba a contestar de manera inesperada, que denotaba el cambio de actitud hacia Pol.

.- Lo son todos.

.- ¿Eso quiere decir que te gustan los guarros?

.- ¿Y a ti no? – Berta seguía descarándose.

.- Vaya… - No continuó, pero lo haría Berta.

.- Te advierto que no me importaría que me hicieran alguna guarrería. – Estuvo a punto de decir: “que me hiciera”, en referencia a Pol.

.- Y este las debe hacer muy guarras. Quizás también eso contribuya a tener cogida a la marrana. – Tracy personalizó en el chico las guarrerías esperadas.

.- Pues va estar bien servida.

.- Hay que insistirle en que no haga nada que pueda suponer una situación desagradable.

.- No hemos preguntado a dónde la va a llevar.

.- A una pocilga.

.- Es capaz.

.- Es seguro.

.- No se atreverá. – Berta, que respondió asustada por esa posibilidad, enseguida sintió el efecto de pensar en que Pol pudiera atreverse.

.- ¿A que sí?

Berta miró a su amiga sorprendida por la rotundidad de su afirmación, y con un incremento, que casi la desbordaba, de la exaltación que esa idea generaba en ella. Después, casi sin darse cuenta, redondeó lo dicho por Tracy.

.- Y después a nosotras.

.- A cercear.

.- Me estás poniendo cachonda. – Berta sonreía maliciosa. Ya estaba cachonda.

.- Como los cerdos.

.- Y las cerdas. – Rieron. – No va a ser solo la marrana. – Volvieron a reír.

.- Tú quieres una fiesta especial

.- Pero no quiero perder el control, ni dejar que Pol se sobrepase.

.- Hemos dejado que se encargue de la marrana.

.- Y ella es aceptante. Pero espero que no hagan nada demasiado...

.- Cachondo.

.- Y de hacerlo, que cuente con nosotras.

.- Para controlarlo.

.- E intervenir si fuera preciso.

.- Que lo será.

Aunque todo estaba dicho en broma, Berta mantenía con ello esa excitación de la que hablaba, si no imaginando esas guarrerías a las que se referían, dejando pasar la idea de hacerlas y que esa posibilidad la calentara. Y no olvidaba el castigo de Tracy, que, a su vez, la enviaba otro tipo de calentura. Comenzaba a pensar en lo que haría Pol, y en Tracy sometiéndose a sus exigencias, y quería presenciarlo, ya estimulada con una idea que añadía más leña al fuego de su excitación. Habló de ello a Tracy.

.- ¿Qué piensas hacer de lo que te ha dicho? – Tracy pensó, de inmediato, en la referencia al castigo, pero no quiso ponerlo de manifiesto.

.- ¿A qué te refieres?

.- Al castigo que te ha impuesto. – Berta empleaba una forma de expresarse que parecía admitir el castigo y su cumplimiento por parte de su amiga.

.- Como comprenderás, no hacerle ni caso. – Eso no era lo que Berta deseaba, por lo que incidiría en ello, queriendo conocer la voluntad de resistencia de su amiga y, si fuera posible, debilitarla. La idea de verla pidiendo perdón y del castigo subsiguiente la acaloraba.

.- No parece que vaya a conformarse con una negativa. – Seguía insistiendo, no quería perder la posibilidad de ver sometida a su amiga.

.- Me tiene sin cuidado

.- Si insiste… Y ha hablado de una penitencia de agradable cumplimiento.

.- Agradable para él, claro. Se va a quedar con las ganas de ambas, él y su amigo.

.- ¿Aunque fueran guarrerías? – Berta miraba a su amiga sonriendo divertida.

.- Tampoco estamos tan necesitas.

.- Ni tan sobradas. Me tienes que contar lo de coño frío.

.- ¡Berta! Es su respuesta a que haya llamado poca picha a su amigo.

.- ¿Nada más? – Berta no se lo creía.

.- No me he acostado con él, ni con su amigo.

.- ¿Y con otros?

.- Tantos como tú. Hay que tener cuidado con ellos, lo cuentan todo. Así que piénsatelo antes de hacer alguna guarrada con ellos.

.- No me desanimes. Pero ahora te interesa más arreglar tu asunto con Pol. – Berta no quería que Tracy olvidara ese tema y seguía insistiendo.

.- No hay nada que arreglar, ni hay ningún asunto.

.- Tracy, él piensa que lo hay.

.- Como si piensa en irse a la luna.

.- Yo no lo echaría en saco roto. Me parece que él no lo va a hacer. Pero la penitencia puede ser sabrosa. Consuélate.

.- Pues tendrá que ir haciendo un agujero al saco, no me gustan esos consuelos.

.- Chica, si tienes ganas de que te hagan alguna guarrería y encuentras al guarro que te las haga, no vas a dejar que pase la ocasión.

.- Con este mocoso no quiero ningún trato

.- Así que tú no te vas a lavar el culito. – Berta cogió del brazo a su amiga, riendo divertida.

.- Y tú tampoco. Te gustará tenerlo guarro.

.- Tienes razón. Menudas cerditas.

.- No es por mí por quien debemos estar preocupadas sino por L. deberíamos impedir que la mantenga en su poder.

.- Podías haber intervenido antes.

.- Es cierto, pero eso no tiene arreglo.

.- ¿Qué podemos hacer?

.- Si la tiene en una pocilga, sacarla. Puede crearte un problema serio.

Berta quedó un tanto frustrada por, lo que creía, firmeza de su amiga, pensando que no iba a ser fácil que Pol hiciera lo que había avisado. Pero, el chico, pensaba de modo muy distinto. Después de haber ganado la partida a ambas jóvenes y con la perspectiva de tirárselas a ambas, pues no tenía duda que ambas fueran consentidoras y que no opondrían más resistencia que la meramente formal y testimonial, se encaró con L, quería aprovechar la rendición de esta para ahondar en su subyugación, al tiempo que se crecía con la sensación de poder dominar a cualquier tía.

Lo primero que hizo fue dar a la marrana una tremenda bofetada.

.- Puta, como vuelvas a intentar el menor movimiento sin mi conocimiento y permiso te doy una paliza que te dejo baldada. ¡Desnúdate! Esa no es la ropa que debes llevar.

L, con lágrimas en los ojos pediría un perdón que no debía de solicitar.

.- Lo siento, Pol. He hecho lo que Berta me ha pedido.

.- Aquí quien dice lo que tienes que hacer soy yo, solo yo. Y si alguien quiere algo de ti que yo no haya autorizado previamente, antes pides mi consentimiento, entendido, ramera.

.- Sí, Pol.

.- Date prisa en despelotarte, cuando venga la criada tiene que llevarse esta ropa.

L se quitó toda la ropa, quedando con ella en la mano. Había resuelto el problema de la vestimenta desacorde con los mandatos de la señorita. El joven la cogió el coño con la mano apretando con fuerza.

.- ¡Ah! Pol, me haces daño. – Había cogido el colgante que se clavaba en la carne de L.

.- Y más que te voy a hacer, ramera. – Con la otra mano la dio otra bofetada, no fue tan dura como la anterior pero consiguió que L rompiera a llorar. Siempre había tratado de evitar esa muestra de debilidad, pero en ese momento no pudo controlarse. Él apretó con más fuerza sobre el coño.

.- Por favor, Pol, por favor. – Hablaba entrecortadamente, sin que él mostrara el menor signo de compasión.

Al poco apareció la criada con la ropa.

.- Coge la ropa, ramera. – L avergonzada, sin atreverse a mirar a la criada, cogió la ropa. Sería Pol quien agradeciera.

.- Gracias.

.- No hay de qué. ¿Si no desea nada más?

.- Sí. Lleva la ropa de esta marrana a la señorita Berta. Dásela de parte de Pol. Dile que las marranas no necesitan ropa. – Ninguna. – Enfatizó.

.- Así lo hare.

.- La está esperando.

La chica se fue. Pol quería que Berta y, probablemente, también Tracy recibieran el mensaje de que estaba cumpliendo lo dicho sobre L, y lo vieran como el inicio de lo prometido a ellas. Al tiempo que iba dejando muestras de la entente que tenía con la dueña de la casa, por si hubiera que explicar lo que estaba haciendo.

L se vistió con las mismas ropas con que había llegado a la casa, esta vez no hizo el menor intento de ocultar nada, al contrario, dejó el colgante del coño perfectamente visible, hasta el punto de echar hacia un lado la tela del pantalón que pudiera obstaculizar su caída, con lo que quedó casi al aire el coño. Ya poco la importaba esa muestra desvergonzada. Claro, que si hubiera sabido donde la llevaría Pol ese detalle no hubiera sido de importancia.

Una vez vestida, Pol condujo a L hacia la zona de granja de la finca. Iba a hacer literalmente lo que acababa de avisar a las chicas. Desde que su camarada le contara lo sucedido con Tracy, decidió vengarle, sometiendo a las amigas de L y concibiendo la idea de meter a la marrana en una pocilga. Conocía que en la granja se criaban cerdos, y fue a ver las porquerizas. Estaban en un edificio dividido en varios cuchitriles, una zona de entrada anterior vallada y otra con porche, donde estaban las puertas de cada cuchitril. Había 2 vacíos, entró en ambos,  en la pared de uno de ellos había una cadena de unos50 cmde la que pendía una argolla, pensó que sería de las que antes se utilizaban para sujetar a los cerdos en la matanza, se abría con un gozne y Pol pensó que podía emplearse para sujetar a la marrana, eso era más de lo que hubiera pedido. Comprobó que se abría bien y que podía cerrarse bastante bien empleando cualquier clase de clavija para introducirla por los agujeros de la argolla y así fijarla según el grosor del cuello del cerdo. Era muy grande para el cuello de la marrana, pero cerrándola a tope sería válida para L, y no podría quitarse sin abrirla, y para que no se pudiera abrir sería preciso que el remache fuera un clavo que se doblara, quedando firmemente asentado en los agujeros, de forma que no se pudiera sacar si no era utilizando unas tenazas o algo similar para quitarlo. No sería muy difícil obtener un clavo.

Pol llevó a las pocilgas de la granja a la marrana, que sin saber el fin del trayecto seguía al chico sin decir nada. Solo cuando llegaron a la puerta que daba acceso a un pequeño terreno vallado, en el que se encontraba el cobertizo con una porqueriza dividida en varios cuchitriles, L se hizo cargo de la veracidad de la intención de Pol. Desde fuera se escuchaban los gruñidos de los cerdos. Quedó anonadada, luego pensó en una broma. Él abrió la puerta que daba paso al terreno con suelo de tierra casi embarrada.

.- Pasa, marrana.

.- Pero…

.- Por fin vas a estar en tu salsa.

.- Pol…

.- Marrana, vas a aprender de una vez por todas a comportarte como debes y no volver a pensar en desobedecerme nunca y menos rebelarte contra mí o mis amigos.

.- Pol, por favor, te lo suplico.

.- Entra. – La empujó, ella pasó al terreno embarrado, los tacones se introducían en el barro quedando sandalias y pies enfangados. El seguía empujándola hasta que llegaron al cuchitril que había elegido, abrió la puerta. – Pasa. – Bajó la cabeza para entrar en una pocilga de aproximadamente dos metros y medio por algo más de uno, separada de las colindantes por un tabique. El suelo estaba cubierto de paja y suciedad. – Desnúdate, marrana.

.- Pero… – No podía ser. No podía pretender dejarla allí y menos desnuda. – Escuchaba los movimientos en los cuchitriles colindantes y los gruñidos, cada vez más altos y frecuentes, como si los cerdos protestaran de una presencia discordante.

.- Lo haces por las buenas o te rajo la ropa y sales de aquí desnuda. Tú decides.

.- Por favor, Pol, te lo suplico. – Asustada, vencida, L se puso de rodillas ante el joven, agarrándose a sus piernas. – Por favor, haré todo lo que quieras, por favor. No me hagas esto.

.- Claro que harás todo lo que quiera, para empezar vas a desnudarte. ¡¡Y hazlo ya!! Quiero ir a comer. – La zarandeó con las piernas para que las soltara, después la dio una patada. - ¡Ponte en pie, marrana!

.- Por favor, Pol, te lo ruego, por favor. – Suplicaba sin querer incorporarse, tanto por evitar desnudarse como por no perder la esperanza de convencer al joven, pero este no se dejaba convencer, como ella siguiera  la agarro del pelo tirando de él hacia arriba, al tiempo que la dada otra bofetada, hasta conseguir que L se incorporara.

.- ¡Desnúdate!

L, vencida, comenzó a quitarse la ropa, poca era, la camiseta, que dejó en el suelo, los pantalones que cayeron al suelo. Quedó desnuda. Hacía frío, pero no era eso lo que preocupaba a L.

.- Ve hacia el fondo. – Fue. – Arrodíllate. – Lo hizo. Él la empujo más hacia la pared, para acercarla a la argolla, luego cogió esta y se la puso al cuello.

.- Por favor…, por favor.

Él, sin hacer caso de las súplicas cerró la argolla lo más que pudo, aún así quedaba muy holgada. Introdujo el clavo por los agujeros, después con una piedra que había dejado preparada, golpeó sobre el clavo para doblarlo y fuera imposible sacarlo sin ayuda. Tiró la piedra fuera del cuchitril.

.- Aquí te quedas.

.- No, por favor, no me dejes aquí, por favor.

Sin hacer caso recogió la ropa del suelo y salió de la pocilga cerrando la puerta tras él, y dejando la ropa en el suelo.

.- No, por favor, ¡Pol! haré lo que quieras. No me dejes aquí. ¡Pol! ¡Pol! ¡No me dejes! ¡Pol!

Por un momento, el chico sintió piedad por la marrana, se detuvo nada más cerrar la puerta de fuera, volvió a escuchar el grito desgarrador de la joven.

.- ¡Pol! ¡Pol! ¡Pol!

Él se alejó.

L quedó sola, casi a oscuras, solo entraba un poco de luz por los bordes de la puerta. Sentarse en el suelo era hacerlo sobre una paja sucia, que se clavaba en la carne. No podía incorporarse, solo permanecer sentada o arrodillada, acaso tumbada. La argolla comenzó a pesar sobre los hombros, la cadena también contribuía a añadir un peso adicional. Tanto una como otra eran gruesas y se notaba, además de ásperas. Se acurrucó, sentada. No hacía mucho frío, parecía como si una vez cerrada la puerta el calor de los cerdos actuara como calefacción. Pensó en lo que pasaría, en lo que haría Pol, pero lo que comenzó a aparecer ante ella como la peor consecuencia fue la posibilidad de que llegara Martin y se enterara que estaba en esa pocilga. Ese pensamiento era demoledor.

Berta recibió la ropa y el recado de Pol. La criada no se atrevió a dárselo en presencia de los invitados, por lo que la dijo que tenía algo para ella, para hacer que saliera. Cuando repitió lo que Pol la dijera sobre la falta de necesidad de ropa de las marranas, Berta no pudo evitar sonrojarse, despidiendo a la criada para que no se percatara de su turbación, que, enseguida, se transformaría en nueva excitación.

“Es un cínico descarado… como sea la mitad de atrevido en la cama…” – Estaba deseando que lo fuera. No quería pensar que la referencia a las marranas podía incluirla a ella, a ellas.

Berta pensó en L, ya casi segura de que Pol la había metido en una pocilga. La idea la confundía y alteraba doblemente, por lo que suponía y sobre todo, por el efecto que causaba en ella: la excitaba, hasta el punto de encontrase con el deseo de ir a verla en la pocilga, y con la idea de “sufrir” la misma humillación, claro que no pensaba que nadie lo contemplara.

“¿Cómo la habrá dejado?”

“¿La habrá desnudado?” – El pensamiento de que eso sería lo más probable volvía a hacer nuevo efecto en ella.

“¿La habrá atado?” – También lo creía, y también volvía a excitarse.

Tenía que ir a verla, pero si lo hacía debería sacarla de la pocilga.

“Es lo que debiera hacer.” – Era un deber, pero también algo prudente. No era conveniente que L estuviera en una pocilga. Ahora pensó en que alguien pudiera encontrarla y lo que eso podía suponer.

“Este muchacho es un alocado, no piensa lo que hace. Hay que sacar a L de ahí. Si es que está allí. Debería ir a comprobarlo…, pero sin encontrarme con Pol. Antes veré donde está.” – Comenzaba a temer las reacciones del chico. Pero era un temor que contribuía a incrementar sus anhelos y excitación. Saber que él era capaz de imponerse y obligarla, someterla, añadía a su sumisión la autenticidad y el realismo de lo que pudiera suceder. Lo que ella no imaginaba es que pudiera convertirse en una realidad inesperada.

Después de dejar a L en la pocilga, Pol se dirigió en busca de Berta. cada momento que pasaba estaba más animado y decidido a putear a las dos amigas. Quizás no pudiera hacer con ellas lo mismo que con L, a quien consideraba como una puta, y cada vez más a su servicio, aunque se diera cuenta que tenía que tener “dueño” o trabajar para alguien, lo que suponía un conflicto de intereses del que, difícilmente, podría salir victorioso. Pero si Berta Y Tracy no eran unas putas de oficio, lo eran de afición y él las iba a putear a ambas a su antojo. La idea de conseguir a las dos jóvenes y  tenerlas a su disposición para putearlas cuando le apeteciera estaba tomando un protagonismo desmedido en su mente. Disfrutaba con ella, le excitaba pensar en putearlas, obligándolas a hacer lo que él les impusiera, incluso cediéndolas a otros. Estaba más ansioso de poder hacer con ellas lo que quisiera que de darlas por el culo, esto, en esos momentos de alboroto,  lo daba por seguro.

La reacción de las chicas a los primeros intentos de imponerse a ellas, como paso previo a putearlas, había sido más que prometedora, e iba a continuar insistiendo con ambas, con el señuelo de hacerlas pasar un buen rato, sobre todo a Berta que se manifestaba como la más receptiva, al tiempo que revelaba, inconscientemente, una clara propensión a someterse, a dejarse llevar, cuando no, a dejarse dominar, que él, atento siempre, había percibido entre sus muestras de belicosidad, que al final acababan en cesiones, y que quería probar fehacientemente. Si fuera como creía tendría casi ganada la partida y después Tracy no sería tan difícil.

Cuando Pol regresó todavía no habían comenzado a almorzar, se dirigió al grupo donde estaba Berta, se acercó a ella y al oído, pero sin pretender que no le escuchara nadie más, dijo:

.- La marrana está en la pocilga. Ya se ha cumplido una parte. Queda la más sabrosa. Vete preparando.

.- No seas malo.

.- Eso es lo que voy a ser y muy guarro.

.- Anda, calla. ¿Qué has hecho con… la marrana?

.- Ya te lo he dicho.

.- ¿No estará desnuda?

.- ¿Cómo quieres que esté en una pocilga? – Berta le miró entre sobresaltada y horrorizada.

.- Pol… - No se atrevía a decir nada. Pero lo peor era que la idea de L en la pocilga no dejaba de hacer ese efecto que la calentaba, al tiempo que deseaba que estuviera en la pocilga… y verla…, y, quizás, acompañarla.

.- Deja que yo me ocupe de las marranas…, que me interesan.

.- Quiero que la saques. No puede estar ahí. – Berta hablaba con voz temblorosa, pero no por el hecho en sí, sino por el efecto que causaba en ella, cada vez más excitada con la idea de saber a L en la pocilga… y desnuda.

.- Es donde debe de estar. Después la llevaremos a la fiesta.

.- Pol, no quiero que L esté en una pocilga… ¿No comprendes que si alguien se enterara sería un escándalo? – Ya ni siquiera defendía su exigencia con razones de decoro.

.- Es una puta.

.- ¡Pol!

.- No me digas que no te gusta tener una puta en tu fiesta para ofrecerla a tus invitados…, y gratis.

.- ¡Suéltala!

.- Después de la comida hablamos. Ahora está muy bien donde está.

.- Pero, ¿no comprendes que no puedes dejarla allí?

.- Tiene que aprender a obedecer. Así estará más suave con los clientes. Claro que mejor sería ofrecerte a ti para que te puteen. – Él no era capaz de controlar el deseo de putear a la joven, y dejaba escapar ese tipo de comentarios, que pretendían conocer la reacción de Berta.

.- ¡Pol! – Pero, tanto la idea como la posibilidad hicieron efecto en Berta, que ¿protestaba? solo como muestra de rechazo que disimulara lo que realmente sentía. Querría seguir escuchando manifestaciones de ese estilo, que la excitaban y hacían que deseara…, ya no sabía si que se convirtieran en realidad o, simplemente, que él siguiera atreviéndose a decirlas. Y él se atrevería.

.- ¿Qué te parece? Eres la anfitriona y todos querrán pasarte por la piedra. Estás estupenda y habría bofetadas por tu culo.

.- Pol, deja de hacer esas gracias. – Pero ella estaba cada vez más excitada, teniendo que hacer un esfuerzo para no sonreír ante las palabras y su deseo.

.- No son gracias. A una puta hay que putearla y tú eres una gran puta. Desde luego yo te voy a putear a gusto. Pero no pretendo ser el único y menos en tu fiesta. Comprendo que te debes a todos. Y ya tendrás experiencia…

.- ¡Pol! Yo no estoy aquí para que nadie me putee. Y no tengo ninguna experiencia. – Él la miró sonriendo divertido. Luego, con seriedad, concluiría.

.- Entonces ¿para qué está una puta? Eres una puta y yo te voy a putear. Hasta hartarme, y hasta que no aguantes más. Durante todo el tiempo que me apetezca. Hoy es tu día de suerte. Por lo que te voy a hacer y porque lo haré sin tener en cuenta tus falsas protestas. Berta, eres una puta, eres mí puta, y así te voy a tratar. Y te va a gustar. – Lo malo es que ella callaba, ahora tan asustada como excitada. Aquel muchacho podía convertir en realidad sus fantasías, lo que deseando y excitándola, no dejaba de asustarla, aunque el susto diera paso a una mayor calentura. Tenía que decir algo, no podía admitir, ni siquiera con su silencio cómplice. Tenía que dejar claro que no admitía, que no era una puta, que no podía ser tratada como tal. Pero no sabía qué decir, y menos, cómo. Ya lo había dicho y esa era la respuesta que había obtenido.

.- Pol… No debieras… - Para su alivio, él no dejó que continuara, como si lo que tuviera que decir no fuera a variar nada lo que él había dicho.

.- Dime, ¿ha cumplido Tracy con su parte? – Cambió de tema.

Berta que estaba completamente alterada y excitada con lo que Pol contaba sobre L, que los comentarios del chico sobre su puteo no habían hecho más que incrementar, y ahora, la referencia que hacía Pol a Tracy suponía otro añadido a su estado de sobreexcitación.

.- No lo sé. – La respuesta, convulsa, intentaba mantener la atención sobre el objeto de su interés. Que él siguiera refiriéndose a lo que a ella la excitaba.

.- Dila que si no lo hace antes de que yo me entere la castigaré.

.- ¿Cómo?

.- Aquí hay muchos látigos.

.- No seas animal. – Pero volvía a sentir la ardiente sensación ante  esa amenaza turbadora.

.- Eso es lo que soy. Pero eso os gusta y lo necesitáis, y las putas más. – Ahora la miraba sonriente. Ella hizo un gesto con la cabeza queriendo darle por imposible. – Pero primero voy a ocuparme de coño frío.

Ella rió nerviosa.

.- Y a ti te gustaría calentárselo.

.- Más me gusta calentarte el culo. Y luego también el coño. Piensa en ello… y pásalo bien. – Y ella lo pasaba bien… pensando en ello y esperando que se cumpliera…, y no solo en ella, ahora le tocaba a Tracy…, los latigazos. Se estremeció ante ese pensamiento, que rechazó por inadmisible, pero que volvía a calentarla y a no querer escapar de su mente, haciéndola pensar en el incumplimiento de Tracy que la hiciera acreedora a los latigazos.

Berta buscó con la mirada a Tracy, quien ya se había dado cuenta de que Pol había llegado y que hablaba con la anfitriona, les estaba mirando, por lo que se cruzó con la mirada de Pol que la buscaba. Vio que este se dirigía hacia donde estaba ella, eso la halagó, pero de inmediato pensó en lo que el joven había dicho que quería que hiciera, y que ella no había hecho, temió que viniera a pedirla cuentas. Si así fuera debía preparar una respuesta, no quería pedir perdón a Tim. Él llegó a su grupo.

.- ¿Has hecho lo que te he ordenado? – La pregunta, de por sí desconsiderada, y realizada con voz exigente, sin pretender disimular lo que decía, que fue escuchada por todos, no podía más que provocar la reacción airada de Tracy, pero esta, en lugar de responder conforme merecía tono y contenido, balbuceó:

.- No, aún no.

.- Cuando ordeno que se haga algo quiero que se haga inmediatamente. – Volvía a insistir crudamente, en fondo y forma. Esta vez provocando que Tracy enrojeciera de vergüenza. No podía dirigirse a ella de ese modo, y menos delante de sus amigos, que escuchaban entre sorprendidos y divertidos, pensando que era un asunto entre ambos, quizás una broma que solo ellos conocían, pero que se avenía poco con la edad respectiva de ambos, Pol era apenas un crío, un dieciocho añero, 4 o 5 años más joven que Tracy. Una de las chicas, picada por la curiosidad, se atrevió a preguntar a Pol.

.- ¿Qué has ordenado a Tracy?

.- Coño frío.

.- ¡Pol!

Era excesivo, Tracy no pudo evitar saltar, mientras los demás reían. Berta, que no quería perderse lo que sucediera con Pol y su amiga, había seguido al chico a prudente distancia, por lo que pudo escuchar a Pol y la apocada reacción de Tracy, lo que la devolvió las esperanzas en que Pol acabara dominándola y haciendo con ella lo que pretendía. La imagen del látigo se fijó en su mente, haciendo que su coño humedeciera. Iba a deber al chico unas bragas completamente mojadas. Las risas que siguieron a la referencia al coño de Tracy, hicieron sonreír a Berta, aunque esta vez un tanto perturbada por una indicación que la alteraba, y que podía dar pie a unas formas que no eran las más convenientes para mantener a los chicos, y cada vez más, a las chicas, bajo control. Berta, que quería que Pol siguiera con su juego, no quería que la fiesta fuera por los mismos derroteros que deseaba para ella y para Tracy.

.- ¿Qué es eso de coño frío? – Era una chica quien preguntaba.

.- Por favor, no le sigas el juego. – Para entonces Pol ya había intuido que la chica no iba a presentar una defensa muy firme, lo que, por contra, coadyuvaba a incrementar la firmeza de su posición.

.- Para ti no es ningún juego, coño frío. – Pol, decidido y seguro, dio un paso más. Llegaba crecido de su éxito con Berta y dispuesto a hacer el doblete.

.- ¿Y qué tiene que hacer coño frío?

.- Algo para que la calienten el coño, claro. – Era uno de los presentes quien intervenía haciendo el chiste.

.- Calla,  deja a Pol que nos cuente lo que ha ordenado que haga Tracy, perdón, coño frío.

Ahora, Pol se encontraba con la oportunidad de afianzar su posición de macho dominante a costa de Tracy. Solo había una pega, esta era hermana de su amigo y sopesaba lo que podía suponer que fuera él quien la sometiera públicamente. Pesaron más sus ansias de pasar al primer plano entre sus amigos, y Tracy estaba en continua disputa con Riky, no pensaba que este se enfadara mucho porque su hermana se viera obligada a pedir perdón a uno de sus amigos. Lo que llegase después, el puteo de Tracy, ya era harina de otro costal. Pero ahora podía exigir todo lo que quisiera a la chica, y lo iba a hacer.

.- Tiene que reparar un comportamiento indebido. Ya debería haberlo hecho, pero no es así, así que además se ha ganado un castigo adicional. – Todo era dicho con absoluta seriedad, sin que dejara resquicio a pensar en una broma.

.- Eso parece muy justo, y el castigo también. – Era la misma joven que había preguntado, quien ahora apoyaba a Pol, deseosa de que continuara con la exigencia a Tracy.

Berta, que había quedado a un lado, un poco detrás de Pol y casi enfrente de Tracy, no perdía ojo a esta, tratando de adivinar en sus gestos la posible reacción de su amiga. No podía evitar desear que Pol se saliera con la suya, y acaso presenciar el castigo anunciado. Ya no consideraba al muchacho como alguien mucho más joven a quien no hay que tener en cuenta, ahora le veía de manera muy diferente, casi como un hombre que supiera lo que quería y estuviera dispuesto a conseguirlo, encontrando en la manifestación sobre el deber de Tracy y su castigo, una muestra de dominio y fuerza que lograba excitarla aún más.

Berta sentía un extraño y perturbador deseo de que el joven dominara y puteara a su amiga, que era como una cortina que velara otro deseo, aún más virulento y excitante, el que la dominara y puteara a ella misma. Ahora faltaba por ver lo que hacía Tracy, y Tracy permanecía callada, parecía no atreverse a enfrentarse al joven.

De nuevo aparecía en Berta el impulso de desear que Tracy se sometiera y Pol hiciera lo que decía, o que la joven se opusiera, pero solo para provocar una reacción más virulenta de él, que venciera la resistencia de su amiga y le impulsara a sojuzgarla y humillarla aún más…, y, acaso, después a ella.

.- Bueno, dejaros de tonterías. – La respuesta de Tracy no era lo que demandaba una defensa firme, y el tono había salido demasiado blando e inseguro. Berta se percató, ahora esperaba la réplica de Pol, que se materializaría en una palabra y un gesto.

.- Ven. – La cogió por el brazo con firmeza. Tracy, sorprendida y asustada por la forma y resolución en la voz y en la represión, ni siquiera trató de sustraerse a la sujeción. Y él, uniendo la acción a la palabra, tiró de la joven para llevarla con él. Por primera vez Tracy fue consciente de lo que podía estar a punto de suceder, entonces escuchó la voz de la chica.

.- Yo no me lo pierdo.

Que la descompuso aún más. Tuvo un conato de rebelión, queriendo zafarse de la mano que la sujetaba el brazo, lo que ya resultaba humillante, al mostrar que él actuaba en contra de su voluntad y ella tenía que soportarlo, y lo sería más cuando él controló el intento de desasirse con un tirón firme que hizo trastabillar a Tracy.

.- ¡Suéltame!

Tracy lo decía controlando el volumen de su voz, para que no fuera escuchado por los demás. Pero solo obtuvo otro tirón por respuesta, que aplacó las ganas de Tracy de volver a intentarlo. Sin atreverse a plantar cara y negarse a seguir al chico, temerosa de que él la obligara a la fuerza y sabiendo que los chicos que los seguían estaban divertidos con lo que presenciaban y querían ver lo que fuera a hacer Pol con ella.

Tracy pensaba en no hacer nada de lo que él pretendía, y después buscar la forma de hacerle pagar caro su comportamiento. Ya tener que seguir al chico y hacerlo forzada por él, y en presencia de varios amigos, que observaban, regocijados, la audacia y determinación de Pol, que contrastaba con el apocamiento de Tracy, resultaba demasiado humillante.

Tracy se percató que era mejor someterse y dar la sensación de no estar siendo forzada contra su voluntad, y que aquello era, fundamentalmente, algo lúdico entre ellos, aunque, lo ya sucedido, indicaba, más que sobradamente, su falta de acomodación a lo que hacía y pretendía Pol.

.- Esta te la vas a tragar. – Murmuró entre dientes, solo para recibir otra muestra de dominio.

.- Será después de que hayas pedido perdón. – Él, en cambio, hablaba con total normalidad, sin pretender ocultar lo que decía.

Por primera vez, Tracy pensó que iba a verse en la tesitura de pedir perdón a un mocoso, e iba a hacerlo en presencia de sus amigos. No quería ninguna de las dos cosas, y si acaso tuviera que hacer lo que Pol exigía, no sería ante nadie.

“Pero, ¿Por qué lo voy a hacer?”

“No me puede obligar.” – Y era cierto, pero también lo era que la estaba obligando y ella cediendo y dejando que lo hiciera.

Sin darse cuenta pensaba en hacerlo, sin saber por qué, o sin querer saberlo, porque contestarse suponía reconocer que, de alguna forma, le tenía miedo, aunque tampoco supiera muy bien por qué.

Él la estaba conduciendo hacía el exterior de la casa, la seguía agarrando del brazo, con una fuerza que la hacía daño, y manteniendo el brazo elevado, para que se apreciara que la llevaba forzada. Se sentía humillada y maltratada, cada vez resultaba más difícil defender la idea de ser un juego entre ellos. Aquellos ante los que pasaba los miraban con sonrisas divertidas, sonrisa que Tracy hacía mucho que había perdido, y muchos se apuntaban a seguirles para ver en qué acababa aquello. Pensó que iba a dar un espectáculo. Ahora se arrepentía de no haber pedido perdón a Tim, lo que indicaba que había acabado por admitir la idea de tener que someterse a pedir ese perdón humillante.

Para su sorpresa Pol la diría mientras la llevaba.

.- Como no quiero que Tim piense que pides perdón obligada por mí, te voy a dejar que vayas sola y lo hagas. Te estaré vigilando. – Él, no solo mantenía su exigencia y la daba por obligada, sino que estaba tan seguro de poder someterla que se permitía dejarla sola, seguro de que no trataría de escapar a lo que la imponía.

.- Déjame unos minutos.

.- ¿Para qué?

.- No quiero que estén todos detrás de mí, iba a dar el cante. – Siendo sincera y lista, no sería por su propuesta por lo que Pol accediera, Tim conocía perfectamente lo que su amigo quería hacer, que solo estaba disimulando con L.

.- Bien, pero sabes que te vigilo. Haz todo lo que te diga Tim. Si tuviera que intervenir no te arriendo la ganancia.

.- Lo haré.

.- Más te vale. Te doy 3 minutos.

Al llegar a la puerta del porche, Pol la dejó libre, ella dio la vuelta y se dirigió a la zona de servicio, dejando atrás a los que les habían seguidos. Al menos, esos se quedarían con las ganas…, momentáneamente. Iba nerviosa y confusa. No sabía qué hacer. No quería cumplir con un compromiso que pensaba era forzado y, por tanto, no la obligaba, pero temía la reacción de Pol.

“No tengo por qué temerle. Y no me da la gana pedir perdón a ese mocoso.”

.- ¿Qué te ha dicho que hagas?

Era la voz de Berta, que sin conocer lo que habían hablado mientras Pol llevaba a su amiga, no pensaba que el chico hubiera abandonado su pretensión, dando por hecho que la mantuviera y siendo consciente de lo que podía estar pasando por la cabeza de su amiga, actuaba sibilinamente, para encresparla y provocar su reacción, con lo que vista puesta en la respuesta de Pol, sin duda mucho más contundente y humillante para Tracy. No podía evitar desear ver a su amiga sometida a un muchacho mucho más joven. La idea era excitante, y si la daba una buena zurra, mucho más. Ya estaba excitada solo de pensarlo. Es más, quería que Pol la humillara públicamente. La idea del látigo no dejaba su mente ni de humedecer su coño.

Tracy se giró para encararse con Berta.

.- No me da la gana hacer lo que quiere. – Fue la respuesta de Tracy. – La negativa no gustó nada a Berta, y menos la rotundidad con que salió, que temió que su amiga plantara cara a Pol y no se aviniera a hacer lo que este la ordenaba. Pensó en sonsacarla cómo pretendía oponerse y, acaso, intentar que cambiara de idea a base de poner ante ella la posible reacción del chico.

.- Me parece que no hay que contrariarle ni menospreciarle.

.- No me voy a dejar humillar por un mocoso.

.- No me parece que sea un mocoso porque tenga 5 años menos que tú. Piensa en que puede tener una buena polla.

.- Que no me va a catar.

.- Puede estar muy bien.

.- Yo estoy mejor.

.- Puede hacer algo si te niegas.

.- ¿Qué va a hacer? ¿Obligarme por la fuerza?

.- Estoy pensando en L. Si la tiene en la porqueriza…

.- L sabrá por qué lo tolera. Como comprenderás, a mí no me va a meter en una pocilga.

.- Ya sabemos que es capaz de hacer cualquier cosa por conseguir lo que quiere. Este no se anda por las ramas. – Tracy, esta vez, no dijo nada, en lo que su amiga vio una muestra de vacilación. – Bueno. Solo quiero que estés segura de lo que haces y no le cabrees. Ya has visto como se las gasta, y no quiero que dé un espectáculo. – Berta, no solo no actuaba a favor de su amiga sino que lo que la preocupaba era evitar que lo fuera hacer Pol con ella supusiera un escándalo. Tracy volvía a responder con el silencio. – Pero, ¿sigue queriendo que pidas perdón a Tim? – Berta quería asegurarse de que Pol no había flaqueado.

.- Sí. Quiere que lo vaya a hacer ahora. – La respuesta produjo una sonrisa complacida en Berta.

.- ¿Por qué te has venido aquí?

.- No quiere que Tim piense que actúo porque está Pol delante.

.- Vaya, es muy atento con su amigo, todo lo contrario que contigo. ¿Cuándo quiere que vayas a pedirle perdón?

.- Ya.

.- ¿Cómo lo vas a evitar?

.- No yendo.

.- ¿Y si viene él?

.- Le mando a paseo.

.- Pues me parece que ahí le tienes.

.- ¡Ah! – La expresión era más de temor que de sorpresa y Berta se percató de ello, sonriendo excitada, y ya encandilada por lo que esperaba. Y no iba a verse defraudada.

.- ¡Coño frío! Ya es tu hora. – Lo decía, con voz alta y firme, desde el final del pasillo que daba a la zona de servicio; al otro extremo, ya en un tramo de distribución, estaban ambas chicas, por allí solo pasaban las criadas que estaban sirviendo los aperitivos. Tracy no pudo evitar un escalofrío al escucharlo. No podía gritar llamando la atención, el servicio estaba pasando y podían llegar los invitados avisados por las voces, que ya hacían sonreír a las dos criadas que las escucharon. Ese iba a ser el modo añadido para doblegar a Tracy, su miedo a que se hiciera con publicidad. Podía acceder si nadie la veía.

Había pensado en escapar, ir con todos, evitar que la forzara, creyendo que no se atrevería a hacerlo en presencia de sus amigos, pero acababa de llevarla, casi arrastras en presencia de varios de ellos, por lo que ya sabía que la gente estaba por ver el espectáculo, aunque eso supusiera forzarla, o mejor si lo suponía. Ahora, flaqueaba, temiendo que se atreviera, que la quisiera llevar a la fuerza, que dijera, ante todos, que tenía que pedir perdón por su mal comportamiento, y que, encima, se burlaran de ella, le siguieran el juego, encontrando en ello una diversión más, repitiendo y aumentando lo que acababa de suceder.

.- Te está llamando, no creo que te convenga hacerle esperar. – Berta no se contenía a la hora de poner a su amiga antes sus flaquezas. El muchacho había quedado parado, como esperando a que Tracy fuera hacia él.

.- Dile que no grite. – Como si Pol hubiera escuchado la demanda de Tracy a su amiga, respondería con otro grito.

.- ¡¡Coño frío!!  – La llamada era más urgente y la voz más alta. Tracy se estremeció de vergüenza, asustada de que alguien de los invitados pudiera oír al chico, las criadas ya lo estaban oyendo.

.- ¡Corre! No le cabrees. No quiero que se entere toda la casa, y a ti no te conviene que llame más la atención…, o mándale a paseo…, si te atreves.

Y Tracy vaciló por un momento, miró hacia atrás, no miraba a Berta, a esas alturas ya sabía que no podía esperar ayuda de ella, estaba como buscando un lugar por el que desaparecer, sin encontrarlo, lo que se manifestaba en la expresión asustada e inquieta de su rostro. Echar a correr y ocultarse era una posible solución. Volvió a mirar hacia atrás, para su desconcierto y alarma, por el pasillo parecían que se acercaban algunos de los que la habían seguido antes, cortándola el paso. Un nuevo grito, esta vez con voz manifiestamente enfadada e intolerante, acabó de desbaratar su incipiente intento de rebelión, que no se atrevió a mantener. Avergonzada y humillada, sin saber cómo escapar, fue hacia donde estaba Pol, ya queriendo acabar enseguida y evitar a quienes llegaban.

.- No grites, Pol, ya va. – Berta lo pedía con voz poco decidida. Era como pedir un favor al que no se tiene ningún derecho. Pol respondería con otro grito.

.- ¡Corre!

.- Corre, corre. – Era Berta quien insistía. Tracy anduvo más deprisa, pero no era suficiente para Berta, que excitada, quería ver correr, dominada, a su amiga. – ¡Corre! – Y luego más bajo, pero audible bastante más allá de donde estaba su amiga. – Obedece, no le cabrees más. – Tracy comenzó a correr despacio. Se sentía vejada y humillada, sin comprender por qué Berta la impulsaba a correr y ella se amoldaba. – ¡Vienen más! ¡Corre! – Ese aviso de la presencia de otros hizo que acabara corriendo.

Berta la seguía pero sin acercarse demasiado, en un gesto que quería denotar separación, que Pol pudiera darse cuenta que su amiga no iba a contar con su apoyo y que tenía el campo libre para hacer lo que quisiera. Y, de nuevo, no solo no iba a verse defraudada, sino que los acontecimiento superarían en mucho sus expectativas. Tracy llegó a la altura de Pol que la miraba serio y silencioso.

.- ¿Qué quieres? – Fue la pregunta que ella quiso insumisa e impertinente, que no se avenía a su obediente aproximación a él en respuesta a la orden que el chico le había dado.

La respuesta fue inmediata e implacable. Una bofetada violenta, intransigente, opresora y, sobre todo, humillante, en sí misma y por recibirla en presencia de Berta y de los criados que se habían detenido a ver lo que sucedía, que enviaba un mensaje de sometimiento, de rendición, de entrega, que Tracy sintió y comprendió. Estaba claro lo que Pol quería de ella, lo que la imponía. Aquello no era, ni pretendía ser, una broma, al contrario, era algo serio y quería serlo, y no iba a permitir a Tracy la menor salida que no fuera esa rendición que exigía la bofetada.

.- ¡Ah! – Tracy se llevó la mano al carrillo dolorido, mirando aturdida, desbaratada, al joven, al encontrarse con los ojos de este bajó los suyos. Había comprendido y aceptaba su derrota, aun sabiendo que su rendición se realizaba ante su amiga, que poco antes había escuchado su decisión de no realizar lo que Pol deseaba. Sintió una presencia que pasaba a su lado. Los criados recuperaban el servicio, momentáneamente pospuesto, llevándose en su retina la bofetada recibida por Tracy, mientras esta sentía la humillación adicional del hecho y de los comentarios a que daría lugar.

Berta, que casi deja escapar el mismo grito que su amiga, contemplaba la rendición de esta doblemente excitada, por el bofetón que había recibido Tracy y la subsiguiente capitulación de esta, que comprendía perfectamente, al tiempo que esperaba sus consecuencias. No iba a perderse ninguna de ellas. Entonces vio que el joven tenía algo en la mano izquierda, colgando pegado a su pierna, se fijo, al percatarse de lo que era el corazón le dio un vuelco, llevaba un pequeño rebenque de mango corto, sin duda uno de los látigos que había en la casa. Luego escuchó, acalorada, la siguiente orden del chico, dada con voz firme y alta, como si quisiera que llegara perfectamente a Berta.

.- Ve a pedir perdón. Hazlo cumplidamente.

Pero ella no tenía la mente para pensar en cómo hacerlo. Vacilaba, más por no saber lo que hacer que por desobediencia. Pero Pol no estaba para esos distingos.

Berta, con un nuevo sobresalto que haría que se alocara de nuevo su corazón, vio como Pol lanzaba el pequeño látigo sobre las nalgas de Tracy, que no pudo evitar un grito de dolor, la ligera tela que cubría su culo no la defendía del golpe. No fue necesaria otra orden, la joven se dirigió, con paso inseguro, al lugar donde había visto que estaba Tim con sus amigos. Detrás llevaba a algún criado, que, seguramente, había presenciado el latigazo. Y ni siquiera iba a evitar pedir perdón delante de esos amigos de Tim y Pol. Sentía el calor de la bofetada en el carrillo, que siendo menor que el dolor del latigazo, resultaba más sensible y humillante. Pensó que se notaría el golpe, que estaría enrojecida, que quienes lo vieran iban a saber o a sospechar que había recibido una bofetada y no había que ser muy listo para adivinar de donde había partido.

Ya había dejado atrás la decisión de negarse, de rechazar, ahora pensaba en cómo acabar, pronto y de la forma menos humillante. Ni siquiera pensaba en devolver el golpe, la humillación, sintiendo la suya, lo que significaba esa petición de perdón, que, con solo pensarlo, la dejaba  doblegada y afrentada.

.- Te estaré vigilando, coño frío. – La voz volvía a denotar exigencia  y amenaza. Para entonces había varias criadas y algún criado en las proximidades. Sin duda estaban llamados por lo que sucedía y no querían perdérselo. Tracy avivó el paso para alejarse de ellos, pero alguno, más atrevido, la seguiría.

Llegó al grupo que formaban los amigos de Tim, todos eran muy jóvenes, la mayoría entre 17 y 19 años. Eran los pequeños de la fiesta. Amigos de la hermana de Berta, que estaba con ellos junto a otras chicas de su edad. Tracy no sabía cómo empezar, se quedó quieta al lado de Tim, los demás la miraron, primero sin hacer mucho caso, después fueron callando, como si el silencio de Tracy provocara el suyo, y a la espera de que la joven lo rompiera, como si fuera evidente que estaba allí para decir algo, lo que era confirmado por la aparición de otros invitados, que se quedaban esperando algo. Tim, que se había apercibido de su presencia cuando los demás comenzaron a mirar hacia su lugar, hacía como si no se hubiera enterado, esperando que ella hablara, aunque sabía para lo que estaba allí, era algo convenido con Pol y que habían planeado ambos, por lo que conocía lo que tenía que hacer. Por fin ella habló, a pesar de lo mucho que le costaba no debía esperar arriesgándose a que fuera llegando más gente.

.- Tim, quisiera pedirte perdón por lo sucedido antes. – Los chicos la miraban sonriendo, divertidos y considerándose iguales o superiores a esos “mayores” que, pensaban, les miraban por encima del hombro.

.- Pues puedes comenzar a hacerlo, coño frío.

.- ¡Ah! – Tracy no pudo evitar dejar escapar un gemido ante el empleo de esa expresión, mientras que los jóvenes sonreían divertidos, viendo humillada a esa “mayor”. Y Tracy no sabía qué más decir, pensaba que con lo que había dicho era suficiente. – Lo siento, Tim. – Añadió.

.- Ya sé que lo sientes, coño frío, pero eso no es pedir perdón.

.- Perdona, Tim.

.- Ni así se pide perdón. – Tim se estaba regodeando. Pol le había dicho que no tenía que aceptar ese tipo de disculpas, que tenía que obligar a Tracy a pedir perdón con humildad, “de rodillas”, eso había hecho reír a Tim, que dijo a su amigo que haría que Tracy pidiera perdón de esa forma. – Tienes que hacerlo de forma que demuestre tu pesar y arrepentimiento. Ponte de rodillas.

Se produjo un silencio incrédulo y después expectante.

.- ¡Ah! ¿Cómo?

.- Ponte de rodillas y pide perdón como debes hacerlo.

No podía ser. Tracy miró hacia donde había quedado Pol, temía su reacción si no hacía lo que quería su amigo, aun así vacilaba, no quería humillarse de esa forma. Sabía que Berta había presenciado la bofetada que acababa de recibir sin hacer nada, por lo que tampoco era de esperar que lo hiciera ahora si es que Pol volviera a reaccionar del mismo modo. Pero ahora sería mucho más humillante al hacerse en presencia de aquellos mocosos y de sus amigas, lo que resultaba aún peor. Pero arrodillarse allí ante ese grupo de críos…, era algo que la sobrepasaba. Ahora el calor en sus mejillas no era efecto de la bofetada, aunque esta estuviera muy presente en Tracy, sino del rubor generado por la vergüenza ante lo que se quería de ella, que los chicos y, sobre todo, las chicas, pasado el primer momento de estupor, comenzaron a jalear, felicitando y animando a Tim, lo que actuaba mermando las escasas fuerzas y disposición de Tracy a rebelarse.

.- Muy bien, Tim. Hay que acabar con el engreimiento de estas presuntuosas.

.- Se creen que pueden imponerse a nosotros por ser unas viejas. – Era una de las chicas.

.- Y, como son más guarras quieren quitarnos a nuestros chicos.

.- Que se enteren que no lo vamos a permitir.

.- Y que humillen como deben.

Tracy comprendió que tenía que acabar aquello cuanto antes, que difícilmente la dejarían escapar sin haber hecho lo que Tim la ordenaba, y podían enterarse otros invitados y acercarse. Y ella no se atrevía a desobedecer a Pol, asustada por lo que este pudiera hacer, la bofetada pesaba sobre su ánimo. Y la actitud del grupo, aún más; la estaba diciendo de forma indubitada, de parte de quién estaban, ya había pensado que pudiera escaparse si lo pretendiera, y cada vez estaba más segura de no lograrlo. Todos querían verla pidiendo perdón, era un espectáculo insólito y perturbador, y apoyarían a Pol si trataba de imponérselo. Pero no quería hacerlo, no podía.

.- Pero debería hacerlo delante de todos. Que sirva de ejemplo y escarmiento a todas las que son como ella. – Era otra chica quien lo decía, haciendo temblar a Tracy, asustada de que quisieran llamar a los demás, o peor aún, llevarla al salón. Sin duda habiendo mucho de diversión a su costa, ella sentía que existía un fondo de intención y requerimiento que quería ver cumplida la exigencia de Tim. Miró a su alrededor, asustada, como buscando, otra vez, un camino de escape, pero lo que encontró fue la mirada de Pol. Supo que no iba a escapar y si lo pretendía, lo que conseguiría sería algún latigazo más, y ahora en presencia de todos. Y lo peor de todo, además de la humillación, era saber que nadie estaría de su parte, que, incluso jalearían el latigazo, indiferentes al dolor que produjera en ella. Y quizás no fuera el único.

Pensó que Pol no podía ensañarse con ella, que si la pegase demasiado acabaría rompiendo la diversión, no se lo permitirían. Se vio en el suelo, azotada con saña hasta conseguir que Pol se detuviera.

Obnubilada y como en una nube, se arrodilló al lado de Tim, lo que provocó el silencio expectante a su alrededor, lo que, a su vez, creo más consternación y temor a ser descubierta por otros invitados, como si el silencio llamara más la atención quelas voces anteriores, y no estaba equivocada. Quiso acabar.

.- Tim, te ruego me perdones por mi comportamiento de esta mañana. Lo siento mucho.

.- Supongo que te das cuenta que para que te perdone tienes que cumplir una penitencia.

.- Sí, Tim. – Lo decía para acabar.

.- Como no soy vengativo, quiero que sea algo que sea grato para todos, y conociéndote, mucho más para ti. Levántate. – Tracy lo hizo, quedando al lado de Tim, aliviada pero avergonzada, sin atreverse a escapar, y que la perdieran de vista. – Ve a por unas tijeras y vuelve con ellas. Ve corriendo, no quiero esperar.

Tracy se dirigió hacia la zona de servicio.

.- Corriendo, coño frio, corriendo te he dicho. – Tuvo que comenzar a correr, mientras los chicos reían, y añadían palmada al coro de voces animantes y satisfechas, y ella se sentía cada vez más humillada y sin atreverse a plantar cara a ese mocoso.

Llegó a la cocina y pidió unas tijeras. Ni siquiera se atrevía a mirar a los criados, temiendo encontrarse con su sonrisa burlona. Mientras esperaba volvió a pensar en no regresar, pero se sentía incapaz de enfrentarse al grupo de chicos, llamando más la atención de todos los demás. Se dijo que lo mejor era acceder con deportividad, como quien tiene que cumplir con una apuesta perdida. Trataría de hacerlo.

Le dieron unas tijeras grandes, de cocina. Regresó con ellas, también corriendo para no recibir otro apercibimiento de Pol o, peor aún, de su amigo, y para tratar de acabar cuanto antes y con menos testigos. Al llegar vio que había más gente. Estaba claro que se debía haber corrido que allí ocurría algo y querían verlo. Entregó las tijeras a Tim.

.- Bien. Aunque no me parece que sean las más adecuadas, pero servirán. El chico se había colocado al borde de uno de los dos capiteles de adorno que estaban a ambos lados de la puerta de entrada al salón desde el porche. – Sube al capitel. – Tracy lo hizo, quedando unos 40 cm del suelo.

Para sorpresa de todos Tim cogió el borde de la falda de la chica y, con toda tranquilidad, comenzó a cortarla.

.- ¿Qué haces? – Por un momento Tracy fue a impedirlo.

.- ¡Quieta, coño frió! – Tracy paralizó su movimiento, mientras Tim continuó cortando.

La falda de Tracy, de acuerdo con la moda, era corta, casi a medio muslo, por lo que cualquier corte supondría dejarla mostrando mucho más de lo debido, además de estropearla, pero no era esto lo que importaba a Tracy, que nerviosa y humillada, no se atrevía a bajar del capitel y acabar con aquello. También había olvidado la intención de aparentar complicidad y actuar sin demostrar contrariedad.

Tim estaba cortando por un lateral llegando muy arriba. Tracy, que seguía la acción, se percataba de lo que eso podía significar, pero no pensaba que el chico siguiera cortando desde esa altura horizontalmente, pero fue lo que hizo, con lo que la falda quedaba cubriendo el centro del cuerpo, hasta un punto ligeramente más bajo de la entrepierna.

Después seguiría por la parte trasera, esta vez el corte sería aún más alto y menos recto, más redondeado, por lo que dejaría una parte de las nalgas al desnudo sin llegar a cubrir las mollas de los carrillos, lo que equivalía a dejar visible la parte baja del culo y el tanga que cubría desde atrás el coño de Tracy y la tira de tela que después se introducía entre las nalgas. La chica se daba cuenta de lo que podía estar sucediendo y de que estaría enseñando el culo. Acabado el corte Tim ofreció el trozo de tela.

.- ¿Quién quiere un recuerdo? – Una chica se lo quedó.

Pero ahí no acabaría, Tim, después de entregar el trozo de falda, con toda tranquilidad tiraría de la cinta del tanga, lo que sorprendió y perturbó a Tracy. Aquello era pasarse demasiado. Protestó.

.- Tim, ya está bien. – Se atrevió a intentar bajar del capitel, pero el chico se lo impidió.

.- ¡Quieta! ¿No vas a aprender nunca? Esto es un castigo que tienes que cumplir. – De nuevo se había hecho el silencio para presenciar el espectáculo. A Tracy el silencio le pesaba aún más, era como dejarla sola en el cetro de atención. Quedó quieta, sin atreverse a intentar escapar.

Tim tiraría, de nuevo, de la cinta del tanga, haciendo que la prenda se corriera hacia atrás, y que Tracy se crispara. Luego, él la cortaría por la parte superior de la raja del culo, recibiendo el aplauso de los presentes, mezclado con felicitaciones a Tim y muestras de entusiasmo.

Tracy no se dio cuenta del efecto de esa acción al quedar la cinta sujeta entre las nalgas, hasta que notó como el chico actuaba por delante, ella intento defenderse de la elevación de la falda., recibiendo la inmediata respuesta del joven.

.- ¡Quieta! ¡Pon las manos detrás de la cabeza!

Tracy comenzaba a estar tan nerviosa y alterada que sentía ganas de llorar. Llevar las manos detrás de la cabeza suponía, además de una nueva humillación, quedar más expuesta, menos defendida. Sabía que si esperaba solo conseguiría animar más las peticiones de los chavales y, acaso, de los demás, y retrasar el final. Capituló, poniéndose como se la requería.

Notó como Tim actuaba por delante de su cuerpo, a la altura de la entrepierna, lo que la tenía cada vez más perturbada. Cuando quiso reparar en lo que hacía había cortado también el tanga por delante. Tiró del trozo de tela que se correspondía con la cobertura del sexo.

.- ¿Quién lo quiere? – Esta vez fueron muchos más los pretendientes, como fueron más las risas, aplausos y vítores a Tim.

Tracy había quedado con una falda recortada y que a duras penas cubría el coño por delante, y por detrás con los bajos del culo desnudos y el coño entre ellos. La verdad es que la joven tenía un culo más que apetecible, por lo que estaban justificadas las muestras de complacencia de los presentes.

.- Da una vuelta, que todos puedan apreciarte bien. – Lo primero que quiso hacer Tracy fue descender los brazos. – Mantén las manos detrás de la cabeza hasta que yo te de permiso para que las bajes. – Avergonzada y humillada, tuvo que volver a llevar las manos detrás de la cabeza y, después, girar sobre sí misma, para que todos pudieran apreciar cómo había quedado.

La vuelta fue acompañada con muestras de entusiasmo de los presentes, hacia ella, hacia su culo y hacia Tim, que la ordenaría dar otra más. Consiguiendo el aplauso generalizado.

.- Ya puedes descender del pedestal, coño frío. Espero que alguien te lo sabrá calentar…, o acaso el culo, que tanto éxito está teniendo. Yo voy a coger una vara por si es necesario calentártelo también con otra clase de golpes. – Los presentes reían divertidos y animantes. Mientras Tim comenzaba a aparecer como un clon de su amigo.

Tracy, que había descendido del capitel, no se había atrevido a bajar las manos, que mantenía detrás de la cabeza, poniendo de manifiesto su sometimiento al chico, mientras los demás la contemplaban sonriendo divertidos y ella trataba de buscar un refugio que no encontraba.

Por fin Tim la permitiría bajar los brazos. Lo primero que hizo Tracy fue intentar saber cómo había quedado. Por delante podía verlo, por detrás llevó las manos al culo, le pareció que el trozo de falda no llegaba a cubrirlo, tiró de él hacia abajo. Luego quiso huir, ir a cambiarse, no quería, no podía, no debía permanecer de ese modo, pero Tim la cogería por el brazo.

.- ¿A dónde vas?

.- Déjame.

.- Esto es un castigo que vas a cumplir durante toda la tarde. Y es un castigo público, salvo que yo te permita otra cosa, siempre con causa justificada, como puede ser que alguno de nuestros amigos quiera solazarse contigo.

La propuesta de Tim recibió la enfervorecida acogida de los presentes, y la sonrisa excitada y complacida de Berta, aunque supiera que no debía permitirlo si no quería que la fiesta acabara como la de la noche anterior. Pero la excitación era superior a la prudencia, y no solamente deseaba presenciar la exhibición y humillación de Tracy, la hubiera apetecido ver como alguno de los invitados se solazaba con su amiga. Ella pensaba hacerlo con Pol. Pero con la diferencia de que ella lo haría en privado, o eso pensaba.