L 20

Lunes en la oficina

20 Lunes en la oficina

L ha pensado en no acudir a la oficina, pero sabe que están pendientes de ella y no le conviene actuar en contra de lo que se desea que haga. A pesar del aviso, duda, no quiere presentarse de la forma en la que va.

Haciendo de tripas corazón se decide y se dirige a la empresa. L llega a las oficinas, deja el coche en el garaje. Tiene que pasar por delante del conserje y seguramente habría algún conductor de los directivos o de alguien de fuera, suele ser normal encontrarse con alguno, e iban a verla con la nueva ropa. Espera en el coche, viendo el movimiento que hay y aguardando el momento oportuno, aun dudando en subir o irse. Si está asustada de mostrarse tal y como va también lo está de escapar, de desobedecer. Está tan inquieta como incómoda, sintiendo la desnudez de unos muslos que se muestran hasta el centro del cuerpo y que tiene que estar cubriendo con dificultad con la falda, al tiempo que siente el dolor de los azotes en el culo y teme por sus consecuencias. Quiere estar sentada lo menos posible, para evitar el dolor y no entorpecer la cura de las heridas.

Tiene que dejar en el coche la camisa de ante, que ahora cumplía un mejor servicio al cubrir el mayor desnudo de tripa y cintura, que sin esa prenda se presentan expuestas en una superficie muy amplia, sale del coche, vacila, piensa en coger algo para llevar en la mano y cubrirse con ello, pero recuerda el castigo, teme que alguien sea confidente del club, al pensarlo se percata que eso significaría que ese alguien conocería la verdad de aquel lugar y que ella está yendo a él. Todo resulta terrible para L.

No ve al conserje, se decide, espera tener suerte y que no aparezca, se dirige a la entrada, pero no hay suerte y aparece el conserje, seguramente avisado por el taconeo de las sandalias. La ve aproximarse, pasa un momento al vestíbulo, para salir de inmediato. L piensa que lo ha hecho para comentar lo que está viendo, porque enseguida aparecen dos conductores. Ella está cada vez más nerviosa.

Mientras ha llevado puesta la camisa de ante no ha estado atenta al movimiento de las tetas, embutidas en un sostén sin copas, que no es tal, que ni sujeta ni sostiene, dejándolas completamente desnudas y libres. Pensar en ello es percatarse de los pezones, que el roce con la camiseta agranda. Mira hacia abajo, ve la protuberancia señalándose claramente. La camiseta es muy fina y estrecha, lo que hace que el pezón se perciba perfectamente, incluso se nota un pequeño cambio en la tintura, como si el color, más oscuro, también quisiera aparecer. Según camina nota el bamboleo de las tetas en cada paso.

Sabe que va muy mal, que aparece como una fulana, piensa en que no hace bien en entrar y que debería irse, pero ya la han visto, no puede dar la vuelta y desaparecer, bueno, puede y, por un momento piensa en hacerlo, tan avergonzada y humillada se siente, pero sigue, llena de vergüenza y de rabia, por ir como va y por estar tentada de dejarse condicionar por ello, y por seguir y tener que pasar ante los hombres, que siente mirándola con fruición y lubricidad.

“¡No! No me da la gana que se me impongan, al menos, no aquí. Ya  estoy demasiado dominada en el club. Tengo que superar esto, que pasará y yo recuperaré mi posición.”

Se dice, intentando darse unos ánimos que sabe no tienen ninguna base real y que desaparecerán de inmediato, en cuanto sienta la mirada de los hombres sobre sus muslos, sus tetas, mira hacia delante, pero baja los ojos, no quiere ni ver donde están los hombres, e ir con la mirada baja es su obligación, pero sabe que, esta vez, no lo hace por cumplir con lo que tiene ordenado sino por vergüenza. Al recordarlo siente de nuevo la rabia, pero enseguida se diluye en la vergüenza. Las sandalias hacen su efecto, consiguiendo que el contoneo de la grupa, que ya sale espontáneo, se vuelva aún más descarado. Va sobre la punta de los pies, y la falda moviéndose al compas de sus caderas provocando una muestra mayor de los muslos, piensa y teme que se eleven hasta el culo, y casi lo hacen. Recuerda, espantada, el objeto que lleva en él, y cuya parte final sobresale entre las nalgas en una circunferencia negra, imposible de ocultar entre las nalgas, que aprieta  como queriendo asegurarse de que no se escape, lo nota más, tanto en la parte que sobresale del culo y que se empotra entre las nalgas, como en la que la encula. Pero también nota las heridas, que se hacen sentir al forzar la carne de la zona.

La combinación de ambas sensaciones la conduce a sentir otro tipo de emoción, esta de sometimiento, de dependencia, de carencia de libertad. Se percata de que está allí porque otros lo han decidido, porque otros se lo imponen, porque ella se somete sin poder rebelarse. Piensa en el tiempo que resta hasta poder escapar de las sujeciones que la mantienen atada a un lugar depravado e indigno, que la está contagiando su depravación. Toda su esperanza está puesta en huir del club y para eso tiene que esperar el tiempo pactado y, mientras, acomodarse a todo lo que se quiera de ella.

“Pero no puedo aceptar TODO.” Y sabe que está aceptando TODO. La prueba es su presencia allí en la forma en que aparece. Llega a la altura de los hombres, que se apartan. La saludan al pasar.

Un “buenas tardes, señorita” le suena lleno de sorna, de burla, de indiscreta intención, que ella escucha y que no ve porque no mira sus caras, que sonríen con rijosidad. Ha querido aparecer dueña de la situación, incluso diciéndose que estarán como locos por lo que ven, pero contesta con falta de seguridad, mientras ellos la dejan paso para poderla mirar con más descaro, y lo hacen durante todo el recorrido, desde que aparece ante su vista, para seguirla cuando pasa, sin apartar la mirada de los muslos, del culo, esperando conseguir llegar a verlo al natural.

Los hombres actúan con el descaro de quien sabe que puede mostrar su atrevimiento, que no importa que ella se dé cuenta, lo que nunca harían con alguien a quien respetaran o cuya reacción temieran, y eso lo siente L, sin que ello sea suficiente para revolverse. Sabe que no puede, que antes debe cambiar su modo de presentarse. Cualquier día uno de ellos se atreverá a darle un azote

Ella vuelve a apretar las nalgas, otra vez temerosa de que el objeto que lleva en el culo pudiera salirse de él ante los hombres, aunque sabe que eso no ha sucedido en circunstancias mucho más favorables para que se escapara, lo siente dentro, se siente enculada delante de ellos, como si supieran que lo está, que pudieran verlo, que lo estuvieran viendo. Hubiera querido correr hacia el ascensor y alejarse de los hombres. Aprieta más las nalgas lo que hace que sienta más el dolor de las heridas al forzar los músculos. El aire aparece notificando la desnudez del centro de su cuerpo, lo siente en la pequeña corriente que se forma en la puerta, vuelve a temer por la falda, que pueda elevarse, deja caer las manos para llevarlas a lo largo del cuerpo, evitando que la falda se eleve. Todo hace que el recuerdo de su estado, de su situación, aparezca con renovada fuerza haciendo que lo sienta como lo que es: lo realmente temible y vergonzoso.

“Pero si nadie conociera lo que me sucede…” – Si nadie lo supiera, si pudiera garantizar que nadie se enterara, entonces estaría dispuesta a tolerarlo todo, aunque no se lo quiere decir, pero sabe que lo toleraría y encantada.

“Me estoy convirtiendo en una puta… Ya no me importa que me puteen… Solo que se conozca.”

Recuerda la nueva marca en el muslo, teme que la hayan visto.

“He pasado a su lado, lo pueden haber visto, nada lo impide. El color llamará la atención.”

Pasa al interior del vestíbulo, nota que los hombres entran detrás de ella.

“Ahora estarán mirándome el culo”. “Son unos guarros.”  “¿Qué verán?”

No puede evitar sentir las marcas del castigo, que aparecen unidas al miedo a que puedan verse, como si la falda fuera trasparente o subiera sobre el culo. Rechaza la idea, pero está deseosa de comprobar que no se pueden ver. Luego piensa, otra vez asustada y llena de vergüenza, que lo que pueda verse sea la parte baja del culo, siente la tentación de llevarse la mano a la zona para comprobar que la falda llega a cubrirlo del todo, al tiempo que trata de controlar el contoneo desvergonzado con el que se mueve.

“Tiene que cubrirlo la falda.” Se dice, pero asustada de que no lo haga. “No pueden haber cortado tanto.” Pero sigue vacilando y temiendo. Vuelve a hacerse presente el falo que lleva en el culo y que sobresale mostrando la parte final, la más gruesa. Quiere desaparecer. Tiene que esperar al ascensor sintiendo la presencia de los hombres tras ella. No se quiere volver hacia ellos, pero tampoco quiere ponerse dándoles la espalda y facilitando la contemplación del culo, queda un poco girada. Por fin llega el ascensor, entra y da al piso, en cuanto la puerta se cierra se lleva las manos al culo para tratar de comprobar que la falda lo cubre, la parece que lo hace, pero por muy poco.

Comprende que no puede mantener una situación como esa, eso nadie lo soportaría, es una tensión demasiado insufrible. Y le queda aparecer ante J y quienes la llamen, y ante quienes encuentre. Se dice que tiene que evitar que la vean.

Sube a la planta del consejo, allí es donde se arriesga menos a encontrar a alguien, y se dirige a un cuarto de baño, cerrando la puerta con el pestillo, lo primero que mira es la longitud de la falda, por delante y por detrás. Está casi a ras del culo, y no lleva nada debajo, se da cuenta que ir así significa no poder sentarse si hay alguien delante, incluso si hay alguien cerca, la falda se elevaría tanto que cubriría el sexo escasamente. Está anonadada y asustada. Se dice que no puede salir de esa forma, que se lo va a decir a la señorita Laura.

“Ella tiene que comprender.”

“Y no puedo ir con una ropa interior que es como ir sin ella.”

Eleva la falda para verse las marcas del culo.

.- ¡Ah!

Se quedó atónita y espantada, había 4 franjas sanguinolentas que cruzaban el culo de lado a lado. Temblorosa quiso pasar los dedos por ellas, pero no se atrevía a tocarlas, luego quiso ver la marca del muslo. El pequeño falo dibujado en el muslo se distinguía perfectamente, tanto si se la miraba de frente como un poco ladeada. Estaba colocado en un lugar estratégico para que se viera bien, ni siquiera colocando la otra pierna por delante se lograba tapar el dibujo. Pensó en lo que se diría de ella cuando los demás se apercibieran de lo que representaba la figura. Y tenía que llevarlo visible y eso suponía una falda mínima. Más arriba aparecía el número que la identificaba y su nombre: HEMBRA, los miró, era algo que ya le resultaba familiar, pero que en ese momento añadía otra indicación de su estado, de su dependencia, de su vínculo con un grupo al que no deseaba pertenecer. Se cubrió anonadada, pensando si las heridas sanarían completamente y la criada no la hubiera engañado, necesitaba conocer la verdad, pero no sabía cómo enterarse. No podía mostrar aquello fuera del club o a un médico de confianza, simplemente porque podían denunciarlo, y dar al traste con todo. Pero tenía que asegurarse. Era curioso cómo había cambiado la percepción que tenía sobre la posibilidad de recurrir a la policía caso de sufrir ese tipo de castigos, ahora quería evitar esa posibilidad, que la señalaría como formando parte de las pupilas de un prostíbulo.

“La policía sabrá, en cuanto vea la marca, de qué se trata, y que yo soy una puta.” Y estaba en lo cierto. Y sabía lo increíble que resultaba la explicación que podía dar, además de todas las pruebas acumuladas en su contra, que demostraban su pertenencia a las pupilas del club.

Una vez recompuesta, se miró en el espejo, ahora para comprobar con más detención como le quedaban las prendas acortadas. Lo que veía no podía ser más deprimente para alguien que quisiera aparecer como titular de cierta categoría, merecedor de respeto. Ante ella estaba la imagen de una joven muy hermosa, pero ofreciendo una apariencia propia de quien no piensa en status ni respetos, sino en ligar y buscando en un segmento nada selecto de la población, y ligar con una finalidad muy poco plausible, la oferta que hacía de sí misma era la de una descarada, sino algo peor. La falda, no solo era excesivamente corta, al haber descendido sobre la cadera la daba un toque aún menos elegante, nunca le gustó esa moda de las prendas sujetas en las caderas, y ahora, visto en ella, menos fino le parecía, aunque le viniera bien para no aparecer tan insólita. Y si trataba de acomodarla un poco más arriba supondría elevar los mismos centímetros por abajo y eso no se lo podía permitir.

Otra vez surgió el temor con la cortedad de la falda, por detrás, la protuberancia del culo haría que la falda subiera aún más, se asustó, si eso ocurría debería llevarla a ras del culo, se giró, temblorosa, para verlo en el espejo, ya lo había visto pero los miedos regresaban, quería comprobar y convencerse, parecía que era un poco más larga por detrás ya que caía algo más abajo del comienzo de las nalgas. Respiró relajada, pero la calma duraría muy poco, se inclinó y apareció el culo, que incluso se podía apreciar de lado. Era horrible.

Al incorporarse se percató de algo que había pasado por alto. En los muslos también quedaban las señales de la caña, menos firmes, más diluidas, pero allí estaban. Pensó en que los conductores las habrían visto. Sacó la pomada que utilizaba para el dolor y que también disminuía las marcas, se la puso, algo hacía. Alzó los ojos para encontrarse con su rostro en el espejo, se quedó mirándolo, con el maquillaje excesivo, de puta.

“Soy una puta barata. Ni siquiera me dejan mostrar un poco de elegancia. Me tienen totalmente degradada.”

“No voy a poder moverme, con cualquier descuido enseñaré el culo…, y el coño. Voy peor que una puta. No puede ser. No puedo admitir esto. No puedo presentarme así en ningún sitio…, y menos aquí… Tendría que irme. Pero debo esperar a que acabaran las 7 semanas… no, no debería esperar.” – Se apoyó en la pared frente al espejo.

“Si se lo dijera a la señorita…, ella debe comprender. Pero, qué estupidez, si no deja de decirme que quiere que sea como las marranas…, una marrana… Y lo va a conseguir, ¡lo está consiguiendo! Eso es lo que soy, así voy… ¡Peor aún! Las marranas van más finas y mejor vestidas. Yo soy una buscona callejera. Ella ha dicho que me va a domar hasta que sea una marrana, hasta que me compense serlo, quizás debería acceder y ser como quiere ella, al menos me presentaría del modo en que lo hacen las marranas. En el comedor están vestidas bastante adecuadamente y siempre con atractivo, incluso cuando se muestran atrevidas. Podía decirlo a la señorita… Pero, ¡qué digo! No puedo acceder nunca a ser una marrana… No lo sería, solo lo simularía a cambio de que me permita vestir adecuadamente… Pero se daría cuenta enseguida de lo que pretendo y sería mucho peor. No puedo intentar engañarla a no ser que esté completamente segura de poder hacerlo. Pero, no puedo aparecer así. No puedo. ¡No, no!”

Se estaba viendo distraídamente en el espejo, la visión de los muslos llamó su atención, con ser una muestra excesiva, era una visión más que apetitosa de unos muslos que parecían prolongarse interminablemente, a lo que coadyuvaba la altura de los tacones. No pudo evitar una sonrisa de satisfacción al ver esos muslos inacabables.

“La verdad es que estoy muy bien. En eso tiene razón la señorita. Seguro que a los señores les encanta ver lo que muestro.”

Era cierto, pero también que no debía mostrarlo. Al menos no en la oficina. Trató de recomponerse la falda lo mejor posible, para lograr que descendiera un poco por abajo manteniendo la posición en las caderas, pero no era asunto sencillo. Luego se centró en la camiseta demasiado corta. La conjunción de falda y camiseta dejaba desnuda buena parte de tripa.

“Como una bailarina hindú.” – Se dijo.

Se inclinó para ver si las tetas, al caer, se percibían por debajo de la camiseta, no lo hacían, a menos que se mirase desde atrás. No parecía que tuviera que preocuparse de eso.

“Tengo que cambiar la camiseta por una nueva. El corte da la sensación de haber querido acortarla para enseñar más. Es más descarado. Y los pezones se notan mucho. ¿Por qué tenderán a hacerlo más cuanto menos quiero que se muestren?”

Finalmente pasó la mano por la raja entre las nalgas, asegurándose de que el objeto permanecía en su sitio. No se había movido, quedando incrustado y ligeramente tapado en sus laterales por las nalgas, pero si se inclinaba o si las faldas se elevaran un poco, mostraría la base negra prácticamente en su totalidad, que aparecía dando la sensación de un tamaño exagerado, al incrementarse el grosor final para evitar que el falo pudiera introducirse en el culo. La cinta del tanga, apenas ocultaría una parte mínima, si es que quedara sobre el objeto, lo que no sucedía al moverse y caer hacia un lado. Tembló al pensar que podrían verlo. Tenía que andar con sumo cuidado, evitando que la falda se elevara en un descuido.

Iría a su despacho, y si estaba alterada y asustada por la muestra que iba ofreciendo, al menos había constatado que estaba muy guapa y atractiva, lo que no dejaba de hacer su efecto en ella, y a ello se quería agarrar para rebajar la tensión que producía el resto.

“Pero parece que voy pidiendo guerra.”

“Mira que si me viera la presidenta.”

Encontraría la nota de J sobre la mesa para que pasara a verle cuando llegara. Esta escrita carente de formalismos, de encabezado, de remitente, lo que ese día L ve como casi lo adecuado, lo que ella se merece, para luego sentir un estremecimiento de orgullo herido, pero, ¿le queda orgullo?, de humillación.

Tiene que presentarse con su nueva forma de vestir. Se siente superada, vejada, no quiere ser vista de ese modo. Duda en acudir. Vuelve a pensar en despedirse, en dejar el trabajo, no puede estar de ese modo en una empresa. Ahora la vería J, que es quien más la ha ayudado, pero sabe que va a decir que se quite esa ropa, que no puede ir así. Duda en acudir a la llamada.

“¿Qué hago? ¿Qué hago?” – Se pregunta, sin ser capaz de encontrar respuesta.

“No puedo perder este trabajo. Me quedaría en la calle. No tengo nada. Tengo que buscarme algo. Pero no puedo hacerlo si voy vestida de esta manera. Y no puedo ir de otra.”

“Me van a ver los empleados y lo comentarán.”

“Pero no he llegado hasta aquí para dejarme vencer ahora. No quiero. No puedo dejar que me ganen la partida.”

“He aprendido la lección. Sé que no puedo permitirme ninguna salida de tono, que debo cumplir perfectamente con lo que la señorita Laura quiere de mí. Lo haré hasta que esto acabe. Ya falta menos.”

“Y estoy muy guapa. La señorita Laura lo ha reconocido. Y eso hace su efecto en los hombres. Los conductores han salido a verme”

Vuelve a ocuparse de su modo de vestir, de aparecer, en un nuevo intento de arreglarlo, de ver cómo está, cómo queda. Pero es un intento vano. Solo las marcas de los golpes en los muslos han disminuido algo su impronta. Se pone más pomada. Mira los pezones. Piensa que han agrandado. Los nota tensos, siente la tela rozándolos. Sabe que al moverse, las tetas también lo harán. Anda por la habitación, quiere ver como se bambolean. La falta de sujeción por el sostén hace que el balanceo sea imposible de controlar. Se desespera con su impotencia.

Tiene que ir a ver a J, tampoco puede evitarlo, ni debe. Quería conocer lo que se deseaba de ella, y tenerle de su parte, necesitaba sentir que alguien estaba con ella, aunque eso supusiera aparecer como subordinada a él y que su secretaria lo creyera así.  Busca instintivamente una carpeta para cubrirse pero no puede hacerlo, tiene que salir sin ninguna protección. Puede llevar lo que sea necesario, pero sin utilizarlo para eludir las órdenes de la señorita. Coge una cartera, piensa que alguna utilidad podrá sacarla, aunque sea solo para cubrir el muslo por un lado.  La deja, temerosa de incumplir con lo que tiene ordenado y provocar otro castigo. Se da cuenta que cada vez que ha intentado escapar a los mandatos de la señorita ha sufrido un castigo despiadado y no quiere volver a sufrirlo. Está auténticamente asustada de incumplir con el comportamiento que tiene establecido.

Sale manteniendo las formas debidas, las manos en la cintura, ahora son el único modo de cubrir un poco esta. El contoneo, que sale espontáneo, no encuentra ningún intento de control, dejando libre la tendencia a bambolear el culo que se ve ayudada por las manos en la cintura que favorecen el movimiento de las caderas. L sabe lo que va mostrando, cómo se va mostrando, a pesar de ello, no intenta minimizar la oferta que hace de su cuerpo. Tiene que sonreír, al hacerlo se percata que si aparece menos crispada eso permite aparentar un cierto dominio de la situación. A pesar de ello el recorrido hasta el despacho de J se convierte en un pequeño martirio. Piensa en ir por las escaleras, inicia ese camino, oye ruidos en esa dirección y cambia de idea, dirigiéndose al ascensor, para encontrarse con dos empleados que se dirigen hacia donde está ella, van charlando, al verla callan, mirándola asombrados, luego sonrientes, a L se le congela la sonrisa en los labios, luego hace un esfuerzo por aparentar normalidad. La saludan al cruzarse, ella no quiere mirar sus sonrisas, devolviendo el saludo sin querer mirarles. De nuevo escucha sus voces, teme que estén hablando de ella, y así era, lo que acaban de ver es para ser comentado, y lo hacen.

Tiene que coger el ascensor y antes esperar a que llegue. Tanto una cosa como otra resultan demasiado costosas, y la tienen nerviosa. Espera al ascensor en la pared opuesta a la de la puerta. Aparece una chica que la saluda y se pone a su lado. Esperan en silencio, a L se le alargan los segundos. Cuando llega el ascensor se dirige hacia él, hay dos hombres dentro, que la miran asombrados, se echan hacia atrás, sin duda para verla mejor, ella se va hacia un lado para controlar sus miradas. Trata de mantener la sonrisa, pero está tan perturbada que le resulta muy difícil conseguirlo. Todos descienden antes que ella, permitiéndola unos segundos de calma.

Cuando se presenta pregunta por el señor L, ya olvidada de cualquier intento de saltarse a la secretaria, quien la dice que espere y entra a avisarle, pero quiere avisarle no solo de la presencia de L sino de cómo va vestida.

.- Si se descuida un poco enseña el culo. No sé cómo se atreve a ir así. Prepárese.

J se percata de que sus modos de referirse a L delante de la secretaria producen el efecto deseado, ya están perdiéndole el respeto, claro que ese día debe de haber causa más que suficiente.

De nuevo L tendría que esperar, pero esta vez lo encontraba justificado en la medida en que aparecía sin previo aviso. Él podía estar con alguien, o ocupado en algo. Pero en esa ocasión la espera iría acompañada de una situación más desagradable. L saldría al pasillo a esperar que J la llamara, notaba el dolor en su culo y la quemadura en el muslo, pero sobre todo, se sentía señalada por la forma en que iba vestida, ofrecida a la vista de todo el que pasaba, y fueron varios empleados los que pasaron a despachar con J, que por añadidura, no solo se percataron de eso, sino que sin duda, se apercibirían de que estaba esperando a la puerta de J, y con ello de su supeditación a este, haciendo que al dolor se uniera la humillación, el menoscabo, incrementado por esas prendas que la vejaban. Pero no se atrevía a volver a su despacho.

Llegaría un hombre con un sobre para J, que la miró con curiosidad y una nota de incomprensión y acaso de menosprecio. Era el propio que llevaba a J las fotos prometidas. Este las vería con la curiosidad y, después, la excitación que le producía contemplar a la marrana exhibiéndose desvergonzadamente y humillada. Las marcas de los azotes ofrecían la visión de un castigo cruel. Solo eran 4 pero habían hecho heridas que se señalaban sanguinolentas, diciendo de la dureza de los golpes, que encontraban en el objeto que aparecía surgiendo del culo de la marrana, una referencia a otro tipo de acciones, estas las propias de una ramera. El grosor del objeto también chocó a J.

“La van a desfondar el culo.”

Regresan a él las sensaciones provocadoras, tentadoras, que tiene que controlar. Está deseando verlo al natural, se imagina ese culo de carnes turgentes, y el deseo de verlo, con el objeto metido en él, se acrecienta hasta hacer que se platee llamar a la marrana y hacer que se muestre y después… Tiene que desechar la idea. Luego, en un intento de distraerse de ese pensamiento, sigue viendo las fotos. Mira la marca del pequeño falo eyaculando, que le hace sonreír al pensar en la mala idea de la imagen y en lo que supondría para L, tanto por ser la marca que obligaba a llevar la falda más arriba, como por el dibujo en sí, lleno de connotaciones denigrantes. Y finalmente un par de fotos con L a los pies de otra mujer, que J quiere pensar es la domadora, y que sin duda, ha puesto el director para que compruebe la sumisión de la marrana. En esa postura, la argolla de la nariz, que ya ve como algo casi natural en L, se presenta como una señal inequívoca de la situación sometida de la joven. Ahora quería verla al natural, pero deja pasar unos minutos para calmarse. Luego dice a la secretaria que haga pasar a L.

Cuando la secretaria avisó a L que podía pasar, la forma de hacerlo incidiría en la consideración que tenía de ella, a un paso del trato apropiado para un botones. La llama desde la puerta.

.- ¡L! – No emplea ninguna formalidad, solo su nombre. – Ya puede venir. – La secretaria entra en su despacho sin esperar a L, cuando esta lo hace aquella está sentada a su mesa, al verla entrar coge el teléfono. L escucha la conversación, habla con su jefe. – Señor, L está aquí, ¿desea que  la haga pasar ya?......... Bien. – Después se dirige a L. – Ya puede pasar. – Indica a L, sin hacer el menos gesto de acompañarla a la puerta.

L pasó, sintiendo el menosprecio, roja de indignación y humillación.

.- Hola, J.

J la mira, a pesar de estar preparado, la presencia de la joven es como una aparición que le deja estupefacto. Ahora es él quien piensa que no puede ir así, es excesivo, tiene que cortar esas maneras. Piensa que es él mismo quien puede resultar dañado si permite que aparezca de ese modo. No reacciona, no sabe qué decir, piensa en lo que debe hacer. Según mira a la joven comienza a sentir otra clase de turbación, ahora desea ver más.

L había quedado de pie, esta vez por cuidar las heridas del culo y evitar el dolor al sentarse, pero sabiendo que ofrecía una visión muy poco digna a J, claro, que si se sentaba estaría posibilitando que se le viera el coño. Espera la reacción de J, pero esta no se produce. Se acercó a la mesa de J para ocultarse lo más posible tras ella, aunque los tacones hacen que la parte que no llega a cubrir la falda quede a la vista, pero J quiere ver más y mejor, por lo que se levanta y va hacia el centro de la habitación, viendo lo que ella hubiera querido ocultar. Le cuesta controlar el deseo de contemplarla descaradamente, sin importarle lo que ella pueda pensar, de nuevo tiene que controlarse, pero la imagen del culo de la chica empalado en ese objeto negro, no le deja tranquilo. Se vuelve para no ver a L y calmarse. Está en silencio, lo que intranquiliza a la joven, que mantenía ambas manos a los lados del cuerpo, en la forma obligada. Al incorporarse J ella se vuelve, cogiendo con las manos el respaldo de uno de los confidentes, lo que la permite ocultar el muslo con la nueva marca, pero deja más visible la cintura, vuelve a poner las manos como está obligada, para ocultar algo mejor la zona, sin variar la postura del cuerpo. J sigue callado, quiere ver esa marca, mira al muslo sin alcanzar a verla. Sigue dudando sobre lo que debe hacer. Sabe que su deber es cortar aquello, pero hacer que aparezca así supone una tentación, que tiene que superar.

“En el burdel no se dan cuenta que no puede pasearse como si fuera una de sus putas.”

“Esta chica tiene que reaccionar, no puede continuar así. A ver si somos nosotros quienes rompemos todo.”

.- Dame la carpeta amarilla. – Es una carpeta que hay sobre su mesa. Él quiere que se sienta insegura y fiscalizada, además de evitar que se pueda cubrir con el sillón.

.- ¡Ah! Sí. – L responde casi con agrado, deseando acabar con un silencio que se está convirtiendo en violento. Pero al ir a por la carpeta se percata que vuelve a mostrarse a J, y encima al cogerla comete el error de inclinarse para evitar dar la vuelta a la mesa. Era un movimiento normal pero que olvida la brevedad de la falda, permitiendo que J pueda percibir los muslos hasta el mismo inicio de las nalgas y en ellas, por un segundo, el sexo desnudo, pero no será este quien se lleve la atención de la mirada del hombre, sino una mancha negra que le convulsiona al pensar en lo que es. L, que también se ha dado cuenta de su descuido, se incorpora de inmediato, al darse la vuelta para entregarle la carpeta, está roja de vergüenza y susto, pensando en lo que él haya podido contemplar. No le mira, no quiere ver, ni saber, solo escapar, y no lo puede hacer.  Ahora quien está excitado es él, y quiere ver más. Tiene que controlarse.

.- ¡Dámela!

Parece enfadado, ella se la entrega, asustada del modo en que se lo pide. Trata de volver hacia la pequeña protección del sillón.

.- Espera. – Hace que L se detenga delante de él.

Él ni mira lo que hay en la carpeta, sigue en silencio. Mira a L, que está cada vez más nerviosa y asustada, primero a la cara, ella baja los ojos, se siente avergonzada, no puede evitar el sonrojo, él baja los suyos buscando la marca, allí está, la mira con la osadía que nace de la excitación. Luego contempla los muslos exhibidos hasta una zona que hace imposible asegurar la defensa de la visión del culo y el coño. Ni quiere ni puede evitar un descomedimiento que sale lleno de deseo y de irritación por tener que controlar aquel, pero que indica el dominio sobre ella, que no quiere disimular, que es la otra cara de la dependencia de la joven, que esta siente, como él quiere que lo sienta, sin que sea capaz de sustraerse al nerviosismo que le produce esa nueva muestra que se ve obligada a hacer ante él, que se percata que la ropa, tanto la falda como la camiseta parece que han sido cortadas con una tijera, lo que es otra prueba de los modos resolutivos que se gastan en el club. Él conoce la ropa interior que está obligada a llevar la joven y lo que supondría, con faldas de ese estilo, un movimiento que eleve la falda unos centímetros más, le dejaría mostrado el culo y el coño. Entonces, piensa que en el club se han pasado, y que no es conveniente llegar a esos excesos. Pero al tiempo se percata de que la joven se está amoldando, la encuentra falta de fuerzas para oponerse, para luchar, y lo comprende. No puede evitar una sonrisa de triunfo, como si todo aquello lo hubiera hecho él.

“Pero como usara ese cuerpo con inteligencia sería ella quien acabaría con nosotros. Y lo peor es que estaríamos encantados. Va a tener razón T cuando dijo que o acabábamos con ella o ella acababa con nosotros.”

Luego, casi como si quisiera quitar méritos a la joven, su pensamiento discurrió por otro camino.

“Me parece que tanto proclamar lo listas que son las mujeres y esta que presume de serlo más aún, va a estar muy pronto en la nómina de un burdel. Claro que lo que le falta es carácter.”

“Pero, tenía que reaccionar.”

“Pero solo podría escapar a base de un escándalo y eso será lo que más teme.”

Está haciendo suyos los argumentos del director.

J regresa a sentarse, no puede mantener esa postura, se está excitando con lo que ve y, más aún, con lo que piensa. Por fin habla.

.- Ya me dirás a qué juegas. Supongo que llevas el uniforme del equipo. – El sarcasmo hace efecto en L, que pasa de la palidez al bermejo. Puede que solo sea enfado por la manera en la que va vestida y maquillada. L se siente abrumada y vencida, luego, por su cabeza pasa otra idea, quizás sepa…, y eso es lo más terrible. – Vamos a lo nuestro. Siéntate.

Lo dice para contemplar cómo se pone y lo que muestra. Le gusta ese juego del ratón y el gato. Las palabras de J han hecho renacer en L el temor a que supiera algo y acaso hablara de su comportamiento…

“Pero eso no puede ser”.

No quiere ni pensarlo. Está a punto de decir que prefiere quedarse en pie, pero no se atreve a desobedecerle. Recuerda el estado del culo. Se sienta con un cuidado que hace pensar a J en lo mismo, este quiere ver todo lo que muestre. Ella se acurruca en el sillón acercándose a la mesa para taparse con ella todo lo que puede, intentando sentarse sobre los muslos, pero no es eso lo que quiere J que, molesto y cada vez menos amable, se levanta para poder contemplar lo que ella quiere ocultar, al tiempo que comienza a exponer la situación.

J también pensó en el nuevo modo de vestir, quizás  no fuera nada malo para sus planes, contribuiría a macerarla y someterla más y mejor.  Sentía no contemplar el culo de la niña con las marcas que dejaran los golpes. Pasaba de una idea a la opuesta. Acababa de pensar en amarrar lo mejor posible la situación y ahora quería colocar a la joven en una tesitura que podría ser causa de la reacción que más temía.

Trata de calmarse y obrar con cordura. La chica no puede estar así en la empresa, si el presidente se enterara sería catastrófico. Como este la quiere lejos ahora tiene una razón más que válida para apartar a la joven de las oficinas.

.- Como comprenderás, no puedes estar así en las oficinas. No me digas nada, ya conozco tus argumentos, que cada vez creo menos, pero sean o no verdad, y allá tú, no puedes estar así. El presidente ya me lo había dicho y si te viera ahora…, mejor es no pensarlo. No te quiere aquí mientras no lo hagas como debes.

.- Estoy así…

.- ¡No me vengas con cuentos!

Pero a L no le venía nada mal lo que J pedía. Ella tampoco quería estar allí en esas condiciones.

.- No son cuentos. – Se atrevió a decir.

.- Bien. Mientras estés así no aparezcas por aquí. Veré como puedo hacer para que las fotos se hagan lo antes posible.

.- Gracias. Eso es lo mejor.

.- Quiero tenerte localizable, entiendes: lo-ca-li-za-ble. Quiero que me respondas cuando te llame.

.- Si estoy en el club…

.- Si estás en el club lleva el móvil encima.

.- Me refiero al salón de belleza, ya sabes…

.- Ya, que allí estas sin nada encima, en pelotas, claro. ¿Es eso lo que me quieres decir?

L, que se había quedado lívida, ahora estaba muda. Por un momento pensó en que supiera y estuviera indicando, después en que era una forma de hablar.

.- Haciendo gimnasia no se llevan móviles.

.- Pues dejas dicho que si te llamo te avisen donde estés.

.- Lo diré, pero son muy suyos.

.- Pues te buscas otro club. Supongo que los habrá.

.- No quiero añadir más gastos.

.- Pues podías haber empezado por ahí.

.- Tú consigue que se hagan pronto las fotos.

.- Y tú mantente disponible per-ma-nen-temente.

J no estaba realizando esas demandas a la joven sin buen motivo. Había caído en la cuenta de que podía ofrecer al club una buena baza para incrementar la sujeción de L.

.- Voy a llamar al ¿club? – volvía a mirarla con guasa, al referirse al salón de belleza como “club”, mientras ella temblaba al escuchar esa referencia – para decirles la nueva situación y que quiero que estés siempre disponible para lo que podamos querer de ti.

.- No es preciso, se lo diré yo. – Volvía a sentir pavor de lo que pudiera llegar a conocer sobre el lugar.

.- No sé lo que tú acabarías diciendo.

.- J, déjame arreglar mis cosas.

.- Es que no sueles arreglarlas. Cuando quiera que hagas algo te mandaré hacerlo. – L, aturdida y humillada, no era capaz de responder. – Solo te aviso para que lo sepas. Quiero que estés disponible en cualquier momento, que lo sepan y obren en consecuencia. Puedes decírselo, para que acomoden lo que tengas que hacer allí con la necesidad de estar a disposición de la empresa. – J pensó que posiblemente fuera mejor que hablara ella con el club, de hacerlo él sería muy raro que no se enterase de lo que había detrás, por eso ofreció que ella lo hiciera, dejando en duda que eso le sustituyera a él.

.- Gracias, J. Si lo arreglo te quitaré ese trabajo, y si hubiera alguna dificultad… - J no dejaría que acabara su explicación.

.- ¿Qué dificultad puede haber? Ellos harán lo que se les diga.

.- Les gusta acabar bien las cosas, es un lugar muy caro.

.- Eso ya lo sé. Lo importante es lo que se te mande en tu trabajo. Y mientras, no quiero verte por aquí, y mucho menos que te vea el presidente.

.- Tengo cosas que hacer…

.- Pues acaba primero con lo que estás haciendo fuera de aquí y después podrás volver. Mientras eso no suceda para venir tendrás que pedirme permiso expreso, y venir decentemente vestida. Mira, L, ya no se te van a tolerar más muestras… como quieras llamarlas, pero no vas a volver así, a no ser que quieras que llame a seguridad y te echen del edificio.

Era demasiado. No podía consentir lo que J estaba disponiendo.

.- J, todo lo hago… - Él volvería a impedir que explicase.

.- Ya te he dicho que no me vengas con camelos.

.- El presidente… - J volvería a impedir que continuara.

.- El presidente es quien más molesto está con todo esto. Deberías saber que tiene más motivos que los demás. ¿Pero es que no comprendes que así no se puede venir a trabajar? Y menos alguien que pretendía ser algo en la empresa.

Él, mientras habla mira los muslos, no está satisfecho, quiere ver más. La falda es tan corta que está sentada prácticamente sobre la carne del culo y los muslos. Piensa en ese culo y coño que tantas veces ha contemplado en las fotos, está ansioso por verlos al natural. – Vete. – La echa para escapar de la tentación, y cortar la posible respuesta.

J cogió el teléfono y llamó a la secretaria para que pasara, dejando a L aturdida y desazonada. Si el trato no había sido nada apropiado a un colega, lo que la comunicó tampoco era agradable y el último añadido venía a incrementar sus miedos. Encima la despedía con evidente despego y falta de cualquier consideración. No podía decirla, “vete”, como si fuera un botones. Afectada y sin saber que hacer se dirigió a la puerta, sin decir nada.

En ese momento entró la secretaria, que se cruza con L y de la que se despide.

.- Adiós, L.

.- Adiós, señorita. – A L le salen las formas obligadas, lo que hace que parezca que los papeles entre ambas resulten invertidos.

L salió del despacho, temblorosa, sintiéndose minusvalorada ante la secretaria, habiendo tolerado lo que J dijera, demostrando su dependencia, su inferioridad, mientras que él se había manifestado como su jefe, tratándola como a una subordinada. Regresó a su despacho aturdida y asustada.

Volvió a decirse que debería plantear a la señorita Laura que le permitiera ir vestida de otra manera, al menos en determinadas circunstancias, se percataba de lo que eso suponía y que no quería reconocerse, indicaba su supeditación y aún más, su adaptación, su acomodación a lo que se la pedía, a lo que se deseaba de ella. Se rebeló, no tenía por qué decirlo a nadie y menos para obtener su consentimiento, para pedir autorización.

“Me visto como quiero.”

Pero sabía que eso no era cierto y la mejor prueba era el modo en que iba vestida, opuesto a sus gustos, a sus intereses, a lo que era apropiada para alguien como ella.

J llamaría al director del club para comunicarle lo sucedido con L y las posibilidades que eso podía ofrecerles. El director se muestra encantado.

.- Es muy interesante y nos ofrece poder mantenerla más y mejor sujeta. Eso le agradará y tranquilizará. – J vuelve a notar cierto acento guasón. No dice nada y el otro continúa. – Diré que se nos ha pedido que esté siempre a disposición de la llamada de ustedes, lo que supone no estarlo de la nuestra y eso debe tener unas consecuencias para ella.

.- En algo así pensaba yo…

.- Por lo que me dijo usted antes deduzco que lo de las fotos puede estar en trámite de solución.

.- Eso espero.

.- Lo que nos permitiría acelerar la estabulación. Me atrevo a pedirle que, mientras se alcanza el final esperado, se haga otra sesión de prueba. Contra más ocupada esté, mejor. Y nos viene bien algún incumplimiento para alargar los plazos de estancia de la marrana en el club. Los comprometidos, claro. No hablo de los definitivos. – De nuevo J notaba el tono divertido en el director.

.- Es meter más presión. – J, vuelve a estar incómodo por la pretensión. No comulga con las ideas del director y menos con sus métodos, que considera peligrosos, pero acepta el encargo pensando en que siempre será mejor tener algún control sobre lo que se hace con L que dejar todo en manos del hombre. – Bueno, me encargaré de ello.

.- Y que se haga cuanto antes. Pida que las fotos sean lo más explícitas. Tenemos que ir acelerando. Supongo que eso le complacerá.

.- Me gustaría tener finiquitado este asunto.

.- Pues es usted quien nos puede dar el pistoletazo de salida.

.- Solo queda un tema por resolver y espero que sea muy pronto.

.- Mientras nos ocuparemos de que el animal se mantenga controlado.

.- Y evitar que provoque… desperfectos irreparables.

.- No le vamos a dejar hacerlo.

Después, J llamará al fotógrafo para pedirle una nueva prueba. El fotógrafo recibe la noticia encantado, supone nuevos ingresos para él.

.- ¿Qué motivo doy?

.- Que lo demandan los patrocinadores.

.- Bueno. ¿Cómo se quieren las fotos?

.- Procura que se la vea bien. – El otro ríe.

.- Puedo meter el producto a anunciar. Eso gustará a los patrocinadores. – Vuelve a reír.

.- Como quieras.

.- ¿Para cuándo?

.- Cuanto antes.

.- ¿Estaría bien el sábado?

.- Muy bien.

.- Voy a ver si lo arreglo para entonces.

Al dejar las oficinas recuerda que debe adquirir prendas similares a las que lleva, tiene tiempo pero, también, mucha desgana, le cuesta demasiado aparecer tal y como va. Pero no puede arriesgarse a seguir así el día siguiente.

Se dirige a una zona de boutiques donde puede encontrar lo que desea. Enseguida comprará una blusa que cumpliendo las especificaciones de la señorita, permita cambiarse la camiseta. Lo hace, se encuentra mucho mejor, aunque enseguida notara como las tetas siguen libres y bamboleándose.

No es tan fácil encontrar la falda que necesita, al menos en una calidad buena. Es una prenda más apropiada para jóvenes y abundan menos en las tiendas que ella suele frecuentar. Piensa en ir a otras pero entonces desmerecerá la calidad, trata de encontrar las que puedan aportar una mejor imagen, sabe que la buena calidad lleva consigo una mejor apariencia y quiere compensar con ello la muestra indebida que se ve obligada a ofrecer, pero que la falda no pueda tener más de25 centímetroshace difícil la búsqueda, no hay muchas tan exiguas, y tiene que ser para llevarla baja en la cadera y que cubra lo suficiente el centro del cuerpo. Pasa por varias tiendas no encontrando lo que necesita, y a cambio sintiéndose objeto de las mudas desaprobaciones de las empleadas, que no gustan de ver en sus tiendas a alguien que pueda hacer desmerecer su imagen, lo que va incrementando su nerviosismo y vergüenza, haciendo más difícil explicar lo que desea.

La falda se convierte en un problema, y pedirla una humillación que ella trata de evitar buscando en solitario, y alejada de las gentes que pudiera haber en la boutique. Ese día siente mucho más la presencia de la anilla en la nariz, que se añade a la marca en el muslo, que quiere evitar que se vea, lo que no es posible a quien esté cerca de ella. Se siente señalada como puta y el maquillaje y la forma en que va vestida lo corroboran. Pero las empleadas se aproximan a ayudarla, a veces le parece que más que a ayudarla lo hacen a intentar que salga de la tienda cuanto antes. Ella dice que solo quiere ver, pero tiene que acabar pidiendo un metro para medir la longitud de la falda cuando encuentra alguna que le gusta, lo que hace no solo con las más cortas, para disimular, sabiéndose mirada por las dependientas, con la sensación de estar siendo vigilada, y sobre todo, reprobada.

Una pide que le diga lo que desea para ayudarla a encontrarlo, pero no se atrever a decir que busca una falda de25 centímetros, solo dice que una falda corta. Tiene que ir viendo lo que le va presentando y que ella va desechando por ser mayor de lo que necesita, por fin hay una que parece de la longitud apropiada, pide un metro para constatar que cumple con la medida exigida, lo hace. Se la prueba. Aunque en el probador hay un espejo, es mejor verse en los que hay fuera, la cuesta hacerlo, pero no está segura de que le siente bien y sale a mirarse. La empleada la espera, la mira con ella. Va mostrando los muslos hasta una altura que hace difícil cubrir sin riesgo la entrepierna, y en los muslos las marcas que aún persisten. L lo sabe y siente la mirada y el pensamiento de la chica que la atiende. Ha tratado de ocultar el falo grabado en su muslo, ahora, al tener que colocarse enfrente del espejo no puede ocultarlo a la dependienta, que lo puede ver tanto directamente como reflejado en aquel. Y L es lo primero que hará, mirar a su muslo marcado, donde destaca el rojo del falo, perfectamente visible lo mismo que el dibujo. Le cuesta fijarse en la falda.

.- Te sienta muy bien. – Es la voz de la vendedora, alabando la prenda. L mira la falda, para ver lo que sabía y temía, se está mostrando de forma completamente indebida. El rubor sube a sus mejillas, avergonzada de lo que muestra y lo que da a entender de sí misma.

“No puedo ir así, es indecente.” – Y si no es indecente es impropio. Instintivamente se lleva la mano a la parte de atrás, asustada de que la brevedad de la falda no llegue a cubrir el culo. Entonces recuerda el otro falo, el de verdad, el que lleva clavado en el culo, no puede evitar que un gemido se escape de su boca. La mano del culo se apoya en él, ahora buscando el objeto, queriendo confirmar que sigue en su sitio. La dependienta pregunta, sorprendida y preocupada:

.- ¿Ocurre algo?

.- No nada. – Trata de calmarse.

La falda no es fea y no le sienta mal. Se mueve un poco, más para no permanecer quieta facilitando la visón que no desea, que para verse mejor. Al hacerlo se percata que la falda se mueve demasiado, lo que hace que se eleve con facilidad mostrando aun más los muslos. No puede permitírselo, lo que hace que deseche la prenda. Se la quita.

.- Es muy corta. – Dice y se despide sin ver más.

Duda en seguir la búsqueda. Pero necesita otras prendas que sustituyan a las que lleva. Deja las buenas boutiques para buscar en otras más juveniles, y si allí se la mira con menos intolerancia tampoco es recibida con muestras de simpatía, y todo lo que encuentra es de una calidad que no le agrada. Por fin encuentra unas faldas que le parecen más apropiadas, ya tiene camisetas, blusas y boleros.

Cada vez que se prueba unas faldas supone la constatación, ante el espejo, de su modo de aparecer, resulta muy difícil de asimilar lo que ve en él, lo que hace que vaya quedando más vencida y desganada, pero tiene que comprar al menos una falda para sustituir a la que lleva puesta, y nada resulta suficientemente apropiado. Encuentra una parecida a la que antes le gustara, también con algo de vuelo, y del tamaño que pide la señorita, pide un metro, la mide, da 23,5 cm, es aún más corta, pero es lo mejor que encuentra. Se la prueba, es tremenda, pero de mejor calidad y algo menos “imposible”, pero deja la marca del falo al descubierto y el inicio del chorro. L mira esa marca, indecisa, todo lo que sea facilitar su contemplación es un añadido que la avergüenza y denigra. No sabe qué hacer. Esta nerviosa, nada le gusta. La blusa que lleva le parece demasiado corta. Busca en una de las bolsas otra blusa, que cambia por la que lleva. También es corta, dejando varios centímetros de tripa desnuda sobre el ombligo, L piensa que al menos 4 o5, alo que se añade más de otros tantos bajo este. Se mira en el espejo, abrumada, nerviosa, asustada de cómo va a aparecer. Está en el probador, sin atreverse a salir para que no la vean. Tiene que decidirse. Por fin sale con la falda y la nueva blusa. Trata de aparecer distendida e interesada en la falda, como cualquier mujer que hubiera encontrado algo que la gusta. La dependienta, que la espera, alaba la elección. Ella que quiere verse en un espejo, lo hace sin estarse quieta, moviéndose, esta vez tanto para ocultar el falo como para ver si la falda se eleva al hacerlo, no lo hace tanto como la otra, pero lo hace un poco. El chorro del falo aparece de forma parecida, se lleva la falda, sale con ella y con la blusa que se ha puesto, pero sabiendo que deberá buscar alguna falda más.

A pesar de que sabe que debe pedir permiso a la señorita para ponerse un vestido busca uno tan corto como las faldas, pensando en que dirá que se le ha pedido que no vaya con faldas, hay uno que le gusta, pero cubre un poco el falo del muslo, pide una talla menor, se lo prueba, es demasiado pequeño y deja el falo visible y con él buena parte del chorro, lo deja. Vuelve a ponerse el anterior, se lo pone en el probador, si lo acortan un poco le serviría. Lo dice a la dependienta, que quiere que se lo pruebe ante ella para tomar la medida del corte. No tiene más remedio que acceder, con el miedo a que la vendedora vea el falo. Además, la prueba de la longitud se hace por delante, para que la propia L diga hasta donde quiere que se acorte la falda. Para ella es tan fácil decirlo como indicar que no puede tapar el dibujo, pero eso es lo que no quiere decir. La dependienta eleva la falda hasta que aparece el falo.

.- Así.

L lo ha dicho de inmediato, queriendo acabar. La dependienta está agachada a sus pies para poner unos alfileres a la altura deseada. L sabe que está viendo el dibujo, que al poner los alfileres verá buena parte del corro que sale del falo. Esta violenta y avergonzada, pero no puede hacer nada salvo acabar e irse. La dependienta quiere hacer bien su trabajo y dobla toda la falda a la misma altura para que L pueda ver mejor como queda. No parece impresionada por el falo, o lo disimula muy bien. Cuando está detrás de L, esta se crispa pensando en el objeto del culo, que si la dependienta eleva un poco la falda puede verlo. Se cierra instintivamente, aunque con ello no consiga nada. Lo que, sin duda, verá son las marcas de los muslos.

“¿Qué pensará de mí?”

“Que soy una fulana y de las peores.”

La vendedora acaba de fijar la nueva altura, dice a L que se mire y se mueva un poco. L lo hace. Durante todo el trabajo de la vendedora no ha perdido ojo al falo, que con los movimientos de la falda ha aparecido hasta casi el chorro más alto.

Y si el vestido le sienta bien, cuando L se ve la anilla en la nariz y la forma en que va maquillada, vuelven a ella las sensaciones de vergüenza y derrota. Está en una pequeña boutique, probándose un vestido y mostrando unos signos que la señalan como muy cercano a una fulana sino como tal, y así se siente, para después decirse, sincerándose con ella misma:

“Es que lo soy. Todos los días me prostituyo. Me prostituyen… y yo lo tolero.”

“Soy una puta, una ramera…, en un burdel.”

“¿Cómo he llegado a esto?”

“Y estoy buscando unas prendas que son propias de una prostituta.”

“¿Por qué lo hago?”

“Voy marcada, anillada, como una animal. Y el… en el culo.”

“No puedo seguir así.”

Está a punto de parar la prueba e irse. No quiere ser la puta que aparenta. Quiere desasirse de todo aquello. Una vuelta a la realidad lo evita. No tiene más remedio que someterse a lo que se le impone. El culo dolorido es un aviso de lo que puede suceder. Se vuelve a ver en el espejo. La vendedora acaba su trabajo y se incorpora para ver cómo queda la falda.

.- Es un bonito vestido y te sienta muy bien. Tienes un tipo estupendo.

.- Gracias. – Medio sonríe al agradecer. – Me lo quedo.

Luego compra dos pares de sandalias,  para poder cambiarse. Piensa en lo lejos que quedan los tiempos en que, ante una situación similar, no quería comprar nuevas prendas por pretender que no tendría necesidad de hacerlo. Ahora no duda en que si no lo hace ese mismo día, tendría que acabar haciéndolo enseguida. Tiene que comprar medias apropiadas para llevarlas con liguero, o solas, sin que se vea la parte que las sostiene.

Queda la compra de una camisola de abrigo como la que lleva. No ha encontrado nada que le sirva. Va a buscarla a la tienda donde adquirió las otras dos. La vendedora la mira con sorpresa crítica, pero de inmediato sonríe, pensando en la compra. Ella pide otra camiseta igual, la dependienta se fija en que la que lleva está cortada.

.- Tan cortas tienen que ser de tallas más pequeñas. Y aunque son amplias, no sé si te servirán. Voy a buscarlas. – La tutea, L no recuerda que antes lo hiciera, pero ahora lo encuentra normal. – Vuelve con un par de ellas, y otras diferentes pero que pueden servir. Al no ser preciso pasar a un probador, la vendedora le ofrece una de las que ha ido a buscar, L se tiene que quitar la que lleva puesta, dejando visible el conjunto de falda y blusa, que, si bien, ya no es el mismo con el que salió del club, lo ha cambiado por el que piensa que mejor le sienta, aún así muestra demasiado del cuerpo y aparece poco elegante y muy descomedido.

Esta probándose ante un espejo y con la vendedora a su lado, que tiene que haber visto el dibujo del falo. L vuelve a estar violenta y vejada. Nunca había pasado tan mal rato en unas compras.

Las nuevas camisolas son demasiado estrechas, por lo que no sirven para L, en cambio la vendedora ha traído una especie de chaquetillas que pueden hacer la función que se precisa de ellas. No son las típicas de jovencita, sino algo más serias, aunque un poco cortas para lo que gustaría a L, llegan al inicio de las caderas, por lo que cubren muy justo la parte alta de la falda, que cae sobre las caderas, pero son para llevar abiertas, y aunque se pueden abotonar con un solo botón, haciéndolo no se logra cubrir por delante el centro del cuerpo que queda expuesto con la tripa desnuda en buen parte. Es lo que hay y L se lleva una. Es algo más de abrigo que la que llevaba y sale con ella puesta.

Regresa a casa. Lo hace deprisa, deseosa de esconderse en ella, desaparecer de la vista de los demás. Sintiéndose mostrada de un modo que excede, con mucho, lo prudente. Se siente castigada a ir siempre en el coche, a ocultarse, evitando exhibirse, privada de ese placer, tan femenino, de exhibirse, dejarse ver, hacerse desear.

Esa noche dormiría boca abajo, y hasta que el sueño venció a sus pensamientos y temores, estos no dejaron de espantarla. Solo la idea de no tener que aparecer por las oficinas aportaba un dato con algo positivo, aunque también supusiera su retirada, momentánea, eso se decía, de su posición en la empresa.