L 22

Rebelión

22 Rebelión

Cuando L llega al club, el director ya ha avisado del intento de defección de la marrana, por lo que están preparados y dispuestos a meter en cintura a la rebelde. No esperan que acuda al club, al menos de inmediato, por lo que su presencia en él no deja de sorprenderles, aunque no les sorprenda que aparezca con la anilla, pues si quería que se la quitaran, ellos conocían lo difícil que resultaba hacerlo, por lo que sería muy complicado que lo consiguiera esa mañana, a no ser que lo tuviera preparado, al llegar con ella, suponen que no ha podido, lo que unido a su presencia en el burdel, facilita mucho lo que se pretende hacer con ella, ya la tienen de nuevo a la puerta de la pocilga y sin  necesidad de llevarla, ahora solo falta “convencerla” para que entre en ella y siga acudiendo a ser domada.

Sería la señorita Laura la encargada de reprimir y dominar a la rebelde. Y lo haría encantada de doblegar a quien se ha atrevido a rebelarse y, por supuesto, lo haría a su modo.

L dice a la criada que ha acudido a recibirla que quiere ver a la señorita Laura. Lo hace sin presentarse conforme se le tiene ordenado y empleando unos modos propios de quien puede y quiere exigir.

.- Iré a comunicárselo.

.- La quiero ver ahora. – Exige.

.- Marrana, será mejor que hagas lo que debes. – L hace un gesto de desagrado al escuchar la forma de referirse a ella, que quiere sea percibido por la criada, que esta sepa que lo rechaza, pero ni se molesta en indicarlo, queriendo dar la sensación de que ni se digna contestar por haber superado esa situación, y que poco le importa lo que digan en aquella casa. Luego insiste a la criada para que cumpla sus órdenes.

.- Estoy haciendo lo que debo. Ve a decir a “tu” señorita que la quiero ver. ¡Ah! Dila que quiero que se me quite la argolla de la nariz. – Tutea a la criada, lo que le hace sentirse dueña de la situación prácticamente por primera vez desde que acude a aquel lugar.

Cuando la criada va a comunicar la petición de L, ésta queda nerviosa pero satisfecha, extrañamente segura de sí misma, el comportamiento que ha tenido con la criada ha supuesto la recuperación de su status y del espíritu luchador, quedando aún más dispuesta a enfrentarse a la señorita, a quien la presencia de la joven ha hecho que concibiera esperanzas de un regreso arrepentido, pero las formas que emplea con la criada desmienten esa eventualidad, por lo que responderá con desprecio, que quiere amenazante pero solo de forma tácita.

Al cabo de muy pocos minutos reaparece la criada.

.- Dice la señorita que si no te comportas según tu condición y conforme estás obligada por tus compromisos, que te vayas y no vuelvas. Tú sabrás lo que haces y sus consecuencias.

No se esperaba esa respuesta, la señorita ni siquiera se digna atenderla, ni escuchar lo que tiene que decir. La falta de intento de forzarla, de intimidarla, la deja sorprendida, al tiempo que no puede evitar sentirse asustada, la amenaza está patente en esas “consecuencias” a que se ha referido la criada, y ella sabe lo que puede haber detrás, pero controla su temor pensando en que al club no le conviene un escándalo, aunque por un momento piensa que habrá respuesta, que la tiene que haber y si no se menciona, es aún peor, pero reacciona.

.- ¿La anilla? – Pregunta, casi displicente, queriendo que esa pregunta sea la respuesta al ultimátum de la señorita, que ella no admite, por lo que sigue exigiendo.

.- Vendrán a quitártela. Ven conmigo. – La oferta de quitar la anilla hubiera sido el pretexto para hacer que se quedara, si es que L hubiera hecho intento de irse.

.- ¿A dónde?

.- A esperar en el lugar adecuado.

L, quiere irse lo antes posible y no le agrada acceder a la imposición de la criada, pero si quiere que la retiren la argolla tiene que someterse. Está nerviosa, y no quiere que se le note, por lo que cuanto antes deje el lugar, mejor. Está acostumbrada a los largos recorridos de la casa, pero ese día le parece aún más largo el que tiene que hacer con la criada. Lleva el móvil en una mano y en la otra el bolso, tiene marcado el número de la policía, dispuesta a llamar si sucede algo que resulte sospechoso, está asustada y no se fía de que la señorita no haga nada por evitar su huida. Piensa que no es normal dejarla escapar, y menos sin castigarla, y no está dispuesta a recibir ningún castigo más.

Por fin llegan a una sala parecida a la que se utiliza a diario para su doma, aunque más pequeña,  y que debe de tener una función similar, si no la misma, ya que solo tiene un taburete y una pantalla muy grande de televisión colgada del techo, sin  ningún otro mueble. Entrar en ella la estremece, por un momento vuelve a pensar en decir que no espera, que se va, que ya volverá a que le retiren la argolla, pero se controla, salir de allí sin ese símbolo de su sumisión representa la demostración de su victoria, no quiere volver a ser vista con él, a aparecer en la empresa con algo que la humilla, ante sí misma y ante los demás, al tiempo que le permitiría encauzar una nueva fase de su vida, ya sin la dependencia de la señorita que ha representado los peores momentos que ha tenido que sufrir en su existencia.

.- ¿Cuánto tardarán en venir?

.- No lo sé.

La criada enciende la pantalla de TV con un mando que lleva.

.- Para que te entretengas. – L nota cierto tono de burla en el comentario. No hace caso ni a él ni a la pantalla, queriendo demostrar su desprecio por ambos.

La criada la deja en la sala, L permanece en pie, paseando, el taburete le trae recuerdos a los que no quiere acercarse y se aleja de él. Tampoco hace caso a la pantalla, en la que se muestra un video sobre el propio club. Piensa en lo que acaba de hacer, quiere volver a sentirse fuerte, decidida, combativa, sin detenerse en las posibles consecuencias; luego, la idea de que la señorita no haya, ni siquiera, querido verla, que su respuesta fuera un ultimátum sin ninguna amenaza para el caso de no aceptarlo, la desconcierta, y la asusta. Si ha pensado que no se atrevería a sacar a relucir lo que se hace con ella en el club, ahora teme que pueda decir algo, mostrar algo. Comienza a figurarse lo que puede ser la nueva situación creada por su órdago, se asusta más, pero rechaza una actitud entregada, sabía que podía haber respuesta y debe estar preparada para dar la réplica. Se dice que está haciendo lo correcto y que nadie puede criticarla por ello, y eso aunque pudieran darse a conocer alguna de las acciones que ha protagonizado durante esas semanas en el club.

“Ahora puedo decir que no las quería, que me sometí asustada y chantajeada, pero que por fin he sido capaz de reaccionar y zafarme de la tiranía de esa sádica.”

“Y lo hice en el momento en que se quiso... que sirviera a los clientes como una marrana de... de un burdel. Y no acepté, y me rebelé, aún a costa de la respuesta de la fiera.”

“Ayer tuve que soportar servir en los salones después de haber recibido una paliza, por eso lo hice, forzada, azotada.”

“Es ella quien tiene que sentirse asustada y seguro lo está, por eso ni quiere verme, si lo hace tiene que actuar, y no puede. ¿Qué va a hacer? No puede hacer nada, se juega la cárcel.”

“No puede permitirse el lujo de que se sepa lo que hace. Aquí no se lo perdonarían. Es un lugar que tiene cierto prestigio y no pueden perderlo por las acciones de una déspota desalmada.”

“A parte, que los clientes serán los primeros en protestar. Estoy segura que no les puede gustar que el club salga en los periódicos. Seguro que muchos dejan de acudir, al menos hasta que las aguas se calmen.”

“La voy a dar donde le duele. De esta va a aprender a comportarse, ella y no yo, como ella dice y pretende.”

“Ya sabe que me he zafado de sus ataduras y que puedo responder y lo hago.”

“Ahora eres tú quien estará asustada pensando en lo que puedo hacer contra ti.”

“Pues mucho y lo voy a hacer, hasta destruirte completamente.”

L no para de pensar en esos términos, en buena parte para no pensar en los opuestos, al tiempo que se solivianta a sí misma para mantener el ánimo beligerante. Pero no lo consigue plenamente. Retazos de temor se cuelan entre aquellos pensamientos, dejando avisos sobre posibles consecuencias.

“¿Y si cuentan…?”

Esa pregunta surge recurrente, incontrolable, asustándola. Sabe que si fuera conocido lo que ocurre en el club, en el burdel, ella no saldría bien parada. Pero rechaza una y otra vez dejarse condicionar por ese miedo. Ha decidido luchar hasta el final y lo hará.

Pasan los minutos y no aparece nadie, comienza  a decaer en los pensamientos más beligerantes, a ponerse nerviosa, y con los nervios llega una visión más oscura y negativa de su acción y las consecuencias que puede acarrearle. Pero mantiene su decisión.

“Estaba bastante tranquila y voy a iniciar... quién sabe qué.”

“Lo que no puedo es conformarme con ser tratada como una marrana del...burdel eso es inaceptable.”

“Y tengo la oportunidad de evitarlo. Es el momento apropiado para zafarme de esa déspota perversa, y al tiempo de rechazar ser una puta.”

“Es lo que debo hacer. Me juegue lo que me juegue.”

“Más me jugaría permaneciendo en un burdel... como una prostituta. Ni hablar.”

“Y lo perdería.”

Ahora piensa en lo que puede perder. De repente se encuentra diciéndose en voz alta.

“¡TODO!”

“Puedo perderlo todo. Todo.”

“¡NO! ¡No!”

“Tengo la posibilidad de recuperar mi posición, o al menos no perder todo, y si me quedo, también puedo perderlo todo.”

“¿Y con menor o mayor probabilidad de recuperar mi posición y mayor o menor riesgo de perder todo?”

No tiene la respuesta. Ahora vacila, duda.

“¿Por qué no vendrán a quitarme la argolla?”

“Quizás no esté el hombre…, o este viniendo.”

El tiempo discurre lentamente, L se cansa de estar en pie. Puede sentarse en el suelo, pero le parece inapropiado. A pesar del rechazo a utilizar el taburete, acaba sentándose en él. Está cansada y cada vez más asustada. Escucha los ruidos de fuera, incluso se acerca a la puerta, tratando de conocer si alguien se aproxima, pero el silencio es lo único que responde. No se atreve a abrir la puerta y mirar fuera. Vuelve al taburete a sentarse y seguir esperando y rumiando sus miedos y aprensiones, que no es capaz de desechar.

“¿Cómo reaccionará la gente si se enterase de lo que me sucede?” – Esa idea resulta deprimente. Sabe que habrá quien disfrute, quien se burle, quien la humille. Piensa en Martin. Tendría que olvidarse de su relación con él.

“Buscaría otro cuando todo se haya calmado…, incluso fuera de este país.”

No podía evitar que esos pensamientos, que se colaban persistentemente en mente, acabaran mermando firmeza a su decisión de mantener el pulso hasta el final. Ahora volvía a pasear nerviosa, sin poder permanecer quieta en el taburete.

“Puedo perderlo todo. No tengo ninguna seguridad de que lo que hago salga bien.”

“Si, la señorita toma represalias y manda las fotos…”

“Si se conoce que he estado aquí…”

“He firmado por 7 semanas… ¿Cómo justificarlo?”

“Y la grabación en que intento comprarla…”

“Pero todo eso ya lo he pensado y valorado, y tengo respuesta que dar y que es suficiente, incluso me permite aparecer con decisión y entereza, enfrentándome a una situación muy desagradable y peligrosa.”

“Tienen fotos mías…, tremendas. Y puede haberlas mucho peores, infamantes… Si se vieran… Bastaría con ponerlas por internet… ¿Cómo me defendería?”

“Pero voy a tener otras de lo que me hacen y con lo que diga el médico… Ella se juega la cárcel…, no puede hacer eso…”

“Pero yo lo he permitido…, me he dejado hacer…, y lo hacen a las demás marranas…, es algo normal en el club… esto es un burdel, y en un burdel se hacen cosas… especiales.”

“Llevo estas marcas desde hace tiempo… No he reaccionado contra ellas… Me han pagado… Es difícil decir que lo han hecho contra mi voluntad.”

“Si cedo..., si me retracto...”

“No, ni hablar... Estoy decidida.”

“Pero ¿cómo pienso eso? No puedo ni pensarlo.”

“Estoy aquí para ganar la batalla, la guerra, vencer a mis enemigos.”

“No quiero recibir más castigos.”

“Ni quiero que se me prostituya.”

“Si al menos tuviera asegurada la retirada…, si se me garantizara que si soportaba esas semanas no se sabría nada…”

“Pero si sigo acudiendo al club y pasando desnuda a los salones, me arriesgo a ser reconocida, a que alguien me vea y entonces estaría perdida.”

“Y ahora se quiere que esté más horas en el burdel… No, no puedo continuar…”

“Pero si rompo y sacan ellos lo que tienen de mí…”

“Sería peor que si alguien me viera en los salones…, me verían todos, todos se enterarían de que he estado siendo puteada en un burdel…”

“Y he consentido.”

“Pero, ya he pensado como responder a eso. Pero, ¿y si no ocurriese como pienso, y no se creen mis excusas, o las explicaciones que dé?”

“No son muy creíbles.”

“¿Qué es mejor, arriesgarme rompiendo ya o arriesgarme a que se me vea en el club?”

“Si rompo, el riesgo es seguro, se convierte en un hecho, si espero es un riesgo más o menos probable, pero está a expensas de que se convierta en un hecho.”

“Estoy dando por hecho que van a responder contra mí, y eso es muy dudoso. No se atreverán.”

“Pero, ¿y si se atreven?”

Esa idea trae la consideración de lo que podía pasar si se aviene, si se doblega y somete.

“La señorita es severa e intransigente con el cumplimiento de las obligaciones, pero ha sido justa... Ha hecho lo que antes había avisado que haría.”

“Si no hubiera sido por lo ocurrido ayer, yo iba acomodándome a su doma, la estaba admitiendo, estaba comenzando a actuar sin la oposición anterior...”

“No era tan dura..., una vez que lo ves como algo más normal, deja de parecer tan severo..., ya casi no se empleaba la caña, de hecho las marcas que tengo de los castigos son por mis incumplimientos, no por la doma..., ya casi no me azota...”

“Y cuando lo hace, no es muy dura..., solo para que aprenda mejor, para que haga bien las cosas... No, no es un castigo severo..., es muy tolerable... si cumplo con lo que debo casi puedo olvidarme de los azotes.”

“A las otras marranas se las castiga poco, solo cuando cometen una falta..., y entonces es lógico..., en un lugar como este hay que mantener la disciplina..., y más entre unas chicas... No se puede dejar sueltas a unas marranas..., hay que mantenerlas bien controladas...”

“Si cumplen bien, no se les castiga... Conmigo sería igual..., solo se me castigaría si no hiciera bien las cosas, si no cumpliera con lo que se me mande...”

“Y encima arriesgándome a..., perder todo... TODO...”

“¡¿Estoy loca?!” – Reaccionaba al cúmulo de despropósitos que, por unos momentos, se habían adueñado de su mente, convirtiendo a la señorita de una infame en alguien cumplidor de su deber.

“No puedo olvidar que me han marcado, que llevo el nombre, ¡MI NOMBRE!, en el coño, y el número..., que no se quita...”

“¡No es ni nombre! Es el nombre que quieren para mí, y que yo rechazo. ¿Es que acaso lo quiero admitir ahora?”

“¿Acaso es eso recibir un buen trato?”

“¿Acaso es a eso a lo que me estoy acomodando?”

“¿Acaso quiero ser prostituida?”

“Ayer tenía respuesta para todo, y eran respuestas acertadas y válidas... Hoy también son acertadas y válidas.”

“No puedo pensar en admitir que se me tenga en los salones...”

“Y se refieren a mí como marrana, y demasiadas veces...”

“No soy una puta, NO LO SOY.”

L estaba sentada en el taburete, que quedaba a una distancia del televisor que permitía contemplar perfectamente las imágenes que aparecían en él, lo mismo que escuchar el sonido. La joven había estado concentrada en sus pensamientos, sin mirar a la pantalla y apenas darse cuenta de lo que se proyectaba. En ese momento el sonido llamó su atención, haciendo que se percatara de lo que estaba proyectándose. Era una grabación sobre el propio club, sus salones, sus ofertas, sus niñas. Todo ello suficientemente conocido de L, por lo que no tenía ningún interés verlo, solo la aparición de las niñas, como se referían a veces a las pupilas, aunque sin eludir el nombre asignado y grabado en ellas, a quienes se iba presentando, suscitó la curiosidad de L y con ella la vergüenza, al presenciar las muestras que hacían de sí mismas.

La grabación iba mostrando una sucesión de niñas, de putas del burdel, ofreciendo sus atractivos, invitando a contemplarlos al natural, a disfrutar de ellos, con muestras obscenas del sexo o del culo, abriéndolos para mejor verlos.

De repente L sintió un escalofrío, ella podía estar entre aquellas chicas.

“A mí no se me ha hecho ninguna toma de ese estilo.”

Pero había otras que solo aparecían en “el trabajo”, en los salones, bailando desnudas, sirviendo, incluso en los pequeños cubículos, ofreciéndose en las posturas más indecentes, como ella misma había estado.

“Pero nunca he visto a nadie tomándolo en película o video.”

“Y esto está muy bien hecho.”

Comenzó a fijarse en lo que se decía. La voz ofrecería:

“Y muchas más, todas las marranas del club están a su disposición. Todas llevan el número que las identifica, por él pueden ser seleccionadas y requeridas. Si desea verlas todas no tiene más que solicitarlo, de todas encontrará información con sus datos más interesantes y sus características especiales, para que le sea más fácil escoger a la que sea más de su gusto y reúna las condiciones que usted desea para que le satisfaga plenamente. De todas encontrara muestras de su cuerpo con las ofertas más interesantes, que seguro le animarán a probarlas. No se arrepentirá. Y todo en el ambiente apropiado, que facilita la realización de los caprichos que tenga. Y si quiere algo especial, también se lo podemos ofrecer.”

Quedó anonadada. Se decía que de todas había información y bastaba con pedirla. Solamente aparecer en ese tipo de publicidad suponía la prueba irrefutable de su pertenencia al club como una puta. Ahora quería ver si aparecía, si se decía algo de ella. Quedó mirando crispada, asustada. A lo mejor ya había pasado y no se había dado cuenta.

De lo que tampoco se había dado cuenta, aunque lo temiera cuando entró en la sala, era de que estaba siendo contemplada tanto ella como el video que se proyectaba y que se podían elegir escenas para mostrar la que se quisiera. Y eso sería lo que iba a hacerse cuando la señorita se percató  del interés de L en lo que estaba contemplando.

Seguirían apareciendo niñas, mostrándose, ofreciéndose, mientras L miraba temerosa. Pasaron varias sin que ella apareciera. Luego, unas vistas del salón principal, con las marranas bailando, casi desnudas o desnudas, contoneándose en los salones y cubículos, o en los estrados como gogos. Pero también siendo tomadas, usadas, ofreciéndose para incitar a que se las tomase, para que se usase de ellas.

.- ¡Oh! – L se llevó las manos a la cara. Ahí estaba ella, bailando como gogo en la tarima. Sonriente, descarada, con la anilla colgando de la nariz, inconfundible. ¡Era ella!

Sonriente. “¿Cómo podía sonreír?” Ella no sonreía nunca en los salones. ¿Estaba segura? Había sonreído muchas veces, todas en las que se quería ganar al cliente. Estaba obligada a hacerlo, a mostrarse atractiva, descarada, excitante. Pero no era solo eso. Ahora se giraba, vio algo negro sobresaliendo del culo

.- ¡Ah! – Gemía. Era el enculador. Iba enculada y se veía. Era horrible. La imagen se tomaba desde varios ángulos, al tiempo que se mostraba el salón, con ella en el centro, bailando, sonriendo, ofreciéndose. Actuando como cualquier marrana, provocando a quienes la contemplaran para que se decidieran a pasar a la acción con ella.

Y las marcas de los azotes cruzando ambas nalgas. Otra vez la visión la superaba, dejándola completamente anonadada y rota, como rotas estaban sus defensas. ¿Qué decir ante esa muestra? ¿Cómo defenderse cuando era ella quien se mostraba y ofrecía con el culo azotado y penetrado por el objeto que la enculaba? Y sonriendo. Y demostrando la falsedad de todas sus justificaciones, de todos sus argumentos. ¿Cómo defender su sometimiento forzado, su rechazo a lo que se quería de ella cuando ella misma se ofrecía gozosa para ser elegida y prostituida?

No era una imagen particular de ella, ni una oferta específica. Era la imagen innominada, aunque perfectamente distinguible por la anilla y la marca de hembra encima del sexo. Ni siquiera aparecía como una oferta preparada, sino como una muestra tomada al azar, en la que una de las chicas, en este caso, ella, bailaba, se mostraba y ofrecía, como lo hacía habitualmente, normalmente, como lo hacía cualquiera de sus compañeras. Esa era la idea que dejaba su contemplación.

Y habría más. Las tomas del salón continuaban ofreciendo muestras de lo que se realizaba en ellos. De lo que hacían las niñas. De lo que podía esperarse, demandarse, de ellas, del club.

De nuevo aparecía ella, esta vez inclinada, mostrando el culo, peor, ofreciéndolo, en uno de los cubículos. No se veía la cara pero los números sobre los labios del sexo era un indicador inconfundible.

“¿Le gusta? Me encantaría que lo usara. Que metiera su polla en él.”

Era su voz. Era horrible. Era obsceno.

Y la voz que comentaba: “Y a quién no. Y culos así puede usted probarlos cuando lo desee.”

Ella no recordaba haber dicho esas cosas. Quizás, en aquellos momentos en que se ofreció… Pudo ser. Podía ser una de esas películas preparadas. Ella había hechos muestras parecidas…

Quedó anonadada. Menos mal que parecía haber acabado. Pero no acabó ahí. Cuando L pensaba que habían finalizados las tomas del salón, surgió de nuevo su imagen, seguía inclinada, ofreciendo el culo abierto con sus manos que separaban las nalgas, la imagen se fue corriendo hasta que apareció una verga dispuesta en primer plano.

.- ¡Ah, no! – Imaginaba lo que iba a suceder. Y sucedió. La verga se dirigió al culo que se ofrecía abierto ante ella y comenzaba a penetrarlo.

La voz animaba: “¿No siente envidia? Pues puede ponerse en el mismo lugar que el caballero. Nuestros salones son especiales. En ellos disfrutará a su entera satisfacción, de esta o de cualquier otra de nuestras marranas. Todas están a su disposición y deseosas de servirle, complacerle, satisfacer todos sus caprichos. No dude en solicitar lo que más le guste y a quien más le guste. Un culo así puede ser suyo cuando lo desee. Esta o cualquier otra marrana está a su disposición.”

Y entonces ella giró la cabeza hacia atrás, apareciendo sonriente, gozosa, agradecida a quien la sodomizaba, a la verga que la enculaba. Luego un gemido salía de su boca, de gozo, de excitación, que también se manifestaba en la expresión de su rostro, con la anilla que caía de su nariz, inconfundible, que la señalaba e identificaba.

L quedó anonadada. Notaba el ardor en sus mejillas, completamente sonrojada por lo que acababa de ver, por la oferta que se hacía de ella, de su culo penetrado y disponible. La imagen del culo abierto mostrando el agujero, ofreciéndose a la verga que se muestra tras él, siendo penetrado por ella, ocupaba la mente de L, seguida por su propia imagen excitada, solazada, eliminando todo lo demás, todos sus argumentos, todas sus esperanzas, toda su belicosidad. Si esa imagen aparecía…

“Ya ha aparecido. Cualquiera la puede ver como la he visto yo. Es peor que estar en los salones. ¿Quiénes podrán acceder a esta muestra? Ahora la rendición aparecía como algo tan necesario que resultaba lógico. No podía luchar contra esas imágenes en las que aparecía como ejemplo, como muestra de lo que se podía hacer con una marrana y como esta respondía con complacencia, con entrega, con deseos de satisfacer lo que el cliente deseara. Y era ella quien lo hacía. Era ella la modelo elegida para demostrar la entrega de una marrana, la oferta de su cuerpo, de su culo, y el gozo con que lo hacía.

L había pensado en resolver su situación de forma no traumática, sin arriesgarse a que salieran a la luz cosas que no quiere que se conozcan... Que no pueden ser conocidas..., que si se conocieran, con o sin su actitud valerosa, pueden dar al traste con todo, con el trabajo, con la posición social, perdería sus amistades...

“Porque nadie me garantiza que quienes sepan lo ocurrido quieran perdonar lo que he hecho... Si están en mi contra..., y habrá quien lo esté, lo aprovechará para hundirme..., en la empresa, en sociedad... Quedaría marcada... Como si fuera una puta, aunque haya intentado defender no serlo, y hasta el límite de jugarme precisamente que fuera conocido todo lo que podía hundirme.”

“Pero es que si se ven esas imágenes nadie tendrá duda que soy una puta y complacida.”

“¿Cómo he podido hacer eso?”

“¿Cuándo lo he hecho?”

“¡He hecho tantas cosas indignas…!”

Ahora volvería a sus ideas sobre lo que quiere hacer, lo que puede hacer. Esto último aparece como mucho más cierto.

“Me he sometido a las exigencias de la señorita precisamente para no arriesgarme a perder lo que tengo, y ahora me lo quiero jugar todo a una carta.”

“He soportado mucho por defender mi status..., y ahora que lo que se me pedía efectuar comenzaba a resultar menos costoso, más admisible, más tolerable, decido arriesgarme y ponerlo en juego..., no es lógico...”

“Pero no es eso, lo que no quiero es lo que está por venir, no quiero pasar a los salones, ni estar a disposición de ese hombre..., ¡de nadie! No como una puta, no como si fuera una más de este... lo que sea esto.”

“Eso se acabó, eso es lo realmente peligroso y lo que debo evitar completamente.”

“Pero si se vieran esas cosas que he hecho… serían imposible defenderme.”

“Pero la señorita quiere domarme, no hundirme. Ella no me pondrá en la picota si yo no me rebelo. No gana nada haciéndolo.”

“Pero si lo hago, si me muestro rebelde, entonces... sé que es inexorable.”

“Y ya me ha avisado. Ha dicho que me atenga a las consecuencias.”

“Y si sé que reaccionará implacablemente y con toda contundencia y decisión, ¿por qué me arriesgo a una respuesta implacable?”

“Pero, es que no puede darla, no puede... hacer... decir... Hay cosas que no se pueden decir, ni mostrar...”

“¿Y por qué no? ¿Quién dice que no se puede?”

“Lo que acabo de ver se puede poner en internet y ser visto por cualquiera… ¿Qué pasaría en la empresa si alguien lo viera? Enseguida lo sabría todo el mundo. ¿Y mis amigos? Se destruiría mi posición social. No podría mirarles a la cara.”

“Y la señorita me ha avisado, ha amenazado. Sé que informará a la empresa, y es más que probable que lo haga como es de esperar, siendo clara y mostrando todo lo que estime oportuno... Y me dijo que iba a explicar todo lo necesario para hacerme quedar tal y como soy. Y no lo decía pensando en que yo era una santa...”

“Y puede decir mucho, mucho..., demasiado..., y mostrar. Ya sé lo que puede mostrar. Y tiene más cosas, comenzando por los contratos. ¿Y qué puedo oponer yo? Solo mi decisión de no querer ser puteada...

“Me avisó que me exigiría cumplir conforme a mi compromiso de realizar todo perfectamente y durante las semanas establecidas, que yo había aceptado, si no lo hiciera me castigaría, y acaso quiera que cumpla el tiempo de permanencia que tenga origen en los castigos, eso me lo aseguró, y estoy segura que lo demandará. ¿Y si me deja irme, y luego pide que cumpla ese compromiso?”

“Si fuera así, sería terrible, me destruiría..., y puede hacerlo. No debería ponerla en la situación de tener que reaccionar contra mí. Eso es una locura..., y la voy a cometer.”

“Y si mostrara mi arrepentimiento, si pidiera perdón, ella me perdonaría, seguro. Me castigaría con toda severidad, pero eso sería justo, me he merecido un castigo ejemplar, lo que he hecho es... tremendo...”

“Me he rebelado contra ella, he sido irrespetuosa, he desobedecido, he pedido que se me quite lo que ella me había hecho poner... Me tiene que castigar, y de manera que no vuelva a pensar en hacer algo semejante.”

“Pero me lo merezco.”

“¿Cómo me he atrevido a rebelarme contra la señorita?”

“No es posible... Y ella me está ofreciendo la oportunidad de arrepentirme, de pedir perdón...”

“Seguro que es así... Es justa y generosa... Quiere domarme, y yo necesito ser domada... Lo que estoy haciendo lo demuestra...”

“¡Pero, qué digo!”

“¿Qué me está pasando? ¿Estoy perdiendo la cabeza?”

“No puedo volverme atrás de mi decisión. Está decidido y debo hacer lo que he pensado que es lo más conveniente para mí.”

“¿Pero, es así? ¿Es lo más conveniente? Porque si todo me estalla en la cara, estaré completamente acabada, y eso puede ocurrir, es muy probable que ocurra, y si me arrepiento, si pido perdón, entonces, puedo mantener la situación, esperar que esto acabe sin mayores males. Tiene un riesgo, pero mucho más lo tiene enfrentarme a la señorita, arriesgarme a su respuesta.”

“¿Y quién me dice que la señorita me perdone. Estoy esperando a que vengan a quitarme la argolla, eso no es precisamente que esté pidiendo perdón?”

“¿Y si no me perdona? ¿Si no acepta mis disculpas?”

“Nunca haría eso, es justa, si pido perdón, seguro que me perdona.”

“Pediré que me castigue, diré que me merezco el más severo castigo, que lo reconozco y le suplico que me lo administre, que con ello me enseñe a portarme como debo, a obedecerla siempre, a someterme a todos sus mandatos. Tiene que perdonarme. Tengo que conseguir que me perdone.”

“No puede actuar contra mí. No lo hará. Seguro que está esperando mi sumisión.”

“Pero, entonces, mañana seguiré aquí, no habré cortado con esta casa...”

“¿Y si se me quiere ofrecer en los salones?”

“Me he dicho que por eso no puedo pasar, no lo puedo tolerar.”

“No debo adelantar suposiciones como hechos reales.”

“Y si son suposiciones ¿por una suposición voy a poner en riego todo, TODO?”

“Pero ya he sido ofrecida...”

Llevaba un largo rato, refiriéndose a lo que pudiera ocurrir como a TODO, y viendo en la señorita un dechado de virtudes y una persona justa y sin doblez, lo que facilitaba cualquier respuesta favorable al entendimiento con ella, incluso a ese sometimiento que propugnaba su arrepentimiento.

Se escuchó un ruido fuera, L se sobresaltó, corrió hacia la puerta, tratando de no hacer ruido, para saber si llegaba alguien, temiendo que fuera la señorita. Asustada y nerviosa, se preguntaba que iba a hacer, olvidándose que eso era algo decidido, y que ahora tendría la ocasión de decir a la señorita lo que pensaba de ella. Pero no se acordaba de esas pretensiones, solo tenía en la cabeza la idea de lo que podría suceder si la señorita entraba.

“¿Qué hago, qué hago?”

Se preguntaba atemorizada, perturbada.

Llegó a la puerta, escuchó, el sonido parecía acercarse, asustada volvió hacia el centro de la sala, quedó quieta, tensa, esperando que se abriera la puerta. No quería mirar hacia ella, siempre se la había puesto de espaldas a la puerta y ahora ella misma se colocaba de esa forma. Los pasos parecían alejarse, con la relajación de L. Esperó un poco, después se sentó en el taburete, seguía de espaldas a la puerta, sin atreverse a mirarla.

“Si entrara la señorita, ¿cómo debería portarme con ella? Acaso educadamente…, demostrando que puedo plantear lo que pretendo diciendo las cosas con sosiego y sin ser ofensiva. Quizás eso sea lo mejor, lo que más fuerza me dé.”

“Si ella dijera algo, ¿la dejo hablar, permitiendo que exponga lo que desee?”

“Quizás deba hablar solo yo, sin darla la oportunidad de decir nada, al fin y al cabo, ella es la ofensora y yo la ofendida.”

“Puede plantearme alguna alternativa…, si no es tonta, preferirá arreglar las cosas sin escándalos, ella puede perder mucho en caso de que algo de esto trascendiera, y el club también. No querrán que salgan situaciones como la mía…, sería muy grave para ellos.”

“Puede ofrecerme un trato…, si con ello arreglara el acabar con esta situación y que no fuera conocido…, eso sería lo mejor…”

“Quizás, esa debería ser mi propuesta… A ella le conviene y a mí también.”

“Más que venganza debo conseguir silencio…, obtener que no se sepa lo ocurrido, salir del burdel como si no hubiera estado en él.”

“Pero, ella ha insistido en que quiere que cumpla las 7 semanas y los días de castigo… Puede que siga insistiendo en ello.”

“¿Hasta qué punto podía aceptar una propuesta de ese estilo?”

“Si se me garantizara acudir y acaso servir en privado…, conociendo a quien lo hago… Por ejemplo a mí señor…o a otros que ya haya atendido…”

“¿Y si estuviera en los salones?”

“¿Si quisiera que estuviese en los salones?”

“Eso sería inadmisible.”

“¿También si con eso evitara que todo se viniera abajo?”

“Pero es que no lo evitaría. ¿Por qué iba a evitarlo?”

“Al revés, sería un riesgo añadido.”

“Y si se quisiera que estuviera en ellos y no lo hiciera y la señorita respondiera como lo puede hacer, ¿me arriesgaría a lo que no quiero arriesgarme ahora?”

Eran un cúmulo de pensamientos que poco o nada tenían que ver con una realidad que ella misma había admitido y de la que sabía que no podía escapar sin el consentimiento de la señorita, estaba en sus manos y tenía que acomodarse a lo que se quisiera de ella.

“¿Se me quiere puta?”

Y sabía que esa pregunta comenzaba a aparecer como retórica.

“Pero, ¿si yo no quiero?”

“¿No se estará intentando privarme de las defensas que pudieran evitar que se haga de mi una puta?”

“Pero si quisieran hacer de mi una de sus putas, lo mejor sería sacar todo lo que tienen sobre mí todos creerían que lo soy, y me tendrían en su poder. O me amenazarían con sacarlo si no me avengo a hacer lo que ellos quieren, que sería ser una de sus fulanas.”

“Pero acabar de puta solo depende de mí, si no quisiera es imposible obligarme, a no ser por la fuerza. Y si ya hubiera perdido todo, difícilmente podrían tenerme sujeta.”

“Pero, ahora no se trata de dilucidar eso, ahora lo que tengo que decidir es si continuo queriendo dejar esto y arriesgarme a la contundente respuesta de la señorita, o me pliego, pido perdón y continuo sometiéndome a su doma por el periodo de tiempo que estoy comprometida.”

“Me arriesgo menos accediendo a los deseos de la señorita, me debería someter y pedir perdón... Es lo más prudente... Con toda seguridad, la señorita me perdonaría, aunque me castigara...”

“Si el castigo no fuera muy severo... Temo el dolor, y la señorita no ahorra la caña.”

“Y esperar...”

Se oyó un ruido en la puerta. L miró hacia ella, se estaba abriendo, inconscientemente bajó del taburete y se giró para quedar mirando hacia el interior de la sala, tal y como lo había hecho poco antes. Había dejado el bolso sobre el taburete, lo cogió para evitar componer la postura obligada. Luego desechó esa idea, no era de recibo, pero no por ello se giró.

Alguien había entrado. L se tensó, sin atreverse a moverse, permaneció quieta, esperando lo que llegara. Pensaba en que podía ser la señorita y que tendría que negociar con ella.

.- ¿Quién eres? – No era la señorita quien hablaba. L, por fin, se volvió hacia la puerta. Tenía enfrente a una criada y detrás de ella a otra.

.- Estoy esperando a que vengan a acompañarme. – No contestó a la pregunta, en un intento instintivo de no tener que presentarse, para evitar emplear la forma establecida. – La criada más cercana se había aproximado a L.

.- Ponte bien. Dame eso. – Sin esperar a que L entregara el bolso, pues eso era lo que pedía la criada, esta lo cogería y con la otra mano el teléfono móvil que L mantenía agarrado. La sorpresa y rapidez de la acción impidió la reacción de L, que solo por un momento tuvo un mínimo intento de protección de sus pertenencias, pero la decisión de la criada fue superior a su débil resistencia. La criada guardó el móvil en el bolso. L realizaría un intento de recuperación.

.- Por favor…, necesito mi bolso.

.- Aquí, no. Lo recogerás al salir. – Fue la respuesta de la criada, zanjando lo que pudiera llegar. L se había quedado sin la posibilidad de recabar ayuda en caso de que la necesitara. – Ten. – Ofrecía a la otra criada el bolso, que esta cogió.

Las dos criadas no estaban allí por casualidad. La señorita Laura, después de haber hecho que L contemplara las obscenidades que había realizado públicamente, y suponiendo el efecto que ella habría causado en la joven, enviaba a las criadas para constatar la decisión de L y su voluntad de lucha, al tiempo que tratarían de quedarse con el móvil y debilitar sus defensas. Iban dos por si L intentara algún gesto de insurrección.

.- Marrana, te he preguntado quién eres, preséntate como debes.

Regresaban las formas indebidas y que L quería rechazar, que había rechazado con la otra criada. Ahora no podía aceptar mantenerlas ante esa mujer, pero no se atrevía a enfrentarse. Temía que si no conocía su situación reaccionara tratando de someterla, y ella se sentía más débil y vulnerable. Quiso decir que no era una marrana, pero la criada iba a ir más deprisa que ella.

ZAS

.- ¡AH! – Una contundente bofetada había caído sobre el carrillo izquierdo de L, que se llevó la mano a la zona, al tiempo que quedaba inmóvil y asustada.

.- ¿No has oído, marrana?

L tenía que reaccionar, contestar, oponerse, pero se percataba que la criada no admitiría su intento, su pretensión, quería ser obedecida e inmediatamente. Es a lo que estaba acostumbrada y lo que cabía esperar de una marrana. Pero ella ya no lo era. No quería serlo y tenía que decirlo, y enseguida. Lo intentó.

.- No soy… - No acabó la frase.

ZAS

.- ¡Aahh!

Una segunda bofetada, más dura que la anterior, había caído sobre la mejilla derecha, dejando a la joven completamente aturdida y con la sensación de no poder, ni siquiera, plantear su situación. Pero no quería dejar las cosas así. No podía permitir que aquella criada pudiera con ella, tenía que reaccionar. Quiso ir hacia atrás para separarse de la mujer, pero encontró el taburete, con el que chocó.

.- ¡Quieta! ¡En posición de respeto!

No podía ser. Volvía a comenzar su tribulación. ¿Qué hacer? Pensó en echar a correr y escapar, coger el bolso y llamar a la policía, pero la otra criada la hubiera cogido si escapaba de la primera. Sabía que tenía que obedecer si no quería recibir otra bofetada. Compuso la postura de respeto ante la criada. Y con eso no acababa, lo sabía, pero no quería continuar.

.- ¡Aahh!

Otra bofetada.

.- Marrana 73 en respeto y obediencia, señorita. – Tuvo que decirlo, sintiéndose vencida y atrapada.

.- Por favor – hablaba a su compañera – sal a por un par de cañas y, de paso, deja el bolso. – La otra salió llevándose el bolso de L. – ¿A quién estás esperando que venga a por ti?

.- A la señorita Laura, señorita.

.- ¿A la señorita Laura? Mandaría a alguien a por ti. ¿Y crees que es forma de esperar a la señorita Laura?

.- No me han dicho nada.

.- ¿Y, acaso, tú no sabes cómo debes hacerlo? – En ese momento regresó la otra criada con dos cañas que ofreció a su compañera quien cogió una. – Quédate con la otra. Me parece que esta marrana necesita mucha caña. – Marrana, ¿no has oído lo que te acabo de preguntar? – L, cada vez más nerviosa y asustada, respondería.

.- Sí, señorita. Siento no haber estado bien presentada. – L se estiró, queriendo componer la posición de respeto perfectamente, pero eso no era todo.

.- Ni has estado ni lo estás. Y lo que estás haciendo es que pierda la paciencia. – L no sabía a qué podía estar refiriéndose. De repente pensó en algo que la dejó aturdida, y había acertado. - ¡Marrana! ¡Desnúdate!

No podía ser, pero era. Y ella no podía aceptarlo, rendirse, entregarse, quedarse desnuda ante esas dos criadas y esperando a quien llegara a por ella. Hacerlo supondría comenzar de nuevo. Tirar la toalla. Perder la partida. Dejar a la señorita como ganadora. Continuar siendo puteada.

.- Señorita… - Como sucediera antes la criada no dejaría a L seguir con su exposición. Esta vez sería la caña quien la cortaría en seco con un golpe implacable sobre la nalga izquierda de L, que, en posición de respeto, no pudo hacer nada por evitarlo.

.- ¡AAHH! – Gritó, se doblo descomponiendo la postura.

.- ¡Marrana! ¡En posición!

L vio a la otra criada con la caña preparada, comprendiendo que la única forma de evitar seguir siendo golpeada era obedecer. Pero no quería, no podía hacerlo, y tampoco podía no hacerlo, ni siquiera vacilar en la obediencia. Pensó en desnudarse y volverse a vestir en cuanto las dos criadas se hubieran ido. Comenzó a desnudarse. Enseguida estuvo completamente desnuda, solo permaneció con las sandalias. Se sentía humillada, abochornada, vencida, en esa posición de respeto que ya creía tener superada, que quería olvidar, dejar atrás. La otra criada recogería su ropa.

Sin decir más, ambas salieron, llevándose su ropa, dejando a L desnuda y abandonada a su suerte, que volvía a darle la espalda. ¿Qué hacer ahora? Cuando llegara la señorita o quien esta enviara, la cogería en esa situación humillante. ¿Cómo iba a poder, no ya exigir, ni siquiera pedir, mendigar, un poco de respeto, de consideración, u oponerse a lo que se quisiera de ella.

“Pero si ayer..., ¿cómo había llegado a la conclusión de que podía rebelarme y triunfar?”

Ahora veía todo aquello, sus ideas, su pretensión, como un gran absurdo. Ni siquiera le quedaba margen para negociar una derrota digna, una rendición con condiciones.

¿Cómo había podido ser tan crédula, tan presuntuosa, tan tonta y orgullosa para haber creído que pudiera superar a la señorita, vencerla, ponerla condiciones?

Pero no quería dejarse vencer. Volvía a recordar sus ideas del día anterior para salir de aquel lugar, escapar y no volver. Pero delante suya tenía la pantalla con sus imágenes de chicas del burdel, entre las que se encontraba ella, ofreciéndose desnuda, obscenamente enculada. Imágenes que podían contemplar quienes fueran al club, pero que podían ser mostradas a todos los que en el club decidieran que querían que las vieran. Imágenes que la hundirían.

La posibilidad de enfrentarse a la señorita se iba esfumando, era algo casi impensable. Por mucho que quisiera mantener su moral, su decisión de lucha, sabía que era imposible poder triunfar. Comenzaba a conocer el sabor de la derrota inevitable, de la rendición forzada, impuesta sin condiciones.

Ya plegarse y someterse no suponía perder la oportunidad de romper las ligaduras que la tienen sujeta a esa casa, a la señorita Laura, era algo mucho peor, era aceptar convertirse en una puta del burdel. Someterse no a los mandatos de la señorita, sino a los deseos y caprichos de los clientes para que estos usaran de ella como de una marrana más.

Ya no estaría sujeta a la doma, ¡qué más quisiera!, ahora lo estaba a las condiciones de las marranas.

“Pero solo será por el plazo establecido.”

Pero no quería. Estaba desnuda, mantenía la postura ordenada, y pretendía tener la capacidad de oponerse. Pero era un pensamiento carente de contenido real y ella lo sabía, aunque intentara mantener una mínima esperanza, que no sabía cómo podía materializar en un acto concreto.

De repente otro ruido la sorprendió, escuchó nerviosa, parecía que el ruido se aproximaba. Si llegaba alguien..., podía ser la señorita.

“¿Qué hago?”

Si quería controlar los daños, evitar… Estaba asustada, sin saber qué hacer, miraba a la puerta, trataba de escuchar…

“Tengo que hacer, tengo que hacer…”

“Tengo que arreglar…”

Debía actuar, aparecer mostrándose arrepentida, en una postura que dijera de su deseo de solicitar perdón a la señorita. Sabía cómo debía hacerlo, como querría verla la señorita. Tenía que hacerlo enseguida. Dejó todos los anteriores pensamientos a un lado, tenía que convencer a la señorita de su arrepentimiento. Rápidamente se arrodillo de espaldas a la puerta, separó las piernas y puso las manos sobre la cabeza y ésta inclinada hacia el suelo. Quedó quieta, inmóvil, esperando. Oyó la puerta y unos pasos que se acercaban, eran de mujer, el sonido de los tacones lo delataba, el corazón de L latía con fuerza. Se pararon cerca de ella, que seguía inmóvil.

.- Marrana, a 4 patas. – Era la voz de la criada. Que no fuera la señorita, que fuera una criada y precisamente ante quien había mostrado su rechazo a lo que se hacía con ella quien la encontrara humillando y recibiendo sus muestras de sometimiento, añadía una humillación adicional, pero no dudó en ponerse como la criada ordenaba. – Quiero la cara en el suelo, y la argolla de la nariz tocándolo. – Se inclinó hasta quedar como se quería. La criada cogió una caña y una correa, buscó algo, era el consabido falo, eligió uno más grueso de lo normal. Se acercó a la marrana, enganchó la correa a la argolla de la nariz, luego, para que conociera que llevaba el instrumento de poder y castigo, presionó con la caña sobre el cuello de la marrana, obligando a esta a quedar con la boca y nariz sobre el suelo, con las patas bien separadas.

.- Eleva un poco la boca. – Lo hizo, la criada puso el falo delante de la boca de la marrana. – Marrana, chúpalo bien, sino tu culo lo sufrirá. – No había dudado de lo que significaba la oferta que se le hacía, sin necesidad de que la criada lo diera a entender. Notó el grosor del objeto, que chupó con dificultad, tratando de dejar la mayor cantidad de saliva sobre él, luego la criada lo llevó a su culo presionando sobre la entrada. Tenía el agujero suficientemente rodado como para que se abriera con relativa facilidad. L sintió como se abría paso forzando los músculos, lo que resultaba doloroso, pero no más que algunas de las veces en que había sido enculada por los clientes. Una vez enculada, la criada ordenaría: - Marrana, ahora sígueme, siempre con la cara rozando el suelo.

Comenzó a caminar al lado de la criada, haciéndolo tal y como ésta lo había mandado, sabiéndose vigilada y controlada por la criada, que podía tirar de la correa cuando quisiera. L estaba asustada, temerosa del castigo que, no dudaba, iba a recibir. Se sentía completamente humillada, conducida por una criada ante la que se había mostrado insumisa y guerrera y ahora la llevaba vencida, sometida, y como si de un animal se tratara. Notaba el falo en el culo, añadiendo mayor humillación a su caminata. Y sería ese modo de llevarla lo que comenzó a hacerse sentir, no era  sencillo caminar como la criada había ordenado, después, serían los pensamientos sobre esa forma de obligarla a caminar quienes se impondrían.

“¿Cómo me llevan así? Y yo me presto.”

“Han empezado a castigarme..., me tratan como a una marrana..., me llevan a 4 patas, sujeta de la nariz por una correa.”

“¡Si solo fuera este el castigo! ¡Me van a azotar! ¡Es seguro!”

“La señorita querrá que no olvide lo que he hecho y no vuelva a intentarlo nunca más.”

.- Anda más deprisa, marrana. – Tiró de la correa obligando a L a echar la cabeza hacia delante.

.- Sí, señorita. Como usted mande, señorita. – Hablaba al suelo. Aceleró la marcha. Tanto en sus respuestas, como en su obediencia encontraba la indignidad de su situación, la humillación de su conducta y de hacerla en sometimiento a una criada.

La criada la condujo hasta la sala donde había sido marcada, al percatarse un estremecimiento la recorrió el cuerpo. Entró en ella, permaneciendo a 4 patas y con la cara a ras del suelo, por tanto sin ver más que los pies y parte de las piernas que tuviera delante, y allí estaban las botas de la señorita y los zapatos de un hombre, pensó que sería el que conociera, el que la colocara la argolla, lo que significaba que algo se pretendía hacer con ella. Había pedido que se le quitara la argolla, quizás fuera eso, ahora tendría que retractarse y decir que no quería prescindir de ella. Pero esos pensamientos duraron un segundo, tenía delante los pies de la señorita, sin vacilar se acercó - ahora era ella quien tiraba de la correa que la sujeta por la nariz, sin importarle el dolor en esta, tratando de llevar tras si a la criada, que, percatándose de las intenciones de la marrana miró a la señorita y después aflojó la tensión sobre la correa para que L pudiera acercarse a los pies de la señorita, lo que L hizo apresurada, y poniendo la boca sobre ellos comenzó a besarlos. La señorita la apartó la cabeza empujándola con un pie, como no queriendo recibir esa demostración de entrega y sumisión de la joven. Al tiempo cogía la correa de manos de la criada.

.- Perdón, señorita Laura, perdón y clemencia, señorita Laura, se lo ruego. He hecho una locura, estoy arrepentida, perdóneme, señorita. – Y diciéndolo buscó los pies de la señorita gateando hacia ellos, y volviendo a besarlos. Esta vez, la señorita la apartaría la cara con una patada, que L recibió asustada, no por el dolor, ni el desprecio, sino por la repulsa y el rechazo que había en ello. Lo que hizo que L reaccionara buscando otra vez los pies, con más denuedo.

.- ¡Ah! Perdón, señorita, perdón. – Cada vez estaba más asustada, más nerviosa, más acongojada. Pondría de nuevo, la boca sobre los pies de la señorita, que esta vez no se retiró, lo que constituyó un premio inesperado para L, que lo agradeció con besos y manifestaciones de gratitud.

.- Gracias, señorita, muchas gracias, perdóneme, por favor, ha sido una locura, usted sabe que solo deseo agradarla.

.- ¡Calla, embustera! No me provoques. Lo que mereces es que te corte el culo a latigazos.

.- ¡Ah!, señorita, por favor, no diga eso.

.- ¿No pretenderás que puedes engañarme?

.- No, señorita, no.

.- Ya sé que has hecho una locura, lo malo es que la traías preparada. Una locura muy meditada y muy decidida.

.- Lo siento, señorita, castígueme, pero perdóneme.

.- ¿Cómo voy a perdonar un intento de rebelión? A los rebeldes se les cuelga de una soga.

.- Señorita, piedad, clemencia. – L rogaba como si pensara en que lo que decía la señorita fuera lo que pudiera hacerse con ella.

.- Marrana, ¿no te parece que has pedido clemencia demasiadas veces.

.- Sí, señorita. Prometo servirla, hacer todo lo que desee.

.- Ya me has prometido eso antes y ya veo como cumples, ahora te conozco mejor y voy sabiendo lo que hacer contigo. La caña es lo único que entiendes.

.- ¡Ah, señorita! ¿Me va a azotar?

.- Eso es lo que temes.

.- Y haberla ofendido, pero la caña me da miedo.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

La caña había caído sobre  la nalga izquierda de arriba abajo, con fuerza pero sin la violencia de otras veces, quizás porque la postura no la propiciaba. De todas formas, el golpe hizo que L se echara hacia delante, sintiendo la quemadura en el culo.

.- ¿Es esto lo que más temes?

A pesar del dolor, L reaccionó de inmediato, el miedo era mucho mayor.

.- Sí, señorita. Sé que lo merezco, y mucho más, pero le ruego..., señorita..., sé que lo merezco..., por favor, perdóneme..., y sea benévola, por favor...

.- Sabes lo que te espera.

.- ¡Ah! Señorita, por favor...

.- ¿No te avergüenzas de estar humillando a mis pies?

.- No, señorita, al contrario ¡le agradezco tanto que me deje humillar a sus pies! – Y L los besaba con pasión, con entrega, demostrando su sumisión, su deseo de ser perdonada, de complacer a la señorita.

.- ¿Por qué?

.- Porque quiero demostrarla mi completa sumisión, y deseo obtener su perdón.

.- Y que no te rompa el culo a golpes. Eso es lo que realmente te importa. Te podré perdonar pero nunca te dejaré de castigar. Necesitas temer el castigo, es lo único que te impulsa a comportarte como debes. No tienes raza y solo te mueves por el miedo al castigo y ese miedo te va a acompañar siempre, lo mismo que el castigo, que jamás te va a faltar.

ZAS

¡AAAHHH!

La caña había caído sobre la otra nalga, esta vez un poco en diagonal y con más fuerza, el dolor traspasó el culo de la marrana, que se escurrió en el suelo.

.- ¡Ponte bien, carne de horca!

ZAS

.- ¡AAAHHH!

De nuevo el golpe la lanzó al suelo, pero se incorporo para quedarse a 4 patas con la boca sobre el suelo. Ya solo quería evitar nuevos golpes.

.- De manera que no querías llevar la argolla.

.- Perdóneme, señorita, claro que quiero llevarla.

.- Me alegra saberlo, porque eso será lo que lleves. Estás hecha para las argollas.

La señorita chascó los dedos, L reaccionó de inmediato, besando con más denuedo los pies. La señorita sonrió y chascó otra vez los dedos, esta vez, L comprendió que se quería otra cosa de ella, vacilante y temerosa, elevó los ojos, otro chasquido, se incorporó de inmediato, reverenciando y componiendo la posición de respeto ante ella. Lo hizo deseando mostrar su obediencia y dichosa de que por fin la señorita la tuviera en cuenta.

La señorita, que pensaba tener marcada ya a la marrana con su condición de tal, al no poder hacerlo, quiso compensar, de alguna forma, esa carencia, sustituyendo la marca por el piercing. Tenía claro los que deseaba que llevara la joven, seria sendas anillas en los pezones y en el clítoris, pero este debía ser preparado antes, pues era demasiado pequeño para permitir una anilla del grosor que la señorita deseaba, por lo que había que ponerle un colgante que lo agrandara. Todo ello se haría ese día, así tendría todo el fin de semana para que L se acostumbrara a las anillas y curar las heridas.

.- Marrana, saluda al señor. – Era quien la había puesto la anilla que llevaba.

L reverencio.

.- Marrana en respeto y obediencia, señor.

.- Veo que vas aprendiendo los buenos modales de una marrana de este burdel. Se lo agradecerás a la señorita Laura.

.- Sí, señor. – L respondía nerviosa, temerosa, pensando en que vendría a continuación, ya segura que se la había conducido allí con un objeto preciso. Que iba a conocer de inmediato.

.- Marrana, como no se te ha marcado como debiera, voy a alegrar un poco tu cuerpo haciendo que lleves unas anillas en los pezones.

.- ¡Ah! – L no esperaba ese anuncio, y aun quedaba la segunda parte.

.- Supongo que eso quiere decir que te encanta que te los haga poner. – Se burlaba. – También se te preparara el clítoris para ponerte otra anilla en él. – L, no pudo impedir que un gemido se escapara de su boca. Si pensó en que se los quitaría en cuanto dejara aquel lugar, y acaso cuando saliera de él, la señorita iba a avisarla de lo contrario. – Ahora llevaras unas anillas que se podrán retirar - pero tú no podrás - para comprobar que no existe rechazo, después, lo más probable es que te ponga unas que no se puedan retirar. También se te va a cambiar la argolla de la nariz, colocándola en el agujero que se te hizo en el tabique, que ya debe de estar dispuesto, en cuanto se compruebe que lo recibes bien, se te pondrá el definitivo, ya de marrana, como debe ser. Podemos empezar.

.- Marrana, siéntate en el sillón.

L, que había escuchado aturdida las explicaciones de la señorita, miraba al hombre extraviada, asustada, tenía miedo al dolor, recordaba lo que supuso perforarla el cartílago, y el anuncio de la señorita sobre las anillas definitivas la inquietaba, aunque ofrecía una perspectiva temporal para su puesta en practica, que permitía la esperanza de haber concluido todo aquello. El hombre sujetaría una muñeca de L al brazo del sillón, lo que atemorizo aun más a L, que le miraba aturdida.

.- Pero..., es necesario...

.- No quiero que te muevas mientras te pongo el piercing.

.- Pero..., ¿es tan doloroso?

.- No temas, es cuestión de un segundo.

Ató la otra muñeca, dejando a L incapacitada de utilizar las manos, luego la cincharía por la cintura, amarrándola al sillón.

.- Vamos primero con la argolla que no quieres llevar. – Hablaba el hombre, con un claro deje de guasa.

.- No, no es eso. Claro que quiero llevarla. Lo que dije a la señorita que vino a por mí fue algo…

.- Ya sabemos lo que fue, marrana. – Era la señorita quien intervenía. Así que deseas llevar la argolla en la nariz.

.- Sí, señorita.

.- Se mantendrá la referencia a la hembra, no has dejado de de serlo, aunque ahora lo eres del marrano. Pero eso gusta a una marrana. – Seguía la burla.

El hombre liberaría la argolla de la correa, luego, utilizando unos alicates especiales retiraría la argolla de la nariz, que salió sin aparente dificultad. Luego cogió otra de la misma forma, que mostró a L. Tenía 5mm más de diámetro y con un grosor de 1mm más. Mantenía la palabra HEMBRA y debajo el número 73 . A los lados del número, flanqueándolo, el símbolo del club: CD , en menor tamaño. La pasó por el agujero hecho en el tabique, en el que cabía con estrechez, y la cerró con cuidado. Al colocarla más hacia el interior, colgaba de forma muy similar a la que había llevado, pero se notaba el mayor diámetro y el mm más de grosor, y también el peso.

.- Tampoco es definitiva, quiero ver cómo reacciona el cartílago.

La preparación del clítoris era más compleja. L no tenía un glande de suficiente tamaño para recibir la anilla que debía llevar, resultaba difícil taladrarle y pasar una anilla por el orificio. La señorita pretendía alargarlo y ensancharlo, consiguiendo darle el tamaño necesario para poder anillarlo. Para conseguirlo colgaría del clítoris un pequeño cencerro en forma de falo, que se sujetaría doblemente al clítoris, una vez sobre el cuerpo del glande por encima de la piel, y otra por debajo de la piel, introduciéndolo lo más posible bajo el capuchón para agarrar ligeramente el glande,  el peso se distribuía entre el cuerpo y el glande del clítoris. La sujeción por el cuerpo del clítoris se efectuaría por medio de una pequeña anilla que lo atravesaría efectuando una incisión en él, y que se cerraría con el procedimiento habitual que no permitía retirarla. Con ello se evitaba que L pudiera hacer que se la quitaran y con ello el cencerro.

El pequeño cencerro tenía 4,5 cms. de longitud por 1,75 de diámetro. Era de acero inoxidable y en su interior colgaba un pequeño badajo de 0,9 cm de grosor, en forma de campana, a su vez hueco y con otros 3 badajos en él, colgando de sendas cadenitas. El cencerro llevaba grabado el símbolo del club en lados opuestos. El conjunto estaba pensado para que repicara con el movimiento. No siendo muy pesado, era lo suficiente para el lugar del que colgaba.

La colocación, siendo sencilla, no dejó de ser dolorosa al hacer la incisión en la zona del clítoris cubierta por el capuchón. El cencerro quedó colgando y haciendo sentir a L su peso, sabiendo que no podría retirarlo.

Quedaban los anillos para los pezones. Al contrario del clítoris estos eran grandes por lo que soportarían unos anillos del tamaño del de la nariz. Si colocar el falo había sido doloroso, las anillas de los pezones serían mucho más dolorosas debido a su tamaño que exigía una aguja mucho más gruesa. Ambos llevaban grabado el símbolo del club y caían colgando, cubriendo la parte baja de la aureola.

Una vez colocado el conjunto, la señorita se lo mostraría en un espejo. Al verse con las anillas, L pensó que eran demasiado grandes y que sería imposible ocultarlas y menos con la ropa que estaba obligada a llevar. Se manifestarían bajo cualquier blusa y no digamos bajo una camiseta ceñida. Y existía la amenaza de ponerlas de modo permanente, y ella ya sabía que quitarlas podía ser muy difícil.

Curiosamente, no le pareció tan desagradable el colgante del clítoris, quizás por poderse llevar oculto, aunque pronto aprendería que el pequeño sonido que producía al moverse y chocar los badajos, no resultaba tan pequeño y se apreciaba lo suficiente para llamar la atención sobre él.

El hombre haría unas fotos a L, que dejaran constancia de sus nuevos colgantes. L no podía evitar que la situación se impusiera, por lo que su gesto no manifestaba ninguna muestra de complacencia, el hombre quería que sonriera ante la cámara y así se lo dijo.

.- Que se vea lo contenta que estás por llevar los bonitos aretes que se te han puesto en los pezones. – Ella no sabía si era pura burla, o simplemente ironía, pero tuvo que sonreír. Y luego mostrar el colgante del clítoris para que se apreciara bien, siempre sonriendo, cogiéndolo con la mano y mostrándolo en la palma.

Pero lo más importante sucedería inmediatamente después de la colocación de los nuevos colgantes.

.- Marrana, ahora vamos a ver a la señora gobernanta para concretar algunos aspectos de tu presencia en el burdel que deben quedar claros. Parece que te cuesta aprender que todo acto contrario a tus deberes será castigado como merece, por lo que mucho me temo que también te cueste comprender tu situación y obligaciones, por lo que vamos a dejarlo claro.

La exposición era suficientemente elocuente como para dejar a L completamente asustada y alterada. No sabía que había que concretar, pero temía que no fuera nada bueno para ella. Recordaba los castigos que siguieron a su anterior demostración de insumisión, y esto era mucho más grave. Había quebrantado todas las reglas y mandatos, incluida la forma de vestir. Parecía que la señorita no iba, esta vez, por el camino de exigirle mayores muestras de su cuerpo, recordaba la amenaza de hacerle grabar otro falo en el pecho, pero ya había sido soltada de las sujeciones sin que se le pusiera el dibujo. Si no era eso, sería algo igual o peor. Aunque de nuevo, L estuviera más pendiente de la caña y de los efectos que podría tener sobre su carne. Y la señorita no iba a dejar sin castigo lo ocurrido, que haría efectivo mediante la exigencia de otra clase de sumisión a L.

.- Marrana, al trote alto. – L, casi recibió con alivio lo que se le antojaba una muestra de normalidad.

Al iniciar el trote, la presencia de las argollas y sobre todo del colgante del clítoris se hizo más patente. Cada paso suponía un pequeño tirón sobre esa parte tan sensible, que si en principio respondía con una especie de pinchazos, después fue reaccionado como si se tratara de una caricia, creando una situación de excitación que hacía sentirlo y desear acariciarlo de otra forma. Así la llevaría hasta el despacho de la gobernanta, al que entró manteniendo el trote delante de la mesa de la gobernanta, mientras la señorita hablaba con ella.

.- Te traigo a la marrana para dejar aclarada su situación en el burdel durante el tiempo que deba permanecer en él. Ya es hora de que esta marrana deje de comportarse como lo viene haciendo, lo que solo le puede traer más problemas.

.- Marrana, ponte en posición de respeto. – Era la gobernanta quien lo ordenaba.

.- Marrana en respeto y obediencia, señora gobernanta.

.- Acércate más, que vea los colgantes que se te acaban de colocar. Le van mucho. – Miraba a la señorita al comentar esto último.

.- Sí, está hecha para llevar argollas.

.- Es curioso como las marranas muestran unas diferencias para estos detalles que resultan sorprendentes.

La gobernanta examinaría los colgantes, mientras la marrana se ofrecía para facilitar la inspección, arqueando el cuerpo y adelantando el coño, empujando con las manos apoyadas en el culo, desde atrás, de modo que facilitara el examen del colgante de coño a la gobernanta, y después inclinándose para que viera mejor los aretes de los pezones.

.- En respeto, marrana. – L se puso ante la gobernanta. – Como ha dicho la señorita Laura, hay que dejar clara tu situación en el burdel. No es conveniente que permanezcas en una situación contractualmente indefinida, que te permite demasiada libertad de movimientos, y sobre todo, que no sepas perfectamente cuál es tu posición en el burdel. Por lo que vas a firmar un anexo al compromiso de las 7 semanas que indique, de manera clara e indubitada, lo que estás haciendo – esta mención hizo palidecer a L – y al tiempo obtengas las garantías y beneficios de todas las marranas, y no existan dudas respecto a tu posición y evitemos situaciones como la de hoy. Es un documento más formal, aunque sea anexo al anterior, para que recoja la mayor formalidad de los compromisos que asumes.

.- ¡Ah! Pero… - No pudo evitar un intento de queja, de oposición, impulsada por el temor a lo que lo que escuchaba pudiera significar lo que estaba pensando. No podía dejar de pensar que lo que hacía en el burdel era prostituirse.

.- Calla, marrana.

.- Sí, señora gobernanta.

.- Mientras permanezcas en el burdel, lo harás conforme a las normas que rigen en él. Ni debe ni puede ser de otro modo. – La miraba.

.- Sí, señora gobernanta. – La indicación a las 7 semanas era el agarradero al que se quería sujetar, diciéndose que en ese plazo acabaría su situación. Pero lo que llegaría a continuación iba a suponer una formulación de su presencia, deberes y vinculación con el club que establecían un estado de cosas muy diferente al actual.

.- En el anexo que vas a firmar se indica tu situación actual, y las normas por las que se rige, que se aplicarán de ahora en adelante, hasta que la dirección del burdel decida lo que corresponda sobre ti. Se mantendrán durante todo el tiempo que permanezcas recibiendo la doma e instrucción precisa para hacer de ti una buena marrana, al tiempo que realizas  funciones propias de la marrana que vas a ser, que ya comienzas a ser, que ya eres, pues ya se te considera como una marrana. Ya eres una marrana. – Recalcó. – Todo ello como parte del aprendizaje y al tiempo como prácticas que te permitan adquirir el nivel en el servicio y en los comportamientos que el burdel exige a sus marranas. – L escuchaba con una creciente perturbación y susto, cada vez más temerosa de lo que iba a llegar.

El documento se dirige, fundamentalmente, a regular este especial periodo de la doma, en el que se amplía la instrucción, se incluyen las prácticas que aseguren la idónea realización de las funciones que te son propias y pongan de manifiesto el grado de aprendizaje y comportamiento, y al tiempo se establece como periodo de prueba a efectos laborales. Todo ello lo solicitas al club, para que conste que eres tú quien desea recibir la doma de la forma en que se va a realizar, como parte de la preparación necesaria en una marrana del burdel, que es la finalidad del aprendizaje y lo que deseas ser, formal y oficialmente. Y es el club quien accede a tenerte y adiestrarte según solicitas, siempre que cumplas conforme a las normas establecidas, y para hacer de ti una marrana del burdel, formada según los modos del burdel al que quieres pertenecer, y en el que quieres ejercer como prostituta.

¡Ah! – L no pudo controlar el gemido que provocaron las palabras de la señora, quien continuó sin hacer caso.

Los horarios se dejan indeterminados, solo se dice que deberás permanecer en el burdel – ya siempre se refieren al lugar de ese modo, poniendo ante L su verdadera situación – hasta después de la cena los días de la semana, y los fines de semana completos.

Como te acabo de decir, además de la doma, que seguirás recibiendo, o mejor debería decir, como parte de la doma, se contempla la realización de los servicios a los clientes característicos de una marrana, tal y como ya lo vienes haciendo, pero ya de manera totalmente asimilada a la de tus compañeras, y formalmente reconocida como tal. Se especifica que, a pesar de la realización de ese tipo de servicios, no eres una marrana del club, y aunque efectúes sus cometidos, y a todos los efectos aparezcas como tal, no se te marcará con el rabo, que es distintivo de nuestras marranas. Se mencionan los aretes que se te han colocado como un ornamento, que al tiempo es indicativo de la forma e imagen en que se quiere que aparezcas ante los clientes.

Y, por supuesto, también se mencionan los modos de disciplina, corrección y castigos, que forman parte inseparable de la domesticación que se realiza, y son los comunes a las marranas. Todo ello lo aceptas y te comprometes a realizarlo según se te mande y de acuerdo a los modos propios de las marranas de esta casa, según lo vienes efectuando. Te comprometes a cumplir con los tiempos de permanencia establecidos y con las sucesivas ampliaciones a que den lugar las ausencias, incumplimientos y castigos, todo ello según los cómputos que lleva el burdel, que aceptas como correctos y te obligas a cumplir íntegramente. Aquí se efectúa una mención especial al caso de incumplimiento de esa obligación y la penalización que llevaría aparejado. Como el burdel ha efectuado una inversión muy importante en tu preparación, caso de romper unilateralmente tus compromisos, quedarías obligada a resarcir al burdel por los gastos incurridos en tu preparación, así como compensarle por el lucro cesante que pueda producirse, todo ello sería valorado según los criterios que se aplican para estos casos. Como puedes comprender, se trata de que una conducta desleal e incumplidora no quede sin penalizar, ni el burdel sin resarcirse.

Por supuesto, realizarás los reconocimientos médicos establecidos por el burdel para sus marranas, lo que representa una especial obligación que asumes, al tiempo que te obligas a poner en conocimiento de la dirección del burdel cualquier anomalía o disfunción que presentes. Es un deber tanto por ti como por tus compañeras y los clientes a los que debes servir. Te obligas, así mismo, a comunicar cualquier irregularidad que percibas en tus compañeras, demás empleados y también en los clientes. La higiene y salud de todos los que trabajan en el burdel es algo prioritario, que te comprometes a cuidar con especial atención.

Estas son las normas generales, pueden variarse para acomodarlas a situaciones especiales, siempre cumpliendo estos mínimos, aunque, ya te digo, que podrá alterarse la forma, los tiempos o los lugares, en función de la conveniencia del burdel o el interés de los socios, amigos o invitados, que te concedan el privilegio de demandar tus servicios como marrana. Todo ello lo declaras conocer y admitir, quedando permanentemente a disposición de la dirección del burdel, que será quien establezca, en cada momento, lo que crea más apropiado, debiendo obedecer todo lo que se te ordene para el mejor cumplimiento de los compromisos que has asumido.

Como sabes, los días añadidos por castigo deberás cumplirlos en su integridad, sin que puedan ser eludidos ni reducido su número. Los castigos los cumplirás siempre e íntegramente. En este caso concreto, la señorita me ha planteado el castigo que merece tu conducta absolutamente indecente, que no quiere ni puede dejar sin el merecido castigo. Me ha propuesto elevar en 11 el número de semanas de obligado cumplimiento, lo que me parece razonable y conveniente para tu mejor aprendizaje. Como se han acumulado una serie de faltas que suponen días de más, vamos a establecer un cómputo que las asuma, de forma que las 11 semanas comiencen a computarse desde este día, pero se dejen sin efectos los castigos existentes. No es lo que la señorita considera que debe hacerse, ya que los castigos siempre hay que cumplirlos, pero quedan asumidos en las nuevas semanas lo que permite esa generosidad contigo.

.- Que deberás agradecer a la señora gobernanta, yo no te lo hubiera concedido. No te lo mereces, al contrario, eres carne de horca. – Y L sentía esa manifestación de la señorita como si realmente se mereciera ser colgada por su falta, hasta el punto de sentir como un frío especial en ella.

La señora continuó con su explicación.

.- Los haberes a que den derecho los servicios que realices, compensarán los costes, si es que fuera preciso. Adelantándote las cantidades que el club considere, prudentemente, que se te pueden abonar, lo que se hará siempre a cuenta del resultado final, que compute todos los gastos a que diera lugar tu preparación y los ingresos obtenidos por ti, que, lógicamente, no son los propios de una marrana de pleno rendimiento, sino los de una aprendiza que está en periodo de formación. Todo lo cual se indica en el contrato, para que quede determinado el modo de computo de tus ingresos.

La gobernanta colocó el nuevo documento ante L, quien leyó el encabezamiento, estaba tan perturbada y confusa, que como ocurriera en la firma del documento base, difícilmente podía leer el papel que tenía ante sí, lo que hizo solo en su encabezamiento, y esto sería más que suficiente para saber a qué se comprometía.

“Anexo a la solicitud de acogida en el Club DandS, de Hembra 73, devenida marrana 73, en adelante, la marrana – al leer el comienzo, el corazón comenzó a palpitarle, avergonzada y aturdida, casi no podía seguir con la lectura. – Con el fin de completar su formación y aspirando a ser admitida como marrana del burdel – gimió al leer esa referencia – la marrana solicita la ampliación de la instrucción que se viene realizando con ella en el club, para abarcar las prácticas como marrana del burdel, reconociéndose formal y oficialmente esa circunstancia – no pudo evitar una exclamación de sorpresa, ansiedad, humillación, temor, que era a la vez otro gemido – y ruega a la dirección del club, que el tiempo que permanezca en prácticas sea computado como periodo de prueba a todos los efectos laborales que puedan derivarse dentro y fuera del club. Como correspondencia a la aceptación por parte del club de la solicitud de la marrana, ésta se compromete a cumplir con exactitud las obligaciones propias de las marranas del burdel – de nuevo L deja escapar un gemido – y las normas y costumbres que rigen en el club, que declara conocer en su formulación y en la práctica, y se obliga a respetar y cumplir.

Los servicios que la marrana efectúe como tal, en su condición de aprendiza, supondrán la compensación que recibe el club por la ampliación de la doma que se lleva a cabo con la marrana, que no se prolongará durante más de tres meses desde la fecha de este anexo al contrato, transcurrido este periodo, el club comunicará a la marrana la resolución que haya tomado sobre su situación en él, sin que el club quede obligado de ninguna manera con la marrana, ni deudor de ella, pudiendo despedirla en cualquier momento, por su sola decisión, ya que el club no mantiene ningún tipo de contrato, ni laboral ni civil con la marrana, simplemente de  servicios de adiestramiento, que incluye los ejercicios de prueba. En caso de incumplimiento de sus compromisos con el club, la marrana deberá correr con los gastos de su doma, incluido el lucro cesante que legítimamente tenga derecho a esperar el club de los servicios de prueba que la marrana hubiera debido realizar caso de no romper sus compromisos, todo ello valorado según los varemos establecidos por el club para la evaluación de estos gastos. La marrana también podrá amortizar su deuda sirviendo en el club como marrana, durante el tiempo preciso para compensar todos los gastos en que se ha incurrido en su preparación y que resten por satisfacer, así como el lucro cesante ya mencionado. El club puede decidir, a su conveniencia, si desea cobrar las cantidades que la marrana le adeude con el trabajo de la marrana en el burdel o bien en metálico, quedando expresamente autorizado a perseguir el cobro de las cantidades adeudadas por todos los medios legales a su alcance, o demandar la realización de los servicios substitutivos del pago, elección que siempre queda a decisión del club. Cualquiera de las alternativas que el club decida adoptar podrá demandarla en los tribunales, sin esperar a ningún amigable arreglo ni arbitraje de terceros.

En el supuesto que la marrana realizara servicios que, en opinión del club, compensaran en parte suficiente los gastos incurridos en su formación, el club podrá adelantar las cantidades que estime prudente, siempre a compensar en la liquidación final que se realice con todos los gastos e ingresos. El club deberá expresar, a demanda de quien corresponda, los conceptos que dan lugar a gastos e ingresos, con determinación de tiempos y servicios, en ambos supuestos. Cumplidos los 3 meses mencionados, el club efectuara la liquidación, sin perjuicio de que las partes acuerden la continuación de sus relaciones. La liquidación correspondiente será satisfecha por la parte deudora de forma inmediata, si la parte deudora fuera la marrana y esta no pudiera satisfacerla, entrarán a funcionar los modos especificados anteriormente para que el club quede completamente resarcido, en este caso, podrá prolongarse la presencia de la marrana sirviendo en el club, hasta satisfacer su deuda con él. Si la marrana decidiera este tipo de pago, quedará obligada a cumplirlo hasta su término, sin posibilidad de vuelta atrás. Si incumpliera, los montantes que resten por pagar sufrirán un recargo del 200%, como penalización por el incumplimiento, quedando el club facultado para perseguir judicialmente a la marrana hasta obtener la compensación debida.

Los horarios de permanencia de la marrana en el club, tanto para obtener la formación idónea, como para ejercitarse en el servicio a los clientes como tal marrana del burdel, serán establecidos por la dirección del club, con un límite máximo de 48 horas semanales de servicio efectivo, pudiendo solicitar a la marrana la realización de los servicio necesarios para cumplir con los tiempos establecidos en sábados, domingos y otros días festivos. Si la dirección del club considerase conveniente que la marrana durmiera en el burdel, bien para la mejor ejecución de los servicios, o por cualquier otro motivo, la marrana estaría obligada a pernoctar en el burdel siempre que se le pida hacerlo.

No siguió leyendo. No podía estar más claro lo que se deseaba de ella y para ella. L se percataba que de firmar aquel papel, estaría aceptando formalmente su situación de casi marrana, o sin casi, ya que debería efectuar los mismos servicios que las marranas y estos eran los de una prostituta, y al tiempo imposibilitando cualquier ulterior tentativa de escapar de aquel lugar sin consentimiento de la señorita o de quienes tuvieran que permitirlo, teniendo que permanecer hasta concluir los plazos establecidos y sus incrementos. También estaba clara cuál debía de ser su respuesta, clara pero tan difícil que pensaba en ella de modo superficial, como si quisiera pasar sobre ella, por no atreverse a planteársela, por miedo a la reacción de la señorita, ya sabía cómo podía concluir un nuevo intento de rebeldía. Y la mención a un plazo total de 3 meses como máximo, ofrecía la garantía de poder dejar aquel lugar una vez cumplido ese plazo, que si hacía muy poco le habría parecido inaceptable, ahora aparecía como la mejor garantía de concluir aquel infierno. Con esas ideas en la cabeza no era tan difícil firmar el papel, con la esperanza de acabar pronto con la situación en la que estaba metida, y con el temor a la señorita, que se unía a la debilidad para oponerse a lo que se quería de ella, sabiendo que si lo hiciera está en manos del club ponerla en una situación que supusiera su ruina profesional y social. Pero con cada nuevo paso que daba, iba hundiéndose más en su dependencia de la señorita y del club. No podía vacilar ante la firma, de hacerlo se arriesgaba a recibir un castigo similar al de la otra vez. Se arrodilló ante la mesa y con mano temblorosa, firmó las hojas. La gobernanta se quedaría con la única copia.

.- Esperemos que con esto podamos evitar situaciones tan poco gratas como la que acabas de protagonizar. Ahora irás a servir en los salones y exhibir tus nuevos abalorios.

La señorita quería que L comenzara de inmediato su andadura como prostituta oficial del burdel, haciendo que sirviera en los salones hasta la hora de la cena, de forma ininterrumpida, acompañando a comer y cenar a unos clientes, junto con otras compañeras, y después atendiéndolos como una más de ellas. Pero tendría un “detalle” para con ella, solo sería usada por la boca, para evitar roces que pudieran producir heridas en la vulva. Y eso, que parecía un cierto privilegio, se convertiría en una forma de señalarla específicamente como marrana, marrana que recibía un trato especial, debido a la singularidad de sus adornos, que se le acababan de colocar. Sería la marrana singular del día, y sus servicios bucales, serían demandados con profusión.

El camarero que la conduciría a la plataforma, antes de llevarla la advertiría de lo especial del día y su presentación a los clientes.

.- Se espera de ti la mejor exhibición y la muestra más completa de la oferta que quieres hacer a los señores socios, al tiempo que demuestras toda la satisfacción que te produce y lo honrada que te sientes al poder mostrarte y ofrecerte para ser elegida y usada por ellos. Siempre sonriente, siempre disponible, siempre mostrada, siempre ofrecida. Ahora vas a ir bailando hasta la tarima. Hazlo bien, llamando la atención y haciendo que se fijen en ti y que deseen verte bailar en la plataforma. Sonríe animante y provocativa.

L saldría completamente desnuda a los salones, la señorita quería que se pudieran apreciar sus colgantes sin ningún obstáculo, y si estos son la novedad, L no puede olvidar el objeto que lleva en el culo, que no le ha sido retirado, y que siente con especial vergüenza. Sería llevada a la plataforma donde debe bailar hasta ser elegida. El peso del colgante se hacía notar, lo mismo que el tirón sobre el clítoris, aunque también mantendría el dolor en los pezones. Pero no era esta molestia lo que centraba la atención de L sino el miedo a ser descubierta, que se acrecentaba con cada una de las muestras que se iban añadiendo en su cuerpo y con las formas de exhibirlo. Solo el pensamiento de que ya debían haberla visto gran parte de los socios, aportaba alguna calma a sus temores, aunque siempre podía aparecer algún socio o invitado que la reconociera. Si relegaba esos pensamientos calmaba buena parte de sus miedos, recuperando las maneras propias de una marrana sin interferencias que las coartaran, lo que se notaba en su forma de presentarse y animar a los clientes, consiguiendo ser retirada enseguida de la plataforma de baile, por lo que trataba de olvidar todo aquello que pudiera interferir en su mejor presentación y oferta a los clientes, que por otra parte, estaba consiguiendo unos niveles de desvergüenza difíciles de superar por sus compañeras, pero ser retirada con prontitud, bien valía ese esfuerzo. Y los nuevos añadidos, que se ofrecieron como novedad, sin duda animaron a los señores a demandarla.

Y la oferta se haría en un cartel colocado a un lado de la tarima donde bailaba la marrana, en la que se leía:

El Club tiene le gusto de presentarles a la marrana73, aquien se acaba de colocar las argollas en los pezones y es preparada para hacerlo en el coño. Se ruega usar por la boca.

L realizaría el paseíllo por la zona que más la avergonzaba, pasando delante de la barra del bar, y haciéndolo bailando, como había sido avisada, contoneándose con procacidad, sonriendo con  descaro, mostrándose con descomedimiento, y atrayendo las miradas e interés de quienes presenciaban su exhibición.

Pero lo peor estaba por llegar. Ese día L sería fotografiada de forma manifiesta, por un fotógrafo que estuvo atento a su baile, a las muestras que efectuaba, a las ofertas que hacía. Ella sabía que esas fotos podrían estar, y muy probablemente estarían, en el video que se ofrecía de las marranas. Querría evitar las muestras de agrado, las sonrisas y las ofertas más provocativas, pero el fotógrafo las demandaría y el camarero a cuyo cargo estaba, la obligaría a efectuarlas con descaro, generosidad y alegría. Querían que mostrara el objeto que la enculaba, y ella sabía que también mostraba las marcas que había querido que viera el doctor como prueba de la causa de su sometimiento y que ahora se convertían en prueba de la aceptación de su condición de marrana, de ramera del club, que se vería reafirmada al ordenarla que jugara con el falo del culo, primero moviéndolo en su interior y después sacándolo y metiéndolo en el, abriendo el agujero para mostrar mejor como lo introducía, y girando la cabeza hacia atrás para, sonriendo, exhibir su satisfacción, que llegaría acompañada de la oferta verbal de lo que mostraba con sus manos. Lo que tuvo que hacer varias veces hasta que saliera tal y como deseaba el fotógrafo y el camarero, caña en mano, indicaba que no iba a tolerar que hiciera inadecuadamente. Y ella sabía que tampoco lo toleraría la señorita, ante quien se había comprometido a someterse y obedecer en todo lo que se deseara de ella, especialmente en todo lo que supusiera servir a los clientes como una marrana más.

Y si en el cartelón en que se ofrecían sus servicio estos se querían limitar a su uso solo por la boca, las ofertas que ella realizaba de su culo decían de una ampliación de aquellas también al uso del culo.

Si ante lo que, pocas horas antes, había presenciado de sí misma en el video que contemplara en la sala de espera, había tenido dudas sobre su veracidad, ahora podía estar segura de que era ella quien se mostraba obscenamente y quien se ofrecía de viva voz, aún más obscenamente. Y obligada a hacerlo dejando patente su complacencia. Y todo ello ante los clientes que quisieron presenciarlo, cuyo número se fue incrementando, divertidos por lo que veían y animados por las demandas del fotógrafo. Espectáculo que constituiría no solo un atractivo adicional, también un aliciente que incrementaría la demanda de servicios a realizar por L, que no se limitarían a los de la boca, no serían pocos los que quisieran disfrutar del culo de L, después de presenciar la muestra de sus enculamientos con el objeto y las ofertas explícitas de L para que también la utilizaran por el culo.

Y también serían fotografiados y grabados varios enculamientos, dejando constancia de la entrega y complacencia de L cada vez que era tomada por el culo, lo que se hizo con profusión y variedad de enculadores. Y para mayor bochorno de L en su muslo lucía la marca del falo y el chorro que salía de él.

Resultaba evidente que la señorita deseaba sojuzgar y dominar a la joven de forma aún más firme, sujetándola de modo que supiera que sería absurdo cualquier pretensión o intento de escape, que nunca iba a tener éxito ya que existían pruebas más que suficientes para demostrar su pertenecía al club formando parte de sus rameras. Y de ello se percataba L, sin poder hacer nada para evitarlo.

L notaba los colgantes, cuya presencia estaba acompañada por el dolor de las heridas, y si eso era más patente en los pezones, el que colgaba del clítoris era difícil de olvidar al encargarse él mismo de recordar su existencia con permanentes tirones sobre el trozo de carne, que producirían un efecto añadido, éste nada desagradable, manteniendo a L en un estado de excitación, que el tintineo, con su repercusión en el pequeño botón de carne, ya excitado, añadía otro montante de excitación cuando L se movía. Y si las anillas le parecían demasiado grandes, aunque se haría enseguida a ellas, el sonido del falo, que colgaba entre sus piernas, al repicar con cualquier movimiento, se hacía perceptible, llamando la atención a quien se acercara a ella, en el club, al estar desnuda, enseguida se conocía la procedencia del sonido. L pensaba en lo que ocurriría fuera de ese lugar. No se le había dicho el tiempo que se precisaba para alargar el clítoris lo suficiente para poder pasar una anilla por él.

El director enviaría a J un sobre con copia de las fotos más elocuentes, quien al verlas no pudo evitar un respiro de alivio. Con ellas llegaba una fotocopia de un anexo a un contrato, J lo leyó, era la aceptación de L de la realización de los servicios que llevaban a cabo las marranas del burdel, así se decía, añadiendo que serviría a los clientes según era habitual en una marrana, lo que ya venía efectuando, y ateniéndose a las normas que regían la conducta de las marranas del burdel, incluidos los castigos comunes a todas ellas. Cada día estaba más asombrado por lo que eran capaces de conseguir en aquel burdel.

“¿Qué harán para presentarla en sociedad?”

Comenzó a disfrutar de esa eventualidad, que ya veía como algo seguro y próximo, y en lo que quería encontrar la compensación al mal rato que la marrana le había hecho pasar. Pero no lograba tranquilizarse, lo ocurrido ese día ponía ante él una posibilidad, la de la huída de L, que, si bien, siempre presente, había dejado, imprudentemente, relegada durante demasiado tiempo, y ahora aparecía como algo no solo posible, sino probable. Esa preocupación, que solo se habían calmado un poco, regresaba a J, que quiso tratar de sosegar, sino apagarla de forma definitiva. Llamaría al director.

.- He estado pensando en lo sucedido, y creo que es de mutuo interés acabar con esta situación, “contratando” definitivamente a la pretendiente. Me parece que para ella es la mejor solución, obtendrá el puesto que quiere y merece, y los demás habremos cumplido con nuestra misión.

.- Comprendo su postura y, si fuera necesario, así se haría, pero es más conveniente que la pretendiente sea consciente del enorme favor que se le hace al admitirla como una más, y eso se lo tiene que ganar. No debe tener la menor duda sobre lo mucho que le conviene solicitar la pertenencia a su lugar de destino. – El director estaba manteniendo la forma de hablar de J, suponiendo que si este la empleaba era por alguna razón, ambos conocían perfectamente de lo que hablaban. – Y la suerte que supone, para alguien como ella ser admitida como una más.

.- Comprendo. Entonces, qué pasos están previstos.

.- Los naturales, los que de modo natural llevarán a alguien de su condición y  cualidades al lugar que le es propio. Y eso no tardará en suceder.

J no quedó tranquilo. No comprendía que hubiera que esperar y, acaso, recibir otro susto, o algo peor.

Los siguientes días supondrían la presencia de una especial conmoción en L. Y no serían los colgantes, con suponer la mayor novedad, lo que más afectó a L, ni tampoco los servicios que realizaba, que básicamente no variarían,  lo que la conmocionaba era la sensación de estar realizándolos como una marrana más. Haber firmado el compromiso de hacerlo como tal suponía un cambio radical en el concepto que tenía de ella misma. Si había pensado muchas veces en que se estaba comportando como una marrana, pero defendiendo que no lo era, ahora pensaba en que era una marrana, por mucho que se dijera, y se lo decía, que solo sería algo momentáneo, que cesaría cuando concluyera su presencia en aquel lugar, y esto podría tardar algo más de lo previsto, pero llegaría en no demasiado tiempo.

Durante esos días, lógicamente, el club se llevó casi toda su atención. Fuera de él poco o nada le quedaba por hacer, volvía a estar imposibilitada de presentarse en las oficinas. Su situación en la empresa había pasado a un segundo plano, concentrada, como estaba, en lo que sucediera en el club. Ahora, más que la empresa, le importaba su relación con Martin, tratando de buscar apoyo y seguridad en él, pero esto también era difícil de conseguir cuando se tiene que estar la mayor parte de las horas del día pendiente de otra cosa, y cuando podía intentar acercarse a lo que había sido su mundo social, tenía que hacerlo vestida de una manera contradictoria con los modos que practicaban sus conocidos, ante quienes aparecía conculcando sus costumbres, lo que propiciaba un despego hacia ella que poco a poco se iría convirtiendo en un trato menos atento, cuando no, despectivo, sobre todo por parte del sexo femenino, que comenzaría a referirse a ella de modo peyorativo, cuando no lo hacía como puta, sin más circunloquios.

A pesar de ello o quizás, como una consecuencia más de ello, L se estaba amoldando a su estancia, casi permanente, en el club,  donde cada vez se ocupaba cada vez más en los servicios a los clientes, quedando dos turnos para la doma, uno matutino y otro vespertino. Solo la realización de la publicidad de la comida de gatos aparecía en su mente, debido al nuevo requerimiento recibido del fotógrafo, que volvería a surgir con unos contenidos y demandas que iban a suponer otra situación ingrata y humillante para ella.

L se percataba que no podía continuar viviendo de la forma en que lo hacía. Estaba cogida por el club, con el que debería cumplir durante 3 meses y no podía permanecer sin trabajar durante ese tiempo, ni realizando su vida normal, por lo que comenzó a pensar que lo mejor era pedir un tiempo en la empresa, aún a riesgo de perder parte de su posición, y regresar cuando todo hubiera concluido.

Sabía que el club tenía otros clubes corresponsales en otras ciudades, incluso en otros países, podía solicitar que se la trasladase fuera, donde nadie la conociera. Esa podía ser la mejor solución.