L 19

Domingo en el club. Lunes: nueva marca, nuevas prendas

19  Domingo en el club. Lunes: Nueva marca, nuevas prendas

El domingo L se despertó con el recuerdo de lo sucedido la noche anterior, y los temores sobre las consecuencias de que se conociera su verdadera situación. Se preparó para acudir al club, cada vez lo hacía con más resignación, pero ese día recuperaría el desasosiego de otras veces.

L irá a ver como tiene el culo, para su tranquilidad ha descendido tanto la hinchazón como los moratones, vuelve a ponerse la pomada, con la esperanza de que desaparezca todo antes de que la señorita lo vea, lo que obligaría a una explicación muy difícil de dar.

Cuando se dirigía al club, su principal pensamiento giraba en torno al tiempo que le quedaba de permanencia en el club. Sabe que hay unos añadidos que incrementan el plazo, pero este se va aproximando. No ve el momento de acabar con todo aquello.

Lo sucedido la noche anterior con Martin aportaba a L una serie de consideraciones que la colocaban directamente frente a lo que sucedía en el club y lo que eso suponía para ella, y mucho más aún, lo que podía suponer si fuera conocido. Ese pensamiento la estremecía. No solo perdería a Martin, sino todo lo que más valoraba.

De nuevo surgía la necesidad de acabar con todo aquello del modo que fuera.

“Pero, si cada día estoy más cogida. Me tienen más cogida.”

Se diría abrumada y decaída, y con un temor que, hasta entonces ha estado agazapado e inconcreto, pero que, según se acerca el cumplimiento del tiempo establecido de estancia en el club, comienza a aparecer unido a esa idea de sentirse cada día más sujeta al burdel, y era el miedo a que esa sujeción no fuera tan fácil de romper. Entonces la alarma y el sobresalto se apoderaban de ella, que no quería ni pensar en esa posibilidad.

Esa mañana serán las criadas quienes se ocuparían de la doma. L admite, cada vez con menos oposición, que sean las criadas quienes se ocupen de ella, obedeciendo sus mandatos como si de la propia señorita se tratara. La señorita solo pasará un momento a verla y preguntar por la fiesta, que el estado del culo de la joven indica que no fue todo lo convencional que ella manifestaba, y de lo que  la señorita prefiere hacer como que no se ha enterado, pero que es un dato al que concede la  importancia que tiene, y que determinará un control mayor sobre las andanzas de L fuera del burdel, al tiempo que servirá para incrementar las exigencias en su cometido como marrana.

En el club están al tanto de buena parte de lo que hace L cuando no está en él, para, llegado el momento, poder actuar con conocimiento de causa. L no quiere mencionar a Martin y trata de dar la impresión de que va a esas fiestas porque le apetece estar con su grupo de amigos, pero no con alguien en particular. Y la señorita conoce lo de Martin, el interés de L por él, y de ahí el otro interés, derivado del anterior, por esas fiestas, lo que no comprende es la acomodación de L a esas otras demandas que el estado de su culo manifiesta, e indican un tipo de sometimiento especial, que no parece tener su origen en Martin. Tiene que enterarse, pues eso sería algo importante para determinar lo que se deba hacer en el club. No quiere que un tercero pueda crear un tipo de problema que suponga, si no la huída de la joven, una respuesta indebida, que altere el desarrollo de los acontecimientos. Eso la preocupa y lo comenta con el director, que es de la misma opinión, por lo que deciden enterarse de lo que hay detrás y al tiempo vigilar, y acaso controlar, mejor a la joven en sus salidas fuera del club.

.- Y lo mejor es tenerla aquí lo más posible, y si no está aquí, que sepamos donde está y lo que hace. Y yo meteré prisa para que la estabulemos lo antes posible.

.- Ya debería estarlo. – La señorita, como siempre, es quien más demanda la plena estabulación de la marrana.

.- Lo estará. Ya está muy sujeta, aunque ella mantenga las esperanzas.

.- Si pide permiso para alguna otra salida… Formalmente no está obligada a pedirlo. Es algo que deberíamos tener solucionado.

.- Sí, hay que aprovechar cualquier oportunidad para someterla en ese aspecto, Mientras mantenla tú bien sujeta, y que se piense obligada a pedir permiso, ya veremos qué hacer en cada caso. Tenemos un plan y unos modos, que me gusta cumplir. No me agrada que una marrana o sus circunstancias, alteren lo que queremos hacer.

.- Yo la voy a tener más sometida aquí.

.- Y que trabaje.

.- No la voy a dar tiempo libre.

.- Que aprenda a ganarse el sueldo. – Ambos ríen. – Sueldo que será conveniente que se compagine con los trabajos propios de una marrana. – No es preciso decir que con ello pretendía, más que pagar a la joven, poder demostrar que esta cobraba por lo que hacía en el burdel.

.- Y habría que avisar al fotógrafo para que esté atento y acaso realice alguna prueba más, para tenerla mejor controlada.

.- Lo comentaré. Nunca estará de más, y es gratis…, para nosotros.

La señorita va a insistir en la sumisión y entrega de la marrana a todo lo que se quiere de ella en el club, llevando a cabo una labor de sometimiento y sujeción de la joven, no solo para hacer que aparezca como una marrana más, sino para que ella misma se tenga por tal, que lo acepte, como acepta realizar todo lo que es normal en una marrana, al tiempo que se familiariza con la vida en el club, compartiendo más servicios con sus compañeras, tanto en los salones como en el comedor.

La señorita, conociendo sus aprensiones, quiere domeñarlas, controlarlas, que se acostumbre a ellas, las admita y realice con la misma naturalidad con que admite y se comporta como una prostituta, al tiempo que domina a la joven y la hace comprender su supeditación, su dependencia, que todo lo acepte y acate la marrana.

Y la señorita se ocuparía de que L “practicara” el oficio sin solución de continuidad. Lo que peor lleva es la muestra desnuda y pública, ese es el peor castigo para ella, tanto o más incluso que la caña, por lo que será por ahí por donde comience la labor de mayor sometimiento de L, colocando a la joven en una situación especialmente humillante y degradante, a la vez que alarmarte para ella, que vendría a poner de manifiesto que sus esperanzas en la finalización de la actual situación en el club estaban muy poco fundadas, al revés, lo que iba a suceder incidiría en su dependencia y sometimiento a los modos propios de las marranas del club con quienes se la igualaba. Y aunque ya lleva tiempo sometida a un trato semejante al de las marranas, todo lo que supone progresar en él desasosiega a L, que se siente vejada y, sobre todo, nota esos indicios, que la hacen temblar, sobre su permanencia en el club.

Ese domingo, L estaría sirviendo cumpliendo lo que se había decidido para ella, que se quería fuera un medio de tenerla más sometida y entregada, haciéndola comprender que ese era su principal trabajo, su función en la vida, y a ella se iba a dedicar, a ella se estaba dedicando ya. Y no se la ahorran muestras y ofertas públicas.

Pasada media mañana se la llevaría a los salones. Temía que fuera para comenzar los servicios en ellos. Iría desnuda y sin haberla retirado el enculador que normalmente llevaba durante los ejercicios de doma. El camarero que la conducía la ordenaría antes de pasar al salón:

.- Pon las manos detrás de la cabeza y contonéate con descaro. Echando bien hacia atrás los codos. Que te moleste. Bien erguida.

Hacerlo del modo en que el criado exigía suponía lanzar las tetas hacia delante, al tiempo que el contoneo de las caderas tenía su reflejo en el movimiento de las tetas que, privadas de toda sujeción, se bamboleaban descomedidas.

Con ser desagradable y humillante, peor iba a ser lo que llegara a continuación. Pasó al salón caminando con un contoneo excesivo, que las manos detrás de la cabeza hacían aún más descarado y provocativo. El camarero no la llevaría por el lugar habitual, sino haciendo que pasara por delante de la barra, lo que asustaba y abochornaba a L, por ser la zona más iluminada y tener que transitar muy próxima a quienes estaban allí, que podían contemplarla de cerca, pasando ante ellos, mostrándose en una especie de paseíllo, que realizó sofocada y ruborizada, sin poder quitarse de la mente la imagen del objeto que llevaba en el culo y que sería contemplado cuando la mirasen desde atrás. Con esa sensación, que nunca la dejaba cuando llevaba el objeto en el culo, de que se podía escapar, lo que la obligaba a cerrarse sobre él, sintiéndolo con aún mayor claridad.

Aunque siendo domingo y a una hora tranquila, en el club siempre había movimiento, por lo que tuvo que pasar ante los que tomaban una copa en la barra, posiblemente antes de comer y quizás buscando otro aperitivo, que muy bien podía ser ella. Al final de la barra, había un perímetro reservado  para el baile de las marranas que hacían de gogos, subidas a una pequeña tarima, que L conocía de sobra. Llegaron ante ésta.

.- Sube. - El camarero le indicaba la tarima. Confundida, L miró al hombre, que sonriendo zumbón, volvió a indicarla. – Sube a la plataforma. – No podía creerlo, seguía sin poder hacer lo que se le ordenaba. - ¿No has oído, marrana? – La voz del camarero se hacía firme y elevaba el tono. – Aturdida y completamente abochornada, L subió al pedestal, al hacerlo se encendieron unas luces en el suelo, que la iluminaban perfectamente. - Baila hasta que un cliente te elija.

.- ¡Ah! Pero..., cómo...

.- Hazlo bien, para que te elijan pronto. Muéstrate y anima a los clientes. Vuélvete también hacia la barra, allí puedes conseguir clientes. Y enséñales el culo, que vean lo que pueden hacer con él. – Se reía. Y ella no dejaba de pensar en el culo, en el objeto que llevaba en él y que contemplarían todos los que la mirasen desde atrás.

El camarero se fue, dejándola sola en aquel pequeño pedestal, que la hacía aparecer mucho más visible y ofrecida. Estaba sucediendo como sucediera cuando se la llevaba al cliente y después fuera ella quien tenía que ganarse ser elegida, solo que ahora, en lugar de hacerlo en una pequeña sala tenía que conseguir al cliente en medio del salón principal y a la vista de todo el que quisiera acercarse, o ya estuviera en las proximidades. Estando obligada a conseguir que se la eligiera, debía ofrecerse del modo más apetitoso que sin duda sería el más desvergonzado, y que se la quitara de aquel podio donde se mostraba a la vista de todo el que deseara contemplarla.

Tenía que comenzar a bailar, y lo hizo, temiendo ser vista, reconocida, vista lo era. Quería mirar a su alrededor para comprobar que ninguno de los que estaban cerca le resultaba familiar, pero lo mejor era bajar la cabeza y bailar mirando hacia donde había menos gente, pero si se ponía de cara a la barra la verían los que estaban en ella, al menos los más próximos, y si de cara a los sofás, había aún más gente, aunque algo más alejada.

“Pero qué más da quien me vea. Los que me vean por detrás verán el objeto del culo.” – Se dijo aturdida y derrotada.

Elevó los ojos, para comprobar que no quería ver, que temía ver, y recordar que no debía mirar. Había varios clientes cerca, mirando como bailaba. Si se la elegía dejaría aquello, sabía bailar provocativamente, pero era demasiado, no se atrevía a hacerlo y menos sin saber quién la veía, pero quería dejar aquel lugar y debía conseguir que alguien, enseguida, la solicitara e hiciera bajar de allí. Ese día sí que rogó en su interior por ser elegida, y lo sería, pero no rápidamente, y a ella los segundos se le hacían horas. Pero parecía que los clientes quisieran verla bien, o quizás ella no estaba haciendo lo suficiente para provocarlos. Se sentía patosa y tan abatida que era lógico que no realizara el baile con la necesaria incitación y estímulo para los que lo presenciaban.

El recuerdo del falo que llenaba su culo no se separaba de ella, produciéndole una tremenda perturbación y vergüenza, tentada de llevar la mano a ese lugar, tanto para comprobar que no salía de su sitio, como para intentar ocultarlo, se contuvo, si lo hiciera estaría señalándolo aún más, pero durante un rato, no pudo seguir bailando como debía, hasta que logró serenarse un poco y con ello, intentar de nuevo conseguir que se la sacara de allí.

Nunca agradeció más ser retirada, ni nunca quiso recompensar mejor a quien lo hizo, aunque lo sucedido pesaba sobre ella dificultándola actuar como hubiera querido, a lo que se sumaba el estar en un recinto en la zona de más afluencia, y cualquiera que pasara por delante podía apreciar lo que ocurría en él. No obstante hizo un esfuerzo para complacer a su señor, y todo hubiera ido bien de no aparecer un amigo, que quiso usar de ella una vez que aquel hubo terminado de hacer lo propio.

Pero el nuevo no solo se mostró más exigente también más inmoderado, haciendo que L apareciera mucho más visible y exhibida, y no solo hacía su amigo y él, sino hacía el exterior del habitáculo, como si quisiera llamar la atención sobre ella. Y si L se impuso la obligación de esforzarse en el servicio, no le saldría tan bien como con el primer caballero, tanto por los modos, más agresivos y descomedidos que empleaba el hombre como por sentirse más expuesta y de forma más escabrosa, a lo que se añadía su estado de ánimo, ese día particularmente abrumado y con el miedo, que se estaba apoderando de ella, de ser descubierta, con la extraña sensación de que hubiera alguien que la conocía. Recordaba a Pol, sus comentarios. Pensaba que podría estar allí, o alguno de sus amigos. ¿Qué sucedería si la vieran?

Con la cabeza en esas ideas era lógico que no lograra cumplir con el cliente como este deseaba y era norma de la casa para sus marranas, que ella, quisiera o no quisiera, lo era para los clientes. L tenía que comportarse como una marrana más, lo sabía, aunque no quisiera ser una marrana, aunque se dijera que no lo era, debía mostrarse como tal y atender y servir  como lo hacían todas las marranas.

El hombre haría que L se tumbara boca arriba sobre un taburete colocado muy hacia el exterior del recinto, quedando a la vista de todo el que pasara por delante y era una de las zonas de más tránsito del salón, para mayor confusión y muestra más indecorosa, ordenó a L que alzara las piernas y se cogiera los tobillos con las manos, manteniéndose muy abierta, en una postura más que impúdica, que si incrementaba obscenamente al mostrar el falo que llevaba en el culo. Como estaba en lo que era la entrada al recinto, suponía permanecer exhibiéndose ante quienes apeteciera quedarse mirando. L, sin atreverse a contravenir lo que se quería de ella, trataba de evitar la mayor exposición controlando la apertura de las piernas.

La joven tenía la sensación de que el hombre estuviera castigando su falta de entrega al servicio. L continuaba con el falo en el culo, que ella sentía de forma especialmente obscena. Y siempre con la sensación de estar siendo contemplada por alguien que la conocía, lo que la mantenía agarrotada y torpe, y no acabaría ahí el tema.

Después de mantener a L en esa oferta degradante, el recién llegado apetecería tomarla por el culo. Llamaría a un camarero para que preparara a L. Se la retiraría el objeto que, para mayor bochorno de la joven, el camarero ofrecería a esta para que lo tuviera en su boca a indicación del cliente, sin duda era buen conocedor de las costumbres de la casa, pero para L supuso un hito en su degradación e ignominia, al tener que aceptar el objeto en su boca, que llegaba sucio de su porquería, y ante la mirada divertida y, sin duda, lasciva, de quienes contemplaban el acontecimiento, que se habían detenido para verlo, cuando el camarero apareció para ocuparse de ella. Luego el cliente la tomaría por el culo, y lo haría sin la menor contemporización ni gesto de atención hacia ella, que era tratada como simple y mero objeto de placer, que se usaba como tal, volviendo a demostrar su desagrado con la joven. Pero no era eso lo que preocupaba y alteraba a L, sino aparecer ante todos los presentes como una puta, y si estuviera “ese conocido”… La idea la hacía empalidecer, siendo consciente que sería muy difícil que quien la viera no la reconociera fuera de allí, la argolla de la nariz se había convertido en una especie de huella que la distinguía y señalaba. Si alguien tuviera dudas sobre su identidad estas se desvanecerían al contemplar la argolla. L se sabía señalada y reconocible, lo que incrementaba su perturbación y los temores que la embargaban.

L se daba cuenta que no estaba poniendo el entusiasmo y entrega que debían ser parte de su desempeño, de lo que también se estaba enterando el hombre a tenor de su comportamiento hacia ella, que parecía querer compensar la falta de afán de L con su forma de penetrarla y la fuerza con que la llenaba el culo.

Como colofón, una vez que se corrió en el culo de L, el hombre haría girar el taburete, de forma que la marrana quedara con la cabeza hacía el interior del habitáculo, manteniendo la postura anterior, es decir, con la patas en alto a la altura de los hombros, cogiendo los tobillos con las manos, ofreciendo el centro del cuerpo hacia el exterior.

.- Vuelve a meterte el falo en el culo. – Ordenaría el hombre, y ella obedecería, con mano trémula, manteniendo las piernas en alto, sin atreverse a descenderlas para meterse más cómodamente el objeto, y notando la humedad que brotaba de su culo, abochornada de lo que era y de que fuera visto por quienes mirasen la muestra indecente que efectuaba. Y no había terminado la ordalía, el hombre, colocándose a la altura de la cabeza de L puso su verga sobre la boca de esta. – Límpiala, marrana. Hazlo bien y con agrado. Muestras unas maneras muy poco adecuadas.

Las palabras del hombre, demostrativas de su enojo para con ella, supusieron un revulsivo para L, asustada por lo que pudiera suceder si expresaba su descontento a la dirección del burdel, queriendo modificar la opinión del señor y demostrar su entrega y complacencia por servirle, L se esforzaría en chupar la verga del hombre poniendo en ello todo su saber hacer y toda la devoción que era capaz, tratando de dejar la polla perfectamente limpia y libre de sabores, lo que suponía un esfuerzo considerable, que L realizaría tratando de olvidarse de su situación, de quienes desde fuera del cubículo se habían detenido a contemplar el espectáculo, y ante quienes se mostraba de un modo absolutamente obsceno, chupando la verga de un cliente mientras mantenía las patas en alto, sujetas por los tobillos y bien abiertas, mostrando el objeto en el culo.

Resultaba sorprendente como actuaban en L los dos temores principales que la embragaban, el miedo a ser reconocida y el miedo a la reacción de la señorita ante su mal cumplimiento como marrana. Y si el primero era el principal, el segundo lograba superarle al ser consciente la joven de lo que se jugaba si la señorita conociera su defectuoso cumplimiento. Se decía que ya poco más podía añadir a lo que se conocía de ella y, en cambio, debía evitar el castigo seguro si era encontrada en falta.

Cuando el señor consideró que había cumplido suficientemente con su misión se retiró de su boca.

.- Gracias, señor. – Era otro intento por parte de L de apaciguar el desagrado del hombre.

L permanecería en la misma postura pero girada de nuevo, ofreciendo el centro de su cuerpo hacia el interior, frente a ambos hombres, que charlaban tomando una copa. Así estaría un buen rato, en que no dejaría de sonreír, buscando, asustada, agradar al hombre, ya sin importarla mostrarse obscenamente y ser vista de ese modo, y encima poniendo de manifiesto una complacencia solo posible en una profesional de ese oficio, y ella lo sabía, se percataba de que así sería vista y considerada, pero el miedo a las posibles consecuencias de ser tachada de incumplidora, de transgresora, hacía que intentara evitar la queja del cliente. Cuando los señores se incorporaron para irse, L quiso mostrarles su entrega y deseos de complacerles, continuaba tumbada sobre el taburete, ellos pasaban a su lado.

.- Señores, ¿no desean nada más de mí? – No supo cómo fue capaz de decirlo. El caballero que había mostrado su desagrado volvería a incidir en ello, dejando anonadada a L.

.- Nos conformaríamos con que te comportaras como es tu obligación. No me extraña que lleves el culo con las marcas de los azotes, deberías llevarlas grabadas de forma permanente. Saca la verga del culo y métela en la boca, así estarás callada.

.- Gracias, señor.

L lo haría trémula y demudada.

Un camarero pasaría a recogerla, para llevarla a asearse. La condujo con el falo en la boca, que ella no hizo ningún gesto para sacarse, al revés, trataba de introducirlo lo más que podía para que se viera lo menos posible, notando como llegaba a su garganta. Solo se atrevería a retirarlo cuando llegados al aseo, el camarero, divertido, la dijera que se lo metiera en el culo, lo que ella haría sin vacilar, ante la mirada regocijada y atenta del camarero.

.- Te lo puedes sacar para limpiarte el culo, y el propio falo, después te lo vuelves a meter en el culo. – Lo sacó de la boca.

.- Como usted mande, señor.

L seguía nerviosa por lo ocurrido con el cliente, temiendo que el hombre presentara una queja, sabedora de las seguras consecuencias para ella.

Después de asearse sería llevada a acompañar a almorzar a dos clientes junto con otra compañera. Aunque algo más calmada, lo acaecido con el anterior cliente actuaba sobre ella, a lo que se sumaba el recuerdo del comienzo de la mañana, que agrandaba sus temores, haciendo que no pudiera comportarse con normalidad, apocada, avergonzada, asustada, permanecía casi ajena a lo que hacían y decían los demás, sin ser capaz de concentrarse en el servicio a los clientes, recibiendo alguna indicación de compañeras y clientes sobre su estado y modo comportarse, pero no lograba realizar lo que se esperaba de ella con la suficiente entrega y aptitud.

No podía dejar de pensar en que se la volviera a llevar a la tarima, y cada vez que lo hacía un temblor nervioso la recorría. Los señores quisieron usar de ellas después de la comida. L se dejó hacer, pero poniendo el cuerpo, sin lograr concentrarse en lo que hacía lo que incidía en la falta de atención en el servicio y la ausencia de auténtica entrega, lo que resultaba muy evidente para quienes estaban acostumbrados a obtener la total entrega de las marranas para conseguir la mejor satisfacción del cliente.

Esperaba la hora de salir de allí, y cuando se la condujo a la sala de domas, respiró con cierta tranquilidad, pero sin dejar de temer que después... Pero no habría más, solo otra sesión de doma, con una señorita Laura exigente y cáustica, y para nada propicia. L notaba la diferencia con otras veces, incluso cuando el trato fuera más duro, en que había existido cierto contenido más personal hacia ella, ese día notaba el despego y frialdad de la señorita. Pero L no estaba para pararse en esos detalles, los sentía y ahondaban en su desazón, pero lo que la tenía trastornada era lo sucedido esa mañana, y la idea persistente de evitarlo.

L dejó el club como en sus peores momentos, aturdida, humillada, asustada, abochornada. Con una idea en la cabeza: ¿quién me habrá visto?

Había vuelto a adueñarse de ella la idea de que alguien que la conocía estaba en el club, era un pensamiento sin base alguna, pero el temor a que así fuera la tenía aturdida y asustada. Era terrible pensar que alguien conocido pudiera haberla visto bailando.

“O mientras me estaban…” No quería ni pensar en que la habían usado por el culo frente a todo el que pasara o hubiera querido presenciarlo.

Estaba especialmente traumatizada, mucho más que otros días, en los que también había sido usada por el culo y en los salones, en presencia de quienes pasaran por allí que podían contemplar a sus anchas lo que se hacía con ella. Quizás, ese día, se rompieron los diques que habían controlado sus emociones, y estas inundaban sus sentidos. Parecía ver y apreciar lo que hacía, lo que la hacían, como mucho más peligroso de lo que antes la parecía.

“¡Enculada!”

“Delante de todos. Con ese objeto. Bailando con él en el…”

“No puedo seguir así.”

“Pero, a este lugar, no vendrán mis conocidos. Muchos son casados..., no pueden permitirse que los vean aquí. Y los solteros… son personas serias, y no querrán que se les vea en un lugar como ese. ”

“Pero yo he estado comiendo con algunos, que parecían muy respetables..., quién me dice que después no subieran aquí.”

“No, no puedo seguir ahí, es una locura, me pueden coger en cualquier momento, tengo que solucionarlo ya, ¡pero ya!”

“Pero, ¿cómo me despido? ¿Qué digo para que no haya represalias?”

Esas preguntas la dejaban anonadada, asustada, aturdida, e incapaz de encontrar respuesta, regresaban a ella los peores temores.

“La señorita no me lo va a permitir por las buenas. Y me tiene cogida. Y si se sabe lo que hago, y ahora esto..., y quién me dice que no se han hecho fotos cuando estaba en el pedestal, y desnuda..., y... y... – no quería ni decirse como estaba – es terrible.”

“Le puedo pedir, que no me vuelvan a pedir hacerlo. Se lo rogaré, es un favor, a cambio puedo hacer lo que quiera. No va a ser tan dura, tan cruel...”

“Y si planteara de nuevo dejar el club. Si no ofrecí suficiente a la señorita, debería tentarla con una cantidad que no pudiera rechazar, tengo que comprarla, pagarla lo que quiera...”

“Puedo pedir un crédito, tengo un trabajo, unos ingresos suficientes para garantizar el pago. Si sigo allí puedo perderlo todo..., más vale pagar... lo que sea.”

“Pero y si lo utiliza en mi contra, me tendrá aún más agarrada.”

“Pero, si ya me tiene, ¿qué más me da estarlo un poco más?”

“La compraré ya. Es la mejor solución.”

“Y acabaré con esto de una vez. No puedo seguir así.”

Pasó el resto del día pensando de modo atropellado, impreciso, equívoco, en su situación, los peligros que representaba y la respuesta que debía de dar, que no podía ser otra que despedirse del club.

Esa noche dormiría muy mal, con la idea fija de salir del club, viéndose atrapada y queriendo escapar.

El lunes iba a suponer una alteración en las pretensiones tanto de L como de J, arrastrando a ambos a una situación contraria a la que pretendían conseguir.

Para J iba a ser el presidente quien le diera la sorpresa, las sorpresas. J iría a entregarle las fotos  de L cuando estaba con el director general, y con el objetivo de obtener una autorización muy genérica para, basado en ella, poder actuar de la forma más conveniente para él.

El presidente contemplaría con evidente interés las fotos, parándose en apreciar detalles, incluso comentando lo que veía, y lo haría de forma poco favorable para la joven, y al tiempo mucho más distendida y desembarazada de lo que J había pensado.

.- Esta chica no para de sorprenderme.

.- Y a mí. – Corroboró con cinismo J.

.- Estás cosas hay que controlarlas.

.- Por supuesto, y a ella.

.- Tienes razón. Me parece que vas a tener trabajo extra.

.- Que me agrada muy poco.

.- Lo comprendo, pero me parece que no será evitable. Y que no aparezca por aquí. – J comenzaba a apreciar en su jefe un deseo, no solo de quitarse, personalmente, de encima a L, también de quitársela a la empresa, con independencia de lo que pensara su mujer y los problemas que esta pudiera causarle, ahora se daba cuenta que era la joven quien se los podía originar directamente. J comenzaba a ver el inicio de la solución que pretendía.

.- No creo que te haya dado la lata.

.- Y quiero que siga así. Veremos como acaba todo esto. Esta chica nos puede crear problemas y ya tenemos bastantes en la empresa y fuera de ella. Habrá que replantearse algunas cosas. Tú encárgate de mantener todo bajo control, que esta chica no se nos desmande y no sea un problema para los de MCM. Quizás… no sea conveniente enviarla… - Era evidente que no estaba tranquilo y que empezaba a pensar en los efectos que podía tener enviar a L a la otra empresa. J comenzaba a estar eufórico, era el propio presidente quien parecía desear que L no tuviera relaciones con MCM. – Esta chica cada día está peor. Ocúpate de ello.

J, estaba más que encantado con la reacción del presidente, que le permitía mantener el control sobre la joven, y cada vez de manera más “oficial”.

.- Hay que elegir las fotos a enviar a nuestros amigos.

. - ¡Ah! Y que las fotos no anden danzando por la empresa.

.- Por supuesto.

Pero faltaba aludir a la posibilidad de modificar el acuerdo con MCM para que L no hiciera de modelo. J lo intentaría, pero lo iba a hacer de modo inapropiado.

.- Esperemos que nuestros amigos no encuentren que L es inadecuada para ser su modelo.

El presidente iba a hacer un comentario que descabalaba las intenciones de J.

.- Pues eso no puede ser. No podemos echar todo por la borda. He estado con S – era el presidente de MCM – y unos amigos este fin de semana y ya me ha dado un toque sobre cómo iban las cosas, y con cierto tono burlón, como si no fuéramos a cumplir. Comentando que si la niña necesita tantos arreglos por algo será.

J no había conseguido lo que más le importaba, pero tenía tiempo para hacerlo.

L se presentaría en el club con la única idea de romper con las ataduras que la ligaban al lugar, y decidida a hablar con la señorita. Había pensado en hacerlo sin levantar sospechas, comportándose con normalidad, que todos los que la vieran no observaran nada extraño en ella. Se vistió como siempre, como tenía ordenado hacerlo. Se portaría con obediencia cuando la criada la condujo a la sala de doma y allí la hizo desnudarse para luego ponerla el objeto en el culo. La señorita aparecería enseguida, ella la esperaba en posición de respeto, la escuchó aproximarse, se estiró forzando la postura, estaba pronta a saludar según debía, la señorita se colocó detrás de ella. L se presentó.

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura. – la señorita permanecía detrás, en silencio, lo que comenzaba a intranquilizar a L, que se estiró aún más. De repente…

ZAS

.- ¡AAAAAAHHHH!

El grito había escapado desgarrador, como había sido el golpe. No pudiendo controlarse rompió la postura obligada primero y después doblándose de dolor.

.- Ponte bien, marrana. – La señorita hablaba con voz tranquila y baja, como en una conversación sosegada.

Haciendo un esfuerzo, logro ponerse como debía. No comprendía lo que ocurría. En su mente el dolor se mezclaba con la pregunta: ¿Por qué?

.- Te lo debía desde ayer. Te he dado la oportunidad de mostrar tu arrepentimiento por el comportamiento absolutamente improcedente que tuviste con los señores clientes, que se quejaron de ti, y eso no es admisible ni tolerable, y no lo voy a admitir ni tolerar. – Ya sabía por qué.

ZAS

.- ¡AAAAAAAHHHHH! – Aulló.

Esta vez, L cayó al suelo, el golpe había cruzado el culo de parte a parte, sentía que cortaba la carne, ni se atrevía a llevar las manos al lugar, y el dolor crecía mientras ella permanecía en el suelo.

.- Arriba, marrana. Ponte como debes. – Mantenía las maneras calmas.

.- Señorita..., no puedo..., por favor...

.- Ponte bien, o te corto el culo.

L se arrodilló primero y después, apoyándose en las manos, consiguió levantarse, con la mente en el dolor y en el temor de tener la piel rota y la carne herida. Se colocó en posición de respeto.

.- Estírate.

ZAS

.- ¡AAAAAAHHHH!

Y otra vez caería al suelo, ya con la mente ofuscada por el dolor y únicamente deseando que acabara, que no se repitiera, mientras parecía crecer en su culo, como si no hubiera terminado el golpe y la caña siguiera golpeándola. Sabía que se le iba a ordenar ponerse en pie, lo temía, no encontraba fuerzas para hacerlo, y la aterraba recibir otro azote.

.- ¿A qué esperas, marrana?

Era lo que temía, se movió lentamente, quería ponerse en pie, pero no era capaz.

.- ¡Arriba! No me hagas perder la paciencia. – Esta vez subió el tono.

No supo cómo lo hizo, pero se incorporó, colocándose malamente en la postura de respeto.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

Cayó de nuevo al suelo. El grito no demostraba el dolor, había sido mucho más débil, pero no porque el golpe lo fuera, había sido el peor de todos, sino porque ella no tenía ni fuerzas para reaccionar. Quedó en el suelo.

.- No vuelvas a comportarte como no debes. El servicio a los clientes es sagrado. A ellos te debes, complacerlos y obedecer todas sus órdenes son tus principales obligaciones, y en ellas no te tolero fallos. ¡Ninguno! Estás avisada, marrana. La próxima vez tendrás un recuerdo que no olvidarás nunca.

Escuchó alejarse a la señorita, siguió tumbada. Al cabo de muy poco tiempo escuchó otro ruido, era una criada, que agachándose la ayudó a colocarse para poder ver mejor como tenía la zona castigada.

.- Te voy a curar las heridas. – Era la misma criada que la curara el día que sirviera en el comedor. Recordaba su nombre perfectamente.

L había pensado en las posibles heridas, la asustaba, pero no se detuvo a considerarlo, estaba demasiado dolorida para hacerlo, ahora, al escuchar a la criada, volvieron sus temores.

.- ¿Cómo estoy?

.- Tienes el culo cortado.

.- ¡Ah!

.- ¿Mucho?

.- Bastante.

.- Se... se...

.- Si no te vuelven a castigar antes de que se cure, se te arreglará, pero si te vuelven a azotar sobre las heridas, es fácil que te dejen alguna marca. Tienes que cuidar tu comportamiento y no enfadar a la señorita Laura. Ya deberías conocer que no hay que hacerlo. Es muy buena domadora pero hay que hacer todo lo que manda y hacerlo bien.  Hay quien opina que ese tipo de marcas, en lugar de perjudicaros os hacen más atractivas. Yo no lo creo, y desde luego prefiero una carne sin esos añadidos. Lo que te voy a realizar te va a doler, pero quiero desinfectarte bien y dejarte lo mejor posible.

Al curarle las heridas, L notaría la quemadura del alcohol o lo que fuera, que la hizo gemir, y con ello sabría que las heridas eran reales y profundas.

.- Te duele pero te curará antes y mejor, te lo digo porque no eres la primera a quien hay que curar, y así es mejor.

.- Pero, ¿no dejará heridas?

.- Si te lo cuidas no. No te sientes y duerme boca abajo, mañana veremos como va.

L se incorporó para despedir a la criada, en una mezcla de agradecimiento y de cumplimiento de las formas de respeto. Ya no dudaba en tratar con todo respeto a las criadas. Y si ella lo hacía, más sorprendente era que aquellas lo recibieran con toda naturalidad como si fuera lo normal, y sin duda lo era para las marranas en doma, o quizás para todas las marranas.

Notó el dolor, que se hacía mayor con el movimiento. Puesta en posición de respeto, saludó y agradeció.

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Rose. Muchas gracias, señorita. – Se escuchó decir ese “marrana” que era ella misma, sin encontrar en ello ningún contenido inaceptable, le sonaba a algo suyo, a algo que le era propio, apropiado, justo, indicado, lógico.

.- Cuando regrese la señorita Laura demuestra tu arrepentimiento, de manera que quede patente que estás decidida a no volver a cometer ninguna falta que pueda dar lugar a tener que castigarte. Díselo. Y si notas algo raro en las heridas y quieres que las examine para quedarte más tranquila, ven a verme, sé algo de estos temas.

.- Gracias, señorita Rose. – L, que había escuchado sin extrañeza la recomendación de la criada, estaba deseosa de que volviera la señorita Laura para poder demostrarle su arrepentimiento, tratar de hacerse perdonar, y disminuir los reproches que tuviera contra ella.

.- Descansa un rato.

.- ¿Vendrá la señorita?

.- No lo sé. Espera aquí.

.- Gracias, señorita.

La señorita regresaría a dirigir la sesión de doma, L se presentaría ofreciéndose, y haciéndolo de forma que quedara claro la aceptación de su condición, que manifestaba sin reparos.

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura. – Después, sin decir nada, se postraría ante la señorita y comenzaría a besar sus pies. La señorita la dejaría hacer, sonriendo encantada ante la manifestación de sometimiento y entrega de L, que llegaba imbuida de unos modos diferentes a lo que había empleado otras veces. Ahora, la señorita, constataba en la marrana una especial y cálida dedicación, uniéndose el sometimiento a algo más personal, más efusivo, donde existía devoción y servicial rendición, que indicaba hasta que punto estaba acoplándose a su situación y reaccionando conforme se quería que lo hiciera. Después de tenerla besando los pies, la ordenó levantarse. Antes de hacerlo, L pidió perdón por su comportamiento.

.- Señorita, quiero pedirla perdón por mis faltas. Le prometo que no volverá a suceder.  Por favor, perdóneme. – Y volvería a besar los pies de la señorita. Y esta sentía la sinceridad en las palabras de la joven, que significaban un paso muy importante, aunque bien supiera que no era una rendición definitiva, para eso aún falta bastante, pero la marrana iba haciéndose poco a poco a lo que sería su situación permanente. La señorita sabría sacar todos los beneficios que esa actitud ofrecía.

.- Más te vale no volver a hacerlo, marrana. Ya sabes lo que sucedería. Bueno, no lo sabes, esto ha sido solo un aviso. Si hay que cortarte el culo, lo cortare. Es mucho más importante que sepas tú y que sepan todos, que los comportamientos tibios son inadmisibles, que se te exige completa entrega al servicio, para conseguir la plena satisfacción de los clientes, y que toda queja de los clientes, supondrá para quien sea causa de ella, un castigo riguroso que enseñe a la culpable a no volver a portarse de modo desatento con un cliente, y que importa mucho más la doma de la marrana y el ejemplo para sus compañeras, que el deterioro que pueda sufrir, aunque implique una pérdida importante en su valor. Una marrana es mercancía sustituible, pero el menoscabo de la disciplina es algo mucho más difícil de subsanar. Vas a hacer todo lo que te has comprometido y durante el tiempo al que te has obligado. Y ambas cosas las efectuarás cumplidamente. Como vea la menor vacilación o intento de escapar a tus compromisos, lo de hoy será un juego de niños en comparación con el castigo que sufrirás. No lo olvides y actúa siempre como debes, como sabes que quiero que lo hagas. Ponte en pie. Hay que continuar con tu doma, cosa que según veo te es muy necesaria.

La señorita haría que realizara la sesión de doma, que L llevó a cabo con una diligencia y entrega completas, queriendo no solo evitarse un nuevo castigo, sino mostrar a la señorita su arrepentimiento, olvidada de las ideas y pretensiones con que había llegado al club.

La señorita, manteniendo la dureza de sus exigencias, evitaría golpear en el culo de la joven, haciéndolo solo en los muslos y muy pocas veces, únicamente para indicar algo, con lo que no eran golpes fuertes, que L asumía sin apenas muestra de molestia, realizando todo lo que la señorita ordenó, con diligencia y exactitud, demostrando a la señorita y a sí misma, que había superado la etapa de aprendizaje y era capaz de llevar a cabo todo lo que se quería de ella, lo que, a la vez, evitaba el uso de la caña. Se dijo que si lo hubiera recordado antes, no habría sufrido los azotes. Comenzaba a entrar en esa disposición de ánimo, en que, haciendo suya la situación en que se encontraba, se hacía a sí misma responsable de las respuestas que una conducta no adecuada a lo que se le mandaba llevaba aparejadas. Y el dolor en su culo era un permanente recordatorio de la falta cometida, del castigo consecuente y del error que supone el mal comportamiento. Olvidado todo intento de plantear su salida del club. Ya sabía que se la obligaría a permanecer durante todo el tiempo comprometido. No quería ni pensar en otra posibilidad.

Pero el exacto cumplimiento de sus deberes no era óbice para que la señorita disminuyera sus otras demandas, al contrario, quería y debía mantener la presión sobre la joven, haciendo que comprendiera que la falta cometida, iba a costarle muy caro. Aún no habían acabado sus tribulaciones.

Ese día, L no se bañaría, en su lugar sería conducida a los salones completamente desnuda y enculada, y lo haría al trote alto, con las manos detrás de la cabeza. A todo se prestaba L sin la menor muestra de desgana ni oposición, manteniendo la sonrisa en su rostro, en demostración de su complacencia en la doma, en el servicio. Tratando de hacer todo perfectamente y con la permanente auto inculpación por verse en esa situación, que contemplaba como parte de su castigo e, incluso, como consecuencia lógica a su mal comportamiento. Al llegar a la entrada de la zona de clientes, pensó que se la permitiría continuar normalmente, pero ante su perplejidad se hizo que siguiera al trote alto y así entraría en los salones, conducida por una criada que sería quien la llevara hasta la tarima, pasando por delante de la barra ante la mirada divertida y complacida de todos los que la veían pasar, ese día muchos más que el anterior, y lo haría tan avergonzada como asustada, con la idea imposible de rechazar, de estar llamando la atención, invitando a que la miraran, posibilitando ser vista por alguien que la conociera, conducida por una criada, lo que llamaría aún más la atención, al tiempo que parecía señalarla como alguien de categoría inferior, maldiciéndose por haber cometido una falta tan fácil de evitar, inculpándose por estar allí recibiendo ese castigo adicional, prometiéndose no volver a cometer tamaña equivocación. Sintiendo el dolor en su culo, que le recordaba lo que no debía volver a hacer.

Y a pesar de su humillación, de sus temores, de su vergüenza, de su dolor, no dejaría de sonreír, como si aquel paseo al trote, ante los clientes, fuera algo grato para ella y estuviera deseosa de ser elegida y atender a quien requiriese sus servicios, dejando a un lado las ideas más tenebrosas, como eran los pensamientos sobre el objeto que llevaba en el culo, que solo recordarlo suponía tener que controlar el gemido que se escapaba de su boca, y junto a ello, las marcas de los azotes que acababa de recibir, que indicaban su sometimiento a un trato que solo podía ser realizado a una puta del burdel. Y ella continuaba sonriendo, como si exhibirse enculada y marcada por la caña, fuera algo muy grato de realizar. Solo la mirada baja le permitía esa especie de soporte que supone no ver, haciéndose a la idea de no ser visto, aunque supiera que eso era una completa falsedad, no encontrarse con la mirada de quienes presenciaban su humillación suponía un pequeño bálsamo que veía desparecer cuando pensaba en que algún conocido pudiera estar contemplando su paseo.

Quedaría en la tarima, sabía cómo tenía que actuar y tenía demasiado miedo para tentar la suerte y no hacer lo que la señorita querría verla realizar. Bailaría descaradamente desde el primer momento, obteniendo una inmediata compensación, alguien la solicitaría enseguida. Se la hace descender para atenderle, teniendo que hacer el recorrido al trote y con las manos detrás de la cabeza hasta el lugar donde la espera su elector, en uno de los cubículos próximos a la zona donde había bailado. Esta vez atendería al cliente, a los clientes, pues eran dos los que la esperaban, con absoluta entrega, demostrando lo agradecida que estaba por haber sido elegida y por poder servirle.

A pesar del estado de su culo, L trataría de olvidarse de sus molestias para dedicarse por entero a satisfacer todas las demandas del cliente. Comenzaría por hacer una mamada a uno de ellos, después, el otro desearía tomarla normalmente, pero para evitar roces sobre el culo de la marrana se la tumba sobre un taburete apoyada sobre la espalda, con el culo sobresaliendo del taburete y las piernas en el aire, que ella sujetaba por los tobillos para evitar que cayeran. Permanecer así en un lugar de paso y sin ninguna clase de separación que pudiera defender de la contemplación de quienes desearan ver lo que sucedía en él, suponía otro trauma adicional por el miedo a ser vista por alguien que la reconociera, pero L mantendrá la sonrisa oferente y complacida, durante todo el tiempo, tiempo en que es jodida por los dos clientes, y que se amplía con sendas mamadas, que solicitan ambos animados por la entrega de la marrana, que alaban ante ella y después ante el encargado.

Cuando es devuelta por los clientes, se la volverá a hacer subir al estrado y de nuevo bailará, si cabe, con mayor entusiasmo y alegría, como si el servicio que acababa de realizar hubiera supuesto un premio para ella. Bailará hasta que es elegida, lo que, para su suerte, sucede rápidamente.

Atenderá a otro cliente, de nuevo mostrando todos los síntomas de complacencia por servirle, está deseosa de que el cliente demuestre su satisfacción y lo diga a sus jefes.

Y volverá a bailar y a ser elegida, y a servir a otro cliente. El estado de su culo, favorece que se le pidan mamadas, que ella realiza con total entrega, buscando la completa satisfacción de los clientes. Había aprendido que estos gustaban introducir toda la verga en la boca, y ella se esforzaba por conseguirlo. Se estaba convirtiendo en una experta en esa práctica, que ampliaba a las lamidas exteriores y a los testículos, que también introducía en la boca para chuparlos en ella.

La señorita no había concluido el castigo de L. Quería hacer un escarmiento con ella, que la hiciera comprender que cualquier conducta indebida iba a tener muy graves consecuencias, consecuencias que también iban a repercutir fuera del club.

Cuando fue despedida por el último cliente al que atendió y creía llegado el momento de irse a cambiar y finalizado ese tremendo día, el criado que fue a recogerla la ordenaría:

.- Marrana, con las manos detrás de la cabeza, ¡al trote alto!

.- ¡Ah!

ZAS

Había dado un buen azote con una caña que llevaba en la mano, sobre los muslos de L, evitando el culo. Siendo un golpe duro no llegaba a los que recibiera de la señorita. De inmediato comenzó a trotar.

.- ¡Sin quejas, marrana! ¡Con alegría! ¡Bien puesta! ¡Exigiéndote!

De inmediato comenzó a trotar, con las manos detrás de la cabeza, los codos echados hacia atrás, la mirada baja, sonriendo mientras  se esforzaba por menear el culo como lo había ensayado, en ese tranco nada fácil, pero que iba logrando realizar como había logrado alcanzar las tetas con las patas. Y las tetas completamente sueltas saltaban en cada paso, produciendo un movimiento con dos choques sucesivos, uno contra el pecho y otro contra el muslo, con dos sonidos peculiares, que llamaban la atención y hacían que quienes lo escuchaban mirasen para conocer la causa, y al presenciar el espectáculo sonriesen y algunos aplaudieran divertidos y animadores, viendo como L saltaba sonriente como quien disfruta con lo que hace y con el espectáculo que ofrece. Así recorrería el salón hasta llegar a la zona de recibo, allí esperaba una criada para recogerla, que la conduciría a la sala donde se efectuaba la doma y donde dejaba sus prendas de calle.

.- Alto marrana.

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita.

La criada ordenó que se sacara el falo del culo, lo hizo, y sin esperar otra indicación lo llevó a la boca para limpiarlo, lo hacía con asco, pero cada vez más aceptado, como cada vez admitía mejor la presencia de un tercero contemplando sus acciones. Con el objeto en la boca, se fue a vestir, comenzando por el tanga sin entrepierna, luego cogió la falda, notó algo raro, y al ponérsela lo comprobó, era más corta, había sido arreglada para que cayera sobre las caderas, y por abajo cortada para que subiera más sobre los muslos. Pero no acaba ahí la cosa, la camiseta también había sido cortada. La conjunción de ambas acciones, sobre falda y camiseta, lograba dejar una zona desnuda en la cintura, de aproximadamente 4-6 cm hacia abajo del ombligo y casi otros tantos hacia arriba, que se incrementarían con cualquier movimiento, y la falda dejaría 4/5 cuartas partes de los muslos al descubierto, llegando poco más abajo del culo. Aquello era inviable. No podía salir así, y menos aparecer de ese modo en la empresa. Era imposible de justificar. Alegar que el fotógrafo lo había pedido ya no tenía sentido, pues aunque así fuera ella no podía aceptarlo. No se le dieron medias, lo que no permitía ni disimular las marcas dejadas por los golpes de la caña en los muslos, que quedaban completamente al descubierto. Y si se agachara aparecería el culo, y por arriba el movimiento de los brazos haría que la camiseta subiera aún más, y al sentarse lo haría directamente sobre el culo, ya que la falda no llegaría a situarse entre este y el asiento, y desde luego, se le vería el coño, no cubierto por el tanga sin entrepierna que llevaba. No podía ir de ese modo. La señorita tenía que comprender que su situación profesional impedía aparecer vestida de esa forma.

“Se lo diré.” – Pensó, decidida, pero solo había decisión en la forma de pensarlo.

.- Cámbiate de sandalias.

Había otras en el suelo, eran diferentes, temió lo peor, y al ponérselas lo comprobó. El tacón era más alto, ahora alcanzaba los 15 cms, obligándola a ir prácticamente sobre la punta de los pies. No pudo evitar un gemido. Pensó en las primeras sandalias de su llegada al club, y como le habían parecido con un tacón demasiado elevado. Recogió la camisola que utilizaba como prenda de abrigo. Seguro que ya no cumpliría con el requisito de dejar los centímetros de falda al descubierto, pero lo cumplía, también había sido cortada, y si en la falda y camiseta el corte no le importaba demasiado, en esa camisa suponía un destrozo irreparable, era una prenda de calidad, que permitía a L ofrecer una imagen menos ingrata e indebida, al cortarla perdía buena parte de su apariencia, quedando como una prenda estropeada.

.- Ponte el falo en el culo.

La orden la sorprendió. Ya se iba y el objeto lo había dejado siempre en el club, salvo algún día especial, miró a la criada, que esperaba que hiciera lo que le acababa de mandar, y L lo haría, inclinándose un poco y retirando la cinta del tanga a un lado, para después llevar el falo a la entrada del agujero e introducirlo con una facilidad que decía de la apertura de aquel. Cuando acabó la criada la ordenó ponerse de nuevo en posición para examinar como quedaba el objeto.

.- Separa las nalgas que vea bien como te has enculado. – Era denigrante, pero L lo hizo sin la menor muestra de disconformidad, aunque supusiera tocar una carne muy dolorida, que sentía cualquier roce con un añadido de dolor.

Una vez comprobado la criada ordenó:

.- Vamos con la señorita Laura.

L, que había recibido con sorpresa el mandato de ponerse el enculador, ahora temió otro castigo. Siguió a la criada, por una vez iba andando normalmente, si a un contoneo más que descarado se podía llamar normal. L iba pendiente de la falda, de la camiseta, de lo que ofrecieran a la contemplación de quienes la vieran, que el contoneo exagerado propiciaba aún más. Notaba como el aire llegaba a su entrepierna de un modo más neto que antes, y superaba esa zona del cuerpo para alcanzar el culo, y no solo en su parte inferior, parecía subir por las nalgas, en las que sentía su frescor. Pero no era eso lo que le perturbaba, ni lo que deseaba evitar, sino la muestra de sus muslos y de su vientre, que aparecían exhibidos no ya en demasía, sino de forma completamente imposible, con el peligro de que en cualquier descuido, pudiera llegarse a mostrar tanto el culo como el coño.

La criada la hizo ir delante de ella, siguiéndola a unos pasos, vigilando su marcha, andaba contoneándose con desmesura, por un momento quiso controlar el movimiento de las caderas, pero comprendió que era mejor mantenerlo, aunque pensó que debería hacerlo cuando saliera, que no era prudente menear la grupa del modo en que ella lo hacía, favoreciendo un movimiento de la falda que, a su vez, contribuía a una mayor muestra de sus muslos.

“Hace muy poco tenía que ir pensando en no olvidarme del contoneo descarado y ahora tengo que ir pensando en controlarme.”

Pero su pensamiento volvería a la forma en que iba vestida y lo que suponía de cara a su presentación en la empresa. No podía presentarse de ese modo, ya salir a la calle tal y como iba constituía una provocación para quienes la vieran.

“No puedo ir así a ningún sitio, todos pensarán que soy una buscona, tratando de conseguir clientes. Tengo que decirle a la señorita que, al menos, en determinados momentos, no puedo ir así.”

Sería llevada hasta la puerta de la sala donde le fuera puesta la argolla, ahora temió algo por el estilo. Estaba tan asustada como insegura. Se decía que no podía tolerar otra acción como la de su marcaje, que se rebelaría, que no permitiría ni ese dolor ni lo que suponía, si se intentara se lo diría a la señorita, al tiempo que recabaría su permiso para volver a la manera anterior de vestirse.

“Quizás sea una prueba, y solo para hoy.”

Pero no lo creía.

“Veremos. No sería la primera vez que las cosas no son como pensaba.”

Pero eran muy pocas las que habían resultaba menos ingratas de lo esperado.

La criada abrió la puerta y anunció su llegada.

.- Señorita, aquí está la marrana 73.

.- Que pase.

.- Pasa, marrana.

L entró en la sala. Estaba el mismo hombre de otras veces, lo que incidió en sus temores, que no impidieron que se presentara ante ambos.

.- Marrana en servicio y obediencia, señorita Laura.

.- Ramera.

.- ¡Ah! Sí, señorita Laura. Ramera en servicio y obediencia, señorita Laura. – Ya estaba utilizando el calificativo de ramera, y no quería admitir que era lo apropiado para ella, que si ese no era su nombre era su mejor definición. Pero se sigue diciendo que no era una marrana, y se debía usar el nombre de Hembra con ella, ese era su nombre. Pero aceptaba lo inaceptable, haciendo suya una denominación que no es que la igualaba a las demás chicas de la casa, es que la convertía en una profesional.

No se atrevía a llevar la contraria a la señorita. Haría la reverencia ante la señorita, quedando en ella hasta recibir la autorización para dejarla. Se estaba amoldando a todo y cumpliendo como sabía que se esperaba de ella, lejos de cualquier intento de rebelión, de los que había estado pensando realizar caso de que se le exigiera…, pero aún no se le había exigido nada. Aunque la ropa que llevaba era más que suficiente para plantear su negativa a llevarla.

La señorita, que había visto con satisfacción lo que suponía la nueva forma de vestir, y después la conducta de la joven, respetuosa y entregada, supo que toleraría cualquier otra exigencia, y por supuesto, la que iba a plantear.

.- Ramera, ponte en posición de respeto.

.- Ramera en respeto y obediencia, señorita Laura.

.- Ramera, quítate el tanga y coloca las manos detrás de la cabeza. – Lo hizo. – Puedes comenzar la preparación. – Se dirigía al hombre. L, estaba nerviosa por lo que viniera a continuación, atenta a lo que el hombre hiciera, sin atreverse a preguntar, solo el pensamiento de que no sería nada demasiado violento, dado que no se requería ningún tipo de sujeción, la ofrecía un poco de calma. Esperó a conocer que es lo que se quería hacer, pensaba que en su culo.

El hombre se aproximó a L, colocó una especie cinturón de cuero sobre el muslo izquierdo, era bastante ancho, llegando desde poco más abajo de la falda hasta la entrepierna, a L le recordaba lo que le colocara para marcarla, tembló al pensar en que fuera otra marca. El hombre parecía calcular la altura exacta a la que quería colocar el cinturón. Lo ciño dese una altura varios centímetros por encima del punto medio entre la rodilla y la entrepierna hasta  alcanzar esta.

.- Creo que así quedará bien. – Diría, dirigiéndose a la señorita.

.- Sí. Ramera, quítate la falda. – L lo hizo.

El hombre cogió una barra de unos 60cm de longitud, con dos abrazaderas, una a cada extremo, se agachó fijando una a un tobillo de L y luego la otra al otro, lo que obligaba a estar con las piernas muy separadas. Cuando se incorporó, la señorita explicaría.

.- Se te va a poner una pequeña marca en el muslo, para que sepas hasta donde debe llegar la altura de la falda o vestido que te pongas. El dibujo debe quedar siempre visto, aunque lleves medias se apreciará bajo ellas. Es un dibujo muy pequeño, por lo que, aunque el sistema para gravarlo es el mismo que el que se empleó para gravar tu condición y número, no se te inmovilizará. Puedes soportarlo sin ser sujetada. El dibujo se irá absorbiendo poco a poco, hasta que desaparezca. – Era lo único grato que escuchó L. Luego la señorita se dirigió al hombre. – Puedes proceder.

A pesar de la explicación, saber que iba a ser marcada de la misma forma que la otra vez, hizo que L sintiera un temor que no era capaz de ahuyentar. Se había dicho que no permitiría que se la hiciera eso mismo que ahora se pretendía, y a pesar del miedo y de su anterior resolución, permanecía quieta y callada, sin ni siquiera atreverse a iniciar algún intento de oposición, de rechazo, como siempre temiendo que la reacción de la señorita supusiera una respuesta más contundente, más onerosa para ella. Ya estaba pagando muy caro un simple comportamiento que mereció la crítica de unos clientes. No podía, ni quería, arriesgarse a otra respuesta similar. Pensaba, en un intento de tranquilizarse, que si el dibujo se absorbía significaba que no era tan profundo como el que ya llevaba y que sería menos doloroso, pero era una mentira piadosa hacia ella misma. La marca sobre el sexo tampoco era permanente y el dolor del marcaje fue insoportable.

El hombre se aproximó a L que, nerviosa, sentía sus manos operando sobre la correa. Enseguida comenzó a sentir un calor que se adueñaba de ella, después el calor se convirtió en dolor y este fue en aumento. El hombre la cogió las manos con una suya, manteniéndolas con firmeza. El dolor se hacía insoportable, L quería desprenderse de las manos que la sujetaban y llevarlas a la correa, quitarla. Comenzó a gritar.

.- Pero que blanda eres, marrana. Siempre he sabido que no darías la talla. ¡Mantente bien!

Pero L no era capaz de mantener la compostura, el dolor se lo impedía, era como una quemadura que se mantuviera en el tiempo, a pesar de no ser comparable al de la anterior ocasión. Comenzó a pedir clemencia, a rogar que no siguiera aquello. Solo el hombre, lograba mantenerla en pie, si no la sostuviera, se habría dejado caer al suelo. Pero impedir que cayera era bastante trabajoso para el hombre, que empujo a L sobre el especial sillón que la joven conocía, haciendo que quedara sobre él, boca abajo. La señorita ataría sus manos manteniéndola sujeta, la barra evitaba que la joven, que seguía gritando, rozara con su otra pierna el muslo quemado.

.- ¡Quieta, marrana!

Pero no podía estarse quieta, como no podía dejar de gritar su dolor, al tiempo que  suplicaba que se la liberase, con palabras entrecortadas por gemidos y gritos de dolor, que no obtuvieron el menor eco en la señorita.

.- ¡Qué falta total de raza!

.- Sí, es muy floja. Será más difícil domarla.

.- Pues será domada, aunque se necesiten romper unas cuantas cañas en su culo.

L escuchaba la conversación, que la menospreciaba, pero le importaba muy poco, lo que deseaba era que terminara su sufrimiento, la sensación de estar siendo quemada, que parecía no acabar nunca. Y era eso lo que pedía, mientras se estiraba y movía, en un inútil intento de escapar al dolor.

Cuando acabó el marcaje, se le permitió recuperarse durante un momento, hasta que pudo soportarse sobre los pies. Luego el hombre la soltaría, y la señorita haría que humillara y agradeciera la marca.

.- Marrana, ya está bien de quejas y muestras de insumisión que no estoy dispuesta a tolerar. Humilla y agradece la marca que se te ha puesto.

L lo realizó sin vacilar. En la orden de la señorita había una manifestación de disgusto y una amenaza, lo que era más que suficiente para conseguir que L respondiera  humillando ante la señorita y besando sus pies, al tiempo que agradecía una y otra vez la marca, en una muestra de miedo reverencial, de sumisión total y espontánea, y obediencia inmediata, al tiempo que se mostraba completamente entregada y ansiosa de dejar constancia ante la señorita de esa entrega a ella y la aceptación de la marca cuya impresión sobre su carne, había supuesto tanto dolor y rechazo.

La señorita chascó los dedos, L supo que se podía incorporar, a pesar de ello besaría los pies de la señorita con mayor pasión y entrega. Cuando se incorporó reverenció y agradeció, para después colocarse en posición de respeto, ofreciéndose a la señorita como marrana.

.- Supongo que querrás ver la marca. – La señorita la permitió mirarla, lo podía hacer sin necesidad de espejo. Estaba en la parte alta del muslo, sabía que caería inmediatamente más abajo de la falda, sin que esta la tapara, en la parte delantera del muslo pero ligeramente hacia el interior, donde la carne se hace más suave, quedando perfectamente visible desde delante sin necesidad de tener que mirar desde el lado pero sin que pudiera ser ocultada juntando los muslos. De color rojo, de 1,7 cm de largo por 0,9 de ancho, representaba la cabeza y parte del cuerpo de un falo muy bien dibujado, con las letras C D en el cuerpo, también en rojo. No era muy grande, pero destaca perfectamente, apreciándose bien la forma, y aunque las letras hacen que se desvíe la atención sobre lo que representa, enseguida se distingue el falo. Apuntaba hacia arriba. Pero lo más descarado e ignominioso era el chorro que salía del falo, que expresaba la eyaculación del semen. Era una corrida con un flujo más abundante y expandido de lo normal, y que llegaba bastante arriba, dirigido algo más hacia el interior del muslo, como buscando, en la entrepierna, el coño, que casi alcanzaba. – La corrida no se verá, salvo que haya que hacer que lo vayas mostrando. Es cosa tuya. Sabes como evitarlo, obedece y cumple con todo. – L miraba el chorro que salía del falo, y más arriba otros dos, estos como si hubieran caído en el muslo quedando sobre él, y otro más, que se correspondería con el primero en salir, más arriba, casi en el sexo. Forman como pegotes que L mira abochornada. Si el falo solo era apreciable, en lo que representaba, a corta distancia, el chorro aparecía perfectamente visible desde cualquier distancia, y añadía una procacidad que avergonzaría a la puta más desvergonzada.  No puede permitir que se contemple. Pero, como siempre, surge la pregunta, ¿cómo evitarlo? – No es una marca permanente, la tintura se irá absorbiendo hasta desaparecer. Quiero que lo lleves como escarmiento y para controlar mejor que cumples con la altura de las faldas hasta que se te marque como marrana.

.- Gracias, señorita Laura. – Agradecía que la marca no fuera permanente, sin querer considerar ese aviso que la indicaba que sería marcada como una marrana. Ni siquiera pensaba, como otras veces, que era una locura de “esa loca”.

.- Por favor, haz unas fotos para que tengamos una muestra de cómo queda la marca. – Pide la señorita al fotógrafo.

El hombre haría las fotos, que además serían del culo de L, con las marcas del castigo. Cuando acabó de hacer las fotos, la señorita ordenó a L que se pusiera la falda y el tanga.

.- Hoy vas a ir sin medias, pero te las puedes poner siempre que dejen el falo perfectamente visible. A partir de ahora, siempre lo llevaras visible, todo lo más que se te permite es cubrirlo con la media, que ya sabes que debe ser fina y trasparente, que permita apreciar la carne y por supuesto, el falo. La verdad es que estás preciosa. Es una pena que carezcas de raza. ¡Qué poco se puede sacar de ti! Por supuesto, no es necesario decirte que a partir de ahora, nunca llevarás prendas de ningún tipo que sean mayores que las que llevas. El falo indica hasta donde pueden llegar las faldas, si incumplieras o las camisetas fueran más largas, haría que se te grabara otro falo sobre el ombligo, pero más grande, para que lo lleves siempre visible. Estás avisada. Y ya sabes que no te voy a permitir ningún tipo de conducta inapropiada, deberías haberlo comprendido, pero creo que el castigo de hoy será una buena lección para ti, que no olvidarás fácilmente.

.- No, señorita, Laura. Gracias, señorita Laura.

.- Como estás muy mona enseñando la tripa llevarás siempre falda, si tuvieras que ponerte un vestido me pedirás permiso antes, y si no pudieras me darás cuenta después. En caso de que no sea suficientemente corto lo acortarás hasta que se vea el falo en el muslo, si es preciso lo cortas con unas tijeras, para este mandato no hay excepciones. Si no lo haces y me enterara, no te arriendo la ganancia. Y si alguna vez tuvieras que ponerte un vestido largo, lo que, lógicamente, también requeriría mi previa autorización, siempre mostraría el falo, lo que supone que estaría abierto por el muslo. – Sería imposible llevarlo, a no ser que quisiera ir mostrando el coño. – Y caso de llevar pantalones, siempre serían tan cortos que dejaran ver el falo y la leche que expulsa. Ya lo sabes.

.- Sí, señorita Laura. Como usted mande, señorita Laura.

.- La falda tiene 25 cm, y ese será la mayor longitud permitida. Cada cm de más que te pongas, yo lo acortaré desde ese momento, en ese cm más dos más. ¿Entendido, marrana?

.- Sí, señorita.

.- Si quieres ir enseñando el culo lo tienes muy fácil. Las camisetas, puedes cortarlas tú misma, está de moda llevarlas cortadas, o comprarte otras más cortas.

.- Sí, señorita Laura.

.- Me he quedado con una como la que llevas ahora, para poder comparar. Hoy te irás con el enculador en el culo, así pasarás la tarde más agradablemente. No te lo quites hasta que vayas a la cama.

.- Como usted mande, señorita Laura. Gracias, señorita Laura.

.- Con fecha de hoy se te pagarán los servicios de la semana pasada, o lo que se te deba. La parte que te corresponde se te abonara en tu cuenta. La señora gobernanta me ha dado el papel del banco para que lo firmes. No sé muy bien para qué, pero debe de ser un conocimiento del abono, ya que no es un recibo, supongo que ese lo firmarás más tarde. Pero no se quiere demorar el pago, que debería haberse realizado hoy.

La señorita ponía ante ella una hoja de abono de un banco. Estaba en blanco, solo se mencionaba que la receptora era ella. L pensó que su firma, en ese documento, no tenía ningún valor. Pero, también, que alguna finalidad tendría. Solo se le ocurría que se quería dejar constancia de haber recibido el pago, cosa que no le gustaba nada, pero lo grave era que se le pagara. Ni siquiera sabía la cantidad. Lo firmó, sin decir nada. La señorita lo recogió.

.- Hay un recado de tu empresa para que no dejes de acudir cuando salgas de aquí. Llamaremos diciendo que sales para allá. Vete, marrana.

L reverenció a ambos, que la miraban sonriendo divertidos. Luego saldría cojeando por el dolor instalado en la pierna.

.- Marrana, anda bien. No es para tanto. Demuestra que al menos tienes un mínimo de amor propio y no te muestres como una coja quejica.

J había llamado al director para pedirle que avisara a L de que debía acudir a la oficina sin escusa alguna, cuando saliera del club.

.- Por favor, llámeme cuando salga del club y díganla a ella que lo hacen, para que sepa que está controlada y no puede eludir presentarse.

El director diría algo que perturbó a J.

.- Así lo haremos. Hoy, nuestra marrana, tenía sesión especial. Me enteraré de cómo ha ido y le llamaré para contárselo. – Se despidió sin decir más.

“Este cabrón siempre tiene algo para intranquilizarme. Y encima no dice nada.”

L se dirige a la salida, sabe que le queda pasar por el arreglo personal. Ese día, que sea una criada quien se ocupe de ello la resulta hasta grato, al evitarle tener que hacerlo ella. La criada, cuando la ve con la nueva forma de vestir sonríe.

.- Vaya, veo que vas avanzando. Te maquillaré con más atención.

Y maquillará a L con bastante más atención, lo que equivale a bastante más desenvoltura, acorde a la forma en que va vestida. Cuando se ve en el espejo, reconoce a una puta y nada elegante. Esta peor que descarada, parece que va a salir a hacer la calle.

J recibe la llamada del director del club, para decirle que habían comunicado a L su recado y que ya había salido camino de las oficinas. Luego le comenta lo acontecido.

.- La marrana ha sido castigada por una falta grave. Ha recibido unos buenos azotes y se le ha marcado en el muslo con un pequeño falo que deberá llevar siempre visible, y que determina la longitud máxima de las faldas, además se ha cambiado su modo de vestir para acortar las prendas que lleva. Espero que le guste.

J escucha todo con la sorpresa que parece que siempre llevan aparejadas las explicaciones del director, y esta vez con el temor añadido que representa el miedo que tiene a la posible reacción de la joven. Y aunque ya está hecho a ese tipo de sorpresas, no puede evitar sus miedos, y eso que sabe que la joven soporta todo y piensa que si en el club estiman que seguirá soportando, es que tienen motivos para pensarlo. Pero no puede evitar comentarlo con el director.

.- A veces me pregunto si nuestra marrana se va a conformar o… - El otro no dejaría que concluyera.

.- Y si no se conformara peor para ella.

.- Pero, puede crearnos problemas…

.- Así es la vida. Nosotros los resolveríamos.

.- ¿Y escapar?

.- ¿Dónde va a encontrar una oferta mejor? – Desde luego el hombre seguía con el mismo desparpajo y cinismo de siempre, pero que, esta vez, encontraba unos temores mucho más arraigados en J.

.- Quizás, no le guste el tipo de trabajo.

.- Es el suyo, el que ha elegido. – Seguía con el cinismo. – Pero no se preocupe… - Ahora sería J quien le cortara.

.- No me parece posible que se avenga a soportar lo que se quiere de ella…, no por las buenas.

.- Le recuerdo que ya se ha avenido. Ya está en ello.

.- Y no puede estarlo por las buenas. Será por miedo…

.- Sus motivaciones, mientras la inciten a cumplir sus compromisos no tienen por qué preocuparnos, y una vez encarrilada y bien acomodada la será muy difícil romper. Intentarlo supondría aparecer.

.- Y entonces, ¿qué le importa aparecer?

.- Para que deje de importarle tiene que estar mucho más curtida, y cuando eso suceda le interesará continuar. Necesitará el trabajo. – J, ni compartía ni entendía ese tipo de afirmaciones, lo que no actuaba para disminuir sus aprensiones.

.- ¿Y si hiciera… si intentara…?

.- No adelantemos acontecimientos. Pero si eso sucediera, le vuelvo a decir que para eso estamos nosotros.

.- Si no quiere…

.- Por ahora le importa aparecer.

.- Y hay que hacer que le siga importando.

.- O que pierda lo que quiere defender.

.- Entonces reaccionará. – Para J era algo evidente, que no comprendía como el otro podía, ni siquiera, dudar. Pero en lugar de encontrar algún temor, escuchó una risita.

.- ¿Para qué? Si ya lo ha perdido… - Había lógica, pero J se defendió.

.- Pero reaccionará ante el riesgo a perderlo.

.- Está de lleno en ese riesgo. – También era cierto.

.- De ahí que tema su posible reacción, precisamente para salir de él.

.- ¿Exponiéndose a que el riesgo se convierta en certeza? Vamos a propiciar y facilitar su aparición social mostrándose tal y como es y está. Veremos qué hace.

No era lo que más tranquilizaba a J, que pasó a plantear su otro tema.

.- En cuanto a estabularla definitivamente, ¿se podría hacer ya?

.- En el momento en que se desee. Solo necesitaríamos una mínima preparación. ¿Eso quiere decir que se están solucionando los aspectos que nos detenían?

.- Quiero tenerlos resueltos lo antes posible.

.- Pues hágamelo saber en cuanto vea que entran en la recta final. Por ese tiempo que, normalmente, es necesario.

.- ¿Está preparada?

.- Necesita el último empujón. Ya sabe que queríamos que lo diera su sociedad, sus allegados. Eso siempre supone una excelente motivación. Le acabo de decir que vamos a ir favoreciendo su aparición social.

.- ¿Cómo?

.- Ya hemos comenzado a conocer sus amistades e intereses en ese aspecto. No será difícil sacar partido. Lo que pasa es que lo hemos hecho sin ninguna prisa, ahora podemos pisar el acelerador.

De nuevo J se arrepentía de haber incitado el celo del hombre.

.- Tampoco la hay. – El otro rió.

.- No se preocupe. ¿Pensaba usted que la iba a tener como la tiene?

.- No, en absoluto. Aunque era lo que…

.- Se pretendía. – J no contestó.

.- Quizás la sorpresa radique en el tiempo.

.- No es tan corto. – Y encima faroleaba. – Por cierto, la marrana va enculada. Es una pequeña compensación para que se distraiga esta tarde.

J escuchó otra vez la risita guasona. A pesar de estar hecho a casi todo lo que pueda provenir del director del club, la tensión que le ha producido el planteamiento que este acaba de hacer sobre L, no puede evitar sentir como el deseo y la excitación se apoderan de él al saber a la joven penetrada por el culo. Le cuesta hablar, espera a calmarse para evitar que el otro note sus emociones.

.- Lastima que no lo pueda contemplar.

.- Eso es cosa suya. Pero si no lo hace, es porque no quiere.

.- Ella… - No acaba de decir, y el director sería quien concluyera.

.- Ella hará lo que se le mande. Como se le ha entregado una nota diciendo que en la empresa quieren verla esta tarde y que se presente sin escusa alguna, no creo que deje de presentarse. Espero que no se atreva a escabullirse. Es muy conveniente que se sepa y sienta sometida, y sin posibilidad de evitarlo. Si desobedeciera tendría que castigarla de modo que no se le ocurra volver a hacerlo. Ya verá como le gusta verla.

“Sí, claro, la desnudo y la doy una paliza.”

.- Ya sé que los castigos son muy limitados, pero hay que conseguir que se comporte como debe.

“Parece que me leyera el pensamiento.”

El director ofrece enviarle unas fotos del estado del culo de la joven, lo que J agradece y acepta. Se las enviaría de inmediato con un propio. J espera a recibirlas antes de ver a L.

“Y me lo debe leer. Desde luego sabe o supone lo que me afecta.”

El director no ha dicho nada sobre los aspectos que había comentado con su colaboradora la señorita Laura, prefiere esperar a que J vea a L, y después hablar con él.

J está alterado con la idea del enculamiento de la joven, que no puede quitarse de la cabeza. Es algo que está ansiando contemplar. Piensa en lo que le ha dicho el director sobre hacer que se lo enseñe, pero eso supondría confesar su participación en todo el proceso. Sabe que no puede hacerlo, y posiblemente, tampoco se atreviera.

L deja el club con una sensación especial, se siente no ya convulsa y vulnerable, sino atada, sujeta de manera que no le parece posible escapar de aquel lugar, al menos impunemente. Siente que no puede actuar con independencia, que se debe a la señorita, que es ésta quien decide, que no puede obrar en contra de sus deseos y menos de sus mandatos, que si lo hace será castigada y ya sabe cómo. Ya ni puede plantearse la posibilidad de comprarla, en lo que otrora había puesto sus esperanzas, pero va más lejos su sujeción, ni siquiera se atreve a pensar en escapar, como si hacerlo contraviniera los mandatos de la señorita y con ello se arriesgara a otro castigo.

Y si esas sensaciones anidan en ella, al salir a la calle piensa en el modo en que va vestida y maquillada. Anda deprisa, buscando la protección del coche, que permita ocultarse a la vista de los demás. Cae en el contoneo descarado de sus caderas y trata de controlarlo, sintiendo como cada vez le cuesta más andar con moderación, la repetición de un contoneo desmedido ha hecho que se convierta en hábito que realiza espontáneamente. En el coche nota más el dolor del culo, como nota el objeto que lleva clavado en él. El dolor del muslo permanece constante, aunque pude andar perfectamente y evita cojear. Sentarse resulta doloroso, piensa en volver en un transporte público o andando, pero no quiere dejar el coche allí, ni dejarse ver tal y como va, deberá hacer un esfuerzo, y aprovechando que el coche es automático, coloca la pierna izquierda debajo del otro muslo, y apoyándose en el respaldo trata que las zonas heridas no toquen ni el asiento ni la pierna que cruza, y así conduce.

Intentando evitar el dolor no se ha fijado en el modo en que va, al parar en un semáforo mira hacia abajo, para su bochorno, la falda, en la postura en la que está, queda a ras de los muslos dejando expuesto el sexo, tira de ella hacia abajo poniéndola entre los muslos, ni siquiera llega a cubrir con holgura la entrepierna, junta las piernas para mantener la tela entre ellas, pero no puede tenerlas juntas, propiciando la exposición de la entrepierna, pone la camisola intentando que sea esta quien cubra su desnudez, pero tampoco es fácil, y con el movimiento volverá a descomponer la defensa. Al menos puede cubrir la camiseta. Piensa en cómo podrá evitar mostrar el sexo cuando se siente. Y mientras el dolor se hace presente, consiguiendo que olvide lo demás.