L 21
Nuevo turno en el club e inicio de la rebelión
21 Establecimiento de doble turno en el club
En el club las cosas se iban a complicar y mucho para L.
L tiene que notificar la nueva situación creada por la imposición de sus jefes de estar siempre a su disposición, pudiendo comunicarse con ella y hacerla presentarse cuando lo indiquen. Quiere decirlo lo antes posible para adelantarse a J, si es que este quisiera hacerlo, y que estén enterados y, a ser posible, tenerlo resuelto para procurar que J hable lo menos posible con el club. En el club ya saben lo que sucede, y han preparado su respuesta.
Al llegar, L pidió ver a la señora gobernanta, necesitaba la autorización para poder cumplir con las nuevas demandas y, de paso, quería comentar su presencia en los salones con la intención de acabar con ella y, por tanto, con su exhibición y oferta a los clientes como una marrana más.
Siguiendo el ritual mañanero tiene que desnudarse y después sufrir la colocación del falo en el culo, que ha dejado de tener la finalidad de prepararlo para que la joven pueda ser usada por ese agujero sin dificultad, ahora solo sirve como motivo de sometimiento y humillación de L, tanto en el momento de su colocación como durante el tiempo de llevarlo, en especial si se la obliga a hacerlo en zonas públicas, lo que no quita para que, a veces, la criada convierta el momento en que introduce el objeto en el culo de la joven en un hecho muy desagradable. Y ese día lo sería, pero más por la situación de la propia L que por las exigencias de la criada. L está tensa y preocupada por lo que tiene que informar y sus posibles consecuencias. No es sencillo plantear a la señora gobernanta un asunto que, muy probablemente, no sea bien recibido, y eso la tiene nerviosa.
Tener que inclinar el torso, abrirse de piernas y separar los carrillos del culo con sus manos para facilitar la introducción del objeto, nunca había sido grato, y ese día lo sería menos, hasta el punto de no hacerlo con la disposición y soltura habituales, lo que hizo reaccionar a la criada.
.- Marrana, separa más las patas y abre mejor el culo. – L lo hizo, sin decir nada, aceptando y sometiéndose, pero evitando una respuesta que exigía la sumisión debida. La criada, de inmediato, la llamaría la atención. - ¡Marrana! – L sabía lo que faltaba y lo aportaría.
.- Sí, señorita, como usted mande, señorita. – Pero no accedía con la facilidad de otras veces. Y como si la criada se hubiera percatado, y quisiera controlar esa mala tendencia, actuaría imponiendo a L su voluntad. Cambió el falo por otro más grueso, y en lugar de poner un lubricante para mejor introducirlo se lo haría chupar a L.
.- Chúpalo bien, marrana, te conviene. – Y L lo sabía, pero el objeto era demasiado grueso lo que dificultaba ensalivarlo bien, aunque ella trató de hacerlo lo mejor que pudo. La criada lo llevaría al culo de L, mientras la joven separaba todo lo que podía las nalgas para facilitar la penetración de un objeto que se mostraba difícil de acomodar en su agujero. Tuvo que ensalivarlo otra vez para que acabara penetrando, y no con facilidad, haciendo que L sintiera la molestia de la forzada introducción, que notaba llenando el agujero.
En L pesaba lo sucedido en la empresa, que la volvía a poner frente a la cruda realidad de su situación menoscabada como consecuencia de todo lo que estaba sucediendo, y de manera destacada lo que ocurría en el club y sus consecuencias hacia el exterior, lo que restaba, hasta casi anular, su capacidad de oposición, de lucha, que se hacía más patente en momentos como ese, en que hubiera querido rebelarse contra lo que se hacía con ella, y en lugar de hacerlo, se avenía a seguir siendo tratada como esa hembra cuya identificación lucía sobre su sexo, casi una marrana más, una ramera del club, cuya casi única esperanza de abandonar aquella casa estaba depositada en el transcurso del tiempo comprometido.
Y así iría a presentarse a la señora gobernanta, conociendo su debilidad, deseando escapar de allí, ansiando devolver los golpes que recibía en el club y en el trabajo, pero sin conseguir ni las fuerzas ni las ideas para hacerlo. Los pensamientos de venganza eran los únicos que lograban darla algún ánimo, basado en la rabia y los deseos de desquitarse de los sufrimientos que padecía, y aún esto, menguado por sus temores y desánimos.
.- La hembra me ha pedido que la traiga, quiere ver a la señora gobernanta. – Es la criada quien lo dice a la secretaria, y L casi agradece que se emplee ese término para designarla, evitando el de marrana que se estaba convirtiendo en el habitual.
Esperaría a que la gobernanta la recibiera. Permanece desnuda, esperando en un pasillo, en posición de respeto, inmóvil, esforzándose en mantener la postura obligada, sintiendo el esfuerzo en la espalda al poner los brazos doblados con las manos abiertas en la cintura y los codos forzados hacia atrás, y lo siente como algo normal, incluso buscado, como la prueba de estar cumpliendo en la forma debida, y como si todo aquello fuera lo propio para ella, que ya no suponía nada anormal ni siquiera perturbador, eran sus pensamientos y frustraciones lo que, ese día, más le perturbaban.
Pensó en lo que debía decir a la señora gobernanta, se percataba que no sería bien recibido, lo que traería consecuencias, aunque esperaba que no supusieran nuevas demandas.
Recuerda la nueva marca, mira hacia abajo buscándola en el muslo, al verla se estremece, resulta tan indecente como indicativa. Piensa que ya no habrá ninguna duda sobre ella, sobre quién es, lo que es. Todos la reconocerán, lleva la anilla en la nariz y esa marca, que no permiten equívocos. Recupera la postura, quiere dejar de ver la marca y debe obedecer a lo que tiene ordenado. Vuelve a sentir la tensión en la espalda, que recibe con una especie de alivio por distraerla de sus otros pensamientos. Pero estos regresan para apoderase de ella, que sabe que se va a estar mostrando con esa nueva indicación, que quienes la vean, y estará desnuda, no la olvidarán.
“Cada día aparezco más puta…, y más reconocible.” – Y es esto último lo que la hace temblar.
La gobernanta estaba avisada de la nueva obligación impuesta a la joven en su empresa. El director ha comentado a la gobernanta y a la señorita Laura las posibilidades que eso ofrecía para el mejor control de la marrana, habiéndose preparado para sacar partido de ello. Y sería la presentación y pretensiones de la propia marrana, quienes aportarían la mejor excusa para hacerlo, permitiendo a la gobernanta obrar en consecuencia, según lo que se había decidido con el director.
.- Lo que pretendes significa variar lo que el club establezca para ti, y eso puede romper con los horarios y sistemas habituales, y requiere mantener una permanente disponibilidad de recursos para atenderte, lo que no será siempre posible, y lo que es peor, puede incidir en el servicio a los clientes. – Expone la gobernanta. – Por lo que se crean evidentes dificultades, que hay que solventar, y hace que permanezcas sin control durante las horas que debiendo dedicar al club no lo hagas, lo que no quiero que suceda, por ello, siempre que salgas o llegues a hora distinta a la establecida, traerás una nota donde se me indique la hora de entrada y salida de tu trabajo, firmada por alguien con el que pueda hablar y confirmar la veracidad de lo que se indica.
Era una demanda que pondría a L en una situación absurda en la empresa, solicitar esa nota para presentarla en un salón de belleza, que era el lugar al que se suponía que acudía, no tenía ningún sentido, dejando, como poco, en la duda la veracidad de su presencia en ese lugar. L lo comprendía, pero aceptaba el requerimiento sin decir nada, no era algo demasiado perturbador, y prefería centrarse en la presencia en los salones, que era lo que más le preocupaba.
.- Como esta variación rompe la unidad de adiestramiento, y dificulta una doma que ya deja mucho que desear, mientras dure esa situación anómala, te quedarás aquí por las tardes hasta después de la cena, ya que serán en esas horas donde se pueda tener asegurada una continuidad en los servicios que debas realizar. Supongo que después de la hora de salida no te reclamarán de la empresa. Si hay algún inconveniente en tu empresa hablaríamos con ellos para explicar la necesidad de efectuar lo que pretendemos. De alguna forma hay que compensar los tiempos de ausencia y acomodarte a las posibilidades de quienes se ocupan de tu doma, al tiempo que se asegura la realización de los servicios que te corresponde efectuar en el club.
La señora pretende tenerla todo el día en el club. Y si L no tiene dificultad para acceder ya que J no quiere que esté en la oficina, no quiere permanecer todo ese tiempo en el club, ni que la señora se arrogue la facultad de determinar el tiempo que debe estar en el club y menos si, teóricamente, va en detrimento del que tiene que estar en la oficina, ya muy escaso. Trata de defender ese último bastión.
.- Señora, es por la tarde cuando puedo ir a la oficina. – La gobernanta, que conoce que eso ya no es cierto, calla y ofrece a L seguir acudiendo por las tardes a la oficina y volver después al club.
.- Como no siempre te necesitarán, llamaremos antes para saber si tienes que ir. – Eso no lo quería L. – También puedes ir por la mañana temprano, y después venir aquí antes de las 10. – L acepta esta segunda oferta. – Pues arréglalo hoy mismo. – Ordena la señora.
.- Sí, señora.
La gobernanta está disponiendo sobre las relaciones de L con su empresa, lo que no es ni lógico ni tiene por qué obligar en la empresa, pero L no dice nada, dando por bueno lo que la señora dispone. Lo mismo ocurre con la posibilidad de ser llamada por su empresa mientras esté en el club, que ha pasado a considerarse como algo seguro, en lugar de ser algo poco probable y que, caso de producirse, la tendrá fuera del club durante muy poco tiempo. La señora, basada en esa posibilidad, plantea unas modificaciones que suponen mantenerla mucho más tiempo en el club, de hecho, significa pasar todo el día en el club, comiendo y cenando allí. Y el comentario de la señora sobre los servicios que debe realizar no tiene otra traducción que la atención a los clientes. L comienza a estar inquieta y asustada, pensando en que no puede admitir esa imposición.
Y no iban a acabar en eso las demandas. Lo que llegaría a continuación tampoco era comprensible, ni aceptable.
.- Quiero que los fines de semana permanezcas en el club, desde el viernes al lunes, empezando ya, este fin de semana. Entre unas cosas y otras, estamos proporcionándote una doma muy defectuosa, hay que conseguir que completes una buena preparación y adiestramiento, y eso exige una continuidad que, cada vez brilla más por su ausencia. Por supuesto, se computaran estos días de quebrantamiento de la doma como faltas para aplicar las sanciones temporales pertinentes, te haré la gracia de no aplicar la pena de azotes. – Miraba a L, que ofuscada y asustada, solo fue capaz de hacer lo que la señora esperaba: agradecer, que era aceptar.
.- Gracias, señora.
Sabía que debía mostrar su agradecimiento, de no hacerlo podría privarle de ese beneficio, aunque L no comprendiera que se aplicara el castigo de los días, no estaba incumpliendo ninguna presencia, pero agradeció y calló. La explicación llegaría inmediatamente.
.- No pueden dejarse sin castigo incumplimientos que, además, suponen una dislocación en la doma como marrana, que obliga al necesario resarcimiento. Tienes que tener siempre presente que cualquier incumplimiento va a suponer una inmediata reparación, que en la medida de lo posible intentará compensar y subsanar la ruptura de las condiciones requeridas para la doma. ¡Ponte bien! ¡Estírate! ¡Estás en posición de respeto!
.- ¡Ah! Lo siento, señora gobernanta. Perdóneme, señora gobernanta. – Se estiraba hasta que sintió molestias en la espalda, haciendo que las tetas sobresalieran aún más, mientras mantenía la mirada baja, dirigida a la mesa de la señora, sin atreverse a mirarla a ella. Sintiendo más su desnudez. El falo en el culo, que aprieta, como hace muchas veces, casi instintivamente en un acto reflejo del miedo que tiene a que se escape.
La señora la exigía para mantenerla sometida y reducir la capacidad de respuesta de la joven, que escuchaba todas esas referencias y nuevas obligaciones, con una mezcla de humillación, susto y resignación. Casi ni se percataba de lo que significaba, o no quería percatarse para no tener que verse obligada a plantarse, y si no era capaz de hacerlo, no sentir la nueva frustración y humillación de su cobardía.
.- Como usted mande, señora gobernanta. – Volvía a aceptar, con lo que volvía a comprometerse y obligarse, conociendo que la señora la demandaría el cumplimiento de su compromiso.
Pero la aceptación de esas condiciones suponía una presencia mucho más prolongada en el club y aún más durante los fines de semana, que se convertían en larguísimos para ella. Pero lo peor eran las sanciones que alargarían los días de estancia en aquel lugar, no sabía a qué se había referido la señora al señalar que esos días se computarían como faltas. ¿Qué días? Se preguntó asustada de lo que pudiera suponer, sin atreverse a preguntar en voz alta y menos a llevar la contraria a la señora. Pensó en que solo serían los días en que se produjera una llamada que la obligara a dejar el club, no todos los días en que eso fuera posible.
“No puede ser, eso no será lo que ha querido decir...” Estaba dejando en manos del club los tiempos de permanencia en él, sin conocer como se computaban.
Las 7 semanas estaban alargándose y ella había puesto en el término de ese plazo y los añadidos inevitables, sus esperanzas de abandono del lugar, que ahora se hacía más apremiante no prolongar.
Recordó la mención a los servicios que debía realizar, que la señora tampoco había concretado, sintió un estremecimiento de temor ante lo que pudiera significar. “Pero no puede ser, están limitados en el tiempo y este se ha cumplido ya.”
.- Hablaré con la señorita Laura para que sepa que debe ocuparse de ti también por las tardes. Del resto me encargaré yo. Durante estos días creo que nos hemos relajado contigo, y en parte debido a la petición del caballero que deseaba tenerte disponible, lo que ha limitado considerablemente tu uso como marrana.
Si L quería escapar de los servicios que la condición de marrana establecía, sería en ello en lo que la señora iba a insistir, aclarando las dudas que tenía la joven, que iba a conocer lo que se quería de ella a partir de ese momento.
.- A partir de ahora estarás disponible para todos, como cualquier marrana del club, durante las horas que permanezcas ofrecida a los clientes. Como aún no eres oficialmente una marrana, prefiero mostrarte menos en los salones, por lo que, en la medida en que espabiles y consigas que un cliente te elija procuraré no hacer que te pases más tiempo del necesario bailando. – La gobernanta, conociendo lo que suponía para la joven su presencia en los salones y más aún ser ofrecida en ellos, especialmente cuando lo debía hacer bailando, le brindaba esa golosina con la que endulzar la píldora que más aversión le producía.
L, aturdida por los comentarios de la señora, que significaban todo lo contrario de lo que ella había pensado y esperado conseguir, no comprendía que se pudiera pretender que pasara a comportarse como una marrana más. Si lo había hecho durante los últimos días había sido solo momentáneamente, durante el tiempo comprometido con su señor, como una secuela tan inesperada como falta de causa, pero que ella había aceptado, pero todo aquello debía concluir al hacerlo el tiempo establecido con su señor. Debería ser al revés, debía acabarse su presencia en los salones, estar en ellos no era lo estipulado, cualquier presencia ya era demasiada y ella debería impedirla. Era el momento indicado, debía pronunciarse, no admitir lo que se planteaba. A pesar de la intimidación que producía en L la señora y la dificultad que sentía para oponerse a ella, se atrevió a manifestar lo que se había pactado en su momento, lo que ella se había comprometido a llevar a cabo, y esto solo de manera tácita, nunca había existido un acuerdo formal por su parte.
.- Señora, si me permite.
.- Habla marrana.
.- Gracias, señora. Estar en los salones… fue una consecuencia de la petición de un caballero…, y solo por unos días...
.- ¡Marrana! ¡¿Qué dices?! ¡¿Qué pretendes?! ¡¿Acaso pretendes decirme lo que debo hacer!? ¡¿O te estás insubordinando?!
.- ¡Ah! No, señora gobernanta. Lo siento señora gobernanta. Solo deseaba comentar lo que se pactó…
.- ¡Marrana! ¿De qué pacto hablas? Pero, ¡qué te has creído! ¡¿Con quién has pactado tú?! ¿Acaso piensas que tú puedes pactar algo? Marrana, aquí lo único que puedes y debes hacer es obedecer. Ese es el único pacto que te obliga y permanentemente. ¡¿Entendido, ramera?!
.- Sí, señora gobernanta. Como usted mande, señora gobernanta. – Estaba asustada, pensaba en que se podía estar ganando un castigo, no podía ni pensar en volver a ser azotada, la aterraba la idea de ser herida de forma permanente.
.- ¡Y ponte bien! ¡Estírate! ¡En tensión! ¡Basta de relajación! ¡No quiero volver a repetírtelo! Esto pasa por ser demasiado permisiva contigo y demuestra lo acertado de las medidas que acabo de tomar. Necesitas una doma que hasta ahora no has tenido pero que vas a tener. Necesitas muchos latigazos. – Y como si quisiera demostrar que está dispuesta a propinárselos, cogió una caña que tenía sobre una mesita detrás de ella y la puso encima de la mesa de despacho.
.- ¡Ah! – La mención a los latigazos descompuso a L, que reaccionó de inmediato. – Lo siento, señora gobernanta. Le ruego me perdone. No he querido disgustarla, ni ser rebelde ni desobediente. Esté segura de ello.
.- Ni yo te lo permitiría. Estás aquí para obedecer y ser domada, y ambas cosas se van a realizar cumplidamente.
.- Sí, señora gobernanta.
Se encontró oyéndose aceptar, intentado con ello aplacar a la señora, y diciéndose que si cuidaban sus apariciones en los salones, mejor era no entrar en conflicto. Estar en ellos era lo que más la preocupaba y temía, si pudiera evitarlo, conseguiría disminuir su mayor problema. No quería mostrarse rebelde, no podía dar ocasión de ser castigada, no quería, no podía volver a ser azotada, con un riesgo muy alto de ser herida, y acaso de ser marcada de modo durable. Temía tanto ese castigo, por el dolor y por las heridas que pudiera conllevar, que admitía estar en los salones si lo evitaba.
.- Y, en cuanto al plazo al que te has referido, primero, siempre estarás a disposición de cualquier cliente al que hayas servido y demande que lo vuelvas a hacer. Segundo, siempre atenderás, servirás y complacerás a quien se te mande atender, servir y complacer, sabiendo que es el mayor honor y satisfacción que puede recibir alguien como tú, mostrando tu agradecimiento y permanente disposición a servir, no solamente por ser tu obligación sino con especial dedicación y agrado.
.- Sí, señora, siempre lo hago.
.- Marrana 73, veo con preocupación que no has aprendido a obedecer, ni siquiera a agradecer lo que se hace por ti.
.- Lo siento, señora gobernanta. No he querido ser desobediente, ni desagradecida. Gracias, señora gobernanta, le agradezco mucho lo que hace por mí. – L estaba tan asustada ante el enfado de la señora, temiendo el posible castigo, que trataba de mostrarse todo lo sumisa que podía.
.- Espero que te comportes como se espera de ti. Que actúes como una buena marrana, siempre en servicio y obediencia, y no vuelvas a mostrar ningún tipo de indisciplina. Tu obligación es obedecer en todo lo que se te mande y hacer todo lo que se desee de ti. Si no lo hicieras, te entregaría a la señorita Laura para que te disciplinara con el rigor preciso.
.- Sí, señora.
.- Marrana, se te ha enseñado a humillar...
.- Sí, señora gobernanta. – L compendió, se arrodilló ante la gobernanta y humillando, comenzó a besarle los pies. Lo hacía maquinalmente, abstraída, pensando en lo que se quería de ella, deseosa de aplacar a la señora, asustada de que pudiera castigarla. Olvidada de su desnudez, que ya aparecía como algo normal en aquel lugar, besaba los pies de la gobernanta con una entrega que esta recibía con una sonrisa complacida, comprobando el sometimiento de la joven y sus escasas fuerzas para enfrentarse a lo que se deseaba de ella, viendo en ello el mejor síntoma de la buena marcha de esa doma que poco antes había calificado como deficiente y necesitada de recibir nuevo impulso.
La señora llamó a la secretaria, que pasó mientras L humillaba a sus pies. La orden, y después la llegada de la secretaria, hizo que L se avivara, intensificando sus muestras de sumisión, sin importarle la presencia, siempre humillante, de otra persona que contemplaba sus manifestaciones degradantes, queriendo mostrar, colmadamente, a la señora el fervor y complacencia con que cumplía la obligación de humillar ante ella, besando sus pies con sumisión y devoción, queriéndose insensible a todo lo que no fuera entregarse a complacer a la señora gobernanta. Sabía que en la postura en que estaba la secretaria estaría contemplando el objeto que la enculaba, ni siquiera eso la perturbaba, era algo sobradamente conocido de la secretaria. La gobernanta la dejó hacer delante de la secretaria antes de ordenarle que la llevase con ella.
.- Llévate a esta marrana, que vengan a por ella para conducirla a la doma. Y que se la exija, ya es hora de que comience a comportarse con la diligencia y sujeción propias de una marrana bien domada, sin permitirla ninguna muestra de indisciplina o desacato, actuando para evitarlo y castigarla cuando sea preciso y con toda severidad.
.- Sí, señora.
.- Bien, marrana. Puedes incorporarte.
.- Gracias, señora. – L reverenció a la señora. – Marrana en servicio y obediencia, señora gobernanta.
L había admitido todo lo que la gobernanta había planteado y demandado de ella, sin ni si quiera dejar constancia de su falta de acuerdo con los nuevos requerimientos. Tendría que solicitar en su empresa una petición que resultaba, como mínimo insólita, pues difícilmente podía explicarse que en un salón de belleza pidieran a un cliente que justificara su inasistencia. L, pensaba a quién se la tendría que solicitar para que ni conociese que clase de lugar era el club, ni quisiera hablar con él. Y lo peor era que dejaba otra prueba de que su presencia en el club era algo libremente aceptado.
A pesar de su capitulación, L dejaba el despacho de la gobernanta, con el alivio de no haber sido castigada. Temía tanto los azotes que evitarlos se había convertido en su primer interés y preocupación, temiendo que, en caso de recibir otros azotes sin haberse curado los anteriores, pudieran mantenerse las marcas de forma permanente.
La secretaria hizo que L se pusiera en posición de respeto ante su mesa, después llamó a una criada para que fuera a recogerla. L, ante todas estas exigencias se comportaba con creciente sumisión, tratando de evitarse complicaciones, en una respuesta que valoraba de modo primordial facilitar el tiempo de permanencia en aquella casa, con la mente puesta en el final de su presencia en ella, y en esos momentos, mientras estaba ante la mesa de la secretaria trataba de demostrar su acomodación voluntaria y sin ningún rechazo a lo que se le ordenaba.
Cuando llegó la criada, la secretaria la diría:
.- La señora gobernanta quiere que se vigile a la marrana para que cumpla perfectamente con sus deberes y mantenga las formas y comportamientos que son propios de una marrana bien domada. Hay que exigírselo y, en caso necesario, emplear los medios correctivos precisos para conseguir que se comporte como debe. Llévate a la marrana.
Y la criada, no se haría de rogar, ni para imitar el modo de llamarla, ni para poner en práctica lo que la señora gobernanta deseaba que se hiciera con aquella marrana, que parecía no querer adaptarse con total entrega a lo que eran sus obligaciones.
.- ¡Marrana! ¡Sobre el lugar, al trote alto! ¡Bien estirada!
Sin duda era un buen método para poner a la marrana en su sitio y hacer que estuviera pendiente de realizar lo que se le había ordenado, que se vería reafirmado cuando la criada pidió una caña a la secretaria, cuyo uso no admitía dudas.
L, devuelta a la humillante realidad, reaccionó a la orden recibida sin plantearse nada en contra, era lo que se le ordenaba y lo que tenía que hacer, tratando de alcanzar las tetas en cada paso, cumpliendo con lo que se quería de ella, ante la mirada divertida de la secretaria, y la despedida, también burlona de la criada.
.- Así se entretendrá por el camino y no pensará en desobedecer. – Comentó a la secretaria.
Cuando se acomodó al trote, alejándose del temor a la gobernanta, en la medida que se alejaba de su despacho, su mente comenzó a pasar revista a su situación, con una idea dominante: la aceptación de su rendición ante unas condiciones inaceptables, indebidas, que no eran las que ella había accedido con la señorita Laura. Ella no quería permanecer en los salones ni ser ofrecida a los clientes, ni ser considerada una marrana. No lo era, ella era una hembra, eso es lo que decía la marca que llevaba sobre el coño, y estaba allí para ser domada, no para servir en los salones. Aceptaba la doma como mal menor. Pero, no se había opuesto a la gobernanta cuando lo ordenaba, al contrario, había humillado ante ella, aviniéndose a lo que se quería que hiciera, y ahora se la conducía a la doma y después, con toda probabilidad, a los salones, con la única esperanza de que su presencia en ellos fuera lo más breve posible.
La criada exigió a L un trote perfecto, empleando la caña sobre los muslos para conseguirlo, y lo hacía con habilidad, firmeza, contundencia, y sobre todo una especial atención a los movimientos de L, que seguía con todo cuidado exigiendo la perfecta realización de cada paso, lo que unido a los siempre saludables efectos de la caña, fueron el mejor acicate para realizar un buen trote, que el falo en el culo dificultaba al obligar a la marrana a apretar las nalgas, pero como L no quería recibir más golpes en los muslos, se esforzaría en llevar las patas a las tetas en todos los pasos, consiguiendo el mejor recorrido jamás realizado, que, de nuevo, se vería dificultado al ordenar la criada hacerlo con las manos detrás de la cabeza.
.- Echa bien hacia atrás los codos. ¡Bien recta! – Y L lo haría, al tiempo que mantenía el impulso sobre las piernas para elevarlas hasta alcanzar las tetas, con las que chocaban las rodillas. – ¡Y meneando el ese culo marrano!
Supo que podría hacer, casi perfectamente, ese tipo de trote. La criada la dejó en la sala en posición de respeto. L sentía el objeto que la enculaba, pero estaba tan hecha a él, que no la presentaba el menor rechazo, solo su peculiar estado en ese día hacía que lo sintiera como algo que no debería tolerar, pero que toleraba, mientras su mente iba una y otra vez a las nuevas exigencias y a su aceptación de ellas. Así esperaría a la señorita Laura. Cuando llegó entraría en el tema de inmediato.
.- He hablado con la señora gobernanta, me ha explicado los cambios que pretendes. Como comprenderás no es algo apropiado, por lo que necesita ser compensado de alguna forma que evite la ruptura en la continuidad de tu doma. Ya me ha dicho que vendrás también por las tardes y los fines de semana completos, pero lo más importante es su preocupación por lo que está sucediendo contigo. Cree, y no le falta razón, que nos hemos relajado en tu doma y en el control de tus servicios de marrana, y eso hay que corregirlo inmediatamente. No te estás comportando como debe hacerlo una marrana bien domada. Ya no eres una novata, eres una marrana que tiene que comportarse como tal. No puedes estar como una especie de perenne aprendiza, que no acaba de madurar nunca, a partir de ahora se te considerará como una marrana, se te tratará como a una marrana, se te llamará marrana, te comportarás como una marrana. Serás, a todos los efectos, una marrana, es decir, una ramera. ¿Entendido, marrana?
A pesar de que era lo mismo que había escuchado a la gobernanta, oyendo a la señorita parecía aún peor, consiguiendo que L, no fuera capaz de asimilar lo que escuchaba. Se sentía agobiada y asustada. Volvían a aparecer los peores escenarios, las peores perspectivas. Si la gobernanta había avisado de por donde se quería que fuera, ahora la señorita lo dejaba patente con la crudeza que la caracterizaba, para que no tuviera la menor duda y para que sintiera todo el peso de su fuerza y poder sobre ella ante quien tenía que someterse sin la menor fisura y hacerlo como una ramera.
Y como ya hiciera con la gobernanta, L lo haría también con la señorita, de la forma obligada, de la forma que la evitaba confrontaciones, de la forma que la creaba menos complicaciones. Pero si entonces hubo una excusa para ceder, ahora ni siquiera existía ese pretexto de encontrar una válvula de escape en la limitación de sus estancias en los salones. La señorita ni siquiera se había referido a ello, y muy probablemente no tuviera esa idea en la cabeza.
.- Sí, señorita Laura, como usted mande, señorita Laura.
.- Creo que tu estancia en el burdel – L gimió al escuchar la referencia al club como un burdel, ella sabía que lo era, pero ese tipo de reconocimiento expreso la dejaba delante de lo que podía esperar de aquel lugar, y la ignominia y degradación que suponía – los fines de semana completos, nos permitirá sacar un provecho mucho mayor a tu doma, de lo que estás muy necesitada, y completar los servicios propios de toda ramera.
.- ¡Ah! – El gemido salía como lamento y sollozo, sin que tuviera otra consecuencia. Mientras la señorita sonreía ante la muestra de aflicción y la subsiguiente sumisión de la joven, incapaz de mostrar ningún gesto de rechazo. Se sometía sin oposición.
Y como si la señorita quisiera compensar esa falta de dedicación cuya carencia había imputado a la marrana y a ella misma, iba a exigir a la nueva marrana todos los actos, movimientos, gestos y respuestas de su repertorio, y lo haría obligándola a efectuarlos perfectamente, con alusiones constantes a la marrana que era.
.- Marrana, tienes que comportarte como lo hacen tus compañeras. Ya no te debes mirar en ellas, para tenerlas como ejemplo, ahora deberás ser tú ejemplo para todas. ¡Ya eres una marrana!
.- Marrana, no olvides que eres una marrana, ¡actúa como la marrana que eres!
.- Marrana, ten siempre presente tus principales obligaciones como marrana, respetar, obedecer y satisfacer todos los deseos de tus señores.
Y después del tiempo de doma llegaría el de servicio en los salones, y sería este el determinante de su condición de marrana, de su uso como hembra, que establecería de manera concluyente su estado y situación de marrana, de ramera del burdel, que hacía efectiva del modo más categórico e irrebatible, entregándose al servicio de los clientes como una marrana más, como una ramera más.
Ese día, como variación y para mayor incidencia en los servicios, realizaría los de camarera en los salones. Para llevarlos a cabo no se requeriría mucho uniforme, saldría desnuda – para que se te aprecie bien, y luzcas el falo en el culo – diría la señorita. Y como aditamentos, una cofia, guantes y delantal, todo blanco, medias negras y sandalias de tacón muy alto. El delantal, mínimo, casi un adorno, para que no tapara prácticamente nada.
.- Sigues estando al servicio de los socios para todo lo que deseen de ti, atiéndeles como se merecen, obedeciendo en todo y haciendo o dejando hacer todo lo que les apetezca. Mantente siempre sonriente y ofrecida, que sepan que estás encantada de servirles y más aún, de ser elegida para gozar de ti, lo que deberás conseguir con asiduidad. Solo depende de ti que los señores deseen usarte. No conseguirlo o hacerlo con parquedad, te hará merecedora del justo castigo, que esta vez sería especialmente severo, por ser consecuencia de una conducta desobediente y demostrativa de tu desprecio hacia tus deberes de marrana.
La exposición de la señorita supuso destruir sus esperanzas en una aparición solo de camarera. Tendría que realizar los servicios propios de una marrana y con suficiente reiteración para no ser castigada, y debería hacerlo en los salones, delante de todo el mundo.
La señorita la dejaría con el encargado del salón que a su vez la pondría a las órdenes de un camarero para que la controlara.
.- Ocúpate de esta marrana, que te ayude a servir, tienes que estar muy atento a que lo haga perfectamente y a que atienda a los clientes del modo más completo posible, no solo satisfaciendo todas sus demandas sino mostrándose y ofreciéndose incitándoles a que la usen como marrana. Como verás por el estado de su culo es una díscola que hay que atar corto. No le toleres la menor muestra de desacato o defecto en el servicio, si los tuviera, dímelo inmediatamente para castigarla públicamente.
.- Sí, señor.
.- Marrana, espero que cumplas como debes y no me obligues a tener que mandar azotarte ante los clientes.
.- No, señor. – Temblaba ante la sola mención a ese castigo. – No tendrá queja de mí.
.- Más te vale. Yo también te estaré vigilando.
Así serviría, con la argolla que la delataba, y el falo grabado en el muslo, que además suponía una indicación de indecencia y depravación, impidiendo que pudiera ser confundida con otra, al que se añadía el que llevaba en el culo, incidiendo en la imagen indecente que proyectaba de sí misma. Y al servir como camarera no evitaba hacerlo como prostituta, y sería contemplada por buena parte de los presentes, desnuda, con el número que la identificaba, sabiendo que se conocería que era una marrana más del club, lo que suponía el mayor motivo de perturbación y temores, que se mantendría durante todo el tiempo de duración del servicio.
No obstante su estado emocional, L serviría con total dedicación y cumpliendo fielmente las normas que la obligaban a actuar con completa sumisión y atención al servicio, conocía las consecuencias de no hacer las cosas como le eran obligadas, y también la señorita, que quiso que sirviera esa tarde para que el miedo a los azotes consiguiera la realización de un servicio perfecto, que incluía la ejecución de cualquier tipo de demandas que los clientes pudieran hacerla.
Esa tarde sería muy dura para L. Asustada, temerosa de ser reconocida y del castigo prometido si no se comportaba como se deseaba de ella, no tiene más remedio que servir con total entrega, sonriendo, mostrándose alegre, amable, servicial, complacida y además intentando hacer ver a los clientes que estaría enormemente satisfecha si quisieran usar de ella como marrana, sonriendo sugerentemente, colocándose de modo que la postura y proximidad a alguno de ellos indicaran que se ofrecía a él o a sus acompañantes. Jamás había hecho nada parecido, pero el miedo a los azotes lograba que superase los otros temores, incluso el de llamar la atención, pero más la llamaría si fuera castigada en público.
Si los clientes acostumbraban a usar de las camareras a su antojo, pues era algo normal hacerlo, la actitud oferente y sugerente de L propiciaba una respuesta aún más generosa por parte de los clientes que entendiendo lo que ella quería no se mostraron reacios a concedérselo, y cada vez que lo hicieron ella respondería agradeciéndolo efusivamente como si hubiera recibido un gran favor y desde luego un gran placer, lo que complacía aún más a los clientes. Si ella sabía que era bueno mostrarse complacida después de realizar el trato carnal, esa tarde quedó convencida de la conveniencia de demostrarlo y cuanto más y más expresamente, mejor. Incluso el camarero la animó y felicitó por su comportamiento.
Como solía sucederla, solo cuando estuvo fuera del club, L pensó en lo ocurrido y se percató de la magnitud de lo que se quería que hiciera, que ya había comenzado a hacer.
“Se quiere que permanezca en el club mucho más tiempo y me comporte como una marrana más...”
Y lo peor era la actitud derrotada con que recibía esas demandas y casi las aceptaba, pues si aún quedaba un rescoldo de beligerancia que la permitía decirse que aquello no podía hacerlo, que era muy grave y peligroso para ella, no pasaba de ahí, como si estuviera impedida de reaccionar, si no pudiera hacer nada, si el intento de oponerse, de rechazarlo, no solo estuviera condenado al fracaso, sino que pudiera llevarla a una situación peor. Y quizás no la faltara razón, dado donde se encontraba en esos momentos; su situación era tan endeble que podía romperse en cualquier momento provocando el derrumbe de todo su mundo. Pero si seguía aviniéndose, si seguía soportando, podía ser mucho peor.
“Pero, por ahora, no lo es. Lo estoy evitando. – Se decía cuando había roto el límite temporal establecido con su señor y había comenzado a caer de lleno en la prostitución para todo el tiempo que permaneciera en aquel lugar. – Si respondo, pueden hundirme.”
“Y todo esto tiene que acabar en algún momento.”
Pero ni sabía el tiempo que le quedaba de acudir al club. Y las heridas de su culo le recordaban su situación y la necesidad de solucionarla lo antes posible.
Lo sucedido ese día, las nuevas exigencias, unido a todo lo sucedido los días anteriores, hacía que L tuviera que plantearse la huida de aquel lugar, pero eso lo había pensado muchas veces, y sin ningún resultado, aunque ahora, lo ocurrido y su previsible repetición, añadieran un nuevo y muy grave motivo para volver a planteárselo.
Había esperado que transcurriera el plazo de permanencia en los salones solicitado por su primer señor, lo que ella, sin haberse comprometido, había aceptado como un compromiso, que ahora no se veía admitido como tal por la gobernanta y, por tanto, sin que se diera por finalizada esa presencia infamante y peligrosa. Había expuesto su deseo de no volver a estar en los salones, encontrando una respuesta contundente ante la que se había rendido.
Como sucediera en todas las anteriores ocasiones, su deseo chocaba con una situación que hacía muy arriesgado intentar rechazar lo que se la demandaba, pero cada día que pasaba, y más ahora que se quería que pasara más tiempo en el club, suponía un riesgo creciente de ser contemplada, y acaso reconocida, con lo que eso supondría para ella.
“Sería mi perdición. Me podría destrozar.”
“Estoy cogida por dos lados, y cada vez más. Si trato de huir, puedo hacer que aparezca lo que no quiero que se conozca y si me quedo, estoy poniéndome en un escaparate para ser vista por los que pasen delante y alguno puede reconocerme.”
Y volvía a pensar en cómo hacer para acabar de una vez. Lo más sencillo era comenzar por sus compromisos con MCM y el fotógrafo. Liberada de ellos podía encarar con menos ataduras su presencia en el burdel.
“Tendría que intentar convencer al fotógrafo para que diga que no quiere que sea su modelo, que dijera que no doy bien, que no era lo que él esperaba..., cualquier cosa que me permita evitar hacer las fotos para la publicidad...”
“Las que he hecho ya son suficientemente ingratas y vergonzosas para mí..., y no sé quien las tendrá... En la empresa, seguro que algunos que no deberían ni verlas...”
“Puedo convencer al fotógrafo, tengo que hacerlo..., me insinuaré, me ofreceré a cambio..., seguro que no desprecia ese regalo..., y si encima le pago... Tiene que acceder. Es seguro. El no pierde nada... Yo le resarciré por todo lo que deje de ganar.”
“Y no debería volver al club.”
“Desde luego, no puedo volver si se pretende que siga en los salones..., eso sería hacerlo como una puta... Sería una más de las que hay en ellos.”
“¡Ya lo he sido! ¡Lo estoy siendo!”
“Y quieren que siga siéndolo y cada día más.”
Tenía que apresurar el acuerdo con el fotógrafo, que permitiera desligarse de MCM. Pero, aun eso, no aseguraba su escapatoria de aquel lugar, L sabía que la señorita tenía muchas bazas en su mano y que difícilmente se las regalaría.
Era muy probable que existieran fotos suyas en el club, fotos de su paso por los salones, de su prostitución, aceptada, realizada como una marrana más.
“Si todos me llaman marrana, como cualquier otra del burdel, y es que hago lo que cualquier otra ramera.”
De nuevo la compra de su libertad aparecía como único medio de dejar aquel lugar.
“Estoy cogida y tendré que pagar el rescate que se me pida si quiero conseguir la libertad.”
“Y hacerlo pronto, lo antes posible. No sé lo que se pueda pretender que haga, pero lo sucedido es tremendo y el futuro puede seguir por ese camino.”
“Y esta vez no puedo fallar, tengo que ofrecer una cantidad que la señorita no pueda rechazar. Si no la compro definitivamente, ya sé que la respuesta va a ser muy dura y estaré en una situación mucho peor.”
“¿Peor aún? No puede ser peor. Ya solo queda que sea conocida.”
“¿Qué podrá comprarla?”
¿Y si no pudiera comprarla? Para eso no tenía más respuesta que la huida y eso debería planearlo mucho mejor, no podía hacer saltar todo y que su situación y ahora su condición, fuera conocida.
“¿Me habrán hecho alguna foto en los salones?” “Sería muy probable.”
“Así demostrarían que estoy por propia voluntad..., y acaso mientras hacía..., me hacían... Es tremendo... He hecho cosas... absolutamente indecentes..., bailando, con los clientes. Pero, ¿tendrán fotos?”
“Pero es un lugar, casi público..., pero no harán esas cosas..., los clientes... no lo tolerarían... Pero si solo es a mí, y a otras como yo..., para tenernos más sujetas...”
“Tengo que dejar ese lugar... ¡Y ya!”
“Si permanezco en un...burdel, y como una prostituta, estoy creando la mayor situación de riesgo posible para mí. Estoy cavando mi propia tumba.”
“Solamente tengo una opción: despedirme, si es posible sin conflictos, acaso pagando, si no, por las bravas, dejando de acudir a ese lugar. Y que hagan lo que quieran.”
Entonces pensó que lo sucedido ese día podía ofrecerla la ocasión propicia para dejar el club. La nueva exigencia que se le había hecho suponía pasar a convertirse en una marrana, una ramera, y no lo aceptaba. Ahora podía alegar una causa honorable, que justificaría por sí sola arriesgar su futuro, está defendiéndose de una demanda innoble, incluso jugándose que saliera a la luz lo sucedido. Es en una situación que no puede desaprovechar.
“Diré que no estoy dispuesta a aparecer en los salones, ni servir como... una marrana, a nadie.”
“Si hicieran lo que no creo que se atrevan, no negaré y en todo caso, si saliera a relucir mi intento de ocultar, no negaré, pero diré que he cedido al chantaje durante un tiempo pero rompo y no lo admito más, y no estoy dispuesta a defenderme a base de hacer indignidades. Ahora tengo un buen motivo para negarme e incluso presentarme protagonizando una actitud gallarda y digna.”
“Si he estado estos días en el club ha sido con amenazas y chantaje.”
“Mostraría debilidad entonces, pero ahora fortaleza y decisión para enfrentarme a una banda de proxenetas.”
“Si antes no lo hice fue por miedo a la reacción, no me atreví a enfrentarme a unos mafiosos, estaba muy asustada por todo lo que estaba sucediendo... Todo lo he hecho por miedo, a la espera de encontrar el momento oportuno para dejar de hacerlo… Por miedo y por amenazas. Es evidente que no lo he hecho por gusto..., ni por dinero. Eso es fácil de admitir. No tengo ningún interés en estar allí y menos en hacer…”
“Y si pretendieran que continuara, llevo en mi cuerpo las marcas de su brutalidad… Tengo que dejar constancia de ellas, tengo que ir a un médico, que certifique el estado de mi culo, que saque fotos, que pueda mostrarlas para demostrar lo que han hecho conmigo.”
“Tengo que salir de ese lugar.”
“Tengo que pedir que me quiten la argolla de la nariz, y el nombre del sexo. Veremos si se atreven a negarse.”
“Pero si quien podría chantajearles soy yo…, y debía pensar en esa salida, por si ellos quisieran reaccionar. Debería tener preparado un dossier con los aspectos delictivos en que han incurrido, y en caso necesario, sacarlo, enseñárselo y amenazarles con hacerlo público. Un lugar como este no puede arriesgarse al escándalo, huirían sus socios y clientes. Debería estar consiguiendo pruebas…”
“Puedo presentar la brutalidad de los azotes… Hoy los llevo marcados en el culo…”
“¿Y qué más?”
Lo demás eran unas conductas que no aparecían como obligadas, no podría aportar a nadie que testificara que hubiera visto como se la obligaba a prostituirse. Y estaba el fotógrafo, con las fotos que había realizado, aportando la prueba en contrario.
“Tengo que ganármelo…”
“Solo me queda la violencia, que es patente, la llevo marcada…, pero he firmado ese papel en el que acepto los castigos… y los modos que se emplean en el burdel. ¿Tendrá alguna validez?”
“Desde luego, yo he continuado viniendo al club, aún después de haber sido azotada, y nadie me obligaba. Lo que cualquiera interpretaría por una admisión de lo que ocurría en él.”
“¿Cómo puedo pretender que estaba en contra de los azotes cuando regresaba al lugar en que me los infligían?”
Temía que por ese camino poco iba a conseguir. Pero no quiere aceptar que está cogida, quizás sin escape, ni pensar en su derrota, quiere plantar cara, quiere enfrentarse a su situación, vencer, dejar aquel lugar. Desecha los razonamientos que debilitan su decisión contraria a rendirse, y se vuelca en los que sustentan sus posibilidades de enfrentarse, de luchar y vencer. Se va animando con sus pensamientos y la posibilidad de llevarlos a cabo. Se dedica a plantearse todas las preguntas que se le ocurren sobre lo sucedido y sus respuestas. Quiere estar preparada, pero también quiere saber si es capaz de dar las respuestas adecuadas. A todo va respondiendo, a todo encuentra argumento que lo explique y todo va cuadrando, no tiene explicaciones muy contundentes, pero existe una primera que es fundamental, no está allí por decisión propia sino como consecuencia de los intereses de su empresa, ni ha obtenido ventaja económica. Tampoco es una libertina. Nunca debería haberse prestado a hacer lo que se quería, pero lo hizo por temor, y luego llegó todo lo demás, sin que en ello hubiera ningún beneficio para ella. Se va encontrando satisfecha, después contenta y, al final, eufórica.
Tiene respuestas para todo y con ellas, bien dichas, puede recuperar posición, autoridad, hasta prestigio si se intentara hacerla aparecer como una puta. Se ve casi como una heroína capaz de enfrentarse al mal y vencerlo. No es una puta y la mejor prueba es su acción de rechazo a dejarse putear, aún a riesgo de perder su posición, empleo y quizás algo más. Se siente valiente y piensa que va a dar esa imagen a los demás, ahora está deseando que llegue el momento de poder poner en práctica su decisión.
Antes de ir a la cama escucha el contestador automático, para su sorpresa hay un mensaje del fotógrafo indicándola que quiere que vaya a hacer otra prueba el sábado siguiente. Quiere que le conteste en cuanto escuche el mensaje. En un primer momento L se siente molesta y reacciona conforme a la beligerancia que han generado en ella sus pensamientos, después se percata que puede ser una ocasión perfecta para intentar el acuerdo que quiere con el fotógrafo. Incluso pudiendo conseguir que se prescinda de esa nueva prueba. Llama de inmediato, pero no contesta nadie por lo que deja un mensaje.
Esa noche se dormirá deseando encontrarse frente a frente con esa miserable señorita Laura y darle su merecido.
A la mañana siguiente L se viste normalmente, dejando a un lado las faldas cortas y las prendas inapropiadas, por primera vez en muchas semanas recobra el pulso de su anterior comportamiento, de su antiguo modo de presentarse. Al verse en el espejo se encuentra rara, incluso piensa que está menos sugerente, menos excitante, menos provocativa. Se reprocha unos pensamientos que no debería tener, pero que responden a algo que es real, tal y como ha estado vistiendo esas semanas aparecía más “hembra”, más disponible, más atrayente, ahora pierde esa presentación incitante, y en algún modo lo siente. Se cambia buscando las prendas más atractivas, las que le sientan mejor. Quiere aparecer especialmente bien. Se maquilla con cuidado. Duda con los zapatos, no sabe si seguir con las sandalias como hace esos días o ponerse unos zapatos. Busca unas sandalias de tacón alto aunque algo menos elevado que el de días anteriores. Le están gustando los tacones altos. Se mueve ante el espejo nota el contoneo del culo, le gusta, tanto que siente cierto deseo excitado, se cambia las sandalias para ponerse la de tacones más altos. Sonríe al ver cómo actúan incrementando el bamboleo del culo. Vuelve a sentir la calidez de la excitación, se las deja puestas.
Ha pensado en llamar a su médico, la avergüenza mostrar las marcas, pero si quiere dejar constancia de los castigos sufridos deberá hacerlo y obtener la verificación de su estado. Llama pidiendo hora, insiste para que la atienda enseguida, obteniendo cita para esa tarde.
Quiere pasar por una tienda de piercing para tratar de que le quiten la anilla de la nariz, y si no fueran capaces, ir al club y solicitar que se la quiten allí. En ese caso, trataría de despedirse del mejor modo posible, hablando con la señorita, en un último intento de solucionar la situación con el mínimo daño. Incluso piensa en acudir, aunque ya le hubieran retirado la argolla, para cerciorarse de que no existirá respuesta contra ella. Ahora es ella quien puede amenazar y está dispuesta a hacerlo y dejar claro que piensa cumplir sus amenazas si no se avienen a realizar lo que desea. Quiere llegar a una especie de status quo, dejando las cosas como están, sin que se mueva nada, sin que se conozca nada de lo ocurrido durante esas semanas en el club. Piensa que es algo que conviene a ambas partes y por tanto que no se arriesgarán a forzar una respuesta que sería perjudicial para el club.
Llama a tres lugares de piercing, dos no contestan, en el tercero le explican que abren más tarde, tiene que quedar para después de lo que deseaba.
Tiene bastante tiempo antes de la cita para quitar la anilla, por lo que piensa en pasarse por su empresa, deseosa de que la vean y aprecien el cambio. Puede en ir después de pasar por el club, pero se decide por ir antes, y retrasar su presencia en el club.
“Mejor les hago esperar, que estén nerviosos pensando en que algo estará pasando.”
Y con esa satisfacción añadida, se dirige a sus oficinas. Le hubiera gustado aparecer sin la anilla de la nariz, pero aún así, la diferencia en el modo de vestir es suficientemente elocuente del cambio producido.
Ya antes de que dejara la empresa, y sobre todo en los últimos tiempos de estancia en ella, y precisamente por lo acontecido en ellos, L sabe que está perdiendo la posición privilegiada que gozaba, y por cuya defensa se había sometido a las imposiciones que desde el club se le habían hecho. Si es como teme, todos sus esfuerzos habrán servido de poco, la sola idea de perder su estatus la deja deprimida y algo peor, presenta un futuro temible ante ella, no quiere pensar en esa posibilidad, que desecha cada vez que se presenta, lo malo es que no puede evitar ese pensamiento, que cada vez es más verosímil. Se dice que al menos podrá luchar para recuperar su antiguo estatus, y que es muy capaz de conseguirlo.
“Lo importante es acabar con el club y regresar a mi empresa, una vez allí, me las arreglaré para ganarme al presidente y volver a ser lo que era. Sé hacer las cosas y sé cómo ganarme a quien quiera.”
Recuerda el aviso de J, citando al presidente, de no estar en las oficinas, pero está demasiado eufórica para detenerse por ello, además, ahora va como debe, como se espera de ella.
La primera sorpresa surgirá cuando quiere dejar el coche en el garaje y no funciona la tarjeta que abre la barrera y se ve obligada a dejar el coche en la calle. Pero cuando sube a su despacho la sorpresa dejará paso al desconcierto y el sobresalto, al encontrar la puerta cerrada con llave. Asustada, pensando lo peor, temblorosa, va a ver a J, no está la secretaria, J tiene la puerta abierta, ella piensa que estaría fuera, pero se asoma al despacho, J está allí, la ve, esta vez la recibe de forma sorprendida pero cariñosa, aunque la expresión de su rostro demuestra otra clase de sorpresa, que J trata de dominar. L piensa que es por la forma en que llega vestida, pero no sabe hasta qué punto la sorpresa es de un tipo muy distinto al que ella imagina.
.- Vaya, cuanto honor. – Se levanta y se acerca a darla un beso, que ella devuelve encantada, al pensar que no pasa nada anormal. – Dime, ¿qué tal todo?
.- Bien.
.- ¿Nada más? Pues si ves al presidente no digas menos de maravillooooooo-samente. Si no, no serás bien recibida.
.- No he podido entrar...
.- Ya sé. – No la dejó seguir J. – Es por lo mismo. No se te va a facilitar la entrada hasta que dejes a tus nuevas… manías. – J buscaba la explicación al cambio, nervioso por lo que hubiera sucedido.
.- Bueno, pues ya ves que las he dejado.
J, a quien el cambio en la apariencia de la joven tiene confuso y preocupado, no había querido mencionarlo, como si lo que viera fuera lo más normal, tampoco quería dar pie a ser encontrado inquieto o alterado. – ¿Y qué tal va todo? – Preguntaría genéricamente obviando la apariencia de la joven. Luego piensa que no puede obviar comentar la recuperación de la forma normal de vestir. – Ya veo que, por fin, habéis acabado con los experimentos fotográficos.
.- Ya te contaré…, si hay ocasión de hacerlo. Ha sido una aventura, que ya ha concluido. Y por aquí, ¿cómo va todo?
El comentario, unido a la retirada de las prendas que le eran obligadas, parece expresar la deserción de la disciplina a que estaba sometida. J, cada vez más preocupado, intenta indirectamente, conocer lo que ha ocurrido. Teme tanto lo sucedido como la posible reacción del club.
.- Lo importante es cómo vas tú, y veo que nuestra más famosa modelo está cada día mejor. Pero, ¿no podías quitarte también esa anilla de la nariz?
.- A eso voy ahora.
.- Pues entonces, lárgate y acaba con eso, y no vuelvas por aquí… antes de hacerlo Pero, gracias por venir a darme tan grata novedad…, aunque no me cuentes tu aventura, que quizás sea mejor que no lo hagas.
.- Gracias, J.
De nuevo L presiente que J pueda saber algo, pero eso ya poco importa, lo que más puede temer es lo que haga la señorita, y eso lo ha asumido y a ello es a lo que va a enfrentarse. Ahora, después del susto de la entrada, saber que no ha perdido su status, ser tratada con normalidad por J, y poder mostrarse sin las prendas que tanto la desagradaban y menoscababan, representaba una grata compensación, que contribuye a afianzar su decisión, pero al dejar el despacho de J iba a toparse con la situación que temía.
Al salir, la secretaria, ya en su sitio, la saludaría como a una compañera.
.- Estás por aquí, me alegro de verte. ¿Qué tal va todo?
Ya el tuteo resultaba humillante e indignante. ¿Quién era esa secretaria para tutearla?
.- Seeennn-sa-cional. – Ahora respondía como quería J. – Pero deseando volver y poner orden en casa. Adiós, monina, entonces te veré.
Se alejó pensando en que había dado un buen susto a la secretaria. Pero, quien ese día estaba asustado era J, temeroso de que hubiera sucedido algo en el club, llamó inmediatamente para comentar el comportamiento de L, que significaba la ruptura con el mundo en que había sido colocada. Pero eso no podía ocurrir en circunstancias normales, ella era la primera en saber que cualquier acción efectuada en contra de quienes tenían su futuro en sus manos equivalía a un suicidio profesional y social. Cuando contó al director lo que acaba de suceder, éste no mostró ni sorpresa ni disgusto. No había ninguna razón que justificara la reacción de la joven, salvo la siempre posible respuesta a una situación que se había hecho insoportable para ella.
.- Ya me han comunicado que esta mañana no ha acudido a la hora establecida, pero como se había planteado un cambio de horarios por las nuevas exigencias de ustedes, podía haber alguna mala interpretación. Pero ya sabemos lo que ocurre.
.- Quizás se debería haberla marcado ya. – Ahora era J quien se arrepentía de haberse opuesto al marcaje.
.- No es ese el motivo de la actuación de la marrana, muy probablemente, de haberse hecho, hubiera reaccionado entonces. Sin conocer nada más, posiblemente no sea más que la resistencia ante una situación que se le hace muy difícil de aceptar, y que ha ido incrementando sus ansias de ruptura hasta hacerla explotar.
.- ¿Qué piensan hacer?
.- Primero, esperar a ver lo que ella hace. Nosotros estamos con todo en orden y difícilmente puede afectarnos. No puede alegar nada y ha firmado la aceptación de todo. Y ha sido vista por muchos y usada como marrana por suficientes. La hemos estado vigilando, y no ha realizado ningún movimiento preocupante que nos haga pensar en una acción meditada y puesta en práctica de manera estructurada y coordinada con quienes pudieran ayudarla. Hay que ver si es algo serio o solo se trata de una reacción sin auténtica trascendencia. Por lo que sabemos, difícilmente puede ser una acción firme y bien fundada y con apoyos que sean de temer. Incluso, si los tuviera, sería solo para sacarla de donde está y sin ánimo de crear problemas que la pondrían en la peor de las situaciones, que es lo que ella más teme. Pero veremos que hace. Si hay novedades, volvemos a hablarnos. – Pero la respuesta del director no aplacaba los temores de J.
.- ¿Quién le puede quitar la anilla?
.- Un buen experto, pero con dificultades. No es fácil hacerlo, y sí, hacerla daño.
.- ¿Lleva algunas marcas…?
.- Sí, pero las ha aceptado y mostrado en público y con continuidad. Es bastante normal en una marrana.
.- Pero…, acaso pueda denunciar…
.- Ya le digo que estamos cubiertos por su consentimiento expreso. Y lo que usted menciona, no dejan de ser conductas aceptadas entre adultos, que ella tolera porque obtiene un beneficio económico. Ha firmado el cobro por sus servicios en el club, mencionándose la realización de servicios comunes y especiales.
.- Pero, ¿entonces, está cobrando? – Era un detalle que, sin duda, resultaba muy importante. J pensó que en el club dejaban pocos hilos sueltos.
.- Por supuesto. Este es un club serio. Y con abono en cuenta y remitiendo el club, para que no quede duda de la procedencia. Se le ha abierto cuenta en el banco en el que se abonan los emolumentos de casi todas las pupilas del burdel, por lo que aparece como una más. Creo que anda necesitada de ingresos. Como conocemos, ha tenido que efectuar pagos elevados y endeudarse para poder financiarlos. Ahora tiene que devolver lo debido.
.- ¿No está preocupado?
.- Estoy justa y justificadamente enfadado, pero eso lo pagará ella. No se puede tolerar ningún gesto de rebelión, pero, que una marrana lo tenga, no debe preocuparnos más de lo que nos preocupa una desobediencia. Solo es algo más grave que hay que cercenar y hacer comprender a la marrana que no solo no se va a tolerar nada parecido, sino que sufrirá las consecuencias, que serán mucho más duras. Y no dude que las sufrirá.
.- ¿Si simplemente no aparece?
.- Haremos una liquidación de gastos y exigiremos el pago. Lo que, probablemente, equivalga a tener un pleito. No creo que sea lo que ella quiere. También tenemos los derechos de imagen por las fotos y videos que se hayan tomado en el club. Tampoco creo que desee darlos publicidad.
.- ¿Ella lo sabe?
.- Ella lo teme. Pero, aunque no tuviéramos esos derechos, tenemos el material.
.- Cada vez entiendo menos por qué está haciendo todo esto. Tiene que tener algo en que apoyarse.
.- Su atolondramiento, consecuencia de una situación que le resulta muy difícil soportar. – J volvía a sentir que aquella situación no podía prolongarse. Quiso animar al otro a actuar y ver cómo reaccionaba.
.- Por mi parte no hay oposición a que la marquen si lo creen adecuado.
.- No serán las marranas quienes nos coaccionen ni condicionen lo que tenemos que hacer, ni cuando tenemos que hacerlo. Si hemos trazado un plan lo cumpliremos, y si a usted le convenía no marcarla ahora no lo haremos, lo que no quiere decir que dejemos sin castigo un comportamiento como el de la marrana. No se preocupe, no es la primera vez que algo así ocurre y no va a ser la primera en que una marrana trate de escapar de su pocilga, y que se arrepienta del intento. Dentro de unas horas estará mucho más sujeta. Lo que hay que ir pensando es en presentarla en sociedad, para lo que quizás necesite su colaboración.
Pero J estaba más en ver cómo podía resolverse la situación creada por la joven que en algo que, en esos momentos, le sonaba bastante distante y problemático. No comprendía cómo, en esas circunstancias, el director podía estar pensando en ese tema, pero no quiso decir nada, al revés, se ofreció para todo lo que pudiera hacer.
.- Por supuesto, la tendrá en todo lo que pueda. Sinceramente, ahora lo que quiero es verla en la pocilga.
.- Ya le he dicho que no se preocupe. También yo seré sincero, la rebelión de una marrana es algo, no solo asumido, y aunque sea desagradable, también es conveniente, pues nos permite exterminar las esperanzas de ruptura que pueda tener. Nos disgusta, pero no tanto. Y esta, en el fondo, es cobardica.
J no había obtenido la respuesta que le tranquilizara, a pesar de la confianza del director, no estaba tranquilo. Ni siquiera se hacía idea de cómo podrían obligarla a volver al club. Pensó que ese no iba a ser un día bueno para él. Era él quien tenía unas horas difíciles y acaso comprometedoras, ante sí.
Desde las oficinas, L se dirige a tratar de que le quiten la anilla, encontrándose con la sorpresa de la dificultad de hacerlo. El consejo que recibe es que la quite quien se la ha puesto. Insiste, al menos quiere saber quién puede hacerlo, pero la respuesta no es lo que espera. Solo obtiene una dirección de alguien que, acaso, pueda informarla mejor. Se dirige a otra tienda, donde obtendrá una respuesta parecida.
.- Estos adornos son eso, adornos, y se deben quitar con la misma facilidad con que se ponen, cuando responden a otra clase de pretensiones, puede ser muy difícil quitarlos, y este lo es. ¿Qué te ha dicho mi colega?
.- Que es difícil y que tú eres experto y acaso podrías quitarlo.
.- No, yo conozco un poco más de cierres algo más seguros, pero si se pone uno que es del estilo macho-hembra, para mí es imposible de abrir, creo que habría que cortar el anillo, y eso lo tiene que hacer alguien con instrumentos especiales y, a ser posible, con experiencia en este tipo de asuntos, y debe haber muy pocos que la tengan, pues son muy pocos quienes se ponen aros como el que tu llevas. Lo mejor es que te lo quite quien te lo ha puesto, que es quien conoce la forma de hacerlo.
.- Si necesitara que fuera otro, ¿tú podría decirme quien lo puede hacer?
.- Lo intentaría.
.- Te pagaría el trabajo.
.- No creo que tenga mucho gasto. Pero intenta primero que te lo quite quien mejor puede hacerlo, si no lo consigues llámame y haré lo que pueda.
.- Muchas gracias. ¿Cuánto habría que esperar?
.- No lo sé. Primero vamos a tratar de encontrar a quien pueda hacerlo. Quizás se necesite a otra clase de experto. No a uno de nosotros, sino a alguien que pueda cortar el arete. Pero es grueso y duro.
Deja la tienda sin haber resuelto el problema y lo que es peor, sin que le hayan dado esperanzas de poder hacerlo al margen del club.
A L no le queda más remedio que acudir al club y pedir que se la quiten. Lo sucedido con quien pensaba que podría solucionar ese problema la ha perturbado y enfurecido, pero sobre todo la ha asustado y ha conseguido que, de nuevo, regresen a ella los temores sobre lo que está haciendo. Vuelve a estar inquieta y preocupada. Se dice que algo así no puede incidir en su decisión ni en su ánimo.
La fastidia tener que ir al club para pedir que le quiten la argolla, de ir, hubiera querido hacerlo sin ella, y no tener que pedir nada.
“Pero no pienso pedirlo, les ordenaré que me la quiten.”
“Esos miserables, me ponen las cosas difíciles, pues no les servirá de nada.”