L 12

L sirve en el comedor y es castigada por faltas

12 L castigada por faltas

Solo después de dejar el club L regresaría a un estado normal, al tiempo que se recuperaba del trauma de lo sucedido. Al pensar en sus reacciones, en la entrega, en la sumisión, en el deseo de agradar y cumplir con la señorita, se percataba de que todo aquello era lo que ni quería ni debía hacer, que hacerlo solo tenía sentido como medio para evitar los castigos, pero que debía mantener todo el aborrecimiento que merecían las acciones que se veía obligada a realizar, así como la permanente determinación de eludirlo siempre que pudiera, y escapar del lugar lo antes posible, como debía aborrecer las marcas de los muslos que iba mostrando, y que la hacían sentir la vergüenza de ir proclamando que había sido azotada.

Ya el hecho de tener que recordarse a sí misma cuál debía ser su postura ante lo que le estaba aconteciendo decía del cambio que había sufrido en muy poco tiempo. ¡Qué diferencia con la rabia y los deseos de venganza de los primeros días!

Sintió el frío en las piernas desnudas, que se trasladó al espíritu, como si todo lo que acababa de pensar careciera de sentido y nunca pudiera conseguirlo. Por mucho que detestara lo que se la obligaba a realizar tendría que seguir haciéndolo, no se atrevía a enfrentarse a la señorita, quizás, ni quería hacerlo para evitarse mayores problemas. Volviendo a demostrar su falta de determinación en la lucha que debía mantener contra lo que se le quería imponer.

Instintivamente cruzó los brazos sobre el pecho en un intento de arrebujarse huyendo del frío y como queriendo defenderse de un ambiente hostil, al tiempo que cerraba la camisola. De inmediato volvió a colocar los brazos a lo largo del cuerpo, mirando hacia atrás, en un temeroso gesto de búsqueda de quien pudiera estar viéndola, asustada de que la señorita se pudiera enterar.

Tampoco se atrevía a andar muy deprisa. Tenía el coche algo más alejado, ya en zona más transitada. Quería mirar a quienes se cruzaban con ella, pero ni eso podía. Quizás no hacerlo le librara de otras vergüenzas añadidas. Notó la anilla colgando de la nariz como si hubiera incrementado su tamaño y con el su peso, sintiendo como colgaba señalando o evocando su anormal situación.

Tenía que ir a la oficina y si alguien la llamaba aparecería con las marcas, pero no podía dejar de ir, después de lo que le dijera J no podía desaparecer sin avisar. Al sentarse en el coche se hizo presente el dolor, que notó más en la parte alta de los muslos, lo que supuso un aliento de esperanza al hacerla pensar que podrían estar cubiertas por la falda, lo que era cierto en buena parte, pero había golpes que quedaban más abajo. Miró la parte delantera de los muslos, que la falda elevada dejaba ver en casi toda su extensión, allí aparecía una marca doble, amoratada, formando dos montículos paralelos. Se estremeció pensando que las que tenía detrás fueran similares. Y lo eran, sino peores.

Llegó a la empresa, por un momento permaneció en el coche, sin querer dejar ese refugio que la defendía del exterior. Dejó el coche, dirigiéndose al ascensor, esta vez sin intentar ocultarse al conserje, ni disimular su estado. Andaba manteniendo las maneras obligadas, sin nada que cubriera las sucintas prendas que exponían con generosidad su cuerpo, contoneándose descaradamente, la mirada baja y la boca entreabierta, los brazos a lo largo del cuerpo completaban una imagen que se avenía muy poco con la de una ejecutiva independiente y segura de sí misma, como no se avenía la pequeña bolsa de tela que la señorita había buscado para ella en sustitución del bolso, tan mínima que apenas cabían las llaves del coche y el monedero, lo que permitía mantener la posición de las manos tal y como estaba obligada a hacerlo, aun con ella colgando de las cintas que la cerraban.

Sabía que estaba mostrando las marcas de los azotes en sus muslos. Y ese día no solo no las velaban las medias sino que los golpes se mostraban perfectamente señalados El conserje estaba con otro empleado, L saludaría al pasar ante ellos, lo hacía sonriente, demostrando una complacencia que no solo no sentía sino que no debía aparecer cuando se mostraba tal y como lo hacía. Tenía la sensación de estar ofreciendo la imagen de una desvergonzada. Ambos respondieron a su saludo. L no dejaría de percibir un tono que escapaba a lo respetuoso y que estaba a un paso de entrar en el terreno del comentario desenvuelto, que es portal del atrevido.

Mantener el contoneo descarado supuso un esfuerzo y una humillación, pero L no se atrevió a incumplir, el temor a que la señorita pudiera enterarse se había adueñado de ella. Solo desapareció la sonrisa cuando dejó a los hombres atrás, que si no fue sustituida por las lágrimas se debió al esfuerzo que hizo para contenerlas. La idea de estar mostrando las marcas de los azotes era tan terrible y humillante que no era capaz de soportarla. Tenía constantes tentaciones de volver al coche y huir.

Pensó y deseó que se estuvieran fijando en su culo, que meneaba con mayor insolencia, como queriendo que no se separasen de él las miradas de ambos hombres. Pero fijarse en el culo no impedía contemplar las marcas grabadas en los muslos, al revés, incrementaban el deseo de ver el culo desnudo y confirmar si también él había sido marcado.

"¿Qué estarán pensando? ¿Qué comentarán?" Esas preguntas y el temor a la respuesta permanecieron en ella durante todo el recorrido.

"Nadie pensará lo que realmente sucede, creerán que tengo un amante que gusta de esa clase de juegos…, o que me gustan a mí. ¡Si un día se supiera la verdad! Nunca podría defenderme."

"Pero, ¿pensarán también que me gusta exhibirlas? ¿Ir como voy?"

"Creerán también que es cosa de mi amante?"

"¡Y no puedo escapar!"

Y no solo no podía escapar, sino que estaba más amarrada cada día. Y todo lo que se hacía con ella, tenía no solo la finalidad de esa doma establecida desde el primer momento por la señorita, también el sujetarla y no dejar que escapara, haciendo que L se sintiera más cogida ante ella misma y ante quienes la contemplaban, y haciendo más difíciles sus posibles intentos de escape.

Y L se daba cuenta de ello, sintiendo como las exhibiciones que hacía iban marcándola de modo aún más explícito y duradero que los golpes de la caña, que quedarían en la memoria de quienes las contemplaran, aún más que las marcas en la reina, señalándola y haciendo muy difícil justificarlas.

Cuando llegó a su planta fue directamente al cuarto de baño para verse las marcas. Eran peor de lo que pensaba, formadas por rayas dobles, amoratadas, perfectamente señaladas, solo había un dato positivo, únicamente quedaban dos no cubiertas por la falda, y otra, parcialmente, por delante, pero eran demasiadas.

Durante unos momentos quedó mirándose, como si no alcanzara a comprender su situación, pero sin querer entrar en ella, ni pensar en lo que le estaba sucediendo. Sabía que tenía que cumplir con los mandatos de la señorita y era mejor aceptarlo sin más, sin pensar en ello, para que fuera más fácil, menos difícil, realizarlo. Luego salió hacía el despacho. Durante el pequeño trayecto realizaría todos los movimientos prescritos con especial entrega y cuidado, aunque nadie los vería.

Al poco de estar en el despacho llamaría la secretaria de J para decirla que este deseaba verla. Tuvo que ir, esta vez pasó sin esperar, lo que supuso cierto alivio para la joven, que podía evitar mostrarse a la secretaria.

J quería disimular sus intenciones. Al pasar L lo primero que constató fue la ausencia de la carpeta y los brazos a lo largo del cuerpo, con las manos abiertas hacia delante. Era una postura extravagante, que necesitaba una explicación ante la falta de naturalidad y normalidad que suponía. L quedó en pie, delante de la mesa de J. Ni siquiera se atrevía a sentarse sin previa autorización. Estaba aún muy fresco el recuerdo de lo sucedido esa mañana.

.- Buenos días, J. – Estaba sonriente. Para J era evidente que lo hacía como una obligación más. La miraba con interés, curiosidad y una mezcla de complacencia y perturbación que hacía que no llegara a disfrutar plenamente del éxito que ponía de manifiesto la presentación de la joven. No solo era muy guapa, tenía un tipo espléndido, que parecía mejorar por días. Pensó en los buenos oficios del club también en ese aspecto. No llevaba medias, mostrándose la carne desnuda, sonrosada y tersa, que indicaba su suavidad, y añadía un atractivo especial que se sumaba a la oferta de su desnudez. En los muslos aparecía una marca inclinada que desaparecía hacia arriba, bajo la falda. Se dio cuenta de lo que era con una emoción que le excitaba y perturbaba, ansiando ver más, pensando que sería parte del castigo. Ahora quería verla por detrás, seguro de que allí estarían las mejores huellas. Tenía que hacer un esfuerzo para disimular y no mirar de forma demasiado descarada lo que tanto deseaba contemplar.

Y L permanecía ante él. Se percató que no se sentaba, primero pensó en el dolor que pudiera producir hacerlo, luego en que no se atrevía. Y si lo primero le alteraba, pensar que la joven estaba tan dependiente y sometida, hacía que sintiera ganas de comenzar a sacar provecho de la situación, siendo él quien la sojuzgara y doblegara, resultándole cada vez más difícil controlarse.

Ese día no la enviaría a pasearse por la casa, dejándolo para el siguiente, tratando de evitar cualquier muestra que pudiera dar pie a que L pensara que podía ser él quien hubiera comentado sus incumplimientos, y sobre todo por evitar ponerse a sí mismo en una situación de permanente tentación de actuar sobre ella. La pediría hacer un trabajo fácil.

Cuando L se despidió dirigiéndose a la puerta, pudo apreciar las marcas que cruzaban sus muslos, pensó en que se lo debía a él. No eran una caricia, incluso parecía que en algún punto habían roto la piel. Tenían que haber sido unos buenos golpes que dolieran mucho. Por un momento sintió compasión por la joven, que se alejaba manteniendo la postura de los brazos y bamboleando el culo de forma más que descarada. Realmente estaba muy atractiva con la mini y los muslos desnudos. Sin duda atraería las miradas de quienes la vieran. Dudó si sería mejor mostrarla o evitar pasearla por la empresa, recordando esa idea, que ya había pensado otras veces, sobre lo peligrosa que podía ser si utilizaba sus encantos.

Pensó en que si él hubiera sido mujer y hermosa también habría utilizado su belleza para triunfar. "Comprendo que T se la quiera beneficiar, pero será cuando todo esto haya concluido." Por primera vez se percató que podía estar proyectándose en T, situando en él sus propios deseos. Quizás por eso trataba de mantener a la joven sometida y cercana.

En el club, L sigue siendo expuesta para ser elegida como acompañante durante las comidas. Desde que tiene que efectuar ese servicio, reaparece el temor a ser vista. Ahora se sabe mucho más próxima, mucho más parecida a las otras chicas, a las marranas. Ya escucha la denominación con naturalidad. La oye a diario a las propias chicas al presentarse a los señores, aunque ella lo haga como Hembra, emplea este apelativo como forma de diferenciarse, por lo que lo utiliza siempre que puede, y aunque la avergüence, quiere ser conocida de esa forma, que se note la diferencia con las otras, quiere dejar patente que no es una marrana.

Un día existe un movimiento desusado. Cuando llega al lugar se coloca en uno de los dos últimos puestos, únicos vacantes. Enseguida serán elegidas dos chicas y después dos más, una tras otra. Aparecen 3 de reemplazo, para desaparecer otras 2 en muy pocos minutos. L, que no había realizado ningún esfuerzo especial por conseguir ser elegida, comienza a ponerse nerviosa cuando se percata que están pasando demasiadas oportunidades y nadie la retira. Entra otro cliente que da un vistazo a las que quedan, las otras se ofrecen al hombre exhibiéndose ante él. L, nerviosa, añade alguna muestra de sí misma, pero sin llegar a lo que hacen sus compañeras. Una de ellas es elegida, y al poco pasa otro cliente. De nuevo las chicas que quedan inician la exhibición de su cuerpo, como reclamo para el hombre. L, cada vez más preocupada e insegura, trata de imitarlas, pero lo hace muy mal, no se atreve a aparecer con la desvergüenza de las otras. El hombre elige a otra. Para inquietud de L entran tres nuevas chicas, poniendo más difícil su elección, y enseguida un nuevo cliente, que elige a una sin apenas dar tiempo a que las demás se ofrezcan. Casi de inmediato aparece otro cliente, este da tiempo a que las chicas se muestren, L se percata que ellas también parecen ponerse nerviosas y ofrecerse cada vez con mayor desvergüenza y osadía. Cuando el hombre pasa ante L, ella se gira mostrándose y sonriendo, como el hombre la mirase, da otro giro, esta vez separándose más del taburete y haciéndolo con más velocidad, lo que implica que el vestido tome vuelo y muestre más de lo debido. L se siente avergonzada, pero sonríe al hombre, en una oferta que a su vez supone una muda petición para que la elija, pero la chica que está a su lado también se está mostrando, y de modo bastante más sugerente y descarado que ella, el hombre la elige. L, cada vez más nerviosa, espera que al ir desapareciendo las demás, ocurra como otros días, y alguien la elija a ella, pero la demanda disminuye. Cuando solo queda ella y dos más aparece una criada.

.- Vosotras, venid conmigo.

L piensa que las llevarían con los caballeros a quienes estuvieran destinadas, pero en lugar de eso pasan a la zona de servicio y en ella a una especie de oficio lleno de armarios, de uno de los cuales, la criada elige tres uniformes de doncella y ropa auxiliar.

.- Quitaros la ropa que lleváis y poneros estos uniformes.

L obedece como las otras, avergonzada y humillada, se quita el vestido, como es su única prenda queda desnuda, luego, nerviosa y asustada, se pone las nuevas ropas. El uniforme es el típico de las criadas que sirven en el comedor. L teme que muestre lo que ha estado viendo en ellas, y así es. Deja los pezones desnudos y el sexo también. No puede salir así. Tiene que oponerse. Queda parada, casi paralizada. La criada, al verlo, se dirige a ella.

.- Marrana, acaba de vestirte.

Pero L permanece quieta. No se atreve a decir nada, siempre temiendo el castigo, que sabe llegará sin contemplaciones. Pero, si quiere no hacer lo que se le manda tendrá que decirlo. Lo intenta.

.- Señorita

.- ¿Qué ocurre, marrana?

.- Yo no…, señorita… – La criada se aproxima, comprende lo que sucede y no está dispuesta a permitir la indisciplina de L, que al ver que se acerca se pone a la defensiva. – Señorita… no puedo salir así. – Tiene delante a la criada.

.- No quieres salir así. No te gusta el uniforme, claro. – Habla con un deje de sorna y disgusto que asusta más a L. – Bien, quítate el uniforme. – L, entre temerosa y esperanzada, se lo quita, quedando desnuda. – Trae una cincha. – Pide a otra marrana, que la busca en un armario y la aporta de inmediato, mientras L espera intranquila. – vamos a ver cómo quedas bien cinchada. – La pone la cincha alrededor de la cintura, luego aprieta con fuerza.

.- ¡Ah! – L se queja de la opresión. Pero no es suficiente, la criada vuelve a apretar. - ¡Aahh! Señorita, me hace daño. – Otro tirón. - ¡Aaahhh! - ¡Señorita! No lo soporto. – Ha quedado con una cintura de avispa.

.- Tráeme un uniforme apropiado para esta marrana. – Pide a la misma marrana que llevó la cincha. L ha sentido un enorme alivio al escuchar la petición. Aparece la chica con otro uniforme. – Pónselo. – Ordena a la chica, que de inmediato se lo coloca a L.

Cuando se le pone se percata que es como un corsé antiguo, la forma es parecida. Va desde la parte inferior de las tetas, que quedan completamente desnudas y sin ningún sustento, hasta la zona superior de las caderas. En la cintura se ciñe manteniendo el contorno creado por la cincha. Esta ribeteado con una banda de encaje blanca en todo su contorno. Deja desnudas las tetas, el culo y el coño.

.- Dadme una cofia, los guantes y las medias. – L escucha angustiada. La criada le pone la cofia y le entrega guantes y medias. – Póntelos. – L lo hace. La cincha complica ponerse las medias. – Las sandalias de tacón muy elevado completan el atuendo. Se da cuenta que lo que tiene es mucho peor que lo que acaba de rechazar. Tiene que volver a negarse, pero cada vez está más asustada y temerosa, y el dolor que produce la cincha actúa reprimiendo otro intento de rebeldía. Pero no puede acceder a salir así, pues ya teme que sea de ese modo como se quiere que sirva. Se dice que no puede ser. Espera. La criada trae un delantal mínimo, que pone a L, cae sobre el vestido, sin llegar a la zona del monte de Venus, que permanece desnudo, lo mismo que el culo por detrás. La palabra HEMBRA aparece sobre el sexo y los números en los labios. – Ya estás lista. – Escucha con pavor.

Luego la explicaría que su tarea sería de realización de labores puramente de ayuda, fundamentalmente retirando los servicios y acaso llenando los vasos de agua cuando un camarero se lo indicara, advirtiéndole de las consecuencias de cualquier falta o incumplimiento de sus obligaciones.

L ha escuchado como obnubilada, no dando crédito a lo que se le dice. No puede pensar que se quiera que salga a servir desnuda.

.- Marrana, se te estará vigilando, y se anotarán tus faltas que serán castigadas, cada una será acreedora a un azote que se infligirá delante de compañeras y empleados.

Todo es absurdo.

"No puede ser. No puede ser." Quiere reaccionar, pero teme el castigo.

"No puedo salir así. Tengo que decirlo."

La criada explica los deberes, que hacen referencia a los modos de aparecer, por ejemplo, no mirar a la cara de los clientes. Por supuesto, obedecer en todo y con diligencia. Cuidar de que nada se cayera, ni en la mesa ni en el suelo o muebles auxiliares, y limpiar, si acaso sucediera un percance. Estar atenta a cualquier signo que indicara que alguien deseaba algo de ella, y acudir inmediatamente. Mostrarse siempre sonriente y alegre. Feliz del honor de servir a los socios e invitados.

.- Cuida las posturas. Cualquier gesto de desagrado o manifestación de incomodidad o negligencia en la respuesta inmediata a las órdenes que recibas será merecedor de castigo. Creo que se te ha domado lo suficiente como para que sepas como debes comportarte.

.- Sí, señorita. – L se escucha respondiendo. No comprende cómo lo hace, ya que significa aceptar su situación, el servicio, la desnudez.

.- Permanece muy atenta a lo que hacen tus compañeras e imítalas, es el mejor modo de aprender, y si tuvieres alguna duda pregunta a un camarero. Controla cualquier curiosidad y no mires a los clientes, solo debes estar atenta a las indicaciones que se te hagan, que normalmente te llegarán de los camareros. Trata a todos con el respeto que merecen y que estás obligada a demostrar.

.- Sí, señorita.

.- Permanece sonriente, sobre todo cuando sirvas y respondas a cualquier cuestión.

.- Sí, señorita.

.- Será muy difícil que te libres de algún azote, pero no hagas que sean demasiados, si lo fueran tendrías un castigo añadido, pues significaría que has estado especialmente desatenta e incumplidora de tus deberes.

La criada ha terminado con sus explicaciones, advertencias y mandatos. L sigue vacilante y asustada, pero tiene que hablar, decir que no puede hacer lo que se quiere que haga. En su cabeza aparece la idea de su desnudez, pública, en un comedor. La puede ver cualquiera, quizás un conocido, y eso es un riesgo que la hace temblar.

"No es posible. No es posible. No se puede querer que salga desnuda."

.- Señorita, por favor… Señorita… se lo ruego. – Es lo más que se atreve a decir.

L está tan nerviosa como perpleja y vacilante. No puede salir del modo en que está. Comienza a percatarse que aparecer de ese modo es hacerlo no como una camarera, ya de por sí suficientemente humillante y sobre todo indicativo de su dependencia y situación, sino como las marranas. Y, de nuevo, la argolla se convierte en un timbrazo de alerta, que confirmaría a quien pudiera conocerla, que es ella quien está sirviendo, y que esa referencia a la hembra, es algo más próximo a una marrana que a una sirvienta. Y va a ser vista por muchos de los presentes en el comedor.

Es la posibilidad de ser reconocida lo que se presenta como el mayor peligro, que ahora se incrementa al poder ser identificada, posteriormente, cuando vuelva a aparecer ofreciéndose para acompañar a otros clientes.

"Y llevo el culo marcado por los azotes."

Va a dejar constancia ante todos los que la vean que es una marrana, lo que debe suponer que pueden tratarla como tal. Desde que se hiciera evidente lo que aquel club significaba y la naturaleza de las marranas, su relación con ellas sería motivo de temor y prueba de su equiparación con ellas. Ahora se iba a añadir otro aspecto, aún más indicativo de una posición más cercana a las fulanas de la casa. Esos pensamientos incrementaban tanto sus temores a ser descubierta que quedaba anonadada, pálida, asustada, a veces paralizada, incapaz de moverse, pues hacerlo significaba poner de manifiesto su situación. Sabía que no tenía más solución que escapar, que romper las ataduras con ese lugar, pero no se atrevía a moverse tampoco en esa dirección.

.- Vamos.

.- Señorita

La criada se aproxima a un búcaro con varias cañas – es una vasija que prolifera en la casa, siempre con varias cañas en su interior – y coge una. L no tiene que adivinar su uso, comienza a andar siguiendo a las otras chicas. Va tan aturdida que a veces trastabilla. Llegan al comedor, las otras pasan, ella se detiene en la puerta, va a mirar hacia atrás en busca de la criada.

ZAS

.- ¡Aahh! – Ha recibido un buen golpe con la caña. Sabe que no puede titubear y que debe hacer lo que se espera de ella. Pasa al comedor. No se atreve a mirar a su alrededor, pero se percata que están en una zona un poco alejada de las primeras mesas, pero suficientemente cercana como para que se la pueda contemplar perfectamente. Se siente desnuda, sin que la prenda que lleva suponga el menor alivio a la exhibición que está haciendo. El maître se acerca.

.- Veo que hay que tener cuidado contigo. – Se dirige a L, que no dice nada, lo dirá la criada.

.- Sí, señor. Es primeriza y renuente.

.- Pues quiero un servicio perfecto. Marrana, gírate que te vea. – L, abochornada, tuvo que girar para que el maître la contemplase. – Veo que se te ha tenido que castigar. Espero que no sea necesario volver a hacerlo. Si no realizas todo bien te sustituiré y que se encarguen de ti quienes tienen el encargo de domarte. Ya sabes lo que eso puede significar. – Llamó a un camarero que se aproximó de inmediato. – Ocúpate de esta marrana. Vigílala constantemente, no permitas que haga nada inapropiado. Tienes permiso para disciplinarla, y si vieras que es reincidente comunícamelo inmediatamente. Llévatela y que comience a servir.

.- Muy bien, señor. Ven conmigo, marrana. – L tuvo que seguir al camarero, abochornada, con los ojos bajos para no mirar lo que no quería ver, aterrada de que alguien la viera y la reconociera. – Estamos en una zona más animada. Supongo que sabes lo que tienes que hacer. – Parecía esperar la respuesta de L.

.- Creo que sí, señor.

.- El servicio no es difícil. Los señores son amables y no hay nunca problemas con ellos si son atendidos adecuadamente. Tienes que ser siempre complaciente y agradable. Si alguno tiene algún detalle contigo, acariciándote o realizando algún gesto grato y simpático, recíbelo con una sonrisa agradecida o dando las gracias. Tal y como vas se supone que estás más propicia y dispuesta que tus compañeras, por lo que es lógico que se tengan muestras más expresivas contigo. Pero no te vayas a creer que eres mejor que tus compañeras. – Sonreía.

L ya temía lo que pudiera suceder. Pero, sobre todo, temía que algún conocido la viera. Esa era la idea más temible y que la mantenía tensa y asustada.

El servicio, con ser sencillo, ofrece a L la dificultad que presenta lo que nunca se ha efectuado antes. Pero no es esto lo que incide sobre la joven que está pendiente de la forma en que va y la muestra que hace de su cuerpo, que la presenta como una marrana más, peor que las demás marranas. Está aterrorizada de ser reconocida, de que alguien que la conozca la vea. Se dice que no es probable, pero eso no evita sus temores.

En esa situación se hace muy difícil realizar los servicios bien, aunque sean sencillos, lo que facilita la comisión de varias faltas, de lo que ella se apercibe, pero que espera que no suceda lo mismo con quienes tienen que controlarla, que no sabe quiénes son, acaso todos. Ese día hay mucho movimiento, están todas las mesas ocupadas, y los sirvientes tienen más trabajo del normal.

L, no logra evitar la tendencia a saber quiénes pueden verla, siempre con la constante ansiedad de ser descubierta, de tener que explicar su presencia en aquel lugar, a pesar del esfuerzo que hace por cumplir con lo que se le tiene ordenado, temerosa del castigo que recibiría en caso de no cumplir exactamente con su deber, la joven trata de mirar a quienes sirve, y a quienes se sientan en las mesas por cuya proximidad pasa, o a quienes se cruzan con ella, sabe que con ello incumple una orden expresa, pero no es capaz de controlar un movimiento instintivo que la lleva a mirar, aunque lo haga con toda precaución. Cuando se encuentra con los ojos de algún comensal baja los suyos de inmediato.

L ha encontrado un modo de disimular su presencia. Se coloca al lado de un aparador, a la espera de lo que le indiquen los camareros, tratando de no estar cercana a ninguna mesa. Pero no funciona tan bien como esperaba, se la llama con frecuencia para que se ocupe de sus deberes.

Los comensales se comportan con la amabilidad que había anunciado el camarero. Alguno la acaricia el culo cuando se acerca a llenar un vaso o retirar un plato. Ella lo soporta como un mal menor, casi de agradecer al representar una acción sin consecuencias, por lo que no la cuesta mantener la sonrisa obligada.

Según se van sirviendo los platos y no sucede nada de lo que más teme, comienza a tranquilizarse.

En una mesa separada por unos maceteros hay un grupo algo más numeroso. A los postres están más animados. L es la encargada de servir los licores que han pedido. Esta vez no será solo uno quien la acaricie el culo. Según va sirviendo los licores va recibiendo las caricias de varios de ellos. L tiene que mostrar su complacencia, sonriendo satisfecha y agradecida, lo hace con esfuerzo, pero tratando de no regatear la muestra de agrado. Las manos, pasan normalmente por las nalgas, pero alguna se para en el agujero jugando con él, lo que crista un poco a la joven, que tiene que disimular y evitar movimientos que indiquen disconformidad. Otra mano discurre entre las piernas buscando el coño por detrás. Uno de ellos la agarra por el coño.

.- ¡Ah! – L tiene la reacción instintiva de retirarse y escapar a la acción, al intentarlo se encuentra con la mirada seria y reprobadora del camarero. Se asusta temiendo el castigo. Se controla y se acerca al hombre que acababa de cogerla, dejando que vuelva a hacerlo, esta vez sonriente. No será suficiente. El camarero se acerca a L por detrás, y colocando sus dos manos en las nalgas de la joven, las empuja hacia delante, de modo que sobresalga el centro del cuerpo, ofreciéndose de manera patente y descarada a la manipulación del señor que se ocupa del coño.

.- Ábrete, marrana. – El camarero se lo dice al oído. Ella separa las piernas de inmediato, quedando en una postura que propicia una oferta de su cuerpo, más que descarada, impúdica,

.- Pensaba que te tenía que gustar más. Es más agradable y el culo lo tienes más delicado. – Comenta el señor que la coge el coño, en referencia a las marcas de los azotes que lucía en el culo.

.- Gracias, señor. – Y sonríe, queriendo demostrar su agradecimiento al detalle, y que el camarero presencie su buen comportamiento. Teme más al castigo que a la indecencia con que se presentaba o a las caricias que recibiera.

Tendrá que quedarse a servir aquella mesa hasta que los clientes se retiren, recibiendo los agasajos que la dedican cada vez que tiene que acercarse a servir, o simplemente cuando la llaman para acariciarla. Ha aprendido el modo en que debe comportarse, propiciando las muestras de su cuerpo y facilitando la oferta del mismo. Ahora adelantar el coño y abrirse de piernas es algo normal, que realiza sonriente, a veces adelantándose a la posible demanda del señor que la ha llamado.

Sintiéndose avergonzada y humillada, permanecer en aquel apartado supone no ser vista por más gentes y eso representa tal tranquilidad que compensa las cesiones que tiene que efectuar. Pero no por eso deja de ser consciente de lo que indica todo aquello sobre el lugar y las chicas, y lo que es aún peor, sobre ella misma, cada vez más equiparada a las marranas de la casa. A lo que se añade un temor que va en aumento según pasa el tiempo y los señores no se levantan. Las caricias propician otras y L comienza a temer que vayan a más. De hecho ya están incrementando su frecuencia y osadía. Y ella siente que su sonrisa y disposición deben contribuir a esos avances, pero no puede hurtarlas, el camarero permanece atento, y ella recuerda la amenaza del castigo.

Menos mal que tienen que retirarse. Cuando los clientes se despiden uno de ellos comenta lo que siente tener que hacerlo, prometiendo volver para quedarse después del almuerzo y que la solicitara para completar con ella lo que no puede realizar en ese momento, a lo que se unen los demás. Está claro que lo dicen como algo que debe de ser grato para L, pero que indica lo que piensan de ella y de lo que puede esperarse de aquel lugar.

Entonces, L conoce que en el comedor no se acaban los servicios, lo que era lógico pensar, y ahora confirman los comentarios de los clientes. L piensa que no puede arriesgarse a volver a servir en el comedor. Es preferible acompañar a los señores, aunque para lograrlo tenga que ganar a las otras chicas. Incluso ceder en las muestras que debe realizar para lograr ser elegida. Y de eso se trata. Se quiere que L vaya aceptando las progresivas demandas que se le van planteando.

El servicio en el comedor duró bastante más de lo que era normal cuando acompañaba a algún caballero. Cuando por fin se da por concluido, todas las chicas que han servido pasan a la sala donde se habían cambiado, eran 9 en total, que se colocan en posición de respeto de espaldas a una pared. L la última, se ha ido hacia la zona más alejada de la entrada, quizás movida inconscientemente por el hecho de que en la zona más próxima a la puerta hay una especie de taburete con unas correas en sus patas, y a su lado un recipiente con varias cañas, lo que hace suponer el uso que tiene el taburete. Entra una criada que procede a retirar los corsés, lo hace a todas menos a L, que queda teniendo que padecer la molestia de la prenda. La indicará que se coloque la tercera en lugar de la última, acercándose al lugar del taburete, lo que incrementa su desasosiego. Delante tiene a las otras dos que fueron retiradas con ella, y detrás a las que han servido por turno. Luego aparecen varias sirvientas y camareros, que se colocan en la pared opuesta. L no puede verlos, no se atreve a levantar los ojos, aunque escucha algún murmullo, parecen distendidos y casi divertidos, lo que contrasta con el silencio que impera en la pared de las marranas, y que ella asimila al silencio del miedo, de la proximidad del castigo, miedo que ya siente también, sin poder dejar de pensar en el posible castigo, haciendo cuentas de las faltas cometidas, de las veces que la habrían podido coger, ahora asustada y arrepentida de su curiosidad.

Va a tener lugar una ceremonia que se realiza de vez en cuando, y normalmente cuando una nueva marrana comienza a servir. Es algo que mantiene a todas en tensión, sabiendo que puede realizarse cualquier día, y cuando es la primera vez que se presencia y padece impacta a la bisoña, produciendo un claro efecto en ella, que es lo que se desea. Después de pasar por ella cambia la percepción que se tiene sobre los deberes en el servicio y su exacto cumplimiento. Y eso ocurrirá también a L.

Finalmente llega la gobernanta, que se coloca a un lado de la banqueta, en la zona donde están las marranas, al otro lado se puso una sirvienta. Lo primero que hace la gobernanta es ordenar algo que sacude a L.

.- ¡Marranas, desnudas!

L ve como la chica que tiene a su lado se quita la ropa, avergonzada y asustada comienza a quitarse la suya.

"Pero, yo no soy una marrana."

"Me van a azotar."

Y le importa mucho más el dolor que cualquier otra consideración. Comienza a quitarse la ropa que deja en el suelo como ve que hace la chica que tiene al lado. Queda con el corsé, que no es capaz de quitarse. Piensa que se quiere que permanezca con él, salvo esa prenda, queda completamente desnuda y en posición de respeto. Lo hace avergonzada, pero mucho menos de lo que hubiera pensado, y es que el temor al castigo prevalece sobre cualquier otra consideración. Cuando todas estuvieron desnudas, la gobernanta ordenaría algo que L no sabría a que se refería pero que haría siguiendo lo que veía a las demás.

.- Marranas, mirando al lugar del castigo.

L ve como su compañera se gira 45 grados, mirando hacia la banqueta, la imita, cada vez más asustada. La mención al castigo ha hecho acrecentar todos sus miedos. Después la gobernanta nombraría a una marrana, refiriéndose a ella de esa forma y añadiendo el número que la singularizaba. Una de las chicas sale de la fila y se aproxima a la señora, se arrodilla ante ella, se postra y besa los pies de la señora. L se percata del una especie de rabo de cerdo que lleva grabado al final de la raja de las nalgas, y como colgado de él dos números, grabados sobre la nalga, que se corresponden con el de la joven como marrana. Ya se ha fijado alguna vez en ello, ahora lo hace con una curiosidad influida por el miedo, sintiendo como si esa marca no solo indicara el número de la marrana sino que representara la pertenencia a aquel lugar y la propiedad sobre ella, con la consecuencia de los castigos que se pudieran imponer a quien la llevara. Se dice que ella no está marcada y que no pertenece al grupo y, por tanto, no debe ser tratada como una de ellas.

La gobernanta pregunta por las faltas que ha cometido. Confiesa una falta, y ninguna se le ha apuntado. No es castigada. Agradece y besa los pies de la gobernanta.

Pasan dos chicas que no confiesan ninguna falta y otra que solo confiesa una. Ninguna es castigada al no haberse anotado ninguna falta.

L contempla las acciones de las marranas asombrada, confusa y asustada, temiendo los castigos, que iban a comenzar a hacerse presentes con la siguiente marrana.

Llega la cuarta. La gobernanta pregunta:

.- ¿Qué faltas has cometido, marrana?

La joven se endereza, quedando arrodillada. Confiesa 4 faltas.

.- Se te ha anotado una falta en el servicio, por lo que mereces un azote y otro por el resto que has confesado.

.- Muchas gracias señora, por corregirme y disciplinarme.

Volvió a besar los pies de la gobernanta hasta que ésta la ordenó:

.- Marrana al taburete.

.- Muchas gracias, señora. – Se incorporó, reverencio ante la señora y se apoyó sobre el taburete, cogiendo las patas delanteras con las manos.

Entonces la sirvienta que estaba al lado de la gobernanta se aproximó a la vasija y cogió una caña, se colocó a un lado del taburete, el opuesto a donde estaba la gobernanta. Ésta la indicó:

.- Procede al castigo, dando 2 azotes a la penada.

La sirvienta probó un par de veces con golpes de ensayo, sin hacer daño a la chica, que no pudo evitar un estremecimiento y un gemido cuando sintió la caña tocando su culo, que se convertiría en grito, al recibir el primer golpe del castigo. L, conmocionada, casi responde con otro grito, que a duras penas pudo reprimir. Después vio como aparecía una raya blanca sobre el culo de la joven, que iría cambiando hasta convertirse en otra enrojecida y doble. En lo que a L pareció un minúsculo intervalo de tiempo, pero que había supuesto dejar pasar casi un minuto, cayó el segundo golpe, ahora el chillido fue aún mayor, la chica quedo otro minuto sobre el caballete, hasta recibir la orden de incorporarse, lo que hizo con esfuerzo. L no podía dejar de mirar el culo, con dos franjas dobles cruzándolo. No pensaba en que estaba contemplando lo que ella misma había sufrido y la respuesta de su carne ante el mismo castigo.

La marrana reverenció a la señora, agradeció el castigo, se arrodilló delante de la señora y volviendo a postrase la besó los pies.

.- Besa la caña.

Se levantó y fue a arrodillarse ante la criada que la había azotado, quien la puso la caña a la altura del rostro, la joven se inclinó para besar el objeto que la había azotado.

.- Gracias señorita por corregirme y disciplinarme.

Se incorporó y fue a reverencia a la señora, luego volvería a arrodillarse y besar sus pies, hasta que la señora le dio permiso para regresar a su sitio, lo que haría después de agradecer y reverenciar.

De la misma forma pasarían todas las chicas, confesando sus faltas, escuchando la sentencia en función de lo que se había anotado y lo que habían confesado. Si esto se correspondía con lo que se les había encontrado, el castigo adicional era benévolo, pero a una que no confesó una de las 3 faltas que se la anotaron, sufrió un incremento al doble de lo que le correspondía. Cuando la pena era de más de 4 azotes, se sujetaba a la marrana al taburete por manos y pies, y se le ponía una especie de bocado que mordía la marrana, para que no se moviera ni se lesionara. Aunque el bocado no impidiera los gritos, que se quiere se produzcan y sean escuchados por sus compañeras sin ningún tipo de amortiguación. Es la mejor muestra de lo que significan los azotes y el interés que deben de poner en cumplir perfectamente para no ser acreedoras a recibirlos. Aunque ya todas han conocido en su propia carne lo que suponen.

L ha quedado traumatizada ante el castigo que acaba de presenciar, sintiendo los gritos como si se correspondieran a golpes recibidos por ella misma. Cada azote ha supuesto un estremecimiento y la necesidad de controlar el grito que también se escapaba de su boca.

La consecuencia inmediata ha sido ponerse a calcular casi alocadamente las faltas que había cometido. Luego se plantearía escapar, no dejar que se la azotara, para volver a los cálculos, como si fuera un imposible poder escapar del lugar y del castigo, y era cierto, no escaparía a ninguno de los dos.

Han pasado 8 chicas, de las que 3 han sido castigadas, y a excepción de la que no confesó una falta, el resto ha sufrido castigos que podrían considerarse leves, a pesar del dolor de un solo azote.

Solo queda L por confesar sus faltas. Ya conoce lo que debe hacer, e intuye que debe hacerlo tal y como ha visto a sus compañeras, como si fuera una más de ellas, y que si falla en ello, lo único que puede esperar es ver incrementada su pena. Mientras espera su turno, L ha pensado en rebelarse, en rechazar el castigo, en escapar de allí, pero no se atreve a moverse. Está aturdida por todo lo que está presenciando. Jamás hubiera pensado que pudiera ocurrir algo así. Casi le parece imposible que sea ella misma una de las que iba a ser castigada. Según van pasando las demás sabe que queda menos para ser llamada, pero esa situación, que ve acercarse, aún le parece algo extraño a ella, algo que no puede ocurrirle. Cuando escucha su nombre, ni siquiera piensa que es a ella a quien se llama, claro que tampoco espera la forma de referirse a ella.

.- Marrana 73.

Cuando se percata que es su número y por tanto que es a ella a quien se llama, está tan confusa que le cuesta reaccionar, como si la convocatoria no se refiriera a ella, ha pensado, ha temido, ser llamada, pero no de esa forma, que la señala, que la marca de forma ignominiosa delante de todos, igualándola a todas las que han pasado por el castigo, convirtiéndola en una más de ellas. Piensa que eso no puede ocurrir, que ella no era una marrana, que su condición estaba grabada sobre su sexo, y decía, "hembra" no marrana.

No puede detenerse por esas consideraciones, no puede hacer esperar a la señora gobernanta, sabe que si no responde con diligencia, el castigo será mayor. Se pone en movimiento. Ni siquiera piensa en rebelarse, deja esas consideraciones fuera de su campo de actuación. Se siente como si estuviera obligada a responder, a actuar, a obedecer. Se acerca a la señora, tensa, asustada, nerviosa, vacilante, recuerda lo que ha visto hacer a las marranas, pero se vuelve a decir que ella no lo es, que no tiene por qué comportarse como ellas, no sabe muy bien que debe hacer, vuelve a representarse las acciones que acaba de ver realizar a sus compañeras. Llega ante la señora, perturbada, confusa; reverencia.

L se ha olvidado del corsé, pendiente solo del castigo que vislumbra ante ella. Será la señora gobernanta quien recuerde la prenda que aún lleva.

.- ¿Por qué lleva esta marrana el corsé? – Pregunta como si no lo supiera perfectamente. La criada que se lo ha puesto lo explica. – ¿Se la ha castigado por su intolerable comportamiento? – La pregunta estremece a L.

.- Solo con el corsé, señora.

.- Eso no basta. Luego completaré el castigo de azotes.

.- ¡Ah! – L no pudo evitar un gemido al escuchar la amenaza de los azotes.

.- Quítaselo. – La criada lo retira, lo que supone un tremendo alivio para L.

La señora hace un gesto, chascando los dedos y señalando el suelo, ella comprende que señala el siguiente movimiento, que no es otro que arrodillarse ante ella, lo que hace de inmediato. Se percata que acaba de reconocer la forma de referirse a ella como una marrana, la 73, por un momento eso la altera, hace que algo en ella tienda a rechazar ese nombre, que ya acepta normalmente, pero que en ese momento la iguala a las demás, lo que parece otorgar derechos sobre ellas, entre los que destaca el poder castigarlas, ella quiere escapar al castigo. No piensa que ya se la castiga como a cualquier otra, que lleva el culo marcado.

Otro chasquido de los dedos de la señora indica que debe humillar ante ella, lo hace instintivamente, sin pensar en posibles respuestas, como comprendiendo que de no obedecer se juega el incremento de un castigo que no se plantea rechazar. Besa los pies de la señora. Piensa en lo que acaba de hacer, en lo que supone haberse arrodillado ante la señora, desnuda, como esas marranas que han sido castigadas, en presencia de los sirvientes, que supone una humillación adicional, y la señora la ha llamado marrana, añadiendo su número al nombre, como si fuera una marrana más.

Aparece el número como algo diferenciador, con una importancia que antes no le había concedido. El número, no solo indica pertenencia al conjunto, también indica que es una puta más. L lo siente. Marrana puede ser un nombre, una forma de llamarla, pero añadir el número significa indicar que forma parte de las marranas del burdel. Por un momento esa sensación se apodera de ella, que se siente diferenciada y señalada, incluso olvida el castigo.

.- Marrana, confiesa tus faltas.

L vuelve a la realidad de su situación, del castigo que la espera. Asustada, se endereza, quedando arrodillada ante la señora, tiene que confesar sus faltas, ha pensado mucho en lo que tiene que decir para no agravar su situación, en lo que pueden haber anotado sobre su comportamiento, sabe que debe decir todo lo que ha hecho, no puede permitir dejar nada, pues si se la ha anotado recibirá doble castigo y si confiesa la gobernanta será benévola con ella. Comienza a contar, según lo hace se anima, va diciendo todo. Cuando acaba la señora comenta divertida.

.- Vaya, tenemos ante nosotros a un dechado de virtudes, una marrana que ha cometido toda la gama de faltas, me parece que van a faltar cañas para tu marrano culo.

.- ¡Ah, señora!

.- Por ser la primera vez seré benévola contigo.

.- Muchas gracias, señora.

.- Lo resolveremos con 7 buenos azotes, que marquen bien tu culo de marrana.

.- ¡Ah! – A pesar de que el número es muy inferior al que se derivaría de las faltas cometidas, L sabe lo que puede significar 7 azotes bien dados, lo que ha hecho que se le escape un gemido.

.- ¿Qué ocurre marrana? ¿Acaso te parece un castigo excesivo?

.- No, no, señora, es muy benévolo. Gracias, señora.

.- Tampoco quiero que sea tan benévolo que no te haga ningún efecto. El castigo debe servirte para que no vuelvas a cometer las faltas por las que se te azota.

.- Y no lo volveré a hacer, señora.

.- De eso me encargaré yo, marrana.

.- Muchas gracias, señora.

.- Para que no te quedes insatisfecha, ni yo aparezca como demasiado tolerante y blanda, diremos 10 azotes. – L se mordió el labio para no dejar escapar otro gemido.

.- Gracias, señora, muchas gracias. – Ni sabe a qué da las gracias, pero quiera aplacar a la señora, como si el castigo no estuviera decretado.

.- Y como castigo complementario, fregaras el pasillo de salida de la zona de servicio hasta su final, durante 7 días, antes de irte.

No sabía ni en qué consistiría ese castigo, ni cuanto suponía la longitud del pasillo, ni ningún otro aspecto, pero no estaba en ello, le parecía algo casi banal, lo importante eran los azotes.

.- Muchas gracias señora. – Agradece de nuevo.

.- Marrana, sobre el taburete.

.- Gracias, señora.

L actúa casi inconscientemente. La gobernanta siempre se ha referido a ella como marrana, ya ni repara en ello. Pero la gobernanta ha dejado constancia de que así se la estima y así se la considera y que ella lo acepta, y responde como si lo fuera, lo que ante todos supone que lo es, y como tal iba a ser castigada.

Cuando se la sujeta al taburete, quiere pedir clemencia, pero la criada la coloca el bocado, que ella acepta sin apenas darse cuenta, lo muerde, notando su textura, después pretende hablar, pero ya es tarde, no puede, solo moverá la cabeza, lo que no es atendido por nadie. Nota como no controla la saliva que comienza a escaparse de la boca.

La señora aconseja a la criada encargada de cumplir el castigo:

.- Ya has oído que se trata de que esta marrana aprenda desde el primer momento como debe comportarse, para eso es necesario que no olvide el castigo que recibirá si no cumple como debe. Es tu deber conseguir que no lo olvide y evitarla, de ese modo, que incurra en nuevas faltas y se haga acreedora a otros castigos.

.- Sí, señora, estoy segura que la marrana recordará el castigo y aprenderá a comportarse como debe.

L se siente observada por todos, y siente su desnudez, completa, absoluta. Las piernas sujetas a las patas del taburete, separadas, mostrando el sexo entre ellas y la raja del culo, abierta y con el agujero visible. Por su mente pasa la idea de que se verá abierto. No es así, pero ella tiene la impresión de que el objeto que lleva todos los días tiene que dejar su huella en ese agujero, y lo hace, pero no tanto como ella cree. Se siente humillada y lo que muestra la avergüenza hasta el punto de que, por un momento, se olvida de los azotes. De repente escucha un sonido en el aire, es la prueba que hace la criada con la caña, reconoce el silbido y se aterra, mueve la cabeza y se crispa sobre las patas del taburete que aprieta con sus manos.

.- ¡Aaaggghh!

Ha caído el primer golpe seguido de su aullido. Siente como el dolor se incrementa, adueñándose del culo y después parece como si quisiera pasar a todo su cuerpo.

Cae el segundo cuando todavía permanece intacto el dolor del primero. Vuelve a chillar.

L recibe 2 más, todos con la secuela de sus aullidos. Todos son golpes dados con firmeza, que dejan unas marcas netas y quieren enseñar a la castigada que no debe incumplir nunca sus deberes. Si L los recibe con crecientes aullidos de dolor, por un momento intentaría controlarse, dominar el miedo y, después, el dolor, pero no lo consigue. Al quinto azote piensa que no soportará más, quiere pedir clemencia, pero ahora con pánico, asustada del dolor, queriendo evitarlo, no recibir un golpe más, pero enseguida cae el 6º, al que responde con un grito incontenible, desesperado. De repente el miedo se centra en su culo, en cómo quedará, en que puede quedar marcado, que estará siendo cortado por la caña, por unos momentos se aloca, mueve la cabeza desesperadamente, queriendo hablar, ser escuchada, hasta que un nuevo golpe hace que salte literalmente sobre el taburete y olvide todo lo que no sea el dolor que se adueña de ella, de su culo. Luego permanece como si hubiera recuperado la calma, hasta que el siguiente golpe vuelve a apoderase de su cuerpo, de su conciencia, de todo su ser, que pasa a dominar con el dolor que lleva anejo.

La señora indica a la criada que azota a L, que deje discurrir un momento más largo hasta el siguiente golpe para que L se recupere. Los dos últimos golpes, dejan a L casi inconsciente. Queda vencida sobre el taburete. La criada la desata y retira el bocado.

Cuando recibe permiso para incorporarse lo hace aturdida y con el dolor impregnando sus sentidos. Está desorientada, la señora le hace un gesto que ya conoce, chascando los dedos, ella casi mecánicamente, se arrodilla ante la gobernanta y después la besa los pies. Solo siente el culo, los muslos, el dolor que se ha instalado en ellos.

.- Marrana, espero que esto te sirva de lección y no vuelvas a hacerte merecedora de otro castigo similar.

.- No…, señora. – Habla con voz débil. La saliva resbalando de la boca y barbilla.

.- Agradece, marrana.

.- ¡Ah! Sí, señora. Gracias, señora. – L se volcó literalmente a besar los pies de la gobernanta, lamiendo los zapatos. Se da cuenta que los está llenando de saliva, asustada trata de limpiarlos con la lengua. La señora mira complacida esas muestras de sumisión, de entrega, de deseo de complacerla, que surgen de un miedo que se ha metido hasta los huesos de L, y que tendrá siempre presente cuando surja cualquier veleidad contra su estado y situación. Mantiene a la marrana mientras lame los zapatos, hasta que considera que lo ha hecho suficientemente bien, entonces, otro chasquido le avisa que debía incorporarse, lo hizo inmediatamente, reverenciando y agradeciendo. Luego iría a arrodillarse ante la criada, a quien agradecería el castigo, besando la caña que lo había infligido.

.- Para que esté más a gusto mientras friega el pasillo, que lo haga enculada. – L escucha risitas al comentario de la señora. Pero ya poco le importa. No siente la humillación que eso suponía. En su mente se ha fijado una idea, evitar que vuelva a repetirse esa situación.

La señora ordenaría que se quedara allí, junto con la otra marrana que había recibido mayor castigo, para que les cuidaran el culo. Una de las criadas se ocuparía de ello, primero de la otra, después de ella. L se atrevió a pedir a la criada que la dijera como tenía el culo, asustada de que pudiera estar roto por los golpes.

.- No tienes más que unas heridas que curaran enseguida, aunque te molestará al sentarte, y ahora, todavía un poco. Pero si se abrieran o sientes que puede haber algo raro, ven a verme, me llamo Rose y vivo aquí.

.- Muchas gracias, señorita Rose.

.- Pero no debes tener miedo, he visto culos bastante peores que el tuyo. Tú misma lo tendrás peor.

.- No se burle, señorita.

.- No me burlo, pero tienes aspecto de ir a ganarte alguna paliza más contundente. Lo que tienes que procurar es portarte bien y no hacer que se te castigue, y menos hasta que estés curada del todo. Lo peor es que te vuelvan a azotar sobre las marcas anteriores, eso puede romper la piel con mucha facilidad y hacer heridas peores, que pueden dejar cicatrices.

.- Lo haré, señorita Rose.

.- Es la mejor decisión que puedes tomar. Si cumples como debes solamente recibirás algún azote sin más consecuencias, por alguna equivocación. Pero tienes que demostrar que eres de fiar y que quieres cumplir con todo lo que se te mande.

.- Gracias, señorita Rose.

Y en esos momentos L quería cumplir con toda su alma con tal de no volver a pasar por un castigo semejante. Incluso en todo lo que tuviera que hacer para conseguir no volver a servir en el comedor.

Aún quedaba por cumplir la segunda parte del castigo, fregar un largo pasillo que se iniciaba en la cocina y se prolongaba por más de 30 m, al que dan una serie de cuartos anejos a la cocina y otros servicios. Y lo haría desnuda, con una bayeta y un cepillo de cerdas muy duras, arrodillada en el suelo y con el falo en el culo.

Es un pasillo ancho, y con bastante movimiento de criados y marranas. Se le dice que friegue por un lado para dejar pasar por el otro y que de vuelta, friegue el lado que había quedado sin limpiar.

.- Tiene que quedar perfectamente. Raspa bien con el cepillo entre la huella de las baldosas para que se desprenda toda la suciedad. Si la encargada no estuviera satisfecha, además de volver a repetirlo no te librarías de unos buenos azotes, y no tienes el culo para recibir más. Y no te duermas. La encargada no gusta de vagos, y puede enviarte a alguien para que haga que te apresures. Ya sabes… con una buena caña.

Cuando se arrodilla para comenzar a fregar no puede evitar una reacción de rechazo, de rebeldía, que se mantiene durante unos minutos, aportando pensamientos y deseos virulentos contra quienes la tienen así.

"¡Malditos!"

"¿Por qué lo soporto?"

"Debería escapar. Ir a la policía. Mostrar las huellas de los golpes. Meter en la cárcel a todos."

L había pensado que no serían una labor muy difícil. Lo peor era lo que suponía de humillación ante quienes pasaran mientras fregaba. Pero iba a ser cansado y más duro de lo que creía. El temor al castigo si no limpia bien actúa sobre ella que tiene que raspar con el cepillo entre las baldosas o sobre estas cuando tienen pegado algo, lo que hace que vaya mucho más lentamente de lo que suponía.

Vuelve a aparecer ante ella la idea de lo que es, por qué está allí. Se dice que es una clienta, que está pagando porque se ocupen de ella. Ha pagado a la señorita una cantidad muy elevada, que no tiene, por lo que se ha tenido que endeudar para rehacer su situación en aquella casa, y se encuentra fregando el suelo desnuda, enculada. Siendo contemplada por todo el que pasa por ese pasillo, que no son pocos.

Avanza demasiado despacio. Se percata que tiene que ser más diligente. Recuerda el aviso de la criada.

Está mojada y comienza a sentir frío. Se apresura y friega con más vigor para acabar en tiempo y entrar en calor. Pero no consigue ni lo uno ni lo otro. Una criada aparece para ver cómo va.

.- Esto va muy despacio. Apresúrate.

Es un aviso al que responde con toda sumisión.

.- Sí, señorita. Lo siento mucho. Es que cuesta quitar la suciedad.

.- Eso no te va a valer de escusa. No lo plantees a la encargada si viene por aquí. Tu obligación es quitar esa suciedad.

.- Sí, señorita, así lo haré.

Con el miedo al castigo en el cuerpo trata de apresurarse. Al alejarse de la zona de cocinas la suciedad es menor y va más rápido. Cuando regresa vuelve a encontrarse mayor dificultad al acercarse a la cocina, pero ya lo hace con la esperanza de un pronto final.

Cuando acaba esta empapada. No sabe qué hacer. Se incorpora, siempre con miedo de no estar haciendo lo debido, llama a la puerta de la cocina, nadie parece hacer caso, la abre, es una cocina enorme, varias personas trabajan en ella. Al verla, una le dice que espere en el pasillo, que ahora irán a por ella. Así es. Se la conduce a una zona de duchas donde puede asearse. Está un buen rato bajo el agua caliente, recuperándose y sintiéndose limpia. Pero también siente las heridas y teme por ellas. Se retira el objeto del culo para lavarse ese agujero. Quiere estar limpia por todas partes. Lava también el falo, que tendrá que volver a introducir en el culo.

Puede secarse el pelo con un secador. Sigue desnuda y enculada, pero se siente mejor. El calor la arropa y ayuda a recuperarse.

Una criada se ocupará de acicalarla y volver a curar las heridas. Se encuentra mejor y agradece la labor de la chica con una sonrisa sincera. Según se va vistiendo regresan a ella los temores de la mano de su auténtica situación.

Lo sucedido devuelve a L a los momentos en que está pendiente de lo que ocurre en el club, ya no piensa nunca en aquel lugar como en el salón de belleza al que se apuntó en su día, día que aparece como algo muy lejano, a pesar del poco tiempo transcurrido desde entonces.

El servicio en el comedor como sirvienta y el posterior castigo fue suficiente aviso para L, que comprendió que era mucho mejor esforzarse por conseguir ser elegida como acompañante que servir en el comedor, y no arriesgarse a recibir otro castigo como el que había sufrido, además de aparecer de manera mucho más expuesta ante quienes estuvieran en el comedor, conocedora que la argolla evitaba que pudiera esperar que se la confundiera con alguien parecido, ese arete hacía evidente que era ella quien servía como una doncella, y podía ser vista por todos los que estuvieran en el comedor.

Ese día, L volvería a platearse su situación en aquella casa. Las marcas de los azotes, que ha contemplado anonadada en el espejo del cuarto de baño, la llevan a un mundo que le parece irreal, a algo que no comprende que la pueda estar sucediendo a ella, a algo que ni siquiera puede pensar como factible. Se dice que esas cosas no suceden, que son delictivas. No comprende cómo se pueden atrever a realizarlas, ni las chicas que las padecen, a tolerarlas, a consentirlas, a no rebelarse. Se dice que la única explicación es que ganen tanto que las compense.

"Y saben cómo deben comportarse, las han castigado menos que a mí. Lo que hay que hacer es comportarse como está establecido, no es tan difícil, y confesar todas las faltas, que deben ser pocas. La señora es magnánima."

"Y habrán firmado…, yo también he firmado que acepto los castigos y especialmente los azotes. Lo dijo la señora gobernanta cuando firme la petición de las 7 semanas."

Se percata que no puede hacerse ese tipo de consideraciones. No quiere aceptar que la señora sea magnánima, ni que tenga que comportarse admitiendo lo que se le impone y menos aún los castigos.

"Es una delincuente, a quien había que meter en la cárcel." – Ahora está indignada.

Vuelve a preguntarse por la ilegalidad de lo sucedido y como puede utilizarlo a su favor. Quiere encontrar en ello base suficiente para rebelarse. Piensa que podría poner una denuncia, pero sabe que hacerlo significaría dar publicidad a lo sucedido, que la haría aparecer como una puta del burdel, y eso es lo que está tratando de evitar a toda costa.

"Aún a costa de mi culo."

Se siente amarrada al lugar, sin capacidad para desprenderse de las ligaduras que la mantienen sujeta, atrapada. Vuelve a las consideraciones de siempre, a buscar el modo menos costoso, más soportable, para superar su situación, y como siempre, solo aparece uno, que es acomodarse, responder conforme se desea que lo haga, evitar conductas que provoquen castigo. Se percata que haciéndolo acepta su situación, y como otras veces se dice que solo será por un corto periodo de tiempo.

"No puedo hacer otra cosa. No puedo arriesgarme a que se conozca lo que está sucediendo."

Y lo que está sucediendo la lleva a otro aspecto: tiene que seguir acompañando a los clientes, tiene que lograr que la elijan. En ello no existen servicios carnales, lo que resulta definitivo para poder realizarlo. "Puedo decir y con verdad, que no soy una puta del club, aunque lo parezca."

Ese pensamiento, que la aleja de la consideración de puta, pronto tendrá que ser modificado.

Después de lo sucedido ese día, L sabe que debe conseguir ser elegida para evitar que vuelva a ser puesta a servir en el comedor, y ser elegida como acompañante la obligaba a mostrarse de forma que no solo llame la atención sobre ella, sino que induzca a ser escogida, lo que a su vez debe hacerse superando a las otras chicas, que tenían el mismo interés que ella. Ahora comprende el afán de las chicas en ser elegidas y que estén dispuestas a mostrarse y ofrecerse del modo que les facilite conseguirlo. Y ese era, precisamente, uno de los objetivos que se deseaban obtener al hacer que sirviera en el comedor.

E iba a ser en esa pequeña zona habilitada para mostrar la oferta a los posibles clientes, donde L iniciara su presentación, y la exhibición de sus encantos, y de modo voluntario, nadie le diría que lo hiciera, sería ella misma, queriendo evitar quedar para servir como camarera, con las ingratas consecuencias que eso conllevaba, quien se esforzaría por llamar la atención primero, y después añadir muestras semejantes a las que hacían las demás chicas para conseguir ser elegidas por los clientes.

Ya se ha percatado que siempre se la coloca en uno de los dos últimos taburetes. No sabe la causa. Piensa que no es una marrana y que quizás sea por esa razón. Pero la consecuencia es que está siempre al final del proceso de elección.

Comenzaría a comportarse como lo hacían las otras chicas, esas marranas a las que no quería parecerse, y con quienes no quería ser confundida. Ahora debería mostrarse atractiva, sugerente e incluso atrevida, para vencer la competencia de unas jóvenes bellas y con muchas más tablas y conocimientos para atraer el interés de los señores. También en esto le serviría la experiencia de la doma, que ahora podía poner en práctica, aunque fuera de forma controlada.

Hay algo que la anima. Se dice que no tiene nada que envidiar en belleza a las chicas del lugar. Se siente tanto o más hermosa que ellas y con capacidad y habilidad más que suficientes para conseguir atraer a cualquier hombre.

"Si me lo propongo."

Solo queda reteniéndola ese resto de vergüenza que siente al realizar el tipo de muestras que efectúan sus compañeras. Se fijaba en cómo lo hacen estas y trata de imitarlas, venciendo su vergüenza y pensando que es mucho peor aparecer en el comedor mostrándose medio desnuda. Vencida esa dificultad no era difícil realizar lo que hacen las demás, si bien lo hará con moderación y prudencia, solo para conseguir sus fines, intentando no realizar una oferta que induzca a solicitar su cumplimiento.

Atraer a alguien de su interés era algo que había hecho muchas veces, incluso simplemente por el gusto de saber que si quería no se le resistía nadie; ahora tenía que hacerlo por algo que podría tener graves consecuencias para ella, y lo hizo y bien.

Pero, lo más destacado sería su acomodación a unas prácticas que muy poco antes había considerado desvergonzadas e indignas, y ahora realizaba acomodándolas a las peculiaridades de su posible acompañante.

El nuevo modo de ser elegida, al aparecer como señorita de compañía y ofreciendo unas muestras descomedidas, suponía el peligro de ser reconocida, por lo que debía conseguir ser elegida lo antes posible, retirándose de esa especie de escaparate en que tenía que exhibirse.

L se había percatado de lo importante que era mostrase sonriente y amable, dispuesta a servir, deseosa de servir, de ser elegida. Cuando el cliente llega a su altura, ella debe estar preparada para hacerle comprender que era una buena elección, para ello sonreiría, al tiempo que componía una postura que comenzara a ofrecer sus atractivos, sin mostrarlos plenamente. Es su hándicap frente a sus competidoras, que tiene que superar, sin que el cliente llegue a demandarla el cumplimiento de lo que aparecía como una invitación a algo más que actuar como acompañante.

Intuye que las muestras del cuerpo que hacen las chicas tienen que tener algún significado, que solo puede ser el de estar ofreciendo lo que, con tanta generosidad, enseñan, por lo que ella trata de controlar lo que muestra. Si está perdiendo el pudor no pierde el temor a que se le demande lo que parece ofrecer. Ella, no conoce que solo se la ofrece como acompañante.

Pero las circunstancias mandan, y un día L se vería obligada a incrementar su oferta. Sería cuando fueran pasando clientes y ninguno la eligiera, se renovara la oferta de chicas y ella permaneciera sin ser elegida, lo que comenzaría a ponerla nerviosa y asustada de tener que volver a servir como doncella. Entonces se decidió a descararse, no podía dejar de ser elegida. Cuando apareció un nuevo cliente, y pasando de las que tenía delante llegó a ella, sin dudarlo, avergonzada pero decidida, inició una oferta más atrevida de sí misma, pero el cliente no parecía afectado por lo que se le mostraba, por lo que dio señales de pasar de ella, entonces L se exhibiría ante él añadiendo a la muestra inicial una oferta más completa, dentro de los límites que L se imponía, girándose con gracia ante él, dejando que apreciara su figura y los deseos de agradarle y servirle, mostrándose apoyada sobre el taburete, de forma que los muslos quedaran ofrecidos a la contemplación del cliente, desnudos hasta casi la altura del culo.

A L realizar ese tipo de oferta la costó un gran esfuerzo, que solo el temor a quedarse para servir como camarera la obligó a realizar, pero el hombre no reaccionaba, siguiendo dubitativo, alterada y asustada de no conseguir que el hombre se decidiera quiso animarle mostrándose más atrevida, trataría de mantener el interés del hombre girándose ante él, para aparecer mejor, y finalmente, cuando aquel parecía que quería pasar a la siguiente, dando el paso decisivo e inclinándose, se apoyó con los codos sobre el taburete, lo que ofrecía una visión de la parte baja del culo, lo que aún no fue suficiente para animar al cliente, entonces, temerosa de perderle, se apoyó directamente sobre el pecho, lo que significaba que estaría mostrando el culo y la entrepierna, y no llevaba ropa interior. Volvió la cabeza para comprobar el efecto que hacía su oferta, el hombre sonrió, devolviendo la sonrisa que le dedicaba L, y ésta, como si quisiera agradecerle el detalle, separó las piernas, para que el ofrecimiento de culo y coño no fuera cicatero. Era preferible mostrarlos allí y solo ante aquel hombre, que en el comedor y ante todos los que estuvieran en él.

Para su enorme satisfacción el hombre la elegiría. L sonrió ufana, siguiéndole hacía el comedor como si hubiera ganado una competición y pudiera pasearse orgullosa poniéndolo de manifiesto.

Con ello aprendería la utilidad de esos gestos, aunque, después el temor a las consecuencias hiciera acto de presencia, poniendo en duda la conveniencia de realizar ese tipo de muestras de su cuerpo. L no podía obviar lo que sugerían y propiciaban, pensando en los derechos del caballero para solicitar lo que, sin duda, tenía que suponer que se le ofrecía.

Y en ello pensaba cuando estaba con ese primer caballero conseguido mediante la muestra indecorosa de su cuerpo, preguntándose qué debería hacer para corresponder al detalle que aquel había tenía al elegirla, sabiendo que había sido ella, quien con sus maneras y tácitas ofertas, le había inducido a que la llevara con él.

L, estaba respondiendo como cualquier de las chicas que estaban con ella, persiguiendo los mismos objetivos y actuando como esas marranas. Se percataba de que esa era su manera de comportarse, pero salvaba la cara diciéndose que peor sería que no fuera elegida y tuviera que servir en el comedor. Comenzaba a efectuar unas exhibiciones que muy poco antes hubiera considerado imposibles, aceptando una situación y unas conductas, que aún no siendo depravadas eran desvergonzadas, cuando no impúdicas, y las mismas que realizaban las marranas, con lo que se iba asemejando a éstas. Y lo realizaba con un desembarazo que la sorprendía, que indicaba una desenvoltura impropia de quien estaba en contra de ese tipo de manifestaciones, y que L no comprendía cómo era capaz de realizarlas.

Fueron al comedor, normalmente eran los señores quienes indicaban dónde preferían estar, en esta ocasión, sería L quien se permitiera indicarlo, buscando un rincón, lejos del tráfico del comedor, a pesar de que con ello hacía otra señal sobre su disposición a ser "más amable" con el caballero, pero quería estar lo más a cubierto posible de las miradas indiscretas, si acaso recibiera alguna indicación que la obligara a actuar de la forma que sus muestras podían hacer pensar. El hombre corroboró lo deseado por L, quizás pensando en lo mismo que ella. Pero no sucedería nada durante la comida, que transcurrió con creciente complacencia para L, poco a poco olvidada de su inicial temor y deuda con el señor. Después del almuerzo, el caballero quiso pasar a una zona de salones para tomar allí una copa, a lo que L se prestó sonriendo aceptante.

L no conocía la zona a la que iban, que resultó ser una sala amplia, dividida formando pequeños grupos de sofás y sillones, iluminados por luces indirectas, grupos normalmente constituidos por dos amplios sofás, o solo sillones, o una mezcla de ambos, a veces separados por maceteros o pequeños muebles, o los propios respaldos de sillones o bancos cuando eran altos, que impedían la visión de unos a otros. Era elección de cada cual optar por una zona más o menos reservada que facilitara o dificultara ver o ser visto o poder contemplar los lugares más cercanos.

El hombre se dirigió a uno de los núcleos de sillones. Al ir hacia él, L se fijó en quienes estaban en la sala, que estaba bastante llena y al parecer usada únicamente por clientes acompañados de jóvenes de la casa, no era como en el comedor donde podía encontrarse con los señores a otro tipo de acompañantes. Pero no fue eso lo que llamó más su atención, L tuvo la impresión de que las chicas estaban más sueltas, más libres, más a su aire, más atrevidas, y no es que viera ninguna manifestación descomedida, pero se notaba que no era lo mismo que en el comedor, ahora parecía que estuvieran buscando algo, posiblemente que su acompañante se animara, y L pensó que únicamente podían querer que se animara a una cosa. Pero lo que L quería ver antes que nada era si reconocía a alguien, o si alguien la reconocía a ella, ese era su principal interés, lo que, desgraciadamente, era muy complicado de conseguir, no podía mirar como quisiera y a buena parte de los que estaban en los pequeños reservados no era posible verlos.

El cliente la indicó que se sentara en un sillón, a su lado, lo hizo con cierta tranquilidad, aunque al hacerlo quedaba exponiendo demasiado los muslos, de forma que solo manteniendo las piernas juntas podía evitar mostrar la entrepierna, por detrás, ya estaba acostumbrada a sentir el asiento directamente sobre el culo. Antes la mesa cubría esas muestras, que ahora aparecían sin que ella pudiera ni evitarlo ni siquiera intentar corregirlo o disimularlo, incluso no debía intentar ocultar lo que naturalmente se ofreciera a la contemplación de quienes estuvieran con ella. Debía mantener las posturas que resultaran, sin realizar esfuerzos por ocultar, relajó un poco la presión sobre los muslos, permitiendo que se separaran un poco.

Una camarera se acercó. Aunque L ya estaba acostumbrada a la forma de vestir de las marranas que hacían de camareras, esta vez "sintió" la muestra que hacían de su sexo, que hizo que en su cabeza apareciera la palabra que no se atrevía a emplear: puta. Era una de las marranas, una de las chicas con las que podía compartir esperas y deseos de elección, pero sobre todo, habían servido de forma similar. Llegaba vestida de la misma forma en que lo hacían quienes servían en el comedor, como la propia L había servido. y vestida de modo aún peor. "Desnudada", se diría de manera más acertada.

No pudo evitar verse en la joven, con la secuela de la misma palabra que había surgido en su mente, aplicada a ella misma, y con una especial connotación, ahora esa palabra podía convertirse en realidad si el caballero al que acompañaba quisiera demandar lo que ella había mostrado como una oferta.

.- Coloca un cojín en el suelo, a mi lado, para que se siente tu compañera.

La chica hizo lo que el hombre la ordenaba. L estaba nerviosa, tanto por lo que pretendía el señor como porque la otra chica hiciera lo que se la pedía, pensó en que debiera ayudarla, a pesar de que eso demostrara que lo de "compañera" pudiera ser cierto, cosa que no la agradaba nada. Se levantó.

.- Puedo hacerlo yo.

.- Gracias. – La otra la sonreía. Ya ponía el cojín en el suelo donde había indicado el señor, a sus pies, un poco hacia un lado. – ¿Le parece bien así, señor?

.- Sí. Siéntate, marrana.

.- ¡Ah! Sí, señor. Gracias, señor.

L se sentó, al hacerlo las faldas subieron más arriba de la entrepierna, dejando la zona al desnudo, no podía hacer nada que implicara un gesto de ocultación. Estaba mostrando su sexo depilado y sobre él la marca de hembra y en los labios el número que la singularizaba. Casi se alegró que pudiera verse esa referencia que la diferenciaba de las marranas.

.- Si te pones un poco más arrodillada, podrás mostrar mejor el culo.

L, cada vez más confusa, hizo lo que el hombre quería, pero no era muy ducha en hacer las cosas teniendo en cuenta lo que pudiera haber detrás de una demanda de ese estilo, en cambio la otra sabía lo que el hombre deseaba, por lo que se acercó.

.- ¿Quiere que la coloque bien, señor?

.- Hazlo.

L no sabía lo que quería la chica, que se agachó y con destreza la subió el vestido hasta dejarlo sobre la cintura, con lo que L quedaba desnuda desde ésta. Marrana, échate un poco hacia delante. – L lo hizo aturdida, más por el empleo de ese término para referirse a ella, que por el hecho de mostrarse desnuda y ofreciendo el culo a la mejor contemplación del señor. – ¿Le parece bien así, señor?

.- Muy bien, marrana.

.- Gracias, señor. – La chica miraba a L, que supo que pretendía decirla algo, comprendió.

.- Gracias, señor. – Repitió ella también.

Aunque el lugar se encontraba bastante reguardado, podía ser contemplada con facilidad, y más en las muestras de su cuerpo que las de su rostro, al haberse colocado ladeada a la zona de paso. Como inconveniente, ella tampoco podía apreciar a quienes pasaran a su lado.

Así quedaría durante el tiempo que pasaron en aquella sala. L supo que ese era el precio que tuvo que pagar por su oferta para ser elegida. Cuando se fue tranquilizando, se dijo que no era demasiado alto, casi nadie debía haber reparado en su situación, y el señor se comportaría sin ninguna muestra de descomedimiento o descortesía hacia ella. Pero, había otra circunstancia que aparecía ligada a esa forma de presentarse. Mostrarse de esa manera suponía una oferta de sí misma que traía consigo la idea y la tendencia al sometimiento. Admitir presentarse casi desnuda, implicaba admitir el poder del cliente para pedirlo, ordenarlo y la correlativa obediencia a sus deseos, a sus mandatos, por su parte y por parte de las demás chicas, de esas marranas a las que poco a poco se iba asemejando, asimilando, y como una de las cuales era considerada y ella no rechazaba. Y era esa aceptación de su situación lo más significativo, y con consecuencias más precisas y concluyentes.

L se percataba que estaba siendo ella quien comenzara a mostrar su cuerpo a los clientes, nadie se lo había pedido, sería ella quien lo hiciera para conseguir sus fines, y lo encontraba justificado y conveniente, en la medida que evitaba una situación más ingrata. En lo que no quería pensar era en que aquello era un paso más que la acercaba a las marranas, y que iba convirtiendo su semejanza con ellas, en identidad.

Hecho un cesto, hecho ciento. Una vez admitido y hasta justificado su modo de actuar, resultaría mucho más fácil continuar por el camino emprendido, y también obtener de L otras conductas similares, y eso lo sabía la señorita Laura, que había presenciado en vídeo la oferta de la joven para ganarse al cliente y en directo, avisada por la marrana que les atendió, la muestra de su desnudez en la sala, lo que apreciaba con la satisfacción de ver como la joven iba amoldándose a lo que se quería de ella. Aún quedaba camino por recorrer, pero no dudaba que L lo recorrería, y al paso que ella marcara, y no parecía que lo fuera hacer con mucha dificultad. Lo que no la iba a permitir serían paradas indebidas, ni mucho menos, marchas atrás.

Y no iba a pasar mucho tiempo para dar el paso definitivo. Y mientras este llegaba la señorita actuaría para que L tuviera que irse aproximando a lo que serían los servicios de marrana que muy pronto comenzaría a efectuar. Si no podía ofrecer a la joven como una marrana más, al menos forzaría para que tuviera que exhibirse en la zona de espera y después en las zonas públicas, de modo similar al que había realizado ese día.

Por fin llegaron los resultados de los análisis. No había ningún problema para iniciar a L en el servicio a los clientes como marrana del club.

La señorita se planteó una posibilidad que venía acariciando desde que L accediera a mostrarse semi desnuda ante un cliente en los salones, y después mostrarse en la sala de espera. Pensaba en dejar que fuera la propia joven quien se mostrara y ofreciera a los clientes. Le apetecía saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar en muestras y después en actos.

Frente a esa posibilidad existía la de prostituirla de inmediato. Se decidiría por esperar unos días y ver cómo actuaba L. No tenía ningún temor a que la espera propiciara una respuesta improcedente de la joven, y que fuera la propia L quien comenzara a realizar acciones próximas a la prostitución no dejaba de atraerla. Incluso pensaba en colocarla en situaciones que favorecieran las demandas más atrevidas de los clientes e hicieran muy difícil eludir consumar la entrega completa.

La señorita deseaba que la nueva marrana supiera que había sido ella misma quien, sin ser obligada a hacerlo, se entregara a quienes se lo pidieran, aceptando su situación y su nueva condición, sintiéndose prostituta sin que apenas pudiera esbozar una excusa en su defensa, para después ser la propia señorita u otro representante del burdel, quien, ya de forma impuesta y como obligación del nuevo estado de la marrana, determinase a quien debería servir, con quien debería prostituirse.

Después de lo sucedido el día que no fue elegida, L había quedado traumatizada tanto por lo que suponía servir casi desnuda como por el riesgo del castigo subsiguiente y el otro riesgo, aún peor, de ser reconocida en el servicio. De ahí que hiciera todo lo posible por evitar no ser retirada. Había comenzado a mostrase como lo hacían las demás chicas para conseguir ser elegida.

Como la propia L había pensado, las muestras realizadas por las marranas implicaban una oferta tácita de sí mismas, de lo que querían señalar como deseosas de efectuar. Pero los temores que suscitaba quedar relegada, hicieron que si no perdió sus miedos, en algún momento fueran mayores los que generaba la idea de no ser elegida que los de mostrarse a los clientes, incitándola a ofrecerse como no debiera.

Las consecuencias no se harían esperar. Los clientes, conocedores de lo que podían solicitar a las marranas y lo que implicaban las muestras que estas efectuaban, actuarían con L como lo harían con cualquier otra que se mostrara de la misma forma que esta lo hacía, incluso sabiendo, por el lugar que ocupaba en la sala de espera, que, en principio, no estaba destinada a servir a los clientes como una marrana más. Pero si en el burdel no decían nada en contra, podían actuar según lo que la propia marrana sugería. Y la señorita no tenía nada en contra de permitir que si algún cliente lo demandara, la nueva marrana comenzara a ejercitarse en las labores propias de su oficio.

No resultaba muy complicado forzar a L a mostrase y ofrecerse en la sala de espera de modo muy similar al de sus compañeras, bastaba con colocar delante de ella a las marranas mejor dispuestas y más hábiles para conseguir ser elegidas, lo que crearía una creciente tensión en L, forzándola a mostrarse más descarada si quería conseguir que se la retirara. Solo había que dejar que alguno de los que la eligieran quisiera cobrarse en especie lo que L había ofertado ante él, y para facilitarlo, la señorita haría que se ofreciera, a cargo de la casa, una copa después de la comida, en una de las salas dedicadas a ello, y en la que fuera normal y habitual que los clientes demandaran actos más en consonancia con lo que es propio en un burdel. Y no habría que esperar mucho a que sucediera.

Uno de los días, después de no ser elegida durante una sucesión de oportunidades, L comenzó a ponerse nerviosa previendo el fatal desenlace, caso de no lograr que nadie la retirara, lo que la indujo a acrecentar las muestras de su cuerpo, que ya había comenzado a efectuar.

Pasaron dos clientes más sin elegirla lo que convirtió el nerviosismo en comienzo de angustia. Se percataba de que no se presentarían muchas oportunidades más y que tenía que conseguir ser retirada inmediatamente. Solo quedaban 4 a la espera y cuando eso sucedía sin que aparecieran más para incrementar la oferta, quería decir que no se esperaba más demanda, por lo que cuando entró un nuevo cliente L lo recibió casi como la última oportunidad que no podía dejar pasar.

Estaba colocada en la última fila, lo que implicaba tener que esperar a que el cliente no eligiera a otra antes de llegar a ella y cuando llegara debería estar preparada para mostrar todo lo necesario para que la llevara con él. Sabía que las demás incrementarían su oferta. Todas tenían interés por evitar el servicio en el comedor y todas actuarían para conseguirlo, y estaban antes que ella.

L estaría muy atenta a las muestras que hicieran sus compañeras para conocer lo que podía atraer más al señor y incidir en ello. Ni que decir tiene que L estaba nerviosa, temiendo que no llegara a ella. El hombre, algo más joven que los clientes habituales, se tomaba su tiempo, fue contemplando una por una a las que estaban antes que L, que veía con tremendo agrado que fuera pasando hacia ella. Cuando estaba en la anterior y esta, sonriente y generosa, se mostraba ante él sin el menor recato, consiguiendo enervar a L, que observaba como su competidora elevando el vestido y mostrando el sexo depilado, pasaba los dedos sobre él, para después girarse y ofreciendo el culo, repetir el gesto impúdico de pasar los dedos por la raja de las nalgas y detenerlos a la entrada del agujero, para después llevarlos a la boca, chuparlos con fruición y regresar con ellos al culo, para introducir un par de ellos en él.

L permanecía ofuscada y confusa. Se sentía incapaz de llegar a lo que estaba viendo, que equivalía a un ofrecimiento que, evidentemente, la marrana efectuaba con ánimo de que fuera aceptado, temiendo que eligiera a la otra dejándola a ella sin posibilidad, pero el hombre pasó a ella, que no pudo evitar una sonrisa tan complacida como el alivio que sintió al tener la oportunidad de poder competir y ganarse al señor, pensando que no habían hecho efecto en él ese tipo de muestras e invitaciones, por lo que se sentía agradecida y valorando al hombre como alguien merecedor de ser servido, al no caer seducido por una oferta tan indecente.

Sonriendo por la satisfacción y alivio que sentía, L se mostró, quería hacerlo sin entrar en lo que acababa de ver realizar a la otra y sintiendo que no era eso lo que buscaba el señor, que la miraba sonriente, mientras L, siempre sonriendo abiertamente, se giró, haciendo que el vestido se elevara para mostrar el centro de su cuerpo. Luego, de espaldas al hombre, se contoneó ante él, elevando las faldas para mostrar el culo.

ZAS

El hombre había dado un azote a L, que lo recibió con un pequeño gritito, más de coquetería y muestra de aceptación que de queja. Pensó que se estaba ganando la elección, pero para su sorpresa y desolación, escucharía al hombre:

.- Vamos. – Dirigido a la marrana que se había ofrecido de forma tan obscena, que salió sonriente tras él.

En ese momento entró otro cliente. Solo quedaban tres chicas. L, a pesar de la frustración y desesperanza con que había recibido la elección del señor, quiso recobrarse y tratar de conseguir al recién llegado, el miedo a tener que servir aparecía de nuevo, y ahora lo hacía acompañado del desaliento. El señor era de más edad que el anterior y parecía sosegado y tranquilo. Miró a todas, L trató de recomponer la sonrisa que había perdido, consciente de que no podía mostrarse desagradable o desatenta.

Las chicas se mostraron, aunque con menos atrevimiento, intuían que no era necesario, y probablemente no fuera conveniente. La experiencia las preparaba para conocer lo que resultaba más adecuado en cada momento. La propia L tenía la misma impresión sobre el señor. De todas formas no evitaron las muestras de sus cuerpos y las sonrisas insinuantes, sin llegar a los toques y caricias que antes habían realizado.

L se amoldaría a efectuar una exhibición parecida, ya algo más sosegada y menos insegura de su posición. Bailaría ante el hombre, apartando el vestido y propiciando la muestra de culo y sexo tal como habían hecho sus dos compañeras, para no regatearle una muestra que casi resultaba obligada, aunque L supiera que se convertía en oferta, que si aún temía efectuar, no tenía más remedio que hacerla. Y lo haría sonriendo aferente y dejando patente la satisfacción de hacerlo y ganarse ser elegida.

Pero no podía evitar estar nerviosa. Sabía que estaba haciendo todo lo que no debía, pero el miedo a perder lo que podía ser su última oportunidad para salir de aquella sala conseguía que actuara de ese modo indecente.

El hombre la miraba, lo que animó a L a seguir con el baile. Mantenía la mirada baja, pero se apañaba para elevar un poco los ojos y comprobar el interés que el señor mostraba por ella y por lo que hacía. Creyó que le apetecía contemplar su culo, por lo que elevó más el vestido bailando de espaldas y girando la cabeza para poder seguir tratando de ver si estaba conforme con lo que veía, al tiempo que mostraba su sonrisa. L pensó en las marcas de los azotes. Había a quienes eso les excitaba. Se inclinó mientras se contoneaba ante el hombre, para poner el culo más ofrecido.

El hombre la elegiría, recibiendo el agradecimiento efusivo y sincero de L, que le acompañó encantada y dispuesta a complacerle en todo lo que le demandase.

Durante la comida el hombre se mostraría más ameno de lo que hacía esperar, consiguiendo que L estuviera entretenida y cada vez mejor dispuesta hacia él.

Cuando acabaron el almuerzo, el criado ofreció al señor pasar a una de las salas para tomar una copa, lo que él aceptó. L, a pesar de conocer que, con probabilidad, tendría que exhibirse con mayor desahogo, acompañó al señor con agrado.

El camarero les conduciría a una sala en la que ya había estado. Estaba menos iluminada y parecía concebida para propiciar mayor relajo que la otra que conocía. Al pasar hacía su lugar de acomodo, a L le pareció ver a una de las chicas desnuda. A pesar de que ya eso poco añadía a su experiencia en aquella casa, sintió una cierta prevención.

Quedó con el señor. Sentada, normalmente, en un sillón al lado de donde se sentaba el hombre. Charlaron un rato. Curiosamente L sentía la ausencia de demandas del hombre. Sin darse cuenta estaba comenzando a reaccionar como sus compañeras, deseosas de complacer al cliente al que servían y, por tanto, esperando que este demostrara su interés por ellas y las ganas de disfrutar de ellas. Pero si para las marranas resultaba muy fácil incitar al cliente y conseguir que quisiera obtener lo que ellas le ofrecían, para L no era tan sencillo, carente de la experiencia y atrevimiento necesarios.

Cuando el hombre la pidió que bailara para él, se incorporó sonriente y encantada de saber que a él le apetecía contemplarla y deseosa de agradarle, incluso con cierto prurito de hacerle desear algo más. Durante un rato L bailaría ante el hombre, primero sin mostrar más de lo que propiciaban los movimientos de su cuerpo, que ella mantuvo controlados, después se animaría, y luego cuando él le hizo un gesto con la mano que ella interpretó como de deseo de algo más.

Se encontraban en uno de los apartados que formaban los sofás y sillones de respaldo alto, como sistema de separación, con lo que se mantenía el anonimato mientras se estuviera sentado, pero al levantarse se posibilitaba la contemplación de lo que se hiciera, por lo que el baile de L podía ser presenciado por quienes quisieran verlo desde las proximidades, pero solo en la parte alta del cuerpo, lo que propiciaba descararse sin que otros pudieran observarlo, y L tenía ganas de descararse un poco. Pensaba que al hombre le apetecía y que ella se lo debía.

Pero ponerse en pie también podía suponer una indicación de que algo sucedía y podía atraer la atención de quienes quisieran presenciarlo. Al ser un lugar abierto los clientes podían contemplar lo que se hiciera, y era frecuente que ocurriese, sobre todo cuando se ofrecía algún espectáculo entretenido, o algún cliente encontrara excitante lo que sucedía.

L ya se había mostrado en la sala de espera por lo que hacerlo ahora no añadía nada a lo ya efectuado, al revés, se sentía más resguardada que entonces. Bailó elevando el vestido con las manos hasta dejarlo recogido en la cintura, mostrando el cuerpo desnudo desde esta hacia abajo. El hombre la miraba sonriente, ella supo que le gustaba y que estaba apeteciendo más, quería dárselo. Miró a su alrededor, no parecía que nadie estuviera interesado por lo que hacía, se acarició con la mano derecha mientras mantenía el vestido con la izquierda. Se contoneaba sonriente, pero tener que mantener el vestido sujeto dificultaba tanto el contoneo como los toques.

Esta vez sería el hombre quien hiciera una seña clara a L para que se quitara el vestido. Era una primera demanda descomedida, ella sabía que debía atenderla. Con cuidado y lentitud bajó la cremallera del vestido y lo dejó caer a sus pies quedando desnuda. Sonrió al hombre y continuó bailando, ahora el uso de sus manos podía realizar una oferta mucho más sugerente y la haría. Puso las manos detrás de la cabeza, en un gesto que sabía sensual. Dio una vuelta meneando el culo y girando la cabeza para sonreírle y que él lo viera. Descendió las manos pasando por las tetas, que acarició y luego ofreció sustentándolas por la base y echándolas hacia fuera.

Se percataba que estaba realizando los gestos que había aprendido y practicado en la doma, que en aquellos momentos supusieron hitos de perturbación y desvergüenza, y que ahora efectuaba en presencia de un hombre, un cliente, en un lugar público, como si fuera una más de las marranas del club.

L no debía hacer nada de lo que hacía pero estaba crecientemente complaciente con el hombre, quería estarlo, era su agradecimiento a haberla retirado de la sala, y al tiempo la apetecía sentirse deseada, lograr que él la deseara. Solo el lugar no era de su agrado, pero estar bastante defendida de las miradas de terceros la tranquilizaba. Si se acariciaba las tetas podía que fuera visto por alguien de los otros grupos, pero si se acariciaba el resto del cuerpo nadie lo vería salvo su señor, y eso sería lo que hiciera, yendo bastante más lejos de lo que hiciera en la sala de espera. Pasó los dedos por el sexo y la raja entre las nalgas, sintiendo en sus yemas la entrada al agujero del culo y en la otra mano los labios del coño, por fuera y por dentro. Miró al señor, quería conocer su reacción, él la miraba sonriente, ella le sonrió, incrementando la caricia. Estuvo a punto de mostrar el culo separando una nalga para que pudiera apreciarse su dedo en la entrada, pero se controló.

Se daba cuenta que estaba propiciando la demanda del hombre para algo más que desnudarse y bailar para él, y sucedería. La llamó para que se acercara. L lo hizo, ahora la sonrisa era mucho menos entusiasta, preveía que el señor iba a demandar algo más. Sabía que lo había propiciado ella y sentía la excitación de saberse deseada y del propio deseo, pero temía ser vista. Él quiso que se arrodillara ante él, y ella supo lo que vendría después, que esperaba y suponía la menor de las demandas.

Arrodillada elevaría su mirada hacia él, esforzándose por hacerlo sonriente aunque eso diera a entender que mantenía su oferta, el no dijo nada pero ella supo lo que quería y lo que ella debía hacer, y lo hizo. Con mano trémula abrió la bragueta y buscó la verga, extrayéndola, ya semi erecta, para llevarla a la boca y comenzar a chuparla. Complacida al sentir como engordaba en su boca.

L haría una mamada al señor, en aquella especie de pequeño semi reservado, sin saber si alguien la veía, tratando de conseguir que fuera una estupenda mamada y que el señor quedara completamente satisfecho, como lo hubiera hecho cualquiera de las marranas.

A pesar de esa situación en que podía ser presenciada por cualquiera que se acercara, L actuó como si nadie pudiera verla. Mientras chupaba la verga creyó escuchar unos ruidos en la zona abierta del cubículo, y luego en su interior, por un momento tuvo miedo de que alguien presenciara su actuación, y así era, desde los apartados de al lado se estaba contemplado lo que hacía, y un par de señores de habían aproximado a verlo mejor.

El hombre se derramaría en su boca, tragando todo su semen y quedando con la verga en la boca hasta que perdiera su vigor y se escapara de ella.

Luego quedó a los pies del hombre, desnuda, sin intentar recoger el vestido para ponérselo. Solo cuando llegó la camarera para atender el servicio, sintió la vergüenza de su desnudez. El señor no pediría nada más, pero la camarera se ofreció a llevarse el vestido, a lo que el hombre accedió. L no dijo nada porque nada se le había preguntado.

Cuando el señor quiso irse L esperó a pedir el vestido, se atrevió a decirlo al señor, que llamaría a la camarera tocando el timbre que había sobre una mesita auxiliar. Enseguida apareció. El hombre pidió el vestido.

.- ¿Quiere que le acompañe la marrana? – Preguntó la camarera.

.- Me encantaría.

.- Pues yo me encargo del vestido, para que lo tenga cuando regrese. – Estaba diciendo que fuera desnuda con el señor.

.- Muchas gracias, niña. – Y el hombre aceptaba, lo que obligaba a L a acompañarle desnuda. Y la marrana aún intervendría.

.- Si le apetece que la marrana baile para usted, estará encantada de hacerlo. – L se ruborizó. Era muy distinto bailar desnuda en el pequeño reservado en el que estaban que hacerlo en una zona pública. Lo que no sabía L era que hacerlo constituía una costumbre y un modo habitual de acompañar a los señores, y su compañera lo mencionaba para que ella cumpliera con lo que se esperaba que hiciera.

L saldría bailando ante el hombre, entre los grupos de sofás, desde los que se la podía apreciar mucho mejor que cuando estaba en su pequeño reservado, con el peligro y temor subsiguiente, de poder ser reconocida. Le pareció que se la miraba, incluso apreció alguna sonrisa divertida. Pensó que podían haberla visto haciendo la mamada, sintiendo la vergüenza de esa posibilidad. Al salir de la sala seguiría por el pasillo hasta la zona de recibo, donde solo se encontraron con dos señores que también salían, y que sonrieron al verla bailar, mientras L enrojecía de vergüenza, pero mantenía los contoneos del baile.

El hombre se despidió alabando su baile y diciéndola que la recomendaría. Y si esto debía suponer una muestra de complacencia hacia ella que L agradeció, no estaba nada contenta de que ningún cliente tuviera ese "detalle" con ella.

Para L lo sucedido no supuso un cambio en su comprensión de lo que era el club ni de su posición en él. Ya estaba hecha a la idea de que aquella casa acogía un burdel. Y en cuanto a su comportamiento se dijo que lo había hecho porque había querido, sin que nadie la obligara y, por tanto, sin sentirse como una marrana, como una puta. Pero sabía que, si en parte era cierto, había sido la necesidad de mostrarse al hombre, obligada por las consecuencias de no conseguir ser retirada, lo que la había llevado a realizar una acción que no hubiera hecho en circunstancias normales.

Pero también se daba cuenta de que estaba realizando lo propio de las marranas, comportándose como una más, y que, aunque buscara las excusas que quisiera para no sentirse una marrana, si actuaba como ellas era como eran ellas, lo que eran ellas.

La señorita también pensaba en esa especie de autodefensa que establecería L para justificar lo que acababa de realizar, y no deseaba que la marrana pudiera eludir el hecho de que comenzaba a actuar como tal marrana. Para conseguirlo volvería a colocar a L en una situación en la que ella misma se ofreciera a un cliente propicio a demandarle la entrega completa. Y no quería esperar más.

Después daría el paso definitivo para que L quedara sometida a su nueva condición de prostituta del burdel, haciendo que la marrana se supiera y sintiera marrana, es decir, prostituta y prostituida, y para eso tenía que hacerlo obligada, y sin ninguna escusa que lo atenuara.

Esa misma tarde iba a deparar una sorpresa importante a J. Recibiría la llamada del director del club, siempre se comunicaban por el móvil, que le informaría del próximo movimiento que se iba a realizar con la marrana – ya se referían a ella de ese modo.

.- Mañana tenemos la intención de comenzar a cubrir a la marrana, aunque no para preñarla.

J quedó momentáneamente aturdido, tanto por la forma de exponer el tema, que tuvo que pensar un momento, sin acabar de asimilar lo que significaba, quizás por lo inesperado del aviso.

.- Pero… entonces, ¿ya?

.- Si no hay inconveniente por su parte.

.- No, no… - J pensaba en el tiempo que llevaba L acudiendo al club, con la finalidad principal de conseguir convertirla en una de sus pupilas, ahora, al recibir la comunicación de haber llegado el momento, lo que suponía cumplir con el objetivo fijado, parecía no estar preparado para aceptarlo.

.- En ese caso, solo quiero decirle que si desea presencia el primer apareamiento y ver como se porta la marrana con el macho, está usted invitado.

.- Entonces, quiere decir que está organizado.

.- Por supuesto.

.- ¿Con quién será?

.- Tenemos nuestros buenos sementales.

J, había realizado la pregunta por decir algo, comprendía que era indiferente quien la iniciara en la prostitución.

.- Debería suponerlo. Pero no creo que sea prudente que me acerque.

.- Será en los salones.

.- ¡Cómo! – Ahora a la sorpresa se añadía la confusión, casi la incomprensión. – ¿Quiere decir que será algo… público? – A él mismo le resultaba difícil aceptar esa posibilidad. Era demasiado. La chica no podía admitir que se la prostituyese en público, al menos no las primeras veces, no hasta que estuviera acostumbrada, hasta que lo admitiera como algo casi normal.

.- Es algo normal en el club. – Parecía que el director hubiera adivinado el pensamiento de J.

.- Pero, ¿lo va a admitir?

.- Como comprenderá, no se lo vamos a preguntar, ella hará lo que se le mande.

.- Pero…, la primera vez.

.- La primera y siempre que se desee, no admitimos excepciones. Tiene que comprender desde el primer momento, que se la va a exigir actuar como una marrana más, que es lo que es.

A J, la firmeza y seguridad del director, no lograba hacer que erradicara sus temores, ni comprendiera que la joven pudiera acceder a lo que se le iba a pedir, a ordenar, a obligar, pues tendría que ser obligada, y así lo expondría, en esa forma de ir desgranando sus temores ante el director.

.- Pero, se la va a obligar…, pero, ¿se la puede obligar?

.- A una hembra le suele gustar que la cubra el macho, y ya sabe que aquí no se obliga a nadie, pero si no cumple con su deber se atendrá a las consecuencias. Desde luego, si fuera necesario, se la exigiría cumplir, pero no creemos que sea preciso. – J pensaba en esas consecuencias, conociendo lo generosos que eran con el látigo.

.- Bien, o sea que no temen la reacción.

.- No, si la hubiere, sería ella misma quien la controlara, y después sería cercenada por nosotros y con un castigo que no olvidaría la marrana. Sería una de las faltas más graves que pudiera cometer, y castigada con toda severidad, para evitar que volviera a producirse.

El director volvía a manifestar esa dicotomía que J ya conocía, que, por un lado, aparentaba la defensa de la independencia de la marrana, y por otro realizaba ese tipo de referencias en que esta quedaba sometida y disciplinada, lo que no dejaba de sorprender a J, que si las conocía, no acababa de hacerse a ellas. Y sabía que era cierto y que L podía preparase si no se comportaba como se deseaba que lo hiciera, y en este asunto, y siendo la primera vez, por lo que se querría evitar un mal precedente, seguro que la contundencia del castigo lo haría especialmente duro.

.- ¿A qué hora será el apareamiento?

.- Si sale todo según lo previsto, será a primera de la tarde, después del almuerzo. ¿Desea que le informemos del resultado?

.- Si no le importa.

.- Lo haré encantado.

.- Muchas gracias. ¿Precisan algo de mí?

.- Que mantenga un buen nivel de exigencias.

.- Siempre será mínimo comparado con las suyas.

A partir de ese momento, J no podría quitarse de la cabeza la idea de L siendo puteada, siendo llevada al macho, como si de una marrana se tratara, lo que le excitaba, haciéndole desear presenciar el acto, y al tiempo le asustaba, temeroso de las consecuencias de una posible reacción de la marrana, que dieran al traste con algo que ya estaba tan avanzado.

"No sé por qué me sorprende la noticia, es algo que estaba esperando para cualquier momento."

"Pero… L, ¿admitirá convertirse en una ramera?"