L 24

Fiesta en el campo. II

24 Fiesta en el campo. II

Al regresar a la zona de los vestuarios, L preguntaría por su ropa.

.- Búscala. – Fue la respuesta que recibió.

No la encontraba, fue a decirlo, y al no recibir solución pidió que la dejaran algo que ponerse.

.- Espera. Ahora te dirán lo que debas hacer.

Se había quedado sola, desnuda, esperando a que alguien solucionara su problema. Había dos mujeres limpiando el vestuario. L no quería sentarse estando desnuda, pero de pie se encontraba ridícula y expuesta, se sentó. Las mujeres se dedicaban a lo suyo sin atenderla, quizás pensaran que no resultaría agradable para L que se ocuparan de ella. Pasó un rato, L estaba cada vez más nerviosa. Por fin se abrió la puerta, era Pol, la miró.

.- Pero, ¿qué haces aquí? Te estamos esperando en un reservado. Hay que celebrar el espectáculo. Nos hemos divertido contigo.

L no quiso hacer caso a los comentarios del chico. Nadie la había dicho dónde estaba Pol. Quería su ropa y lo dijo.

.- No sé dónde han dejado mi ropa y no tengo que ponerme. Estoy esperando a que me den mi ropa.

.- Pero, qué tontería. Venga, vamos. Ya te llevarán la ropa.

.- Tengo que ponerme algo. - No podía evitar demostrar su enfado ante la pretensión del chico.

.- Bien, te lo buscaremos, pero ahora ven conmigo.

.- ¿A dónde?

.- Hembra, no empecemos.

.- No puedo salir así. Ni quiero salir así.

.- Pero, Hembra, – a L le molestaba que empleara esa forma de referirse a ella delante de las dos mujeres, que estaban escuchando, interesadas, la conversación – si acabas de bailar en pelotas en el escenario. No sea inconsecuente. Ya te ha visto todo el mundo despelotada. No vas a escandalizar a nadie si no lo has hecho cuando guarreabas en el escenario.

L estaba roja de vergüenza y de ira. No tenía por qué decir eso delante de las dos mujeres, no debiera decirlo nunca, pero con gente delante, debía saber que la estaba humillando ante otros.

.- Por favor, busca algo para ponerme.

.- Ya te he dicho que lo buscaré, pero ahora sal de aquí. Van a cerrar esto en cuanto estas señoras acaben de limpiar.

.- Por favor, Pol… Búscame la ropa.

.- Vamos, antes de que te echen.

.- ¿Está lejos el reservado?

.- Aquí no está nada lejos.

.- Pol, no puedo ir así. Estoy desnuda.

.- Eres muy pesada. Nadie tiene la culpa de que pierdas la ropa. No agotes mi paciencia. Vamos de una vez. Menea ese culo de zorra.

.- ¡Pol!

.- Déjate de tanta queja, no puedes estar fingiendo permanentemente. No sé como piensas que engañas a alguien.

Sería cierto que había estado desnuda en el escenario, precisamente eso aportaba un motivo adicional para no volver a estarlo, ni en el escenario ni en ningún sitio de esa casa. Salir desnuda significaba, no solo volver a mostrarse ante quienes pasara, era indicar algo más sobre ella, era como ir diciendo que era una fulana. Menos mal que solo se había exhibido delante de Pol y su amigo, como gente conocida, al menos eso era lo que creía, y lo que más calmaba sus aprensiones.

Pol la cogió por un brazo tirando de ella hacia la salida.

.- Pasa delante y menea el culo de zorra. – Parecía abonado a esa expresión que, dicha en un lugar público, crispaba a L, lo que no era óbice para que Pol dejara de hacerlo. Ella se zafó de la sujeción del chico, pasando delante. Pol la dio un azote. - Menea el culo. - Insistía.

.- ¡Déjame en paz!

ZAS

Pol repitió el azote, esta vez imprimiendo al golpe la fuerza de un castigo, para que L no pensara que podía desmandarse.

.- ¡Menea el culo, zorra!

La demanda aparecía con las connotaciones de una orden y un insulto. L comprendió que no podía actuar mostrándose contra el chico, pero tampoco quería obedecerle, ya era demasiado estar desnuda. Por un momento volvería a plantearse no salir, pero Pol estaba demasiado cerca y dispuesto a impedirla cualquier acción rebelde. Anduvo, más para separarse de Pol que buscando la salida. Él la siguió, lo que la obligó a menear el culo con más descaro de lo habitual para evitar otro azote. Tensa y asustada, no tuvo más remedio que ir hacia la salida, temiendo encontrarse con alguien. Se paró antes de dejar la sala.

.- Yo te indicaré por dónde ir.

L volvería a dudar. No quería salir desnuda, era humillante y degradante.

.- Venga. Esto es un puticlub. Estás en tu salsa.

.- Pol, quiero mi ropa.

.- Como vuelvas a decirlo te quedas sin ella. ¡Sal!

L tuvo que salir. Anduvieron unos metros hasta llegar a una bifurcación, él indicó la dirección, que L siguió, pero enseguida apareció la sala de espectáculos, se detuvo, sorprendida, pensó que él se había equivocado, volvió la cabeza.

.- ¿Por qué te paras? Continúa.

.- Pol, esto da a la sala…

.- Por ahí vamos.

.- Pero…, vamos a un reservado. – No quería pasar por la sala. No podía pasar por la sala a la vista de todo el mundo. Estaba desnuda, era una zona pública. Se detuvo, vacilante.

.- Se va por ahí. Sigue, zorra.

La palabra la convulsionó, quería responder, rebelarse, pero estaba asustada de enfadarle y temerosa de que siguiera actuando de ese modo a las puertas de la sala, titubeó, él se acercó por detrás, mientras ella permanecía quieta, medio girada y vuelta la cabeza hacia él, tratando de ver lo que hacía y, acaso, adelantarse a otro intento de azote, lo que no lograría.

¡Zas!

El azote sonó contundente. Ella saltó hacia delante.

.- Sigue y no te vuelvas a parar hasta que yo te lo diga, si no, vas a trotar al son de mi mano en tu culo de zorra.

Siguió andando, convulsa, abochornada, odiando a ese muchacho que la tenía convulsa, asustada y dominada. No podía añadir otro escándalo al que iba a suponer aparecer desnuda en la sala. Ahora se agarraba a la idea de haberlo hecho antes, para disminuir un poco la desvergüenza de su acción. Pensó en que aquello era una especie de burdel, donde, con toda seguridad, aparecer desnuda no sería tan sorprendente. Pero eran mentiras piadosas con las que trataba de auto engañarse. Sabía que no debía pasearse desnuda, que actuaba como una puta de aquella casa, que así la veían, eso es lo que pensarían de ella.

“No debo estar así, nadie estará desnuda. Y llevo los colgantes… y la marca.”

“Nadie me conoce.” – Volvía a intentar sosegarse, pero volvía a equivocarse.

Ahora pensaba en hacer el recorrido lo más rápidamente posible hasta llegar al reservado. Pasaban por un pequeño pasillo al final de la sala, que actuaba de distribuidor para servir a la zona de mesas y de entrada desde la sala a los reservados contiguos a esta, que se abrían en toda su anchura para permitir ver desde el interior el escenario; si se deseaba independizarlos se corrían unas cortinas. Al pasar, era contemplada por quienes estaban en los reservados y en las mesas más cercanas, L andaba todo lo rápido que podía sin enfadar a Pol, y que la llamara la atención empleando sus modos habituales en plena sala. Se sentía observada, sabía que estaba llamando la atención y que las miradas de quienes la vieran no dejarían de contemplarla. Enseguida surgirían comentarios. No era un lugar de lo más exquisito, y las manifestaciones se acomodaban a sus gentes, avergonzando a L, que se veía tratada de puta, incluso Pol recibiría propuestas para que la cediera una vez que hubiera acabado con ella. Lo que daba por supuesto que el chico iba a putearla y después podrían hacer lo mismo los demás.

Al pasar por uno de los reservados, un hombre salió de él.

.- ¡Perdona! - Llamaba a Pol, que se paró.

.- ¡Espera ahí, Hembra!

L no dudó en detenerse a pesar de que ello suponía quedar expuesta a la contemplación de quienes estaban en las mesas más cercanas. Estaba tensa, pegada a la pared, sabiéndose observada por las gentes que tenía próximas. Pol se había parado y hablaba con aquel hombre, ella ni se atrevía a volverse y mirar, con la sensación de ser considerada una puta del lugar. Solo se movería lentamente para quedar en la zona entre dos focos.

El hombre haría una petición a Pol que este no esperaba.

.- Estoy aquí con un par de amigos y hemos visto bailar a tu… acompañante. – Calló, como esperando a que Pol concretara su relación con L. Pol pensó que deseaba saber su nombre, entonces, para demostrar su dominio sobre ella, se refirió a L como hembra, lo que pareció agradar al hombre, que sonrió al escucharlo. – No sé qué relación tienes con ella…, si es simplemente temporal… – Pol comprendió que quería saber si era una puta, y acaso decirle que querían usar de ella. Sonrió divertido y halagado. Se adelantó a preguntarlo, demostrando que sabía afrontar esas situaciones.

.- ¿Os apetecería tenerla un rato?

.- ¿Te importaría?

.- ¿Cuánto tiempo?

.- El que tú quieras.

.- No es que quiera limitaros, pero estoy con otro grupo…

.- Entiendo. Por supuesto, nosotros corremos con el coste. Es lo justo.

.- Los gastos ya están pagados.

.- Pero insisto. No sería equitativo no hacerlo. ¿Nos dejas media hora a la marrana?

Pol sonrió al escuchar ese apelativo, que inmediatamente pensó en utilizar.

.- Algo más, si queréis. No hay que apresurarse.

.- Gracias.

.- Por cierto, ¿no nos hemos visto en alguna parte? No eres de aquí, ¿verdad?

.- No. He venido a una fiesta.

.- ¿En casa de X?

.- Sí.

.- Les conozco.

.- ¿Estarás en la fiesta?

.- Es para gente más joven.

Se presentaron, hablaron un momento sobre sus conocidos, luego el hombre quiso pasar al tema que le había llevado a Pol.

.- ¿Estáis en un reservado?

.- Sí.

.- Dime el número y te enviaré a la marrana.

.- El 5.

Después el hombre diría a Pol que no quería hacerle esperar y éste llamaría a L.

.- ¡Hembra!

.- Me gusta más marrana.

.- A mi también.

L se había vuelto a mirar que quería de ella. La hizo una seña para que se aproximara. L se acercó.

.- Marrana – quedó pálida, ya no había duda sobre lo que sabía Pol – te voy a dejar con este caballero que es un amigo. No es necesario que te diga nada, sabes de sobra lo que debes hacer, que será todo lo que se te mande. Hasta luego. – Pol quería seguir demostrando el dominio que ejercía sobre L, que permanecía como paralizada, incapaz de moverse, asimilando lo que esa palabra, en boca de Pol, significaba, las repercusiones que tenía para ella.

.- Adiós, Pol y gracias por todo. Pasa, marrana, preséntate y saluda a mis amigos, humillando ante ellos.

El hombre hablaba cuando Pol se alejaba, L no sabía lo que había llegado a escuchar el chico, y aunque tuviera la idea de que conocía su situación, aún abrigaba la esperanza de que pudiera no ser así, y desde luego, no quería que se enterara de nada más. Luego pensó en lo que ese hombre acababa de decirla. Quería que se comportara como lo hacía en el burdel, lo que quería decir que sería tratada como una puta, eso no era lo que le importaba, sino que Pol supiera que lo era, y eso suponía que se habían roto todas sus defensas, que ahora todo el mundo podría conocer esa circunstancia. Pensó en cómo evitarlo, en cómo convencer al chico para que no lo dijera.

.- Marrana, ¿a qué esperas? – La voz del hombre la recordó que seguía parada. Tenía que pasar, hacer lo que el hombre acababa de decirla, comenzar a comportarse como una puta de su club. Recordó las órdenes de la señorita, y ese hombre seguro que conocía bastante sobre ella y sobre el club, podía comentar su comportamiento y si no actuaba como se esperaba de ella tendría graves consecuencias.

Obedeció mecánicamente, sin plantearse la posibilidad de hacer otra cosa, como si fuera lo que estaba obligada a hacer. Paso al reservado. En él había dos hombres más.

.- Tenemos a esta marrana durante un rato. Es la que ha bailado con el enano. Me ha parecido que os ha gustado y os apetecería algo más de ella.

Explicó el que la traía. Este era el informador que había puesto el club para estar al tanto de lo que hacía L, y poder responder a cualquier pretensión de la joven de desligarse del burdel, al tiempo que ponía en conocimiento de la dirección los comportamientos de la joven y sus amistades, de ahí que conociera la casa donde iba y algunas de las gentes con las que iba a estar. Estaba al tanto de la situación de L y de lo que se pretendía de ella y para ella, gozando de libertad para intervenir cuando lo considerase oportuno. Se alojaba en el hotel del grupo de amigos; atento a los movimientos de la joven, que enseguida aparecieron como vinculados a los de Pol, habiendo presenciado lo sucedido en el hotel antes de salir para el lugar en el que estaban, a donde los había seguido, aunque ya conociera que irían a ese puticlub. Había preguntado en recepción a dónde quería ir Tim cuando se percató que éste solicitaba un teléfono, después de haber recibido la indicación de su amigo Pol para arreglar lo que hicieran esa noche. Se percataría de la dependencia de L con respecto a Pol, queriendo conocer más, al tiempo que preparaba la posibilidad de servirse del joven para controlar mejor a L, de ahí que se hubiera hecho el encontradizo y pedido a Pol que le permitiera tener a la joven para él y sus amigos. Estos no tenían nada que ver con el objeto que perseguía el informador, eran conocidos de éste, que había encontrado casualmente en la sala de fiestas y que consideró conveniente tener con él para facilitar lo que pensaba hacer, sin ellos también lo hubiera llevado a cabo, pero hacer que compartieran a la puta con él, suponía un añadido que venía muy bien para macerar más a la nueva marrana.

L escuchó la presentación del hombre con tal perturbación que, literalmente, temblaba, aterrorizada de que pusiera ante todos su condición de prostituta, de su pertenencia al club, de la obligación que tenía de obedecer y servir en todo lo que se la demandara. Y el hombre quería que se mostrara como lo haría en el burdel. Debía presentarse, humillar ente quienes estuvieran en aquel reservado, que estaba abierto a la sala, desde donde podía verse lo que hiciera. El hombre fue a sentarse, dejándola a ella en el centro del reservado. L sabía lo que debía hacer, como sabía que no debía hacer esperar a quienes debía atender, complacer, servir. Lo hacía a diario en el club, pero ahora no era lo mismo, ahora carecía de la salvaguardia que da lo conocido. Se acercó a uno de ellos, reverenció.

.- Marrana en respeto y obediencia, señor.

Después se arrodilló ante él, y postrándose, le besó los pies.

Lo había hecho casi sin sentir oposición a realizarlo, solo pensaba en ser vista por sus amigos, en ser reconocida como una prostituta, lo demás la importaba poco. Ni siquiera sintió la confusión de que pudieran estar contemplando su gesto desde la sala. Ahora agradecía a Pol que la hubiera dejado sola con esos caballeros. Repetiría la acción con los otros dos. Después quedaría en posición de respeto ante ellos. Lo propio hubiera sido pedir permiso para bailar para ellos, pero lo quiso evitar, quien no permitió esa omisión fue el hombre que la llevara.

.- Marrana, baila para nosotros, y esta vez hazlo bien.

.- Gracias, señor. Reverencio y comenzó a bailar. Sabía lo que tenía que hacer, y la orden del hombre no dejaba más camino que hacerlo conforme a los modos que eran normales en el club. – Colócate bajo la luz. – Se había iluminado una zona por la luz de unos focos que caían del techo,  quien estuviera bajo los haces de luz quedaría tan expuesto como deslumbrado, sin poder ver lo que sucedía fuera de la zona iluminada. Dado que en la pared del fondo y en las laterales se colocaban unos asientos corridos, muy anchos, casi camas, cuyo uso no era difícil adivinar, la zona iluminada por los focos se situaba hacia la parte exterior del reservado, lo que facilitaba que se apreciara  perfectamente desde fuera cuando  las cortinas, con las que se podía cerrar el reservado, permanecían abiertas, como era el caso, y si alguien se colocaba bajo los focos quedaría mostrado a la contemplación de quienes miraran desde el exterior, y por supuesto, de quienes se sentaban en las mesas próximas al reservado.

L comenzaría a bailar, casi complacida por no tener que hacer lo que había temido, aunque seguía temiéndolo, y más por lo que tenían de actos públicos que por el comportamiento como puta. El hombre sabía lo que implicaba su baile y quería presenciarlo y acaso que lo presenciaran sus acompañantes, recibiendo un primer apercibimiento casi nada más comenzar a bailar.

.- Marrana – escuchó la voz del hombre – no tenemos mucho tiempo, ofrécete como marrana. – Supo lo que eso suponía, y lo hubiera hecho sin demasiadas prevenciones, pero la luz sobre ella la colocaba como si estuviera en un escenario, y eso la perturbaba y la entorpecía, comenzó a acariciarse con aprensión, el hombre no la dio otra oportunidad, se incorporó, llevaba una caña en la mano, L solo notó su presencia cuando entró parcialmente en el círculo de luz, lo siguiente fue un dolor duro y cortante en el culo, chilló mientras el dolor se incrementaba. Había recibido un golpe contundente con la caña. El hombre no dijo nada, pero ella comprendió, y tampoco esperó, las manos adquirieron agilidad y destreza, ocupándose de las tetas, el coño, el culo, enseguida aparecerían las formas impúdicas y obscenas, que no podía evitar, metiendo los dedos en sus agujeros y mostrarlos. L se inclinaba ofreciendo el culo abierta de piernas, para después mostrarlo aún más indecentemente, separando con las manos los carrillos, para ofrecer una mejor visión de su entrada, que solo necesitaba un pequeño esfuerzo para abrirse, demostrando el uso que se hacía de ese lugar.

Procuraba hacerlo de modo que no facilitara la visión de los actos más desvergonzados a quien mirara desde fuera, lo mismo que trataba de evitar que se le viera el rostro. Solo el pensamiento de que los chicos no la estuvieran contemplando la otorgaba un mínimo de tranquilidad, que se hubiera convertido en auténtico pavor de haber sabido que estaban en la sala a pocos metros de ella y habían presenciado su baile.

Pero, por mucho que intentara ocultar las muestras que efectuaba, era imposible conseguirlo, y su baile era un reclamo que atrajo a un grupo de curiosos. L, aunque deslumbrada por los focos, era consciente de que tenía espectadores, lo que hacía que, inconscientemente, fuera acercándose más hacia el interior del reservado.

.- Marrana, ponte en el centro de la zona iluminada, y muéstrate a nuestros amigos que quieren verte bien.

Hubo unos aplausos fuera. L no tenía más remedio que bailar mostrándose hacia el exterior. Hacerlo significaba poner de manifiesto que era una puta. Lo haría. Primero con temor y precaución, después, cuando recibió una llamada de atención del hombre, con descaro, y después de un buen golpe de vara, con impudicia.

L notaba que había más gente cerca, escuchaba movimientos, algunos susurros, que pronto serían comentarios sobre lo que hacía, incluso peticiones para que se mostrara u ofreciera con más obscenidad. Sabía que debería obedecerlos, sobre todo cuando llegaban de forma suficientemente alta como para que fueran escuchados desde el interior del reservado. Segura de que el hombre la exigiría satisfacer las demandas que se le hacían.

Bailó alternando las muestras y ofertas hacia el interior y el exterior. Escuchando comentarios, recibiendo peticiones, alabando sus muestras, que eran aplaudidas cuanto más desvergonzadas e impúdicas, y temiendo a quienes la estuvieran viendo, que sin duda eran más cada minuto que pasaba.

Todo acabaría cuando uno de los acompañantes del hombre quiso usar de ella, lo dijo a sus compañeros, que no objetaron nada. L lo escuchaba sabiendo lo que llegaría a continuación, pero deseosa de dejar el baile. Para su sosiego, las luces que la iluminaban se apagaron, quedando la sala en penumbra, al menos los espectadores se perderían ese espectáculo. L se aproximó al hombre que había mostrado su deseo por ella, le reverenció, ofreciéndose a él.

L, de forma apenas perceptible, adoptaba la situación de puta, se comportaba como la puta que ejercía en el club. Tenía que complacer a esos clientes según los modos que eran propios de una marrana. Era algo normal para ella, algo que sabía hacer, y que no implicaba más amenaza y peligro que el ser reconocida, por lo que la oscuridad se convertía en su mejor aliada, y la conclusión de sus muestras a terceros en un aliciente más que suficiente para hacer todo lo posible por complacer al señor que requería sus servicios.

Serían los dos acompañantes del hombre quienes se ocuparan de L. Ambos usarían de ella por delante y por detrás, siendo el hombre que la había llevado al reservado quien indicase lo que podían hacer con ella, para que no dudasen en atreverse a hacerlo, tratándola como la marrana que era, y según los modos y costumbres del club.

Cuando acabaron con ella, L querría asearse. Se sentía sucia, y lo estaba. Lo diría, pero en lugar de hacerla caso, el hombre llamó a un camarero.

.- Lleva a esta marrana al reservado 5. Entrégala al señor D. – Era Pol.  – Llévala directamente, sin pérdida de tiempo, la están esperando. Y dile que pasaré a verle. Y dale esta caña. Es lo mejor para el culo de una marrana, después de una buena polla.

.- Sí, señor. – El camarero sonreía. – Vamos, marrana.

Ahora tenía que seguir al camarero, que no podía pensar que no fuera más que una puta. Se sentía superada, sin posibilidad de reaccionar. Seguía desnuda. Sentía los aretes y el colgante del sexo.

Al salir comprobó con vergüenza e inquietud, que había gente en las cercanías del reservado, algunos de pie en el pasillo, lo que hacía pensar que habían estado presenciando lo que sucedía en el interior. Ahora la miraban sonriendo burlonamente. Pasó ante ellos tratando de no mirarles, llevada por el camarero, que la cogía de un brazo, como si temiera que se escapara, lo que daba una sensación de sujeción, de pretensión de conducirla de manera que se la impidiera hacer algo indebido o simplemente incontrolado.

Salieron de la sala, siguiendo por un pasillo, enseguida llegaron al otro reservado, éste no daba a la sala. Estaba en penumbra, pero había mucho más bullicio que en el que acababa de dejar. Quienes estuvieran allí, eran bastantes y hablaban entre ellos. Cuando apareció el camarero llevando a L, los sonidos se amortiguaron y después se acallaron, hasta que surgió un aplauso, que se impuso a la música ambiente. De repente escuchó voces que resultaban familiares, luego alguien se acercó, era Pol, seguido de uno de los del grupo, la voz de una chica la hizo comprender. Eran sus amigos, estaban allí, la estaban viendo desnuda, quizás la habían visto bailar desnuda. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Era tremendo, se llevó las manos a la cara, la ardía de vergüenza, de confusión, tenía sensación de vértigo, ahora la mano del camarero sujetando su brazo, se había convertido en una especie de punto de apoyo que la permitía mantenerse cuando por un momento, tuvo la impresión de que iba a caerse. Escuchó la voz del camarero.

.- Me han encargado que la entregue al señor D.

.- Soy yo. Gracias. Ten. – Le dio una propina.

.- Muchas gracias. El señor que la envía, me encarga que le diga que pasará a verle.

.- Gracias. – Pasa, L, estás entre amigos. – Era Pol quien se ocupaba de acogerla.

.- El señor me ha dado esto para usted. – Le entregaba la caña. – Dice que es lo mejor para el culo de una marrana, después de una buena polla.

Pol rió, junto a los que habían escuchado el comentario.

.- Estoy seguro que para el culo de esta marrana es completamente cierto…, ambas cosas.

L escuchó anonadada, una referencia que no quería que nadie oyera nunca. La mano de Pol había sustituido a la del camarero sobre el brazo de L en su función de sujeción y guía. De esa forma la llevó hacia el interior.

La habitación era mayor que la que acababa de dejar L. En ella estaban 3 parejas, Pol y su amigo, y 3 amigos más, uno del grupo de Pol y dos de la edad de Martin. L no sabía qué hacer, alguien produjo una copa de champaña, que ella bebió. Pidió su ropa, quería vestirse, que supieran que no estaba así por su voluntad, al tiempo que dejaba de aparecer desnuda. Pensaba en lo que habrían visto, lo que hacía que el sonrojo no dejara su piel, sentía arder las mejillas. Escuchaba comentarios, algunos dirigidos a ella, pero casi ni se percataba de lo que decían. A veces se daba cuenta de retazos, de partes de lo que se decía. Tenía una chica al lado. Recurrió a ella.

.- Por favor, quisiera mi ropa.

.- ¿Dónde la has dejado?

.- No sé. Pero pídela.

.- Enhorabuena por tú triunfo en el baile. Has estado estupenda. Te merecías el primer puesto. – Era una voz masculina, pero L no sabía de quién.

Gimió, aunque su queja pasara desapercibida. Ya sabía que habían presenciado el concurso, que la habían visto desnuda en el escenario, mostrándose, ofreciéndose, bailando con el enano. “Lo contaran. Se enteraran todos.” Esa idea se adueñaba de ella, dejándola aturdida.

.- Ahora puedes bailar para nosotros.

L escuchó la petición, sin ponerla en relación con ella. Quería vestirse, esa era la idea que la dominaba, lo demás no iba con ella, tenía que dejar de estar desnuda delante de sus amigos.

.- Es tu noche de estrella. – Era Pol quien hablaba, consiguiendo que L volviera en sí, su voz parecía tener un especial poder sobre ella, se percató que era a ella a quien se dirigía, que estaba allí, desnuda, delante de sus amigos y que estos querían verla bailar, y tal y como estaba: desnuda. – Todos queremos que bailes para nosotros, y poder contemplarte de cerca y cómodamente. – La hembra va a entretenernos con su baile. – Pol, anunciaba en voz más alta.

Sonaron unos aplausos.

.- Por favor, Pol, quiero vestirme.

Él, sin hacer caso, la hacía moverse, llevándola del brazo. Se encendieron unas luces en el techo, semejantes a las del otro reservado. Alguien la cogió la copa vacía. Se fueron sentando, dejándola sola con Pol, que permanecía a su lado. Cogida por el brazo la colocó bajo la luz.

.- Por favor, Pol. – Imploraba en un gemido, que obtuvo como respuesta otro mandato, ingrato y escarnecedor.

.- Baila y hazlo bien, como una marrana. – Se alejaba de ella aplaudiéndola, sosteniendo la caña bajo el brazo.

.- ¡Ah! – Gemía de nuevo, ante la demanda y la palabra, que juntas significaban la exigencia de una muestra ignominiosa de sí misma, que no podía hacer ante sus amigos. Pensó horrorizada que era lo que acababa de hacer en el otro reservado y que había sido vista desde fuera, y podían haber sido sus amigos quienes lo presenciaran.

“Pero, entonces no querrían que volviera a hacer lo mismo.” Se dijo para no perder las esperanzas. Estaba parada, sin decidirse a comenzar a bailar. Se cubría con los brazos. Se daba cuenta de la inutilidad y falta de sentido de un gesto que quería cubrir lo que había exhibido en el escenario.

.- ¡Marrana! – tembló ante el vocablo – ¡baila! – Era la voz de Pol, firme y enérgica. – Comenzó a bailar. Bastaba una palabra para hacer que obedeciera. En su mente una idea se afianzaba, grabándose como los números que llevaba en el coño.

“Me han visto bailar en el escenario... Y quizás en el reservado... Saben que soy una puta, una marrana.”

Pero no quería seguir apareciendo como tal. No podía bailar desnuda ante sus amigos.

“Lo contaran.” “Contaran lo que han visto.” “No puedo ir a la fiesta.”

“¿Cómo puedo estar desnuda en un lugar como este, y delante de mis amigos?”

“Ellos no debían permitirlo.”

“¿Por qué lo hacen?”

La respuesta era tremenda. Si lo hacían era porque pensaban que era una puta. Y con esa idea, a pesar de esa idea, L bailaba. Se contoneaba con lentitud, sin apenas darse cuenta de que lo hacía, dominada por esos pensamientos. Se dio cuenta que no veía nada, y de inmediato que a ella la verían todos y perfectamente. Pensó en la suciedad que llevaba acumulada, en los restos del semen de los hombres.

“Soy una puta…, lo soy…, todos lo estarán viendo…, se darán cuenta.”

.- ¡Pon más salero! ¡Eres una hembra no una escoba!

Uno de los más jóvenes pedía que espabilara. La voz la sacó de sus pensamientos. La primera imagen que vino a su cabeza fue la de Pol, asustándola, temerosa de su reacción si no le parecía bien el baile. Dejó a un lado sus pensamientos y vergüenzas y se contoneó con más decisión y animación. Luego, sus anteriores pensamientos volvieron a ella, diciéndola que no podía hacer lo que hacía, que debía dejar de bailar.

“Si ya saben que soy una puta, ¿qué más me da que Pol lo confirme?”

“Pero, estar desnuda... No deberían...” – Pero la idea de puta, pasaba por su desnudez, haciendo posible que estuviera desnuda ante ellos, lo mismo que había estado en el escenario, ante todos.

Pero era muy diferente pensar que pudieran considerarla una puta que pasar por el momento en que Pol dejara constancia de que era una marrana.

“Ya lo está diciendo.”

“¿Sabrán los demás a qué se refiere?” – Ella estaba convencida que Pol lo sabía, sin saber que lo único que pensaba él, era que existía una identificación entre puta y marrana, nada más. Si ella hubiera conocido eso… pero no lo sabía y temía que lo que creía que él sabía pudiera ser conocido por sus amigos. La idea de ser una golfa, que sus amigos la consideraran una zorra, ya poco la importaba, ahora trataba de defender que no se conociera que era una auténtica prostituta, que hacía unos minutos estaba siendo usada como tal, ejerciendo como tal. Por eso bailaba, por eso se acomodaba a lo que Pol quisiera, para que no hablara, para que no la señalara como prostituta. Y eso, aún a costa de actuar como si lo fuera, solo con la pobre defensa de decirse que mostrándose como una puta, no lo hacía como una ramera.

.- ¡Anímate!

Era el segundo aviso que recibía. L se daba cuenta que Pol no toleraría mucho más. Recordó la caña, no dudaba que la empleara si no se comportaba como la había ordenado, y no lo estaba haciendo.

“Tengo que ser una puta, y darle lo que quiera. No puedo arriesgarme a que siga ofreciendo esa idea de marrana, que acabara conociéndose a qué se refiere.”

Amplió el contoneo, elevó los brazos sobre la cabeza, después llevó las manos a las caderas. Comenzaba a animar el baile. Notaba el silencio a su alrededor y con él el suave tintineo del colgante del coño. Ese pensamiento la llevó a lo que estaba ofreciendo a la contemplación de sus amigos. La palabra sobre el coño, los números.

“¿Qué pensarán que son? ¿A qué creerán que se refiere?”

“Y tendré alguna señal de los azotes en el culo.”

“Tienen que pensar que me suceden cosas muy raras…, que las hago…, que me las hacen…”

“¿Pensarán que son cosas de putas?”

“Desde luego, de golfas.”

“Y eso lo soy…, no lo puedo negar…, ni siquiera, disimular.”

“Y eso es tremendo…, rompe parte de mi vida… No debía estar bailando… Pero ya, ¿qué más da? Eso no es lo importante.”

“Es preferible que aparezca como una golfa que no como una marrana. Eso es lo que tengo que evitar, aún a costa de que todos piensen que soy una zorra. Lo que me destruirá será que sepan lo que hago en el burdel. Eso es lo que tengo que evitar.”

“Si soy una zorra no soy una ramera.”

Casi se animaba a aparecer como una zorra ante sus amigos. Darles lo que querían y especialmente a Pol, parando el golpe definitivo. Pero no era sencillo estar bailando desnuda ante ellos. Esos pensamientos hacían que descuidara sus movimientos.

ZAS

.- ¡AH! Saltó. Había recibido un golpe de caña en el culo, lanzado por Pol, harto de que no se concentrara en el baile. Esta vez alguna chica la acompañó en el grito, si el suyo fue de dolor, el otro sería de sorpresa y susto, pero lo que más acompañó al golpe serían las risas, a las que siguió algún aplauso, incluso algún comentario de apoyo.

.- Bien hecho, Pol. Anímanos a la hembra.

.- La queremos marrana.

Y la marrana había llevado las manos a la zona dolorida que friccionaba con ellas, ante la risa de los que contemplaban su acción. Pero pesaba más en ella la ignominia de la palabra que el dolor del golpe.

.- Ya sabes lo que te espera.

.- Pica el culo, ¡eh marrana!

.- ¡Y más la va a picar!

Las burlas comenzaban a aparecer y con unas connotaciones despectivas que las hacían aún más humillantes.

L tenía que hacer lo que se quería, darles lo que deseaban, si no lo hacía iba a cosechar muchos comentarios y demandas de ese estilo, que era lo que más trataba de evitar, creyendo que al no decirlos, al no escucharlos, se difuminaba la idea de puta que la señalaba. Pero esa forma de referirse a ella se estaba consolidando, no quería, no podía, darles la oportunidad de utilizarla. Esta vez, unió al contoneo una oferta adicional de su cuerpo, que arqueó hacia delante, adelantando el centro del cuerpo, tal y como el enano la hiciera componer en el escenario, al tiempo que lo meneaba apoyando las manos sobre las nalgas y empujando con ellas hacia fuera, para mejor ofrecerse. Se daba cuenta que comenzaba a realizar gestos demasiado indecorosos, desvergonzados, que denotaban conocer, y seguramente practicar, y eso es lo que temía mostrar, dar a entender. Tenía que controlarse, pero si lo hacía no cumpliría, no haría lo que se deseaba, y temía a Pol. Cortó esa muestra, pero sin solución de continuidad, llevó las manos a la cabeza y giro sobre si misma, contoneándose con ellas detrás de la cabeza, haciendo que el tiempo, las tetas se bambolearan con desvergüenza.

Se percató que tenía a alguien cerca, pensó en Pol, esa proximidad la asustó. Si estaba a su lado es que quería vigilarla de cerca y eso significaba un nuevo golpe o una nueva demanda desabrida y humillante. No debía dejar que ocurriera y para evitarlo, tenía que darle lo que quería.

“Pero me quiere marrana… No puedo llegar a eso.”

No podía mostrarse como una marrana, pero tenía que aparecer mucho más guarra. Lo sabía. Sabía que estaba ante sus amigos, que la contemplaban, que la habían perdido el respeto, que demandaban que actuara como si fuera una fulana de aquel lugar.

“Ya lo he hecho, ya me han visto…, y en un escenario, delante de todos. ¿Cómo voy a negárselo ahora? ¿Cómo me van a tratar sino como una fulana?”

“Estoy defendiendo una postura incongruente. Ellos son más coherentes. Lo ha dicho Pol, quieren lo que ya han visto, pero solo para ellos.”

Acabó de girarse, lo había hecho despacio, fundamentalmente para darse más tiempo antes de ofrecer otra muestra de desvergüenza, que ahora debía de comenzar a mostrar, sabía muchas, demasiadas, pero todas inapropiadas. Descendió las manos de la cabeza, haciéndolo lentamente, pasó por las tetas, desnudas se patentizaba mejor hasta donde llegaba la caricia sobre ellas, dudó en hacerla, pero comprendió que era inevitable, no podía eludir ese toque, que haría por los bordes, suavemente, pero resultaba escaso, corto, cicatero. Descendió las manos hasta las caderas para regresar con ellas a las tetas, esta vez acariciándolas por la base, después volvió a subirlas a la cabeza y bambolear las tetas con ellas detrás de la cabeza. Tenía que bajarlas de nuevo, y lo haría más oferente, más atrevida. Esta vez la caricia sobre las tetas desnudas se demoró, pasando desde la base a los laterales, para acabar abarcando toda la ubre, que comenzaría a reaccionar incrementando el tamaño de los pezones. No quería producir ese tipo de efectos, pero no estaba en su mano controlarlos, solo parar las acciones que los provocaban y eso no podía hacerlo. Quiso aislarse del entorno, de lo que sucedía a su alrededor, cerró los ojos y bajó las manos con lentitud desde las tetas al culo, que volvió a acariciar, esta vez con más cuidado, con más entrega, con más delicadeza, acercándose a lo que sería una caricia enervante, que culminó llevando los dedos entre la raja del culo y acariciándola en toda su longitud, casi temiendo que, de no hacer las cosas bien, apareciera el enano para presentarla y ofrecerla mejor. Y mientras iba desgranando esas caricias mantenía el contoneo de las caderas, que realizaba automáticamente, sin necesidad de estar pendiente de hacerlo bien, era al contrario, solo cuando quería controlar sus movimientos tenía que estar pendiente de ellos, casi inconscientemente se inclinó más, ya estaba ligeramente inclinada para facilitar los toques que realizaba, ahora, no solo hacía más asequible alcanzar los lugares que acariciaba, también los mostraba mejor, y al mantener el bamboleo de la grupa, aportaba un añadido de descaro, de oferta impropia. Las tetas, ahora colgantes, casi pedían que se las sostuviera, que las manos fueran a ellas, y eso haría L, para acariciarlas, apoyarlas sobre las palmas de las manos y de esa forma presentarlas, ofrecerlas. Se percataba que se estaba mostrando de forma cada vez más atrevida, como una profesional del strip-tease, que quisiera excitar a los espectadores.

L se percataba del efecto que producían sus acciones, lo notaba en el silencio que se adueñaba de la habitación, posibilitando que el tintineo del pequeño falo colgante de su clítoris, se hiciera audible. A pesar de percatarse de lo que significaba ese silencio, L lo prefería a las manifestaciones que la pedían más ofertas de su cuerpo, o se burlaban de ella. Continuó con lo que había emprendido, con una mezcla de abandono y al tiempo, intentos de autocontrol, que iban perdiendo fuerza y eficacia en la medida en que las caricias comenzaban a producir efecto en ella, que notaba además, los pequeños tirones sobre aquel botón de carne  sensible y con ellos, poco a poco, una excitación que si atendía a su desarrollo, parecía crecer, ir ganado terreno. Sabía que si no controlaba ese progreso, se iría adueñando de ella. Por un momento pensó en que dejándolo discurrir actuaría mejor, ofrecería a sus amigos lo que estos deseaban, pero no era lo que deseaba ella, ni lo que debía hacer. Tenía que seguir controlándose y no dejar que la excitación mandara sobre ella. Pero lo que no podía evitar era que esa excitación repercutiera en ella, consiguiera su parte de atención, disminuyendo la que dedicaba a otros aspectos.

Volvería a arquearse, adelantando el centro del cuerpo y ofreciéndolo a la contemplación y enseguida a las propias caricias. Ahora las manos bajaron por las caderas a las nalgas, que acariciaron en toda su superficie, pero eso era el aperitivo, los dedos se colocarían sobre un sexo ya palpitante y dispuesto, ansioso de las caricias que propiciaba esa más que incipiente excitación, generada por otras caricias y los tirones del colgante. Al pasar los dedos sobre los labios del coño, notó la llamada de éste, que quería que se detuvieran en él. L no comprendía cómo podía estar reaccionando de esa forma, quizás fuera la respuesta de su cuerpo para paliar una situación que la tenía quebrantada. Trató de controlar esa demanda, separando los dedos, que siguieron a las manos hacia las nalgas. No se retiraban para iniciar una caricia, sino para concluir otra. Pero el coño mantenía sus demandas y cada vez de forma más apremiante, quería más, necesitaba más. Ella no quería dárselo, pero no sabía cómo evitarlo, solo podía mantener alejados los dedos de ese ávido demandante de penetraciones, que ahora estaba dominado por el mínimo trozo de carne que palpitaba sobre él, exigiendo que cediera los dedos que podían penetrarle para que él obtuviera las caricias que ansiaba. L no resistiría la presión de esa carne trémula, los dedos regresarían a ella, primero con una caricia superficial, que pasando sobre los labios, rozara tenuemente la cobertura del botón, que solo con eso saltó de su encierro, asomando su cabeza entre la argolla que la aprisionaba. Notaba como latía crispado y ansioso. No pudo evitar que unos dedos tan deseosos de dar como esa carne de recibir, volvieran a pasar acariciantes sobre ella, ahora lentos y precisos. Repitió el recorrido, dos dedos enmarcaban, sobre los labios, a un tercero que se introducía entre ellos, para subir todos, haciendo aquellos una pinza sobre el botón, mientras el de en medio lo rozaba por arriba.

Los presentes se estaban apercibiendo de lo que conseguían esas caricias, permaneciendo pendientes de las acciones de la joven. No era habitual presenciar como una mujer se masturbaba públicamente, y menos sin hacerlo de forma fingida. Aquello era real, L estaba acariciándose íntimamente, y lo hacía de manera que la conducía al orgasmo, lo que ya todos querían presenciar.

L sabía que si repetía esa maniobra no sería capaz de parar, su carne pedía que lo hiciera, y posiblemente debería hacerlo para satisfacer la demanda de sus amigos, pero se contuvo y con ello dejó pendiente e insatisfecha no solo esa demanda, también la suya, y si aquella la perseguiría para que diera lo que creía le era debido, esta lo haría impidiendo que se concentrara en las ofertas que debía continuar realizando, al tiempo que coadyuvaba a que esas otras caricias mantuvieran vivo y anhelante el deseo de completar aquella otra que en sí misma abarcaba todo el goce de las demás.

Y si ella sentía la insatisfacción, la frustración, de no haber conseguido ese final, también los demás notaron la falta de la conclusión natural que esperaban y deseaban presenciar, lo que hacía que los espectadores quisieran compensar esa ausencia con otras presencias y ella tuviera que esforzarse para ofrecérselas. Sería de nuevo P quien la pondría en su sitio, que ahora no era otro que la consecución de lo que había dejado inconcluso, por lo menos en cuanto a la oferta de aquello que mantuviera viva la esperanza y activa la excitación de quienes presenciaban el baile. Y lo haría fusionando todas las ansias en un aviso y un gesto.

ZAS

.- ¡AAHH!

.- ¡Marrana!

La palabra recibió el aplauso de todos los presentes, que con él se unían a lo que era una exigencia, que todos deseaban ver cumplida. No era preciso decir lo que se quería de la marrana, bastaba con llamarla la atención, al tiempo que se castigaba con firmeza la falta de cumplimiento de sus obligaciones. Y la marrana lo comprendió. No cabía más dilación ni más intentos de evasión. Si los focos hubieran permitido a L contemplar a sus amigos, quizás hubiera variado la apreciación que tenía sobre lo que se quería de ella. El ambiente entre ellos se había caldeado y las parejas comenzaban a mostrar sus apetencias, que en algún caso se traducía en actos que superaban las meras manifestaciones de cariño, pasando a las caricias íntimas. Y si hubiera supuso una bocanada de tranquilidad para L, pudiendo ver en ello cierto paralelismo con lo que ella realizaba, también significaba que sus acciones producían unos efectos que animarían a los demás a solicitarla lo que conseguían en sus compañeros.

Como L no podía apreciar lo que sucedía a su alrededor, no estaba condicionada por ello, tenía que continuar con lo que estaba haciendo, con lo que se quería que hiciera, con la sensación de ser la única que actuaba inmoderadamente, sin poder evitar hacerlo. Si era capaz de mantener una buena dosis de autocontrol, para  no excederse en sus demostraciones, también debía ofrecer lo que demandaban sus amigos. Comenzaría otra tanda de caricias, quería hacerlo sin sobrepasar ciertos límites, ya era bastante ignominioso lo que había hecho, podía hacer alguna variación sobre esos mismos aspectos, pero con toda probabilidad no fuera suficiente para Pol, aunque en esos primeros momentos pudiera plantearlo como el nexo de unión con la anterior oferta.

Pasó la mano por el coño, dando a entender que continuaría donde había dejado el gesto inacabado. Al hacerlo, y cuidaría de que sus dedos no presionaran sobre la carne más sensible, encontró una respuesta inesperada, a pesar de su mesura, su cuerpo actuaba sin ella, demandando algo más que un roce superficial. Venció la tentación de darle lo que pedía, girándose y presentando el culo a los espectadores, culo que acarició en la redondez de las nalgas, para después, ofrecer una muestra mayor de impudor, al pasar los dedos entre aquellas, acariciando la carne que escondían, pero también en esa zona el cuerpo demandaba lo que ella no quería darle. Ahora era el agujero del culo quien presentaba la tentación. Estaba actuando casi olvidándose de que eran sus amigos quienes presenciaban sus acciones, con lo que eso supondría para ella, aún así, comenzaba a dejarse llevar por los efectos de unas caricias que estaba deseando prodigarse y saborear. Quizás era la forma que tenía la carne de hacerla olvidar las circunstancias en las que lo hacía, en las que estaba inmersa. Iban a ser sus amigos quienes la devolvieran a la amargura de una realidad ignominiosa.

.- ¡Marrana, muéstranos mejor el culo!

Las risas, esta vez menos naturales, menos claras, denotaban cierto nerviosismo, cierta tensión, quizás inquietud. L, comprendió que no podía olvidar donde estaba y lo que hacía, y estaba desnuda, bailando para sus amigos, obligada a hacerlo según era propio de una marrana. Se lo acababa de demostrar una voz exigente. De nuevo tensa, crispada, se veía forzada a hacer lo que se la pedía. Sintió la presencia implacable de Pol. Amplió el contoneo de las caderas, al tiempo que separaba más las piernas, para después inclinarse un poco más, y pasar los dedos por la raja entre las nalgas.

.- ¡Marrana, inclínate más! – Era la voz de antes, que seguía pidiendo. Esta vez, L mantuvo la postura y con ella el ofrecimiento controlado de su culo, de inclinarse más, quedaría expuesta de modo que se podría contemplar perfectamente la entrada a su agujero, y éste mostraba una abertura que decía de sus costumbres, que se evidenciaban en los restos que habían dejado sus dos enculadores. Los notó en sus dedos, avergonzada y asustada. No quería que sus amigos conocieran y dedujeran.

Con un estremecimiento sintió la caña subir por sus muslos. Comprendió el mensaje y sin dudarlo, se inclinó hasta quedar formando un ángulo de casi 90 grados. Pero la caña no se retiró, se inclinó más, ya estaba con el tronco paralelo al suelo y las tetas colgando como las de un animal. La caña se retiró. Ella pasó los dedos por una raja que mostraba la entrada al agujero del culo. Se acarició toda la raja, pasando los dedos por ella, haciéndolo velaba un poco la muestra de ese agujero que la avergonzaba, que pensaba decía del uso que se hacía de su culo, que trató de limpiar con los dedos que pasaba sobre él. Y no podía continuar solo con eso. La postura en la que estaba propiciaba la caricia del coño, lo que haría, pasando los dedos de la raja trasera a la delantera. No quería pensar en lo que hacía, solo hacerlo, darles lo que querían, aunque eso la costara...

“¿Qué más me va a costar? Ya solo me queda defender que no soy una marrana y ya todos me llaman marrana.”

Por un momento pasó por su cabeza la tentación de acabar, de escapar, huir de allí. Que jugasen con otra, que humillaran a otra. Ella no estaba para que la vejaran, se rieran de ella.

“Y si fuera solo eso.”

“Estoy propiciando que mañana lo sepan todos.”

“Debería irme, debería irme, acabar con esto.”

Pero no se atrevía. Temía a Pol. Incluso, cuando pensaba en no volver a ver a esos amigos, le temía. Temía que sacara a relucir que era una prostituta y eso acabara con su carrera, con sus esperanzas de vida social. Pero había algo más, algo que la mantenía sujeta, que la imposibilitaba reaccionar. No sabía muy bien que era. Sin duda los mandatos de la señorita Laura estaban presentes, la obligaban, y con ella sí que se sentía sometida, sabía que tenía que obedecerla, dentro y fuera del club. Y quizás estaba la esperanza de superar todo aquello, de recuperar su posición anterior, al menos de poder buscar otro trabajo.

Una sombra se movió a su lado, sobresaltada, olvidó esos pensamientos, volviendo a lo que debía hacer. Seguía inclinada, ofreciendo el culo, pero también el coño, que depilado, se mostraba integro a la contemplación desde atrás. Con un estremecimiento sintió la caña recorriendo el interior de su muslo derecho, no entendió el mensaje hasta que notó la presión que ejercía sobre él, entonces se percató del mensaje: se quería que separara más los muslos, que se abriera de piernas para ofrecer una visión mejor de todo el centro de su cuerpo. Separó las piernas, pero la caña seguía recorriendo y presionando, las separó más, pero no era suficiente, tuvo que hacerlo hasta quedar abierta casi a tope. La caña se retiró, y sus dedos volvieron a recorrer toda la zona, ahora expuesta completamente ante sus amigos. No quería pensar en ello, se quiso concentrar en lo que hacía. Los dedos pasaron por la raja entre las nalgas hasta alcanzar el coño, lo hacían más convulsos, más asustados, más indecisos, ella sabía que debían ser más decididos, más atrevidos, más acariciantes, más penetrantes. Notó el agujero del culo al pasar por el, se atrevió a detenerse un momento sobre él, probando su consistencia, su firmeza para evitar la penetración, que no era mucha, y el dedo pudo introducirse en él si ella le hubiera dejado seguir el impulso natural a hacerlo. Siguió hacía el coño. Sabía que si hacía lo mismo que en el culo, la respuesta sería inmediata, se contuvo, llevando los dedos solo por los laterales de los labios. Como si quisiera compensar a sus espectadores, se inclinó hasta coger los tobillos con las manos, abierta de piernas, para contonearse de esa forma, en un baile que permitiera apreciar sus zonas más íntimas, lo que facilitaba el movimiento que realizaba. Recordó la demanda que alguien la hiciera para que mostrara mejor el culo, se atrevió a hacerlo, manteniendo esa inclinación, que propiciaba la visión plena del agujero, llevó las manos a las nalgas, primero para pasar los dedos entre ellas, deseando que eso fuera suficiente aunque supiera que no lo sería, y una voz se encargaría de ponerlo de manifiesto.

.- ¡Marrana, más!

Escuchó la demanda con un estremecimiento. Sabía lo que debía hacer, poco a poco fue separando las nalgas con las manos, hasta sentir como el agujero se convertía en la zona principal, lo notaba visible, ofrecido,  sabía que si seguía separando las nalgas, el agujero comenzaría a mostrar la facilidad de su apertura, demostrando el uso que se hacía de él, por lo que no podía llegar a eso.

.- Muy bien, marrana, sigue, no te pares, queremos verte el culo por dentro.

Casi gimió ante la demanda. Era lo que había tratado de evitar, pero la oferta que estaba haciendo propiciaba que se quisiera que la completara. Y no era un eufemismo, seguro que se estaban percatando de que podía mostrarse de forma que el agujero quedara abierto. No sabía cómo evitarlo, no podía dejar de atender la petición, pensaba en Pol, que, siempre a su lado, no se lo permitiría. Quiso esperar, dejar pasar un momento, intentar que se olvidara esa demanda. La sombra se aproximó. Al sentir su proximidad sintió también el silencio que era indicativo de la atención que se prestaba a lo que hacía, a lo que fuera a hacer. Tenía que hacerlo.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

El grito era demostración de la fuerza del golpe, que había caído seco y firme sobre el culo de L, que saltó, para de inmediato recomponer la postura, en una acción que decía de su sometimiento, de su tolerancia al castigo. No esperó más. Reanudando los movimientos de las piernas, que era el modo de mantener el contoneo que quería como baile, separó más las nalgas, aprovechó para apretar la carne dolorida, buscando un poco de alivio, notó el aire entre ellas, alcanzando un agujero, que esa caricia del aire decía hasta donde llegaba en su apertura, en su descomedimiento, en su indecencia, y ya la sentía dentro de sí.

.- ¡Más, marrana!

Tiró de las nalgas hacia los lados, se estaba mostrando completamente abierta, notaba el agujero tensado, tenían que estar viendo el interior del culo, como habían pedido.

.- ¡Eso es una marrana!

.- ¡Sigue, marrana, no pares!

.- ¡No olvides el coño!

La última indicación la devolvió a lo que había dejado inconcluso, que ahora aparecía como una posibilidad menos ingrata, menos humillante, menos denigrante. Era algo más natural, y con ello obviaba las demandas sobre el culo. Temía que Pol pensara que tampoco quería acabar con la nueva oferta, por lo que se apresuró a pasear los dedos de la mano derecha sobre la raja del culo que mantenía lo más abierta posible con la mano izquierda, que tiraba con decisión de esa nalga manteniéndola lo más separada posible, mientras los dedos de la otra mano recorrieron la zona, pasando después al coño, que se ofrecía perfectamente a la contemplación, lo acarició con suavidad, pero enseguida regresó a la raja posterior. No quería ofrecer la idea de que olvidaba esta. Pero no podía mantener esos movimientos sin más, sin dar algo más. Al pasar los dedos por la raja del culo notó la apertura de este, en el pasa hacia arriba no hizo nada, pero en el de regreso se detuvo en la entrada del agujero, no quería realizar el gesto que pedía esa apertura y que sin duda deseaban y esperaban presenciar sus amigos. Se atrevió a introducir un dedo, que sacó de inmediato, quiso alejarlo de la zona pero se contuvo, volviendo a meterlo en el culo, estaba haciendo lo que había tratado evitar, esperando que con ello se conformaran los espectadores, para lograrlo, sacó el dedo para dirigir la mano otra vez al coño y dedicar a este sus mejores atenciones. Lo acarició con cuidado y lentitud, pasando los dedos sobre él y luego introduciendo uno entre los labios. Estaba como olvidada de su entorno. Pensaba en sus amigos, pero lo hacía como si fueran unos terceros que no tuvieran nada que ver con ella, casi unos clientes más del club ante quienes realizaba su repertorio de ofertas para excitarles.