L 27

Fiesta en el campo V

27 Fiesta en el campo V

Llegar a casa de su amiga, ir vistiendo de la forma en que iba, suponía otro trauma a pasar por L. Ese fin de semana tan deseado, se estaba convirtiendo en el peor de su vida. Y quedaba la llegada de Martin. Solo por eso quería, tenía, que escapar de allí. No podía verle, no podía verla. Pero estaba condicionada, temía a Pol y a la señorita, éste por lo que pudiera hacer delante de todos sus amigos y a la señorita porque sabía que no dejaría impune una acción tan contraria a los comportamientos que le eran obligados, y el castigo sería mucho más severo al tener como causa una conducta fuera del club, y más difícil de controlar por la señorita.

Con esos condicionantes, L pensaba en las posibilidades que tenía para dejar aquel lugar, sin encontrar solución, solo podía cortar con todo aquello y escapar en un descuido de Pol, y si lo lograba, jugándose la respuesta de la señorita, que la habría y no blanda, tendría que encontrar a alguien que la llevara a coger un tren o un autobús, y la dejara dinero. Ni siquiera tenía su bolso.

Después de lo ocurrido no podía estar allí cuando llegara Martin, y no sabía cuando llegaba. Si estuviera ya… y la encontraba tal y como estaba… No quería pensarlo, y mucho menos pasar por ello.

Y si sus pensamientos se centraban en evitar aparecer tal y como iba, escapar, no encontrarse con Martin, lo peor era que admitía la situación en que estaba y su dependencia y sometimiento a Pol. Y si la manera en que se presentaba la humillaba ante todos sus amigos, peor sería la difusión de “marrana” como modo de llamarla, que comenzaron a emplear con total naturalidad los que estuvieron con ella la noche anterior, y que pronto se difundiría, medio en broma medio en serio, entre los demás. Y quedaban las fotos, que L tenía pocas dudas que Pol mostraría o regalaría a sus amigos, lo que equivalía a que enseguida estarían en conocimiento de casi todos.

“Desnuda… mostrándome, tocándome. Con el enano… subido encima… Es horrible.”

El día era estupendo, por lo que las chicas se habían vestido para aprovechar el buen tiempo, pero para nada como L que aparecía incorrecta e indecente. Ahora, al tener que presentarse y saludar a la anfitriona, su incorrección se hacía más patente. La puerta de la casa estaba abierta, por lo que entraron sin más. Pol parecía saber por donde ir, su amigo le seguía, L trataba de ir detrás, pero Pol la diría que pasara delante. Se cruzaron con una criada, que miró a L de arriba abajo, con una expresión que decía lo que suponía aparecer de la forma en que iba.

Pol preguntó por la señorita Berta.

.- Creo que está en el salón.

.- Gracias, vamos, marrana.

.- ¡Pol! Por favor. – La criada tenía que haber oído, haciendo que L reaccionara.

.- ¡Déjate de tanto remilgo! Quiero que te comportes con naturalidad, sin tratar de aparentar lo que no eres.

.- ¡Con esta ropa!

.- Te recuerdo que es tú ropa. Y te muestra muy bien, como tú mereces.

Pasaron al salón. Allí estaba Berta charlando con dos amigas. Iba a ser la anfitriona quien ofreciera a L un rayo de esperanza. Ya tenía noticias de lo ocurrido la noche anterior, sin acabar de creer que hubiera sido como lo contaban. Cuando pasaron al salón, Berta, que estaba atenta a ver quien llegaba, no pudo evitar una expresión de sorpresa e incredulidad. Sin duda aquello tenía que ser obra del impresentable de Pol.

Berta conocía la relación que existía entre L y Martin, por lo que resultaba aún más sorprendente que hubiera sucedido lo que se decía, pero también era sorprendente ver a L con Pol. Pensó en que habría roto con Martin. Fue hacia ellos. Según se acercaba y se hacía más visible y apreciable la forma en que L iba vestida, y los aditamentos que mostraba, la chica iba asombrándose y después escandalizándose y enojándose, primero con Pol y luego con L, aunque quisiera disculpar a esta, pero había cosas que no podían ser obra del muchacho sino de la propia L o de algún otro. Miró el falo grabado en el muslo y el chorro que salía de él, sin comprender cómo podía haberse puesto algo así. Y si no había sido ella, cómo se había prestado a que se lo grabaran, aunque, normalmente, lo llevara oculto por la ropa.

“Será de los tatuajes que se quitan. ¡Pues que se lo quite!”

Pero el resto de aditamentos no iban a la zaga del falo. El cencerro, también con forma de falo, y que aparecía colgando por fuera de los pantalones, y que ya no parecía tan pequeño, al revés, L le sentía demasiado grande, lo mismo que sus repiques demasiado sonoros y continuos, al tintinear con el movimiento de L, sin que nada atenuara el sonido, y que llamaba la atención hacia la zona donde colgaba, que, a su vez, se veía pintada con algún signo en rojo. Y la propia ropa, inapropiada e indecente, con la camiseta que dejaba la parte inferior de las tetas al descubierto y los pantalones que hacían lo mismo con el culo y, lo que era peor aún, con el coño que no cubrían completamente. Y las sandalias, con los tacones muy altos, que parecían ofrecer el culo e incrementaban su contoneo, dando al conjunto el toque definitivo de desgarro e insolencia.

“¡Y que se cambie! No puede estar así. Y si no quiere… o no puede, que se vaya.”

Berta se iba irritando con lo que veía.

.- Hola, Berta. – Saludaba Pol, con el desenfado de siempre.

.- Seguro que tú estás detrás de todo esto. – No sabía la causa pero achacaba a Pol lo que veía, aun sabiendo que no podía ser el autor de todo ello, pero en él personificaba a los culpables, y no quería que siguiera sometiendo a L a sus caprichos. Tampoco comprendía por qué esta lo toleraba. Tenía que hacer que se cambiara, no quería tenerla en casa de esa forma.

.- Lo siento, Berta. – Era L quien confusa y humilde se excusaba, dando a entender que no era suya la culpa, lo que animó aún más a su amiga a insistir ante Pol.

.- Pol, aquí, al menos, compórtate y deja en paz a mi amiga, tú y tu grupo de golfos. Espero que mi hermana os mande donde os corresponde. Y si no, como os paséis, lo haré yo.

.- Menudo recibimiento, menos mal que Viky – era la hermana – no se te parece. – Pol recibía encantado unas censuras que le halagaban por todo lo que significaban como reconocimiento de su poder sobre L.

.- Tengo que hablar con ella.

.- Harás bien, a ver si se te pega algo.

.- Mira, Pol…

En ese momento se acercó una criada en busca de Berta, que tuvo que atenderla, dejando inconcluso lo que tenía todo el aspecto de ser una diatriba contra el chico.

.- L, enseguida vuelvo. Espérame. – Miró a Pol con expresión que decía de su enfado.

.- Claro. Gracias, Berta. No te preocupes por mí.

.- Y tú ¿de qué te ríes? – Berta se dirigía a Tim, al pasar a su lado.

.- Hola Berta, estás muy guapa, como siempre.

.- Y tu muy golfo, como siempre.

.- Se hace lo que se puede.

.- Menos mal. Al menos habrá uno que no haga nada.

L y los chicos pasaron junto a las dos chicas que estaban con Berta, ambas conocidas de L, Pol saludó con una sonrisa de oreja a oreja, como si la conversación con la anfitriona hubiera sido lo más amable y normal, en cambio, L lo haría con la confusión y aturdimiento de quien se sabe en falta, sintiéndose observaba y reprobada.

Pol se encararía con ella, sin importarle que las chicas pudieran oír lo que dijera, que ya no sería mucho al irse alejando, pero que aturdió a L, que quiso avivar el paso, para recibir la inmediata réplica de Pol, que la detuvo con un: ¡Quieta, marrana! Que dicho con voz dura y contundente, descompuso a la joven.

.- Por favor, Pol.

.- Como vuelvas a tener una salida de pata hago que te acuerdes. Pórtate como sabes que quiero que lo hagas o distribuyo las fotos ya, y tu amiga se va a enterar de cómo eres realmente. Y veremos a quien dice que se porte correctamente. Estarás aquí tal y como yo quiera, sin que nadie cambie lo que yo haya decidido para ti. ¿Entendido, marrana?

.- Sí, Pol. – La voz de L era apenas audible. – Más atenta a las chicas, a lo que pudieran oír, que a lo que dijera Pol.

.- Ahora te dejo, para no tener que oír a tu amiga, y ya sabes, que no tenga quejas de ti. Y, por supuesto, no hagas nada que pueda suponer cualquier variación a mis órdenes sin mi previo consentimiento. Bueno, como quiero ser generoso contigo, puedes acceder a cualquier demanda que suponga complacer a los invitados… e invitadas, si es que les apetece una puta. Si me entero de cualquier comportamiento inadecuado, además de partirte la cara, ibas a saber lo que es bueno, y lo iban a saber todos.

.- Berta, no puede estar a gusto viendo cómo voy vestida. Deberíamos tener la deferencia…

.- Si te dijera algo, dila que hable conmigo, yo la explicaré por qué vas así. Si lo traías sería para ponértelo. Vas como te corresponde y a nadie tiene que extrañar que una puta se vista de puta. Ven.

.- Pero Berta ha dicho que la espere.

.- Por eso quiero que vengas conmigo, así evitamos posibles influencias poco adecuadas, ya sabes, las malas compañías.

Pol se había percatado que no era conveniente que dejara incontrolada a L, que tuvo que seguirle, perdiendo la posibilidad de cambio que suponía que su amiga quisiera que no fuera como iba. Pero, sobre todo, lo que aterraba a L era la posibilidad de encontrarse con Martin.

El chico se dirigió hacia el jardín, donde estaba una parte de los invitados formando grupos, charlando y tomando un aperitivo, las chicas tomando el sol. Otros habían salido a dar un paseo por la finca.

.- ¿Qué haces, marrana? No te quedes atrás. Todos querrán verte. – Eso era lo que más temía la joven, que se vio obligada a pasar delante de Pol. – Y menea ese culo de zorra. – Y ella lo haría, asustada de que él siguiera con sus exigencias ante los demás.

ZAS

.- ¡Ah! – Pol había dado un buen azote en el culo de L, de abajo arriba para coger la parte desnuda con toda la mano, al tiempo que ordenaba con firmeza:

.- ¡Mejor! – L ya lo hacía, meneando el culo con desvergüenza, mientras escuchaba la risa, apenas contenida, de Tim.

La presencia de L y Pol era esperada. Los que estuvieron en el concurso de baile no habían dejado de hablar de L, y los chicos no habían parado de contarse lo que hicieron con ella, y las chicas lo puta que era. Su llegada y, sobre todo, la forma en que llegaba, ofrecieron la prueba definitiva de la veracidad de lo que contaban sobre ella, y las posibilidades que ofrecía.

L, miró, con temor, a su alrededor, para comprobar que no estaba Martin. No le vio, lo que supuso una primera relajación. Luego, no pudiendo escapar, casi inconscientemente buscaba alguien a quien aproximarse, alguien que le ofreciera un refugio que permitiera eludir a Pol, pero no encontraba a ninguna de sus amigas. Sabía que Tracy estaría en la fiesta, pero no sabía cuando llegaba. Ella podía ayudarla, pero contarle lo que pasaba con Pol resultaba demasiado humillante, el resto, simplemente, no podía, aunque cuando la viera tal y como iba algo debería explicar. Pero, ¿qué decir?

.- Te quiero tener siempre a mi alcance, verte y verte cerca, si tuvieras que alejarte, por la razón que sea, vienes a pedirme permiso antes. ¿Entendido, marrana?

.- Sí, Pol.

Al menos podía estar sin tenerle al lado. Aunque permanecer entre sus conocidos con la pinta que llevaba era algo que la abochornaba. Su esperanza estaba en la anfitriona, y que esta obligara a Pol a que la permitiera cambiarse. Pero, ahora tenía que continuar como estaba y aguantar la vergüenza, huyendo de aquellos que habían estado en la juerga nocturna, a quienes evitaba en cuanto los reconocía.

Tim había ido en busca de sus amigos, estaba ansioso por contar lo de la noche anterior y ofrecerles a L, a quien comenzaba a ver de una forma similar a Pol, casi como algo que le perteneciera y pudiera hacer lo que quisiera con ella, por supuesto ofrecerla a sus amigos.

Pol, en cambio, buscaba la compañía de los mayores, con quienes podía codearse y hablar de mujeres con el conocimiento que da la experiencia. Como fuera bien recibido, a tenor de lo que se decía de él y que quienes no lo habían presenciado querían conocer, se sentía a sus anchas, al tiempo que se percataba que no podía dejar suelta a L, tenía seguir demostrando su poder sobre ella, y esta se daba cuenta de lo que estaba pasando y de que el interés que suscitaba Pol dependía de ella, lo que haría más difícil poder desvincularse del chico.

L se sentía en boca de todos, y sin poder escapar trató de ocultarse sentándose con un grupo para estar menos mostrada. No había nadie de los que estuvieron en el concurso la noche anterior y eso fue el motivo para acercarse, aunque lo formaran bastantes amigos de la hermana de Berta y, por tanto, de los más jóvenes. Durante un rato estuvo más distendida, sobre todo desde que supo que no habían visto las fotos del striptease. Nadie había visto a Martin, lo que tranquilizó más a L.

Pronto se conocería la presencia de L en la casa y se comentaría el modo en que iba vestida, que todos querían contemplar. Ellos por lo que suponía de poder verle el culo y casi las tetas y ellas por cerciorase de lo golfa y desvergonzada que era. Con ello volvieron a surgir los comentarios y revelaciones sobre lo sucedido la noche anterior. Todo ello haría que se fueran acercando al grupo donde estaba L. Al cabo de un rato Pol se uniría también al grupo, queriendo estar al tanto de su presa y rompiendo la relajación de L, ya muy disminuida.

Si los chicos querían verla y comentar cómo iba y lo sucedido la noche anterior, las chicas disfrutaban poniéndola verde, y las más malévolas querrían sacar partido a la situación de L,  queriendo hacerla aparecer como una especie de fulana, que no debía formar parte del mismo colectivo que las demás, tratando con ello de eliminar una competencia que se había demostrado demasiado difícil de superar. Y algunas iban a pasar a una acción más decidida contra L, aprovechando la oportunidad que esta les brindaba. Lo que se contaba de la noche anterior y el modo en que L había llegado esa mañana, que venía a disipar las dudas que se tuvieran sobre su veracidad, ofrecían la ocasión de hacerlo.

Para quienes se atrevieran a sacar partido a la situación, lo que se decía sobre el sometimiento de L y su rendición ante las exigencias que tuvo que soportar, eran precedentes que les animaban a continuar con lo sucedido la noche anterior, y tratarían de seguir exigiendo a la joven. E iba a ser una de las contrincantes de L en su interés por Martín quien se descarara con ella.

.- En aquel grupo está una chica que queremos que avises para que venga. Quizás te hayas fijado en ella, lleva unos shorts que dejan ver el culo, y una camiseta de la que asoman las tetas por abajo. Dila que venga. – La chica se lo decía a una criada.

.- ¿Cómo se llama, señorita?

.- Marrana. – La chica que estaba con la que había hablado a la criada miró a su compañera con sorpresa, no pensaba que quisiera que la criada empleara ese término para preguntar por L, pero eso era precisamente lo que su amiga deseaba. – Acércate y di que la llaman, y la traes. Iremos andando hacia la pequeña fuente.

.- No se enfadará si digo eso.

.- Es la forma en que se la conoce. No te preocupes.

.- ¿Es una…?

.- ¿Puta?

.- Bueno…

.- Sí.

.- ¡Ah! ¿No me estarán embromando?

.- En cuanto la veas sabrás quien es y lo que es, no tendrás dudas. No te preocupes. Ve y tráela contigo. ¿Cómo te llamas?

.- Ade, señorita.

La criada iría a buscar a L. A pesar de que tenía bastante desparpajo se acercó un poco cohibida por la misión que le habían encomendado. Al ver a la joven de las tetas sobresaliendo de la camiseta, se animó, desde luego parecía una fulana, al menos vestía y se maquillaba como si lo fuera, y no estaba muy limpia, eso la chocó aún más.

.- Perdónenme, pero llaman a la marrana… Así me lo han dicho. – Se disculpaba. – Las miradas, divertidas, confluyeron en L, que no pudo evitar un gesto nervioso, al tiempo que sentía acalorarse sus mejillas.

.- Ya has oído, marrana, se requiere tu presencia.

Alguien hacía el chiste. Pero Pol no se lo tomaría a broma.

.- ¿Quién la llama? – Era Pol quien se arrogaba el derecho a controlar a L, queriendo demostrar su dominio sobre ella y al tiempo conocer si podía permitir que la joven fuera con la criada. Que esta hubiera llegado buscando a la “marrana” era bastante indicativo de que quien la requería no era Berta ni ninguna amiga. También L se daría cuenta de esa circunstancia, pero escapar de allí, y perder de vista a Pol y al resto del grupo era suficientemente atrayente como para que lo hiciera con agrado. Y ofrecía la posibilidad de poder hablar con Berta o intentar escapar.

.- Unas señoritas. Quieren que la lleve con ellas…, si a ustedes les parece bien. – Ahora pedía permiso a todos, como si ir o no ir no pudiera decidirlo solo L.

.- ¿No han dicho sus nombres? – Pol seguía queriendo saber más de quienes llamaban a L.

.- No.

.- ¿Ni para qué la quieren?

.- No. Solo me han dicho que la lleve.

.- Querrán que las enseñes a bailar. – Uno hacía la gracia.

.- Seguro que a follar no lo necesitan. – Que otro la completaba, este obteniendo la respuesta inmediata de una de las chicas.

.- En cambio, a ti te convenía recibir algunas clases, podías pedir que te las dieran.

.- Cuando encuentren el lápiz. – Otra se añadió a la broma.

Por unos momentos, L dejó de ser el centro de atención.

.- Quizás, la marrana te lo encuentre, creo que los marranos la tienen pequeña. Seguro que la marrana pone todo su interés en buscarlo.

.- No se lo aconsejo, de poco le iba a servir.

.- ¿No tiene mina?

.- No me hagáis hablar. – El chico comenzaba una defensa, que, de inmediato, fue asumida por otra chica, para pedirle que continuara.

.- Venga, cuéntanos algo y señala a alguien, que nos quite la duda.

.- No hay duda. – La primera volvía a la carga.

.- Tú qué sabrás.

.- Si yo te contara…

.- Pero, qué vas a contar tú. ¡Qué más quisieras!

.- Eso es lo malo, no puedo contar nada…, ni nadie. ¡Qué más quisieras! – La risa fue general.

La broma iba mosqueando al joven. Al final un amigo quiso cortarla, dirigiéndose a L.

.- Venga, marrana, no hagas esperar a esas señoritas que te requieren.

.- Si te requirieran a ti podían esperar sentadas. – Era la anterior chica que continuaba, ahora con el que había salido intentando distraer la atención sobre su amigo. – De nuevo las risas.

.- Pero bueno, ¿qué os pasa?

.- Que se os va la fuerza por la boca y no llega más abajo.

.- Y encima queréis presumir.

.- Eso quisieran ellos, pero lo único que pueden es imaginar.

.- Seguro que con la marrana imaginan un mogollón.

.- Aprovecharos ahora para coger ideas para esta noche. Anda, marrana, déjate ver a estos “imaginativos”, que precisan estímulos.

L, había permanecido quieta y callada, no sabía qué hacer ni que decir, las bromas dirigidas al chico habían desplazado la atención hacia este, pero ahora, otra vez en el punto de mira, temía convertirse, de nuevo, en protagonista. A pesar de lo que suponía acompañar a la criada de obediencia a una orden que no tenía por qué cumplir, al tiempo que volvería a mostrase ante todos los presentes, que podrían apreciar todo lo que las prendas que llevaba no lograban tapar, el deseo de escapar de allí y la idea de poder aprovechar esa lejanía, conseguían que quisiera ir con ella.

En un gesto, que surgió instintivo, miró a Pol, de inmediato se percató que no debería haberlo hecho, que al hacerlo estaba poniendo de manifiesto ante los demás su dependencia del joven, y este no era quien para decidir lo que debería de hacer, pero había hecho el movimiento quedando dependiente  de él, ya no podía dar marcha atrás y no se atrevía a hacer lo que se la requería sin que él lo aprobara, y mucho menos negarse a hacerlo. Por su parte, Pol recibió la mirada con un gesto de suficiencia y comprensión, como si fuera lo debido y normal entre ellos.

.- Anda, ve con… - ¿cómo te llamas? – Preguntaba a la criada.

.- Ade.

.- Ve con Ade y atiende a las señoritas que te requieren. Y haz lo que te manden, no quiero quejas. Ade, llévate a la marrana.

.- Sí, señorito. Ven conmigo, marrana.

Los acompañantes de L difícilmente controlaban la risa.

.- Ve marrana. – Era Pol, ordenando con firmeza. – Ade, vigila a la marrana, y no la permitas que se desmande. No dudes en avisarme de cualquier comportamiento inadecuado… Y diles a las señoritas con quienes la llevas que también me avisen. Con que las digas que soy Pol ellas ya sabrán lo que tienen que hacer.

.- Como usted mande.

L escuchaba roja de vergüenza. De nuevo vencida y deseando escapar de aquellos comentarios. Se levantó, quedando a la vista esos pantalones que casi mostraban el coño, y por detrás un culo marcado por las señales de unos azotes.

L siguió a la criada en silencio, queriendo alejarse de sus amigos y dejar de escuchar los comentarios sobre ella. Sin saber quien la llamaba, ni que deseaba de ella. Iba alicaída, sintiéndose sometida por una criada y escarnecida y ridiculizada por sus amigos. De nuevo pensando en la manera de escapar de Pol y huir del lugar. Alejarse de Pol ofrecía la oportunidad de buscar a Berta y, con ello, la de poder escapar. Ya estaba atenta a conseguirlo.

Anduvieron por un camino, hasta tomar otro que conducía a un pequeño estanque, era una zona alejada de la casa y fuera de los paseos más concurridos, allí esperaban las dos chicas que habían enviado a por L. Cata y Dalia eran amigas y la primera especial rival de L, cuando no enemiga, pero trataban a L con cierta asiduidad.

Cata había sido quien propusiera esa reunión a su amiga. Estaba interesada en Martín por lo que también lo estaba en desprestigiar a L ante él, de hecho, había intentado, en varias ocasiones, pisárselo, lo que no había conseguido. Sin existir una abierta contienda entre ellas, había una clara rivalidad, que alguna vez se había traducido en hostilidad, de la que siempre había salido L vencedora, era más lista y guapa, y tenía todas las de ganar. Ahora se presentaba la ocasión para Cata de cambiar la situación y no quería perderla.

Desde que escuchara las primeras referencias a lo sucedido la noche anterior había tratado de enterarse de todo lo que pudiera. Sabía que si fuera cierto lo que se contaba L habría perdido todas las oportunidades con Martin, pero había algo más, ahora podía no solo de deshacerse de su rival, también dominarla y humillarla. Si L había soportado la noche anterior bien podía seguir soportando ahora. Lo comentó con su amiga, que no era tan optimista, pero que se apuntó a intentar repetir lo sucedido. Cuando la vieron llegar se miraron, sonriendo satisfechas.

L, al ver a su rival, se dio cuenta de lo que podía suceder, percatándose que la otra tenía la oportunidad de quitarla de en medio y que querría intentarlo, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, no solo no podía oponerse, sino que acudía a presentarse ante su llamada, como si tuviera poder para convocarla, y había empleado esa forma de referirse a ella, impropia y además, realizada a través de una criada, como si fuera la manera normal de llamarla, desproveyéndola de cualquier contenido jovial que pudiera restar ofensa al término. Cuando llegó ante ellas, la criada se adelantó a ofrecerla, ya segura del suelo que pisaba y deseosa de agradar a las señoritas, que no a L, a quien quería dejar como lo que pensaba que era y, por supuesto, como inferior a ella misma.

.- Aquí tienen a la marrana, señoritas.

.- Gracias, Ade.

.- A usted, señorita. Me ha dicho un señor que les dijera que le avisen si el comportamiento de la marrana no fuera como debe. Me ha dicho que les diga que es el señor Pol. Ustedes ya sabrían lo que hacer.

Las chicas sonreían ante el comentario, Cata cada vez más decidida y reafirmada en sus pretensiones y segura de poder cumplirlas, mientras a L le sucedía todo lo contrario, viendo como se dificultaba su pretensión de huida o de hablar con Berta, comprendiendo que Cata no iba a facilitar ninguna de las dos cosas y que la indicación de avisar a Pol podía comportar consecuencias graves si el joven tomaba a mal lo que se le dijera.

.- Lo haremos encantadas, si el comportamiento impropio de la marrana diera ocasión a ello. Puedes decírselo al “señor” cuando le veas. – Ambas estaban divertidas refiriéndose a Pol como “señor”, y Cata incidiendo en la consideración de L como marrana.

.- Así lo haré, señorita. ¿Desean algo más?

.- Si esperas un momento.

.- Por supuesto, señorita. – Discretamente, se apartó un poco, pero no lo suficiente para dejar de oír lo que se hablara. Estaba encantada con la petición de quedarse que la permitía evitar el trabajo normal y, además, la situación prometía ser interesante.

.- Dalia, vamos a sentarnos en la rotonda. – Era una pequeña ampliación de un caminito que se alejaba del camino en el que estaban. – Ven marrana. Y tú también, Ade.

.- Como usted mande, señorita.

El trato hacia L era completamente inadecuado. Esa chica no podía mandarla, y menos empleando esa palabra. Pero L, siguió a las otras dos, que iban delante, estableciendo una diferencia entre ellas, y notando detrás a la criada. Llegaron a la pequeña rotonda, tenía dos bancos, uno enfrente del otro. Las dos chicas se sentaron en uno, L fue a hacerlo en el otro.

.- Marrana, quédate en pie delante nuestra.

.- Pero, Cata…

.- Marrana, queremos que atiendas a lo que vamos a decirte. No te distraigas.

Podía atender sentada justo a ellas, quería decirlo, intentar decirlo, otra vez, pero no lo hizo, solo habló para aceptar tácitamente su situación.

.- Decidme.

La criada permanecía próxima, esperando lo que quisieran de ella, y ya entretenida con lo que preveía iba a surgir con la marrana. Y Cata comenzaría a exponer lo que querían de ella.

.- Marrana, como se te alcanzará, hay quienes están preocupadas por tu presencia en esta casa.

.- Cata…

.- Marrana, calla y atiende, después podrás decir lo que desees, siempre y cuando lo hagas adecuada y educadamente.

.- Cata…

.- ¡Marrana! ¡Calla! Y atiende. Lo que se comenta de tu comportamiento supera todo lo se podía esperar de alguien carente de cualquier tipo de dignidad y vergüenza.

.- ¡Cata…!

.- ¡Calla, marrana! ¡No me vuelvas a interrumpir! Tememos que pretendas continuar con esa conducta completamente bochornosa y degradante.

.- ¡Cata…!

Cata se incorporó, L no esperaba la reacción.

ZAS

.- ¡Ah!

La bofetada cayó con virulencia sobre la mejilla de L. Cata, que había escuchado como una chica, la noche anterior, supo someter a L, no quería ser menos, y conociendo la forma en que se comentaba que aquella lo había conseguido, actuaría de un modo similar para lograr forzar a L, con la idea de dominarla, colocándola en una situación que la permitiera actuar hasta dejarla vencida.

.- Estabas avisada. No vuelvas a hablar mientras yo lo haga. Te he dicho que atiendas.

Cata se mantuvo un momento ante L, mirándola, para evitar cualquier reacción insumisa, mientras esta permanecía en pie, aturdida, roja de vergüenza, humillada ante las dos amigas y la criada. Podía irse, tenía que irse, no podía tolerar aquello, pero Pol la había enviado y si se enteraba de su desobediencia, y se enteraría, las consecuencias serían mucho peores para ella, y permanecía inmóvil, como si estuviera imposibilitada para caminar. Cata, que se mantenía atenta, cuando contempló como la joven bajaba los ojos, supo que no plantaría cara, y se volvió a sentar, continuando con lo que estaba diciendo, como si nada hubiera pasado, para, de inmediato, plantear otra exigencia humillante e inaceptable que acabara de doblegar a la marrana.

.- Como comprenderás, la forma en que te has presentado en esta casa, no avala una conducta adecuada ni educada. Por cierto, quítate los pantalones, que examinemos el colgante. – Cata actuaba con la casi seguridad de saber sometida a la joven, que había soportado la bofetada sin ningún gesto de rebeldía, por lo que continuaba demandando, haciendo que sintiera su poder sobre ella y asegurándose el sometimiento de L.

L fue a protestar, no quería quitarse los pantalones y menos ante aquellas chicas, ni ante la criada, y podía llegar alguien más. Debajo no llevaba nada, por lo que quedaría desnuda desde la parte baja de las tetas para abajo, mostrando el colgante, y lo que era peor, las marcas del sexo, la mención a la hembra y los números. Era un desnudo descomedido, vejatorio, propio de una fulana, y L así lo sentía, haciendo que estuviera aún más insegura y vacilante. Miró a Cata, pero bajó los ojos avergonzada, prefería evitar mirarla, no ver en su cara la expresión de su superioridad, de su dominio sobre ella, que se mezclaba con el gesto detractor y despectivo. Pensó qué hacer. No debía obedecer, nadie podía mandarle quitarse los pantalones, pero si no obedecía... La imagen de Pol aparecía. Si se enteraba sería mucho peor. Por su mente pasó la idea de que la obligara a hacerlo ante todos, pero Berta no lo toleraría. Ya comenzaban a entremezclarse los pensamientos asustados, pero veraces, con las ideas que solo pretendían una justificación a su rendición. Sabía, pero no quería reconocerse, que si no obedecía podría recibir otra bofetada, y que era Cata quien estaba venciéndola, sometiéndola.

.- ¿No has oído, marrana? – La voz de Cata era exigente y enfadada.

Pero, cómo iba a desnudarse ante ella. No podía, era demasiado humillante. Aquella chica no podía ordenarle hacerlo, ni ella estaba obligada a obedecer, al contrario, una orden como esa no era para ser obedecida. L, miraba a las chicas que tenía ante sí, que a su vez la miraban, serias, expectantes, exigentes. No sabía qué hacer, vacilaba, no quería obedecer, pero no se atrevía a enfrentarse, a rebelarse. En ella pesaba la costumbre, los mandatos de la señorita, sus deberes de obediencia, la respuesta de Pol si se enteraba, y sobre todo su debilidad, su falta de fuerza y determinación para oponerse, pero a pesar de todo ello, no quería ceder, no ante esas chicas, no ante quienes eran sus competidoras, ante quienes querían vencerla, verla desaparecer, hacerla perder sus posibilidades, y más las que tenía con Martin. ¡Cómo si aún las tuviera! Si obedecía habría sido derrotada. Por un momento no quería pensar en que ya estaba vencida, que ese misma petición de Cata, esa orden, era demostración de su derrota, solo a alguien rendido podía ordenársele que se desnudara ante su vencedor.

.- ¡Marrana!

La voz, dura, la sacó de sus pensamientos. Miró estremecida a la chica que la exigía, pensó que no estaba tan segura como aparentaba, que ella misma se daba cuenta que se había pasado en su exigencia, su acompañante también parecía sorprendida, mirando a L sin ninguna seguridad de que fuera a obedecer la orden de su amiga, lo que dio apoyo a la actitud pasiva de L, que continuó inmóvil, sin atreverse a oponerse, pero sin hacer lo que se le ordenaba. La chica se levantó, también consciente de que tenía que hacer un gesto que demostrara su superioridad, su autoridad. Lo hizo decidida, queriendo que L se percatara de que no toleraba su desobediencia. L supo que si no obedecía recibiría otra bofetada, por un momento se puso en guardia, tensa, dispuesta a defenderse, miró hacia donde estaba la criada, pensó en huir, pero si la criada la cortaba el paso. Cata estaba a menos de dos metros de ella, que recorrería en un segundo. No podía organizar un alboroto, no después de lo ocurrido la noche anterior, nadie se pondría de su parte, sería otra muestra más de los comportamientos que Cata le achacaba… y Pol respondería. Sentía que la otra era consciente de su debilidad, lo que incrementaba la superioridad y decisión con que actuaba. Supo que si quería escapar indemne, tenía que enfrentarse en ese momento. Cata llegó ante ella.

.- ¡No me to…! – No terminó la frase, la segunda bofetada cayó sobre la misma mejilla, aún más fuerte que la anterior, haciendo que girara la cabeza y echara un pie hacia atrás. Cata tenía que poner en el golpe toda la contundencia de su autoridad puesta en entredicho por la actitud de L,  y del temor a no ser capaz de cortar el conato de reacción que había manifestado su oponente. L quedó como petrificada, solo hizo el movimiento de llevarse la mano a la mejilla castigada.

.- ¡Obedece, marrana!

L estaba aturdida por el golpe y el miedo a que llegara otro. Recompuso la postura, descompuesta por la fuerza del golpe, quedando ante Cata a la misma altura a la que estaba antes de la bofetada, en un gesto que decía de su obediencia inconsciente, de su tendencia a cumplir, a no escapar. Elevó la cabeza para, de inmediato, bajar la mirada. No dijo nada, no intento protestar, defenderse, aunque solo fuera de palabra.  Durante un segundo permaneció quieta, después, como si se supiera en falta, casi sin ser consciente de lo que hacía comenzó a bajarse los pantalones, mientras la chica seguía sus movimientos ante ella. Quedó desnuda desde las tetas para abajo.

.- Sácatelos.

L se los quitó, quedando con ellos en las manos.

.- Déjalos en el suelo. – Los dejó caer. Tenía ganas de llorar. Puso las manos delante del sexo. Cata se había vuelto a sentar, ya completamente segura de su victoria y de que podía continuar con sus exigencias.

.- Marrana, ven aquí. – No podía ser. Esa chica no podía tenerla así. Se acercó un paso, siempre tratando de cubrirse. Quedó a metro y medio de la chica, que la miraba con una mezcla de suficiencia y envidia. Estaba casi eufórica al ver a su antagonista vencida ante ella, y al tiempo, no podía por menos de sentir envidia del cuerpo que se mostraba, con sus formas plenas y voluptuosas, que tuvieron la propiedad de incitarla aún más contra su rival, deseando humillarla.

.- Acércate lo suficiente para que te pueda llegar con la mano. – Cuando se acercó, Cata la daría un manotazo sobre las manos que ocultaban el coño. - ¡Quítalas del coño! Quiero verte sin impedimento. Y no quiero ninguna muestra de insubordinación. No te lo voy a tolerar, marrana. - ¡Y ponte como debes! Con las manos detrás de la cabeza.

L no quería rogar, pero sentía deseos de pedir que no se la hiciera mostrarse. Aunque se supiera lo que llevaba grabado, no quería mostrarlo, ni el colgante. Se aguantó los deseos de rogar, tampoco quería humillarse más haciéndolo. Puso las manos detrás de la cabeza. Pero hacerlo implicaba que la camiseta se elevara dejando las tetas prácticamente desnudas. L lo notaba, sin atreverse a mirar hacia abajo para comprobarlo. Había quedado casi desnuda, con buena parte de las tetas y de las anillas al descubierto y de ahí hasta los pies.

Estaba delante de aquella joven que había demostrado, en muchas ocasiones su poca simpatía hacia L, y con la que había tenido más de una contienda, de la que siempre había salido vencedora y que, ahora, la tenía bajo su férula, desnuda, humillada.

Y sería del colgante del que tirara Cata para hacer que L se acercara más a ella, hasta dejarla frente a sus rodillas, arrastrada por un tirón que echaba el sexo hacia delante, de forma tan insolente como vejatoria y humillante, ignominia que se incrementaba por la postura de las manos detrás de la cabeza.

.- Ábrete bien de piernas. – L separó las piernas. - ¡Hazlo bien! – Exigió Cata. L separó las piernas más, mientras la chica la forzaba empujando con sus dos manos a los muslos, hasta hacer que quedara en una postura molesta y forzada. – Marrana, no me enfades más. – Pero estaba disfrutando de su poder sobre L. Con las manos apoyadas en la parte interior de los muslos de la joven, manteniendo la presión sobre ellos, como si quisiera que los separase aún más, lo que haría L, creyendo que esa era la intención de Cata, y con la complacencia de esta al ver como se doblegaba ante ella, accediendo a todo lo que, pensaba, era deseo de su rival, que mantendría sus exigencias.

.- ¡Estírate! Y mantén la postura como sabes que quiero que estés.

Cata miró sonriente a su amiga, ya sin ningún disimulo, sabiéndose dueña de la situación. Con tranquilidad, examinó y sopesó el objeto que mantenía sujeto, luego diría algo que volvió a alterar a L.

.- Esto de “Hembra” no tiene mucho sentido. ¿Por qué te lo han puesto? – Y sin esperar respuesta, comentó: – Si eres una marrana lo lógico es que llevaras gravada esa condición. ¿No te parece, Dalia? Es lo propio.

L volvía a revivir una escena semejante a la de la noche anterior. Parecía que las chicas querían lo mismo de ella, y en buena parte era cierto, querían humillarla y colocarla como puta. Pero Cata, además, conociendo lo sucedido la noche anterior,  y viendo el resultado de seguir una pauta semejante, estaba tratando de llevar las cosas por el mismo camino, y el éxito daba pie para mantener la misma conducta.

.- ¿Qué pinta Pol en todo esto? – Ahora era Dalia quien preguntaba, curiosa. L estaba tan aturdida pensando que ya se conocía lo que significaba ser una marrana, que no era capaz de encontrar una respuesta a la pregunta de la joven. – ¿Estas atontada? – Y lo estaba, y sin capacidad de reacción, con la única idea en la cabeza de que se supiera que era una puta profesional. – Porque, aunque él quiera aparentarlo, no es tu chulo. ¿Qué haces con él?

.- No… no estoy con él.

.- ¿Por qué te mangonea? ¿Te zurra y eso te gusta? Porque no creo que te haya contratado para el fin de semana.

.- No, no, claro. – Al menos quiso negar que se la pagara, intentando negar la mayor, que era esa puta que la joven indicaba. – Yo no cobro. – La aseveración, que quería incidir en la idea de que no era una puta, hizo reír a Cata y detrás a Dalia.

.- Pues estás bien, encima no cobras, ¿acaso también pagas la cama a los mozos…, bueno, la mayoría no serán tan mozos? O lo que quieres decir es que quien cobra no te da nada, o que lo haces por pura afición. – Volvía a ser Cata quien recuperaba la iniciativa, para, en la burla, volver a insistir en que L era una puta.

.- ¡Ah! Pero… - Calló. No podía preguntar qué era lo que se sabía de ella.

.- Vamos a continuar contigo. Espero que estés más tranquila y obediente. Quiero que te comportes como te es natural, sin pretender ocultaciones ni disimulos. – Miraba hacia arriba.

.- Sí. – L respondió con voz apenas audible.

.- Inclínate, que te vea mejor la argolla que te han puesto en la nariz. – Al tiempo que lo decía tiraba del colgante del coño, que mantuvo cogido, para luego, cuando L se inclinó, coger la argolla de la nariz con la otra mano, tirando también de ella, haciendo que L se sintiera sujeta por nariz y coño. Las tetas habían salido completamente de la pequeña cobertura que  ofrecía la camiseta. Con las piernas abiertas a tope y las manos detrás de la cabeza, con las tetas colgando como las de un animal, y de ellas las anillas, estaba en una postura molesta y violenta, que la menoscababa y quebrantaba, y eso lo sabía Cata, que la mantenía en ella, forzándola a ofrecerse y soportar la humillación y la molestia, que ahora acrecentaba tirando de los colgantes que cogía con ambas manos. – La argolla está introducida en el tabique nasal. – Miraba a L.

.- Sí.

.- Así está más segura. Aquí vuelve a poner HEMBRA 73. Tendrás que explicar a qué viene tanta Hembra. Veo que la argolla no tiene sistema de cierre. ¿Cómo se quita?

.- Con unos alicates especiales.

.- Que tú no tienes, claro. Eso está bien. No deben de ser las marranas quienes puedan quitarse las argollas que se les pongan. – Cata soltó los colgantes y llevando las manos a la camiseta de L tiró de ella hacia la cabeza de L, que tuvo un pequeño movimiento de rehúse que Cata lo cortaría de inmediato y con una sola palabra, que se estaba convirtiendo, no ya en la forma de referirse a L, sino en el mejor modo de mandarla y controlarla.

.- ¡Marrana!

L se tensó inmediatamente, parando cualquier movimiento y quedando inmóvil ante la otra. En la postura en que estaba bastaba con que  alargara los brazos y tirar de la camiseta hacia la propia Cata para que saliera por la cabeza. – Alarga los brazos.

.- ¡Ah!

.- Parece que no sabes decir otra cosa. – Pero L estiraba los brazos, Cata sacó la camiseta e hizo una seña a la criada para que se acercara, cuando lo hizo la dio la prenda. – Recoge también los pantalones.

La criada se llevó ambas prendas. Estaba atenta a todo, aquello era mucho mejor que cualquiera de las fotonovelas que había leído. Cuando lo contara no lo iban a creer. Se alejó, pero quedando más cerca de lo que estaba antes, para no perderse nada. Miraba a L, a las anillas, al colgante que caía de su sexo, al dibujo del muslo, a las marcas del coño, y a las del culo. Todo resultaba casi inimaginable. Había visto piercing y tatuajes, pero esa chica llevaba los más extraños.

"Si que debe ser una puta, eso de hembra 73 tiene que ser una referencia." - Y no se equivocaba.

Sintiéndose vencida por su enemiga, y como si quisiera aplacarla y evitar que tomara represalias contra ella, L volvió a colocar las manos detrás de la cabeza, al tiempo que recuperaba la postura inclinada ante Cata, lo hacía sin haber recibido ninguna indicación, presuponiendo que era lo que se querría que hiciera, y acaso para poder ocultar el rostro, que dejaba caer sobre el pecho,  Cata no la permitiría esa ocultación, por lo que  alzó el rostro con su mano hasta hacer que quedara mirándola, a pocos centímetros del de su vencedora.

.- Permanece así, quiero verte la cara. – La postura era molesta, al obligar a tener que forzar la cabeza para mantenerla mirando hacia el frente. Luego, Cata cogería los colgantes de los pezones, tirando de ellos como antes había tirado de los de nariz y coño, alargando los pezones y llevando las tetas hacia ella, mientras L soportaba el dolor y, sobre todo, la humillación que suponía el hecho y la demostración de su sometimiento, ahora en completa desnudez.

Todo lo hacía Cata para mantener la muestra de su dominio sin dejar que L pudiera pretender realizar un gesto de autonomía, quería tenerla sometida y que lo admitiera, soportando todo lo que quisiera exigirla.

L había quedado desnuda sin apenas darse cuenta, atenta a hacer lo que Cata le ordenaba. Luego pensó en que alguien podía aparecer, después en lo que ofrecía a la contemplación de esas tres chicas, o de quien llegara. No debía estar así, pero no se atrevía ni siquiera a decirlo, a intentar que se le permitiera cubrirse, sintiéndose vencida por su enemiga, a quien quería aplacar, para evitar que tomara represalias contra ella.

.- La verdad es que los aretes de los pezones son curiosos. Son grandes, quizás demasiado, pero resultan atractivos, más excitantes, más de buscona. Son un poco como los tacones altos que hacen un poco zorra. Por cierto, ¿qué altura tienen los que llevas, marrana?

.- No sé, exactamente.

ZAS

.- ¡Ah!

Cata había dado una tercera bofetada a L, esta vez sobre la otra mejilla y algo menos contundente debido a la postura que hacía más difícil lanzar el brazo.

.- Te he dicho que no trates de ocultar nada. Dime. – Pero lo que, principalmente, pretendía la chica era enviar un mensaje a L para mantenerla sometida y que no se le ocurriera pensar, siquiera, en un acto de rebeldía.

.- Aproximadamente 14 centímetros.

.- Esos no son tacones de golfa, sino de muy golfa. ¿No te parece, Dalia?

.- Pero hacen las piernas más largas y sientan bien, aunque deben ser bastante incómodos. ¿Te molestan?

.- No demasiado.

.- Aunque la molesten se tiene que aguantar. Si los tiene que llevar los lleva. Eso no lo decide ella.

.- Ade, haz el favor de llevarte la ropa de la marrana que no ande tirada por el suelo. – Cata quería que la criada se llevara la ropa de L, evitando, de ese modo, que pudiera vestirse de forma rápida si es que llegara alguien. Estaba propiciando el desnudo de la joven y su apreciación como puta ante quienes la vieran desnuda, aún a expensas de crear una situación comprometida y, acaso, molestar a Berta, que no estaría muy de acuerdo con que nadie estuviera de esa forma en su casa. Pero valía la pena intentarlo y acabar de hundir a su contrincante..., su antigua contrincante, ya estaba dejando de verla y considerarla como tal. Ahora quería que los demás la vieran desnuda.

.- Sí, señorita. – Para la criada la orden fue como un castigo, que la privaba de seguir viendo aquel culebrón. - ¿Dónde quiere que la deje?

.- Donde quieras. Pero que la podamos pedir y la traigan enseguida.

.- Sí, señorita. ¿No necesitan nada más de mí? – Pensaba en regresar  y continuar presenciando el culebrón.

.- Si lo necesitáramos enviaríamos a la marrana.

.- Estaré a su disposición.

.- Gracias, Ade. Y tú, marrana, gírate que te vea el culo. – L reprimió otro gemido. Se volvió ofreciendo el culo a Cata. – Ponte como antes. Y con las piernas abiertas a tope, quiero verte bien el culo.

Quien también se volvió fue la criada, sin poder dominar la curiosidad de ver lo que haría la marrana, que se inclinaba ante la señorita, separando las piernas. Pero tenía que irse, aunque lo hiciera despacio y tratando de contemplar lo más posible.

Si la desaparición de la criada supuso un mínimo alivio para L, tener que mostrarse ofreciendo el culo a Cata suponía otra humillación difícil de soportar. Alterada, pero sin fuerzas para desobedecer, se inclinó, sintiendo las manos de Cata que, de nuevo en sus muslos, los separaban más, lo que ella facilitaría, siendo ella misma quien se abriera a tope para realizar lo que aquella deseaba, que luego colocaría las manos en la parte exterior de los muslos de L, subiéndolas hasta el culo, disfrutando de la carne que tocaba, que tenía como de su dominio, mientras L temía el siguiente gesto de la chica, que llegaría de la forma más desvergonzada y humillante, al separar las nalgas con sus manos. L sabía que cualquiera que tuviera un mínimo conocimiento se percataría que el agujero estaba asequible y bien rodado, lo que suponía que era usado con frecuencia, y la joven no iba a detenerse en contemplaciones, pasó un dedo por la raja, provocando un estremecimiento en L, que se convirtió en perturbación cuando se detuvo ante la entrada al agujero.

.- Desde luego eres una buena marrana. – Concluyó conocedora y certera.

.- No la toques, no sea que te pegue algo. Parece que lo tiene sucio.

.- Sí, como corresponde a una marrana y muy guarra. ¿Has visto como tiene el agujero del culo?

.- ¡Ah!

.- ¿De qué te quejas, zorra? Acércate un poco más, Dalia, y míralo. – Dalia se aproximó e inclinándose un poco miró el agujero que su amiga abría para ella separando las nalgas con sus manos. - ¿Qué te parece esta  zorra?

.- Que lo es. – Y Cata mantenía las nalgas separadas como queriendo que la propia L notara la apertura del agujero y así era, el aire se hacía sentir como si fueran unos dedos que lo tocaran, notando como se introducía más allá de la raja de las nalgas, diciendo de esa apertura que daba pie a tratarla de zorra. – Pero, déjala. No la toques. Es un asco.

.- ¿Te has lavado el culo esta mañana, marrana? – Era Cata quien preguntaba.

.- Sí... ¡ah! - ¿Por qué contestaba a esa pregunta?

.- Y te lo han vuelto a engorrinar como a una buena marrana. Temprano empiezas. Me parece que lo de marrana está muy bien puesto. Por cierto, ¿quién te lo ha puesto?

.- No..., no quiero que digáis eso.

.- Lo que debías hacer es no comportarte como una marrana. Claro que, cómo te vas a comportar. Desde luego quien te ha puesto el nombre sabía lo que decía. Tiene razón Dalia, es mejor no tocarte. Ve a la fuente y lávate bien el culo y el coño.

A pesar de que L estaba encantada de poder limpiarse, hacerlo allí y viéndolo las dos chicas, resultaba demasiado humillante, quiso evitarlo.

.- Cata...

.- Marrana, ¿es que te gusta estar sucia? Ve a limpiarte.

Tuvo que hacerlo. A pesar del buen tiempo el agua estaba fría. Para poderse limpiar bien lo mejor sería meterse en el pilón pero eso suponía mojarse demasiado,  y el agua no acompañaba. Se acercó al pretil y se sentó en él. No era lo más adecuado para lavarse.

.- Quítate las sandalias y métete en el pilón.

.- El agua está fría.

.- Pues acaba pronto. Pero lávate bien. Que no de asco tocarte.

Cata se levantó yendo hacia L, que al verla acercarse se apresuró a quitarse las sandalias. Una vez descalza se metió en el pilón. Este no era muy profundo llegando el agua apenas a media pantorrilla, pero estaba fría y la joven lo notaba. También se aproximaría Dalia. Ahora, ante ambas, L comenzó a lavarse, pero llevar las manos al coño ante las chicas no era grato.

.- ¿Quieres que te lo lavemos nosotras?

.- ¡Ah, no!

.- No pienses que yo voy a lavar el culo a esta guarra. – Era Dalia quien respondía con contundencia.

L tuvo que lavarse. Primero el coño. Quiso hacerlo con presteza y levedad, pero Cata no se lo permitiría.

.- Marrana, lávate bien, que quede bien limpio por dentro y por fuera. No comprendo cómo puedes ir así. Arrodíllate en el pilón. – L, lo haría. – Pero vuelta hacia afuera. – Tendría que girarse. – Y separa bien las piernas. – De nuevo tuvo que componer la postura exigida. Al hacerlo quedaba el centro del cuerpo a la altura del agua, con lo que era muy fácil lavarse esa zona, al tiempo que podía ser contemplada perfectamente. Lo peor era lavarse el interior, pero no tuvo más remedio, metiendo los dedos en el coño y dejando que el agua penetrara en él. Sería Cata quien diera por concluida la limpieza con una nueva orden.

.- Date la vuelta y límpiate el culo. – Se giró, de modo que quedara mostrando el culo a las dos amigas.

Esta vez pensó que bastaría con pasar los dedos por la raja entre las nalgas, pero tampoco bastaría a Cata.

.- ¡Límpiate mejor! – Mete los dedos en el culo. – La chica no había olvidado el comentario escuchado a alguien sobre ese aspecto, realizado por la marrana la noche anterior, que, aunque dudó de su veracidad, estaba ansiando ver como lo hacía L, y obligada por ella. La petición, salió con demasiada contundencia, precisamente por la ansiedad con que era hecha.

Para excitación de Cata, L llevaría los dedos humedecidos entre las nalgas, luego descendió estas casi hasta sentarse sobre las pantorrillas, de forma que el agua quedara a la altura del agujero, con lo que quería ocultar lo que pudiera de sus toques en esa zona. Con mano trémula pasaría los dedos por la grieta para después, buscando la entrada al agujero, meter uno en él. Cata, excitada y ansiosa, volvería a ordenar.

.- Hazlo bien, mete dos dedos y limpia bien la porquería que llevas.

L introdujo otro dedo, con dos en el agujero, moviéndolos en él, trataba de limpiarlo lo mejor que podía, con un gesto que por su soltura decía de su práctica, y con ella de su disipación, del desorden de su conducta.

.- Tengo frío.

.- Date prisa en limpiarte el culo, pero haciéndolo bien, voy a examinártelo, y si no lo tienes bien limpio vas a ir a por la criada y que te lo limpie ella.

La amenaza surtió efecto. L, no solo se apresuró, sino que se empleó en meter los dedos en el culo sin ningún recato ni comedimiento, mientras las dos amigas miraban como lo hacía. Cata excitada y perturbada, contemplando como los dedos de L entraban y salían de su culo, olvidada de lo que era su pretensión, olvidada de la limpieza, para ver en el gesto la expresión de un puro acto carnal, indecente, obsceno. Quería ver los dedos metiéndose a tope en el culo.

.- ¡Mete bien los dedos en el culo, marrana! – No pudo evitar ordenarlo, sabiendo que en su demanda había otro deseo muy diferente a la limpieza. Y L lo hizo, introduciendo los dedos a tope y con fuerza. - ¡Sigue! – Volvería a ordenar para obtener la misma respuesta inmediata y sometida.

Cata que era la primera en sorprenderse por lo que estaba viendo, sin comprender como L se avenía a hacerlo, a no ser que fuera tan marrana como se decía, estaba disfrutando de otra clase de complacencia, que no quería perder sino acrecentar. Cuando L acabo de limpiarse y salió del pilón, Cata la ordenó:

.- Ven, quiero examinarte. – L se acercó, avergonzada, y temblorosa por el frío. – Salta un poco, que te seques y entres en calor.

L lo agradeció, aunque se dio cuenta de lo que suponía saltar desnuda, con las tetas brincando libremente y chocando contra el pecho, sin que ella se atreviera a sujetarlas con las manos.

.- Pon las manos detrás de la cabeza. – L lo hizo, continuando con los saltos para entrar en calor.

Ahora era Cata quien tenía que controlar el deseo de coger a la marrana por las anillas y tirar de ella. Miraba a la joven viendo saltar sus tetas y escuchando el sonido que producían al chocar contra el pecho. ¡Si hubiera sabido que podía hacerla trotar y escuchar también su golpe contra las rodillas!

.- Acércate y ponte en posición.

L dejó de saltar y se aproximó a Cata, sabía lo que debía hacer, cada vez más vencida y sometida, colocó las manos detrás de la cabeza y se abrió de piernas ante la chica,   que la cogió el coño tirando de él y haciendo que L se aproximara aún más a ella. A la chica le apetecía tener esa carne en su mano, a su disposición, la excitaba esa idea, ese acto, que suponía otra forma, y no menor, de dominio, pero también de perturbadora posesión de otra carne.

.- Espero que tengas el coño limpio, marrana. – La chica introdujo los dedos en el coño de L. Lo hizo con facilidad, pero quiso hacerlo más fácil. Llevó los dedos a la boca de L. – Chúpalos y echa el coño hacia delante, marrana – L lo haría. Cata mantuvo los dedos en la boca de L, disfrutando de sus lamidas y chupadas, luego regresó al coño con ellos, cada vez más excitada con lo que estaba haciendo. Los metió en él. – Resultaba evidente que ya no buscaba saber si estaba limpio, los utilizaba para meterlos a tope, y ver la reacción de L, que con las manos detrás de la cabeza, abierta de piernas y ofreciendo el coño, solo se movía mínimamente con cada empujón de los dedos, sin dar muestras de ningún tipo de oposición, pero tampoco de otro tipo de reacción, lo que no gustó a Cata, que hubiera deseado que reaccionara a sus toques. Inconscientemente deseaba que L aceptara esa posesión, ese dominio, que al tiempo llegaba como un gesto que debía agradecer y gustar, gozar. – Dalia, ¿quieres examinarla?

.- No, gracias. – También lo agradecía L.

.- Marrana, date la vuelta y presenta el culo. – L lo hizo manteniendo las manos detrás de la cabeza, y luego se inclinó, separando las piernas, quedando con el culo ofrecido a Cata.

.- Muy bien, marrana, se ve que estás bien domesticada.

La chica se ocuparía del culo del mismo modo que lo había hecho del coño, haciendo que L ensalivara sus dedos, lo que haría L con profusión, al caer en la cuenta de que aún mantenía el agujero lubricado con la crema que se pusiera esa mañana para que Pol la diera por el culo, y que la saliva contribuiría a enmascarar. Cata, una vez ensalivados los dedos, presionaría sobre el agujero y los introduciría para, después, actuar con ellos metiéndolos y sacándolos del culo, volviendo a hacer que L los ensalivara para poder continuar con sus penetraciones, acalorada de hacerlo y disfrutando de dominar a L, con la idea de que esa competencia estaba pasando a la historia, pero sintiendo la privación de las muestras de delectación que debían producir sus toques, con lo que reaccionó haciéndolos más duros y fuertes, consiguiendo que L gimiera con ellos.

Como queriendo compensar sus actos y, al tiempo, culpar a L, enfatizaría:

.- ¡Que golfa eres, marrana.

Al llegar Tracy a la casa Berta la contaría como había aparecido L y lo que se decía de lo sucedido la noche anterior, que era tan incomprensible como increíble para ambas, pero que la forma en que había llegado su amiga esa mañana venía, si no a corroborar, al menos a apoyar.

.- ¿Ha roto con Martin? – Preguntaba Berta.

.- Que yo sepa, no. ¿No está aquí él?

.- Ha avisado que no podía venir ayer.

.- Ya lo sé. Tenía trabajo inesperado. Pero debía venir hoy.

.- Cada vez entiendo menos. Pensaba que todo esto suponía que había roto con tu primo, y hace más incomprensible los tratos que se trae con Pol. Se ha ido con él cuando la he pedido que me esperase, precisamente para separarla de él. La verdad es que L me ha molestado y enfadado. No quiero tenerla aquí tal y como está.

.- Pero, ¿Cómo va?

.- Ya la verás. Nos está dejando mal a todas. Mira a ver si la encuentras y trata de hacer algo. No quiero tener más líos. Y que Martin no la vea. Ya estoy preocupada por eso.

Tracy, también preocupada, quiso enterarse mejor, al tiempo que buscaba a su amiga, tratando de no mostrarse curiosa, no quería aparecer demasiado interesada. Según fue escuchando lo que se decía más increíble le parecía, pero eran demasiados los que lo habían presenciado y, según los amigos de Pol, los más habladores, disfrutado. Ahora quería ver a L y hablar con ella. Lo que Berta la había dicho sobre la manera en que había llegado vestida era otra muestra de algo irrazonable, que tenía que tener una justificación. Tracy conocía parte de las andanzas del grupo de amigos de su hermano y de lo desvergonzados que eran, pero no podían haber llegado a tanto y si lo hubieran pretendido L nunca lo hubiera permitido.

Trató de encontrar a L paseándose por las zonas más concurridas. No quería preguntar por ella, prefería no mostrar interés. Por fin alguien comentó lo que había sucedido y que L había sido llamada por otras chicas. Sin saber dónde estaba parecía que era en el jardín, iría a buscarla como quien va a dar un paseo, encontrándose con otras dos chicas que se unirían a su paseo, sin que ella pudiera evitarlo.

Charlarían, pronto estarían haciéndolo sobre el tema del día, que no era otro que L y sus andanzas. Las dos chicas no eran especialmente amigas de Tracy ni de L, hablando con bastante desembarazo de lo que se comentaba, incluso requiriendo a Tracy sobre ello, como si esta tuviera que conocer mejor lo sucedido y sus motivos.

.- No sé nada de eso. Al llegar aquí he oído lo que se dice, que me sorprende mucho.

.- Pues, ese chico, Pol, va contando que es poco menos que su puta.

.- Si es un mocoso.

.- Pues la trata como su fuera su chulo.

.- Y lo de anoche debió de ser tremendo. Los chicos tienen fotos.

Tracy comenzaba a estar alarmada.  Si fuera cierto que había fotos podía suponer poner a su amiga en una situación imposible. Su alarma empezaba a convertirse en susto. Cada vez estaba más interesada en conocer lo que estaba pasando con L y, al tiempo, más temerosa de enterarse. En cierto modo, ella misma se sentía involucrada y hasta señalada. Notaba la tendencia a desvincularse de L, aun sabiendo que no tenían por qué asimilarla a su amiga, pero ella sentía como si hubiera cierta equiparación entre ambas y los demás lo pensaran. Las chicas la habían preguntado como si tuviera que saber lo que ocurría. No podía creer que L pudiera haberse dejado llevar por tanto descontrol. Ella siempre había sido dueña de las situaciones y sabía donde se metía.

.- ¿Las habéis visto? – Tracy preguntaba con temor a la respuesta.

.- No. Pero acabaremos viéndolas todos. Esos chicos son incapaces de mantenerlas sin enseñarlas.

.- Eso es lo que más les divierte.

.- No me extraña, son una panda de golfos. – Tracy aprovechaba para meterse con los chicos, aunque entre ellos figurase su hermano.

.- Lo que hemos visto es como está la marrana.

.- ¿Quién? – Tracy preguntaba con un toque de malestar por la palabra empleada por la chica.

.- L, claro.

.- También obra de Pol. – Insistió la otra.

.- ¿Qué queréis decir? – Tracy quería confirmar, cada vez más asombrada y aturdida.

.- Que se la llama marrana.

.- ¡¿Cómo?! – No lograba creerlo.

.- Sí. Así la llama Pol, y ya los demás.

.- ¿Y ella qué dice?

.- No parece que le guste pero responde.

.- Y tal y como va, no pienses que no le hace justicia.

.- ¿Qué quieres decir? – De nuevo preguntaba sorprendida y cada vez más avergonzada y soliviantada, con lo que escuchaba, con las dos chicas y con su amiga. Comenzaba a sentir el enfado con L que, poco antes, había confesado Berta.

.- Que va hecha un cromo. Ya comprenderás cuando la veas. – Insistían en lo mismo que la dijera Berta y que comenzaba a hacer efecto en ella, manteniéndola nerviosa y cada vez de peor humor.

.- Pero… - Casi ni se atrevía a preguntar más, a querer conocer. Serían las chicas quienes continuaran explicando.

.- Va con anillas por todas partes.

.- ¿Qué anillas?

.- En la nariz, en los pezones… - Ahora Tracy cortaría a la chica, no pudiendo pensar que lo hubieran visto.

.- No los irá enseñando.

.- Y los tatuajes. Ya la verás.

Estaba claro que las chicas hablaban de lo que habían visto. Aún así no acaba de creer que pudiera ir mostrando unos anillos en los pezones. Como no se atreviera a preguntar, temerosa de la respuesta, se diría que se notarían bajo la ropa.

“Pero, aún así, no puede ser.”

Habían ido andando por buena parte del jardín. En ese momento dieron la vuelta a un recodo metiéndose por una zona más boscosa, un poco más allá había otras chicas. Para pasmo de Tracy una estaba desnuda, al fijarse, el pasmo se convirtió en consternación, era L. Por un momento temió acercarse, incluso pensó en no hacerlo, en no querer enterarse. Pero no podía evitarlo. Desconcertada, casi descompuesta, siguió adelante.

.- Mira, allí está la marrana..., y bien marrana.

.- Has tenido suerte, vas a verla… y al completo. Para que puedas mostrarte incrédula sobre su modo de vestir.

El comentario sobre su incredulidad, hecho con un retintín que indicaba que no era creída por quien lo realizaba, ponía a Tracy en una situación más complicada para defender a su amiga, lo que acabó de confundirla. Aturdida y temerosa de lo que iba a encontrar, no pudo más que seguir a las dos chicas, que avanzaban decididas hacia las otras, y lo peor era que lo hacían como si fueran a presenciar una situación normal, habitual, lo que decía de la poca sorpresa que les causaba la desnudez de L.

Tracy, tuvo que avivar el paso para no quedarse atrás, aunque lo hacía sin ningunas ganas de aproximarse, al contrario, hubiera querido volverse. Ahora, su amiga, aparecía como culpable y causante de una situación que la involucraba sin que ella tuviera arte ni parte. Quería defender a L pero no aparecer como implicada, ni siquiera como conocedora. Ya esas dos chicas la tenían como  suficientemente próxima a L como para aparecer como alguien que debía conocer, y detrás seguro que pensaban o decían que ella también podía formar parte del mismo lío, y eso no lo quería bajo ningún concepto.

L se sentía completamente indefensa, cohibida, asustada, a ahora aún más humillada por la presencia de Tracy, desnuda ante las otras dos chicas, como si estuviera sometida a lo que otros quisieran de ella, a lo que otros la ordenaran. Al ver a L desnuda, y luego, al acercarse más, y contemplar los colgantes, sobre todo el del sexo, y las marcas en muslo y culo, la sorpresa de Tracy dejó paso al aturdimiento y la vergüenza y finalmente al enfado y predisposición contra su amiga, que, en cierta medida, por saber todos la relación que las unía, hacía que se sintiera involucrada y hasta señalada.

Quería enterarse mejor de lo que ocurría, aunque comprendía que, fuera lo que fuera, sería bastante difícil de explicar. Miraba a L confundida y perturbada por lo que veía. Conocía a su amiga, la había visto desnuda, y ahora la contemplaba llena de tatuajes, anillos, marcas. Sabía de su relación con Martin, que hacía aún más incomprensible todo lo que veía en ella. A no ser que hubieran roto, como pensaba Berta. Pero, la propia L jamás hubiera hecho eso de motu proprio, como jamás se prestaría a estar desnuda como lo estaba en ese momento. Todo aquello sonaba a chantaje, pero el lugar, las chicas, hacían que no cuadrara tampoco esa idea.

“Fuera lo que fuere me lo tenía que haber dicho. Y esto no es de hoy…, ni de ayer, esto lleva tiempo. Y ese amigo de mi hermano no puede ser el causante. ¿Habrá perdido la cabeza por algún tipo raro? Pero, ¿por qué está desnuda ahora?”

Que Pol pudiera estar detrás resultaba inconcebible, y la desnudez y actitud de su amiga aparecían como imposición de las otras chicas, con toda probabilidad, de Cata, lo que tampoco era explicable.

.- ¿Qué hacéis? – Preguntó Tracy al llegar junto a Cata y Dalia, en una pregunta casi inocua, que salía como si con ello se quisiera cubrir el expediente que obligaba a interpelar por lo que estaba sucediendo.

.- Estábamos diciendo a la marrana lo que no queremos que haga. No puede estropear la fiesta a Berta. – Era Cata quien respondía, en una explicación que dejaba de lado la referencia al principal asunto: la desnudez de L.

.- Ni lo quiero hacer, ni lo haré. – Era L quien respondía.

.- Marrana, lo que has estado haciendo y lo que haces, no es la mejor garantía de un comportamiento apropiado y digno.

.- Si quieres ser una guarra, al menos controla cuando lo eres. – Dalia, acudía en apoyo de Cata consciente de que la llegada de Tracy podía suponer un vuelco en lo que estaban haciendo con L. Lo que hacía que Tracy se sintiera más confundida y menos dispuesta a defender a esa “marrana” que era tratada como tal. Sin salir en su defensa, solo se atrevería a preguntar.

.- ¿Por qué está desnuda? – Suponiendo que no lo estaba por decisión propia y queriendo una explicación de las otras.

.- Queríamos ver los colgantes y si era verdad lo de las marcas del coño. Y después hemos tenido que hacer que se lave, estaba hecha una auténtica marrana.

La explicación carecía de toda lógica y justificación y estaba llena de escarnio hacia L. Esas chicas no eran quiénes para pretender ver los colgantes de L, ni para hacer que se lavara, por lo que Tracy no entendía que lo demandaran, ni que su amiga se sometiera a estar mostrándose desnuda ante ellas, sobre todo ante Cata, con quien no se llevaba nada bien, y cuya explicación sobre lo marrana que era o estaba L, venía a poner de manifiesto el trato vejatorio que se permitía con ella.

Tenía que existir alguna razón para soportar aquello, que Tracy  desconocía y eso la fastidiaba y la coartaba, reduciendo su capacidad de respuesta. Seguía pensando que L no podía admitir esa humillación. Si lo hacía tenía que existir una causa de suficiente envergadura y eso era lo que más preocupaba a Tracy, cada vez más perpleja, y más asustada por L y por ella misma, por la repercusión que pudiera tener en ella la situación de su amiga. Y cada vez menos propicia a ayudarla sin antes conocer lo que, realmente, estaba sucediendo y los motivos del comportamiento, absolutamente incomprensible, de L.

Cata, que al ver llegar a Tracy temió que se desbaratara lo que pretendía y estaba realizando, se percataría enseguida de la actitud poco propicia de Tracy hacia su amiga, comprendiendo que o no conocía lo que estaba sucediendo con L y estaba desconcertada y sin saber cómo reaccionar, o conociéndolo no podía defenderla. En cualquiera de los dos casos dejaba el campo libre para que ella pudiera seguir con su juego, aunque estuviera atenta a las posibles reacciones de Tracy.

E iba a ser una de las recién llegadas quien facilitaría las cosas con una pregunta, en principio, inocua, pero que iba a permitir continuar demandando a L unas acciones impensables apenas un día antes.

.- ¿Y baila bien? – En todas habría una remembranza a lo que se contaba del baile nocturno. Y todas, incluida Tracy, quedarían pendientes de la posible respuesta, sin conocer quien de ellas era la mejor preparada para ofrecerla.

.- Eso dicen. – Fue la aportación, inconcreta, de Dalia.

.- Baila para nosotras, que te veamos. – Era de nuevo Cata, que apercibiéndose de las posibilidades que ofrecía la pregunta, no quería dejar pasar la ocasión de aprovecharlas para someter a L, ahora ante las recién llegadas y, sobre todo, ante Tracy, previendo que esta no estaba por la labor de salir en defensa de su amiga.

.- ¡Cata! – L se atrevía a protestar.

.- Ahora vas a decirnos que solo bailas ante quienes te puedan dar unos buenos pollazos. ¡Marrana! baila que te veamos.

L no quería, la presencia de Tracy la ofrecía un apoyo que la permitía negarse, lo mismo que pensaba que Cata se encontraría menos segura y más cohibida para mantener las mismas demandas que cuando estaban solas. Como si Cata se hubiera percatado que no podía permitir que pasara el tiempo sin que L obedeciera lo que se la mandaba, exigiría con firmeza.

.- ¡¿No has oído?!

.- Creo que a lo que mejor responde es a una buena vara. – Era Dalia quien lo comentaba. Siempre en defensa de su amiga e intuyendo lo mismo que esta pensaba, ahora interviniendo para evitar que L mantuviera una actitud insumisa.

Tracy se había quedado perpleja ante el comentario de Dalia que llegaba mucho más allá de lo que nunca hubiera pensado. Claro que allí estaba L con marcas claras en el culo que decían del empleo de una buena vara sobre él, y con contundencia suficiente como para que aún permanecieran en culo y muslos. De nuevo sentía el freno a actuar a favor de su amiga, asustada de la causa de todo aquello, por lo que permaneció callada, propiciando que Cata mantuviera su actitud con L.

.- Dejaros de esas cosas. – Era L, quien trataba de hacer que no siguieran con ese tema, pero nadie se ocuparía de sus palabras, ni siquiera Tracy, a las que no hicieron caso, siguiendo con sus comentarios. Dejando a la joven más aturdida y debilitada.

.- Según dicen, quien mejor la controla es Pol. – Comentó Dalia.

.- Pues menudo pinta te has buscado. – Era una de las recién llegadas quien, en forma despectiva, hacía el comentario.

.- Un golfo con vocación de chulo. – Tracy corroboraba con desprecio, pero de una forma que se volvía en contra de L, al ser ella a quien chuleaba.

.- Y dice que no la paga. – Rieron ante el comentario de Cata, que incidía en lo dicho por Tracy. Todas las bromas iban en la misma dirección y todas dejan a L en una situación cada vez más incómoda y comprometida, y todo con la tácita anuencia de Tracy, que estaba admitiendo la situación de su amiga.

.- Pero, para compensar, la pega. – Era Dalia quien apostillaba, de nuevo activa en contra de L.

.- Pues habrá que llamarle y que la meta en cintura.

.- Se trata de que esta marrana no haga una de las suyas en la fiesta. Y no es necesario su chulo para meterla en cintura. – Dalia, ahora, aprovechaba para unirse a Cata en la defensa del buen desarrollo de la fiesta

.- Y tú, marrana, ¿qué haces que no estás bailando? ¿Cómo hay que decirte las cosas para hacer que obedezcas?

.- Ya lo sabes, con una buena vara.

.- Pues como no te pongas a bailar ahora mismo, corto una. Bueno, y aunque te pongas, también. Seguro que darás motivos para utilizarla. – Y Cata, que era quien hablaba, iría a cortar una rama de un árbol cercano. L seguía sin bailar, aunque comenzaba a estar temerosa de que al regresar con la vara la joven hiciera uso de ella si no la encontraba bailando. Asustada, volvía la cabeza para ver si Cata estaba cortando la rama, cuando lo hizo, y luego fue rompiendo las pequeñas ramitas que salían de ella, comprendió que debía bailar.

Pero quien estaba más aturdida y asombrada era Tracy, que no comprendía que L permitiera todo aquello. La había encontrado desnuda, y ya sabía que por obra de Cata, y ahora se mantenía sin reaccionar, escuchando las referencias que se hacían sobre ella y finalmente la amenaza de emplear una vara para azotarla si no obedecía y bailaba según Cata le ordenaba, era algo que necesitaba una razón de mucho peso, y eso volvía a aparecer como la mayor amenaza, el mayor problema. ¿Qué había detrás de ese sometimiento de su amiga a unas demandas absolutamente rechazables e imposibles de admitir?

La falta de respuesta suponía la peor de las respuestas, que paralizaba a Tracy en una defensa de L que hubiera querido realizar. De todas formas iba a detener aquello, aunque quería ver hasta donde llegaba el sometimiento de L, que, a su vez, necesitaba a su amiga, a quien miró, buscando en ella comprensión y apoyo, pero esta la miraba seria, como esperando que mostrara una oposición activa a lo que Cata quería de ella, y por supuesto, no permitir que cumpliera la amenaza de golpearla con la vara, pero eso no era lo que esperaba y necesitaba L, que sin la ayuda de Tracy, y al ver aproximarse a Cata preparando la vara, rendida, avergonzada, humillada ante Tracy, comenzó a contonearse, lo que detuvo la actuación de su amiga, que dispuesta a intervenir volvía a paralizarse, de nuevo temerosa de lo que pudiera haber detrás del incomprensible sometimiento de L.

Y el contoneo de L no era suficiente para Cata, que viendo como la joven se amoldaba a todo, supo que podía seguir exigiendo e imponiendo, ya incluso sin temor a que Tracy acudiera en su defensa.

Cuando acabó de limpiar la vara, Cata se paró al lado de L, que mantenía un contoneo controlado, mirándola un momento, casi saboreando la desnudez de la joven, que, por si sola, expresaba su situación, su subordinación, su sumisión, y cada vez más pública. Miró las anillas, el colgante, las marcas grabadas. Todo decía de ese situación dependiente, que enviaba un mensaje de sometimiento, y Cata lo entendía y lo iba a practicar dominando a su antigua rival. No pudo evitar una sonrisa de satisfacción y triunfo. Luego, con decisión y fuerza, lanzó la vara sobre el culo de la joven, que chilló al recibir el golpe, quedando medio doblada, con las manos detrás, como defendiendo el culo de un nuevo castigo.

.- Marrana, te he dicho que bailes. ¡Hazlo y bien!

A pesar de saber que no tenía el apoyo de ninguna de las chicas, por un momento, L pensó en responder, miró hacia Cata, con expresión de incomprensión y después de vacilación en la obediencia, como un primer paso a la desobediencia, al plante. Aquella chica era su rival, era quien quería destruirla, llevarse a su hombre, no quería ceder más ante ella, dejar que ganase la partida, y sin lucha, rindiéndose a ella, delante de Tracy. Y si L tenía esas ideas en la cabeza, la otra pensaba en las mismas cosas, pero en sentido opuesto. Se veía vencedora y, por vez primera, se sentía y sabía superior a L, “a la marrana”, conocía su debilidad, percatándose que podía ganarle, no ya la batalla, la guerra, y no quería dejar pasar la oportunidad. La ocasión era más que propicia, y además, le permitía obtener una jugosa venganza.

ZAS

.- ¡Aaaahhhh!

.- ¡Obedece, marrana!

Si el golpe, dado sobre los muslos, llevaba toda la fuerza de que era capaz Cata, la orden subsiguiente, salió fuerte y colérica, poniendo de manifiesto que la chica no estaba dispuesta a tolerar la actitud de L, y que si esta intentaba cualquier respuesta, no dudaría en emplear la vara para rendirla y castigarla.

L, se dobló aún más con el dolor, teniendo que controlar la tendencia a dejarse caer al suelo. No comprendía como la otra se atrevía a hacer aquello, ni como las demás la dejaban, no lo impedían, sobre todo Tracy. Quiso mirar hacia esta, pero se encontró con el rostro de Cata, comprendió que debía hacer lo que esta ordenaba, se incorporó, humillada y vencida.

.- Estamos esperando, marrana. – Ya, el término, aparecía ante cualquier referencia a ella.

ZAS

.- ¡Aaahhh!

A pesar de la dureza del golpe y que L volvió a doblarse, reaccionaría de inmediato enderezándose y comenzando a bailar con más desenvoltura. Pero no era suficiente y Cata deseaba afianzar su posición en presencia de Tracy ante la pasividad de esta, que aturdida por lo que ocurría, por el castigo que no obtenía ninguna respuesta de su amiga, no era capaz de reaccionar, esperando que lo hiciera L, pero sin que eso se produjera.

ZAS

.- ¡Aaaahhh!

.- ¡Marrana, hazlo bien! Como lo hiciste anoche.

L volvió a doblarse por el dolor, luego volvería a enderezarse y seguir el baile, cada vez con más desenfado, al tiempo que la demanda de Cata traía el recuerdo de lo sucedido la noche anterior. Estaba claro que se había hablado de ello y que, se habrían contado los modos en que bailó, y muy probablemente, los otros sucesos. Quizás, eso es lo que hiciera que Tracy estuviera tan seria con ella. Y no podía explicar los motivos de haber llegado a aquello.

L, haciendo un esfuerzo por no llorar, bailó con más descaro, pero sabía que así no era como lo que hiciera la noche anterior, temiendo que se pidiera que se mostrara como entonces.

Quien estaba más perpleja era Tracy viendo a su amiga bailando con unos contoneos descarados. Estaba segura que si quería podía poner a tono a todos los que contemplaran su baile. Ambas habían ensayado, bailando solas, divertidas, tratando de hacerlo de forma provocativa, pero aquello era muy diferente, ahora L lo estaba haciendo obligada, ante quienes no quería, castigada con una vara.

De nuevo surgían las preguntas a las que no tenía respuesta. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué obedecía a Cata? ¿Por qué estaba desnuda? Y mientras pensaba en eso, Tracy contemplaba el baile de su amiga, cada vez más descarado, más atrevido, al que la desnudez aportaba una especial procacidad. Pero, sobre todo, era una forma de bailar que, a los ojos de Tracy, ponía de manifiesto una soltura, y experiencia que decían de práctica, de hábito, y fue eso lo que más sorprendió y turbó a Tracy, que intuía que detrás había algo más, quizás, mucho más, y por ello se sometía L.

Tracy veía, otra vez, condicionarse los argumentos para ayudar a su amiga y cohibirse su decisión, y comenzaba a tenerlos para dejar que continuara lo que estaba sucediendo, tanto por saber lo que era capaz de hacer Cata, que indicaría lo que pensaba que L podía soportar, como por ver hasta dónde llegaba esta en su forma de exhibirse bailando. Intuía que el baile podía indicar mucho sobre la situación de L, lo mismo que el intolerable castigo de Cata, que L toleraba sin la menor muestra de rechazo. Tracy comenzaba a encontrar sentido a todo lo que estaba ocurriendo con su amiga y a los sucesos de la noche anterior. No sabía la causa última, pero existía y muy poderosa y, quizás, muy ingrata. Ahora era ella la más interesada en ver bailar a L.

Cata, cada vez más segura y dominante, quería obligar a L a hacer lo que había escuchado que hizo la noche anterior, y la presencia de Tracy junto con su actitud poco propicia hacia L, constituía una razón más para conseguir que se plegara a sus mandatos y realizara el baile tal y como lo hiciera en el club nocturno. Estaba claro que la vara suponía un buen medio para conseguir lo que se quería de ella, al tiempo que para Cata representaba otro sistema de afianzar su posición y dominio sobre la joven. Cata quería dejar a L lo más vencida y sometida posible.

ZAS

.- ¡Aaaahhh!

.- ¡Marrana! ¡Esa no es la forma de bailar de una marrana!

Cata, continuaba exigiendo y L comprendía perfectamente lo que quería decirle con ese tipo de indicaciones, pero no quería realizarlo, y menos en presencia de Tracy, que en tensa vigilancia, seguía todos los movimientos y reacciones de su amiga, viendo, con creciente confusión y perplejidad, y ya temor, como se avenía a todo lo que Cata la imponía, confirmando las sospechas y temores sobre L, que no mostraba la menor oposición, solo se notaba su poca disposición por la tardanza en obedecer, pero la vara superaba esas débiles muestras de desacuerdo con premura y facilidad.

L bailó con más descaro. Los contoneos no eran suficientes, tenía que mostrar, ofrecer, ser una marrana. Pasó las manos por las nalgas, se inclinó un poco meneando más el culo. Luego subiría las manos hacia las tetas, para cogerlas y ofrecerlas, ante el desasosiego de Tracy, cada vez más intranquila y nerviosa, y el deleite de Cata, cada vez más satisfecha y resuelta, hasta el punto de tomar el mando también frente a Tracy, para dejarla como mera comparsa.

.- Comprendes que se la acaben cepillando. – Cata hablaba a Tracy como si su amiga fuera una cualquiera. Tracy no dijo nada pero comprendía lo que la otra decía. – Pero esta marrana es mucho más guarra, y nos lo quiere ocultar. Y no voy a permitírselo. Hay que darle ánimos. – Miró a Tracy sonriendo, mientras la mostraba la vara, para que no hubiera dudas del procedimiento que iba a utilizar para dar ánimos a la marrana, ya sin cohibirse en el empleo de esa forma de designar a L ni de la referencia a la vara, al castigo, como medio de obligar a la marrana. Sin esperar la reacción de Tracy, y como si esta no tuviera nada que decir o no importara lo que dijera, se acercó a la marrana y sin mediar ningún tipo de aviso, lanzó la vara sobre las tetas ofrecidas de L.

ZAS

.- ¡Aaaahhhh!

La vara cayó con virulencia sobre ambas tetas. Tracy no pudo evitar un estremecimiento ante el golpe y el grito de L, que soltó las tetas, para volver a cogerlas en un vano intento de disminuir el dolor.

.- ¡Marrana! No te lo voy a repetir.

Tracy miraba, entre asustada y aturdida, a su amiga, contemplando como recuperaba el aliento y, de inmediato, el baile, asustada, atemorizada, con los ojos llorosos. Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo por no dejar escapar las lágrimas. Tracy comprendía que quisiera llorar y que no quisiera que la vieran hacerlo, y al tiempo, notaba como ella misma se estaba aviniendo a lo que se hacía con su amiga, casi como si fuera algo que merecía, y a ello se unía algo muy diferente e inconcebible, comenzaba a sentir una perturbadora ansiedad al compas de los golpes que recibía su amiga. Sin darse cuenta su miraba estaba posada sobre la marca que dejaba el golpe de la vara en las tetas de L, que fue cambiando de color y textura, seguida por sus ojos que no dejaban de mirarla.

.- Esta marrana va a aprender a obedecer. – De nuevo, Cata, la avisaba de sus pretensiones e intenciones.

.- Sí. – Tracy se escuchó sin creer que hubiera sido ella quien admitía el castigo a su amiga.

L dejó las tetas para llevar las manos al culo, que acarició en su extensión, para después pasar unos dedos por la raja entre las nalgas. No quería seguir pero temió otro golpe, detuvo los dedos a la entrada del agujero, los pasó por él. Sabía que no era suficiente y que Cata esperaba. Ya había visto como los metía en el culo, no sería una novedad para ella, pero sí para Tracy y ella no quería que su amiga la viera realizando un gesto tan obsceno y Tracy miraba la muestra de su amiga, perturbada por lo que veía y más por lo que adivinaba que llegaría.

.- No hay nada como una buena vara para una marrana. Vamos a ver todo lo guarra que es tu amiga. – Cata sonreía, al equiparar a Tracy con su amiga.