L 13
L comienza a servir como pupila del club
13 Primer servicio como marrana
E iba a ser lo que ocurriera en el propio club lo que evidenciara lo que L temía.
L había pasado varios días mostrándose con creciente descaro, cuando no con auténtica procacidad, para conseguir ser elegida, aunque eso supusiera tener que pagar el precio de otras impudicias en los salones del club, donde había otras chicas que actuaban de forma semejante a la suya, y que ella ya no podía evitar identificar como fulanas, ni dejar de compararse con ellas, aunque se dijera que no respondía a esa calificación. Siempre presentándose como excusa tener que hacerlo para evitar males mayores, y encontrando en el hecho de no haber tenido relaciones carnales plenas la prueba de la veracidad de su apreciación. Trataba de obviar lo sucedido con el cliente el día anterior y con el hombre que le pusiera las marcas. Pero, lo que no podía ocultarse era saber que quien la viera la consideraría como una puta más. Eso era lo que hacía más ingrata y temible su presencia en aquellos lugares, que ese tendría una confirmación que la iba a colocar en una posición muy distinta, que cambiaría la percepción de sí misma y de su situación en el club, ya convertido, para ella, en burdel.
La señorita quería que L comenzara a ser prostituida cuanto antes. Había dudado entre dos formas de llevarlo a cabo. La primera dejando que fuera la propia L quien se ofreciera, y de tal manera que no dejara dudas ante quien lo hacía de que podía usar de ella a su antojo como lo haría con cualquier otra marrana, quedando L como una puta más del burdel, que se mostraba y ofrecía para ser usada por propia iniciativa y sin que nadie la forzara a hacerlo.
Después, y sin solución de continuidad, la señorita daría el paso definitivo, que sería entregar ella misma a la joven, de modo expreso y patente, para ser prostituida, siendo L plenamente consciente de que se la ofrecía como puta y así sería tomada y usada, sin decisión ni elección sobre su acompañante ni sobre lo que este quisiera hacer con ella, teniendo que aceptar todo lo que se le impusiera.
Frente a esa alternativa estaba la de saltarse el primer paso y pasar directamente a ofrecer a la joven como una marrana más. Se decidiría por realizar las dos etapas. Si quería que fuera a ella quien debiera L su inicio como prostituta, hacer que la propia joven tuviera que verse obligada a ofrecerse para ser puteada suponía un atractivo al que no quería renunciar. Quería dejarla con la desagradable sensación de ser ella misma quien “invitaba” a que la tomaran, y después, con la aún peor, de saber que no solo no había servido para nada su entrega, sino que era ofrecida como una ramera más del burdel y tomada como tal.
El primer paso se daría ese mismo día.
L había acudido al club, como lo hacía todos los días, para recibir la pertinente doma, y después pasar a acompañar a un caballero durante la comida. Ese día, el vestido que se le dio superaba lo que L había llevado hasta entonces, llegaba prácticamente a la entrepierna, que cubría tan escasamente que al andar resultaba difícil que velara esa zona, y al sentarse sería inevitable que la mostrara, por detrás dejaba visible el inicio de las nalgas; sin ropa interior, solo unas medias negras completaban el atuendo, junto con las sandalias de tacones excesivos. Abierto por un lateral desde el hombro, del que caía ligeramente fruncido, para reducir la visión de todo ese lateral de su cuerpo, pero sin conseguirlo ni de la cadera, que sobresalía entre los pliegues, ni tampoco que con cualquier movimiento se abriera, permitiendo ver el pecho y buscar lo que no ocultaba la inexistente braga.
Aparecía vestida con el atrevimiento de las marranas, siendo imposible que nadie pudiera pensar que no lo era. A pesar de su disposición a someterse y obedecer todo lo que se le indicaba, cuando se puso el vestido tuvo un momento de vacilación, miró a la criada que se lo había entregado y que aguardaba para llevarla a la habitación de espera. Pero se amoldaría sin decir nada, la criada no podía decidir sobre lo que ya estaba decidido por sus superiores, y si quisiera variar esa decisión debería hacer venir a la señorita, y con ello no solo no conseguiría que se la diera otra prenda menos descocada, en todo caso sería al revés, y con toda seguridad, después de haberla calentado el culo, y no lo tenía para muchos trotes.
“Me elegirán antes.” – Se dijo, buscando en el buen humor la ocultación de la tensión de aparecer con esa indumentaria, que no podía evitar sentir que la señalaba como una marrana. “Pero, si todo lo que hago me señala como una más”.
“Y ya me he paseado desnuda por los salones y el comedor. No sé que pretendo defender ahora.”
“Y que solo sea esto lo que me espera.”
Y acertaría en su recelo sobre el riesgo de tener otras demandas.
Ese día no solo se iba a presentar de modo más “apetecible”, también lo haría con más competencia, que la obligaría a exhibirse y ofrecerse de formas más desvergonzadas si quería que se la retirase y no tener que acabar sirviendo semi desnuda en el comedor.
Lo que L no sabía es que se había esperado a mostrarla a la parte final del tiempo de presentación en la sala de espera, cuando solo cabía aguardar a los últimos clientes.
Se había escogido al cliente que debería retirarla. Para evitar que lo hiciera otro se rogaría a quienes pasaran antes que no la eligieran. La situación se había preparado de forma que la joven estuviera obligada a descararse más de la cuenta para ser elegida, lo que daría derecho a quien la retirara a pedir lo que antes ella había ofrecido. Y ella sería consciente de haberse mostrado y ofertado como una puta más.
Cuando L entra a la zona de espera esta estaba casi llena de marranas. Sería colocada en último lugar, lo que suponía que para llegar a ella los clientes deberían pasar por todas las anteriores sin elegir a ninguna. El paso de varios sin que apenas mereciera una mirada de interés haría que comenzara a ponerse nerviosa, respondiendo con muestras crecientes de su cuerpo cuando llegaban hasta ella, pero sin, ni siquiera, obtener la oportunidad de mantener el ofrecimiento que había iniciado.
Según pasaba el tiempo y los clientes y no era elegida se incrementaba su nerviosismo y sus temores, que se verían reforzados cuando escuchó el temido aviso.
.- Espabilaos, marranas. – Era el encargado de recibir a los clientes, que se había asomado un momento, avisando a las que estaban a la espera de ser elegidas, cosa que hacía cuando no preveía muchos comensales más.
Si todas comprendieron lo que significaban esas palabras, sería L quien más alterada se sentiría, estremeciéndose al escuchar el aviso, que la prevenía de lo que podía suceder si no era elegida, y la incluía entre las marranas, lo que ya aceptaba con la normalidad de un hecho habitual. Tenía que conseguir que se la eligiera. Ya conocía el resultado de una oferta más sugerente, pero ese día no alcanzaba la oportunidad de ponerla en práctica.
“Como una marrana… como si lo fuera.”
“Para quienes me vean lo seré.”
Y no solamente tenía que mostrarse y ofrecerse, sino que cada vez que aparecía un cliente, rogaba en su interior que no eligiera a ninguna otra, que esperara a ver a todas y pudiera llegar hasta ella, que le permitiera poder ofrecerse a él, mostrarse, convencerle de elegirla, decidida a actuar con la osadía y procacidad precisa para lograr ser elegida.
El vestido ofrecía una mejor oportunidad para conseguir sus fines, pero nadie llegaba a ella, que veía como las anteriores se afanaban, con éxito, para conseguir que los clientes las retiraran. Parecía que ese día todas fueran especialmente hábiles para motivar a los señores. Y así era. Se había seleccionado a las más expertas y descaradas para hacer que L tuviera que esforzarse en ofrecerse de forma más provocativa para conseguir ser elegida. Con lo que después, el cliente podría demandarle lo que ella había ofrecido.
Y L, ya acostumbrada a mostrarse desvergonzada, y habiendo perdido parte del miedo a las consecuencias de una muestra impúdica de sí misma, comenzaba a realizarla con menos dificultad y temor, y más cuando estaba azuzada por la necesidad de evitar quedarse para servir, sintiéndose defendida por el casi anonimato que propiciaba el lugar, al hacerlo solo ante quienes pasaban por él, y las marranas que quedaran con ella y haciendo lo mismo que ella.
Entraron dos clientes, L se tensó, esperando, nerviosa, que llegaran hasta ella. Iban juntos. Parecía claro que deseaban algo más que un simple acompañamiento para la comida, de lo que se percataría enseguida L, pero no por ello se debilitaría. Ambos miraban a las chicas parándose y disfrutando de las ofertas que hacían, cada vez más osadas y lascivas. Acariciaron a alguna, lo que era recibido con muestras de complacencia por la favorecida, que aprovechaba para mostrarse y ofrecerse más y mejor, animada por lo que aparecía como una muestra de interés, que L veía con una mezcla de temor y repulsa, aquel por incrementar el riesgo de no ser elegida y esta por considerar que la chica no debía tolerarlo y menos responder incrementando su oferta. Pensó que hacerlo era jugar sucio, pero en el fondo lo que realmente rechazaba era que hiciera más difícil que los clientes llegaran hasta ella. Lo mismo que lo que había de invitación licenciosa al hombre, que tampoco rechazaba por serlo sino porque fuera aceptada.
Uno de ellos eligió acompañante, quedaba el otro. L vigilaba, con temor, que el hombre se dejara seducir antes de llegar a ella. El corazón la dio un vuelco cuando el hombre regresó sobre sus pasos a ver a otra que L creía superada, la chica, sonriente, se mostró acariciando sus caderas y descendiendo las manos en busca del sexo, mientras el hombre miraba sonriendo. Se acaricio descarada, separando las piernas y, dándose la vuelta, se inclinó, ahora mostrando el culo, cuyas nalgas separó en un gesto obsceno. Pero no fue suficiente para animar al hombre, que seguiría su búsqueda pasando hasta L, quien, nerviosa, separó el vestido con patosería, para dejarse ver. Sabía que mostraba la palabra y el número que tanto la avergonzaba, pero que en ese momento suponía un añadido de atrevimiento que hacía más valiosa la oferta que realizaba. Estaba nerviosa, lo que no era la mejor forma de actuar, quiso serenarse, y lograr que el hombre no se alejara. Él la miraba, sonriendo con cierta chanza, pero sin dejarla, posiblemente divertido del nerviosismo de la joven, que incrementó la oferta apoyándose en el taburete y separando las piernas, para acariciarse el sexo al tiempo que sonreía al hombre en una clara invitación que no tenía nada que envidiar a las de las otras marranas. El hombre la acarició una mejilla, a lo que L, exaltada, respondió con otra caricia a su sexo, que pasaba de invitación a ofrecimiento sonriente y animante, mientras el hombre continuaba mirando la caricia, que L ampliaría otra vez, pasando los dedos sobre los labios, dudando en introducirse uno entre ellos.
Como si hubiera descubierto la vacilación de L y eso fuera una demostración de despego, para desazón de la joven, el hombre se volvió hacia su compañera y después retrocedió hacia la que estaba al lado de esta, que había sido quien se ofreciera con más descaro, la miró, la chica volvió a ofrecerse acariciando su sexo y después mostrando el culo como lo había hecho antes, para volver al sexo e introducir dos dedos en él. El hombre la elegiría, dejando en L la sensación de haber podido ser ella la elegida, y el reproche a su falta de decisión al dejar inacabado el gesto y la oferta que evitaran su fracaso.
L quedó frustrada y cada vez más asustada. No quería pensar en los gestos que había realizado, semejantes a los que tanto criticaba en las otras, sabedora de que volvería a repetirlos si con ello conseguía ser retirada. Hacerlo solo ante un cliente, que era un desconocido para ella, justificaba su conducta.
Apareció otro cliente, L miró nerviosa y descomedida, casi sin disimular su atrevimiento. Era un hombre joven, en la treintena, con maneras desenvueltas y cierta postura de superioridad displicente. Fue pasando por las que estaban delante de L, que veía, con creciente ansiedad y esperanza, que no se fijaba en ninguna, a pesar de que todas se mostrarían ante él de las mismas formas que L estaba deseando poder hacer. La llamada de atención del encargado había animado a las chicas a ofrecerse. Todas trataban de evitar servir como camareras. L pensaba que lo que no habían conseguido las otras lo lograría ella.
Por fin el hombre llegó hasta ella, L le recibió sonriente, él la miró con la misma displicencia que había mostrado con las otras, con expresión de merecer todo el interés que mostraban por él, lo que otrora hubiera bastado para que L le volviera la espalda mostrándole su desprecio, ahora lo agradecía pues permitía que le tuviera ante ella. L quiso atraerle, pero antes de que pudiera presentar su oferta, él ya miraba otra vez a la anterior, que le sonreía descarada, y más descarada aún, se mostraría elevando el vestido y dejando ver su cuerpo desnudo desde la cintura, llevaba una marca similar a la suya, por lo que L se fijó en ella, en lugar de HEMBRA, decía MARRANA, y el numero, también sobre los labios del coño, era el 45. Del clítoris colgaba un anillo, que L vio pero al que apenas hizo caso, concentrada en los toques que realizaba la marrana.
La chica se acarició el coño, siempre sonriente, pasando los dedos con lentitud sobre él, y después, introduciéndolos entre los labios, manteniendo la sonrisa, ofrecida, animante. Luego, sacando los dedos del coño los llevó a la boca y chupándolos regresó hacia la entrepierna, esta vez buscando la raja trasera, en la que los introdujo. L, acalorada, se imaginó donde los llevaría. Pensó que era muy guarra, y muy guapa – se reconoció – para, de inmediato, recriminarse por no haber estado más ágil y haber sido ella quien hiciera ese tipo de oferta, dejando pasar su oportunidad, que ya veía desaparecida, sintiendo como se apoderaba de ella el desasosiego que acompaña a una pérdida, a un fracaso.
“Es una puta y yo no. No puedo hacer las cosas que hacen esas.” – Se dijo con una total falta de coherencia con sus propias pretensiones y acciones anteriores, y que era una forma de decir: “están verdes”, cuando creía que se le escapaba el cliente. Insultaba a la otra por algo que ella estaba dispuesta a hacer con tal de conseguir su objetivo.
Sus pensamientos venían a demostrar la confusión en la que se encontraba, que mezclaba sus deseos e intentos de diferenciarse de las demás chicas con la disposición a realizar buena parte de sus comportamientos, que la identificaban con ellas y favorecerían que apareciera, públicamente, como una de ellas.
El hombre volvió la cabeza hacia ella, como dubitativo, esta vez quien no dudó fue L, que reaccionando espontánea e instintivamente, separó el vestido, dejando visible la parte delantera de su cuerpo y después girándose, la trasera. Estaba imitando a esa “guarra” que tenía enfrente. Ni siquiera se paró a considerar que realizaba algo propio de las marranas, solo quería ser elegida y retirada de allí. Comprendía el posible coste de su acción, pero no tenía más remedio que pagarlo. Todo le parecía menos grave que servir semidesnuda en el comedor, y arriesgarse a los castigos subsiguientes. L tuvo la sensación de que ese hombre no se conformaría con ver o tocar, iba a querer más, posiblemente todo, lo que hizo que, instintivamente, se tensara, y por un momento quisiera contenerse en sus ofertas. Pero eso podía suponer ser dejada a un lado y no se lo podía permitir.
“¿Y si quisiera…?”
La pregunta pasó por la mente de L para desecharla de inmediato ante el miedo a desmotivar al hombre, que miró la muestra de L y displicente con ella se giró de nuevo hacia la otra, que, descarada, mantenía el vestido elevado y ahora, girándose, se inclinó, ofreciendo a la contemplación el culo y el coño desde atrás, para, después, acariciar el culo entre las nalgas.
Era como una competencia entre ambas. L, no quería realizar esos gestos, pero el temor a perder su oportunidad, a quedar sin acompañante, pesaba tanto sobre ella que no podía dejar de ofrecer todo lo que contribuyera a ser elegida. Volvió a sentir la misma sensación sobre el hombre y lo que pensaría, lo que podría esperar, lo que tendría derecho a suponer, por un momento, el temor a lo que pudiera desearse de ella hizo que vacilara en sus exhibiciones, en sus pretensiones, pero el hombre se giró hacia ella, sin duda esperando que elevara su puja, que le demostrara que estaba dispuesta a superar a su compañera, y ella lo hizo.
L iba a poner, de nuevo, de manifiesto lo aprendido en las clases de doma, separando el vestido para que cayera por el lado contrario a la abertura, lo que dejaba todo el centro del cuerpo desnudo, junto con el pecho del lado de la abertura, y apoyándose en el taburete para echar el cuerpo hacia delante, con las piernas separadas, se acarició el coño, con parsimonia, sonriendo al hombre oferente y deseosa, aunque sin poder evitar la tensión que creaba en ella realizar una muestra como esa, que tenía que dominar, obligándose a sonreír y apretando la mano con la que se acariciaba el coño para evitar que se apreciara su temblor.
Se percataba de lo que suponían esos toques, de lo que daba derecho a pensar, a pretender, y sabiéndolo repitió el gesto, esta vez pasando los dedos desde muy atrás, desde el culo, hasta el coño, abriéndose más de piernas, y separándolas aún más del taburete, en el que se apoyaba, lo que facilitaba el ofrecimiento del centro de su cuerpo. Luego se giró y retirando el vestido, volviendo a apoyarse en el taburete, esta vez sobre el vientre, mostró el culo desnudo, junto con el sexo y el pecho.
.- Buen culo.
.- Gracias, señor. – Agradecía sonriente, volviendo la cabeza hacia el hombre, tanto para mostrar su alegre acomodo y oferta de su cuerpo, como para ver que hacía el hombre, pero sería lo que oyera lo que indicara que es lo que hacía.
.- Y el tuyo también, marrana. – Era el culo de la otra el que alababa, obteniendo la inmediata respuesta de la chica.
.- Que está a su servicio, señor, para todo lo que usted desee de él y de mí. Es usted dueño de ambos.
El hombre rió, mientras L casi daba por perdida la batalla ante aquella marrana, aquella puta, que hacía una oferta a la que ella no quería llegar. Eso se decía, pero sabía que no la había hecho porque no se dio cuenta de hacerlo, no se le ocurrió. Estaba humillada por lo que estaba haciendo y al tiempo rabiosa porque, a pesar de ello, otra fuera a conseguir lo que ella quería. Se estaba envileciendo con esas ofertas de sí misma y ni siquiera iba a conseguir sus objetivos. Entonces sintió la mano del hombre acariciando su culo, la dio un vuelco el corazón, pero no de vergüenza, sino de esperanza.
“Aún no está decidido. Puedo atraerle.”
.- Muchas gracias, señor. – La mano seguía recorriendo sus nalgas. Supo que debía decir algo más, quizás ofrecerse, como lo había hecho la otra. Separó más las piernas, facilitando el toque de la mano entre las nalgas. Confusa y turbada, se atrevió a ofrecer. – Si le place, sabe que estoy a su disposición, para servirle… en todo lo que desee.
.- Realmente tienes un culo muy apetitoso. – Lo decía al tiempo que su mano había descendido hacia el sexo que acariciaba, pasando los dedos sobre él, y luego agarrándolo con ellos.
.- Que está a su disposición, señor. – Sería la respuesta de L a los avances del hombre, cuya intención estaba cada vez más patente, a pesar de lo cual L mantendría la sonrisa e incrementaría la oferta echando el culo más hacia atrás, como si buscara la mano que acariciaba su coño.
.- ¿Nada más? – Parecía que el hombre quería más.
L no sabía que decir, él rió, pero separó la mano del sexo de ella, lo que hizo temer a L que la desechara. Casi instintivamente separó aún más las piernas queriendo ofrecer una mejor visión de la raja entre las nalgas, de la entrada al agujero del culo. Estaba nerviosa por lo que hacía y por la tensión de la elección. Miró hacia atrás, crispada, asustada, él miraba a la otra, luego se volvió hacia ella, L sonrió oferente, casi suplicante, avergonzada de hacerlo, era algo que jamás había hecho, suplicar a un hombre, ni siquiera pedir, y lo estaba haciendo y de modo impúdico.
.- Señor…, me encantaría… - No se atrevía a continuar con palabras, por lo que lo haría con un gesto obsceno separando los carrillos del culo con las manos, en una muda oferta de ese agujero que solo podía tener una interpretación. No supo cómo se atrevió, y encima sonriendo vuelta la cara hacia el hombre.
.- Espero que no haya que azotarte para conseguir ese culo. – Parecía esperar respuesta, y ella contestó, de nuevo esperanzada con esa conversación que parecía poner de manifiesto una cierta preferencia.
.- No, señor.
.- Entonces es que te portas mal.
.- Ya verá cómo no. – Él volvió a reír, lo que agradaba a L, que sonreía.
.- Eso espero. No quisiera que te azotaran. Entonces, ¿te vas a portar bien?
.- Sí, señor. – L casi temblaba, nerviosa de ver al alcance de su mano la elección, sin querer entrar en las ofertas que estaba haciendo.
.- La verdad es que tienes un culo precioso, imposible de desatender.
.- Gracias, señor. – Separó más los carrillos del culo, sabiendo que no solo era un gesto licencioso sino que suponía un ofrecimiento patente, que incrementaba la sonrisa animante con la que lo hacía, pero sin ser capaz de añadir las palabras a la oferta de las manos. Solo se atrevió a demostrar su satisfacción por las atenciones del hombre. – Me encanta que le guste.
.- Ya veremos.
.- Espero que así sea. – Se atrevió a decir, al tiempo que pasó dos dedos por la raja, mientras con los de la otra mano mantenía el carrillo separado para que él pudiera contemplar lo mejor posible el toque que efectuaba presionando con uno de los dedos sobre la entrada al agujero. Solo faltaba que lo ensalivara para poder metérselo en el culo. No hubo necesidad.
.- Marranas, venid las dos.
.- Gracias, señor. – Diría la otra sonriente, lo que repetiría de inmediato L, también sonriente, por un momento, feliz de ser elegida, de evitar servir en el comedor. Pero, de inmediato, comenzaría a sentir los efectos de lo sucedido. Recordó la forma en que el hombre la había identificado con la otra. Ambas era unas marranas para él, y L sabía lo que eso daba derecho a suponer, a demandar. Ahora sentía que se había pasado, que había hecho una oferta que ni quería ni podía mantener, por lo que estaba obligada a dar marcha atrás.
“Me he ofrecido como una puta…, expresamente… ¿Cómo lo he podido hacer?”
“Tiene derecho a pensar que estoy realmente dispuesta a hacer todo lo que él me pida. Casi he dicho que estoy dispuesta a hacerlo.”
Para encontrar una salida y algo de calma, pensó que la otra chica sería quien se encargara de cualquier evento que pudiera surgir, pero acaso, el hombre quisiera algo de ella. No se quiso abrumar más antes de que hubiera sucedido nada, dando tiempo al tiempo para ver lo que acontecía.
Dejaron la sala siguiendo al hombre, que iba delante sin ocuparse de ellas. Su compañera miró a L sonriente, con expresión de haber conseguido lo que deseaban, pero L estaba nerviosa pensando en las consecuencias, y si devolverle la sonrisa hubiera supuesto una especie de complicidad, en aquel momento suponía la aceptación de su situación y de lo efectuado para conseguir estar en ella. Lo que habían realizado era suficientemente indicativo y sugerente como para que el hombre no dejara pasar la invitación que le habían hecho. Estuvo a punto de decir a su compañera: “Te encargas tú”.
El hombre no se dirigió al comedor, lo que hizo temblar a L, que pensó que se esperaba de ellas lo que habían estado sugiriendo que harían, lo que habían ofrecido, idea que se afianzaría cuando pasaron a una especie de reservado, y si con ello evitaba aparecer en una zona pública de la manera en que iba vestida, ir a un reservado podía ser aún peor, aunque ya había estado almorzando en uno y no había supuesto ningún cambio sobre lo que hacía normalmente, entonces se dijo que no quería ir más allá en cuanto a las consecuencias, caso de que se pretendiera que realizara lo que había estado sugiriendo.
“Puede que no sea nada, también la primera vez que pasé al comedor pensé que podía ser lo que luego no fue”.
“Nadie me ha dicho nada, la otra vez me avisaron, comentaron como debía comportarme. Si hubiese algo mas, seguro que me indicarían lo que debo hacer, lo que quieren que haga.”
Se estaba auto engañando. Ya había comenzado a efectuar actos propios de una puta y en salas públicas.
Antes de entrar en el reservado, la otra joven la saludó sonriente, presentándose.
.- Hola, soy la 45.
L no pudo evitar un estremecimiento al escuchar el número, que la llevaba ante las suposiciones que no quería admitir. Hubiera querido ser capaz de saludar con cierta efusión, con simpatía, con una sonrisa, pero no le salía, la otra era una puta y ella no quería que se la considerara de la misma forma, a pesar de no sentir desprecio hacia la otra ni querer aparecer como si lo sintiera. Sería la otra quien continuara.
.- Sé que eres la 73.
“No, no soy la 73. No soy como tú, lo que tú... ni quiero serlo. No soy un número, tengo nombre...”
Pero no decir el nombre era una garantía de anonimato. Se apuntó al número, lo aceptó como lo hiciera cuando la señorita le comunicara que de ese modo sería denominada y ella por ese nombre respondería. Mejor era asumirlo, no mencionar nombres, ocultarlos. Sonrió, forzada pero aceptante, cada vez más temerosa de lo que llegara después, pero sin ser capaz de plantarse, preguntándose qué haría si al final resultaba como todo hacía presumir. No sabía cómo había sido capaz de hacer lo que había hecho para lograr que el hombre la eligiera, o sí lo sabía, era tan fácil como que no quería servir en el comedor, arriesgándose a ser descubierta y ser azotada si no cumplía perfectamente, y era muy difícil cumplir. Pero, para conseguir que el hombre la eligiera había hecho unas exhibiciones, unas muestras, unas ofertas que ahora podían costarla muy caras.
“Pero sea lo que sea, será en privado…, tiene que serlo.” – Parecía aceptar lo que pudiera llegar con tal de que no fuera realizado ante terceros. Y había buena parte de acierto en esa apreciación, el tiempo pasado en el club y en especial en el comedor y salones, había dejado en L una idea cada vez más clara y efectiva sobre lo realmente importante para ella, que no era otra cosa que evitar ser reconocida y en consecuencia, evitar ser vista y apreciada como una marrana.
Y al menos, ese día, empezaban en privado.
En el pequeño reservado el hombre se sentó sin decir nada a las jóvenes, que permanecieron en pie, delante de él, la otra sonriendo abiertamente, demostrando la satisfacción de haber sido elegida. L sonriendo de modo diferente, mirando al suelo, como queriendo evitar mirar al hombre, limitar los ofrecimientos que hiciera antes. Un camarero esperaba a la puerta.
La actitud del hombre era causa determinante de la de L. Veía en él alguien muy capaz de demandar lo que ella temía, y acaso estaba intentando, inconscientemente, evitar que fuera a ella a quien se lo pidiera, dejando que la otra se ganara ese honor. Ahora estaba más contenta de la presencia de la otra, que podía llevarse lo que el hombre deseara de ellas, lo que esta facilitaba con su postura oferente y complaciente, mientras él, actuaba con una superioridad de macho crecido y creído, de quien se piensa ducho y codiciado por las hembras, quienes deberían permanecer no ya supeditadas y sometidas a su poder de macho, sino encantadas de tenerle cerca, de haber sido elegidas por él entre todas las hembras de la casa. El trato resultaría en concordancia, y con una familiaridad y superioridad, que al no ser producto del conocimiento previo, solo podía serlo de la confianza con que sabía podían tratarlas, al estar pagando por ellas, y quizás, dado su comportamiento, a la confianza que tenía en sí mismo y en su éxito con las mujeres.
L estaba cohibida, avergonzada, se sentía una puta ante un cliente, a disposición del cliente que la había elegido. A L, la actitud y modales del hombre no la gustaban nada y ese tipo humano menos aún. No podía evitar el rechazo a tener que atenderle, acuciada por la duda, que mantenía, que quería mantener, aunque supiera que poca cabía, sobre lo que se querría de ella, y angustiada por lo que preveía iba a ser la prueba definitiva de lo que realmente era aquel lugar.
.- Ven aquí. – La llamaba el hombre, seguro y dominante. A L le daba la impresión de que conocía a su compañera, por lo que era ella quien ofrecía mayor curiosidad. Se acercó hasta quedar ante el hombre. Mantenía los ojos bajos, en una postura que parecía querer indicar docilidad y sumisión, pero que era deseo de escapar a las posibles demandas del hombre. – Da una vuelta que te vea mejor. – L lo hizo con bastante patosería y tratando de controlar el vuelo de la falda que al abrirse dejaría al descubierto aún más de lo que ya enseñaba con abundancia. Ahora, se mostraba remisa a mostrar lo que hacía unos momentos había exhibido y ofrecido con impudicia. – Si te vas a comportar en todo con la misma sosería mejor te devuelvo a la pocilga.
L se puso como un tomate, su compañera intervino de inmediato, sin dar tiempo a L a decir ni hacer nada, ya no podía ocultarse lo que se quería de ella. Pero sería el pensamiento de ser desechada lo que más influiría en ella, ni podía ni quería que eso sucediera. Si no ser elegida suponía servir en el comedor, si fuera rechazada el castigo sería mucho mayor.
.- Perdónela, es primeriza.
“Solo falta que pida que me desnude, y que…”
“¿Y si quiere…?”
“Y yo, ¿qué hago?”
Por su mente pasaron sus posibles reacciones y las consecuencias. Si organizaba un escándalo, ¿cómo acabaría?
“Si me niego y la señorita aparece…”
“Pero, ¿me voy a dejar… putear?”
“Todavía no sé… Pero, ¿qué va a ser?”
La voz del hombre, impertinente e intransigente, la sacó de sus pensamientos, exigiéndola obedecer y someterse, comportándose como se esperaba de ella, como tenía derecho a pedir a una puta.
.- Pues que espabile, no me gustan las bobas. Una hembra no tiene que aprender determinadas cosas, nace sabiéndolas. Pon las manos detrás de la cabeza y gira de nuevo.
Si ya la había costado hacer el primer giro, estaban en un reservado, pero con un camarero en el umbral de la puerta, ahora, poner las manos en la cabeza y hacerlo de ese modo le resultaba humillante y más que significativo de su condición, pero no tenía más remedio que realizar lo que el señor deseaba, no hacerlo hubiera supuesto el castigo seguro, y quizás inmediato, con vuelta al señor para seguir atendiéndole.
L se giró, la falda dejaría ver lo que ella no deseaba y había evitado antes, él la llamó.
.- Acércate más. – Lo hizo. Seguía con las manos detrás de la cabeza. – Más, que te alcance el culo con la mano. – Se acercó temerosa y alterada, sin poder evitar mostrar su nerviosismo. Él, sin hacer caso del desasosiego de L, la cogió por el culo. – Tienes un buen culo de marrana, lo que indica que eres una buena zorra.
Si las palabras eran molestas e insultantes, no sería eso lo que más desazonó a L, sino lo que se adivinaba tras ellas. L sentía como el comportamiento del hombre respondía a unas maneras que indicaban su intención de dominar la situación y a la propia L, tanto por las palabras que empleaba como por las acciones que realizaba. Él la sobó el culo con un deleite que se traducía en ansiedad por ocuparlo y cogerlo, agarrándolo en todo lo que su mano abarcaba, lo que no hubiera dejado indiferente a L de haber estado en otra situación, siempre gustaba de las muestras de pasión que la dedicaban, pero que en ese momento soportaba asustada, más por lo que pudiera llegar a continuación, que por el propio sobo. Del culo pasó al coño, que agarró con firmeza, consiguiendo que L se encogiera un poco ante la molestia, lo que logró que él apretara aún con más fuerza, mientras miraba hacia arriba queriendo ver la expresión de la cara de L, que trató de mantener la postura erguida ante él.
.- Sentaos.
El hombre no soltaba el coño de L. Ambas se sentaron, L lo hizo con la dificultad de seguir cogida por el coño, aunque bajó las manos, mirándole para saber si él lo permitía, como no dijera nada las mantuvo sobre la mesa, sin atreverse a recomponer la falda que había caído a un lado dejando descubierto el sexo pero que la mesa tapaba, hubiera querido que lo cubriera el mantel pero no se atrevía a colocarlo sobre él, y menos teniendo la mano en su coño. Cuando él lo soltó, ella utilizaría la servilleta para hacerlo, pero, como si esa acción hubiera sido un reclamo para el hombre este retiraría la servilleta dejándola sobre el mantel, cogería el coño de nuevo, apretándolo de una forma que parecía querer exprimirlo, lo que hacía que el clítoris quedara prensado por los dedos. Mientras lo hacía la miraba, añadiendo a la manifestación de propiedad la búsqueda de la reacción del cuerpo de la joven ante algo que debía producir efecto en ella, y que L trataba de controlar. Como si él quisiera romper ese control volvió a estrujar el coño, tratando de que L sintiera en su carne más sensible la fuerza de su puño, y logrando que ella se quejara, estaba apretando el botón y haciéndola daño.
Cuando soltó el coño L sintió el calor que había generado la fuerza de la mano, a lo que se unía el palpitar de el pequeño botón, sin que L supiera si era de deseo de seguir sintiendo esa mano que lo agarraba o simple reacción física, pero el palpitar resultaba una llamada que se mantenía demandando continuidad.
L, cada vez más nerviosa, pero obligada a disimularlo, había comenzado a comprobar lo que temía. Pero ella no era una puta. Se preguntaba qué iba a hacer si el hombre deseaba continuar como había comenzado.
“Seguramente estarán escasos de... putas..., y este quiere dos.” – Pero, parecía que sobraban en la zona de muestra.
“¿Por qué a mí? Saben que yo no soy una puta.”
“Querrán que lo sea.” – No sabía lo acertada que estaba en esa apreciación.
“Querrá solo que le acompañemos, o... Seguro que quiere algo más..., en ese caso tengo que negarme. Ya, esto de estar comiendo con clientes..., no lo debía admitir..., pero ir a más, ni hablar.”
“Pero, este cerdo ya ha comenzado a manosearme..., no debería dejarle..., tenía que cortar ya..., decírselo.”
“Pero si ya he hecho una mamada…, y en una sala…”
“Pero este quiere más…, seguro… se le nota…”
“Y yo he dado a entender…, casi he ofrecido… ¡He ofrecido! ¡Cómo no va a querer!”
“Si no puedo decir nada. He sido yo quien se ha ofrecido, le he animado.”
Pero L callaba, diciéndose que quizás no fuera a más, pensando en controlar una situación que no podía escapársela de las manos, siendo consciente que el objetivo prioritario era no provocar una reacción irreparable.
“Si todo queda entre estas pareces, podré soportarlo, pero si se quiera algo ante terceros tendría que evitarlo.”
“Y después, tendré que actuar para evitar situaciones como esta.”
“Pero, ¿me voy a dejar putear como si fuera una marrana, aunque sea en privado?”
“Todavía no ha pasado nada… puede que no pase.”
La comida fue mucho más agradable de lo que aquel inicio hacía prever y temer. L, a pesar de la oposición inicial y a querer mantener una actitud que no fuera para nada manifestación de acomodo y aceptación del hombre y sus maneras, sentiría el efecto de la mano del hombre que ya había sujetado su coño, y volvería a actuar agarrándolo de nuevo con esa mezcla de pasión y fuerza que no dejaba indiferente a L y que se sumó a una situación menos conflictiva al llegar unida la relajación de la tensión entre ellos.
A pesar de sus intentos defensivos, L acabó bajando la guardia ante las formas del hombre, ahora divertidas y claramente dedicadas a complacer y entretener a ambas jóvenes, que si bien llegaron ligadas a la muestra de deseo que expresaba el puño del hombre en su coño, y a esas otras que dejaban patente la actitud dominante y engreída del hombre, el acomodo a aquel gesto y la ausencia de nuevos requerimientos o acciones calmaron algo las aprensiones de L, a lo que se añadía algo que siempre encandilaba a la joven, que era el hecho de mostrar preferencia por ella, de la que formaba parte el deseo que expresaba la mano que apretaba su coño, facilitando con ello la acomodación de L a la situación. No era insensible a los halagos y menos a los que suponían elegirla, sobre todo si lo era sobre alguien que, como su compañera, era una joven preciosa y simpática, que actuaba con mucha más desenvoltura que ella. Y ante esto, acabaría si no sucumbiendo, si acomodándose a la situación y comportándose con una adaptación y normalidad que había querido evitar, no quería aparecer como aceptante y estaba tolerando sin oposición ni aparente ni pretendida. Se percataba de ello y de lo que podía añadir a las ideas del hombre sobre lo que podía demandarla, pero se decía que muy probablemente fuera mejor mostrarse complaciente y agradable que poner de manifiesto una desafección que lo único que podía sería traerla problemas.
Cuando finalizó la comida, el hombre propuso:
.- ¿Pasamos al salón principal a tomar una copa? – Era una pregunta retórica, harían lo que él ordenara, y sorprendentemente, L no se mostraba, en principio, reacia a hacerlo, el deseo de mantener una relación distendida y la curiosidad sobre el lugar a donde iban pesaban sobre su postura, como lo hacía el vino trasegado, cálido y animante, y algo que le costaba más confesarse, el incipiente deseo de complacer al hombre, que a su vez demostraba sus ganas de tenerla. Si no había olvidado los riesgos y su decisión de no permitir actuaciones ante terceros, lo había relegado, poniéndolo en cuarentena.
“Pero si me tiene ganas…” La consecuencia era lógica, pero no quiso seguir pensando en ello, pero no pudo evitar hacerlo sobre lo que podría encontrarse en aquel salón, perturbada por ello, mientras que la inicial curiosidad por conocer aquel lugar, en el que nunca había estado y de cuya existencia sabía pero no quería presuponer su utilidad, se estaba trocando en la búsqueda de una de las respuestas clave sobre el club y en consecuencia, a su estancia en él. Entre nerviosa y asustada, al tiempo que sensible al hombre y sus acciones sobre ella, no decía nada, aceptando lo que decidieran los otros.
Su compañera asintió. Entonces ella vaciló. A pesar de su buena disposición, llegado el momento de comenzar a andar, aparecía ante L lo que presumiblemente iba a encontrar, a lo que se añadía tener que moverse vestida como estaba, y aparecer de ese modo en el salón. Pensó que estaría con más gente, que sería vista, que podía ser reconocida.
“Y voy vestida..., y pintada... Pensarán que soy… Y estoy con otra marrana.”
Se habían incorporado. No tenía más remedio que amoldarse a lo que quisiera aquel hombre o decir que no y quedarse allí. Pensó en lo que pasaría si lo hiciera, la reacción de la señorita, o de la señora gobernanta.
“Me pueden castigar, pero sabrían que sería la última vez.”
“Y en esta ocasión no pueden decir que mi respuesta no esté motivada. Simplemente no deseo prostituirme.”
“Pero, nadie me ha hablado de eso. Solo se quiere que vayamos a un salón, que yo desconozco y no sé que ocurre en él...” – Era cierto, pero también que era muy fácil imaginarlo, como era muy fácil imaginar lo que ocurriría ante una intentona de rebelión.
Se acomodó a lo que se deseaba, tensa y preocupada, anduvo con el hombre y la joven. Aquel estaba simpático y entretenido, y quizás L hubiera pasado un rato agradable con él si no hubiera sido por los temores que la embargaban. Hasta toleraba las formas presuntuosas y prepotentes con que se manifestaba y trataba a ambas mujeres, y esa tendencia a aparecer como el macho dominante que tan poco gustaba a L, pero que no dejaba de presentar un atractivo para las hembras que estaban con él, y que la propia L notaba, aunque no quisiera aceptarlo, a pesar de ello, lo soportaba bastante bien, quizás por verse preferida. Seguir un rato más no la desagradaba, si llegaba más tarde a la oficina poco la importaba, y casi inconscientemente, prefería estar ocupada, distraída haciendo algo, que sola con sus cavilaciones, vacilaciones, dudas, pero eso no ahuyentaba los temores a lo que fuera a ocurrir ahora, y no porque ella tuviera muchos escrúpulos en pasar un buen rato con aquel hombre, sino por el lugar en que estaban y la consideración que merecía a su acompañante y a quienes la vieran.
L, no podía quitarse de la cabeza la idea de que para él eran unas putas y como tales podía tratarlas. Aunque pensaba que siendo dos, en el reparto, la auténtica puta haría el trabajo, aunque el hombre las trataba a las dos de forma similar, como marranas del club, así se refería a ellas, sin establecer distinciones.
Y si hubiera tenido alguna duda sobre el lugar y sobre lo que se quería de ellas, al entrar en el salón se hubieran disipado todas. Aquel lugar supuso un choque que casi conmocionó a L. No había querido creerlo, pero ahí estaba, se encontraba con lo que había temido, confirmando lo que ocurría en ese edificio, era como recibir la prueba de una mala noticia presagiada.
El salón, muy grande, tenía una zona de barra, bien iluminada y luego se desparramaba formando conjuntos de butacones y sofás, separados unos de otros, pero componiendo un todo invertebrado y al tiempo mezclado y articulado, interfiriéndose mutuamente, de forma que se pudiera presenciar lo que sucedía en otros conjuntos y al tiempo estableciendo una pequeña privacidad para el propio, que podía hacerse casi total, corriendo unos visillos de separación. Y en esos núcleos se sentaban los clientes, a veces alguna clienta, y con ellos las chicas que ahora conocía en todo su esplendor, vestidas, en ropa interior o lencería, o simplemente desnudas. Bailaban, se contoneaban, se mostraban a los hombres, sonrientes, oferentes, con las tetas desnudas, bamboleantes, descaradas. Sobre sandalias con tacones imposibles, que alargaban sus piernas e incrementaban su estatura. Eran muchas, muy hermosas, muy apetecibles, muy descaradas.
Se fijó en la marca que llevaban con los números grabados. Generalmente como colgando de un rabo de cerdo también grabado o tatuado sobre el final de una nalga. Parecía el elemento diferenciador que ella no llevaba. Pero llevaba la marca de hembra que también la señalaba y diferenciaba.
L miraba a cada recinto ante el que pasaban, avergonzada de ver lo que veía y mucho más de estar allí, y aún más de estar como una fulana. Pensó en que aquellas chicas eran muy hermosas y que podían elegir a cualquier hombre.
“¿Por qué están aquí?” – Se preguntó sorprendida. Respondiéndose que ganarían mucho. Para luego pensar en ella misma como parte de aquel conjunto, sintiendo el halago que suponía pertenecer a él, que se la quisiera como una más, lo que indicaba que también se la tenía por muy hermosa.
“Y es que lo soy.”
“Tanto o más que estas.”
Luego rechazó la idea de pertenecer a ese grupo.
“Pero no soy una puta. Esto tengo que dejarlo claro.”
“Y no permitir que se me quiera equiparar a estas… golfas.”
Olvidaba, otra vez, cómo iba ella. Con quien iba y para lo que iba. Y, por supuesto, lo que había hecho ante ese hombre al que acompañaba como una más de esas… golfas.
“No soy una puta.”
“Y no voy a actuar como tal.”
Al pasar por uno de los pequeños recintos vio, sobresaltada y aturdida a una de las marranas apoyada sobre un taburete, boca abajo y un hombre tras ella moviéndose a un ritmo que de pronto comprendió, la estaba follando con golpes regulares y firmes, por un momento L se detuvo, luego, al darse cuenta de que su curiosidad era tan indebida como vergonzosa, miró a su alrededor al tiempo que reanudaba la marcha. Su propia imagen sustituyendo a la de aquella joven se apoderó de su mente. Se dijo que no podía consentir que se pretendiera hacer algo semejante con ella, no lo permitiría, luego, la idea de que quizás haciéndolo conseguiría sosegar al hombre y restablecer la calma, surgió para convencerla de que podía aceptar. Ahora, olvidándose de lo que hacía un momento se había dicho a sí misma.
“Quizás una mamada bastaría.” – “Pero cómo soy capaz de pensar algo así.”
Desechó esa idea para volver a lo que estaba contemplando. Ahora todo cobraba sentido, todo tenía explicación, desde las chicas que encontraba en la piscina, a las formas que se empleaban con ella, y por supuesto a las pretensiones de la señorita Laura y todos esos comportamientos, que ella tenía por absurdos, y que ya no aparecían como tales, al contrario, cobraban un significado plenamente justificado y lógico. L no pudo evitar que un estremecimiento la recorriera, pensó en la marca que llevaba en su coño.
“Se me ha marcado como a una de estas..., como a una puta... No es posible...”
“Y claro, así se me ve y se me considera..., y es que lo soy...”
“NO, no lo soy..., y no voy a dejar que se me considere.”
“Y se me ha numerado..., eso quiere decir que soy la puta 73..., es... es...horrible... ¿Cómo se han atrevido?”
“Y yo sin saber a qué se refería.”
“Pero yo estoy vestida… Pero hay otras vestidas, y que sin duda son… putas.”
“¡Estoy entre putas!”
“¡Y como una de ellas!”
“Hay 73 putas..., por lo menos.”
Tenía que haberse dicho: somos 73 putas, se percató, enrojeciendo de vergüenza. Se aferró a ese vestido que la permitía cubrirse, que muy pocas llevaban, encontrando en él la diferencia con las fulanas, ahora mantenía cogida la falda para que no se abriera y permitiera contemplar la palabra y el número que le asemejaban a una de las putas de la casa. Estaba indignada con esa marca, y con la señorita que se la había puesto. Pasaba entre grupos de sofás, queriendo ver y al tiempo no queriendo ver lo que veía. Se dirigieron hacia un lugar retirado, algo más tranquilo. L, pensaba en lo que el hombre desearía y como poder eludir sus pretensiones
“No puedo organizar un lío que llame más la atención sobre mí. No sé quién puede estar aquí. No me puedo arriesgar a que me reconozcan..., y voy vestida como una puta..., claro que aquí la mayoría esta desnuda, o casi.”
“Y si llamaran a la policía… y mañana salgo en los periódicos… cogida en un burdel… como una puta… ¿Cómo explicarlo?” Era horrible, rechazó la idea de plano.
El lugar en el que quedaron era una especie de recinto delimitado por tres grandes sofás detrás de los cuales unos maceteros completaban la separación con los recintos colindantes. L pensó que al menos allí estaban más a cubierto de miradas indiscretas. Pero por el lado abierto al salón podía apreciarse todo lo que sucediera en el lugar, tanto desde otros apartados próximos como por quienes pasaran ante él.
Nada más entrar a esa especie de pseudo reservado, el hombre las diría:
.- Poneos cómodas.
Para sorpresa de L, su compañera se quitó el vestido, quedando completamente desnuda, a excepción de las medias y las sandalias. L, quedó quieta, en pie, sin saber qué hacer, avergonzada del comportamiento de la joven, temiendo tener que imitarlo, asustada de tener que rechazarlo, y ambos miedos producto del mismo motivo, facilitar ser reconocida, señalada como marrana. Miraba los colgantes que llevaba la otra en los pezones y que ya había percibido debajo del vestido. A L le parecieron demasiado grandes, no eran un simple adorno, ni aparecían como una joya, acerados, daban la impresión de una argolla muy similar a la que ella llevaba en la nariz, encontrando en ellos otra semejanza con ella misma, con su situación. El pensamiento que surgió en su mente fue que ofrecían una imagen que transmitía la idea de puta.
Casi como queriendo evitar seguir contemplando las anillas de los pezones, miró al sexo de la joven, ya había visto la marca que llevaba sobre él, pero al contemplarla de nuevo, sintió todo lo que aquello significaba, leyó, consternada, la palabra que conocía: MARRANA, y sobre los labios, el número 45 . Ahora, para su completo bochorno y turbación, supo que cualquier duda sobre lo que había detrás de aquello, quedaba disipada, ya estaba todo claro. Recordó que también a ella se la llamaba de esa forma, que la señorita había indicado que eso era lo que se quería que fuera, lo que se iba a hacer de ella. Estaba tan avergonzada, tan perturbada, tan alterada, que no era capaz de apartar la mirada del coño de la joven. Como no reaccionara, sería ésta quien acercándose, le quiso desabrochar el vestido, ella tuvo un movimiento instintivo de rehúse.
.- ¡Quieta! Es obligado. No des mala impresión.
La orden de la joven, dicha en voz baja pero firme, contuvo su acción, lo que aprovechó la otra para soltar el broche que sostenía el vestido y retirar este, dejándola tan desnuda como estaba ella, solo con medias y sandalias, y tan anonadada como impotente. Incapaz de moverse, de hacer o decir nada, asustada de que un movimiento, una palabra, un gesto, pudieran llamar la atención sobre ella, que la miraran, que la vieran desnuda, como cualquier otra marrana, marcada como ellas. Ese temor que había permanecido presente en ella, aparecía con toda su crudeza, pero hecho realidad. Cualquiera la podía ver desnuda, todos sabrían que era una marrana.
“Pero no llevo esa palabra, sino Hembra. No soy una marrana… Ni llevo el rabo.”
Ella sabía que eso no era suficiente diferencia. Y podía haber alguien que la conociera. Esos pensamientos la atenazaban, la dominaban, la asustaban tanto que en lugar de hacerla escapar la mantenían paralizada, como si con cualquier movimiento llamara la atención sobre ella. Era un animal paralizado por el miedo a que cualquier movimiento impulsar al depredador a lanzarse sobre él.
.- Señor, ¿nos permite bailar para usted?
.- Bailad, marranas.
.- Gracias, señor.
L, había escuchado la petición de su compañera en silencio, aturdida, olvidada de la vergüenza, para solo sentir miedo, a ser vista, a ser reconocida, a ser tenida por una marrana. Escuchó el apelativo dirigido a ambas, incapaz de hacerse cargo de que una era ella. Después, al comprenderlo, surgió la reacción. ¿Qué era eso de “marranas”? Ella no era ninguna marrana, eso lo era la otra, no quería ni oírlo ni admitirlo. Pensó en que tenía que huir de aquel lugar, en el que se sentía expresamente señalada como una puta, tratada como tal, ofrecida, puesta a disposición de aquel hombre, mostrada desnuda a él y a quien pasara por allí. Pero no era capaz de reaccionar, ni para huir, ni para obedecer, permaneciendo quieta, sería la otra joven quien, de nuevo, tomando la iniciativa, la cogería por una mano y poniéndose a bailar la llevaría con ella.
L sabía, de sobra, ofrecer el baile que pensaba se querría que hiciera, pero no podía hacerlo, y menos delante de ese hombre, no allí, no desnuda, no ante todos aquellos que podían contemplarla, no obligada, no para ganarse el favor de un hombre, de un cliente, no para servirle. Por mucho que hubiera ensayado ante la señorita Laura, era muy distinto comportarse como una de esas... Pero la otra la empujaba a bailar.
De repente pensó en lo que supondría la desobediencia en el lugar en que estaba, en que acudieran a obligarla, a castigarla, que se enteraran los de alrededor, que llamaría la atención, que todos se acercaran a ver qué pasaba. Se veía sujeta por las criadas, o por los criados, quizás reclinada sobre uno de aquellos grandes taburetes y azotada por la señorita en presencia de todo el que quisiera ver el castigo. Abrumada, asustada, casi aterrorizada de la perspectiva de propiciar aún más, ser contemplada, conocida, reconocida, comenzaría a bailar, al principio solo como pudiera hacerlo cualquiera en una discoteca, después, la otra la incitaría a mostrarse como L había aprendido a exhibirse, y ella comenzaría a hacerlo, tímidamente, parcamente, torpemente, siempre dominada por el miedo y actuando para evitar llamara más la atención. Estaba desnuda y en un salón lleno de gente, y bailar suponía ponerse más en evidencia, mostrarse más, asemejarse aún más a las marranas. Consternada, quiso mirar a su alrededor, comprobar quienes podían verla, quienes la estaban mirando, pero eso suponía volverse, mostrar su rostro a quienes la estuvieran mirando, no se atrevía a girarse, quedó bailando patosamente, dando la cara al hombre.
.- Ofrécete mejor al señor, que te vea bien. Tienes que gustarle, que atraerle. No te arriesgues a que te repudie.
Era su compañera que la aconsejaba en voz baja, sin dejar de bailar y sonreír, dándole ejemplo de lo que debía hacer. Escuchó la amenaza, que incidía en sus temores, sabiendo que no se le perdonaría un incumplimiento.
“Pero yo no soy una puta, yo no tengo que cumplir con nadie.”
“Pero, si aquí quieren que… lo haga con este hombre…”
“No puedo negarme, sería una rebelión que no me perdonarían.”
“Y tampoco puedo dejar que me repudie.”
“Si prácticamente me he ofrecido a hacerlo.”
Sabía que era mucho menos malo bailar y continuar allí con cierta normalidad que hacer que el hombre la rechazara. Continuó bailando. Según lo hacía iba soltándose.
Su compañera utilizaba las manos de los mismos modos que ella había aprendido en las clases de doma, y que ahora no quería repetir, pero se vería obligada por la otra, ante quien no podía quedarse rezagada.
Llevaría las manos a las caderas, después a la cabeza, contoneándose con más amplitud, dando una vuelta ante el hombre para mostrarse completamente. Menos mal que no parecía interesar a nadie. Tenía que sonreír y lo hacía, aunque pensara que ello suponía una incitación adicional.
.- Inclínate un poco – Era su compañera quien se lo decía, lo que no le gustaba. Claro que, nada le gustaba. Iba a mostrarse aún más indecente. Lo pensó, pero también que lo que más le importaba era no ser reconocida. “Por detrás verán, pero no me reconocerán”.
.- Gírate. – Eso le gustaba menos. Pensó en que no había visto a nadie interesado en su baile, y estaba algo inclinada, lo que ocultaba un poco el rostro. Se giró, inclinada, para después elevando la vista, mirar hacia fuera del recinto. Nadie parecía ocuparse de su baile, eso supuso algún alivio a su tensión.
.- Inclínate más, mostrando más el culo. – Eso volvía a no gustarle, pero L lo haría, casi como un regalo por la calma que había aportado no encontrar a nadie pendiente de ella. Se percataba que al mostrarse de ese modo incidía, de nuevo, en los aspectos que suponían enviar al hombre un mensaje de disposición, de invitación a realizar lo que, por otra parte, se decía que no podía, que no debía hacer.
.- Contonéate con más desparpajo, tienes que demostrar que quieres que el señor te elija. Ábrete, que te pueda ver bien.
Ahora la chica hablaba con ella con más facilidad, estaban ambas ofreciéndose del mismo modo al señor, de espaldas a él e inclinadas, por lo que era más sencillo poder hablar entre ellas. Pero lo que pretendía que hiciera no era lo que quería hacer L. No quería ser elegida, al contrario, deseaba que fuera a la otra a quien eligiera el señor. No deseaba esa preferencia, como no deseaba hacer lo que la chica le decía. ¿Cómo podía pedirle que separara las piernas? ¿No tenía ningún pudor?
“Claro que no, es una puta.”
Otra vez la idea que no debía admitir, que debía rechazar. Si actuaba conforme pedía la otra chica, estaría dando pábulo a que el hombre hiciera lo que la chica quería que ella le incitara a hacer. No podía hacerlo.
“No puedo inducir, no puedo facilitar, no puedo admitir. No, no, no…” – Pero seguiría bailando.
.- Le tienes en el bote, no le dejes escapar. Descárate más.
La chica parecía querer ayudarla. Cuando la miraba la sonreía animante, ofreciendo la impresión de ser la elegida del cliente, al tiempo que la alentaba a no perder la ocasión de ser la elegida. Pero L no podía, no quería.
.- Ofrécele el culo. Sin duda le gusta. Te dijo que tenías un buen culo. Muéstraselo bien.
Y L trataba de hacerlo, con el temor a ser repudiada.
.- Complácele y no le enfades, te desecharía, te repudiaría, eso sería imperdonable. Te castigarían.
L difícilmente podía comprender ese tipo de referencias, de consejos de su compañera. O comprendiéndolos, no era capaz de asimilarlos, de obrar en consecuencia. Pero las explicaciones que acababa de darla añadían algo que hacía efecto en L. El temor a enfadar al hombre, y las consecuencias a que podía dar lugar, actuaba en ella. Pero si no quería ese repudio, tampoco quería echarle carnaza, y eso era lo que se pretendía, y que la llamara… “¿Y para qué?”. Y ella sabía para qué, y sabiéndolo, volvería a atender la indicación de la chica. El miedo actuaba sobre ella. Y L sabía para qué se quería elegirla, no era difícil de imaginar, y al pensar en ello sintió tal perturbación que la paralizaba.
.- Sigue bailando, no te distraigas.
Volvió en sí, y volvió a bailar, pero lo hacía distraída, sin poder fijar la atención en lo que hacía, con la mente puesta en esa palabra: MARRANA, que se había grabado en su cerebro, como lo estaba en el sexo de la muchacha que bailaba a su lado. La miró, después, de nuevo a la palabra, vio a la joven como su compañera, tuvo que hacer un esfuerzo para desechar esa idea.
.- Ábrete de patas. No lo estás haciendo. El señor quiere verte bien el culo y el coño. ¡Muéstraselos!
¿Cómo podía hablar de ese modo?
L se dio cuenta que eso era lo que hacía ella todos los días ante la señorita Laura. Lo había hecho ante ese mismo hombre hacía tan poco que él no comprendería que ahora no quisiera repetirlo. Pero no quería escucharlo, no quería que nadie se lo dijera, se lo recordara. Era incongruente, pero eso no restaba vergüenza a sus actos, y menos a lo que se quería que hiciera. Vergüenza e indignidad.
.- Separa las nalgas con las manos.
.- ¡Ah! – Se le escapó el gemido de vergüenza. La otra no lo aceptaría.
.- Ya lo has hecho antes. Hazlo ahora, que él sepa que le ofreces el culo.
.- Pero… - ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo podía decirlo esa chica? Pero tenía razón, ya lo había hecho. Pero, ahora, hacerlo suponía una oferta concreta, explícita. Eso lo sabía la chica y lo sabría el hombre, lo mismo que lo sabía ella.
.- ¡Hazlo! Te tienes que ofrecer por donde más le gusta. Tienes que ofrecerle el culo. ¡Hazlo! – Volvió a repetir después de la explicación inadmisible, desvergonzada. No quería hacerlo. - ¡No le enfades! Que no te tengan que castigar. ¡Ábrete el culo!
Era evidente que la chica quería que fuera ella quien consiguiera ser la elegida, lo que no acababa de comprender L, ya que, era de suponer, que quien lo fuera obtendría el mayor rendimiento, y era el trabajo de la otra lo que estaba en juego y no el suyo. Ella no quería ofrecerse y eso debía ser patente para su compañera. Quizás esta lo hiciera porque apreciara que al hombre le apetecía más ella. Fuera como fuere L se veía forzada a mostrarse al hombre, pero no quería llegar a donde la otra le exigía.
L tenía la impresión de que la chica hablaba cada vez más alto, que el hombre la acabaría oyendo y eso le soliviantaría. Quería decirla que se callara, pero no se atrevía. Y ella no podía, no debía, hacer una muestra que era una oferta y de algo bochornoso, impúdico, indigno. ¡Cómo iba a ofrecerse abriendo el culo! ¡Cómo se podía pedir algo así!
.- ¡Marrana, ábrete bien el culo! – Ahora no pedía, ordenaba. L estaba cada vez más alterada y confusa. - ¡Hazlo! – L, confundida, alterada, asustada, llevó las manos a las nalgas, las separó un poco. Como si la otra hubiera adivinado su tibieza en el ofrecimiento, volvió a exigirla. – Ábrete bien, que el señor vea bien el agujero que le ofreces. No puedes ser cicatera, eso no se te va a tolerar.
Pero ella no quería mostrar y menos ofrecer, y menos ese agujero. Solo pensarlo suponía enrojecer de vergüenza. Y la otra seguía exigiendo, ordenando.
.- ¿Te estás mostrando bien? Tienes que hacerlo. Y sigue contoneándote con el culo ofrecido, abierto. Mira hacia atrás y sonríe al señor, que el sepa que estás encantada de ofrecerle el culo.
.- Te va a oír.
.- Pues hazlo bien. Abría que azotarte y lo vas a conseguir. Como te vea un criado vas a saber lo que es bueno.
L quería reaccionar a esos comentarios rebelándose contra lo que se quería que hiciera, pero aparecía el temor que la otra estaba infundiendo en ella, hasta el punto de elevar la vista y buscar a ese posible criado.
Y el señor escuchaba buena parte de lo que decía la marrana, divertido y esperando a ver cómo cumplía L con lo que su compañera la ordenaba, deseoso de entrar en la conversación, exigiendo él también. Hasta que lo hizo.
.- ¡Basta de charla, marranas!
.- Lo sentimos mucho, señor. – Sería la otra quien respondería.
.- ¡Mostraros bien!
La otra dio un codazo a L, esta supo lo que quería de ella. Con manos trémulas, asustada y temiendo la reacción del hombre si no cumplía como la otra venía pidiéndola que hiciera, separó los carrillos del culo, mientras mantenía el contoneo.
.- Acaríciate. – Ahora hablaba en un susurro. L volvió a gemir, pero paso unos dedos por la raja del culo. – Hazlo bien. – Era el consejo de la chica. L se detuvo ante la entrada al agujero, ahora separaba la otra nalga para ofrecer una buena visión del agujero y de sus dedos cuando estos pasaban por él.
Unas jóvenes llevarían las bebidas pedidas por el hombre. Iban con las falditas y el corpiño tan cortos que dejaban el sexo al aire y por detrás el culo, y el corpiño, las tetas. L aprovecharía para mostrase de forma más audaz, pensando que el hombre estaría distraído con las camareras, y lo estaba, pero no tanto como para perderse la oferta, que ella quiso volver a limitar cuando acabaron de servir, lo que él no consentiría.
.- Marrana, sigue ofreciendo el culo.
Su compañera aprovechó para volver a decirla lo que debía de hacer, siempre en voz queda.
.- Hazlo bien, no le enfades. Y acaríciate.
Esta vez L separaría las nalgas sin pudor, mostrando la entrada al agujero, notando como se abría, pensando en que el hombre sabría que lo tenía abierto, que tenía que presumir que era enculada con frecuencia. Luego, pasaría los dedos de la mano derecha por la zona.
.- Chupa unos dedos y mételos en el culo. – Era la chica quien lo decía.
.- ¡Ah!
.- ¿Qué pasa, marrana? – El hombre había escuchado la queja de L y preguntaba exigente.
.- Nada, señor. – Sería la otra quien volviera a contestar.
Sin esperar más, asustada, L se llevó los dedos a la boca y los chupó, después volvería con ellos a la entrada del culo, tenía que meterlos en él, era bochornoso, no quería ni se atrevía, un nuevo codazo de la otra la hizo reaccionar. Sintió como dos dedos presionaban ante la entrada al agujero, y luego como se metían en él. Era como si no fueran suyos. Los movió en el culo, los sacó y volvió a chupar, notando un sabor en ellos. Regresó al culo y los introdujo en él aún más. Se percató que no era necesario que chupara los dedos, el culo estaba aún aceitoso del lubricante para el falo, ese era el sabor que había percibido, movió los dedos en el culo. Lo había hecho muchas veces y sabía cómo hacerlo, al tiempo que mantenía el contoneo de las caderas.
.- Marrana 73, la torpe, ven aquí.
L, al escucharse designada de esa forma se sintió, primero señalada como una puta, luego asustada.
“Ya le he enfadado”. Sería su primer pensamiento, después aparecería otro, aún más temible: “ya lo quiere…”. Quedó momentáneamente paralizada, como si no pensara que fuera ella a quién se aludía, o no acabara de aceptar lo que pudiera haber detrás de la llamada, que la aterrorizaba.
.- Corre hacia el señor. – Era su compañera quien lo decía, en voz queda.
Se percató que no podía hacer esperar al hombre, que no podía ni desobedecer ni defraudar las expectativas que éste tuviera en ella, que debía estar enfadado con ella. Tenía que aplacarle. Siempre sería mejor tenerle a su favor, o no en contra. Ya la simple llamada debería de ser un motor para ella, ofuscada, alterada, asustada por lo que preveía, sin atreverse a esperar más, queriendo evitar una reacción adversa, corrió hacía el lugar donde estaba el hombre, con ello dejaba de bailar, pero al llegar ante el hombre se encontraría con otra sorpresa, más desagradable, el hombre la hizo una indicación cuyo significado ella conocía, chascó los dedos, lo que era una orden para arrodillarse a sus pies, tenía que hacerlo, confusa y avergonzada, lo hizo, quedando de hinojos ante él. Tenía la cabeza baja, no quería mirarle, de vergüenza y temor. Sabía lo que podía llegar a continuación, casi lo esperaba, y casi lo deseaba, como muestra de que el hombre no la repudiaba. Se avergonzó de ese pensamiento. Volvió en sí, para sentir la extrañeza de estar arrodillada ante un hombre al que se sometía. Jamás había respondido de esa forma a un hombre, ni hubiera pensado que lo haría, no al menos como imposición, pero allí estaba. A los pies de quien había indicado que la quería arrodillada, y ella, si no contenta de presentarse así, lo estaba de haber dejado de bailar y de poder, en cierta forma, ocultar parcialmente su desnudez, y acaso de poder aplacar al hombre. “Pero eso supondría…” No quería pensar en lo que supondría, y lo que llegaría a continuación sería lo que temía, o acaso lo que deseaba, pues si la humillaba y asustaba la idea de hacer lo que ni siquiera quería pensar, con ello podía recomponer su situación con el hombre. Era tremendo, pero pensaba en poder ganárselo otorgándole el placer que, sin duda, desearía. Y eso sería lo que el hombre demandara. Ante la mirada atónita de L, abrió la bragueta y sacando la verga la ofreció a la joven.
.- Chúpala, marrana.
.- ¡Ah!
La exclamación era tanto de sorpresa como de vergüenza y desconcierto. Ni siquiera se preguntaba cómo podía pretenderse que hiciera algo así en un lugar por el que pasaban gentes que podían verla, incluso pararse a presenciar mejor esa acción bochornosa. L lo había visto hacer en su paso por el salón, es más, ella misma se había atrevido a pensar que podía ser el modo de ganarse al hombre. Ya lo había hecho en otro salón, aunque fuera menos público, no dejaba de ser una zona común, y lo importante era haberse sometido a realizar un acto indebido, de puta. Ahora se sentía más puta. Notaba que no había la menor voluntariedad por su parte, que todo se le imponía, que ella no participaba en la decisión, ni existía ningún interés en realizar lo que el hombre demandaba, solo el miedo al incumplimiento, a enfadar al hombre, al cliente.
Pero, llegado el momento, vacilaba, más por el temor a ser vista que por rechazo a la acción en sí misma, si no la apetecía chupar esa verga, tampoco hacía demasiados ascos a realizarlo, pero no allí, no delante de la otra, no en un lugar público, con riesgo de ser vista por terceros, más que riesgo, seguridad de que la contemplaran, no por mandato del hombre, sin que ella, sus deseos, sus apetencias, su voluntad, hubieran sido tenidos en cuenta. Pero tenía que hacer algo, bien amoldarse y obedecer o rebelarse y rechazar, no era la demanda que pudiera rechazar, ni el momento para hacerlo, ni siquiera podía hacerse esperar en su obediencia, en su entrega, pues eso es lo que se esperaba de ella.
La mano del hombre se posó sobre la nuca de L, presionando para que bajara la cabeza en busca de la verga, ella se dejó llevar hasta que tuvo la punta sobre sus labios, que mantenía cerrados, ahora tenía que decidir.
.- ¡Abre la boca, marrana!
A pesar del empleo de esa expresión que a ella tanto la desasosegaba y denigraba, la firmeza con que surgió la orden, y sobre todo, el temor a las consecuencias de no obedecerla, consiguió que L efectuara lo que se la mandaba y abriendo la boca dejó paso al cilindro de carne, que adueñándose del lugar comenzó a moverse en él. L se dejaba hacer, por unos momentos olvidada de su entorno, pero después éste se haría presente y la vergüenza y miedo a ser vista se apoderarían de ella, más que chupar la verga, dejaba que el hombre la moviera en su boca, siendo éste quien realizaba los movimientos, echando el cuerpo hacia delante para incrustar la verga en la boca de la joven y al tiempo empujando la cabeza de ésta para que se dirigiera en busca del trozo de carne. Pero no era el mejor modo ni el más cómodo de chupar una polla, que se incrustaba en su garganta obstruyendo la respiración. L fue atemperándose a la situación y con ello, a pesar de su vergüenza y temores, realizando el movimiento por sí misma, de nuevo comprendía que debía complacer al hombre, no enfadarle, ya lo había indicado su compañera y ella debería acomodarse a esa situación por muy vejatoria que fuera, y si hacerlo lo mejor posible la convenía frente al hombre, también era conveniente para ella, al permitirla dominar las reacciones del hombre y acaso acabar antes.
.- Hazlo bien, marrana, quiero que tragues toda la verga.
El hombre también demandaba su buen hacer. No era fácil lo que el hombre pretendía, y aunque L se afanaría por conseguirlo, no era capaz de meter todo el trozo de carne en su boca. Se sorprendía de la tolerancia con que estaba reaccionando ante una demanda de ese estilo, pero en ella primaba el deseo de no crear una situación violenta, que propiciara mostrarse más y con ello ser vista, reconocida, trataba de comportarse de modo que no llamara la atención, más de lo que sus acciones pudieran hacerlo, que no sería mucho, en un lugar como aquel. Y para eso lo mejor era ocultarse todo lo que pudiera, sobre todo el rostro, y en la postura en que estaba, esa era la primera consecuencia. Por ello, cuando el hombre volvió a insistirla.
.- ¡Marrana! No lo estás haciendo bien, ¿acaso no te han enseñado a tragar una buena polla?
Ella trató de complacerle, de tragar la polla, como él decía, pero no lo lograba, como si quisiera compensar su incapacidad, trató de chupar con suavidad, con precisión, buscando los toques que resultasen más satisfactorios para él, atenta a las reacciones del hombre, que comenzaría a imponer su excitación, presionando con la mano sobre la cabeza de L, para indicarla como deseaba que fuera la intensidad y profundidad de cada chupada. Pero no quería ceder en su deseo de que L tragara toda la verga, por lo que empujaba sobre su cabeza para avanzar más en que en cada chupada. Al hacerlo surgió en L la natural reacción de disconformidad y nauseas, hasta que tuvo que defenderse empujando hacia fuera, primero solo con la cabeza, después haciendo fuerza con las manos apoyadas en el hombre.
.- ¡Quieta, marrana! – Pero tenía que desalojar el miembro de su garganta. Él la daría una bofetada, al tiempo que volvía a insistirla: ¡te he dicho que te estés quieta! Pero la dejaría un momento para recuperar la respiración. Luego volvió a las chupadas. – Pon las manos en la espalda. – L lo haría, continuando con las chupadas.
Durante un rato estaría intentando conseguir tomar toda la verga, poco a poco lo fue logrando, siempre con la mano del hombre sobre su cabeza, que no dejaba de insistir para que ella consiguiera lo que él demandaba. Con las manos en la espalda carecía de defensa y solo tenía la polla como apoyo. Según iba logrando lo que el hombre deseaba iba calmándose y efectuando mejor la mamada. Sentía la verga entrando en su garganta. Ella trataba de chuparla en toda su longitud lo que favorecía la conclusión natural, hasta que se corriera en la boca de L.
.- No lo tragues, saboréalo bien, eso te gustará.
Y ella lo tendría en la boca sin atreverse a tragarlo, notando su sabor, pero tampoco se atrevía a paladearlo, solo lo mantenía tratando de no moverlo.
.- Saboréalo.
Ella lo hizo sin sentir la repulsa que hubiera sido lógica; ese tipo de acciones solo las había practicado con quienes habían sido sus mejores amantes y en situaciones especiales. Era una concesión que hacía, que si no la desagradaba, no quería que se pensara que era una mamona. Levantó los ojos hacia el hombre, luego tragó el semen. Él acaricio su mejilla y la sonrió, sin apenas darse cuenta ella también sonrió.
El hombre tardó muy poco en recuperarse, entonces llamó al servicio, que llegó de inmediato, pidió:
.- Que traigan un apoyo para la marrana.
L permanecía arrodillada a los pies del hombre, encontrando en esa postura la mejor defensa de su intimidad y una buena forma de ocultación ante los demás. No sabía a qué se refería el señor, pero enseguida aparecería el mueble, portado por dos sirvientas, era una especie de potro como de 70 cm de largo por 50 de ancho, y una altura de 60 cm, con las patas abiertas en diagonal, formando un aspa; la parte superior, estaba recubierta de cuero y bajo este algún tipo de material firme pero suficientemente esponjoso como para poder apoyarse en él con comodidad. De repente L recordó a la joven que había visto follar en el salón. Lo que escuchó a continuación venía a incidir en esa visión produciendo un temor que la desazonaba.
.- Sujetad a la marrana al potro.
Ante la completa perplejidad y alboroto de L, las sirvientas hicieron que se levantara, lo que hizo de nuevo presa del temor a ser vista, luego hicieron que se inclinara hasta quedar apoyada sobre el potro, con la cabeza hacia el exterior del reservado, abierta de patas y estas atadas a las del potro, quedando el centro del cuerpo fuera de la base, en el aire, y las manos atadas a las patas de ese lado, L quedaba en una postura poco cómoda y muy desagradable por todo lo que tenía de humillante y denigrante.
L se dejó hacer tan asustada como nerviosa, tanto por la postura que se la obligaba a mantener como por hacerlo a la vista de cuantos pasaran por allí y el miedo a lo que se quisiera de ella, menos mal que no parecía que nadie se fuera ocupar de ella, de lo que le hicieran, y la melena caía sobre la cabeza ocultando parcialmente su rostro. Al menos no sería fácilmente conocida.
.- La marrana está dispuesta, señor. – Anunció una de las criadas.
.- Marrana entre las patas. – Era el hombre quien ordenaba.
L no sabría a que se refería el hombre con ese mandato hasta que vio como su compañera se sentaba en el suelo, quedando colocada con la cabeza entre sus piernas, que enseguida notarían otra presencia, esta del hombre que acercándose a ella buscaba su coño con la verga, que pronto estaría en aquel, comenzando a follarla, al tiempo que la otra marrana se ocupaba también de su coño, para lamerlo al tiempo que el hombre la jodía. La acción combinada de la polla del hombre y la boca de la marrana, hicieron que la hembra se crispara, no deseaba ninguna de las dos, pero ambas continuaron, y el hombre sabía por qué había pedido a la compañera de L que se uniera a él. Deseaba conseguir que L gozara con lo que se le hacía y para ello no había como unas buenas lamidas de otra marrana, que sabría buscar donde encontrar. Y así sería.
L, que al principio solo tenía en la cabeza la idea de ser vista, y con ella el miedo a ser reconocida, poco a poco fue concentrándose en las caricias que recibía, sobre todo de los labios que se ocupaban de chupar su sexo, la lengua que lo lamía, para ir acomodándose a ello, relegando los miedos y dejándose llevar por los toques que recibía, queriéndose oculta tras sus cabellos, que actuaban como cortina y bálsamo a sus miedos, era el pensamiento de no ser reconocida lo que más contribuía a su rendición ante los toques que recibía y que su cuerpo deseaba seguir recibiendo hasta alcanzar la conclusión natural, que poco a poco se fue aproximando, para después entrar en la fase de placer que se va incrementando hasta hacer muy difícil poder parar.
L se correría entre gemidos, mientras seguía recibiendo las embestidas de una polla que no parecía cansarse de joderla, y a la que se uniría un dedo que la penetró el culo, con una facilidad que evidenciaba que si llegaba bien lubricado, también era recibido por un agujero convenientemente abierto y dispuesto, haciendo que L reaccionara crispándose primero y después recuperando una excitación que el orgasmo había reducido, y que volvería a experimentar otro brusco incremento cuando al primer dedo se unió otro y entre ambos la joderían por ese agujero que tanto gustaba de maniobras como esa.
Su compañera, que había parado sus lamidas, sabiendo que en el estado en que se encontraba L no resultarían agradables, al comprobar que ésta volvía a calentarse, elevando el culo en busca de dedos y polla, recomenzaría sus lamidas, que si crisparon a L, esta vez por lo que suponía el toque en una zona demasiado sensibilizada, después volvería a acogerlas con la ansiedad y deseos que el incremento del placer y la proximidad a otro orgasmo, hacían crecer en ella. Entonces el hombre sacó la polla y los dedos, dejando a L ansiosa y asustada, sin saber a qué se debía esa huida, pero enseguida comprendería, al notar la polla colocada en la entrada de su culo y después como presionaba sobre ella, se estremeció de ansiedad y deseo, después de placer, respondiendo con una elevación del culo, que era una oferta y al tiempo la búsqueda de la carne que quería entrar en ella, y que pronto tendría al completo en su culo donde seguiría con la jodienda que había mantenido en el coño. A L, ese tipo de penetración la producía una especial excitación, haciéndola desear que la polla del hombre la abriera, incluso forzándola, sintiendo que podía violentarla, dominarla, llenarla, excitación que, en este caso, se unía a la proveniente de la marrana que seguía lamiendo su botón más sensible. Y el hombre, como si se hubiera percatado de las apetencias de L mantendría la jodienda del culo con pollazos largos y lentos que alternaba con otros más firmes y violentos, consiguiendo que la joven tratara de acomodarse a ellos buscando la mayor penetración, alzando el culo en busca de la verga del hombre que quería sentir aún más dentro cuando este ralentizaba los movimientos, todo ello mantenía a L ansiosa y excitada, sin importarla mostrar su deseo por la polla que la enculaba. Comenzó a gemir con cada empujón de la verga, gemidos que se hacían más largos cuando él empujaba con más vigor, lo que ponía de manifiesto el mayor placer que alcanzaba cuando la polla actuaba con mayor fuerza y posesión.
Ahora sería el hombre quien se corriera, actuando de detonador para que L lo volviera a hacer, en un gemido prolongado, mientras se crispaba echando hacia arriba el cuerpo, como queriendo que la polla entrara a tope en ella para seguir el gozo del hombre.
El hombre se mantuvo en su interior hasta que se recuperó, después salió de ella.
.- Desata a la marrana. – L escuchó la orden, sin percatarse a quien iba dirigida y que ella misma era la marrana de referencia. Su compañera se levantó, L enseguida notó que soltaban sus sujeciones. Quiso elevar la cabeza para ofrecer un gesto de gratitud a quien había hecho que gozara, al hacerlo, para su completo anonadamiento y bochorno, se encontró con la presencia de un pequeño grupo de señores que estaban contemplándola y que sin duda habían presenciado su jodienda, su enculamiento, dejó caer la cabeza intentando ocultarse de nuevo. Ya libre de las ataduras, permaneció como estaba, sin atreverse a cambiar de postura, esperando que su señor la permitiera seguir así, que no la ordenara incorporarse.
.- Marrana, limpia la polla, hazlo con cuidado. – Escuchó el mandato sobresaltada y angustiada, sabía que era para ella, que tenía que incorporarse, que sería vista por todos aquellos que la estaban en el exterior, volvió a elevar un poco la cabeza, queriendo conocer si seguían ahí. Parecía que eran menos, pero todavía había algunos.
.- ¡Marrana!
La palabra la estremeció, era una llamada de atención hacia ella en vista de su tardanza en obedecer. No podía hacer esperar al hombre. Se incorporó, permaneciendo con la cabeza gacha girándose de prisa para arrodillarse ante el señor, e inmediatamente inclinarse y buscar la verga con la boca. Trataba de calmarse, diciéndose que así estaba menos expuesta a las miradas. Casi ni se había percatado de lo que hacía, ni de los sabores que tenía en la boca, luego, lo primero que pensaría fue en que no estaba cumpliendo bien con el señor, trató de chupar la verga mejor, casi sin pensar en limpiarla, sino como si buscara su excitación, su respuesta. Tan absorta estaba, que su mente pasaba de un aspecto a otro sin solución de continuidad, hasta sentir que estaba en deuda con ese hombre cuya polla tenía en la boca. No pensaba en que fuera al revés, que él tuviera que estarla agradecido, sino que era ella quien debía agradecerle que sin deberla nada, hubiera conseguido para ella esos placeres tan maravillosos. Entonces sería ella quien mirara al señor elevando los ojos hacia él, buscaba su aprobación y al tiempo, mostrar su propia complacencia, manifestada en una mirada que quería ser una sonrisa que le dedicaba. Él la miró serio, pero acaricio su cabeza, en un gesto muy similar al que se podía hacer con un perro, y que ella aceptó como de conformidad, de complacencia, que a su vez agradeció, con otro intento de sonrisa, que esta vez quería decir: “Gracias, señor”.
Arrodillada a los pies del hombre, recuperó la conciencia y el sentido de su deber, sabía lo que tenía que hacer sobre esa carne que aún mantenía cierta rigidez. La limpiaría con todo el cuidado, atención y suavidad que fue capaz. Deseosa de hacerlo a plena satisfacción del hombre, agradecida al placer que le había regalado, sin sentir el asco que la suciedad debiera producirla, al contrario, queriendo demostrarle que eso no impedía atenderle lo mejor posible, y al cabo exaltada y arrebatada al comprobar cómo la verga recuperaba su vigor volviendo a crecer en su boca, lo que le animó a buscar, no ya limpiarla, sino alcanzar para su propietario otro estallido de placer, que lograría sin gran tardanza, quedando ella embriagada por el jugo del hombre que se depositaba en su boca y que saboreaba extasiada antes de tragarlo con deleite.
Quedó un rato con la verga en la boca, dejando que se fuera relajando en ella, al tiempo que saboreaba su presencia, quieta para no molestar al señor, satisfecha de complacerle, rechazando pensar en lo que sucedía a su alrededor. Cuando la verga se escurrió sola de su boca, L se escurriría a los pies del señor, vuelta hacia él, permaneciendo sentada ante él.
Pero no bastaba con hacer que L se acomodara a servir a un cliente una vez.
.- Quiero volver a tenerte. Tengo estos días menos ocupados, creo que tendré tiempo para venir, voy a decir que te tengan disponible para mí hasta la una y media, si no he llegado, quedas a disposición del club para lo que se te ordene hacer. Si yo llegara más tarde y me apeteciera, te reclamaría. – L le sonrió. – Tienes mucho que aprender en tus comportamientos, fíjate en tu compañera, es una estupenda marrana. Pero me gusta tu culo, y también enseñarte.
.- Muchas gracias, señor. Me encantará que... – Y L, que no acabó su oferta avergonzada de hacerla, quería que el hombre supiera que estaba dispuesta a volver a estar con él. Tampoco quería decirse, que lo estaba a servirle, aunque eso es lo que se quería de ella. Pero él, como si quisiera castigar su inacabada entrega, contestaría.
.- Te encante o no te encante, te quiero disponible para lo que me apetezca de ti.
.- Sí, señor, claro, señor. – L comprendió su error al no finalizar su oferta y quiso remediarlo, pero él no la dejó acabar de hacerlo. – No he querido…
.- Ya te he dicho lo que yo quiero, que es lo que tú vas a hacer, marrana. Lo que tú quieras, poco importa.
.- Sí, señor, y lo haré con mucho gusto.
.- Y si no, también.
.- Pero me encantará servirle, señor.
.- Y te voy a exigir que lo hagas como lo debe hacer una marrana. – La miraba, ella sabía que debía contestar, corroborar, agradecer, y sin tardanza. Lo hizo.
.- Lo haré, señor, y como usted quiera, cuando a usted le apetezca.
El hombre se había mostrado exigente y duro, patentizando su disgusto, lo que asustó a L, logrando que acabara ofreciendo y manifestando mucho más de lo que inicialmente quiso ocultar y rehuir. No comprendía cómo podía estar diciendo esas cosas, ofreciéndose de esa manera.
El hombre se levantó para salir, de nuevo L se alteró, temerosa de tener que moverse, aparecer ante más gentes.
.- Vamos. – Él las ordenaba acompañarle. Tenían que hacerlo. L buscó el vestido, no podía dejar el lugar desnuda y así recorrer el salón, pero su compañera la empujó.
.- Pero… - Trató de no seguir sin haber recuperado el vestido.
.- Sigue, no te pares, luego lo recoges. – La otra no la dejaba buscarlo. Sabía que no podía ponerse a discutir o tardar en continuar. No era la costumbre del lugar y que ella apareciera desnuda era algo que solo le importaba a ella.
Tuvo que dejar el vestido, con el corazón acelerado siguió a la marrana, que abría camino, y cerrando el cortejo, el hombre. L no podía evitar el tremendo miedo a ser descubierta, la mano del hombre se colocó en su culo, lo que la hizo dar un respingo, era añadir una acción más a todo lo que la colocaba como una marrana del club. Si la caricia la hubiera apetecido, y deleitado por demostrar que el hombre seguía apeteciendo su culo, y más después de la reacción enfada que acaba de tener con ella, no podía sacarla el gusto, intranquila y deseosa de desaparecer del lugar, o al menos de poder vestirse.
Recorrieron el salón, L, aunque aún curiosa por ver lo que ocurría en él, no era capaz de mantener el interés que otrora la invadiera, mucho más atenta al temor de ser vista y a no encontrar a nadie conocido, y de haberlo, poder ocultarse. Durante el tiempo que estuvo en su rincón, no presenciaría los comportamientos que debían ser normales en aquel lugar, al estar bastante bien separados de los vecinos y ella ocupada en otros menesteres, ahora, volvería a contemplar conductas propias de lo que no podía ser más que un burdel.
“Es que eso es lo que es este lugar.”
Y al pensarlo se hacía más patente su desnudez, que no sabía cómo ocultar. Hubiera querido ir la primera para avivar el paso.
Solo cuando salieron a la zona de distribución, donde, en ese momento, no había nadie, L se tranquilizaría algo, acercándose al hombre, casi en una muda oferta de ese culo que él había acariciado, y dejado de hacerlo debido a los obstáculos que encontraba en el camino, que L aprovecharía para separarse de él y, queriendo ahora que nadie les veía, brindarle lo que antes le había sustraído, satisfecha e incluso agradecida a quien había sabido regalarle ese gozo que no era fácil conseguir entre sus acompañantes habituales.
El hombre, puso la mano en ese culo que se le ofrecía, ella le miró y sonrió.
Por el distribuidor llegaron al vestíbulo, también grande pero con apariencia más recogida. Una chica, con el uniforme de camarera que dejaba coño y tetas al desnudo, parecía esperar para atender al señor, y en el umbral de separación con la zona colindante, un hombre uniformado permanecía atento.
.- Aquí me despido. Me gustará volver a veros.
.- Gracias, señor, ha sido un honor y un gran placer servirle, que me encantaría volver a repetir. – Era la otra quien hablaba, dando la pauta a L, que sin embargo titubeaba ante la respuesta a ofrecer, cohibida por sus manifestaciones anteriores, que no se atrevía a repetir. Pero no podía esperar a ofrecerse, si se retrasaba parecería que la costaba hacerlo, y ya conocía que a él no le gustaban nada esas manifestaciones de tibieza. Se decidió.
.- Gracias, señor. Le agradezco su... – no sabía que decir, había intentado no repetir lo que había dicho su compañera, pero no se le ocurría nada diferente – ha sido muy grato servirle, estoy a su disposición para todo lo que deseéis de mí, en el momento en que lo deseéis. Será un honor que me… que queráis que os sirva.
El hombre rió. Ella se sintió como liberada. Lo estaba haciendo muy mal, pero él parecía encontrarlo gracioso.
.- Gracias, señor. – La otra reverenció al hombre y para asombro y nuevo sobresalto de L, arrodillándose ante él, le besó los pies, luego se incorporó, y reverenció de nuevo. Gracias, señor. Volvió a arrodillarse y besar los pies. – L presenció el gesto aturdida y avergonzada. No pensó en que ella debía hacer lo mismo, hasta que al incorporarse la otra, la hizo un gesto, entonces, alterada miró al hombre, que la miraba serio, comprendió que era lo esperado, quizás lo normal, lo habitual. L estaba aturdida, expectante, temiendo un gesto de él que indicara que quería esa muestra de sumisión, de servidumbre, de reverencia, al tiempo que temía su reacción si no lo realizaba, y con diligencia, pero no la salía hacerlo, y menos en un vestíbulo, por el que podía aparecer cualquiera. Ella había humillado ante la señorita Laura, pero eso era diferente.
“No ante un cliente.”
“No quiero hacer lo mismo que una marrana, no lo soy. Soy una hembra, puedo complacer al macho como hembra, pero no humillarme ante él como marrana.”
“No yo. No lo haré, aunque él me haya sabido satisfacer. Pero no puede pedirme eso.”
Se decía todo ello, negándose a hacer lo que se estaba esperando que hiciera. Sentía que era una negativa carente de determinación, de decisión, de fuerza. Miró a la chica, que a su vez miraba lo que sucedía. Sonrió a L, que apartó la mirada, encontrándose con la del hombre que estaba en la zona de paso con la habitación colindante. Esta vez se encontró con una mirada sería que la hizo reaccionar.
.- Gracias, señor.
Reverenció al hombre. Sabía que eso solo era la primera parte, que debía humillar ante él. No quería levantar los ojos. Sin saber cómo se encontró arrodillada a los pies del hombre, luego inclinándose besó sus pies, sus zapatos. Ahora la costaba incorporarse, enfrentarse a él, a su compañera, a quienes la estuvieran viendo, a pesar de sentir como la postura ofrecía el centro de su cuerpo, que debía estar mostrando con total impudicia. Como si quisiera compensar su tardanza en postrarse ante él, continuaba besando sus zapatos.
Vio pasar unas sombras y escuchó el sonido de unas voces, el corazón la dio un vuelco, alguien pasaba a su lado, viéndola besar los pies del hombre. Quiso evitar ser reconocida metiendo la cara en los zapatos del hombre. Estuvo así hasta que él empujo su rostro con el zapato que ella besaba, comprendió. Se incorporó avergonzada, asustada del gesto de él, temiendo que fuera una muestra de descontento con su poca aplicación. Reverencio de nuevo. – Gracias, señor. – Seguía sin levantar la vista. El hombre se alejo sin decir nada, dejando en L la duda sobre la respuesta a su comportamiento.
“Soy tonta, para una vez que me hacen gozar, voy a dejar escapar a quien me lo proporciona.”
“Es al que me podía convenir mantener interesado.”
“De estar con alguien mejor con quien te hace gozar. No es algo que suceda todos los días.”
“Espero que no se haya molestado y vuelva.”
Estaba pensando cosas que no debía, incongruentes con su postura de siempre y con lo que debía ser su comportamiento en aquel lugar en aquel burdel, y que después rechazaría.
.- No me he sabido comportar con él, ¿verdad? – No pudo evitar preguntar a su compañera.
.- Se te nota que aún no estás bien domada, pero lo importante es que has gustado al señor y que quiere volver a verte. Vendrá, ya lo verás, y volverás a pasarlo estupendamente con él.
L sonrió, entre agradecida y complacida. Pero en ese momento no pensaba en lo que realmente significaba lo que el hombre deseaba de ella, cuando se percatara, dejaría de desear un encuentro que se planteaba con un coste muy difícil de pagar.
Se dio cuenta que la chica tenía la cara ennegrecida, supo de lo que era.
.- Tienes la cara…
.- Y tú también.
.- ¡Ah! – Se fue a limpiar con la mano.
.- Déjalo, ahora nos limpiaremos. Ven, vamos a presentarnos al encargado.
.- ¿Así?
.- Sí.
Ella no sabía quién era pero siguió a la chica. Pensó en lo que esta había hecho por ella, y aunque fuera algo que ni había pedido y deseaba que se le hiciera, había sido la receptora de unos gozos propiciados por la chica, que debería agradecerle. Se volvió hacia ella.
.- Gracias.
La otra chica comprendió la causa del agradecimiento y sonriendo contestó.
.- Ha sido un placer. – L que la había mirado un tanto sorprendida ante una afirmación que hasta muy poco antes hubiera encontrado, como poco, extraña, sonrió también.
Se acercarían al hombre uniformado que había visto antes y que estaba en la gran sala que hacía de una especie de distribuidor.
.- Que sea la última vez que vacilas al realizar una muestra de respeto.
.- Es primeriza y no sabe muy bien lo que tiene que hacer.
.- Pues que aprenda. No voy a tolerarla ese tipo de actitudes.
.- Lo siento, señor. – Era L quien se disculpaba, temerosa del castigo y admitiendo una obligación que tenía que rechazar por no haberla aceptado nunca.
.- Vete. – Ordenó a la otra. – Tú, humilla y besa mis pies.
L, temerosa y vejada, tuvo que arrodillarse ante el hombre y besar sus zapatos, sin que él dijera nada, solo la dejaba hacer y no parecía tener ninguna prisa porque acabara. Había comenzado a humillar ante él casi en medio de la sala, él se correría hacia la zona entre la sala y el vestíbulo. L tendría que seguirle gateando tras él, para volver a besar sus pies cuando se paró.
Durante el rato en que estuvo humillando el hombre tuvo que atender a dos clientes que salieron, siendo obligada a seguir, de nuevo, al hombre, gateando tras él, para continuar besando sus pies, asustada de ser vista y pensando en que se la pudiera reconocer. Ahora el nombre grabado en su sexo aparecía como la anilla que colgaba de su nariz, como elemento diferenciador, que la señalaba como una marrana más, lo que su gesto ante el encargado acababa de confirmar.
Cuando se fue el último cliente el hombre la separaría con una patada en la cara.
.- Incorpórate, marrana.
Lo hizo de inmediato, quedando ante él en posición de respeto.
.- Marrana en respeto y obediencia, señor.
El hombre diría a L que podía bajar a cambiarse e irse.
.- Gracias, señor.
.- No te olvides de acicalarte como debes.
.- No, señor. – L, reverenció al hombre, y después, arrodillándose ante él volvería a humillar besando sus pies. Realizándolo como una especie de respuesta obligada, que nadie le había ordenado pero que ella pensó era la apropiada. Tenía miedo a que el hombre la exigiera hacerlo y que la tuviera más tiempo humillando. Esperó a recibir la señal de incorporarse que llegaría como la anterior, con una patada en la cara.
Volvería a reverenciar y agradecer.
Iría a cambiarse, pero primero se acicalaría “como debía”. Entonces se vio la cara en un espejo, estaba tiznada desde la barbilla a la frente. Se limpió, con la sensación de saberse humillada hasta el extremo de besar los zapatos de un empleado de la casa, del burdel – se dijo – aceptando la realidad y con ello su sino.
Hubiera querido ducharse antes de dejar el club, pero lo pensó tarde, su mente estaba ocupada por lo sucedido y su reacción a ello, y tampoco se atrevió a volver y pedir permiso para hacerlo. Se había vestido más pendiente de sus pensamientos que de la ropa que se ponía. Era más tarde de lo normal y si se retrasaba más, llegaría a la oficina cuando estuvieran a punto de irse los demás.
El nuevo paso dado en el club dejó a L con un extraño sabor de boca. No podía negar ni quería rechazar el placer alcanzado, pero no podía ni quería aceptar el modo de obtenerlo, como tampoco quería que lo sucedido supusiera el inicio de una forma de actuación. Se sentía como enferma, con una sensación casi de escalofrío, sintiendo los efectos de lo sucedido con el señor y las consecuencias de haberse producido en un burdel y apareciendo ella como una prostituta.
“Y es posible que se pretenda que vuelva a prostituirme. Pero no puedo permitirlo.”
“Pero no ha sido un acto de prostitución, me apetecía el señor y me he dejado hacer, aunque aparentemente... Pero si me han atado a un potro...”
“Y nadie me ha pedido mi consentimiento. Se ha usado de mí como se una de una puta... Y con la seguridad de que se puede hacer conmigo lo que se quiera, porque se ha pagado para hacerlo.”
“Me están vendiendo. Están vendiendo mi cuerpo. Una puta no se da gratis.”
“Y he aceptado complacer al hombre, cuando vuelva, que volverá. Le tiene que apetecer mucho volverme a tener…a putear.” – No podía evitar encontrarse apetecible y quererse apetecida. Quedaba en ella un rescoldo de presunción, que se avivaba en cuanto le daban la menor oportunidad, encendiendo el fuego de su vanidad.
“Ya he hecho mal admitiendo volver a atenderle.”
“Pero no me he comprometido a nada más.”
“Y no puedo admitir volver a estar en los salones y menos como una fulana de ese lugar.”
“Pero si es que debe de ser un burdel, o algo semejante.”
“Tengo que salir de ahí.”
“Hay que acabar de una vez con todo esto. No puedo continuar de este modo.”
“No puede haber “otra vez.”
“Pero me he comprometido con el señor... si solo fuera con él.”
“No puedo aceptar ni siquiera eso, aunque me guste, aunque me haga gozar. No de esa forma, no como una puta. Eso es indigno, denigrante.”
“¿Pensará él que está con una puta? Así me ha tratado, cree que soy una puta.”
“Tenía que haberle dicho que no lo soy...”
“Pero..., si me he comportado como una puta..., y al final..., he besado sus pies..., es horrible. ¿Cómo he podido hacer algo así?”
“Eso no lo hacen ni las putas..., solo en este lugar...”
“Y ante el encargado… He besado sus pies.”
“Pero, ¿dónde estoy? ¿Qué clase de sitio es ese?”
“Y me pueden pillar... Cómo es posible que pueda ni pensar en aceptar algo semejante. Si no es por la indignidad que supone, debo rechazarlo por el peligro que representa.”
“¿Y si la señorita quisiera que cumpliera mi palabra?”
“Ella puede ser aún más peligrosa.”
“Y querrá. Si el señor ha dicho en el club que me quiere a su disposición…, seguro que me ponen a su disposición.”
“¡No me da la gana! Nadie pude decir eso por mí. No lo admito.”
“Pero si he sido yo misma quien se ha ofrecido…”
“Tengo que solucionar esta situación como sea.”
“Si mañana me presento de nuevo..., seguro que se quiere que atienda al señor. Así que ya sé lo que me espera si regreso.”
“¡Y no quiero!”
“Y se me trata como una puta… Se me llama marrana…”
“La misma señorita, o la señora gobernanta, me llaman de ese modo…”
“Y seguro que lo hacen con toda intención…”
“Quieren que sepa que lo soy… Que quieren que lo sea… ¡No lo soy!”
“No puedo permitirlo… debo escapar, no volver, huir.”
“Y no puedo irme por las bravas, la señorita respondería de inmediato.”
“¿Y si se quiere que atienda a otros?”
“Eso es lo que no puede ser. Puedo seguir acompañando a comer a un caballero, pero nada más, y menos en los salones. Bueno, ni en los salones ni en ninguna parte. No me voy a prostituir. Eso lo tengo que dejar claro.”
“Debería haberlo hecho ya.”
“Y si mañana lo vuelven a intentar, ¿cómo lo evito? Porque una vez en el... club, no resulta nada fácil hacerlo. No puedo arriesgarme a un escándalo..., bueno, eso seguro que tampoco les conviene a ellos, y lo evitaran tanto como yo.”
“La única solución es cortar. Y salir de ahí.”
“Si no voy, ¿qué pasaría?”
“Lo que he pensado muchas veces que haría la señorita… Puede contar…Y ahora lo sucedido…, y fui yo quien me ofrecí…, y delante de todas las chicas que esperaban a ser elegidas. Y lo hice de forma que era una oferta de mí misma…, de mí… culo…, y para que lo tomara… No puedo explicar que se me obliga a prostituirme cuando soy yo quien se ofrece. Nadie me obligó a mostrarme como lo hice…Y lo vieron todas… Y competí con la marrana 45 para conseguir que el cliente me eligiera… Y ofreciéndome descaradamente… Peor aún… lo hice como una puta, como la marrana que quería que la eligieran… Y nos eligió a las dos… Y por lo mismo.”
“¿Y si lo han grabado? Hay una cámara en la sala de paso…”
“Si bastará con que las chicas digan lo que han visto y oído.”
“Y he estado en los salones y allí he hecho…, me han hecho…, y delante de muchos… Me han visto, me reconocerán. Es horrible. Estoy cogida. He actuado como una puta y públicamente.”
“Pero no puedo estar en los salones…, ni admitir servir a los clientes como una marrana más... Todo lo más que puedo admitir es comer con los clientes, como lo estaba haciendo."
“Si vuelven a querer que sirva a un cliente, entonces tengo que plantarme, no acceder…”
“Pero me he comprometido a atender al de hoy… Si vuelve… debería cumplir con él… La señorita me exigiría hacerlo. Pero, esa sería la excepción, la única excepción.”
Con esas ideas se dirigía a las oficinas. Se percató de su modo de vestir, con una sonrisa amarga, pensó en que estaba haciendo apropiada la ropa que llevaba.
“Voy como una fulana.”
Pensó que se había acicalado siguiendo las pautas empleaban las criadas con ella, por lo que estaba maquillada con el atrevimiento y desenvoltura de todos los días. Comenzaba a hacer suyos los modos que se usaban con ella y a emplearlos ella misma.
Y lo mismo sucedía con las formas de presentarse, de caminar. El contoneo exagerado de las caderas se había convertido en algo normal, lo mismo que la posición de las manos, la sonrisa, o la cortedad de la falda. Todo decía de una situación, de unas maneras, de una condición especial.
“Pero cada día queda un día menos.” – Se dijo esperanzada en la conclusión de todo aquello.
“Y, posiblemente, aún tenga que quedarme una semana de “servicio” en el club. Y ojalá sea con el señor de hoy.”
De repente se dio cuenta de la forma en que pensaba de los hombres a los que servía en el club que comenzaban a ser “señores”, cuando jamás hubiera empleado esa forma de referirse a ellos. Nadie hubiera sido superior a ella, ni tratado como tal, al revés, era ella quien regalaba su amistad, sino la cobraba. Era ella quien halagaba con su confianza y su trato familiar y amistoso, y ahora se refería a quienes… “¡A quienes sirvo!” Se dijo humillada y sin ser capaz de aceptar una situación completamente opuesta a la que configuraba lo que había sido su vida. Vida a la que se dirigía y que también había cambiado en las últimas semanas.
J, que ha estado nervioso toda la mañana, recibe con conmoción la llamada del director del club, la voz suena distendida, lo que le calma bastante.
.- ¿Cómo ha ido todo? – Pregunta sin poder evitar la agitación.
.- Perfectamente. Se ha sabido comportar como era su deber, haciendo un trabajo muy completo.
J, ahora excitado por lo que suponía, quiso que el otro concretara.
.- ¿Qué quiere decir?
.- Que ha sido usada sin que quede nada por usar. Lástima que solo atendiera a un cliente. Posiblemente podíamos haber exigido más, pero lo mejor es enemigo de lo bueno y no podemos quejarnos de cómo ha salido todo. De todas formas ha tenido un buen jodedor, ahora deberá atender a clientes más normales en los que no encontrara tantos estímulos para acceder, pero eso debe ser lo normal y a eso debe acostumbrarse.
El descaro del director era evidente, y J no dejaba de ser sensible a sus comentarios, ya despreocupado de sus temores y ansioso de seguir conociendo.
.- ¿Y ha admitido sin reticencias?
.- Ha admitido y colaborado. Supongo, que en un principio, habría ciertas reticencias, como usted dice, pero si las hubo, se las aguantó, y tampoco hubiera sido tolerada ninguna muestra de desacato. El servicio, y perfectamente realizado, es una obligación primordial e ineludible.
.- ¿Públicamente? – Esa idea actuaba sobre J, perturbándole y excitándole.
.- En los salones y delante de quienes han querido presenciarlo… - Parecía como si el director disfrutara comentando ese aspecto y esperase a que fuera el propio J quien demandara detalles.
.- Y… ¿han sido muchos?
.- Varios. Tampoco se trataba de dar una importancia desusada al evento. Es algo que sucede millones de veces al día y en todo el mundo. No nos vamos a creer especiales, y ella es una prostituta más, sin nada que la haga más importante que sus compañeras. A no ser que quieran ustedes que lo hagamos de forma especial. – Había cierto tono de guasa en la voz del director.
“Este cabrón esta divirtiéndose conmigo.”
.- No, no creo que sea necesario indicarles anda al respecto.
.- No nos importa que lo haga. Los clientes tienen sus preferencias y siempre que podamos satisfacerlas lo hacemos con sumo gusto.
.- No es necesario. Lo que no quiero es que se ahuyente la presa.
.- No parece nada probable. Pero si así fuera solo haría más excitante la caza.
.- O sea que tenemos marrana.
.- No completa. Hoy ha sido ella quien ha tomado la iniciativa, mostrándose y ofreciéndose, por cierto, con la soltura de una marrana hecha y derecha, mañana será el club quien tome la iniciativa.
.- ¿Qué quiere decir?
.- Que una pupila debe servir a quien se le ordene. Como comprenderá no se pueden permitir rechazos ni actitudes tibias en el servicio.
.- ¿Y mañana…?
.- Mañana servirá a los clientes que se le ordene.
.- ¿Públicamente? – De nuevo, J incidió en ese aspecto. Se arrepintió de dar otra oportunidad de burla al director, pero este respondería con cordialidad.
.- Sí, y más que hoy. Ya lo hará como prostituta indubitada. Pero no se preocupe por eso. Ya conoce nuestros salones. Es el lugar más apropiado para alguien como la 73.
.- ¿Qué…? ¡Ah, sí! – No había caído en lo que significaba ese número. El otro rió.
.- Creo que haría bien en venir a contemplar el desenvolvimiento de la nueva marrana. Estoy seguro que quedará satisfecho y tranquilo.
.- Entonces, será mañana cuando tengamos marrana…, completa.
.- Pero no oficialmente, eso llegará un poco más tarde, cuando nos convenga a todos.
.- Gracias. ¿Por qué lo ha hecho ella?
.- Porque había llegado el momento para que se iniciara, y si quiere que le diga, no lo pasó tan mal. Pero eso no es lo normal, ni debe serlo. Ahora comenzará a actuar como una profesional. No se trata de que el trabajo se convierta en un orgasmo múltiple. – Se reía. De nuevo, el director mostraba su descaro. – No sería conveniente para el buen servicio a los señores clientes.
.- ¿Quiere eso decir que dentro de un par de semanas estará en disposición de pasar a profesional?
.- No. Hoy ha sido ella quien se ha ofrecido, mañana será ofrecida como prostituta, es decir, como profesional. Lo que quiero decirle es que si les interesa que formalice su relación con el club, podemos “convencerla” para que lo haga antes.
J estaba alterado escuchando al director, sin querer seguir sus sutilezas. Quiso que el otro explicara.
.- Pero… creía que ya hoy… o mañana, pasaría a ser una más del club.
.- Sí, y se ha comprometido a seguir sirviendo a su caballero, lo que hará siempre que este lo desee, pero se trata de que sirva a quien el club determine o a quien la elija. Es lo que debe hacer una profesional. Y darle los papeles de su nuevo oficio cuando sea conveniente.
.- ¿Qué papeles? – J preguntaba con una mezcla de excitación creciente y miedo a la respuesta. Siempre temeroso de que en el club se extralimitaran y destruyeran lo que se pretendía.
.- Hay que tenerla legalizada y que ella se sienta segura en su trabajo…, y nosotros también. Tenemos un establecimiento legal, con meretrices que realizan su trabajo cumpliendo con todos los requisitos legales, en un lugar seguro y con todas las garantías.
.- Y esos papeles… ¿Cuándo…? – A J le costaba seguir con una conversación que le exaltaba al tiempo que le llenaba de un nerviosismo perturbador.
.- Se le harán cuando la admitamos definitivamente. Ahora solo está de aprendiza y a prueba. – Había una evidente guasa en las palabras del hombre.
J no quiso continuar con un tema que casi no deseaba conocer por no añadir más leña al fuego de sus exaltaciones. Volvió a lo suyo, pero excitado y confuso.
.- Podemos esperar un par de semanas, por el momento no hay prisa, tenemos pendiente la realización de la campaña publicitaria, y preferimos ir más seguros que rápidos. – En realidad, J quería dar más tiempo para asegurar el éxito de la operación.
.- Usted nos dirá. Pero sepa que podremos cumplir con nuestro compromiso en cualquier momento. Si me permite decirlo, creo que la práctica de su nuevo oficio no debe plantear problemas para la realización de la campaña, al revés, puede facilitar la acomodación de la marrana a lo que se desee de ella. Pero, quizás existan otras circunstancias…
.- Muchas gracias. Quizás tenga usted razón y sea más fácil conseguir más de ella una vez que esté en el oficio, pero, no sabemos cómo responderán a eso los patrocinadores.
.- Entiendo. Pero, acaso deban ustedes decidir si es conveniente no hacer la campaña y asegurar que desempeñe su nueva vocación.
.- Tiene usted razón. Si llegara ese momento, no va a haber duda en la elección.
.- Me agrada oírlo.
J se quedó con las ganas de haber aceptado la invitación. Contemplar a la marrana siendo puteada le excitaba tanto que pensó en acudir al club y solicitar otra para desahogarse. Y aún no había “olido” a la marrana.