L 14

L comienza a ejercer como pupila del club

14 L comienza a ejercer como pupila del club

Lo sucedido el día anterior fue suficiente para la señorita, que cortaría el desarrollo que había propiciado al permitir a L que fuera incrementando sus ofertas y acciones como marrana incipiente. Iba a ser la señorita quien forzara el primer servicio obligado de prostitución de L. Quería imponérselo y que L tuviera que acatar su decisión, siendo prostituida y sabiéndose prostituida, para que tuviera plena conciencia de su nueva condición. Y quería hacerlo de forma que la iniciación tuviera unas connotaciones que quedarán grabadas en la mente de L.

L llegaría al club pendiente de lo que se querría de ella, y si temía que fuera ponerse a disposición del señor y volver a servirle como una puta más de la casa, casi lo deseaba y así evitar que se pretendiera que sirviera a otros clientes. Sin saber cómo escapar a la situación en que se encontraba, solo cabía tratar de soslayar las peores consecuencias, y en particular  servir como una puta del club.

Ha dado muchas vueltas a lo sucedido el día anterior y pensado en la situación en que había quedado en el club, llegando a la conclusión de cumplir su acuerdo con el señor, si es que este lo hubiera solicitado, pensando en solo unos días, tal y como había dicho el señor. Era consciente de que intentar eludir el cumplimiento de ese compromiso sería casi imposible, pues la señorita no lo permitiría.

Con independencia de la sumisión a la señorita y la obligación de cumplir con los compromisos asumidos, existía un comportamiento que estaba realizando, y que sería muy difícil de modificar y menos de impedir, no era otro que la muestra que hacía a diario de sí misma para conseguir ser elegida por un caballero y acompañarle a almorzar. Si continuaba con ello, antes o después volvería a surgir una situación como la del día anterior y verse obligada a conseguir ser elegida a base de mostrarse a los señores e incitarlos a que la escogieran. Si eso ocurriera podía necesitar el empleo de las mismas muestras y ofrecimientos que fueran necesarios el día anterior, con lo que eso sugería a quien los contemplara. Y si no empleaba esos métodos, absolutamente desvergonzados, posiblemente otra se quedara con el premio y ella tuviera que servir en el comedor, lo que representaba un peligro tan grave o más de ser vista y reconocida.

Tenía que ponderar qué era más importante, dejarse putear en un burdel con menos publicidad, o presentarse en el comedor, como una fulana más, como una marrana, siendo vista por mucha más gente y durante mucho más tiempo. Y no era fácil la elección, y cuando aparecía el más que probable castigo que seguiría a las seguras faltas que cometería en el servicio, la decisión de rechazar ser puteada, se hacía mucho más difícil de tomar.

Pero, desgraciadamente para ella,  no iba a ser esa la decisión, ni iba a ser ella quien la tomase. Ella había llegado hasta donde se quería, ofreciéndose como una puta y entregándose como tal a quien la hubiera elegido, ahora iban a ser otros quienes la entregaran sin que ella tuviera nada que decir, porque no importaba nada lo que dijera.

Cuando llegó el momento de ser llevada al lugar donde se la presentaba para ser elegida por un cliente, en su lugar sería conducida ante la señora gobernanta. De nuevo aparecería el nerviosismo y temor a lo que aquello pudiera conllevar y tendría razón para sentirlos.

Con la gobernanta se encontraba la señorita Laura. Estaba vestida como el día que la conociera, con pantalones de montar y botas altas, y la fusta de caña en la mano. La presencia de la señorita y, más aún, en la forma en que iba vestida, hacía efecto en L, que no podía evitar sentirse sometida a ella y dependiente de lo que quisiera y ordenara.

L se presentó ante la señora gobernanta, con la fórmula debida, y en la postura de respeto que, instintivamente compuso con toda exigencia, y lo hacía tanto por la señora gobernanta como por la señorita Laura, ese día, posiblemente, más por esta última, cuya apariencia producía un efecto especial en L, hasta el punto de que, inconscientemente, se ladeo un poco hacia la señorita, en lugar de quedar justo enfrente de la señora.

.- Hembra en respeto y obediencia, señora gobernanta.

Iba a ser la señorita quien replicara.

.- Marrana. – Sería la respuesta que indicaba cómo debía presentarse. L rectificó de inmediato, aceptando la fórmula, teóricamente, inapropiada.

.- Marrana en respeto y obediencia, señora gobernanta.

.- Así es como debe de ser. No vuelvas a olvidarlo.

.- Sí, señorita Laura.

.- ¡Estírate bien, marrana! – L lo estaba haciendo, pero echó aún más hacia atrás los hombros para quedar más erguida, notando la molestia en hombros y espalda.

.- Sí, señorita Laura.

.- Marrana, sabes que te tiene que doler. – Echó aún más hacia atrás los hombros, ahora la molestia se convirtió en dolor.

La señorita estaba interviniendo para actuar desde el primer momento sobre la joven y que esta comprendiera que estaba sometida a ella y que era ella quien mandaba y a quien debía obedecer en todo lo que deseara. Mientras la señora gobernanta sonreía divertida. Iba a ser esta quien explicara a la marrana lo que le esperaba.

.- Marrana, quítate el vestido. – Hacerlo significaba quedarse desnuda. Lo hizo, dejándolo caer al suelo, y volviendo a componer la postura de respeto ante la mesa de la señora y teniendo al lado a la señorita Laura.

.- Marrana, hay un caballero que desea que le sirvas como marrana. – Sería el comienzo de la gobernanta, que L escuchaba en posición de respeto. Creyó que se refería al señor que había demostrado su intención de volver a tenerla. – Es norma y costumbre de esta casa que los señores a los que se ha servido con anterioridad puedan volver a solicitar los servicios de las marranas que los hayan atendido anteriormente, para sí mismos o para quienes piensen que les puede apetecer usar de una marrana que les haya gustado o que creen adecuada a ellos, y la recomienden, lo que constituye una señal de consideración y motivo de gratitud para cualquier marrana, tanto por el hecho de ser elegida, como por lo que supone de estar constituyendo su grupo de clientes afectos. – Pero no era eso lo que quería L, que comprendió que, de ser como la señora lo decía, comenzaría a realizar los servicios de una marrana sin control alguno por su parte. Pero ella pensaba en que sería su hombre quien deseaba estar con ella.

No era así, simplemente había llegado el momento de que L pasara a comportarse como una marrana, lo que implicaba que no sería ella quien eligiera a los clientes, sino estos a ella y, desde luego el club cuando lo deseara. Y así iba a comenzar a ser ese mismo día.

Se trataba de vencer la resistencia de L, sin ningún tipo de concesión, obligando a la nueva marrana a acomodarse a todo lo que se quisiera de ella. La señorita estaba allí para poner a L ante su verdadera situación, quería que quedara muy claro que iba a ser una marrana del club y por tanto una prostituta. Para eso estaba allí y lo iba a decir inmediatamente.

.- Marrana, La señora gobernanta te ha comunicado la obligación de servir cuando un caballero lo demande. Hoy se te va a poner a disposición del caballero que te concedió el privilegio de usarte como marrana y que ha manifestado su deseo de que permanezcas disponible para él durante los próximos días, por si desea volver a usarte. – Conocer que sería su señor quien volviera a demandarla supuso tal alivio para L que no pudo evitar una sonrisa, que se iba a helar en sus labios al seguir escuchando a la señorita. – En caso de no hacerlo yo me ocuparé de que atiendas a otros caballeros. Llevas el suficiente tiempo de doma como para que comiences a ejercer como marrana del burdel.

.- ¡Ah! – El gemido se escapó incontrolado y asustado. Sin que obtuviera la menor señal de respuesta. L no podía, no quería, no debía, aceptar lo que la señorita decía. Se daba cuenta de ello, pero como otras veces, callaba, permaneciendo erguida y respetuosa ante las dos mujeres.

.- Posiblemente estés con alguna de tus compañeras. El señor o señores a quienes se te conceda el privilegio de servir como marrana te quieren a ti por el atractivo de comenzar a prostituirte. Es como una especie de desvirgamiento como puta. – Era evidente la sorna, pero L no estaba para pararse en esas consideraciones, solo quedaba el hecho de que se pretendía prostituirla sin más. – Hoy, si no te reclama el caballero que te uso ayer, comenzarás a servir a los señores clientes como es deber de toda marrana.

Lo que escuchaba L era literalmente horrible e inaceptable, estaba anonadada, sin comprender que la señorita se estuviera refiriendo a ella.

“No soy una marrana.”

“No me pueden obligar a servir a nadie y menos como una marrana.”

ZAS

.- ¡Aahh! – Había recibido un golpe firme y duro con la caña.

.- ¿No has oído, marrana?

Había oído y no quería admitir, y mucho menos aceptar. Pero el golpe suponía un aviso imposible de desatender. L lo sabía y sabía lo que llegaría si no accedía a lo que se quería de ella. Pero no era una marrana, una prostituta. No quería serlo ni siquiera por el tiempo que faltaba para finalizar su acuerdo con el club.

Pensaba aturdida y confusa, sabiendo que debía contestar y que no hacerlo supondría un nuevo azote, sin duda más contundente. Temiendo el castigo, contestó.

.- Sí, señorita Laura. Como usted mande, señorita Laura.

.- Entonces ha quedado claro que a partir de este momento eres una ramera de este burdel

.- ¡Ah! – La exclamación salió doliente y asustada. No podía ser. Pero era, y su respuesta no era suficiente.

.- ¡Aaahhh! – Un nuevo golpe de la caña sobre el culo de L hizo que esta descompusiera la posición, quedándose medio encogida.

.- ¡Ponte bien, ramera!

Otra vez gimió. Colocándose en posición, perfecta, erguida, con la cabeza alta y la mirada baja, como queriendo cumplir perfectamente con las formas obligadas, demostrando a la señorita su completa sumisión, pero sin poder aceptar lo que se quería de ella, que era algo aún peor que lo ocurrido el día anterior.

Tal como había querido la señorita se trataba de imponer a la nueva marrana el trato carnal con los clientes. Ya no era ella quien se mostraba y ofrecía, ahora era ofrecida por la dirección del club a quien se deseaba que sirviera como una puta de la casa. Ahora era prostituida sin ningún atenuante. Y L no quería aceptarlo, pero, como tantas otras veces, no sabía cómo evitarlo.

“Si tuviera que hacerlo será contra mi voluntad. Me estarán violando.”

“Tendré que soportarlo hasta que se cumplan las semanas que me comprometí.”

“Pero nunca me comprometí a esto.”

“Solo el temor al castigo conseguirá que me doblegue.”

El temor al castigo y a la posibilidad de que se conociera su presencia en el burdel. Y esos temores hicieron que contestara.

.- Sí, señorita. – No era suficiente.

.- Sí qué, ramera.

De nuevo la palabra imposible, inaceptable, pero que sería posible y en sus propios labios. Sabía que la señorita esperaba y que no era mucha su paciencia. Contestó, asustada, sojuzgada.

.- Sí, señorita. Soy… – vaciló, pero solo un momento, el movimiento de la señorita indicaba que no iba a permitirla más renuencias – una ramera de esta casa. – No fue capaz de decir: “de este burdel”. Pero se había reconocido como ramera, era tan horrible como degradante.

La señorita sonrió ante la respuesta. Iba a continuar con lo iniciado.

.- Ayer estuviste con la marrana 45.

.- Sí, señorita Laura.

.- Antes fue la hembra 45, y llevaba marcada su condición de hembra como la llevas tú. Como pudiste ver, ahora está marcada con su condición de marrana. Pronto tú también llevarás tu marca de marrana gravada encima del coño..., cuando estés bien domada, que no será a mucho tardar, ya estas encaminada.

L, escuchó pálida el comentario, que era una notificación de algo que según la señorita sucedería, y no a mucho tardar.

“Pero..., cómo se atreverá a decir, a pensar siquiera eso... Yo no llevaré esa marca... No soy, ni seré una marrana. Ni pronto ni tarde.”

“Se me podrá tratar como una marrana pero no lo soy. Si me someto es para evitar el escándalo, evitar que se conozca que he estado aquí.”

“Si tengo que soportar… ¡qué ya veremos!... solo será por el tiempo comprometido… Y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para acabar con todo este tinglado.”

Pero allí permanecía, en posición de respeto ante la señorita, con un falo en el culo, escuchando como se perfilaba su futuro, sin hacer nada para que no fuera lo que se determinaba en aquella casa.

.- ¿Te gustaron los colgantes que lleva en los pezones?

.- Quizás un poco grandes, señorita. – Contestaba sin mostrar señal de disconformidad. Percatándose que con su acomodo estaba haciendo buena la declaración de la señorita sobre lo bien encauzado de su doma, pero sin hacer el menor gesto que rompiera esa apreciación.

.- Tengo que pensar si ponerte unos a ti, aunque quizás bastaría con unos anillos, es más clásico,

“Veremos si lo permito.” Se diría en una manifestación irreal de sus posibilidades, como queriendo demostrarse la falsedad de la anterior conjetura sobre su acomodación a la doma cuando colgaba de su nariz una argolla que decía de su sumisión y aceptación de esa situación que pretendía rechazar.

.- El caballero que usó de ti ayer dice que quiere volver a usarte.

Era odiosa, por qué empleaba esos modos para referirse a su relación con el señor, y lo hacía con un deje de burla como si fuera algo impensable. “Quiere tratarme como una marrana. Pero lo pasé muy bien con ese señor, y no me importaría volver a repetir, aunque no me guste este lugar, ni hacerlo aquí.”

.- Sí, señorita. – L contestó de forma que afianzara la idea de que el hombre quedó encantado con ella.

.- Parece que quieres decir que quedó complacido de ti.

.- Mucho y yo de él. – Tuvo que controlarse para no decirlo con el énfasis que hubiera salido espontáneo, para fastidiarla.

.- Pues, la segunda parte te la puedes ahorrar. Lo importante es que los señores disfruten de ti, usándote a su antojo, que les excites y provoques y deseen usarte como marrana. En eso debes estar y poner todo tu empeño en conseguirlo. Veremos si eres capaz de mantenerle interesado. ¿Por qué agujero prefirió usarte?

Y la señorita continuaba presentando su situación como marrana, y no futura sino presente, obligada a servir a esos “señores”, que no eran más que clientes de un burdel, y pretendiéndose que lo hiciera buscando la consecución del mayor placer para ellos. En los oídos de L resonaban las explicaciones de la señorita, que implicaban su consideración como puta, pero aún así, seguía sin reaccionar. No quería admitirlo, sin que ese rechazo, cada vez más tácito, más teórico, supusiera ningún acto en contra.  Escuchaba las expresiones que la denigraban, aceptándolas, en posición de respeto ante la señorita, que esta vez, añadía esa explicación que la dejaba como una puta en ejercicio, obligada a complacer a los clientes, y exigida para hacerlo por esa especie de madame en que aparecía convertida la señorita Laura.

L, no podía sentirse más señalada como puta, y al tiempo dependiente y sometida, obligada a comportarse como tal, lo que echaba por tierra cualquier presunción sobre su libertad. Había estado pensando que no aceptaría ser ni aparecer como una puta, y la señorita la señalaba, la identificaba, la tenía por una puta, y ella no decía nada. Y tenía que contestar a algo que la humillaba. Y encima aparecer como aceptante de esa situación infamante, que aunque la perturbara y estremeciera, no lograba que reaccionara como sería lógico y normal. De nuevo, la idea de acomodación, de sometimiento, aparecía como la más efectiva, sustentando la veracidad del comentario de la señorita sobre su adaptación a la doma.

.- Por detrás, señorita L.

.- Eso no es un agujero. Dime por qué agujero te jodió con más ganas.

.- Por el del culo, señorita Laura. – La gobernanta sonreía divertida ante el juego que se traía la señorita.

.- No está descaminado en la elección. Colócate que te examine ese agujero.

“Lo hace para fastidiarme.” Pero no vaciló en colocarse en la postura apropiada, inclinada y abierta de piernas, lo que indicaba el grado de aceptación de su situación subordinada y sometida a la señorita. En esos momentos, L estaba más atenta a obedecer a la señorita cumpliendo puntualmente con sus mandatos que a lo que la señorita hiciera con ella, aunque eso fuera husmear en su culo, sin darse cuenta de lo que significaba dejarse hacer de ese modo con apenas una reacción de desagrado interior.

.- Saca el objeto del culo.

L lo hizo con una facilidad que hablaba de normalidad y reiteración. Luego, sin vacilación, lo llevó a la boca. La señorita contempló toda la acción con una sonrisa satisfecha, que compartió con la gobernanta, a quien miró mientras L la realizaba, quedando esta inclinada y abierta, quieta ante la señorita, quien separó las nalgas con las manos.

.- Mantenlas tú bien abiertas, que te vea bien ese jodido culo. Y espero que bien jodido. – Volvía a hacer chistes a su costa.

Las manos de L tomaron el relevo de las de la señorita, manteniendo las nalgas separadas, para que aquella pudiera apreciar bien lo que quisiera. Para L, realizar ese tipo de acciones suponía la vergüenza de mostrarse de una manera ignominiosa y degradante, a lo que se añadía la humillación de someterse a la señorita, que a pesar de los continuos ejercicios de entrega y sumisión, cuando había que realizar un acto como el que se le pedía ahora volvía a sentirse humillada y denigrada, pero al tiempo, y para su mayor vergüenza y confusión, cuando  componía la postura ordenada, y notaba su culo ofrecido, abriéndose para mejor mostrar la entrada al agujero, sintiendo toda la impudicia de ese gesto, aparecía una sensación diferente en que había algo de morboso y excitante, al sentir su cuerpo ofrecido, mostrando esa zona, el agujero del culo, que hacía que esas otras consideraciones que la asediaban rebajaran su nivel de perturbación, dejando paso a otras sensaciones que si la turbaban eran de modo opuesto. Mordió el objeto que mantenía en la boca.

La señorita pasó los dedos por la raja deteniéndose en la entrada, consiguiendo que L se estremeciera, ya en un deseo de sentir otra penetración, que recordando la del hombre, no era la que deseaba, sino la de los dedos que se paseaban por su culo.

La señorita miró a la gobernanta entendida.

.- Es una buena zorra y no hace falta mucho esfuerzo para que ejerza como tal. – L mordió con más fuerza el objeto al escuchar esas palabras, sabiendo que había mucho de verdad en ellas, al tiempo que deseaba sentir los dedos de la señorita pasando por el agujero, aunque también sintiera la vergüenza de desear algo que debía rechazar.

.- Tienes razón. Acabará haciendo la calle.

Ambas estaban actuando sobre la capacidad de respuesta de L, coartándola al hacer que tuviera que soportar y aceptar unas ideas ultrajantes para ella, que se unían a la alteración que generaban las caricias de la señorita, que también tenía que soportar, aunque estas sintiendo la exaltación que producían en ella, y por ello, aún más humillantes.

.- ¿Te gustó cómo te dio por el culo?

L movió la cabeza con el signo de aceptación. Reconocía avergonzada y al tiempo queriendo demostrar a la señorita que lo había pasado tan bien como podía pasarlo el hombre que la usaba de ese modo, a lo que se sumaba otra consideración, más difícil de admitir pero no por ello menos activa, deseaba que la señorita siguiera con ese toque, que quisiera ir a más. Pensó en que estaba siendo la zorra a que había hecho alusión la señorita.

.- Estoy segura, que si vuelve – lo dijo con entonación que incrementaba la duda – te volverá a usar por el culo.

“Claro que volverá, y todas las veces que yo quiera.” Se diría L, pero manteniendo el deseo de ese otro toque que no acababa de llegar.

.- ¿Ha adecuado ya el culo a su finalidad principal? – Era la gobernanta quien intervenía para mantener a L en el lugar que le correspondía y que fuera consciente de ello.

.- Va haciéndolo. Pero serán los clientes quienes lo conformen definitivamente. ¿Quieres ver cómo lo tiene la ramera?

.- Sí.

.- Ramera, acércate a la señora gobernanta y muéstrate bien.

Sin perder la postura inclinada ni juntar los pies, L se acercó a la señora gobernanta. Hacerlo manteniendo la postura y andando con los pies muy separados, resultaba incómodo y, sobre todo, ridículo, y al mantener también las nalgas separadas mostrando el agujero, el movimiento se tornaba en un gesto impúdico, pero que L hizo sin dudar. No se le había dado permiso para variar la postura y ella no lo hacía.

La señora volvió a sonreír, esta vez fue ella quien miró a la señorita con mirada entendida. L quedó a escasos centímetros de la señora, separando las nalgas a ultranza, con ambas manos, sin la menor cesión en la muestra del agujero, que la señora contempló y examinó con detenimiento, mientras L lo mantenía abierto.

.- Realmente tiene un culo muy bonito y apetitoso. Y con una apertura muy prometedora. Los señores clientes lo sabrán degustar.

L escuchaba una conversación obscena sobre su culo, y lo que era aún peor, sobre su situación en aquel lugar como una marrana más, como la ramera a la que se refería la señorita, y que ella parecía aceptar y demostrar con la muestra que hacía del culo ante la señora gobernanta.

L era consciente de lo que estaba haciendo, de lo que eso significaba, lo que suponía de aceptación de una situación degradante e indecente, plegándose a todo lo que se deseaba de ella, con la ansiedad de que la señorita continuara con sus toques y solo asustada de que aquello fuera conocido por alguien que pudiera reconocerla.

.- Ramera, mete el falo en el culo. – Era la señora quien se lo ordenaba. L, sin vacilar, sacó el objeto de la boca y lo llevó al agujero del culo. De nuevo poniendo de manifiesto una desenvoltura y destreza que volvían a indicar la práctica que había detrás. L colocó el objeto en la posición adecuada y empujando con la mano derecha mientras con la izquierda separaba la nalga de ese lado, lo introdujo en el culo hasta que quedó perfectamente fijado en él.

.- Ramera enculada, señora gobernanta. – La gobernanta volvió a sonreír a la señorita. Cada vez más satisfecha con las muestras que ofrecía la ramera, que permanecía inclinada y separando las nalgas ante la señora gobernanta.

.- Así que el señor al que serviste ayer quiere volver a tenerte.

.- Sí, señora gobernanta.

.- Es todo un detalle para con una ramera… - La señora dejaba la frase como esperando que L la acabara, y esta lo hizo, y como la señora deseaba.

.- Lo sé, señora gobernanta, y lo agradezco en todo lo que vale.

.- Te tendrás que esmerar mucho para conseguir que le apetezca seguir usándote, lo sabes, ¿verdad?

.- Creo que no me resultará muy difícil lograrlo.

.- Ya veremos. No me parece que seas lo más fascinante. Puedes atraerle por la novedad, pero eso se acaba enseguida.

Sería la señorita quien continuara.

.- Claro que él solo ha pedido que te reservemos durante unos días, 8 o 10, ya veremos si llega a una semana, que es lo que yo he sugerido, y no vendrá todos los días, eso puede darse por seguro. Apuesto a que si viene con cierta asiduidad, no pide más tiempo. Tienes mucho que aprender para satisfacer a un hombre como sabe hacerlo una marrana de esta casa, aunque la novedad suponga un atractivo, pero que solo funciona mientras es novedad, y eso se acaba enseguida.

Era odiosa, hasta en eso quería restarle atractivo. L, tenía deseos de hacer que el hombre siguiera demandándola, solo lo que eso suponía evitaba que lo planteara y como un reto, segura de ganarlo.

“Y sin ser, ni saber lo que una marrana de esta casa..., de este burdel..., que es su burdel, no el mío.”

.- Ofrécete a la señorita. – La gobernanta la enviaba de viaje de vuelta a la señorita. Viaje que L tuvo que hacer del mismo modo que el de ida, inclinada y manteniendo las piernas abiertas y las nalgas separadas con las manos, esta vez mostrando la parte final del objeto que sobresalía del agujero del culo. Y, a pesar, de lo que suponían esos movimientos, L se  acomodaba a ellos, realizándolos sin apenas disconformidad. Quedó ofreciendo el culo a la señorita Laura.

Los dedos de la señorita volvieron a pasearse por la zona, haciendo que L se crispara, pero no de rechazo. La señorita tiró del objeto haciendo que saliera un poco del culo, sin poder evitarlo, L se cerró sobre el cilindro, como si no quisiera dejarlo salir. La señorita lo empujó con fuerza hacia dentro haciendo que L dejara escapar un gemido. Había dejado relajar la tensión de las manos, volvió a separar las nalgas, lo que aparecía como una invitación a la señorita para que esta continuara con lo que quisiera hacer en su culo. Pero la señorita llevaría la mano entre las piernas de la joven, que se crispó ante la presencia inesperada, luego tensó la postura, como queriendo demostrar que no había pretendido escapar al toque que recibía. Los dedos se pasearon por la vulva, luego un par de ellos se introdujeron en ella. Entonces, L se percató de la humedad de la zona. Se sintió confusa y avergonzada. No podía estar ofreciendo a la señorita la idea de que aquello pudiera excitarla. Si se sentía denigrada e infamada…, y esos dedos en su carne más íntima manchándose con sus humores. Y seguían paseándose por ella. La mano apretó su sexo. Gimió. Quiso que apareciera como una queja, una muestra de rechazo. La mano apretó con más fuerza. Volvió a gemir. Los dedos se movieron en su interior. L notaba como los estaba pringando, se sentía avergonzada.

Notó como el objeto del culo volvía a moverse en él, comenzando a salir de él. De nuevo se crispó, cerrándose involuntariamente sobre él. Ahora temía que esa reacción refleja de su carne hubiera transmitido a la señorita un mensaje erróneo y que ésta no continuara con su gesto, pero los dedos no se detuvieron, volviendo a recorrer la vulva, que esta vez se abrió a su paso, mientras que el objeto se movía en su culo.

.- Marrana, tienes un culo muy apetecible y un agujero que tienes que mantener dispuesto y bien preparado. – Lo decía como reconociendo un hecho positivo.

.- Gracias, señorita. – Parecía querer agradecer la reacción de la señorita ante lo que veía, y al tiempo reaccionando ella como le era obligado ante un halago de la señorita.

.- Pero, ahora no es el momento de darte lo que no te has ganado. – L, no sabía a qué se refería la señorita, solo cuando esta retiró sus dedos comprendió lo que quería decir, y para su vergüenza, supo que tenía razón, que hubiera deseado que continuaran en su coño y fueran a más. – Si no deseas nada más de la ramera, voy a llevarla a trabajar.

.- Me parece muy bien. Hay que aprovechar el tiempo y una ramera ha de ser productiva.

.- Veremos si viene tu señor. Pero te pondremos a su disposición y le esperarás. – La idea de que estaría a disposición de su señor supuso una sensación de esperanza, que se vería rota por el siguiente comentario de la señorita. – Ramera, en todo caso, vas a comenzar a ejercer tu oficio de prostituta.

.- ¡Ah!

L quiso recordar la parte referente al servicio a su señor. La señorita la conduciría a la zona de servicio. L iba conociendo mejor la casa y sus distintas zonas.

El pensamiento de la puesta a disposición de su hombre comenzó a crear desazones en L. ¿Qué quería decir que iba a estar esperándole? ¿Dónde? ¿Acaso iba a estar en los salones? ¿Y de qué forma iba a ir vestida? ¿Y si él no se presentaba? Entonces aparecía la otra idea, la de ser prostituida, que la señorita no se había cuidado de disimular.

Ella no había dicho nada en contra de la pretensión del hombre, por lo que parecería que la había aceptado, aunque fuera tácitamente, incluso, podía pensarse que la gustaría volver a estar con él, a que la usara por el culo, como había anunciado la señorita.

“Pero, ¿realmente quiero que me vuelva a tomar en un salón? A la vista de todos. Eso es lo que he aceptado, al menos a él.”

“Y me van a poner a su disposición...”

“Como si fuera una puta...”

“Y lo he sido con él..., y claro, piensa que lo puedo seguir siendo...”

“¿Y qué van a hacer conmigo?”

“¿Qué voy a consentir yo?”

Para su consternación se la pondría una especie de bolero de gasa, que caía sobre las tetas, cubriéndolas parcialmente, dejaba la parte baja al descubierto apareciendo por debajo de la fina gasa, que tampoco las cubría completamente por el centro, y cualquier movimiento la echaba hacia los lados, dejándolas desnudas.  Como añadido, las medias y sandalias que eran habituales, y por supuesto retirando el sostén, quedando con el resto del cuerpo desnudo,  dejando perfectamente visible su número y condición grabados en el coño.

.- No debes desentonar del resto de tus compañeras. – Fue el comentario ingrato y demoledor que la señorita dedicaba a L, para añadir a continuación: – No olvides tu condición de ramera. – L no pudo evitar que otro gemido escapara de su boca. Era, simplemente, horrible escuchar ese tipo de referencias. – Ni los deberes que le son inherentes, el primero de los cuales es obedecer y satisfacer cualquier demanda de los caballeros a los que tienes el privilegio de servir, que tienen el derecho a recibir todo lo que una ramera de este burdel debe de ser capaz de conseguir para ellos.

Había admitido estar con el hombre que la tomó el día anterior, pero eso no debería suponer tolerancia a hacerlo con terceros, y en eso incluía la forma de presentarse, no podía permitir que se la sacara prácticamente desnuda, por muy normal que fuera en aquel lugar, y al pensar en el lugar se estremeció.

“Estoy en un burdel..., eso es lo que es esta casa..., y se quiere que me pasee desnuda por sus salones... No puede ser. Ni puedo ni quiero hacerlo.”

“Pero, me he comprometido con el señor. No se me va a permitir dejar de cumplir mi compromiso”

“¿Por qué digo que me he comprometido? Nunca lo he dicho. Solo he hecho alguna indicación sobre mi disposición a servirle, y nunca para aparecer desnuda.”

“No puedo salir así, ni acceder a servir a nadie…, y menos como si fuera una… chica más… No soy una puta…, No, no.”

.- Vamos. – La voz de la señorita la sacó de sus pensamientos.

.- ¡Ah!

Tenía que obedecer a la señorita y su reacción inmediata sería, precisamente, de obediencia, como tantas veces había sido en aquel lugar, como era lo que se la demandaba, lo que se la había estado enseñando, inculcando, amaestrando para hacerlo, para responder conforme se la ordenara, inconscientemente, no solo sabía que debía obedecer, también conocía las consecuencias de no hacerlo, la señorita no dejaba la caña de la mano y L había saboreado su caricia, pero esa vez existía algo que la atenazaba, que hacía que la obediencia se retrasara. No podía ir así, ni podía ir para lo que se quería de ella. La señorita comprendía su vacilación, la esperaba, y estaba preparada para combatirla, para vencerla. Puso la caña en el culo de L, que se estremeció al contacto.

.- ¡Ramera!

La palabra surgía con firmeza, añadiendo a la fuerza de la expresión, la expresión de una cualidad infamante e inaceptable. L sabía que no podía acceder, que debía negar, oponerse. Se la llamaba ramera porque se la quería ramera. No se requería más para señalar lo que la señorita ordenaba con ella. L se estremeció de nuevo. Sabía lo que tenía que hacer, lo que la señorita ordenaba, lo que no podía desatender, desobedecer.

.- Señorita… - La palabra, que era una súplica, un gemido, un lamento, quedó en eso.

ZAS

.- ¡AAAHHH!

El golpe firme y determinante fue la respuesta, seguida de otra orden.

.- Ramera, al trote alto.

.- ¡Ah!

La desobediencia tenía su castigo. Ahora debería ir de la forma más ingrata y humillante. L comprendió que no podía esperar y comenzó a trotar. Lo hacía con pasos casi perfectos, manteniendo el torso recto y llegando con las patas a las tetas, logrando que sonaran con el choque de modo acompasado.

Abatida, humillada, afrentada, convulsa, titubeante, salió tal como estaba, tal como se la había “vestido” para aparecer en los salones, si su desnudez por los pasillos de la casa se había convertido en normal para ella, no era así en los salones y a ellos se dirigía, abrumada y aturdida. Tenía que oponerse y no lo hacía, otra vez con esa idea a la que quería aferrarse, que buscaba en la esperanza de hacerlo solo para su hombre, en estar siendo conducida a él, la justificación a su silencio, a su tolerancia.

En su cabeza un pensamiento que se inmiscuía entre todos los demás:

“Quieren que sea una puta más de la casa.”

“Voy a presentarme como una puta.”

Y con él la idea de su derrota, de su falta de decisión, de su temor… Pero, temor, a qué. Temor a la señorita, temor a la caña, temor al castigo. Y temor, mucho mayor, a la reacción, temor a que todo se conozca, temor a aparecer como esa puta que no quiere ser y que acaba siendo, ejerciendo, precisamente para evitar que aparezca que lo es, que ya está ejerciendo como una puta. Y temor a algo indefinido, impreciso, a desagradar a la señorita, a enfadarla, a no cumplir con ella. Temor a la propia desobediencia, a la infracción que eso supone, al incumplimiento que la deja en falta. Quiere reaccionar.

“No debo hacerlo. No puedo permitirlo… Aunque la señorita me azote. Tengo que manifestar mi desacuerdo.”

.- Ramera, las manos detrás de la cabeza.

Sin la menor vacilación llevó las manos detrás de la cabeza, continuando con el trote, mientras echaba los codos hacia atrás para mantener la postura perfecta. Queriendo cumplir y que la señorita se percatara, como si con ello facilitara la consecución de su pretensión.

Esta vez el paseo se le hizo muy corto y pronto estuvieron en la zona de recibo. Allí se detuvieron, pero sin que la señorita concediera un descanso a la ramera, que tuvo que mantener el trote mientras la señorita ordenaba, imponiéndose a sus pensamientos y devolviéndola a una realidad que implicaba el acatamiento de lo contrario a lo que querían sus pensamientos.

.- Obedece en todo lo que se te mande y atiende a quienes tengas que servir, haciéndolo como estás obligada a hacerlo. Si viene tu señor, sirve a tu señor. Si no viniera sirve a quien se te indique, y hazlo como una marrana de la casa, aunque aún no hayas alcanzado esa condición no dejas de ser una ramera. No quiero quejas, si las hubiere, sabes que te castigaré, y con severidad. Ya sabes de sobra lo que se espera de una ramera y lo que una ramera está obligada a hacer. Y tú eres una ramera de este burdel. No lo olvides. – Sería la despedida de la señorita dicha ante el criado al que la  entregaría para que se la condujera a la zona de salones, como si de una más de las chicas, de las putas del lugar, se tratara. L respondería como era obligado y como ni quería ni debía.

.- Sí, señorita Laura.

La hembra no se hacía cargo de la verdadera situación, entendía lo que se quería de ella pero era como si esperase que al final no fuera ella quien apareciera de ese modo, no era capaz, o no quería admitir que iba a pasar por los salones prácticamente desnuda, y lo iba a hacer al trote alto, tal y como estaba en ese momento. Escucharía a la señorita ordenarlo al camarero.

.- Mantenla al trote alto y con las manos detrás de la cabeza. Lleva una caña por si fuera preciso disciplinarla.

El camarero la hace continuar. Cuando se la llevaba al salón, L iba como en una nube, casi con la idea de aparecer, no en el lugar al que iba conducida, sino en otro de los que conocía de aquella casa. Pero no, llegarían al distribuidor que daba paso al salón, entonces, L tuvo que admitir lo que iba a ocurrir.

“No puedo aparecer desnuda en el salón de un... burdel.”

“Me pueden ver, me puede reconocer alguien...”

“Y llevo marcado un número..., como las marranas...”

“El que me vea creerá que yo también lo soy.”

Pero, ¿cómo iba a decirlo? ¿Qué iba a hacer?

“Quiero que me den un vestido. No quiero salir desnuda.”

“¿Por qué hacen esto conmigo?”

Siguió trotando con el camarero detrás indicando por donde debía ir. Llegaron al salón, y desnuda y trotona entraría en él, completamente avergonzada, asustada, de ser vista, aterrada de ser reconocida. Sabiendo que el trote llamaría mucho más la atención. Sin comprender como podía estar allí, sometiéndose a esa tremenda humillación y a lo que era peor, al riesgo de ser vista por alguien que la conociera. En su mente sonaba la palabra tremenda: RAMERA. Eso era lo que se quería que fuera. Lo que era. Y así aparecía. Desnuda, como una ramera del burdel. A la vista de todos. Con la argolla colgando de la nariz, indicando que era ella, que no había duda, que era una ramera.

Casi ni quería recordar quién era, lo que era, para no incrementar su vergüenza, su humillación. ¿Cómo era posible que estuviera en aquel lugar? ¿En aquella forma? Era incomprensible, absurdo. Ella no era una puta. ¿Por qué se la trataba como a una puta? O peor. Y sobre todo, ¿por qué se la exhibía de ese modo? Era innecesario, si se quería que sirviera a los clientes, podía hacerlo de una forma casi anónima. No quería ser vista, ese era su gran agobio, peor que la putearan.

L pasó entre los recintos, entre los grupos de sofás, desde donde los clientes podían verla, reconocerla, mientras ella llamaba su atención con el sonido de los golpes de los muslos contra sus tetas. No se atrevía a mirar a su alrededor, avanzaba con la mirada fija en el suelo, queriendo llegar cuanto antes al recinto donde tuviera que esperar a su señor, desando desaparecer, dejar de ser vista, pensando que todos los ojos estaban puestos en ella. El camarero, parecía no ocuparse de ella, simplemente caminaba sin prisas, detrás de ella indicando lo que debía hacer.

Por fin llagarían a un recinto alejado del centro y más tranquilo, pero no como el del día anterior, que estaba en una de las paredes; lo formaban  3 grandes sofás, uno a cada lado, y otro al fondo, dejando un cuarto lado abierto, como entrada al conjunto. Maceteros con plantas ofrecían una separación de vistas y disminuían los sonidos, con los colindantes. L mantuvo el trote cuando llegaron al recinto, sin parar hasta que el camarero lo ordenara.

El camarero la puso en la zona de entrada, en posición de respeto, con las manos abiertas en la cintura, los codos hacia atrás, en lo que L pensó que sería la postura de respeto en espera del señor. L, quedó en esa  posición, que de inmediato quiso modificar en un intento inconsciente de ocultar, lo que pudiera, su rostro a las miradas de los que pasaran a su lado, inclinando la cabeza como para mejor bajar la mirada.

.- Marrana – también el camarero se había apuntado a esa forma de referirse a ella – alza la cabeza, y mantenla alta, solo los ojos mirando al suelo. Sabes cómo hacerlo. No quiero cogerte en falta o que alguien proteste de tu mala disposición. Sabes que serías severamente castigada.  Te quiero perfectamente inmóvil y permanentemente respetuosa. Te estaré vigilando.

Tuvo que alzar la cabeza, comenzando su exposición en aquel lugar, dominada por el temor de ser vista y pensando en lo que hacía allí, en el sin sentido de esa espera, de permanecer desnuda en un lugar como aquel, acabó deseando, rogando, que apareciera su hombre y con ello la liberara de permanecer en esa especie de exhibición en la que había sido colocada. Siendo incapaz de moverse, de rebelarse, aunque por su mente pasara una y otra vez la idea, la tentación, de escapar de allí, de irse sin más, pero el miedo, cada vez más presente y patente, aunque también, cada vez más, confuso y perturbador, no la dejaba moverse, desobedecer.

Ansiaba la finalización de su exhibición en la llegada del hombre que la retirara de esa primera línea de exposición. Necesitaba  esconderse, aunque fuera en el propio recinto, dejar de permanecer a la vista de todo el que pasara, ocultarse, aunque fuera parcialmente, lo que unía a la aspiración de recibir la demostración del aprecio del hombre, la confirmación de que la deseaba, que la señorita lo supiera, y acaso, además la regalara con el placer de hembra, alejándola de sus miedos, distrayéndola de sus pensamientos, compensando, momentáneamente, su humillación, su ignominia. No podía fallarla, no podía dejarla desatendida, le necesitaba.

“¿Le habrán dicho que estoy aquí...? Esa bruja es capaz de no decírselo.”

“En cuanto me vea, seguro que quiere... Seguro que me desea.”

“Y me encantará que lo haga.”

“Pero, no aseguró que vendría..., solo que yo estuviera preparada por si lo hacía...”

“Tiene que venir, tiene que venir… no puede fallar el primer día.”

Y él no llegaba. L no sabía el tiempo que había pasado, como no llevaba la cuenta de cuantos clientes habían pasado ante ella, mirándola, algunos habían ralentizado el paso queriendo verla mejor, lo que enervaba a la joven asustada de que pudiera ser alguien que la hubiera reconocido. Alguno se paró, para después continuar, seguro que sabiendo que esperaba a alguien, que estaba allí por alguien que la tenía de ese modo,  como una marrana más, y no queriendo interferir en la “propiedad” de otro socio. Quería pensar que eso era lo que sucedía, ya que de esa forma se entendía que nadie la solicitaría,  pensarían que estaba destinada a otro y no podría ser pretendida por los demás.

Incapaz de moverse, de salir corriendo, de huir de allí, evitaba mirar hacia el exterior, sin poder bajar la cabeza, en un movimiento que tenía que controlar ya que salía espontáneo buscando en la cabeza inclinada, la mirada baja, un medio de ocultación, de evitar mostrar el rostro, ser reconocida, que tenía que controlar permanentemente. Mantenía los brazos doblados con las manos en la cintura abiertas hacia delante. Sabía que llevaba la marca con su número y la referencia a la hembra en su sexo. A veces deseando que se fijaran en ella como indicativa de que no era una marrana, otras sabiendo que era algo similar a lo que llevaba las marranas, y que, de alguna forma, la equiparaba a ellas.

Comenzó a sentir el cansancio de la postura. Los hombros y la espalda la dolían, la inmovilidad se hacía cada vez más molesta, lo que se sumaba a la vergüenza y temor a ser reconocida, hasta comenzar a sustituir a estas sensaciones, imponiéndola la necesidad de moverse. Como si el camarero hubiera adivinado lo que ocurría en ella, o bien, simplemente, lo supiera por experiencia, su presencia se hizo más frecuente. L veía pasar su figura que distinguía de inmediato por el uniforme. Luego llegaría el primer aviso.

.- ¡Marrana, bien estirada! – L forzó los hombros, ya doloridos.

El segundo aviso llegaría con un certero golpe de caña, que hizo gemir a la joven, y de inmediato corregir la postura sin más indicaciones. El camarero quedó a su lado, vigilante, mientras L se esforzaba en mantener una inmovilidad que resultaba muy difícil.

.- Marrana, si quieres descansar un poco de esa postura puedes ponerte mirando hacia el interior, inclinarte bien abierta de patas y separando las nalgas mostrar el agujero del culo. Te concedo unos minutos de ese relajo… Si es que lo quieres.

¿Cómo podía ofrecerle algo así?

No podía, ni siquiera, contestar a una propuesta como esa. Aguantaría la inmovilidad. No quería ni agradecer el ofrecimiento, era tan vejatorio como inaceptable. Sabía que la costumbre era la de agradecer cualquier tipo de ofrecimiento que se le hiciera, pero calló. El criado la miraba, como esperando. Ella permaneció en silencio. Se dijo que soportaría, y si se la castigaba aguantaría el castigo.

Había sido la señorita quien dijera al camarero que ofreciera a L la oportunidad de descansar de la posición que mantenía, realizando esa oferta desvergonzada, al tiempo que estuviera muy atento a exigir a la marrana que permaneciera como se quería, castigándola si no lo hiciera, para obligarla a aceptar el ofrecimiento. No era probable que llegara el señor al que L esperaba y la señorita quería comenzar a putear a la joven y de forma ingrata y humillante para ella.

El tiempo se hizo enormemente lento. L sentía como el esfuerzo se hacía insoportable. No comprendía como la inmovilidad podía ser tan difícil de mantener. La cercanía del camarero se hacía agobiante, actuando sobre cualquier movimiento descontrolado, que L acababa realizando, apareciendo la caña, que con una firmeza y dureza temible, caía sobre nalgas o muslos, enseñando a la joven lo que tenía que aprender.

Y los golpes no solo suponían el castigo que se quería imponerle, eran un aviso a quienes los presenciaban, una llamada de atención sobre ella, que notaba como se incrementaba el interés entre cercanos o transeúntes, que aumentaban en número, atentos a su comportamiento. L no había pensado en eso, siempre tan importante para ella.

Estaba cada vez más cansada. Recordaba la oferta del camarero. No quería aceptarla. Pensó que acaso no la mantuviera. Entonces temió. Si quisiera moverse y él no la concediera esa posibilidad… Asustada de perderla, habló, aprovechando que no parecía que hubiera nadie cerca.

.- Señor…

.- Habla, marrana.

.- ¿Podría… cambiar de postura?

.- Ofrece el culo, marrana.

.- Gracias, señor.

Tenía que tomar la postura que antes había considerado inaceptable. Era tan humillante como indecente, pero tenía que hacerlo si quería conseguir un mínimo de calma y descanso. L se giró, quedando mirando hacia el interior del pequeño habitáculo. Se inclinó, separó las patas sin recato, y después las nalgas, con ambas manos.

.- Ábrete más, marrana. – Ella lo hizo. – Si algún señor se interesa por tu culo ofréceselo diciendo: “Marrana 73 ofreciendo su culo de marrana al señor, y todo lo que desee de mi. Muchas gracias, señor.”

Era aún peor de lo esperado. Solo el descanso que supuso el movimiento compensó, momentáneamente, la nueva humillación. Tendría que ofrecerse según había dicho el camarero. L no pensó en lo que eso suponía, o podía suponer, pero lo sabría enseguida.

La nueva postura animaba a los que la contemplaban a pararse y ver más y mejor la muestra, lo que obligaba a L a ofrecerse del modo indicado por el camarero, las consecuencias no se hicieron esperar. Era una oferta demasiado precisa y explícita como para que no recibiera respuestas, y las recibiría.

Enseguida un cliente querría hacer uso del ofrecimiento. L, que no estaba preparada para recibir el agasajo que ella misma solicitaba, al notar como el hombre, que se había detenido detrás de ella, la acariciaba el culo, pasando la mano por él, se crispó, por un momento dispuesta a repeler la caricia, pero se percató que era ella misma quien se acababa de ofrecer y recibía la respuesta adecuada. La mano continuó con su deambular, pasando entre las piernas de la joven. Esperó el siguiente movimiento de la mano. Pero no sería la mano lo que llegaría. Notó otra presencia buscando la entrada de su culo, con un estremecimiento se percató de lo que era. Iba a ser sodomizada allí mismo, mientras ella abría su agujero para facilitar la penetración.

L se abría casi inconscientemente, como si hacerlo fuera algo obligado, solo con la idea de acabar antes. Al sentir la carne que se pegaba a la suya, instintivamente separó aún más las nalgas, propiciando la penetración. Ahora notaba la incomodidad de la postura, si al menos pudiera cogerse los tobillos con las manos estaría más firme en esa posición y algo menos incómoda.

La verga comenzó a empujar sobre la entrada, ahora la lubricación producto del enculamiento por el objeto que se le hacía llevar,  facilitaba la penetración. El cilindro de carne la penetró, para después iniciar los movimientos en el culo, mientras L mantenía las nalgas separadas recibiendo los pollazos de la verga. Durante un rato sería follada por el culo, hasta que la polla se crispara en su interior y descargara en él, permaneciendo hasta calmarse. Cuando salió del culo, L escuchó al camarero:

.- Si desea que la marrana le limpie…

.- Será agradable.

.- Marrana, vuélvete y limpia la verga del señor.

Abochornada, L tuvo que girarse para hacer lo que se le ordenaba. Al girase se encontró con varios espectadores que, sin duda, habían seguido su enculamiento y ahora contemplarían la limpieza de la polla del hombre que acababa de darla por el culo, añadiendo indignidad a su impudicia y con el temor a estar incrementando las muestras de indecencia y el riego de ser presenciadas por alguien que la reconociera. Pero no tenía más remedio que hacer lo que se quería de ella, que si llegaba como indecencia añadiría el asco a esa mezcla de humores de él y de ella y la porquería de su propio culo.

L buscó con la boca la verga que acababa de salir de su culo, sin poder utilizar las manos que seguían abriendo sus nalgas, entre las que notaba como la descarga del hombre estaba deslizándose, cayendo muslos abajo. Introdujo la verga en la boca y comenzó a chuparla con cuidado, tratando de limpiarla sin molestar al hombre. Tenía que controlar la repugnancia y lamer y chupar la carne impregnada de pringues vomitivos. Cuando estaba haciéndolo escuchó otra voz.

.- ¿Te importa si tomo el relevo?

L había escuchado sin saber a qué se refería el comentario, pero enseguida saldría de dudas al sentir otra presencia detrás de ella. Un segundo enculador estaba preparándose para ensartarla por el culo. Enseguida otra polla se introduciría en su culo, y lo peor era que lo hacía ante esos mirones que se habían acercado a presenciar el espectáculo, divertidos, excitados o simplemente como parte de la parafernalia propia de aquel lugar, que ofrecía ese tipo de entretenimientos a sus clientes, pero que para L suponía el riesgo más temido.

Y no sería solo aquello. Durante un rato, que L no sabría cuanto duró, se sucedería una cadena de clientes que la encularían y joderían, o recibirían el trabajo de su boca chupando y mamando sus pollas. Tendría que hacerlo de la forma molesta que estaba obligada a mantener, solo en algún momento pudo variarla a demanda de uno de sus clientes que encontró más cómodo recibir la mamada estando ella arrodillada a sus pies. De todas formas, el movimiento y cambio de postura suponía un desahogo sobre la inmovilidad anterior.

La sucesión, prácticamente ininterrumpida, de clientes hizo patente el cansancio de L, entonces el camarero haría colocar un pequeño taburete en el que la joven podía apoyarse sobre el vientre, lo que resultaba mucho menos cansado y permitía mantener el mismo tipo de ofertas que realizaba antes, incluso mejorar el espectáculo que ofrecía, al colocarlo de modo que ella quedara en lugar de perpendicular a la zona de entrada, trasversal lo que permitía apreciar tanto el uso del centro de su cuerpo, como el de su boca.

No habría soluciones de continuidad significativas en el uso que se siguió haciendo de ella, por lo que L no tuvo que esperar nunca más de un par de minutos entre quien acababa de hacerlo y el siguiente dispuesto a hacerlo. Se había formado un grupo de interesados, que si comenzaban como mirones, luego se iban animando para usar de la marrana que se les ofrecía como una cortesía de la casa, siendo normal que se encargaran dos a la vez de disfrutar de las ofertas que efectuaba la joven.

El comienzo en el ejercicio de su nuevo oficio estaba siendo particularmente activo y atareado y, sobre todo, guarro, sin que L pudiera hacer nada por evitar el uso que se hacía de ella, al revés, tenía que seguir ofreciéndose cada vez que alguien se acercaba a ella, de modo que el recién llegado supiera que el culo que mostraba y ofrecía estaba disponible para quien deseara usarlo, lo mismo que el resto de su cuerpo.

Eran demasiados los que estaban usando de ella, y si lo normal es que se corrieran dentro de ella, alguno quiso hacerlo fuera, en la cara, en las tetas, en la espalda, en el vientre, lugares que quedarían con los restos dejados en ellos, sin que L pudiera limpiarse. En cambio, tendría que limpiar con su boca muchas de las pollas que la habían penetrado, propiciando que volvieran a correrse en ella, o fuera de ella, por lo que sería su cara, pelo y tetas quienes recibieran la mayor parte del semen, que luego iría resbalando por su cuerpo o cayendo al suelo.

L notaba la suciedad principalmente en su cara, sin que pudiera librarse de ella. A veces, se atrevió pasar una mano cuando no podía abrir los ojos por haber caído una descarga en los párpados. No sabía cuántos habían pasado por ella, pero de ninguno recibió nada cercano a algo placentero. Se sintió y supo receptáculo, solo útil como tal y con la obligación de ser una vasija cómoda y agradable, consiguiendo que los clientes se corrieran lo más satisfactoriamente posible. El camarero se lo recordaría, ordenándola que moviera la grupa para acompasarla a las embestidas de las pollas que la penetraban, o chupara estas hasta el fondo.

L sabía lo que debía hacer, y como deber lo aceptó y realizó. Estaba siendo puteada, no podía escapar a ello y quería evitar cualquier castigo posterior por mal cumplimiento de su función, de su trabajo, como habían dicho la señora gobernanta y la señorita Laura. Nunca esperó ni buscó la compensación de un placer que sabía indebido, innecesario, impropio de una puta.

Cuando disminuyó el número y frecuencia de los clientes que se interesaban por ella, llegó el camarero a por ella, comprendió que había pasado el tiempo de espera de su señor, de quien casi se había olvidado concentrada en el servicio a los clientes. Aunque por un momento tuviera la esperanza de que se la llevara con el hombre, y si no que se la retirara de los salones, en lugar de eso sería conducida a otro grupo de sofás, donde 3 señores eran atendidos por varias marranas, a las que se sumaría L.

Iba a comenzar la segunda parte de su iniciación como ramera del burdel. La señorita había elegido y propiciado que la nueva ramera fuera tratada de modo especialmente humillante, para redondear lo que acababa de ocurrir.

El camarero la llevaría al trote alto y con las manos detrás de la cabeza, tal y como había sido conducida al lugar que ahora dejaba. De nuevo esa forma determinaba una llamada de atención sobre ella que propiciaba su contemplación y posible reconocimiento, que era lo que más asustada la tenía. Y después de lo sucedido se añadía el bochorno de la suciedad que llevaba en su cuerpo, poniendo de manifiesto que había sido puteada y de modo sucesivo y muy copioso. El cambio de postura había propiciado que los churretones que aún mantenía en su rostro resbalaran por él, algunos hacia la boca, obligando a L a tratar de quitarlos con la lengua, al no atreverse a intentar lanzarlos de la boca, con lo que, en buena medida, acababa en ella.

El nuevo habitáculo, formado por los sofás y maceteros que lo separaban de los colindantes, estaba situado en un lateral de la zona de la barra, en el que había una especie de pedestal con una marrana desnuda bailando en él, que L contempló al pasar, y que ofrecía el espectáculo a quienes estaban en esa parte de la barra y a los de los habitáculos cercanos, entre ellos el de L.

Después de haber estado siendo puteada por un buen número de clientes, algunos utilizando condones, otros ni eso, L se sentía sucia y sudorosa, y lo estaba. Por un momento esperó que se le permitiera asearse, pero no sería así. Todo parecía confabulado para ponerla en las situaciones más desagradables y humillantes.

El camarero la mantendría al trote delante de los señores a los que era estaba destinada. Después de recabar el permiso de estos, ordenaría a L que detuviera el trote, quedando la joven en posición de respeto ante los señores, casi agradecida a que se la hubiera retirado de la zona en que estaba y acabado con el servicio que estaba realizando. Ahora se encontraba más defendida y en compañía de otras marranas, lo que permitía pasar algo más desapercibida. Pero no era esa la intención.

.- Aquí tienen a la nueva marrana. Como verán aún no ha sido marcada como marrana ya que comienza ahora su andadura, y tiene que ganarse el puesto, lo que no debe suponer ningún inconveniente en cuanto al servicio ni al uso que deseen hacer de ella. Está a su disposición para todo lo que gusten de ella. Al menor incumplimiento o muestra de desatención no tienen más que indicarlo para que sea castigada. Ya ven cómo viene, y saben que ha sido puteada con profusión, para que vaya cogiendo gusto a su nuevo oficio. Si quieren que se ocupen de ella no tienen más que decirlo. Se puede hacer aquí mismo, si a ustedes les divierte. – L, no sabía a qué se refería el camarero con su último comentario, que no era otra cosa que la posibilidad de limpiarla de los restos que llevaba en ella. De lo anterior prefería no acordarse, pero no podía evitar la referencia a su oficio, sabiendo que de eso se trataba, por mucho que ella quisiera obviarlo.

.- Gracias, vamos a verla, su guarrería será una demostración de su puterio. Aunque, probablemente, después nos apetezca que la marrana nos brinde ese pequeño espectáculo.

.- Cuándo y cómo ustedes gusten. – Luego, dirigiendo sea L: - Marrana, tienes el privilegio de servir a los señores. Cumple como es obligación de toda marrana. Preséntate.

L, que había escuchado desasosegada, tenía que saludar, lo hizo de la forma debida, reverenciando y después ofreciéndose.

.- Marrana en respeto y obediencia.

Los señores la miraban complacidos, mientras ella permanecía en posición de respeto ante ellos. No sabía cuál debía ser su siguiente paso. El día anterior se humilló para despedirse, pensó en que debería hacer lo mismo para presentarse. Estaba confusa, pensando en lo que sería mejor para ganarse a esos hombres. Luego pensó en bailar. Tensa, quería romper la situación.

Como los hombres no dijeran nada, sin soportar más un silencio que ella encontraba amenazador y temiendo lo que pudiera llegar si no hacía nada, se decidió por lo que estimó resultaba más demostrativo de su entrega. Se arrodilló ante el señor más cercano y humillando a sus pies fue a besar los zapatos. El hombre rió, y paró el intento.

.- Déjalo para después. No me manches los zapatos. Queremos verte bien. Levántate y muéstrate.

A pesar de lo humillante de permanecer a los pies de alguien y besando sus zapatos, L lo prefería a mostrarse, y más si debía hacerlo en un lugar que podía ser apreciado por cuantos pasaran por sus proximidades. Pero no tuvo más remedio que obedecer. Se incorporó, reverencio y comenzó a mostrarse. No era una primeriza en esos menesteres que había realizado con creciente desinhibición y desvergüenza en la zona de presentación a los clientes, y delante de la señorita, pero hacerlo en los salones suponía hacerlo ante muchos más, lo que incrementaba los riesgos de que alguno la conociera. Y el lugar donde estaba era más abierto y ofrecía una visión mayor de lo que ocurría en él, que podía apreciarse desde la barra.

L no sabía hasta dónde debería llegar en las muestras de sí misma. Comenzó con lo menor, tratando de eludir todo lo que pudiera. Al hacerlo se percató de algo que sabía pero que estaba olvidando, llevaba el cuerpo llenó de los restos dejados por quienes habían usado de ella, y principalmente el culo y coño, aún con la humedad, no secada, de las corridas que habían recibido. Al mostrar esos agujeros separando las nalgas o abriendo el coño, sus dedos se pringaban con los restos que quedaban en ellos. Los hombres estaban disfrutando del añadido de obscenidad que suponía esa muestra de la marrana.

L quiso encontrar en el baile la forma de mostrarse con menos descaro, y al tiempo descender las muestras de sus agujeros, y con ellos la guarrería de los pringues que llevaba. Pero resultó evidente que no era lo que los hombres deseaban. El que había ordenado, ahora lo haría a otra de las chicas.

.- Trae una buena caña. – La chica, de inmediato, se acercó al búcaro con las cañas y después, con varias en la mano, regresó a entregarlas al señor, que eligió una larga y flexible.

L comprendió que la demanda tenía relación con su forma de mostrarse, tenía que hacerlo más y mejor si no quería que el hombre usara la caña. Se inclinó, y separando las piernas mostró el centro del cuerpo desde atrás.

.- ¡Acércate! – El hombre ordenaba a L, que se aproximó.

.- ¡Ah!

La caña había caído sobre el culo de L, que no necesitó más para iniciar las muestras que el hombre deseaba. Volviendo a inclinarse y separando las piernas, separaría también las nalgas al tiempo que se ofrecería:

.- Marrana mostrando el culo de marrana, señor.

Luego pasaría la mano entre las nalgas, acariciando la raja. Girándose, mostraría y ofrecería el coño de modo similar. Sonreía al hacerlo, dominando la tendencia contraria.

.- Cada vez que pases los dedos por el culo y el coño chúpatelos bien. Quiero que limpies esas zonas, pareces una puta guarra. ¿No te da vergüenza cómo vienes?

L gimió por el comentario y la orden, que tenía que cumplir. Era la primera y más asqueada de su suciedad, y limpiarla a base de chupar sus dedos pringados de ella hacía que tuviera que comenzar a contener las nauseas.

L se mostraría como querían los hombres y se limpiaría lo mejor que fue capaz, chupando los dedos cada vez que los pasaba por culo y coño, pringándolos de los restos de semen que quedaban en ellos, venciendo las nauseas y tratando de evitar los pensamientos sobre lo que hacía, la suciedad que suponía, acaso los peligros. Aunque esos ya los habría corrido. Quería pensar en el lugar, en el burdel, como en una zona limpia y bien cuidada, que atendía impecablemente a ese aspecto.

El lugar donde se encontraba L, al estar abierto hacia una zona también abierta y cercana a la barra, auspiciaba la contemplación de lo que sucedía en ella, tanto para quienes estaban en la barra o se acercaban a ver bailar a las chicas en la zona de baile o a la que bailaba en el estrado, como por ser un lugar de paso. Esas circunstancias favorecían que hubiera más interesados en presenciar lo que sucedía en el pequeño habitáculo, lo que no parecía que los señores a los que atendían las putas quisieran ocultar ni obstaculizar, por lo que algunos se aproximaron a ver el espectáculo más de cerca, lo que L percibió con el temor de siempre y la vergüenza por lo que estaba haciendo, que sería presenciado por todo el que pasara y, más aún, por quienes se acercaran ante el espectáculo que ofrecía con sus lamidas a los dedos y sus penetraciones en culo y coño. Y en unos momentos, el espectáculo iba a ofrecer otra excitante muestra.

Durante un buen rato L estaría mostrándose y limpiándose hasta lograr un grado de aseo bastante satisfactorio, ella misma lo notaba al llevar los dedos a la boca, ya no llegaban casi pringados.

El hombre la ordenaría acercarse más, lo que ella haría siempre sonriente. Él la cogería por el coño con la mano sopesándolo y después agarrándolo con el puño.

.- Vuélvete. – Lo hizo, ahora quedó mostrando el culo, que él acariciaría primero, para después pasar la mano entre las nalgas buscando la entrada al agujero trasero, sobre el que presionaría con un dedo. Al encontrarse lubricado no fue difícil que el dedo lo penetrara. – Ya estás algo menos guarra. Muéstrate a los señores.

L tuvo que pasar ante los demás, mostrándose de modo similar ante ellos, y recibiendo las caricias y toques que quisieron darle.

Llamaron al camarero. Cuando se acercó, uno de los hombres pidió:

.- Ahora sería conveniente que la marrana estuviera preparada para que usemos de ella. Puede enviar a alguien para sanearla.

.- Por supuesto, señor.

De nuevo, L no supo a qué se referían, y de nuevo lo sabría enseguida. Al cabo de no más de 2 o 3 minutos llegaron dos compañeras de L con sendos carritos de dos pisos, en ellos una palangana y una jarra grande en ella, y una especie de hornillo de gas y una vasija llena de agua junto con una canastilla con varios utensilios.

L iba a sufrir una de las ignominias y humillaciones que nunca podría olvidar.

Las chicas saludaron a los señores. Una preguntó si deseaban que comenzaran la limpieza. El hombre que solía hablar dio permiso. Una joven cogió la palangana y la puso en el suelo delante de los señores. Luego se dirigió a L.

.- Ven, marrana. – L no podía más que obedecer. Se acercó a la chica. – Ponte a horcajadas sobre la palangana. – Lo hizo mirando a los señores. – Agáchate. – Anonadada supuso lo que iba a suceder. Iban a limpiarla allí, delante de los señores, y de quienes se acercaran a presenciarlo. Era horrible. No quería que hicieran eso con ella y menos en público. Ni siquiera serían los señores quienes lo vieran, lo verían todos los que quisieran.

Pero la limpieza iba a ser mucho más especial y humillante de lo que L pudiera prever. Se colocó a L a 4 patas, siempre sobre la palangana, que quedaba bajo ella, entre sus piernas. Estaba obligada a mantener la cabeza alzada y mirando hacia delante, al estar puesta de cara al exterior del cubículo podía ver a quienes estaban mirando lo que sucedía en él y se hacía con ella. Asustada, vería como volvían a aparecer más interesados en ello.

La chica que se ocupaba de los utensilios cogió uno, era una cánula de color negro y tan gruesa como los falos con que se la enculaba, que continuaba en un tubo de goma trasparente, se acercó a L y separando una nalga con la mano, buscó el agujero del culo insertando la cánula en él, luego giró el exterior de la cánula, no se veía el resultado, pero al hacerlo, en la parte que quedaba en el interior del culo se abrían unos salientes, como puede hacerlo la tela de un paraguas, que quedaban presionando sobre el interior del agujero para evitar que la fuerza que, sin duda, haría L para expulsar la cánula lo lograra. L se dejaba hacer sin conocer aún lo que se estaba preparando. La chica introdujo el final del tubo de goma en un embudo también trasparente, después cogiendo la jarra llena de agua, comenzó a verterla en el embudo.

L, de repente, notó como algo pasaba al interior de su culo, al principio no resultaba molesto, supo que era agua y que estaba algo caliente. Después su receptáculo se fue llenando lo que comenzó a ser desagradable, pero soportable, la chica iba dosificando el paso del agua atenta a las señales de incomodidad o dolor de L, que se unían a la creciente necesidad de evacuar lo que estaba entrando en ella.

L, que miraba a los que tenía en frente casi sin darse cuenta de lo que veía, atenta al dolor que a veces surgía, por momentos sería consciente de su postura y del espectáculo que ofrecía, regresando los miedos a ser descubierta. Entonces, su mirada, asustada, intentaba asegurarse de que no hubiera nadie conocido que la estuviera contemplando, haciéndolo siempre con el temor a mirar que se unía al de ser reconocida, para volver a lo que sucedía en su cuerpo

El agua seguía entrando en ella, llenándola. Cada vez la dolía más, y más imperiosa se hacía la necesidad de vaciarse de todo. Parecía que su interior no podía recibir más. Quería expulsar la cánula y después el agua, pero una de las chicas mantenía la cánula firmemente fijada en el agujero para asegurarse de que no la echara. Se quejaba. Por fin la chica que echaba el agua avisaría,

.- Creo que está llena.

.- Ponla un poco más y caliente, la que tiene se estará enfriando.

.- Sí, señor.

La chica cogió un cazo del agua que estaba calentándose, que salió humeando, y comenzó a vaciarlo en el embudo. L notó el aumento de la presión y de inmediato el calor y el dolor. Se quejó, crispándose y tratando de contenerse para no llamar más la atención. Ya había un numeroso grupo de espectadores contemplando su lavativa. Notaba como el vientre alcanzaba unas dimensiones de parturienta, y la tensión para expulsar lo que contenía se incrementaba lo mismo que el dolor. No iba a aguantar mucho más. Los gemidos se hicieron continuos.

.- Ciérrala y asegura el cierre. – Era el hombre quien lo decía.

La chica actuó sobre la cánula dando un giro lo que cerró el orificio, luego su compañera le entregó unas correas que pasó sobre la cánula y después entre las nalgas por detrás y subiendo por los lados del sexo, por delante hasta los laterales de la cintura, ahí unió las de delante y las de detrás con una especie de cinturón que llevó muy alto, sobre el vientre. Una vez en su sitio lo cerró, tirando de él y de las correas que llegaban por el culo y por delante, haciendo que L se quejara.

.- Ponte en pie, marrana.

L necesitaría la ayuda de ambas chicas para incorporarse. El movimiento volvió a producir dolor. Cuando se incorporó comprendió que le costara tanto. Aparecía con un vientre desfigurado. No sabía los kilos que pesaba, pero no serían pocos. La chica que se ocupaba de las correas siguió haciéndolo. Apretó más las correas sobre el culo, presionando con fuerza sobre la cánula que se clavaba en el culo, para evitar que L pudiera desalojarla. Luego cerró aún más la correa en la cintura hasta que se clavaba en ella, haciendo daño a L, que se quejaba sin obtener la menor respuesta. Acabó.

.- Ya tienen a la marrana tomando una grata lavativa.

.- Baila, marrana. – Ordenaría el señor.

Las otras marranas dejaron sitio a L para que bailara, mientras ellas se echaban a un lado para que fuera L quien quedara de protagonista del baile. Bailar en esas condiciones no solo era tremendamente humillante también era doloroso, los movimientos repercutían en su interior convirtiéndose en dolor, pero no tenía más remedio que bailar, las veces que se paró recibió un golpe firme y duro de la caña, que la recordó que no debía detenerse antes de que se la hubiera dado permiso para hacerlo.

Pero si el baile era doloroso mostrarse de la forma en que lo hacía suponía una degradación especial. Se movía con dolor y sintiéndose denigrada con ese vientre que destrozaba su figura y la convertía en una puta especial, aún más infamada y servil. Y seguía sucia, guarra, con los restos dejados en ella en pelo y rostro, además del vientre, los muslos, el culo, la espalda.

L comenzaría a ser consciente, y no era la primera vez, de que era mucho mejor para ella acomodarse a lo que se la mandaba, obedecer sin ninguna muestra de oposición, al contrario, demostrando su sometimiento, antes que aparecer como renuente o reacia, y mucho menos díscola o rebelde, por lo que a pesar del dolor intentó bailar lo mejor que pudo, sabiendo que estaba ofreciendo no solo una muestra de sumisión y servilismo, sino que lo hacía de modo que a quienes la estuvieran contemplando no les cupiera otro pensamiento que el de estar viendo a una puta del burdel, completamente sometida y entregándose a lo que se quería de ella por muy indigno o vejatorio que fuera. Meneándose de forma que quería incitante, cuando no excitante, a pesar de la tripa hinchada. Ofreciéndose con las manos, mostrando las tetas, contoneando unas caderas que difícilmente soportaban el peso que se les obligaba a mantener.

No supo el tiempo que estuvo bailando con ese vientre hinchado, tratando de distraerse con el baile de las molestias que sentía y las ganas, difícilmente soportables, de evacuar todo lo que llevaba dentro. No pensaba en cómo se efectuaría el vertido y menos dónde. E iban a ser esos detalles los que supusieran el añadido de indignidad que supondría la lavativa.

Después de estar bailando para los señores y para los espectadores que no pararon de acudir a presenciar el espectáculo, incrementando su número de modo constante, divertidos con esa especie de parturienta que se meneaba tratando de mostrarse sexi, apetecible, descarada, indecente, y ejerciendo un atractivo especial que se manifestaba en la presencia del grupo de mirones, los señores iban a continuar ofreciéndose a sí mismos y ofreciendo el espectáculo a quienes quisieran presenciarlo.

.- Creo que la marrana debe haberse limpiado ya. Quitadla la cánula y que desagüe.

En un primer momento L no comprendió lo que eso podría suponer, solo cuando las chicas comenzaron aflojar las correas que sujetaban la cánula comenzó a atisbar lo que podía llegar. Una colocó la palangana en el suelo.

.- Ponte en cuclillas sobre la palangana.

Entonces comprendió. No podía pretenderse… era horrible. No podía hacer eso allí, delante de toda esa gente. Estaba ansiando evacuar pero no así, no allí. Tenían que llevarla a un aseo. No podía hacer una acción tan asquerosa en presencia de nadie. La chica, ante su falta de respuesta, se acercó y empujándola hizo que se colocara con la palangana entre las piernas, pero sin que ella iniciara el movimiento de agacharse. La chica puso una mano sobre el vientre de L y apretó, sintió un retortijón, dejando escapar una queja y encogiéndose.

.- Agáchate. No querrás soltarlo todo de pie.

.- No, por favor.

.- Agáchate. – Para animarla volvió a presionar sobre el vientre. La queja fue mayor. L se agachó dejando la palangana en medio, la tensión por echar el líquido se hacía insoportable. Quedo en cuclillas con la palangana entre las piernas. Notó como la chica retiraba la correa entre las piernas, al tiempo que la otra chica mantenía la cánula fija en el culo.

.- La marrana está lista para desaguar.

La que se ocupaba de la cánula levantó la presión, el objeto comenzó a salir, para hacerlo casi de golpe, obligando a la chica a retirarlo rápidamente. L notó el comienzo de un relajo que se hacía mayor y tremendamente grato, hasta que se percató de que estaba vertiendo el agua y las heces que con toda seguridad saldrían en unión. Su bochorno y degradación eran completos. Escuchó los aplausos de los espectadores, lo que la abochornó aún más. Quería ocultarse y en lugar de eso estaba siendo contemplada por un grupo, cada vez más crecido de espectadores, que estaban acudiendo a presenciar algo que sin duda ofrecía un atractivo especial a tenor de la expectación que producía.

L escuchaba la salida del líquido, con ruidos que unían los de la expulsión del agua, de gases. Era horrible, y era ella quien producía esos ruidos y expulsaba esa suciedad. Y seguía haciéndolo. Una de las chicas la había cogido por ambas manos, que mantenía elevadas, medio sosteniéndola en la posición que debía mantener, evitando que las utilizara para ocultarse con ellas. Para permitir lo mejor posible la contemplación de L. se había colocado a un lado de esta, llevando las manos hacia ese lado, con lo que los espectadores podían verla bien desde delante y desde detrás.

L iba quedando relajada, aunque su cuerpo siguiera haciendo esfuerzos por expulsar lo que quedara en él, lo que seguía produciendo algunos vertidos y ruidos asquerosos. Por fin pareció haber acabado. La chica que la mantenía cogida tiró de las manos hacia arriba. Ahora era aún peor, la iban a contemplar en toda su plenitud y completa desnudez, y no podía evitarlo.

.- Marrana, reverencia y agradece a los señores.

Y encima esa demanda. No supo cómo pero reverenció, aturdida, deseosa de acabar, como si al hacerlo se la permitiera desaparecer. Tenía que agradecer. Había agradecido muchas veces, pero cómo agradecer lo sucedido, qué decir a los señores que la miraban divertidos, esperando sus palabras.

.- Gracias, señores. Gracias por todo. – Volvió a reverenciar. – Se oyeron más aplausos.

La chica se dirigió a los señores.

.- Si les parece bien la marrana retira la palangana para limpiarla y que no la tengan aquí sucia.

.- Muy bien. Y que ella vuelva a limpiarse aquí.

.- Muy bien, señor. Enseguida se la traigo de vuelta, con la palangana limpia. Marrana, coge la palangana y ven conmigo.

Era otra humillación. Estaba desnuda y tenía que seguir a esa chica por el salón y con una palangana llena de aguas asquerosas. No era capaz de moverse.

.- ¡Ah!

El señor había utilizado la caña con firmeza y acierto.

.- Ten, coge esta caña y utilízala si la marrana se muestra remisa. – Se la ofrecía a la chica.

.- Gracias, señor. Vamos marrana.

L cogió la palangana. Pero L volvía a sentir la necesidad de evacuar de nuevo, el dolor se hacía presente. La chica que se ocupaba de ella lo comprendió.

.- Permiten a la marrana volver a evacuar. – Preguntaba a los señores. El que llevaba la voz cantante lo autorizó y ella a L, que dejando la palangana en el suelo y colocándose en cuclillas sobre ella, volvió a desaguar, obligada por la apremio y abochornada de tener que hacerlo frente a quienes estaban contemplándola.

Después, la chica ordenó a L que cogiera la palangana, y seguirla, lo que hizo pasando entre el grupo de espectadores que abrían paso al tiempo que aplaudían.

L tuvo que hacer el recorrido por el salón pasando por la zona de la barra, con una palangana maloliente, que llevaba a la altura del vientre con lo que todos podían ver su contenido. Y notando como resbalaban por sus muslos desde el coño y el culo, los restos de porquería y de agua, que podrían ser vistos por quienes se fijaran en ella.

Si todo era afrentoso, al tiempo que la colocaba en una posición que la ridiculizaba, lo peor era la publicidad que la concedía, expuesta una y otra vez en esa especie de picota pública que eran las llamadas de atención que se hacían constantemente sobre ella, sobre sus acciones, sobre sus servicios, sobre su puterio, que estaba consiguiendo que la vieran y conocieran un buen número de clientes, con los riesgos que eso suponía para L.

Pocas veces había pensado en que pudiera ser reconocida fuera de aquel lugar por quienes la hubieran visto en él, por ser algo bastante improbable, pero que cada día se convertía en algo más probable, y que la argolla de la nariz convertía en un hecho fácilmente comprobable. Esa tarde esa idea pasó bastantes veces por la mente de L, cada vez que era mostrada ante un conjunto amplio de clientes, surgía en ella, aterrándola. Ahora no solo era el miedo a ser reconocida por quienes la conocían antes, ahora era el temor a que la reconocieran los que la han llegado a conocer en el burdel.

La chica la condujo hasta un aseo de las marranas. Allí tuvo que limpiar la palangana, sin que se la permitiera limpiarse ella, ni siquiera orinar.

.- Todo lo podrás hacer ante los señores. – Sería la respuesta que recibiera.

Regresarían al cubículo, L lo haría llevando la palangana, ahora mediada de agua limpia. El recorrido de vuelta sería por el mismo lugar que el de ida, pasando ante la barra, exhibiéndose ante los clientes que estaban en ella. La chica la había avisado que quería verla hacer un buen paseíllo.

.- Quiero que tu culo se lleve todas las miradas, si te veo remisa recuerda que tengo la caña y que sé usarla.

L tuvo que pasar contoneándose descaradamente. Aún sucia.

Según se acercaba al cubículo vio como aún quedaba gente esperando su llegada.

.- Menea más el culo, marrana, que animes a los señores.

La iba a ver todo el club. Había bastantes clientes y ella se iba mostrando con una desvergüenza que no es que atrajera las miradas, es que iba poniendo de manifiesto su desvergüenza e impudicia, que debía mostrar sonriente, como si todo aquello estuviera realizado con agrado, con satisfacción, con el deseo de servir a los clientes.

“Y me están viendo.”

“Y lo que acabo de hacer… es horrible.”

“Si alguien me reconoce…”

Al llegar al cubículo el señor de siempre la diría:

.- Límpiate un poco. – Ella, que estaba deseando limpiarse la suciedad que aún quedaba en su cuerpo no deseaba hacerlo allí, pero sabía que no podía evitar obedecer. Una de las chicas la dijo.

.- Deja la palangana en el suelo y ponte en cuclillas sobre ella.

Se agachó, para ir limpiando toda su entrepierna, descubriendo que estaba manchada desde el culo hasta los muslos. Al limpiarse notó la suciedad que había salido de su cuerpo, volviendo a sentir el asco que eso producía. Pensó en haber acabado y quiso incorporarse, la chica se lo impidió.

.- Límpiate mejor. Mete los dedos en el culo y que quede perfecto, lo voy a comprobar.

Si hacerlo era suficientemente ingrato, hacerlo delante de todos aquellos que la contemplaban resultaba bochornoso y degradante, y tenía que hacerlo. Llevó los dedos al culo, introdujo uno en él.

.- Hazlo bien, marrana. Métete más dedos y límpiate bien tu puerco culo. Los señores pueden hacerte el honor de usarte por él y tienes que ofrecérselo limpio.

Y se la explicaba por qué se quería que tuviera el culo limpio: para encularla.

Cuando estuvo limpia la chica la ordenó incorporarse. Supuso lo que iba a llegar, pero antes tendría otra sorpresa.

.- Mea. – L, quedó avergonzada y confusa, lo había pedido antes, cuando estaba en el aseo, ahora no deseaba hacerlo, ni que la chica lo dijera en voz que sería oída por todos. – Mea poniéndote sobre la palangana, para que caiga en ella. – L no se movía.

.- ¡AAHH! – El golpe con la caña había caído con firmeza. L comprendió que no iba a escabullirse y que tendría que hacer lo que la chica la mandaba. Se colocó sobre la palangana, quiso agacharse.

.- ¡De pie! Y no vayas a mear fuera. Pon las manos detrás de la cabeza y echa hacia delante el coño. – Tuvo que hacerlo, quedando en esa postura sin que lograra comenzar a orinar. - ¡Mea!

La orden pareció hacer efecto, quizás por el miedo a que pudiera llegar con otro golpe de caña. Comenzó a dejar escapar la meada, con cuidado de hacerlo en la palangana. Estaba de cara a los señores, no se atrevía a mirarlos, manteniendo la mirada baja. Escuchaba como la orina caía sobre el agua de la palangana produciendo un sonido que la parecía guarro y vergonzoso, y prolongado. Estaba deseando acabar y no acababa nunca. Por fin lo hizo. La chica la ordenaría:

.- Ponte inclinada y separa bien las nalgas con las manos, mostrando bien el agujero del culo. – La chica comprobaría con sus dedos la limpieza del agujero. – Señores, la marrana está limpia y lista para ser usada a su antojo. – Marrana, baila para los señores.

L lo haría con el agrado de escapar a todo lo anterior. Ahora, al menos, hacía algo normal, aunque enseguida pensó en que no sería tan normal, ya que tendría que mostrarse de los modos que había aprendido y ensayado. No quería recibir más llamadas de atención en forma de azotes con la caña.

Por una vez que estaba sin llamar la atención por algo degradante e indecente trataría de evitar que se la pidiera hacerlo, aunque para ello tuviera que adelantarse y ofrecer un espectáculo suficientemente satisfactorio. Pero también debía conseguir de los clientes que desearan usarla, ese era el objeto de todo lo que hacía. Y mejor era que la usaran entre ellos, en aquel pequeño habitáculo, con un mínimo de privacidad, que de los modos en que había sido usada anteriormente.

Bailaría para los señores, sonriente, alegre, mostrándose y ofreciéndose con descaro, que iría incrementando hasta entrar en el terreno de lo indecente, que antes había querido soslayar, pero que notaba que sería imposible hacerlo si quería mantener interesados a los hombres en su oferta.

L se sentía hasta cómoda bailando, quizás como réplica al baile anterior cuando parecía una hembra preñada. Quizás eso fuera lo suficientemente animante como para que comenzara a mostrarse cada vez más descarada. Primero serían las posturas, inclinándose y separando las piernas para mejor mostrar coño y culo, después separaría las nalgas, abriéndolas para mostrar el agujero del culo, y lo mismo haría con el coño para ofrecer su interior.

L se daba cuenta de lo que suponían las muestras que efectuaba y lo que daban derecho a pedir, pero eso poco importaba desde el momento en que sabía que se la iba a pedir todo lo que era obligado en una puta. Al pensarlo se estremeció, luego quiso desechar el pensamiento, para evitarse más problemas. Ahora deseaba mantenerse en aquel apartado y que fueran aquellos señores quienes usaran de ella, sin que se la llevase a otros. Más vale malo conocido, se dijo.

Uno de los señores pidió que llevaran un taburete. Enseguida fue aportado.

.- Si no os importa, me apetece un poco más de diversión.

L fue colocada boca abajo sobre el taburete.

El hombre que había pedido el taburete se levantó acercándose por detrás a L, sería el primero en darla por el culo. Después pasarían los demás. Sería enculada, follada, limpiaría las vergas que la habían sodomizado y follado. Una de las marranas se ocuparía de ella cuando uno de los hombres la enculaba. Lo haría como L conocía, lamiendo la polla y al tiempo su coño, lo que proporcionaría a L el único momento auténticamente placentero del día. La chica, que era la misma que más se había ocupado de ella, habiendo hecho que se mostrara y ofreciera de forma obscena, que la había azotado sin compasión, ahora sería la causante de su gozo.

Mientras L era sodomizada, su compañera lamía su coño, con conocimiento y habilidad, crispando a la joven, hasta hacerla olvidar su situación, incluso la verga que la enculaba, para concentrarse en su sexo al que la lengua y los labios de su compañera llevaban a una situación de excitación, que con los dientes alcanzaría el paroxismo al morder el botón para de inmediato chuparle, absorbiéndole en su boca, hasta conseguir que L explotara. Pero sería un momento de goce en aquel mar de ignominia y degradación.

Cuando los señores se cansaron de usar de ella, la ordenarían bailar para ellos. L se incorporó, reverenció, agradeció y comenzó a bailar. Quedó entre las demás chicas, aturdida, bailando, queriendo desaparecer de allí. Preguntándose qué hacía con ese grupo. Diciéndose que ella no pertenecía a él, que no tenía nada que ver con aquello, que ni podía, ni debía, ni quería estar allí. No era una marrana más, aunque lo pareciera, y nadie tenía derecho a enviarla a atender a aquellos señores, a dejarse hacer por ellos, a complacerles, a satisfacer sus instintos, a comportarse como una marrana, una ramera.

.- Baila bien, marrana. – La voz llegaba de alguien cercano, miró, era uno de los señores quien se lo decía. L, confusa y asustada, trató de bailar mejor. Lo había hecho hacía muy poco, pero estaba cansada, harta, y no quería excitarlos para que volvieran a desear usar de ella otra vez. Y volvía a estar asustada de ser vista por cualquiera que pasara, miró a su alrededor, nadie parecía fijarse especialmente en ella, trató de concentrarse en el baile, pero la resultaba muy difícil, en su mente seguía el temor a ser reconocida. Llevaba la marca en su coño, que la asimilaba a las demás chicas del club. Si alguien la veía, cómo explicar que no era una más de ellas. Esa idea, ese miedo, serían su principal desasosiego, su gran ansiedad, que no era capaz de olvidar mientras bailaba ante los hombres, incapaz de relajarse y hacerlo como debía.

Pensó en que estaba mejor a los pies de los hombres, así, al menos, no se vería su rostro y sería más difícil que fuera reconocida. Después de bailar un rato, otro de los hombres la ordenaría:

.- Marrana, muéstrate que te veamos.

“Otra vez, no.” – Pensó tan nerviosa y perturbada que temblaba ante la idea de volver a empezar.

Suponía lo que querrían que hiciera. Estaba a la vista de todos los que pasaran o miraran desde las proximidades, pero no podía desobedecer, sabiendo que sería otra llamada de atención que podía volver a que concurrieran todos los que deseaban presenciar un espectáculo impúdico.

.- Muéstrate y ofrécete. – Ahora era otro quien pedía y concretaba. Y resultaba muy duro hacer lo que se le pedía. – Acércate. Ponte aquí. – Señalaba un lugar en que dejaba a las marranas que seguían bailando detrás. Se acercó. Tenía que comenzar su muestra, su ofrecimiento.

Luego, las secuencias se sucederían de modo muy parecido a como ya sucediera, pero con bastante más calma, poniendo de manifiesto que los clientes estaban bastante menos ansiosos, era como la despedida. Uno de los caballeros la llamaría y ella acudiría sin demora, avergonzada, y sobre todo asustada, solamente contenta de dejar de exhibirse, por  lo que esto suponía de oferta más pública de sí misma, de muestra de su desvergüenza y al tiempo de su ignominia, y más aún por lo que tenía de escaparate, de ponerse en evidencia, de exhibirse ante todo el que pasara; ante el señor, incluso a los pies de él, se encontraba más resguardada, se sentía más protegida, aunque eso implicara la realización..., pero no quería pensar en ello. No querría pero no quererlo no significaba poder evitar lo que llegara y llegó la demanda de chupar la verga al hombre. Si L lo había temido, al recibir el mandato quedó aturdida, era volver a empezar, y tenía que hacerlo, era imposible evitarlo, a no ser a costa de un escándalo y eso era lo último que deseaba. Aceptó el mandato y agachándose al encuentro del trozo de carne que se le ofrecía, lo tomó en la boca, comenzando a chuparlo conforme se deseaba. Seguía aturdida, confusa, temerosa, y aunque trató de hacer bien la mamada se percataba de no estar en ello, de estar distraída, recibiendo una llamada de atención del hombre, que la hizo temer la reacción de este y conseguir que, a pesar de sus miedos, intentara obtener algo mejor para él. Procuró introducir la verga lo más posible en la boca obteniendo el aplauso del hombre.

.- Así está mejor. – Sin duda era mucho más acomodaticio que el del día anterior. Se ayudó con las manos puestas sobre la cabeza de L para obligar a esta a mantener la verga en la boca, hasta que se corriera y ella tendría que tragarse todo.

Y después no llegarían otras demandas y otros demandantes, pero con parsimonia, dejando que L bailara entre demanda y demanda, lo que supuso que desaparecieran los mirones, lo que no dejó de mitigar los miedos de L.

Tendría que satisfacer a los demás caballeros, y lo haría por todos sus agujeros, y lo haría intentando complacer,  colmar a todos ellos, por ser lo que debía hacer, por ser el deber de una marrana, por ser lo que deseaban los clientes, y por saber que si no lo hacía sería castigada.

Y si la humillaba obedecer, plegarse, someterse, hacerlo por miedo al castigo suponía una humillación adicional. Pero no solo era el miedo al castigo, existía otro temor aún más grave. Si buscó que todos quedaran plenamente satisfechos de sus servicios, con ello quería evitar cualquier situación potencialmente discordante, que pudiera llamar la atención sobre lo que sucedía, sobre ella misma, quería llamar la tención lo menos posible, quería aparecer como una más, cuando eso era lo que más había rechazado.

Se dejó hacer cuando los hombres solo la usaron y querían solo eso, pero cuando fue preciso añadir su contribución a la consecución del goce deseado, lo aportaría casi mecánicamente, como algo debido que no tuviera más remedio que llevar  a cabo, y al tiempo como algo querido, precisamente para evitar situaciones conflictivas, que exponiéndola aún más a la contemplación, la pusieran más al descubierto.

Y tampoco con el servicio a esos clientes iba a concluir ese primer día de prostituta. Cuando aquellos decidieron irse, L les acompañaría a despedirles junto con las otras marranas que les estaban atendiendo. Irían todas bailando, mostrando su alegría y satisfacción por haber tenido el agrado y vanagloria de poder servirles. L ya conocía las formas que se le podían exigir, si es que ella no se adelantaba a ofrecerlas. Lo harían las otras, humillando ante los señores y besando sus pies, lo que tuvo que imitar L, poniendo de manifiesto su complacencia al hacerlo y el deseo, casi ansiedad, de volver a ser elegida para servirles.

Para su sorpresa, cuando dejaron a los clientes el camarero que se había ocupado de ella iría recogerla.

.- Tienes que acabar de servir a los señores clientes. – L no sabía a qué se refería. Llevaba horas sirviendo y se quería que continuara. Se dio cuenta que esa referencia al servicio lo era a ser prostituida, y eso era lo que estaban haciendo con ella, prostituirla y eso era lo que se quería seguir haciendo. Y lo iba a ser, de nuevo, de forma humillante para ella.

El camarero diría a otra de las chicas que también fuera con él.  Conduciría a ambas al cubículo del que acababan de salir. Allí continuaba el taburete, ahora mejor colocado en la parte más exterior del lugar.

.- Marrana, – se dirigía a L – túmbate en el taburete. – L le miró con expresión sorprendida y alterada. No quería pensar en que se quisiera volver a ofrecerla y menos colocada en una postura indecente e ignominiosa. Pensó en negarse, pero el camarero llevaba la caña en la mano y L sabía que no dudaría en utilizarla. Pero si se sometía podía esperarla otra sesión de prostitución con el constante susto a ser vista por alguien que la conociera. Ya solo quería que la llevaran a un lugar cerrado, sin que existiera el miedo a ser descubierta.

“¿Por qué hacen esto conmigo?”

Y si ella no lo sabía, la señorita, sí. Iba a conocer lo que era ser prostituida, al tiempo que se la forzaba a aceptar, a someterse. L, ya completamente rendida y entregada, se colocó sobre el taburete de la misma forma en que entes lo había estado. El camarero ordenaría a su compañera.

.- Sujétala manos y pies a las patas del taburete. – La chica lo haría de inmediato, dejando a L atada de pies y manos a las patas del taburete, imposibilitada de  moverse. – Pon el cartel al lado del taburete. – L no se había fijado en el cartel, que era un letrero sostenido por un soporte, que quedaba a la altura del taburete, en el que podía leerse:

“Marrana primeriza, en aprendizaje. Agradece lecciones prácticas”

Y las recibiría. L permanecería sujeta al taburete mientras fueron pasando y ofreciéndola esa lecciones prácticas que agradecía, todos aquellos que quisieron que quisieron dárselas, que no fueron pocos,

Cuando acabó de recibir lecciones, L sería llevaba a cambiarse, tampoco se la ofrecería limpiarse, con lo que tuvo que vestirse manteniendo en su cuerpo todo lo que en él se había dejado. Se sentía sucia pero nada podía hacer hasta llegar a casa y asearse, y antes tenía que pasar por las oficinas. Notaría como la camiseta se pegaba en algunos lugares al cuerpo, supo de qué se trataba, eran las zonas donde aún quedaban restos húmedos, lo mismo sucedería con la falda. Iba a ir con la ropa manchada. Y llevaba restos también en la cara y el pelo.

La criada que estaba con ella la limpiaría un poco la cara y la recompondría el maquillaje, pero sin limpiarla del todo, como si hubiera recibido orden de dejarla con toda la suciedad posible.

Cuando esperaba para salir apareció la señorita. Seguía con sus pantalones de montar, las botas y la fusta. L se puso en posición de respeto, cuando llegó ante ella, se ofreció:

.- Marrana en respeto y obediencia, señorita Laura. – se mantenía erguida y en tensión.

.- Como te avise cuando llegaste te iba a convertir en una marrana de esta casa. Hoy has empezado a serlo. Estarás contenta y agradecida. Es una gran distinción para ti. – Tenía que contestar a una afirmación denigrante, no podía evitarlo.

.- Sí, señorita Laura.

.- Ha sido una bonita iniciación como ramera. No te puedes quejar, has tenido bastante variedad y diversión. Espero que la hayas quedado satisfecha.

L estaba harta y tan cansada que no le hacían mucho efecto ese tipo de consideraciones burlonas. Aceptó sin más, para no mostrar ningún tipo de oposición e intentar irse lo antes posible.

.- Sí, señorita.

.- Pero no todos los días tendrás tanta diversión. Pero si la suficiente para que no puedas quejarte, de eso me encargaré personalmente.

.- Gracias, señorita.

.- No dejes de poner de manifiesto siempre y en todo lugar tu condición de marrana, de la que te debes sentir especialmente orgullosa. Aunque no sea preciso que lo hagas invitando a quienes te contemplen a que se sirvan de ti. Para eso deben venir aquí o solicitar tus servicios previamente, si no los quieren recibir en el burdel. Humilla y agradece que haya hecho de ti una ramera.

L se arrodilló ante la señorita y humillando besó las botas, al tiempo que agradecía con la repetición de:

.- Gracias, señorita Laura, muchas gracias por haberme hecho una ramera, muchas gracias, señorita. – Esa vez no pudo evitar las lágrimas que quiso disimular restregando las mejillas sobre las botas de la señorita, sabiendo que se tiznaría toda la cara.

.- Ramera, quiero que esto sea prueba de que yo siempre cumplo mi palabra y hago que los demás cumplan con sus compromisos y deberes. Recuérdalo. Y humilla bien.

L lo haría, ya llorando abiertamente, pero tratando de ocultarlo, buscando en la entrega a los besos y lamidas a las botas, el tiempo necesario para calmarse.

La señorita sabía que cada día sería más difícil que L reaccionara, y lo que se hacía con ella iba encaminado, en buena medida, a evitar que lo hiciera, poniéndola en unas situaciones que fuera imposible defender, ni siquiera explicar, añadiendo la amenaza a lo que pudiera suceder si incumplía. Pero aún no estaba estabulada y hasta que lo estuviera siempre existía el riesgo de un rebote, que se quería poder controlar en caso de producirse.

Cuando la señorita la permitió incorporarse L reverenciaría manteniendo la postura ante la señorita, que se colocó detrás de ella, la acarició el culo con suavidad, haciendo que la joven se estremeciera, luego llevó la mano al agujero y unos dedos a su entrada, presionando sobre ella, ahora L se crispó, separando las piernas e inclinándose más, en un gesto que facilitaba las pretensiones de la señorita. Los dedos vencieron, casi sin esfuerzo, la escasa resistencia del esfínter, pasaron al interior acariciando las paredes del agujero. Los sacó con cuidado, mientras L notaba su ausencia con la sensación de una ansiedad insatisfecha.

La señorita llevó los dedos que acababa de sacar del culo a la boca de L, que sin necesidad de más indicación los lamería y chuparía con afán de limpiarlos, hasta que la señorita los saco de la boca, limpiándolos después a la camiseta de la joven, que permanecía inclinada.

.- Vas a ser una gran marrana.

.- Gracias, señorita Laura. – L se escuchó decir, sin asombrarse de sí misma, como si respondiera a un piropo.

.- Ya te puedes ir, ramera.

.- Gracias, señorita.

Pero antes de hacerlo volvería a humillar ante la señorita y besar sus botas. L sentía una mezcla de vergüenza y al tiempo unos deseos indebidos, impropios, de agradar a esa señorita que la había humillado de unos modos que nunca hubiera imaginado, que había hecho que se la tratara como una prostituta.

La señorita la tuvo besando y lamiendo sus botas, dándola tiempo a sentir bien su humillación, luego, con un puta pie en la cara la indicó que acabara. L se incorporó, fue a reverenciar de nuevo, pero la señorita ya se alejaba sin decir nada, dejándola en una situación casi aterrada, pensando que estuviera enfada con ella, lo que hacía que temblara. Desconcertada, buscaría la salida.

Poco a poco recobró la normalidad, todo lo que podía de una normalidad que si por algo se caracterizaba era por su anormalidad. L dejó el club tal y como estaba, sin parar a limpiarse mínimamente, anhelante de desaparecer de allí, aunque lo hiciera con la suciedad dejada en ella, a la que se había añadido, en su cara, el betún de las botas de la señorita.

Según se alejaba de la casa una idea se hizo presente hasta adueñarse de ella, tenía que solucionar su situación. Era imposible mantener lo que estaba sucediendo, ni podía tolerarlo, ni podía realizarlo. Y lo sucedido durante la despedida suponía un escarnio casi similar a lo sufrido ese día. Sentía como se estaba sometiendo hasta el punto de reverenciar y desear unas caricias de la persona que la estaba ofreciendo para ser puteada.

Pensó en que eso debía ser el síndrome de Estocolmo. Y tenía que luchar contra él, contra todo lo que se quería de ella. Pasó el reverso de las manos por la cara para limpiarse, al ver como quedaban sucias y negras supo cómo llevaría la cara. No tenía nada para limpiarse, por lo que se apresuró a llegar al coche para evitar ser vista. Ni siquiera podía tratar de ocultar la nariz y la boca con las manos, que debía llevar a lo largo del cuerpo, y encima la cabeza tampoco la podía agachar. Buscó la acera menos concurrida y caminó deprisa.

Por su mente pasaban ideas confusas sobre su situación, para después pensar en la posibilidad, tantas veces traída y llevaba, de cortar con ella, para que, de inmediato, surgieran las posibles consecuencias de hacerlo, y darse cuenta de algo que sabía, y era la dificultad de escapar, y si no lo hacía, la situación en que estaba se iba convirtiendo, poco a poco, en una especie de ratonera para ella.

“Si no salgo y pronto, no voy a poder escapar nunca.”

Pero, cómo hacerlo. Volvería a pensar en ello, a plantearse todas las posibilidades.

“La señorita ha dicho que me quiere esperando a mi señor durante una semana, quizás 8 o 10 días, y seguro que no tolera que incumpla ese compromiso... Y por lo que ha sucedido hoy, tengo que pensar que se me hará esperar como hoy, en los salones, desnuda, a la vista de todos... Con lo que eso supone de riesgo de ser vista por alguien... Y siendo ofrecida y entregada a quienes les apetezca usar de mi.”

“¿Cómo evitarlo?”

“En una semana no podré plantear nada, la señorita no lo admitiría.”

“¡Una semana entera apareciendo desnuda en los salones! ¡Y siendo puteada por todo el que lo desee!”

“O quizás más, la señorita ha hablado de 8 o 10 días, y no ha fijado plazo exacto.”

Pensó en otras respuestas. Pero no salía de las que siempre se había dado.

Si rompía por las bravas y con mucha probabilidad todo se desbarataría, no solo se jugaba su situación en la empresa, también su posible futuro fuera de ella. Y lo sucedido esos últimos días, dificultaba su posible reacción, no podía olvidar que se había amoldado a servir a su señor, es más, que ella misma había sido quien se ofreciera a él, además de todas las pruebas sobre su entrega a lo que se deseaba de ella en el club.

Lo ocurrido ese día superaba cualquier posible explicación. Simplemente referirlo sería imposible, y si lo hicieran en el club supondría que era una puta más.

Si saliera todo eso a la luz, si fuera conocido, podía despedirse, no solo de su trabajo, también de su situación social. Nadie querría saber nada de ella, y ella no podía explicar, ni siquiera excusar. Y ya se había enterado de lo que era ese lugar, y allí seguía acudiendo todos los días, y ahora para... comportarse como cualquier otra marrana..., y marcada, como lo estaban las chicas con las que estaba, con las que era puteada, como otra más, peor que las otras.

“Si sigo acudiendo, voy encerrándome cada vez más en esa ratonera.”

“Pero las consecuencias para mí no serían peores a las que surgieran ahora si rompo con todo. Y si espero, hay alguna probabilidad de que al final no ocurra nada.”

“Hasta ahora no ha ocurrido nada que me señale fuera del club, y eso es lo más importante.”

“Cuando acabe lo del anuncio y acaso lo del club... Suponiendo que tenga que aguantar hasta que se cumpla el plazo fijado...”

“Tampoco debe de ser bueno para un lugar como ese un escándalo...”

“Pero el escándalo sería para mí..., ellos demostrarían que estoy allí por propia voluntad...”

“Es un burdel y recluta a sus pupilas del modo que les parece apropiado y a mí entre ellas. Tienen la respuesta fácil, yo he firmado estar allí y llevar la marca.”

“Si se supiera, como mínimo pensarían que soy alguien raro, una ninfómana, una libertina..., nadie querría tenerme en su empresa.”

“Antes podía disimular, comía en una zona donde las chicas están vestidas, pero ahora, en los salones..., y es que se me usa como una puta más...”

“No tengo excusa..., me dejo hacer..., hago lo que me piden...”

“Si está pagando mi empresa... Es..., parece de broma.”

“El escándalo también sería para la empresa...”

“Y he elegido yo el lugar...”

“Ellos pueden aportar papeles, fotos, mi petición de adiestramiento, que es algo más, que es de algo más, yo solo mi palabra.”

“Y es que lo que hago... es porque he querido...”

“Si alguien preguntara por qué lo he hecho si no estaba de acuerdo, qué voy a decir, cómo lo puedo explicar.”

“Voy a decir que al ponerme ante el cliente no me atreví a decir que no, no me opuse, no lo rechacé, me dejé follar.”

“Pero, si ya estoy, no debería estar más. No debería pasar de donde he llegado. No quiero dejarme follar más.”

“Y eso qué implicaría.”

“Porque ya he llegado a presentarme como una... marrana, a hacer lo que hacen ellas. ¿Voy a continuar haciéndolo?”

“Si no lo hago, sería cortar y arriesgarme a lo que sucediera después.”

“Desde luego, muy probablemente, a que fuera conocido en la empresa, a que perdiera mi empleo y no encontrara otro...”

“Es posible que J sepa algo. Si fuera así, no parece que esté por la labor de contarlo. En eso es prudente, tampoco querrá un escándalo.”

“Lo mejor es acabar sin escándalo, sin que se conozca, escapar cuando sea posible.”

“Me estoy convirtiendo en una puta...”

“Pero, no, no lo hago por dinero, ni por propia voluntad, estoy cogida, obligada..., aunque no lo pueda probar, yo sé que es así. No soy una puta.”

“Lo que haga lo haré forzada.”

“Pero, ¿cómo lo dejo? ¡¿Cómo lo dejo?!”

“¡No me puedo ir por las bravas!”

“Y si mañana vuelvo, después de lo que ha sucedido hoy, sería la demostración de que acepto todo…, si me he ofrecido yo… ¡Si casi he pedido que me tomen… que me follen!”

Al pensar en lo ocurrido tembló. Se pasó la mano por la cara, como tratando de limpiarse de nuevo.

“No puedo volver… ¿Cómo voy a hacerlo?”

“Pero, si no vuelvo…” – Recordaba la amenaza de la señorita sobre cumplir y hacer cumplir sus decisiones. Y lo sucedido ese día avalaba que lo hacía.

“Tengo que decir que acepto continuar comiendo donde antes, pero que no puedo aparecer en los salones. A eso no me he comprometido..., ni siquiera con mi hombre...”

“Me dirán que lo ha dicho él... Pero eso no debe importarme, soy yo quien lo debe decir..., y yo solo he aceptado tácitamente..., puedo decir que no lo deseo..., incluso ofreciéndome a él, pero en un lugar privado..., no puedo hacerlo en público..., lo tiene que entender..., no soy una puta...”

“Pero, ya solo volver sería una confesión, una aceptación expresa de lo sucedido, de mi situación, de lo que se quiere que sea, ¡de lo que soy! ¡¡UNA PUTA!!” – Casi lo dice en voz alta.

Cada vez era más consciente de su situación, de lo que representaba, de que debía romper con ella, pero también lo era de la creciente dificultad que existía para hacerlo. No quería aceptar su incapacidad, casi la imposibilidad de poder rebelarse, pero no encontraba respuesta adecuada. Se sentía en manos de la señorita, del burdel, en su poder.

Había ido lo más deprisa que pudo hasta el coche, al entrar en él se miró en el espejo, estaba hecha un asco, las lágrimas habían corrido la suciedad, trató de limpiarse lo que pudo con las pañuelos que tenía en el coche, pudo quitarse los restos de semen que llevaba en la cara y buena parte del tizne, se peinó para desprender los pegotes que mantenía en el pelo, sintiéndose avergonzada de llevarlos. Tenía la camiseta pegada al cuerpo y no podía cambiarse.

No había comido, lo pensó cuando llegaba a la empresa, pensó en dejar el coche y salir a tomar algo, pero eso suponía pasearse por la calle mostrando la forma en que iba vestida y aún sucia. Y era muy tarde, si iba a comer apenas tendría tiempo de pasar por la oficina y si J la hubiera llamado, cuando llegara podría haberse ido. Olvidó la comida y fue a la empresa.

Volvería a limpiarse. Quedaba el mal trago de todos los días al pasar delante del conserje y de alguno de los conductores de jefes o visitas. Y lo debía hacer sin la escasa protección de la camisola, mostrando la falda demasiado corta y la camiseta también demasiado corta, que mostraba la cintura desnuda, y tan ceñida que señalaba los pezones, y ese día ambas manchadas. Menos mal que los conductores no sabían de qué.

“Si voy como una fulana.”

Siempre trataba de pasar deprisa y ese día lo haría con especial premura, sin atreverse a contener el contoneo del culo ni a deshacer la posición de las manos, llevando la ridícula bolsa. El conserje saludaría con un “buenas tardes, señorita” en las que el empleo del señorita salía con evidente retintín, mientas los otros la miraban sonriendo y añadiendo el mismo saludo, al que ella contestó con otro “buenas tardes” rápido y huidizo.

Pero esa vez no tendría suerte en la espera, tendría que aguardar al ascensor, sabiéndose escrutada por el conserje y 3 conductores, cuyas miradas sentía en sus muslos. Y cuando llegó el ascensor lo hizo con uno de los directores, que la miró entre burlón y despectivo, mientras la saludaba con evidente sorna. L se preguntaban qué sabrían en la empresa sobre lo que estaba haciendo fuera de ella.

Pasaría por el despacho a ver si tenía algo, no había ningún recado. Iría al aseo a limpiarse mejor. Se lavó la cara, y se peinó lo mejor que pudo, luego se maquilló. Cuando estuvo suficientemente arreglada fue a su despacho se encerró en él a esperar los pocos minutos que quedaban para la salida, aunque ella esperaría más para evitar encuentros desagradables. Quedó asustada de todo lo sucedido y dominada por unos pensamientos en los que no le ofrecían salida a su situación.