L 15

L continúa sirviendo en los salones

15 L continúa sirviendo en los salones

L permanece decaída en el despacho, dando vueltas a su situación. Sabe que tiene que acabar cuanto antes con lo que está sucediendo en el club. Los riesgos que supone su presencia en aquel lugar se están multiplicando. Lo sucedido ese día ha superado todo lo que pudiera haber imaginado.

Sabe que no puede arriesgarse a pasar por esa situación, y al tiempo es consciente de que romper con el club supondría, con casi total seguridad, el conocimiento de su presencia en el burdel y lo que en él sucede, que la señala como una prostituta más. Si se siente obligada a permanecer en espera de su señor, no lo está para ser ofrecida a terceros, pero no sabe cómo evitarlo sin romperlo todo.

Solo quedan unos días para que se cumpla el tiempo pactado con el fotógrafo para realizar la prueba, a pesar de su abatimiento piensa en llamarle y proponerle efectuarla cuanto antes.

Aunque L sabía que la realización de las fotos no iba a acabar con su permanencia en el club quería ir solucionando problemas, y en ese momento necesitaba hacer algo que la permitiera hacerse la ilusión de estar combatiendo por su libertad. Era la respuesta a lo sucedido ese día. Aunque sabe que lo que realmente importa son las semanas que restan para cumplir con el plazo establecido con el club, que es en lo único que ve garantías para acabar con todo aquello, y siempre que tenga la suerte de no ser reconocida por nadie.

A pesar de la falta de esperanzas de adelantar su salida del club, llama al fotógrafo.

.- Se trata de las fotos. Me gustaría hablar de ello contigo. – Expone.

.- ¿Ya sabes lo que quieres hacer?

.- Tendré que hacer la prueba.

.- Me parece una resolución acertada. ¿Cuándo querrías hacerla?

.- Como ya llevo varias semanas acudiendo al… salón, creo que podría ser cuanto antes. – Estuvo a punto de mencionar al club.

.- ¿Ya han pasado las 4 semanas?

.- Están a punto de cumplir.

.- Vaya, qué rápido pasa el tiempo. Si es solo eso, déjame que lo organice.

.- ¿Cuándo podría ser?

.- Creo que podrá ser enseguida. Tengo que verificar un asunto pendiente. Te llamaré para confirmarlo.

.- Si es posible, hazlo enseguida.

.- Lo haré.

.- ¿Sería por la mañana o por la tarde?

.- No lo sé. Ya te lo diré.

.- Si fuera posible por la tarde, después del trabajo, a mi me vendría mejor.

.- L si quieres hacerlo pronto tendremos que acomodarnos a mis posibilidades de hora. Pero si quieres esperar yo te diré los días y tu elegirás la hora.

.- ¿Cuánto habría que esperar?

.- Voy a estar fuera dos semanas y después tengo bastante que hacer.

.- Prefiero acabar antes.

.- Estupendo. Yo te diré el día y la hora enseguida.

.- Gracias.

J ha esperado, impaciente, noticias del club sobre L. Cuando recibe la llamada del director y escucha lo sucedido comienza, de nuevo, a intranquilizarse. Comenta al director si no sería más prudente ir más despacio.

.- Su domadora quiere dejarla suficientemente doblegada y sujeta, que sepa lo que se le puede exigir. Ahora, todo lo que no llegue a tanto será algo que deba agradecer.

.- Puede tratar de escapar.

.- Nosotros estamos para algo. Y ella tiene un contrato que cumplir.

J está tan confuso con la exposición de lo sucedido que no sigue insistiendo, pero queda alarmado. Estará pendiente de la llegada de L preocupado de que no vaya a la empresa. Cuando le avisan de que ha llegado respira un poco más sosegado, pero no la llamará.

El fotógrafo solo quería tiempo para hablar con J y saber lo que éste deseaba. Estaba un poco intranquilo sobre el trabajo que tenía encomendado, pensando que los patrocinadores podrían cambiar de opinión y prescindir de las fotos, lo que supondría la pérdida del negocio.

J también había pensado en eso, pero había decidido mantener la prueba por varias razones. Quería tener otra forma de exigir a L, y mantener al fotógrafo a su favor. Era mejor tenerle pagado y contento. Y quiere cumplir con MCM haciendo lo comprometido con ellos. Cuando habla con el fotógrafo se muestra favorable a hacer las fotos cuanto antes, manteniendo los criterios iniciales y animándole a cumplirlos lo más explícitamente posible con lo que eso supone de mayor prima para el fotógrafo.

J, que había estado preocupado por la posible respuesta de L ante lo que se la obligaba a hacer en el club, desde que la joven se sometiera a la imposición de la argolla y la marca de su condición y número estaba más tranquilo, hasta que comenzara a ser prostituida, lo que volvió a intranquilizarle pensando en la posible respuesta de la joven, que no creía posible que se acomodara, sin más, a seguir sirviendo a los clientes del burdel como una puta, y menos después de lo que contara el director del club. Inquietud que volvería a surgir con la pretensión de L de hacer las fotos, al encontrar en ello una indicación del deseo de la joven de cumplir con ese compromiso, liberándose de él, en lo que veía el intento posterior de escapar del club. Y no estaba descaminado. Hablaría, de nuevo, con el director del club antes de dar la aprobación a la realización de las fotos, este tampoco tuvo inconveniente en que se efectuara.  Quedando fijada la prueba para la semana siguiente, a conveniencia del fotógrafo.

Quien también estaba deseoso de la realización de la prueba, y comenzaba a estar preocupado de la falta de noticias, era el presidente, a quien J tenía que tranquilizar, recordándole sus órdenes a L para que cumpliera con el tiempo apalabrado de permanencia en el salón de belleza. Por lo que, en cuanto quedó acordado cuando se haría, J se lo comunicaría al presidente. Este mostraría su satisfacción.

.- ¿Se lo has comunicada a los de MCM?

.- Antes lo tenía que comentar contigo por si deseas algo en concreto.

.- Solo darles la noticia y saber qué dicen.

.- Estamos en plazo. Hasta ahora no han mostrado ninguna intranquilidad. Hablo a menudo con ellos y te aseguro que no muestran ningún signo de preocupación.

.- ¿Preguntan algo?

.- Normalmente no. Suelo ser yo quien saca el tema.

.- Quiero quitarme esto de encima.

.- No creo que te puedas quejar. Está saliendo todo bastante bien. Si te digo la verdad, mucho mejor de lo que yo esperaba, y no pensaba que saliera mal.

.- Pero no hay que tentar a la suerte.

Quien más pensaba en no tentar a la suerte era J, que a pesar de sus manifestaciones de seguridad no encontraba la confianza suficiente para lograr sentirse tranquilo.

Al día siguiente L acudiría de nuevo al club, iría asustada, confusa, abrumada por la idea de volver a tener que presentarse en los salones, lo que era más que probable, ya que eso es lo que había pedido su hombre y allí la habían puesto el día anterior. Si había pensado en decir a la señorita que no deseaba estar en ellos, aunque mantuviera su ofrecimiento al señor para servirle como él deseara, después de lo sucedido el día anterior eso devenía en algo absurdo. Solo podía romper el trato con la señorita lo que resultaba imposible sin serias consecuencias para ella. Sabe que solo le queda someterse y esperar a que se cumpla el plazo comprometido, cruzando los dedos para que nadie la “encuentre” en el burdel.

La señorita, que no había dudado de que L se presentaría en el club, ya conociendo lo que la esperaba en él, sonrió satisfecha cuando la avisaron de que estaba preparada en la sala de doma.

Ahora, la sesión de doma había pasado a un lugar secundario desplazada por el servicio en los salones. Jamás hubiera pensado que querría realizar los ejercicios en cuclillas, o el baile obsceno con el objeto que la enculaba, pasando del culo a la boca, buscando eludir algunos minutos de estar desnuda y prostituida en un salón. Incluso la caña, manejada con parquedad, era mejor admitida que los largos minutos de espera en el salón, desnuda, como una marrana, y no digamos si se la ofrecía para ser puteada. L, se daba perfecta cuenta, que el gran peligro que corría era el de ser vista por alguien que la reconociera, que esa maldita argolla de la nariz hacía muy difícil la confusión.

Acabó el tiempo de doma, aparecería una criada para “vestirla”, L esperaba, nerviosa y atenazada, a que se fuera la criada para hablar con la señorita, en un intento de conseguir dulcificar su situación, ya ni siquiera se atrevía a plantear una mínima rectificación a lo que se hacía con ella. Se la pondría un bolero parecido al del día anterior que la dejaba prácticamente desnuda.

.- Llévala a los salones, allí se harán cargo de ella.

.- Sí, señorita Laura.

Entonces L se atrevió a hablar, a pesar de la presencia de la criada que la coartaba aún más, en un intento casi sin esperanzas, de conseguir evitar pasar por los salones o, al menos, no servir en ellos como una marrana más.

.- Señorita Laura, si me permite...

.- Habla, ramera.

.- ¡Ah! – La forma en que la señorita había enfatizado la palabra ramera, sonaba a amenaza, como si la señorita le avisara que tuviera mucho cuidado con lo que decía. – Señorita..., he quedado con el señor...

.- Sí, ya sé, has quedado en servir al señor según sus indicaciones. Y eso es lo que vas a hacer. En esta casa se cumple con los compromisos adquiridos. – La señorita hablaba con una firmeza que decía de su disposición a exigir a L el exacto cumplimiento de sus obligaciones.

.- Sí, señorita y pienso cumplir con todo lo que me haya comprometido... Señorita, yo… – no quería decir que había aceptado servir al señor, pues fue éste quien lo pidió sin que ella dijera nada – el señor, dijo que deseaba volver a estar conmigo...

.- Sí, y tú estabas muy segura de poder atraerle, pero, ayer falló. No es el mejor comienzo. Veremos si aparece hoy.

.- Señorita...

.- Marrana, ya has hablado bastante. Ahora tienes que ir a esperar a tu señor, que es lo que más te agrada y no digamos a tu culo, piensa, que si viene, – lo decía con cierto retintín – querrá metértela por el culo, y eso te vuelve loca. – Seguía burlándose al tiempo que la hacía aparecer poco menos que como una desenfrenada, ansiosa de que la metieran la polla por el culo, y si ella deseaba que eso sucediera era por venir de su hombre y retirarla de la posibilidad de uso común. – Llévala al salón.

.- Sí, señorita.

La criada sonreía divertida, mientras L había recibido el comentario enrojeciendo de vergüenza, sin atreverse a decir nada más, siguió a la sirvienta, desasosegada por tener que aparecer en los salones y perturbada por lo que podría llegar, recordando lo sucedido el día anterior, que bien podía repetirse ese día, sin que se hubiera atrevido a plantear una demanda, un ruego, para evitar lo sucedido, prometiendo hacer todo lo que se quisiera de ella pero en privado.

Sabía que no servía de nada oponerse, solo provocar un incidente y acaso salir con las marcas de unos buenos azotes en el culo. Pensaba que su hombre llegara, y en eso ponía su esperanza. Pero eso no sería lo que la señorita preveía para ella, angustiando aún más a la joven

.- Si no te viene a dar por culo, ya me encargaré yo de que otros lo hagan. Llévate a la ramera.

.- Vamos, ramera. – Era la criada quien lo ordenaba. Y ella la siguió, ya sin la menor duda de lo que pasaría.

La criada la dejaría con el encargado que a su vez llamaría a un camarero, indicándole donde debería conducirla, la llevaría a un lugar similar al del día anterior, donde sería colocada en la postura de respeto. L rogaba porque acudiera su hombre, y lo hiciera pronto, permanecer expuesta a la vista de todos, era angustioso para ella, temiendo siempre ser reconocida. Ese día tendría suerte y él llegaría y sin hacerla esperar. Cuando apareció, L casi saltó de alegría. Reverenció ofreciéndose.

.- Hembra en respeto y obediencia, señor.

.- Marrana.

.- ¡Ah! - Marrana en respeto y obediencia, señor. – Admitió, haciendo suya esa denominación, que siempre había rechazado. No quería desobedecerle, importunarle, necesitaba que estuviera con ella, no solo por evitar que la enviaran con otros, lo necesitaba para obtener un resarcimiento a lo que estaba soportando, para demostrar a los demás, a la señorita Laura, que era deseada, que su hombre quería estar con ella de nuevo, para volver a obtener un placer que por unos momentos la liberase de todo lo que la abrumaba, y sobre todo, para ser apartada del escaparate en que se la tenía y poder aparentar que estaba allí solo a la espera de ese hombre, que quería fuera el suyo, su hombre.

Reverenció al señor, después sin esperar ninguna indicación, se postró ante él y besó sus pies. Se incorporó, reverenciando de nuevo.

.- Ven, marrana. – Se sentó, chascó los dedos, L se arrodilló a sus pies. – Primero vas a hacerme una buena mamada, será tu aperitivo, después comeremos. Ya sabes cómo me gustan. Aplícate, quiero que consigas tragar toda la polla, no es de recibo que una marrana bien domada no consiga tragar una buena polla.

.- Señor, me permite bailar para usted. – La voz desconcertó a L.

.- Baila, marrana.

.- Gracias. Señor.

L, que se empleaba en sacar la verga del hombre, escuchó sorprendida primero y después alterada e inquieta, la oferta de esa otra marrana, a quien no veía, pero ya consideraba una competidora que no debería meterse en su terreno. Era ella quien debía interesar a su hombre, y nadie debía venir a distraerle de ella. Sacó la verga, quería hacer lo que él había dicho, aunque supiera que no resultaba sencillo, pero si él lo quería ella se lo daría, si otras lo hacían ella también. El día anterior se había ejercitado en ello. Y, desde luego, lo que no iba a permitir es que otra marrana la quitara a su hombre, le necesitaba para ella, que él siguiera demandándola, no podía dejar que otra se lo quitara.

.- Marrana, chúpala y no la toques con las manos. Ponlas detrás de la cabeza.

L se puso como él deseaba, era incómodo, pero así le chuparía, y lo haría con toda la entrega y empeño en encontrar para él el placer que deseaba, esforzándose en meter toda la verga en la boca, pero la postura dificultaba su pretensión. Aún así se esforzaba e iba consiguiéndolo, pero no como él quería.

.- Marrana, esfuérzate más, te he dicho que quiero toda la polla en la boca. ¿O es que no quieres complacerme? – Ella quiso hacer un gesto con la cabeza. – Pues esfuérzate. ¿No querrás que diga a tu compañera que haga lo que tú no haces?

Claro que no quería, y claro que se esforzaba, pero no lograba introducirse toda la polla en la boca, era demasiado larga y al avanzar hacia la garganta no podía evitar que las nauseas aparecieran, tenía que dominarlas y para eso debía ir poco a poco, la tensión por no defraudarle se hacía notar. No podía forzar el paso y acabar devolviendo encima del hombre. Y el temor a la otra, cuya presencia y pretensión no podía quitarse de la cabeza, actuaba alterándola más y dificultando sus acciones.

Como él viera que L no iba a la velocidad que esperaba, llamó a la otra.

.- Enseña a tú compañera a hacer una buena mamada.

.- Sí, señor.

L trató de conseguir lo que hasta entonces no había logrado, manteniendo la verga del hombre en su boca, sin retirarse para dejar paso a la otra.

“¿Por qué esta aquí esa zorra?”

“Se debiera ir. ¿Es que no sabrá que soy yo quien debe satisfacer a este cliente?”

“Es mío. Me pertenece. Él me ha elegido.”

.- Acaba, tienes que aprender. – Escuchó al hombre, sin que ella aceptara la orden. Como quisiera continuar, él la dio una bofetada, no de castigo, pero si suficientemente fuerte como para hacerla desistir y soltar la polla.

.- ¡Ah! Señor, yo puedo... – La voz de la otra cortaría su intento de obtener permiso para continuar intentándolo.

.- Aparta, marrana. – Oyó a su lado.

L, nerviosa, asustada, encolerizada con la “zorra”, avergonzada de su incompetencia y falta de resolución para haberse esforzado más, temerosa de ser repudiada por el hombre, tuvo que dejar su sitio a la otra, que arrodillándose donde ella estuvo, mientras L permanecía a un lado, también arrodillada, pero ya como espectadora y aprendiza, se aplicó a realizar lo que L no había sabido hacer, pronto tuvo toda la verga en la boca. El hombre no dejaría a L inactiva.

.- Deja a la torpe que pruebe otra vez.

L tendría que intentarlo de nuevo, esta vez sobre una verga impregnada de la saliva de la otra, a lo que no hizo asco, a pesar de ser algo que en otra circunstancia la hubiera repugnado, aplicándose a conseguir lo que el hombre deseaba. Estaría turnándose con la otra en las chupadas, hasta que el hombre se corrió, y lo hizo en la boca de la otra, lo que L acogió como un detalle hacia aquella, que había sido premiada y ella castigada sin el semen de su hombre, mientras ella miraba como su contrincante parecía saborearlo con delectación, mirando al hombre y llevando un dedo a la boca para chuparlo, como si quisiera sacarle más jugo al néctar que degustaba.

.- Dale un poco.

La otra, sonriendo al hombre, acercó su boca a la de L y abriéndola mostró lo poco que quedaba en ella, en una oferta que L aceptó, sorprendida de hacerlo y más aún de no sentirse asqueada, acercó la boca a la de la otra y juntándose a ella introdujo la lengua para recoger un poco del semen dejado en aquella. Luego miró al hombre y sonrió satisfecha y agradecida por el regalo que él la había proporcionado. Si trataba de ganarse al hombre parecía hacerlo disfrutando de ello. Y en cierto modo así era, en una respuesta que la asemejaba a la otra marrana, actuando como ella y reaccionando de la misma forma.

Trajeron la comida del hombre, entonces este propuso a ambas marranas:

.- A ver quién de las dos me ofrece mejor su culo, la premiaré llenándoselo con mi polla.

L no podía dejar que la otra la ganara, tenía que conseguir que su hombre la eligiera, que la diera por el culo a ella, si la otra ganara seguro que la elegiría para continuar con ella, sustituyéndola, y eso no lo podía permitir, casi con toda seguridad supondría ser ofrecida a otros, y quedar en evidencia ante la señorita Laura, pero si esto la escarnecía, pasar a ser ofrecida a los clientes, era pasar a ser una puta más, y tenía que evitarlo. Al menos aquel era su hombre, le consideraba como algo suyo, y además era un buen jodedor, con lo que podía olvidar su situación durante los momentos que la poseía. Podía ser exigente, pero pagaba y tenía derecho a serlo, aunque ella no quisiera sentirse obligada a satisfacerle, era lo más agradable y lo mejor que podía hacer, tenía que conseguir que quisiera seguir con ella, que quisiera usarla. Pero para conseguirlo debería bailar superando a la otra y hacerlo a la vista de todos, exhibiéndose, mostrándose, ofreciéndose, de forma impúdica, lo sabía, lo pensó, y lo quiso expulsar de su mente, no podía bailar bien con esa idea, con ese miedo en la cabeza.

L bailaría esforzándose por hacerlo lo mejor que sabía, queriendo ahuyentar sus temores, concentrándose en el baile, bailando de la forma más provocativa que sabía, como medio de olvidar aquellos e impedir que la otra se llevara el premio. Debía esmerarse y mucho, conocedora de que la otra tendría mucho más experiencia que ella y que también realizaría los mismos gestos, quizás otros que hubiera aprendido durante el tiempo que llevaba en aquel lugar.

Tenía que hacer comprender al señor que ella le ofrecía más, que su culo le iba a encantar, ya le había gustado, ya lo conocía, ya lo había gozado, y ella quería mostrarlo, no dejar que la otra le distrajera, que se mantuviera mirando al suyo. Abriría el culo para él, separando las nalgas, introduciendo los dedos, chupándolos después, para volver a meterlos en él. Se quería ajena a todo lo que no fuera ofrecerse más y mejor, pero cada gesto obsceno la hacía estremecerse, de vergüenza y temor.

Estaba en una zona donde podía ser apreciada por quienes estaban a su alrededor, pero tenía que olvidarse de eso, no podía distraerse, solo tenía que estar a encelar al señor, a conseguir que eligiera su culo para tomarlo, y dentro de aquel pequeño recinto, y bailando disimulaba mejor, se ocultaba mejor a las miradas indiscretas, de las que buscaba defenderse con sus posturas. Y quedaba el “premio” a recibir, que sería la polla del hombre en su culo, y allí mismo, delante de todo el que quisiera presenciarlo. Cada vez que esa idea pasaba por su mente, no podía evitar un temblor que la sacudía. Y aún así, quería ganar ese premio.

Recordaba “las clases” de la señorita Laura, ahora era el momento de practicar los conocimientos aprendidos. Sonreía al hombre, demostrándole su complacencia por mostrase a él, su deseo de ser la elegida, prometiéndole con sus gestos que está dispuesta a todo. Entonces también pensaría en todo aquello que la señorita la obligaba a decir para atraer la atención de un señor, que nunca había creído posible repetir ante quien se mostrara, pero que lo iba hacer ante su señor.

“Señor, estoy a su disposición para todo lo que usted desee. Me encantará hacerlo, que usted lo haga. Dígame lo que desea, o hágame lo que más le guste.”

Vio la sonrisa del hombre ante su oferta, lo que también logró que ella sonriera, satisfecha de su éxito, lo que haría que continuara ofreciéndose.

“Soy suya, haga conmigo lo que quiera.”

“Me encantaría tenerle en mi culo. Por favor tómeme, no se arrepentirá. Voy a hacer que goce como nunca, ya lo verá.”

Estaba consiguiendo que el hombre estuviera pendiente de ella, y si  miraba a su compañera, ella respondía tratando de llamar su atención, haciendo un ofrecimiento, un gesto más audaz, que restableciera su interés por ella, que hiciera que volviera hacia ella, sonriéndole, demostrándole su deseo de servirle, su apetencia de ser usada por él.

Y sería la elegida, y sería dada por el culo allí mismo, puesta sobre el taburete traído para la ocasión, con la otra entre sus piernas, chupando su coño, lo que L lo sentía como el pago por el atrevimiento de haber intentado inmiscuirse entre ella y su hombre. Si hubiera podido hablar a la otra, o se hubiera atrevido, la habría pedido, exigido, que la chupara bien, que la hiciera gozar, como los señores la pedían, exigían, a ella. Y se correría con las lamidas de la otra en su sexo, mientras el hombre lo hacía en su culo.

Permanecería espatarrada, disfrutando de su gozo y esperando las indicaciones de su hombre, agradecida a que la hubiera regalado con ese placer que no la correspondía, y aunque llegado a través de su compañera, sabía que era el hombre quien se lo había querido proporcionar. Y en la posición en que se la había dejado, tumbada boca abajo, nadie podría reconocerla. Pudo disfrutar de unos momentos de gozo y sosiego, que la reconfortaron e hicieron olvidar de su situación, o al menos, no temerla durante ese tiempo.

Luego sucedería algo que ella no esperaba. Apareció un amigo de su hombre, que se sentó con él, al cabo de unos momentos de charla, el recién llegado preguntaría por ella. Su hombre contestaría.

.- Tiene un culo estupendo, deberías probarlo.

L escuchó el comentario y el consejo, aturdida.

.- Si tú lo aconsejas. Eres un buen conocedor de culos de marrana.

Y el recién llegado la tomaría por el culo, allí mismo, como lo haría con cualquier marrana, en presencia de todo el que pasara, haciendo que después le limpiara la verga con la boca, luego, el recién llegado agradecería la recomendación, alabando el culo de L, que escuchaba extrañamente halagada, cuando lo realizado con ella significaba haberla usado como una prostituta.

Ambos hombres continuarían charlando, mientras L volvía a bailar para ellos, de nuevo asustada de ser vista, y de nuevo sobreponiéndose a sus miedos, para ofrecer a los hombres lo que deseaban, lo que esperaban, lo que merecían de una marrana, aceptando, aunque fuera tácitamente, el hecho de ser considerada y tratada como esa prostituta que no quería ser ni aparecer.

Bailaba junto a su compañera, que permanecía a su lado, y lo hacía, de nuevo, provocativa, queriendo demostrar que seguía deseosa de satisfacerlos, de que volvieran a usar de ella, si les apetecía, y ella hacía todo lo posibles porque volviera a apetecerlos, y si en ese momento ya estuvieran ahítos, que volvieran a desearla para otro día, sobre todo su señor, pero también el otro, ahora veía a gentes como ese amigo de su señor, como tablas de salvación, que podían sacarla del escaparate del salón. Si la elegían y llevaban con ellos, aunque fuera a uno de esos apartados, en mitad del salón, la retirarían de la contemplación directa de los que pasaran mientras esperaba mostrada a todos. Y bailaba como si estuviera en competencia con la otra marrana, queriendo que sus muestras, sus ofrecimientos, superaran a los de su compañera, que si los señores desearan algo más de ellas, se lo pidieran a ella, y si no lo desearan, estimularles a que lo hicieran.

Su señor tenía indicaciones del director para facilitar el uso de la marrana, lo que se había efectuado con ese amigo que se acercó a él, ahora,  quiso incidir en lo que se deseaba, para lo cual no tenía más que pedir que enviaran a alguna marrana más, lo que era el modo de hacer saber que deseaba poner a L a disposición de otros clientes. Llamó al camarero.

.- Queremos algunas marranas más.

L no pudo evitar que la demanda de su señor hiciera que se sobresaltara, temiendo no estarle complaciendo, y que necesitara de otras que le animasen, lo que hizo que L se resintiera y haciendo un esfuerzo para sobreponerse, bailara más entregada, más sonriente, más oferente, en un intento de atraer la atención e interés de los hombres. Volvería a mostrarse con total impudicia ante ellos, ofreciéndose por coño y culo, de modo que no dejara lugar a dudas sobre su deseo de ser usada por alguno de ellos, o por los dos, sonriendo animante y más cuando alguno de los señores elevaba los ojos para fijarse en ella. Y L sabía que al hacer todos esos gestos también se estaba mostrando a todos los que pasaban por donde estaban y a los de lugares cercanos, que podían presenciar su baile, sus ofertas, sus desvergüenzas, sus obscenidades, llamando la atención sobre ella y facilitando ser conocida y acaso reconocida, y aún así quería conseguir atraer a los hombres, y especialmente al suyo.

Había sido colocada en una situación de competencia que estaba obligada a ganar, tenía que mantener el interés de su señor, no verse preterida por otra, que fuera él quien la deseara y deseara estar con ella, evitando que se la tuviera en los salones a disposición de otros. Quería evitar los peligros de mostrarse aunque ello supusiera mostrarse en esos momentos, lo que no era muy sensato, pero estaba metida en ello y no quería perder el interés de su señor.

Llegaron dos marranas más que pidieron permiso para bailar haciéndolo al lado de J y su otra compañera. Ahora estaba más “arropada” menos a la vista, al ser más a contemplar, pero también se había incrementado la competencia, y con otras menos “vistas”. Entonces apareció otro cliente, también amigo de su hombre, al que este invitó a acompañarles, y a quien ofrecería:

.- Tenemos a nuestras 4 marranas para que elijas. Quizás no deberíamos acaparar a todas. Elije la que más te agrade, luego devolveremos a una para que atienda a otros caballeros. El club nos lo agradecerá.

.- ¿No me vais a acompañar?

.- Yo estoy servido y, además, me tengo que ir enseguida.

.- Lo siento. ¿Me recomendáis a alguna?

.- Nosotros hemos dado por culo a la 73. A ambos nos ha satisfecho.

.- Creo que hay que probarla, ahora o apuntártela para otra ocasión.

.- Pues comencemos por ese culo.

L volvería a sentirse halagada por el comentario y la elección, aunque, de nuevo, apareciera como una puta. Pero eso es lo que todos pensarían de ella y así era usada.

El nuevo tomaría a L, otra vez puesta sobre el taburete, ahora boca arriba, el hombre elevando los muslos de L a la altura de sus hombros y el culo algo más arriba del taburete buscando el culo, para ensartarlo, mientras las otras chicas bailaban a su alrededor.

Ya se dejaba hacer con apenas dificultad ni oposición. Solo la postura que facilitaba ser reconocida incidía en ella intranquilizándola. No habría nada cercano al placer, pero no lo echaba en falta ni le parecía algo que cabía esperar, y mucho menos pedir. Cuando acabó con ella también agradecería la recomendación a sus compañeros. L se incorporó para ponerse a bailar y dejar de estar sobre el taburete.

Luego llegó un camarero con otro servicio. Su hombre le diría, refiriéndose a ella.

.- Puedes llevártela para que sirva a otros socios. Vete, marrana.

.- ¡Ah! - Gracias, señor. – No se lo esperaba. Todos habían alabado su culo.

.- Vamos, marrana.

Antes de seguir al camarero quiso demostrar a su señor su entrega y sumisión. Estaba temerosa de no haberle complacido, quería preguntar, pedir perdón, pero no podía hacerlo. Reverenció y se postró ante él besando sus pies con autentica entrega, esperando que se percatara, que le agradara, que supiera de su deseo de complacerle. Se incorporó, reverencio de nuevo. – Gracias, señor. – Miró hacia él, buscando su mirada, pero hablaba con el otro.

L encontró la mirada del hombre, sonrió, en una sonrisa que era deseo, que era agradecimiento, que era oferta, que quería fuera tomada como entrega, como pretensión de ser demandada otra vez, de ser usada por el hombre, contenta de que simplemente la mirara, esperanzada de que comprendiera su oferta, que la aceptara, que volviera a pedirla.

.- Vamos, marrana. – Era el camarero quien la ordenaba.

L dio la vuelta y se retiró siguiendo al camarero, mantenía la sonrisa que, aunque forzada, era de esperanza.

Pero ser desechada era algo muy mal visto por los encargados, pues implicaba ser quien menos atractiva había resultado para los clientes, y obligaba a tener que sustituirla ofreciendo otra en su lugar. Todo ello sería puesto en conocimiento de la señorita Laura en cuanto fuera posible. Mientras se haría con ella lo que indicara su hombre, es decir, sería ofrecida para servir a otros clientes, siendo llevaba a otro cubículo donde dos marranas atendían a sendos clientes y otras dos bailaban para un tercero. El camarero que la condujo la advertiría:

.- Si te vuelven a despedir serás castigada y con severidad, además de tenerte sirviendo hasta que aprendas a hacerlo como debes. Tú verás lo que haces.

.- Gracias, señor. – Pero L quedó asustada. Tendría que conseguir que se la eligiera como fuera.

L se añadió a las que bailaban, venciendo su vergüenza y sus temores, sonreiría mientras comenzaba a ofrecer la muestra más impúdica de todas las que había realizado hasta entonces. Quería evitar ser desechada y estaba dispuesta a conseguirlo. Si las otras dos bailaban mostrándose y tratando de excitar y complacer al hombre, ella fue a más, sin respetar los espacios de cada una trató de colocarse delante del hombre para que fuera ella a quien tuviera que contemplar de forma casi obligada, al tiempo se mostraba y ofrecía enseñando los agujeros de su cuerpo susceptibles de ser penetrados, relamiéndose los labios o chupando un dedo, mientras separaba las piernas para mejor mostrar el coño, o dándose la vuelta hacer lo mismo con el agujero del culo, que mostraba separando las nalgas con las manos. Pero como el hombre no reaccionara introduciría unos dedos en el coño, moviéndolos en él y acariciándose el clítoris, mientras se bamboleaba ante el hombre, después, los dedos de su otra mano los dirigiría al culo, para acariciarlo y de inmediato introducir uno en él. Sabía que no debía mirar al hombre pero lo hacía, queriendo ver como respondía ante lo que veía, al tiempo que le sonreía animante y oferente. Pensaba que él se debía percatar de su ansiedad, de sus ganas de ser elegida, de sus deseos de complacerle, de que él la usara, incluso era consciente que su oferta pudiera sobrepasar lo prudente, incluso lo conveniente para conseguir lo que pretendía, pero no podía evitar intentarlo.

Para su enorme desencanto el hombre diría a una de las otras dos chicas:

.- Ponte boca abajo sobre un taburete. – Era un mueble similar al del otro cubículo, que o estaba en él o era traído de inmediato cuando se  solicitaba. Eran utilizados para facilitar el uso de las marranas. La chica se puso de inmediato como se la ordenaba. El hombre se quitó pantalones y ropa interior y fue a colocarse detrás de la chica que le ofrecía su grupa bien abierta de piernas. – Tú – indicaba a L, que sintió un estremecimiento de temor – ponte entre mis piernas y ocúpate de lamerme. Hazlo bien.

.- Sí, señor. – Respiró calmada, no era lo que había temido. Corrió a colocarse entre las piernas de la chica, y después a lamer la verga del hombre, y tenía que hacerlo mientras este follaba a la joven, lo que no era sencillo, sintiendo el sabor de los flujos de ambos, de la mezcla de sus humores.

Como seguir ocupándose de la verga del hombre tal y como este deseaba no era sencillo, L cambió de objeto, pasando de chupar la verga a hacer lo mismo con los testículos, mientras cogía las nalgas del hombre con sus manos, para acariciarlas y después pasar unos dedos por la raja del culo, atreviéndose a alcanzar con los dedos la entrada al agujero, percatándose de que no era indiferente a los toques que recibía en el culo. Esa constatación la daría pie para continuar con lo que había iniciado. De lamer los testículos pasaría a lamer la raja del culo, deteniéndose en la entrada de este y obteniendo la reacción que ya conocía, que L quiso incrementar y enardecer introduciendo la lengua lo más que pudo en el culo del hombre que se estremeció al contacto. Parecía que había encontrado un estímulo muy claro y poco utilizado. Volvería a chupar verga y testículos, pero sin olvidar el culo del hombre del que se ocuparía con los dedos de la mano derecha mientras la izquierda acariciaba las nalgas. Notaba la respuesta del hombre que había vuelto a joder a la otra chica con renovado vigor, y ella no dejaría de colaborar al buen fin de la jodienda, esta vez presionando con un dedo ensalivado en el culo de él, lo que no haría más que incrementar la firmeza y frecuencia de los pollazos que daba a la joven. El hombre se correría en el sexo de la joven sin que L dejara de lamer y chupar tanto verga como testículos.

El hombre quedó quieto y L le imitó. Cuando aquel diera señales de haber concluido, L se atrevería a iniciar otro movimiento. Sin que él pidiera nada, volvería a lamerle el culo. L notó como se estremecía. Continuó haciéndolo, pasando del culo a los testículos y después a la verga, para repetir la acción de regreso, ahora para detenerse más en el culo, y después, otra vez, los testículos, pero, esta vez, llevaría un dedo, que previamente había chupado, al culo del hombre, acariciando la zona y especialmente la entrada al agujero, mientras lamia la polla, que había vuelto a adquirir tamaño y rigidez. Estaría jugando de esa forma, hasta que presionando sobre la entrada al agujero del culo, introduciría un dedo en él, provocando un gruñido en el hombre, que por un momento asustó a L, pero que luego la relajaría, al percatarse que no era, precisamente, de desagrado.

L, quiso mantener sus acciones y ganarse el favor del hombre, continuando con las lamidas a la verga y, ahora también al coño de la joven, ambos impregnados del semen que había quedado en ellos, manteniendo el dedo en el culo de él.

Cuando el hombre sacó la verga del coño L se ocuparía de limpiarla, haciéndolo con suavidad y ternura, para no producir ningún momento molesto. Cuando el hombre dio por terminada esa especial ablución, separaría la cabeza de L, que aún mantenía el dedo en el culo de él, sin atreverse a sacarlo, más por miedo a la reacción que por otra cosa.

.- Te ha gustado mi culo, marrana.

Ella elevó la mirada hacia él y sonrió. Luego diría:

.- ¿Me permite lamerlo?

.- Claro, marrana.

L comenzaría a lamerlo, buscando introducir la lengua lo más posible, separando las nalgas con las manos y después utilizando la derecha para acariciar una polla que comenzaba a dar muestras de vitalidad. El hombre, se pondría a tono de nuevo, pero esta vez no buscaría a la joven que tenía delante.

.- Marrana, apóyate sobre tu compañera y ofréceme el culo. – L era la marrana a quien se dirigía y L se colocó de inmediato apoyada sobre la que estaba en el taburete, ofreciendo el culo al señor. Enseguida notaría la presión de la polla en la entrada, y luego como fue penetrando el culo, al que jodería con ganas, entre gemidos de L, que recibía el enculamiento con una mezcla de satisfacción por estar logrando interesar al hombre y de complacencia física que se iba convirtiendo en excitación y placer. El hombre volvería a hablar, esta vez dirigiéndose a la joven sobre la que se apoyaba L. – Quítate de debajo de tu compañera y ponte entre sus piernas. Ya sabes lo que tienes que hacer con ella.

.- Sí, señor.

La chica se retiró con cuidado para molestar lo menos posible el enculamiento de L, luego se colocó como antes lo había estado la propia L y como hiciera esta, comenzó a lamer el coño de L, siendo ahora esta, quien se estremeciera con el toque de la lengua sobre sus zonas más íntimas. No necesitaba mucho más para que la excitación se convirtiera en ansiedad y esta en un placer que fue creciendo hasta estallar, mientras el hombre seguía jodiéndola por el culo hasta que él también se corrió.

Cuando el hombre salió del culo de L, sin esperar ninguna indicación, se levanto para arrodillarse ante él y limpiarle la polla, pero ya estaba la otra haciéndolo, la sonrió, agradecida al placer que la había proporcionado, ahora ambas se dedicarían a limpiar la verga con sus bocas y lenguas.

L permanecería con el grupo hasta que este se retiró. Durante ese tiempo volvería a ocuparse de otro de los señores a quien mandaría el que había servido  antes y con una encomienda que haría divertido.

.- Marrana, ocúpate del culo del señor. – Este estaba con otra de las marranas, que apoyada en un taburete se ofrecía a él. Estaba de modo muy parecido al que había estado su primer señor, sin pantalones ni calzoncillos, por lo que resultaba fácil repetir lo que hiciera con él. L, sonriente se fue a colocar entre las piernas del hombre.

.- ¿Qué haces ahí?

.- Me manda su amigo.

.- ¿Para qué?

.- Quiere que me ocupe de su culo.

.- Con tal de que no sea él quien se quiera ocupar.

.- Si algo no le agrada dígamelo.

.- No, si algo no me agrada te doy una paliza. Tú, tráeme una buena caña. – Dijo a otra de las chicas, que de inmediato fue a coger una de uno de los búcaros dispersados por la sala, llevándola al señor. L comprendió que el hombre no dudaría en pegarla si no se comportaba como él deseaba, y no sabía si aceptaría de buen grado las acciones que antes había realizado. Su anterior señor parecía divertido y a la espera de ver cómo reaccionaba su amigo, lo que era indicativo de que podría no gustarle y reaccionar utilizando la caña en ella. L se percató de que se la podía estar poniendo en una situación comprometida, para probar las reacciones del cliente al que debía atender, eso la puso sobre aviso para estar atenta y tener mucho cuidado con lo que hiciera.

L comenzaría a lamer los testículos del hombre con cuidado, luego pasaría a la verga, siempre atendiendo a sus reacciones. Repetiría las mismas acciones. Tenía la orden de ocuparse del culo y sabía lo que se quería que hiciera, pero no quería que, un error, supusiera saborear la caña. Cuando el hombre estaba jodiendo a la otra con firmeza, L dio el siguiente paso, separando lentamente las nalgas para llegar con la lengua al agujero del culo, comenzó a lamerlo. El hombre dio un respingo, detuvo un momento la jodienda, L no se detuvo, pasó la lengua ensalivada por la entrada, para después buscando los testículos, volver a lamerlos, mientras el hombre regresaba a joder a la chica.

L supo que, al menos, era tolerante con ese tipo de caricia, por lo que podía continuar ensayando con ellas. Pero la propia L no tenía más experiencia que la adquirida entonces, por lo que tenía que aprenderlo todo y sería muy fácil equivocarse y que el hombre utilizara la caña en su culo, en lugar de ella su dedo en el culo del hombre.

Como lamerle el culo no solo no había producido rechazo sino que el hombre había mostrado que no le desagradaba, L volvería a hacerlo, pasando la lengua entre las nalgas y después buscando el agujero para tratar de introducirla lo más posible en él. De nuevo el hombre daría un respingo al notar como el trozo de carne buscaba penetrar en su culo. No estaba molesto ni trataba de evitarlo, aún así L no se atrevía a utilizar los dedos.

.- ¡AAHH!

Había sido el hombre que la enviaba quien empleando la caña la dio un buen golpe con ella. Ahora sabía que debía cumplir con el encargo que había recibido. O cobraba por un lado o se arriesgaba a cobrar por el otro. Ya sin la esperanza de poder eludir el mandato, tenía que actuar. Volvió a lamer el culo, buscó el agujero, trató de introducir la lengua en él, dejándolo lo mejor lubricado posible, después pasó los dedos por la zona sustituyendo a la lengua, que volvió a pasar para ensalivar de nuevo la entrada. Con cuidado repitió el toque con un dedo, esta vez presionando con cierta firmeza sobre la entrada al agujero. El hombre volvió a moverse inquieto. L no estaba para nada segura de que recibiera bien la caricia.

.- ¡AAAHHH! – Un segundo golpe había caído sobre su culo, escuchó la risa de quien se lo había propinado, no era necesario que la indicara nada, no tenía más remedio que arriesgarse.

L regresó con la boca al culo pero ya para ensalivar y tratar de introducir un dedo en él. Se percató que el hombre parecía atento a lo que hacía ella al tiempo que continuaba jodiendo a la otra marrana. L jugó con el dedo en la entrada del culo, atenta tanto a su mano como a o volver a incitar al otro cliente a usar la caña.

Lamía el agujero al tiempo que buscaba colocar el dedo en él, pendiente de las reacciones del hombre, que seguía jodiendo a la marrana, pero respondiendo con creciente firmeza a las aproximaciones a su culo. L comenzaba a estar más segura sobre lo que podía hacer. Lamió, retiró la lengua, presionó con el dedo, volvió a lamer y a retirarse para dejar sitio al dedo, siempre yendo un poco más adentro, siempre atenta, siempre temerosa de equivocarse. El hombre animó sus movimientos, lo que era indicativo de querer correrse, lo que hizo que L animara los suyos, cada vez más precisos y penetrantes. Se daba cuenta que se iba a correr y ella debía acompañarle con su dedo, metiéndolo en el culo. Se decidió y presionando lo introdujo, él gruño, después se pego al culo de su marrana y de inmediato se corrió, mientras L metía y sacaba el dedo del culo del hombre, que gruñía una y otra vez.

Cuando acabó. Quedó quieto un momento, siempre con el dedo de L en su culo. Al comenzar a moverse lo notaría, parando el movimiento. Su amigo se percató de que se daba cuenta de lo que llevaba en el culo. Riendo comentó:

.- No lo hace mal la marrana. Ya sabes que te va a gustar que te den por culo. – Reía.

.- No serás tú. Y manos blancas no ofenden.

.- Sobre todo en el culo. – El otro seguía riendo.

.- Saca el dedo del culo, zorra.

A pesar de la palabra L pensó que no estaba tan molesto como aparentaba. Sacó el dedo. Permaneciendo quieta.

.- La he tenido que dar dos buenos azotes con la caña para animarla a ocuparse de tu sucio culo. No pienses que lo ha hecho entusiasmada. – Volvía a reír.

.- De manera que estabas en connivencia con ese maricón. Te debía deslomar. Lárgate. – L se incorporó a toda prisa.

.- Marrana, baila. – Era el otro quien lo pedía.

L se puso a bailar de inmediato, tratando de evitar que se la volviera a repudiar.

L tendría ese día la primera impresión de estar actuando como una prostituta profesional. Hasta ese momento siempre había obrado sabiéndose forzada y sin posibilidades de oponerse o rechazar lo que se hacía con ella. Ese día, sin embargo, había actuado con el hombre a quien su compañero la enviara tratando de cumplir con el encargo, y hacerlo de forma que consiguiera no solo lo que se la encomendaba, sino hacerlo del mejor modo posible, como lo haría una buena ramera del burdel.

Se había esforzado por cumplir el encargo con el cliente, a quien debía satisfacer y conseguir un placer especial, y acaso tan nuevo como era para ella hacerlo y lograrlo, y cumplir con el burdel, con los deberes de su oficio, con su obligación de prostituta, en una mezcla que unía todo ello, actuando en ella de modo inconsciente, y consiguiendo que realizara lo que se la había ordenado, casi como algo normal, natural, debido, obligado.

Pero esa constatación llevó a L a otra, que cambiará su modo de percibir su situación en el club, y de buscar una cierta relajación disminuyendo el peligro de ser reconocida. L, se percata que es mejor volver a estar con quienes ya la han usado como marrana, repetir con ellos, lo que equivale a tenerlos, en cierto modo, como clientes habituales, gustarles, complacerles lo suficiente como para que deseen volver a estar con ella. “Aunque sea por la novedad, ahora la nueva soy yo”, se dijo recordando lo que dijera la señorita sobre la falta de constancia de los hombres. Si lo lograra, estaría limitando enormemente los riesgos de ser reconocida.

Si alguien la demandara, solicitara sus servicios, deseara usar de ella y no de otra, sería apartada para llevarla con quien la deseaba, y para conseguirlo de quienes ya la habían usado debería dejarlos plenamente satisfechos. Debería demostrar su agrado por servirles, satisfacer sus deseos, adelantarse a ellos, mostrarse siempre alegre, gustosa, complaciente, que pensarán, que creyeran, que estuvieran seguros, de su entrega a ellos, de sus deseos de agradarles, de complacerles, incluso halagando su vanidad haciendo patente el placer que eran capaces de conseguir para ella, fuera o no fuera cierto.

Esa idea supondría un cambio substancial en el comportamiento de L hacia los clientes que se la enviaba a atender. Ahora tenía una razón de peso para hacerlo según se quería de ella, como lo hacían las marranas, incluso mejor que ellas, para ser elegida, para ser reclamada por quienes hubiera sabido complacer. Y L, lo haría, empeñada en conseguir su objetivo, aunque supiera que no obtendría resultados de un día para otro, pero si se comportaba de forma que diera a los señores que usaban de ella lo que estos deseaban, había bastantes probabilidades que volvieran a querer usar de ella.

“Si tengo que soportar esa semana que quiere mi señor, mejor es hacerlo de modo que cree menos ocasiones de mostrarme a otros nuevos, a quienes no han estado conmigo. Los que han estado, al menos no suponen el peligro de lo desconocido.”

L recibiría una llamada del fotógrafo con la notificación de la fecha y hora a la que debería presentarse en el estudio para realizar la prueba. L no estaba en casa y escucha la noticia en el contestador. Trata de de hablar con el fotógrafo en un intento para cambiar la hora, pero dado el tiempo que pasa en el club comprende que es muy difícil hacer la prueba después de que ella deje el club, pero no le encuentra y tiene que avisar en el club de que no va para no entrar en las 48 horas de mayor castigo.

.- Ven por la tarde. – La ordena la gobernanta.

.- Como usted mande, señora.

.- Quizás te ahorres algo del castigo.

.- Muchas gracias, señora. – Que L lo agradeciera, y sinceramente, era demostrativo del grado de acomodación a su situación en el club, aceptando sus reglas y cumpliéndolas como si de una obligación laboral se tratara.

Luego llamaría a J a su casa avisándole de lo que se iba a hacer, dejando creer que la iniciativa era cosa del fotógrafo.

.- He hablado con el fotógrafo y me dice que vaya a hacer las pruebas.

.- Estupendo, eso alegrará mucho al presidente. A ver si acabamos de una vez con este disparatado asunto.

.- Estoy deseando que así sea.

Durante esos días, el club se iba a llevar casi toda la atención de L. Fuera de él, su situación en la empresa se complicaba por momentos. Si L se había percatado de la paulatina pérdida de autoridad, iba constatando que era una tendencia constante, que añadía nuevos empleados todos los días, y los que ya habían comenzado a tratarla con más confianza iban incrementando esta paulatinamente, L tenía la impresión de que aprendieran unos de otros, que se imitaran.

Pero esa semana traería una sorpresa muy agradable a L. Una tarde, cuando llega a casa sintiendo sobre ella la abrumadora tensión de lo que ocurría en el club, abatida y sin ningunas ganas ni fuerzas para mantener la oposición que es indispensable para ganar la lucha, puso el contestador, una llamada de Martín hizo que su corazón diera un brinco, quería salir con ella el  siguiente sábado. Le devolvió la llamada de inmediato, ya alegre y decidida, quedando con él para cenar.

“Voy a hacer que no olvide esa noche. Nadie le va a follar mejor.”