L 11

Se inicia la anulación de L en la empresa y los servicios en el club

  1. Se inicia en la empresa la anulación de L y los servicios en el comedor del club

Al llegar al garaje de la empresa L aparca el coche, esperando en él a que el conserje deje el vestíbulo. En su cabeza bulle lo sucedido en el club. Mira hacía sus muslos para cerciorarse de que la falda cubre el sexo, que nota como si la mano de la señorita lo estuviera apretando. Esa sensación la estremece, siente que la desea, que desea cogerse el coño ella misma, apretarlo, estrujarlo. Trata de desechar imágenes y deseos.

Cuando sale el conserje, espera a que se aleje y sale rápida del coche a coger el ascensor y subir a su planta. En el despacho encontró la nota de J. Tenía que acudir a verle. Esperó un poco, tenía tiempo y muy pocas ganas de perder el abrigo que suponía el despacho. Al cabo de unos minutos, y haciendo un esfuerzo, salió. Ella también quería ver a J para avisarle de que algunos días no iría por la tarde a la oficina, creía poder hacerlo sin más, el propio presidente había dicho que se tomara el tiempo que fuera preciso. Mientras tuviera que aparecer de la forma en que lo hacía cuanto menos estuviera en las oficinas mejor.

Esta vez se encontró con una empleada, que al verla abrió unos ojos como platos. Se saludaron al cruzarse, L avivando el paso para alejarse cuanto antes, temiendo que la otra se hubiera vuelto para contemplarla.

Subió a la planta de J, al pasar por un aseo entró, quería verse en un espejo. No solo quería comprobar cómo iba, el deseo que mantenía vívido la impulsaba a ver esa parte de su cuerpo que demandaba ser estrujada. Al verse en el espejo no pudo evitar un gemido. Aparecía tan inelegante como indecorosa. Perdió la ansiedad que sentía. Dudó en ir a ver a J. Se quedó mirando la anilla, con la palabra perfectamente legible.

"Y no la puedo quitar." Se dijo abatida.

Como si fuera una respuesta a lo que contemplaba llevó su mano derecha al coño y lo agarró con fuerza, durante unos segundos lo estrujó, después lo soltó, pero no por miedo a que entrara alguien y la cogiera de esa forma, sino por la sensación de estar haciendo algo prohibido por la señorita. Quedó con el deseo insatisfecho. Recordó lo sucedido hacía tan poco. Otro estremecimiento la recorrió. No solo había consentido en las caricias de la señorita, se había postrado ante ella y besado sus pies. Movió la cabeza como queriendo desalojar esa idea, que humillándola la enervaba hasta hacer que deseara volver a estrujar su carne. No sabía si como castigo o como ansioso deseo de compensación.

Había pagado a la señorita y como respuesta recibiría la doma que el pago merecía. Otra vez sintió la ansiedad de apretar el coño como lo había hecho la señorita, se lo merecía. Salió del aseo para no hacerlo.

En el pasillo pensó en bajar al coche y ponerse la camisola, pero no se atrevió, además significaba otro paseo y otra exhibición. Pero lo peor era saber que no se atrevía a desobedecer a la señorita Laura. La imagen de sí misma a sus pies, besándolos, se hizo presente. Se sabía sujeta, y sabía que comenzaba a aceptarlo, a darse cuenta que sería muy difícil escapar.

"Y he pagado." – Se dijo resignada.

Se dirigió al despacho de J. No estaba la secretaria, lo que fue un alivio. Se apresuró a entrar como huyendo de la aparición de la secretaria. J, que esperaba su llegada, al verla quedó perplejo. Pensó en los avances en la doma que patentizaba la joven.

"Que no son nada comparados con lo que la obligan a hacer en el propio burdel."

J contemplaba los muslos ofrecidos en sus dos terceras partes, y la tripa pródigamente al aire, que aparecían como reclamos descomedidos. La anilla colgando de la nariz añadía la idea de una puta carente de toda pretensión de categoría. J pensó que en el club se estaban pasando, o ensañándose con la joven, pero el alivio con que había visto su entrada en el despacho, precisamente por la forma en que se mostraba, que le tranquilizaba de los temores a una reacción, le inducía a no hacer excesivas críticas a los modos que empleaba el club con ella. Luego, sería él quien quisiera aprovecharse y mostrarla ante las gentes de la empresa, dejando constancia de su acomodo a ese tipo de vestir.

J miraba involuntariamente a los muslos de la joven, sin poder evitar el recuerdo de la marca que llevaba en el coño y el deseo difícilmente controlable, de verla. Trató de olvidarse de ello, quería apreciar la situación anímica de L, su receptividad a lo que estaba sucediendo, ver como se comportaba, además de su reacción ante esas nuevas semanas de estancia en el club, conocer cómo lo explicaba y cómo lo estaba aceptando.

Y, al tiempo, deseaba comenzar a poner de manifiesto en la empresa la situación de L, pero con cuidado, siempre temeroso de romper lo que consideraba un equilibrio inestable. No quería presionar demasiado a la joven, pero tampoco quería dejarla una calma que la hiciera encontrar en la empresa un refugio, si bien, trataría de que no perdiera las esperanzas en su rehabilitación, aunque esto cada vez le importara menos, como menor era el temor a que fuera capaz de reaccionar contra lo que se hacía con ella. Que se hubiera sometido a aparecer de la forma en que lo hacía, no solo denotaba su falta de auténtica voluntad de lucha, sino que la colocaba en una situación cada vez más difícil de explicar y desmontar, si es que quisiera o pudiera hacerlo.

.- Hola, J, ayer no pude venir, estuve indispuesta. – Quiso ser ella quien se disculpara por la ausencia del día anterior, antes de que él sacara el tema.

.- Si ya estás aquí es que no fue nada grave, de lo que me alegro.

.- Gracias, J.

.- Siéntate.

Al sentarse, J notó como intentaba hacerlo de forma especial, que no era más que la tentativa de evitar la molestia que generaba apoyarse sobre una carne aún sensible, a lo que se sumaba la pretensión de no ofrecerse de modo que facilitara la visión de sus muslos, que quedaban aún más al descubierto, y con ello se incrementaba el peligro de mostrar el sexo desnudo. J, sabiendo lo sucedido se explicaba esa actitud, y al tiempo deseaba mirar los muslos que se ofrecían generosamente expuestos, pero no era eso lo que, instintivamente, quería contemplar, sino el coño grabado, que ofrecía una especial atracción.

J comenzaría a exponer la situación, casi como el modo de distraerse de ese coño que no era capaz de quitarse de la mente, y cuya imagen fotográfica aparecía ante él.

.- Antes de nada, tengo que recordarte que, si estás indispuesta y no puedes venir, debes llamar y decirlo. – A L no le gustó el aviso, pero se contuvo y nada dijo. No quería hacer nada que indispusiera a J en su contra. – Pasemos a lo nuestro. Nos han enviado de tu salón de belleza una notificación en la que dicen que vas a seguir acudiendo durante 7 semanas. – Lo decía con acento sorprendido y nada satisfecho. – Habíamos quedado en 4. Espero que esto no suponga ningún retraso en nuestros compromisos.

.- En absoluto, es solo el tiempo que ha estimado... mi preparadora como necesario para concluir lo que se está haciendo.

.- Pero, si nos dijiste que más bien se adelantaría la finalización. – J, simulaba protestar.

.- Sí, para las fotos, pero ella insiste en que acabe lo comenzado. Me dice que, ya que estoy en ello, no desaproveche la oportunidad de lograr una buena preparación. Ya es por mí, no para las fotos.

.- Me alegro que estés satisfecha del lugar. – J no quiso mencionar el gasto, con la idea de que fuese la propia L quien tuviera que pagarlo, actuando como había sugerido el director del club.

.- De todas formas, me dicen en el salón de belleza que, algunos días, sería aconsejable que dedicara algo más de tiempo, lo que supondría no venir por las mañanas y acaso alguna tarde

J no pudo evitar un gesto nervioso, al pensar que ya habrían informado a la joven de los "servicios" que debería realizar, no comprendiendo que L pudiera aceptarlo sin más. Luego pensó que quizás se tratara de la preparación a la que se refirió el director. La idea de que L comenzara a ser prostituida le alteraba tanto que el temor sobrepasaba la inicial exaltación que había generado en él.

.- ¿Qué tiempo precisas por las tardes?

.- Aun no lo sé. Posiblemente no mucho, aunque alguna tarde puede ser más.

.- Eso quiere decir que alguna vez no vendrás.

.- Aún no lo sé. Como el presidente dijo que podía tomar el tiempo que quisiera

.- El que fuera necesario, y eso lo determinaré yo. – J no deseaba poner ningún inconveniente a lo que hicieran en el club, pero le molestó que fuera L quien pretendiera decidir, e iba a dejar claro que eso solo le incumbía a él.

.- J, si no viniera sería… - Él cortaría la explicación.

.- Porque yo te había dado permiso para hacerlo.

.- ¡J, el presidente…!

.- Me ordenó ocuparme de ti y lo voy a hacer. ¿Hasta qué hora te han dicho que te quedes?

.- No lo han concretado.

.- ¿Entonces…?

.- Me han dicho que puede que sea preciso.

J sabía que el presidente vería con agrado que L no apareciera por la empresa de la forma en que lo hacía. Pero él quería tenerla controlada y conocer sus reacciones, y junto a eso existía el malévolo deseo de pasearla ante los empleados, que estos la vieran y perdiera ante ellos cualquier pretensión de prestigio o respeto.

J había estado pensando en invitar a L a un acto colectivo, que supondría una humillación para ella, pero no se decidía por lo que pudiera suponer presentarla, del modo en que iba, en una reunión de la empresa.

.- Bueno, si te insisten en el club, me llamas y recabas mi autorización.

.- ¡J! – Ella no aceptaba quedar supeditada a él.

.- Ahora me encargo yo de controlarte. – Fue la respuesta de J, dejando claro que lo iba a hacer. – Y no protestes, es el mejor control que puedes pedir. – En eso podía tener bastante razón, pensó L, completamente alejada de la realidad. – Si no es con mi permiso para que no vengas, te quiero ver por las tardes aquí y cumpliendo los horarios. No olvides lo que te ordeno. Y no tengo ganas de andar persiguiéndote. Ya te puedes ir.

L se incorporó, tenía que hacer un esfuerzo para controlar sus deseos de rebelarse contra el hombre, que miraba los movimientos de la joven para ver si podía apreciar directamente lo que había contemplado en las fotos. L se alejaba sin decir nada, al llegar a la puerta, él la llamaría.

.- L.

Ella, visiblemente alterada, se volvió, permaneciendo en silencio.

.- Es costumbre despedirse.

.- Adiós. – Lo dijo de forma que resultaba una muestra de desagrado.

.- ¡L! ¡No me acabes cabreando! Si te fastidia depender de mí te aguantas. Pero si quieres hago lo posible para que dependas de otro.

J comprendía que no debía presionar más a la chica, pero ahora actuaba no siguiendo la pauta adecuada, sino reaccionando a las formas de L queriendo doblegarla. L, estuvo a punto de cogerle la palabra, pero temió las consecuencias.

.- No, eres insoportable, pero no quiero crear problemas al presidente.

.- Haces bien, y añádeme a mí. Despídete como debes y vete.

.- Buenas tardes, J.

.- Espera.

Ella se volvió para quedar mirando hacia J, si bien al lado de la puerta.

J estaba disfrutando con la subordinación de la joven sabiendo lo mucho que la tenía que costar someterse a su autoridad. Después quiso aparentar que quería suavizar la situación. Además estaba cada vez más decidido a comenzar a "exhibir" a la joven esa misma tarde, y se estaba dando tiempo para afianzar esa decisión.

.- No es que me disguste el modo en el que vas vestida, pero..., para venir a la oficina, no crees que sería más conveniente algo más clásico.

.- Sí, pero serán solo unos días. – Volvía a repetir la excusa.

.- Mira L, puede que el fotógrafo estime que debas..., digamos, ensayar determinadas... actuaciones, pero haz el favor de no "ensayarlas" en la oficina.

.- Comprendo lo que dices, pero me lo ha pedido y yo he aceptado.

.- Estoy viendo que para conseguir algo de una mujer hay que ser fotógrafo.

.- Tampoco estoy tan mal con minifalda. – Bromeó.

.- Estás muy bien, pero es poco apropiado. Y la falda que llevas es demasiado mini.

.- ¡J, ni mi madre lo hubiera dicho mejor! – Ahora parecía ser ella quien se burlara, pero estaba tensa sabiendo la muestra que ofrecía a J.

.- Tú verás lo que haces. Supongo que vas a estar en tu despacho.

.- Sí, toda la tarde.

.- Hay una presentación a la que no sé si debo invitarte.

.- Vaya, gracias. ¿De qué se trata?

.- Es algo que se hace todos los años.

.- ¿Quiénes irán?

.- Directivos. No sé si debo decirte que vayas a una reunión con directivos.

.- ¿Por qué no? – Ella estuvo a punto de decir: "pues no lo hagas", pero se contuvo. Tampoco estaría cómoda en la reunión, por lo que solo mostraba el interés justo. J ya se había percatado de su desgana, y sabía que debía imponerse a cualquier intento de la joven de eludir ese encuentro.

.- Lo comentaré con otros colegas, a ver qué me dicen sobre tu presencia en la reunión. Si decido que vayas, acude cuando te llame mi secretaria. – La comunicación no agradó nada a L. Entre otras razones porque no estaba nada decidida a aparecer en esa reunión, teniendo que presentarse tal y como estaba delante de los directivos de la empresa.

.- Tengo mucho trabajo atrasado… – Iniciaba un intento de escape, pero la respuesta de J, sin dejarla acabar, sería contundente.

.- Las invitaciones de la superioridad son órdenes para los empleados, que estos deben acatar sin excusa. Deberías saberlo. Si te invito, quiero verte allí. Mientras estés bajo mi control harás todo lo que te mande, te guste o no te guste. Vete ya. Te recuerdo que se acostumbra agradecer las invitaciones y a despedirse. – Y lo decía sin asomo de broma. L quedó pálida ante unos comentarios que volvían a incidir en su subordinación a J.

.- Gracias, y buenas tardes.

.- Y permanece a disposición.

J vio como la joven se dirigía a la puerta, sin perder detalle de lo que se le ofrecía de manera tan generosa. Y si los muslos expuestos eran lo primero que llamaba la atención, después, en ellos, pareció descubrir unas rayas desdibujadas. Se percató de lo que eran con un salto de emoción. Sin duda serían las marcas de los golpes, pero luego se sintió defraudado, no parecían demasiado castigo.

"Las buenas estarán en el culo."

Y él estaba deseando verlas. Y con esas ganas se quedó cuando la joven dejó el despacho.

Si J no había logrado contemplar lo que tanto ansiaba, se percató de la falta de fuerza y determinación de L para luchar contra lo que se la estaba imponiendo en el club. Parecía bastante claro que no tenía una respuesta a la situación en la que se encontraba. Se dijo que estaba cogida y bien cogida, lo que le permitía ponerla en la oficina en las situaciones que quisiera y eso era la que iba a hacer esa misma tarde.

J llamó a T para decirle que L estaría presente en el acto de esa tarde y que la utilizara.

.- Te gustará verla y comprobar cómo se desarrolla nuestro proyecto.

.- O sea que la puta comienza a ejercer.

.- No sé a qué te refieres, pero las putas lo son porque ejercen.

.- Ya, y los directivos no tratan con putas.

.- Y si lo hacen, disimulan. Quienes no disimulan son las putas. Tienes que conseguir que L quede a disposición del presentador, para que colabore con él. Trata que estén presentes los directores que no le son favorables.

J ya conocía el tipo de demostración que iba a tener lugar, y que realizaba el director general de la sociedad que efectuaba la oferta. Hombre simpático y un tanto histriónico, que normalmente pedía colaboraciones de los asistentes para ayudarle a que la exposición resultara más entretenida, al tiempo que se permitía alguna chirigota a costa de sus oyentes-colaboradores, que estos recibían divertidos, aunque fuera a costa de ellos. J pretendía que ese día quien ayudara al presentador fuera L.

J iba a hacer que luciera su nuevo look ante una parte de los directivos la empresa y segundos mandos de varios departamentos, sobre todo del informático, que eran invitados como principales interesados en lo que se iba a presentar. Y para que ella no se creyera que formaba parte de ese grupo, y que los directivos tampoco pensaran que estaba allí por serlo, T quedó encargado de presentarla de forma que apareciera como requerida para ayudar en la presentación.

L permaneció nerviosa, esperando una llamada que no quería recibir, pero no se atrevía a desafiar a J, era un director y el encargado de ocuparse de sus asuntos durante el tiempo que estuviera en el club, y había resultado una ayuda en determinados momentos, que ella no quería perder. Pero había algo peor. Si desapareciera se exponía a que J la buscara el día siguiente, con el riesgo de que llamara al club, y eso era algo a lo que no se quería arriesgar.

L recibió, perturbada, la llamada de la secretaria de J. Ahora tenía que ir a esa reunión, y era mejor hacerlo enseguida, antes de que empezara, para no tener que pasar cuando todos estuvieran sentados, convirtiéndose en el espectáculo a presenciar. Y es que eso es lo que sería, todo un espectáculo.

J había llamado a su secretaria para decir que avisara a L justo cuando todos iban pasar a la sala donde se celebraría la presentación, para facilitar su puesta a disposición del presentador. Insistiendo en que fuera inmediatamente.

Entra en la sala queriendo mostrarse resuelta y dominando la situación, dispuesta a mezclarse con los directivos y charlar con ellos, pero se encuentra con que ya estaban todos sentados, y el acto a punto de iniciarse, lo que desbarata sus planes.

El ambiente está llenó con las conversaciones de los presentes, que se van acallando según L es percibida y el interés se centra en su presencia. Nota como los nervios se apoderan de ella, y con ellos la resolución se convierte en inhibición, que trata de superar, pero que no hace más que aumentar al encontrarse con una serie de mandos intermedios de la empresa que sonreían al verla. Ha quedado quieta, indecisa, mientras las miradas se dirigen a ella, y con las miradas reaparecen los murmullos. L trata de no hacer caso, de aparentar que no ve ni oye. Avanza apretando la carpeta contra su pecho tratando de que cubra desde los pechos hasta el ombligo.

No sabe dónde sentarse. T, la haría una señal para que se acercara hasta la primera fila, pensó que la pondrían allí, lo que mitigó un poco sus aprensiones, pero sin que acabara con la confusión y vergüenza que generaba en ella la forma en que iba vestida, solo la carpeta con la que se tapaba ofrecía un mínimo de protección, a la que ella se agarraba para ocultar lo poco que podía, y T iba a colocarla en una posición aún más ingrata y humillante, dirigiéndose al director de la empresa presentadora, comentaría:

.- No sé si conoces a L, te la hemos traído ex profeso, para que tengas en ella a tu colaborador, en esta ocasión mucho más atractivo, y nos dejes en paz a nosotros. No te podrás quejar.

El hombre miraba a L entre curioso, perplejo y pensando qué se quería trayéndole a esa joven, cuya presencia tendría que incidir, perturbándola, en la presentación que iba a efectuar. La chica era muy guapa y la forma en que iba vestida tendría pendientes de ella a los hombres. El hombre, a pesar de las tablas y conocimiento del lugar, tampoco se sentía muy seguro del terreno que pisaba. La joven no cuadraba con el lugar, temió que estuvieran tratando de embromarle, quizás como respuesta a sus bromas de siempre, pero continuó como si todo fuera normal, aunque más atento y preparado para reaccionar. Si la forma de vestir no era la apropiada, la anilla que llevaba en la nariz rememoraba otras circunstancias aún menos correctas.

.- Realmente no puedo quejarme. L, vamos a empezar, acércate, ya que tengo la suerte de disponer de alguien como tú, quiero hacerlo desde el primer momento, a pesar de ello no te haré trabajar mucho.

.- Mejor será, no está acostumbrada. – Comentó uno de los presentes.

.- Yo pensaba que quienes no trabajaban en esta empresa eran los directores.

.- No vas a vender tus productos.

.- Claro que sí, están pensados para que trabajéis aún menos.

La presentación que hiciera T, dejaba a L en una posición subordinada. En lugar de sentarse en primera fila, como había esperado, sería requerida para subir al estrado desde el que el presentador efectuaba la demostración, lo que la hizo vacilar. El solo hecho de subir la perturbaba, y con razón, estar allí era como estar expuesta en una vitrina ante la mirada de todos los presentes, y ella no podía olvidarse del modo en que iba vestida y lo que mostraba de su cuerpo. Quiso escapar.

.- A pesar de lo que ha dicho T, no creo que sea la más indicada para ayudarte.

Había hablado de manera que quedara patente que no era inferior a T y, por tanto, a los demás. Pero el hombre tomaría la respuesta de L, tuteando a todos, cosa que no correspondería a alguien que parecía, todo lo más, una subalterna, como la demostración de que L no tenía que ver con la empresa sino que había sido traída ex profeso, lo que confirmo su anterior pensamiento y reafirmó su precaución.

Iba a ser el propio T quien se encargara de demostrar lo contrario de lo que L había pretendido, aunque presentándolo de forma divertida.

.- Ya sabemos que no eres la más indicada, pero si haces un esfuerzo hasta tú serás capaz de hacerlo…, casi tan mal como nosotros.

.- Lo hará mucho mejor que vosotros. Ven L. – El presentador comenzó a entrever que no era a él a quien se deseaba embromar sino a la joven, que parecía evidente que no estaba a gusto. Él estaría atento a los movimientos de sus clientes para responder adecuadamente.

L se acercó bermeja, el presentador la ofrecía su mano para ayudarla a subir, pero antes la cogió la carpeta con la que pretendía ocultar tetas y cintura, y evitar poner las manos como le era obligado.

.- Deja que te ayude.

Al alargar el brazo para coger la mano que le ofrecía el hombre y tirar este de él, la camiseta subió aún más, alzándose casi hasta la cinta del sostén, dejando media espalda al desnudo, obligando a L a bajarla, en un gesto que repetiría esa tarde, pero también la hizo forzar la postura, de forma que se inclinó, y aunque poco, con la falda que llevaba, fue suficiente para que mostrara los muslos casi hasta el culo, superando la parte superior de las medias y dejando un trozo de carne desnudo. Y en los muslos aparecían unas marcas, que no eran otra cosa que la muestra más baja de los azotes que más arriba cruzaban sus nalgas. J, que estaba atento a todo lo que hacía la joven, no dejó pasar desapercibido el detalle, que él conocía a qué se debía, pensó si su compinche, que posiblemente también lo habría visto, adivinaría su causa, en él ya estaba haciendo efecto lo que contemplaba y los motivos que lo provocaban.

"Esta va a poner calientes a todos los presentes. Desde luego, con un par de muestras como esta va a tener cola en la puerta para tirársela."

L quiso recuperar la carpeta, pero el presentador se lo impidió.

.- Ahora no necesitas esa carpeta, la dejo sobre la mesa, después la recoges.

Al quedarse sin la protección de la carpeta aparecieron los pezones mostrándose descarados bajo la fina camiseta, lo mismo que los excesivos centímetros de cintura desnuda, a lo que debería añadir la postura de brazos y manos, que durante unos momentos dejaría caídos. El hombre, en esta ocasión, llegaría en su ayuda, tomándola de la mano, mientras ella colocaría la otra mano con la palma abierta.

L se percató que había un fotógrafo tomando fotos, lo que la perturbó aún más. El hombre llevándola de la mano, que ella cedía alterada, la colocó a su lado. Ahora debía componer la postura obligada, estaba delante de todos, al lado del presentador, sintiéndose contemplada, examinada, criticada. Le costaba mucho añadir la postura de las manos, que aparecía llena de contenidos, como mínimo, llamativos, pero temía incumplir, jugarse un castigo, y si había fotos que pudieran caer en manos inadecuadas... Dejó caer la mano que había soltado el hombre, colocándola en la misma posición que la otra. Miraba al suelo, más por vergüenza que por cumplir con el deber de hacerlo. Estaba encogida, se percató, no quería estirarse por lo que eso suponía pero, temerosa de ser cogida en falta, lo hizo, lo que provocó que las tetas fueran hacia delante, incrementando la presión sobre la camiseta y señalando más los pezones.

"Pensarán que lo hago a propósito, que quiero exhibirme."

De lo que podía estar segura es de que el gesto no había pasado desapercibido dejando un renovado interés por ella. El presentador iba a tener que esforzarse mucho para competir con esa oferta, se percató de la situación, pensando en que tenía que utilizar a L a su favor.

.- Ponte al lado del caballete. – Se refería al soporte que sostenía las hojas en las que escribir. – L fue hacia el lugar, quedando a la espera de lo que el presentador quisiera de ella. Se colocaría mirando hacia el hombre en lugar de hacerlo hacia la sala. Pero tenía que componer la postura obligada, que implicaba mantener los brazos a lo largo del cuerpo y las manos abiertas hacia delante. Echó los hombros hacia atrás, lo que supuso el que las tetas lo hicieran hacia delante. Estaba erguida, con la mirada baja. Entreabrió los labios, en una sonrisa que ya lograba componer casi como una parte más de sus deberes. Las piernas separadas y los pies hacia delante completaban la postura. L se sentía menoscabada ante las gentes de la empresa. Quizás, solo la sonrisa, que cada vez le costaba más mantener, aparecía como la única muestra de distensión.

El presentador se percató de la postura, que volvía a sorprenderle y confundirle, aunque la sonrisa de L aparecía tranquilizante. J también se daría cuenta del valor de la sonrisa, y no le gustó, aunque se percataba de que no era espontánea sino consecuencia de la doma y complemento necesario, que demostraba la satisfacción con que la marrana efectuaba lo que le era obligado.

El hombre comenzó su charla. Según iba desarrollando la presentación iría pidiendo a L que hiciera alguna cosa, normalmente ir pasando las grandes hojas donde él escribía, o haciendo que escribiera en ellas lo que él dictaba.

La tripa desnuda y los pezones punteando bajo la camiseta, eran dos imágenes que L no era capaz de quitarse de la mente, oferta que se hacía más descarada cuando tenía que pasar las hojas o escribir algo, al elevar los brazos se elevaba al unísono la camiseta, obligándola a bajarla con cada movimiento, y encima los pezones, que se apretaban aún más contra la fina tela, y que parecían crecer con el roce, distrayéndola; y la argolla, que se hacía presente continuamente, y que ella trataba de ocultar, ladeando la cabeza, mirando a las hojas, en un intento, inútil, de que no se viera la palabra que llevaba escrita. L no era capaz de quitarse de la cabeza una palabra que parecía haberse grabado en ella: puta. Eso era lo que indicaba con su vestimenta.

Y esa tarde, sería T, apoyado por otro de los presentes quienes llevarían el peso de poner a L en su sitio, en el sitio que J deseaba para ella, interviniendo en algunos momentos, para reafirmar la posición subordinada de L, lo que facilitaba la labor del presentador, que se atrevería a pedir a L lo que consideraba oportuno sin miedo a estar pasándose.

.- Vas a ayudarme con algo, que otras veces hasta tus jefes han sido capaces de hacer, siéntate aquí. – Le señalaba una silla típica de secretaria, ante una mesa con un teclado de ordenador que daba servicio a una pantalla colocada en el centro del estrado.

.- En ese caso... lo intentaré. – Menos mal que mantenía la sonrisa.

.- Las mujeres sois mucho más listas..., y yo también, así que haz lo que te diga.

Sentarse a realizar lo que el hombre le dijera era otra prueba desagradable, que posiblemente hubiera soportado mejor si en lugar de ser tratada como quien carece de categoría se le hubiera presentado como una directiva, que era lo que ella pretendía.

La brevedad de la falda hacía que los laterales de los muslos quedaran expuestos casi hasta el culo ya que la falda no lograba caer por los lados lo suficiente para llegar a cubrirlos, ofreciendo una muestra insólita y disipada que tuvo a más de uno pendiente de lo que veía y de lo que pudiera ver si la joven se descuidaba.

Hacer lo que el presentador deseaba no era nada complicado, por lo que debía de realizarlo sin mayor problema, pero el estado de nervios pasaba factura, haciendo que se equivocara en cosas que no ofrecían ninguna dificultad, lo que provocó alguna broma burlona del presentador, que tenía que corregir sus errores.

Cuando terminó con el ordenador, el presentador giró la silla dejándola de cara a la audiencia. Ahora, los presentes podían apreciar perfectamente la oferta que propiciaba la falda al elevarse demasiado sobre los muslos, que dejaba expuestos casi en su totalidad, y más aún por los laterales, donde no llegaba a cubrir ni el final de estos, llegando al inicio del culo, y dejando una zona de carne sobre las medias al desnudo.

Más de uno se echó maquinalmente hacia delante para ver mejor lo que se le mostraba tan generosamente, con el anhelo de poder contemplar aún más, buscando con la mirada la carne que se acercaba a la zona más íntima de L.

La joven, se daba cuenta de las muestras que posibilitaba su postura, sin que pudiera hacer nada por evitarlas, solo los brazos que, en cumplimiento de su deber, tenía caídos a lo largo del cuerpo y ligeramente doblados, ocultaban algo de los muslos.

Estaba deseando acabar, o que la dejaran retirarse, pero no podía tomar la iniciativa y hacerlo ella. Mantenía las piernas permanentemente juntas, cruzadas a la altura de los tobillos y pegadas a la silla, para evitar dejar espacio entre ellas, por el que se pudiera divisar la entrepierna, en una postura que resultaba cansada, atenta a no realizar un movimiento inadecuado, que supondría el mismo peligro de posibilitar que quienes la contemplaban pudieran apercibirse de que llevaba el sexo sin la cobertura de la ropa interior. Y aún esforzándose en tener las piernas juntas, los tacones demasiado altos, hacían que los muslos no quedaran apoyados sobre el asiento, propiciando su muestra y convirtiendo la postura en más forzada, y molesta. Para descansar un poco del esfuerzo, movía los pies un poco hacia delante o hacia atrás, pero siempre manteniéndolos juntos y cruzados. Y cada movimiento se convertía en una llamada de atención que era seguida por la mirada de los presentes, y eso que no conocían lo que podían descubrir L si se descuidaba. Quien era consciente era la propia L que no era capaz de conseguir una mínima calma.

.- Muchas gracias, señorita, me has hecho un gran favor consiguiendo que todos estos señores estén más pendientes de ti que de los fallos de mi exposición. Si no te importa, para acabar te voy a ir pasando unos carteles con unos cuadros que resumen nuestra oferta, quiero que los presentes para que se puedan ver bien, mientras yo los iré explicando. – Menos mal que pudo girar la silla hacia el interior antes de levantarse y el hombre la ofrecería sus manos para ayudarla, permitiendo de ese modo que pudiera hacerlo con cierta soltura y sin arriesgarse a separar las piernas. – Baja del estrado y muestra el cartel.

Era una petición innecesaria – podía haber mostrado lo mismo en la pantalla, y los datos estaban en la carpeta que se había repartido – pero que el hombre se atrevía a efectuar al haberse percatado que sería algo no solo bien recibido por los presentes al ofrecer una visión más cercana de la joven, que sin duda atraía la atención de todos, era muy cierto el comentario que acababa de hacer sobre lo pendientes que tenía a los señores, y también complacería a quienes estaban propiciando la exhibición de la chica, se había dado cuenta de que existía un claro interés en hacerlo y él iba a facilitarlo, al tiempo que pondría más a su favor a quienes presenciaban el espectáculo de la joven. Había encontrado en L un buen argumento de venta.

El hombre entregó a L el primer cartel que ella recibió tratando de disimular el desagrado con que hacía lo que se quería de ella, que iba a ser mucho peor de lo que esperaba. Puso el cartel a la altura del pecho, con lo que cubría este y la cintura desnuda. Pero iba a recibir una indicación imprevista.

.- Eleva el cartel sobre la cabeza para que se pueda ver bien.

De hacerlo perdería la defensa que el propio cartel propiciaba. Dudó, sabía que no podía eludir hacerlo. Elevó las manos, dándose cuenta de lo que suponía hacerlo, la camiseta, muy ajustada, se elevó dejando visible una zona demasiado amplia de la tripa. Y la falda, muy corta, mostraba los muslos, que los altos tacones ofrecían con mayor desahogo, al iniciar el recorrido tuvo que controlar un contoneo que ya salía demasiado espontáneo y descarado, pero lo que no podía evitar era que los pezones se marcaran bajo la camiseta, aún más de lo que una postura normal propiciaba. Con los brazos en alto y esforzándose por mantenerlos, lo que hacía que el pecho resaltara, con el resultado de lanzar las tetas más hacia delante, y los pezones parecía que se agrandaran más al pensar en ellos. Ahora la sonrisa obligada aparecía como una muestra de una relajación que no existía, pero que permitía aparentar un cierto dominio de la situación, o al menos, mostrar que no consideraba que estuviera siendo violentada y sometida.

Dio la primera vuelta al pasillo central sin atreverse a mirar hacia los que presenciaban su paseo. Al llegar al borde del estrado el hombre diría:

.- Pasa por delante hasta el fondo, que todos puedan ver bien el cartel. – L tuvo que pasar ofreciendo al cartel en alto, por delante de la primera fila de asientos, sabiendo que estaba propiciando la visión de sus muslos y que en ellos aún quedaban remanentes de las marcas de los azotes, sin que tuviera la menor posibilidad de evitar que quienes estaban sentados a escasos centímetros de donde pasaba las contemplaran.

J, sentado en la primera fila, miraba a los muslos de L cuando esta se aproximaba y después a las caras de sus colegas que, con sonrisas más o menos rijosas, miraban más a los muslos que al cartel. Quizás, la diferencia con sus colegas fuera que él buscaba las marcas que, conocía, existían, pero pensaba en el coño de la joven, que pasaba tan cerca de él que con un ligero gesto podía haber elevado la falda y mostrarlo desnudo y marcado. Agarró los brazos del sillón como queriendo evitar caer en esa tentación. Pensó en T, le buscó con la vista, sonreía disfrutando de la muestra de L. sin duda no le interesaban nada los datos de la oferta. J pensó en que se le podía ocurrir querer ir al club a beneficiarse a L. sonrió con la idea.

"Tendré que calmarle."

"Pero, en algún momento habrá que dejar que realice su sueño."

"La verdad es que si esta quisiera podía jugarnos una mala pasada. Espero que la tengan bien controlada en el club."

"Y menos mal que se ha creado muchos enemigos."

"Quizás no debería estar aquí. Yo no debería insistir en tenerla en las oficinas."

Cuando L terminó el recorrido de ida y vuelta por ambos lados, el hombre volvería a ordenar a L.

.- Sigue mostrando el cartel, que tus jefes lo vean bien. Elévalo más, que también lo vean los de atrás. Y señores, se trata de que miren al cartel, no a nuestra encantadora señorita, aunque comprendo que sea difícil hacer lo que les pido. – Tanto las órdenes como los comentarios incidían en la apreciación de L como una especie de animadora, que estuviera para añadir el atractivo de su figura a la presentación que se efectuaba. Y realmente lo estaba siendo.

Ahora, la camiseta se había elevado hasta poco más abajo de las tetas, y L estaba imposibilitada de bajarla, por lo que tenía que pasear con el cartel, delante de todos, mostrándose, como había dicho el presentador, casi como esas chicas que aparecen en los combates de boxeo indicando el número del asalto que va a tener lugar.

Cada vez más alterada y humillada, L tuvo que seguir presentando los carteles, sintiendo las miradas sobre ella y sabiendo que lo que realizaba la hacía aparecer ante los mandos intermedios de la empresa como desprovista de cualquier tipo de autoridad, de categoría, de privilegios. Era mucho peor estar haciendo aquello ante jefes de poca categoría que ante los directores, ahora serían aquellos quienes la consideraran inferior.

L presentaría los carteles durante un rato que se le hizo muy largo, que aprovecharía el fotógrafo para fotografiarla con generosidad.

Acabada la muestra de los carteles, el presentador la hizo subir de nuevo al estrado, ya solo para tenerla a su lado, mientras acababa la charla. Pero esa simple demanda, que la obligaba a permanecer ante todos los presentes, suponía un añadido no solo de falta de categoría, también eran unos minutos más de ofrecimiento ante los presentes, que a L se le hacían muy duros.

Solo, cuando acabada la presentación se ofreció una copa y hubo un momento de charla, L se pudo relajar un poco, pero no completamente. Para su desagrado serían los mandos intermedios quienes la coparan, con casi un tema único de conversación, la posibilidad de que hiciera un anuncio para MCM. Estaba claro que todos conocían el proyecto y querían saber cómo se llevaría a la práctica, y lo que iba a hacer ella, y si la curiosidad e interés por ella la podía halagar, las miradas que recibía y los comentarios que se efectuaban eran más apropiados para a una secretaria. Incluso habría alusiones más descaradas, que llegarían los más jóvenes, que tenían menos inconvenientes en hablar con menos disimulo, refiriéndose a aspectos impropios de una conversación en la empresa, pero bebiendo una copa, se atrevían a hacerlo.

La actitud de L supuso para J, una prueba significativa de lo que cabía esperar de ella y al tiempo de lo que se podía hacer para ir minando su posición en la empresa. Había comenzado con unos pocos directivos y con una serie de mandos intermedios, y ahora había que seguir con el resto, principalmente con las secretarias, que serían la punta de lanza de su pérdida de prestigio ante los empleados. Había que conseguir que la dejaran de ver y tratar como una directiva, para lo que era preciso que la vieran siendo tratada como una empleada más.

Pero J iba a aparecer, de nuevo, como su salvador, cuando L deseaba escapar del grupo de empleados que la tenía monopolizada.

.- L, ven un momento. – Aunque la orden aparecía como tal y eso no podía más que molestar a la joven, recibió la llamada con todo el agrado de huir de aquellos imbéciles. Se acercó a J, ya con cara menos agradable, no queriendo dar la impresión de que la llamada era bien recibida. – Ven.

.- ¿Qué ocurre?

.- Nada, solo te salvo de esa pandilla de sátiros… si es que quieres dejarte salvar, porque siempre que se intenta hacer algo por ti tú haces lo contrario. – Ella no dijo nada, pero sonrió.

Salieron juntos de la sala. Con la llegada del ascensor se despidieron.

J no la había sacado para salvarla de los sátiros, sino para separarla de los directores, temiendo que alguno hiciera algún gesto de acercamiento a la joven, que dada la situación en que se encontraba, muy bien pudiera ser correspondido por ella, y J no deseaba que encontrara nuevos apoyos en la empresa.

Luego iría a ver al presidente para comentarle lo que deseaba la chica. Como él bien sabía, bastaba con presentar algo de un modo u otro para obtener un tipo de respuesta, y él presentaría la propuesta de L de forma que el presidente dejara en sus manos la autorización de su asistencia o inasistencia, y en esta ocasión no fue muy difícil obtener lo que deseaba, bastando con presentar al presidente la conveniencia de que la joven estuviera siempre vigilada y localizable ante cualquier posible demanda de ellos o de los de MCM, sin que tenerla localizable supusiera tenerla en las oficinas, explicaría J, sabiendo que eso era lo que querría el presidente.

.- No quiero que esté aquí con esas pintas, pero tampoco que si deseamos algo de ella no podamos encontrarla inmediatamente para que se presente cuando se la necesite.

.- Bueno, tenla controlada y hazlo como mejor te parezca. A mí me parece muy bien que no ande por aquí con esas pintas, como tú dices.

.- Y cuando esté voy a impedir que pase a verte – el presidente le miró con sorpresa y una mueca de desagrado, que demostraba que no le gustaba que nadie se tomara esas libertades, él sería quien decidiera quien podía verle o no – a no ser que tu lo autorices. No quiero que se pueda dar la impresión de que, de alguna forma, estás de acuerdo con su modo de vestir, ya sabes, es mejor que nadie pueda sacar conclusiones que te puedan crear algún problema. Y dado que es ella quien no va como debe y le hemos dicho que no nos gusta y sigue haciéndolo, pues que, al menos a ti, no te afecte de ninguna forma, si es eso posible y en todo caso que te afecte lo menos posible. Yo me ocuparé de evitar los efectos desagradables, mientras pueda hacerlo.

.- Tienes razón. Gracias, J.

.- Por otra parte, que no la veas será conocido enseguida y dejará la idea de tu desagrado con su comportamiento, lo que te vendrá bien si alguien quiere utilizarlo, ya sabes… Por eso tampoco quiero que deje de venir. Quiero que venga y tú no la recibas, será un detalle que no pasará desapercibido, y quien tenga que enterarse se enterará. No es lo mismo que no la recibas porque no está aquí. De la forma que te propongo hay una acción que tú decides y, por tanto, nadie puede achacarte complacencia o tolerancia. – No podía ser más explícito en la referencia a la mujer del presidente.

.- Tienes razón, no está mal pensado. Si saben cómo va, pero yo no la recibo

.- Exactamente. Es una forma de evitar críticas o, por lo menos, disminuirlas. Hay quienes criticaran siempre.

.- Tienes razón. Algo conseguiremos, aunque no sea todo lo deseable.

.- Nunca lo suele ser. Entonces me encargaré de que no te dé la lata, y que se sepa que no la recibes. No la va a venir mal una cura de humildad. Y cuando esté aquí la tendré controlada.

.- Y que aprenda a no crearnos problemas.

L inicia los servicios en el comedor

Si el día anterior había supuesto cierta relajación en el club, el siguiente aportaría una novedad, que supuso otra perturbación para L.

La señorita Laura había recibido las indicaciones del director sobre lo que se pretendía hacer con L. Como era de suponer aquella era partidaria de poner a "servir" a la joven en cuanto se recibieran los análisis, dando por supuesto que lo permitieran. Sirviendo primero durante el tiempo del almuerzo, para que pudiera acudir a su trabajo vespertino, después se ampliaría el tiempo de servicio, a conveniencia del club, hasta la completa estabulación de la marrana. Hasta que llegara el momento de la "iniciación" L comenzaría su contacto con los clientes de modo menos traumático.

En el club existía un comedor separado de lo que era el sector más bullicioso. A este comedor acudían socios e invitados que deseaban cierta tranquilidad. Para quienes quisieran una compañía agradable se ponían a su disposición a las niñas del burdel, si bien manteniendo cierto comedimiento en sus acciones, ya que también era lugar de almuerzo "normal" de socios e invitados. Estaba servido por camareros y por niñas de la casa, que actuaban como camareras, y que aportaban el toque alegre y relajado, que invitaba a continuar con otro tipo de "toques".

Sería en este comedor donde iba a comenzar la preparación de L y después el ejercicio del oficio para el que estaba destinada. Primero como acompañante, mientras llegaban los resultados de los análisis, después pasando a servir como una marrana del club.

La primera parte de la mañana se ocuparía con los ejercicios habituales, que ese día estarían al cuidado de las criadas durante casi toda la mañana. A pesar de que L se comportaba con creciente entrega y desenvoltura, al ser varias las criadas que se encargaban de su adiestramiento y doma, no existía ninguna relajación en las exigencias, pues cada vez que cambiaba la criada que se ocupaba de ella, la que llegaba lo hacía con las máximas demandas, con lo que no dejaba de recibir los avisos de la caña en cuanto aparecía el menor defecto, o el castigo firme y severo si se producía cualquier fallo. Lo que mantenía a L en permanente tensión y tratando de comportarse con la perfección que se quería de ella.

El cambio de criadas facilitaba la repetición de las acciones que le eran obligadas, por lo que posturas, presentaciones, formas de respeto, eran realizadas una y otra vez, hasta llegar a convertirse en algo tan normal como habitual, hasta que no solo las realizaría sin ningún tipo de rechazo, sino con tal naturalidad que comenzarían a formar parte de la vida cotidiana, y ello con las criadas, lo que era el mejor método para que lo aplicara a todos los demás, desde criados a clientes, que pronto tendría que atender y servir.

Cuando L pensaba que los ejercicios del día habían concluido, se la había acicalado – desde el día en que fuera marcada, sería maquillada con más cuidado y de modo más audaz – y esperaba a vestirse y despedirse, para su sorpresa y sobresalto, la criada anunciaría que iba a conducirla ante la señora gobernanta.

.- ¡Marrana, las manos detrás de la cabeza! ¡Al trote alto!

La orden, que se producía varias veces todos los días, sin que supusiera lo que antes significaba para L, siempre aportaba el suficiente esfuerzo y humillación como para que le costara realizarla. Era de los movimientos que no lograba efectuar con tranquilidad. Posiblemente por lo que había representado para ella. Y hacerlo mientras llevaba el falo con el que se la enculaba, que se hacía presente en cada paso, incrementaba la humillación y aportaba el temor a que se pudiera salir.

Comenzó a trotar. Llegaba con relativa facilidad a las tetas, que producían un sonido peculiar al chocar contra los muslos. Ya la caña apenas era precisa para animar o castigar.

L iría nerviosa, por el trote en sí y por lo que pudiera haber detrás de la convocatoria de la señora gobernanta. Siempre que en aquella casa variaban los modos habituales de comportamiento, no podía evitar un toque de temeroso nerviosismo, y acudir al despacho de la señora gobernanta significaba que lo que se quisiera requería una instancia superior y eso no dejaba de inquietarla, perturbación que se incrementaba con el hecho de estar desnuda, algo a lo que se estaba acostumbrando mientras no saliera de lo habitual, de los lugares que frecuentaba, pero que volvía a hacerse patente y alarmante cuando salía de ellos, para aparecer por sitios menos frecuentados y por ende, en los que estaba más insegura de lo que iba a encontrar, y más con el añadido, siempre humillante, del objeto que llevaba en el culo, que si había casi logrado olvidarse de él, en esos momentos se volvía a hacer presente.

No tendría que esperar a ser recibida. La criada que la había acompañado pasó con ella, al entrar mantuvo el trote ante la señora gobernanta, esforzándose por hacerlo perfectamente, manteniéndose erguida sin tratar de echar el torso hacia adelante para facilitar el que las patas alcanzaran las tetas, obligándose a elevar las patas a tope y haciendo que chocaran con fuerza contra las tetas.

La gobernanta contemplaba, satisfecha, el esfuerzo que hacía la marrana y el resultado que conseguía. L se detuvo cuando recibió el permiso de la señora gobernanta, reverenciando ante ella y después componiendo la postura de respeto, se presentó siguiendo la forma establecida, que ya empleaba con naturalidad.

.- Hembra en respeto y obediencia, señora gobernanta.

.- Hembra, vas a ir a un comedor del club, acompañando a un caballero a almorzar.

Ya había escuchado algunas referencias al club, ella misma había comenzado a pensar en el lugar como "el club" desde que lo viera así mencionado en la solicitud que firmó el día en que fuera marcada como hembra, pero sin darle un contenido específico, ahora se percataba que lo tenía, convirtiendo su sorpresa inicial en desconcierto. ¿Qué suponía acompañar a un caballero a almorzar? En primer lugar tendría que permanecer dos o tres horas más, lo que no la agradaba nada, pero lo importante era lo que sucediera en ese tiempo.

.- Para una hembra de tu condición, es un honor que debe agradecer manteniendo un comportamiento exquisito con los caballeros que requieran tu compañía. A partir de ahora el club será la referencia más importante para ti, el centro de interés personal y vital. Por cierto, se come muy bien.

Pero no era la comida lo que preocupaba a L, sino lo que el club podía significar. Sin atreverse a preguntar, la explicación que había recibido hacía que surgieran en ella toda clase de interrogantes cuya respuesta aparecía como una amenaza que no era capaz de considerar como real.

¿Qué era eso de que el club sería la referencia más importante para ella? Se dijo que tenía que esperar a conocerlo y sacar sus propias conclusiones, aunque lo que pensaba la aturdía y asustaba, haciendo que se planteara cual debía ser su reacción. Acaso no debería esperar a conocer que había detrás de esa pretensión, ni qué clase de club era aquel, negándose a ir, simplemente. Pero, como siempre, prefería esperar y ver, antes que provocar un conflicto que pudiera costarle muy caro, si bien, previendo que si acudía podría ser como meterse en la boca del lobo.

La señora gobernanta le entregaría unas medias negras y un vestido de coctel.

.- Póntelo.

L se lo puso, debajo no llevaba ropa interior alguna. Si la ausencia de ropa interior fue el primer motivo de sobresalto, de inmediato aparecería la presencia del objeto en el culo como causa de temor y vergüenza. Nerviosa, esperó a que la señora explicara.

El vestido, demasiado corto, llegaba hasta el inicio de la banda de las medias que permitía que se mantuvieran sin usar ligas, y por arriba con escote cuadrado que dejaba los pechos demasiado ostensibles y la espalda demasiado desnuda, pero podía llevarse sin grave detrimento, si es que alguien la viera con él, aunque la imagen que ofreciera no fuera convencional, sino más propia de alguien que quiere poner en evidencia sus atractivos con generosidad y ligereza. L se percataba de ello, pero si solo fuera eso podría aceptarlo, aunque la ausencia de ropa interior, aportaba otro indicio sobre lo que pudiera haber detrás de esos "acompañamientos", lo que no le permitía calmarse.

Pensó en que al sentarse sería muy difícil evitar que se viera la entrepierna, lo que suponía una clara indicación sobre ella, sobre lo que era, sobre lo que se podía pensar que era, quizás, lo que se podía esperar de ella, incluso, pedirle que hiciera. Las mujeres no van mostrándose de esa forma, solo lo hacen las putas, y no todas.

Aguardar a conocer qué le esperaba en el comedor no dejaba de ser una pretensión con muy pocos visos de aportar nada tranquilizante, pero era lo único que tenía y a ello se agarró, dejando a un lado lo que su forma de vestir indicaba.

.- Hembra, ya conoces las normas de comportamiento que te son obligadas, ahora, ante los caballeros a los que atiendas, deberás practicarlas con especial cuidado. Eres la hembra 73, así se te denominara, así te presentarás cuando se te pregunte, por supuesto, añadiendo siempre señor o señorita a tus respuestas.

.- Dime cómo te llamas.

.- Hembra 73, señora gobernanta.

.- Muy bien. Te quiero perfecta, y eso es un aviso para posibles faltas o fallos, no los voy a consentir, y si los hubiere, te enviaré a la señorita Laura para que te castigue, apercibiéndola que lo haga de modo que se te quiten las ganas de volver a cometer ninguna más.

L, escuchaba con el corazón acelerado. Lo que la señora gobernanta decía solo era comprensible desde una posición suya de subordinación a esos caballeros a los que debería atender. ¿Cómo? Se preguntaba sin atreverse a preguntarlo en voz alta, lo mismo que temía que la señora lo dijera. Y el nombre junto con el número que la identificaba, que se convertía en parte de su nombre, era por si solo suficientemente explicativo. Pero era preferible a su nombre auténtico. ¡Que la conocieran por el número! Después se iría, dejando atrás solo ese número. Iba a ser una suerte llevarlo marcado. Pero, también significaba lo que literalmente quería decir, hembra, y eso supondría..., tener que comportarse como tal. Todo parecía indicar que se la encaminaba en esa dirección, y no lo podía consentir. Convulsa, crispada, sin atreverse a oponerse, ni siquiera a preguntar, escuchó a la gobernanta insistiendo en recordarla sus obligaciones.

.- ¿Sabes cómo te tienes que comportar?

.- Sí, señora. – Afirmó, casi con la única pretensión de evitar que la señora tuviera que decirlo, como si al no escucharlo eludiera tener que hacerlo. Pero la señora diría lo que se quería de ella.

.- Tu deber es complacer a los caballeros que acompañes, que queden plenamente satisfechos de ti. No es nada difícil, por lo que no conseguirlo supondría desidia y mala intención por tu parte, que no quedaría sin castigo, y riguroso. Por supuesto, tu trato será siempre y en cualquier circunstancia, respetuoso y sumiso, obedeciendo en todo lo que se te mande. Tienes el privilegio de servir a caballeros de elevada posición, que están acostumbrados a ser servidos y respetados. Compórtate conforme se te ha enseñado, saludando, reverenciando, manteniendo las posturas de respeto que has aprendido y que son las que te corresponde realizar. Mantén las posturas que te son obligadas. Como las manos en la cintura ayudan más al contoneo de las caderas, llévalas de esa forma. No te ocupes del vestido, no trates de componerlo, déjalo tal cual quede cuando te sientes, sin tratar de ocultar ni disimular nada. Eres muy bonita y tienes que lucirte. Compórtate con naturalidad y muéstrate siempre sonriente y dispuesta a agradar. Se te estará vigilando, espero no tener que llamarte la atención y en su caso, castigarte, y te advierto que el castigo no sería nada leve.

Según escuchaba más nerviosa e intranquila quedaba. La explicación dejaba abierta la posibilidad que ni quería pensar. Y ella seguía sin ser capaz de mostrar un conato de independencia, de valentía, de planteamiento de su situación, de sus compromisos, de lo que no se la podía pedir, porque nunca se había comprometido a dar. Solo la duda sobre lo que se quería de ella, la ofrecía una mínima esperanza, a ello se agarró, a ello y al miedo a las consecuencias de una reacción que pudiera suponer el conocimiento público de lo que estaba sucediendo en aquel lugar. Si estaba asustada de lo que pudiera haber detrás de la demanda que se le hacía, también lo estaba de que se acabara la endeble calma de esos días y volviera a encontrarse con una situación en que cada día supusiera un nuevo temor a una nueva exigencia humillante o vejatoria…, incluso algo peor.

.- Supongo que se la tiene enculada. – Preguntó la señora a la criada, ante el bochorno de L.

.- Sí, señora.

.- ¿Cuándo se la encula?

.- Nada más llegar, a primera hora.

.- Son suficientes horas. Antes de enviarla a servir en el comedor le retiráis el enculador. Ahora llévala a quitárselo. – Al menos suponía evitar una importante causa de temores y vergüenzas.

Al dejar el despacho de la señora, L pensó en que lo que iba a hacer podía no ser solo ese día. Por lo que podía deducirse de las palabras de la señora gobernanta parecía que se quisiera que acompañara a almorzar a alguien todos los días o, al menos, con frecuencia.

La criada la llevaría a que se quitara el objeto, que tuvo que limpiar y ella limpiarse, todo en presencia de la criada.

Una vez limpia, la criada haría que se colocara doblada por la cintura, con las piernas bien separadas y mostrando el agujero del culo. Cogería un frasco de colonia y embebiendo la colonia en un algodón lo llevaría a la entrada del agujero.

.- ¡Aaahh! – La colonia hacía el efecto de una quemadura en la carne tan sensible. Luego, con el dedo, puso crema corporal en la entrada del agujero. – Enderézate.

Sería conducida al comedor, lo que requirió de otro largo paseo, pero eso ya la resultaba normal en aquella casa, que cada vez le parecía mayor. Acudía nerviosa y asustada, sintiéndose dependiente y carente de decisión para enfrentarse a la señora gobernanta o incumplir sus mandatos, pensando en lo que iba a suceder en ese comedor, en lo que sucedería después. Preguntándose cómo debía reaccionar si aquello fuera...

El comedor resultó un lugar perfectamente decorado, sin ninguna concesión al mal gusto, ni cuadros indecorosos, ni nada que pudiera dejar entrever que aquello no era más que eso, un comedor y muy agradable, que se vería mejorado por la calidad de una comida perfectamente cocinada, preparada y presentada. El servicio aparecía formado por camareros impecablemente uniformados y pulcros.

Luego vería a una criada que no respondía a los mismos criterios, con un uniforme excesivamente corto por abajo y por arriba, al acercarse comprobó que dejaba los pezones desnudos y por abajo aparecía el coño depilado. Quedó tan aturdida que se detuvo, mirando perturbada a la joven, teniendo que ser reconvenida por el camarero que la conducía. La idea de lo que eso significaba la aturdía y descolocaba, temiendo lo que, lógicamente, hacía prever.

Vería a otras criadas, todas respondiendo a las mismas características, todas muy jóvenes y muy guapas. La visión de esas camareras afianzó sus suposiciones sobre el lugar donde estaba, ya percibiéndolo como lo que realmente era.

Nerviosa, temiendo lo que podía llegar y que la presencia de las camareras hacía prever, siguió al camarero que la llevó hasta un caballero de unos 60 años, al que la presentó como Hembra 73 y ante quien ella hizo la reverencia que practicaba constantemente. Mantenía la sonrisa obligada, pero que le costaba componer, cada vez más inquieta. Se sentó, dejando que el vestido cayera sin que sus manos hicieran nada por corregir la posición en que quedó, solo el mantel aportó la ayuda que necesitaba, que completaría con la servilleta. Estaban en una zona pública, pero un poco apartada, y aunque había bastantes mesas ocupadas, estaban suficientemente alejadas unas de otras, lo que alivió algo la tensión con que L estaba afrontando la situación.

El caballero resultó un acompañante simpático y entretenido, que hubiera conseguido distraer a L, si su mente no hubiera estado ocupada con las imágenes de las camareras y lo que aquello significaba, temerosa de lo que sucediera después de la comida. Se iría tranquilizando al ver que no ocurría nada ni parecía que fuera a ocurrir, con lo que fue descendiendo sus aprensiones y temores. Pero, aunque se fuera tranquilizando, nunca pudo recuperar la calma suficiente para permitirla sentirse a gusto. Si la comida fue muy buena y el lugar agradable y relajado, esto último lo era también en otro sentido del que enseguida se percataría L, incidiendo en los temores que sentía.

Además de las camareras existían demasiadas jóvenes parecidas a ella misma, tanto en belleza como en la osadía en el vestir, pero con un dominio de la situación que a L le faltaba y que decía de su profesionalidad. – L no supo por qué le vino esa palabra a la cabeza al pensar en la forma de actuar de las jóvenes, pero después de hacerlo sintió lo que aquello podía significar, que vino a confirmar el hecho de que, por lo general, acompañaran a hombres que las superaban mucho en edad, que evocaba la existencia de una relación comercial entre ellos, y obligaba a L a volver a preguntarse por el lugar y las chicas, por lo que hacían allí, y lo que resultaba no era nada tranquilizador.

Finalizado el almuerzo el caballero se retiraría sin demandar nada. L le acompañaría y despediría respetuosamente, tal y como se había comportado durante todo el tiempo que estuvo con él, ahora con una sonrisa de agradecimiento y alivio.

Un criado la acompañaría para entregarla a una criada, que la llevaría a cambiarse, sin que nadie la requiriese para nada más.

Aunque dejo el club algo más calmada, no podía desprenderse de las sensaciones dejadas por las chicas que había visto en el comedor. Ahora, conocer qué era aquel lugar se hacía aún más acuciante.

Era bastante más tarde de lo habitual, por lo que debería ir a las oficinas sin pérdida de tiempo, pero estaba tan confusa y perturbada que decidió tratar de enterarse directamente de lo que era aquel lugar. Dio varias vueltas con el coche a toda la manzana. Como sucediera el domingo anterior, el movimiento de entradas y salidas en la casa era escaso. Trató de buscar una referencia al lugar, pero no la encontraba. Se iría, después de un largo rato, desasosegada, preguntándose una y otra vez por aquel lugar.

"No sé donde estoy, la otra vez que quise enterarme no conseguí nada."

"Y las chicas...si fueran…Lo son, claro que lo son. ¿Qué van a ser si no?"

La idea resultaba demasiado perturbadora y amenazante. Esa tarde, se puso a intentar saber lo que era. Nada más llegar al despacho volvería a buscar en la guía, preguntaría por el teléfono, siguiendo el nombre que tenía, esas siglas, C D, preguntó por la dirección, buscó en internet, buscó en clubes. No aparecía por ninguna parte.

"Estoy acudiendo a un lugar inexistente..."

"Pero si es que ni conozco realmente el nombre. No sé qué significa ese C D..."

"Tengo que preguntar y enterarme..."

"Estamos pagando... y tenemos que saber a quién."

De repente, esa idea la desazonó. Podían estar pagando a... No quería ni pensarlo. La idea que se iba abriendo paso en su mente la llevaba a algo demasiado desagradable.

"No puede ser..."

Se rió, nerviosa y asustada.

"Tengo que enterarme ya."

Inquieta, volvió a intentar encontrar alguna referencia, pero sin lograrlo.

"Y he firmado..."

"Y lo he hecho después de estar acudiendo casi una semana..., debiendo conocer lo que hacía, donde estaba."

"¿Pero, dónde estoy?"

"Me estoy paseando desnuda, por no sé dónde..."

"Y llevo marcado un número y esa palabra..."

"Y el número no se quita..."

"Bueno, eso dicen..., pero estoy segura que se puede quitar... Estaría bueno..."

"Tendría que irme. Tendría que irme."

"No volver."

Y esa idea, que se fijó en su mente, trajo el pensamiento de cómo hacerlo, y con él, la terrible realidad de sentirse atrapada. L, tenía la creciente sensación de encontrarse cogida, de estar presa en una tela de araña en la que había caído y de la que no podía desprenderse, con la fatídica impresión de que en cualquier momento podría aparecer la araña para convertirla en la comida del día.

Hizo un recorrido mental por todo lo que hacía en el lugar. Era terrible, demoledor. No podía ni empezar a explicar. ¡Cómo iba a decir...! No quería ni pensar en ello.

"Y tampoco puedo dejar de acudir... Eso podía hacer que todo estallara..."

"Pero, en la empresa... ¿tampoco sabrán?... J es demasiado cuidadoso..."

"Quizás, al tratarse de un salón de belleza, o así creerlo él..., no se haya interesado en nada más... no hay razón para hacerlo..., no le gusta perder el tiempo..."

Esa noche L volvería a dormir con la perturbación de lo sucedido en el club, que rememoraba una y otra vez, pensando en su situación y en cómo salir de ella. Se percataba de lo que suponía estar acudiendo a un lugar que tenía todas las trazas de ser una especie de burdel. La palabra resonaba en su cerebro, al pensarla, al decírsela una y otra vez, preguntándose cómo escapar.

Se daba cuenta de lo difícil que sería romper con al club. Ya lo había intentado y solo había conseguido que la sujetaran más y mejor. Parecía que solo quedaba esperar a que pasaran las 7 semanas comprometidas y que no se le pidiera hacer nada más. Se diría que, en caso de que se le pidiera, ella se negaría.

"Pasara lo que pasara."

"No voy a consentir que me traten como a esas chicas."

De nuevo olvidaba el trato que estaba recibiendo en el club

El día siguiente, L acudiría al club con el temor de lo sucedido el día anterior y lo que pudiera ocurrir ese día.

La mañana resultaría como la de todos los días. Al llegar la hora del almuerzo, ante su desasosiego, volvería a ser acicalada y preparada como el día anterior, lo que indicaba que iría al comedor, y así sería.

L acompañaría a otro caballero. Las circunstancias serían muy similares a las que ya conocía. El trato amable y correcto. Ese día se fijaría mejor en el lugar y sus gentes, aunque haciéndolo con toda cautela para no crearse una situación conflictiva.

El lugar es bastante grande, lo que permite la independencia de las mesas. Los comensales eran fundamentalmente señores acompañados por jóvenes como ella. No existen muestras más atrevidas que las que realizan las camareras. Se fija más en ellas. Todas van mostrando sexo y tetas. Todas llevan un corsé que las cincha la cintura de forma, que a L, le da la impresión de ser muy ceñida y molesta. El ambiente es relajado y agradable. No hay manifestaciones fuera de tono, y todo parece comedido y sin ninguna muestra de alterar la tranquilidad del lugar.

L se dice que es un burdel muy especial. En realidad no conoce ninguno. Luego piensa que quizás no lo sea. Si no conoce ese tipo de establecimientos, ha estado en salas de fiesta y cabarets, en los que ha presenciado espectáculos más indecentes que las muestras que hacen esas señoritas, incluso en algunas de las fiestas en las que ha estado ha presenciado cosas peores. Esas ideas la tranquilizan un poco.

Volverá a acompañar a un caballero el siguiente día, lo que indica que sucederá todos los días. También ahora jugaría la falta de situaciones desagradables a favor de la aceptación, de la acomodación a la nueva actividad que se le demandaba, y a la que ya comenzaba a amoldarse. A pesar de esa relativa tranquilidad, quedaban muchas zonas de sombra. L no podía evitar que la idea sobre lo que realmente era aquel lugar apareciera en su mente, creando dudas y cimentando temores.

Pero enseguida iban a variar las cosas.

L no quería pensar en lo que hacía todos los días, y en el peligro que eso suponía, que por sí solo sería motivo más que suficiente para huir de aquel lugar. Se decía que lo importante era que no se conociera fuera del club.

Y si ella se decía que no formaba parte del grupo de jóvenes del club, también era consciente de que, de alguna manera, se asemejaba a ellas, que se iba aproximando a lo que eran ellas. Ahora, esa referencia, "marrana", aparecía como una clara alusión a… "Es lo que son... las chicas. Por eso se les llama así." Pero, es también el modo en que la señorita Laura y otras personas en el club, se refieren a ella de manera cada vez más habitual, al recordarlo se sonrojó, no quería ni pensar en que eso constituyera una indicación de lo que se quería que fuera. De nuevo acomodaba la realidad a su deseo.

Y muy pronto iba a tener constancia de lo irreal de sus deseos y el acierto de sus apreciaciones, al tiempo que se vería crecientemente inmersa en un proceso de equiparación a esas marranas.

No era costumbre del lugar ni de la señorita permitir a sus encomendadas periodos de relajación, por lo que después de los primeros días de servicio siendo llevada a los clientes, y una vez comprobada la aceptación del servicio que se la imponía, tanto en el fondo como en la forma, se daría otro paso que, como todos los anteriores, supusiera el acercamiento a los comportamientos de las marranas del lugar.

Aunque aún no han llegado al club los resultados de los análisis, la señorita no quiere que L deje de estar bajo presión, por lo que decidió comenzar a presentarla para que se gane ser elegida.

.- Hembra, no es conveniente que se te lleve al cliente a quien deberás servir, de ahora en adelante, serán ellos quienes te elijan y tú deberás ganarte ese honor, estarás ofrecida junto con otras compañeras tuyas, para que se os elija. No tengo que decirte que no serlo, no solo no evitarías la realización del servicio, serías castigada con toda severidad por ser señal de desinterés en la consecución del fin obligado.

L escuchó el nuevo proyecto con nerviosismo y temor. No sabía a qué se refería la señorita, pero sabía que cada nueva acción que se deseaba de ella, era algo que la involucraba más con aquella casa, haciendo realidad lo que la dijera la señorita el día que fue marcada, sin que L hubiera querido admitir lo que indicaban los comportamientos que se veía obligada a realizar. La señorita la entregaría a una criada para ser conducida al lugar donde sería "ofrecida". Que fuera una criada la encargada de llevarla relajó un poco sus aprensiones, pensando que no debería ser muy significado lo que tuviera que realizar si se dejaba en manos de una criada.

Se la llevaría a una pequeña habitación a la que se accedía desde la zona de servicios y que daba paso, por la parte opuesta, al corredor que conducía al comedor, las puertas permanecían abiertas, sustituidas por unas dobles cortinas. En la habitación había 8 plataformas circulares de unos 70 cm de diámetro, colocadas 4 a cada lado, en zigzag, y sobre cada una un taburete, fijado a la tarima y de asiento pequeño. Tienen un primer travesaño a unos 20 cm del suelo, para colocar los pies evitando que colgaran hacia el suelo. Más arriba había otra barra también para apoyo de los pies, pero si se colocaban sobre ésta, las rodillas quedarían muy elevadas, ofreciendo una visión descarada de muslos y acaso algo más.

Cuando L entra en el lugar, hay otras 4 jóvenes en él, cada una sentada en un taburete. En silencio. L está nerviosa, pero no le parece que vaya a demandársele nada impropio, no se atreve a mirar a las otras chicas, piensa en que podrá hablar con ellas, aclarar sus dudas, se ruboriza al pensar en lo que puede haber detrás, lo que puede conocer, e inmediatamente se siente avergonzada, precisamente por estar con ellas.

La criada indica a L donde debe colocarse, es uno de los dos últimos taburetes, ella va hacia el lugar, cada vez más avergonzada, sintiéndose examinada por las otras, y lo que es peor, una más de ellas, que a esas alturas identifica como fulanas, caras y elegantes, pero sin dejar de ser fulanas. Llega ante el taburete, duda en sentarse, la criada le ordena hacerlo con un "siéntate", firme y autoritario, que ella obedece, al hacerlo el vestido se alza dejando desnuda la casi totalidad de los muslos, L teme que si no está atenta deje ver la entrepierna desnuda.

La criada le dice como debe comportarse, aunque ya lo sabe, la señorita le ha explicado lo que debe hacer y cómo tiene que conseguir que los señores la elijan como acompañante. La explicación de la criada la avergüenza aún más, precisamente por ser realizada delante de las demás, que oyen todos los avisos que una criada tiene a bien darle. Debe estar en silencio, mantener la mirada sumisamente baja, mostrarse según demanden los señores, hacer todo lo pertinente para que estos queden complacidos, y por supuesto, todo lo que se le ordene, tratando de conseguir ser elegida para acompañarles.

.- Preséntate ante quienes se interesen por ti con la fórmula de respeto que ya conoces. Preséntate a mí.

.- ¡Ah! Sí, claro. – La demanda sorprendió a L, pero respondió de inmediato. – Hembra 73, en respeto y obediencia, señorita. – L se presentó sintiendo la humillación de verse obligada a aparecer sometida a una criada, la costaba enormemente tener que expresar esas formas de respeto en presencia de terceros y más en presencia de esas chicas, pero en esta ocasión, esa presentación le ofrecía la posibilidad de dejar patente que no lo hacía como una marrana, que no era una de las chicas del lugar, expresando de forma clara que ella era Hembra y por tanto, no marrana. De ahí que respondiera con prontitud y claridad.

Pero si ella quiere patentizar su diferencia con las otras, la criada, habiéndose dado cuenta del intento de L de excluirse como marrana, quiere dejar constancia de que era una más de ellas, y para mayor agravio y vergüenza de L, la da un aviso que es un resumen de su posición.

.- Marrana, recuerda que si no logras ser elegida para acompañar a un caballero serás castigada. Y cuando seas elegida, no te olvides de agradecerlo al señor, al tiempo que haces la reverencia obligada. Estate atenta, aprende de tus compañeras y actúa como ellas.

.- Sí, señorita. – L, avergonzada por la referencia efectuada por la criada, tiene que contestar demostrando que tiene motivo al hacerla y que ella la admite.

.- No olvides de mostrar tu complacencia por el privilegio de atender a los señores.

.- Sí, señorita.

.- Sonríe con alegría.

.- Sí, señorita.

No querría aparecer como las demás, quería ser esa hembra que se indica en su sexo, no una de las marranas de aquel lugar, pero no solo se quería que fuera como ellas, para no dejar dudas que lo era - ¿lo era? - no había el menor reparo en referirse a ella como tal, ni parecía que les fuera a la zaga en cuanto a obligaciones y modos de represión, y avisos como el de la criada, anunciándola el castigo que le esperaba caso de no conseguir acompañante, hacían que no fuera posible disimular su situación sometida, y no sabía hasta que punto, similar a la de las otras chicas, que eran presentadas como sus compañeras. L no pudo evitar que el rubor subiera a sus mejillas, al pensar en que se la contemple y considere como una más.

Queda en aquella habitación a la espera de ser elegida como acompañante de quien la encuentre a su gusto. Está nerviosa y se siente vejada, pero incapaz de huir de allí, de plantarse, de rechazar "el honor" de ser elegida. Mantiene los ojos bajos, no queriendo ver lo que le rodea, en un infructuoso intento de segregarse de su entorno, de no ser como las demás. El silencio se hace patente, pero, en ese momento, lo prefiere a una conversación que pretenda conocer de ella, que la iguale a las otras chicas.

Piensa en lo que han supuesto los acompañamientos esos últimos días, esperando que todo siga igual, aunque el temor a que suponga otra cosa, y esa otra cosa aparece como... lo que no quiere aceptar, ni siquiera pensar en ello.

Entran dos señores, se tensa, les mira, recuerda que no debe hacerlo y baja los ojos, casi prefiere no mirar, no ver tampoco a los clientes. Espera a que lleguen a ella, a que pasen, a que elijan a otra. Recuerda el castigo anunciado, vacila, no sabe si debe hacer algo para evitarlo, para que la elijan, pero los hombres enseguida se deciden y eligen a las dos primeras. Pasa el susto, para aparecer de nuevo, ahora como recuerdo del castigo. Se pregunta qué hará cuando entre el siguiente. No quiere ser una de aquellas chicas, se dice que no lo es, que ella solo acompaña a los clientes. No sabe que hacen las otras, pero no puede evitar ponerse en lo peor. Entra otro, la elige a ella, el corazón la da un vuelco, no responde a la indicación que el hombre le hace, cuando se percata que debe acompañarle, baja del taburete, alterada, asustada de haberlo hecho con poco cuidado, temiendo haber dejado ver lo que no debiera, le sigue. Ha creído encontrarse a salvo, incluso sintiéndose agradecida a quien la ha librado del peligro de ser castigada, pero acaso sea un espejismo.

Pero van al mismo comedor de todos los días lo que supone tal alivio que L sonríe como si estuviera feliz y contenta con el servicio que le ha tocado y el señor al que tiene que acompañar.

Y si ese día todo se mantendría en términos parecidos a los de días anteriores, el cambio traería consecuencias cuyos efectos iban a ser determinantes en la situación de la joven. Y L lo iba a sentir enseguida.

Las chicas que se ofrecen desean ser elegidas, por lo que hacen lo posible por conseguirlo, evitando la alternativa de servir en el comedor. La elección supone la probable realización de los servicios propios de su oficio, además de evitar los de una criada, por lo que es evidente que prefieren realizar aquellos y no estos.

Como todavía no se ha recibido la confirmación de su buen estado físico L no puede ser prostituida, por lo que se la coloca en uno de los dos últimos taburetes, reservados para quienes solo se ofrecen como acompañantes. Por supuesto, cualquier otra puede ser elegida solo como acompañante, y de hecho, en la hora del almuerzo, hay mayor demanda de ese servicio.

Si el primer día su rápida elección facilitó el paso por el lugar en que era mostrada y ofrecida, los siguientes aportarían una novedad que, a pesar de lo que ya conoce y supone de aquel lugar y de sus marranas, la confunde, avergüenza y la sume de lleno en sus miedos y temores.

Las chicas se renuevan en función de la demanda, que durante un periodo corto de tiempo, suele ser bastante continua. L no logra eludir la sensación, que la humilla, de sentirse una más, de pensar que así es considerada. Pero si mostrarse resulta humillante pronto aparecerían otros aspectos mucho más ingratos.

L enseguida aprende los modos de comportamiento viendo a sus compañeras, lo primero que la sorprende es el exacto cumplimiento del deber de silencio, ninguna habla con las otras, solo lo hacen para presentarse a los señores o para contestar a alguna pregunta, emplean la misma fórmula que ella, pero en lugar de hacerlo como hembra lo hacen como marrana, lo que ya no choca a L ni le resulta inesperado, es un apelativo que también se utiliza con ella, que tiene que admitirlo sin poder decir que no le corresponde, ni pedir que no se utilice con ella.

Las chicas visten de manera similar a la suya, que ha ido incrementando las ofertas, y disminuyendo los centímetros cuadrados de tela, pero L se hace a ello sin gran esfuerzo, sin destacar de sus compañeras; queriendo ser y sentirse diferente, no pretende mostrarse como opositora, ni manifestarse de modo que las demás la tengan por enemiga. Cree, y con razón, que será mejor no aparecer como crítica o antagonista de las otras chicas, aunque no le guste que la confundan con ellas, ni mucho menos, que se la iguale a ellas, lo que resulta inevitable hallándose junto a ellas y ofrecida como una más, de hecho, los señores, cuando la eligen, e incluso cuando ella se ha presentado como "Hembra", la tratan de marrana, y así se refieren a ella, que tiene que soportarlo, sin atreverse a replicar.

Para su sorpresa y consternación, contempla como las chicas, para conseguir la elección de los señores se muestran de unas formas que ponen de manifiesto un atrevimiento y desvergüenza que dice de sus costumbres licenciosas y, por tanto, de lo que realmente son, lo que constituye otro motivo adicional para intranquilizarla, cada vez más afianzada en la apreciación que tiene sobre "sus compañeras", y en consecuencia, y al saberse asimilada a ellas, en la que se tenga de ella misma por quienes la vean en aquel lugar. Todo ello impide que L pueda olvidar los peligros que su presencia en el club lleva aparejados.

En esa habitación de espera, de exposición, comenzaría a conocer las manifestaciones de unos modos y ofrecimientos propios de unas chicas que ponen su cuerpo como anzuelo en el que piquen quienes se acerquen a él.

Ya el segundo día, en el que estará más tiempo a la espera de ser elegida, asistiría a las primeras manifestaciones de esa forma de actuar, que confirmaría los días siguientes. Las chicas se esfuerzan en ser elegidas mostrando sus encantos con progresivo descaro que a veces llega a la desvergüenza, y lo hacen como lo más natural del mundo. Cuando la falda es holgada, giran con habilidad para que se eleve y se pueda apreciar el culo y el sexo, siempre carentes de otra cobertura, y el sexo siempre depilado. Otras veces se colocan apoyando los brazos sobre el taburete, incluso el pecho, lo que obliga a inclinarse más, ofreciendo, desde atrás, el centro de su cuerpo a la contemplación del cliente. O mirando hacia el cliente, apoyan las manos o los brazos en el taburete y curvándose separando las piernas, ofrecen la parte delantera del cuerpo. Basta con que eleven un poco la falda para que aparezca el sexo mostrado.

Esas demostraciones, que L contemplaba con nerviosismo y vergüenza, seguidas de una enorme desazón y temor, acabaron de convencerla de que aquel lugar solo podía ser una especie de club de fulanas, y que en él se propiciaban u ofrecían servicios de tipo sexual, y lo peor para ella era que estaba apareciendo como una de las chicas que servían a los clientes, y aunque no lo hiciera como un puta quien la viera en compañía de unas jóvenes que, con casi total seguridad, lo eran, pensaría que ella también lo sería. Esa constatación supuso otro trauma para L, que estando comprometida a acudir a aquel lugar, se encontraba en la situación que la señalaba como una puta más.

Desde ese momento, evitar ser vista, no aparecer en lugares públicos como una más, se convirtió en finalidad principal, al tiempo que volvía a plantearse la forma de escapar de aquel lugar, de rehuir los compromisos que había firmado. Si el lugar era lo que parecía, seguir acudiendo a él, suponía un riesgo creciente de ser descubierta y considerada como una de las chicas que trabajaban allí. Pero no sabía cómo deshacer las ataduras que la sujetaban, lo que creaba en L una situación enormemente angustiosa, que comenzaría a mantenerla en un sempiterno temor a ser descubierta, al tiempo que la obligaba a buscar el modo de ocultarse, de pasar desapercibida, de no ser vista entrando o saliendo de aquella casa.

Había comenzado para ella una etapa de miedo permanente, de tensión, de sensación de fragilidad, que influiría en todas sus acciones tanto dentro como fuera del club.

L entraba en una situación inédita y que resultaría la más perturbadora, peligrosa y traumática, que condicionaría multitud de comportamientos y respuestas, manteniéndola asustada e incapacitada de reaccionar conforme a lo que sería lo conveniente para ella. Y a sensu contrario, supondría el mejor apoyo para las demandas que se irían presentando, por lo que la señorita incidiría, constantemente, en mantener a la marrana en ciernes con el temor de que su situación podía ser conocida cuando ella lo deseara, lo que resultaba una baza de poder casi absoluto sobre la joven. Y no era solo la aparición como fulana de la casa, era la muestra, que podía hacerse pública, de fotos y marcas.

La señorita y quienes estaban a cargo de la doma de la marrana, actuarían de modo crecientemente exigente sobre ella, al tiempo que iban a ofrecer a L la constatación de que su alarma sobre el lugar estaba fundada, lo que constituiría el definitivo soporte a sus temores, afianzando la necesidad de ocultarse y ocultar lo que sucedía.

Solo quedaba por dar el último paso, prostituirla, y la señorita querría que se diera en cuanto los análisis confirmaran que era posible.

La nueva exigencia del club de acompañar a comer a los clientes supone retrasar la hora de llegada a la oficina. Durante unos días aparece tarde, hasta que un día la llama J, quiere que explique sus retrasos. J ya conoce el motivo, pero quiere pedir explicaciones a la joven, al tiempo que evita ofrecer la impresión de que no le importe que llegue tarde, ni que ella se pueda sentir más libre y descontrolada.

J llama directamente a L, cuando esta sube a su despacho trata de pasar evitando la interferencia de la secretaria, tal y como hacía antes, quiere recomponer su status, al tiempo que da poco tiempo a la secretaria para observar su modo de vestir, y ese día se encuentra más segura y con ganas de acometer esa tarea tan importante para ella, pero se encuentra con la postura de la secretaria, que de modo firme para en seco su pretensión.

.- ¿Dónde va señorita? – Pregunta a L con una sequedad que es demostración de enojo ante la acción de L, y al tiempo una llamada de atención, que se incrementa con la forma de mirar a la joven, primero a la cara, después al cuerpo, para regresar a la cara, expresando el desagrado por lo que acaba de contemplar, lo que consigue que L reaccione nerviosa y apocada, retirando la mirada.

.- ¡Ah! ¿Cómo? – Se muestra indecisa, luego responde, dando por bueno que la secretaria pueda interferir en su pretensión. – Me ha llamado el señor L. – Explica, entre humillada y cohibida. La secretaria, segura, por lo que escucha a su jefe y ahora aún más por la reacción timorata de L, responde con contundencia.

.- Espere que avise al señor L. – Pero en lugar de hacerlo continúa escribiendo algo en el ordenador, mientras L tiene que esperar a que avisara a J, sin atreverse a ir contra el mandato de la secretaria. Pero permanecer esperando significa permanecer mostrándose ante la secretaria.

Por fin la secretaria se levanta y entra en el despacho de su jefe, del que sale al poco, sin dirigirse a L, que permanece a la espera, de pie, desconcertada y humillada por la falta de explicaciones de la secretaria. Siente su forma de vestir como un hándicap más a superar, que se incrementa en aquel pequeño cuarto y en presencia de la mujer que la mira con muy poca simpatía. Está deseando desaparecer de allí, escapar a la mirada reprobadora y dominante, que se eleva hacia ella cada vez que L hace un movimiento. Se aleja lo más que puede, pero sin salir del pequeño cuarto, manteniendo la sempiterna carpeta cogida con ambas manos y puesta sobre la tripa y las tetas, pero los muslos, que la falda corta deja generosamente al descubierto, se ofrecen a la contemplación de la secretaria. Suena el teléfono, la secretaria contesta. – Ya puede pasar.

L entra carente de cualquier aplomo que hubiera podido tener. J plantea sus ausencias.

.- Esperaba no tener necesidad de comentártelo, pero se me ha pedido que durante unos días me quede a comer en el clu… salón de belleza. Como se está prolongando más de lo que yo pensaba, te lo comento. Pero no llegaré mucho más tarde.

.- Ya lo haces bastante. – J apenas ha podido contener la sonrisa cuando a la joven se le escapa la mención al club, que indica que conoce más de lo que aparenta sobre el lugar al que va, lo que supone una acomodación mucho más firme de lo que él suponía.

.- Es por causa impuesta.

.- Que deberías haberme dicho en su momento, no cuando te llamo para pedirte explicaciones.

.- Lo siento, J.

.- Espero que no vuelva a ocurrir. No puedo ser el último en enterarme de lo que haces, sino el primero.

.- No te preocupes.

.- Si, por la razón que sea, tienes que quedarte a comer en ese dichoso lugar, no por eso vas a dejar de venir a la oficina. Quiero verte todos los días, o al menos saber que vienes y si se necesita algo de ti, que se te puede encontrar.

.- Vendré todos los días.

J nota el cambio que se ha producido en L, está más dócil y sin mostrar malas caras ni gesto de desagrado, conformándose con lo que se le dice. Como parece haberse conformado con el modo de vestir que se ve obligada a llevar. Se percata del intento de la joven de ocultarse con la carpeta, es algo que ya conoce, pero esta vez piensa en que eso no debe ser lo que tenga que hacer. La malévola idea de comentarlo al director del club pasa por su mente. "Y si no lo tiene prohibido, bueno será que se lo prohíban." Se dice deseoso de conseguir que la joven se muestre lo más posible, evitando los intentos de ocultar su verdadera situación.

Cuando L se va, J llama al director para avisarle de la forma de proceder de la joven. Como supone, no debe hacer esos intentos de ocultar lo que está obligada a mostrar.

.- Gracias por avisarme. Será corregida y castigada. Si acaso volviera a incurrir en esa falta, o en cualquier otra, avísenos para disciplinarla convenientemente. Está obligada a comportarse según tiene ordenado, dentro y fuera del club.

J quiere saber cómo van las cosas con L.

.- ¿Cuándo comenzará a ejercer su oficio?

.- En cuanto recibamos los análisis.

.- ¿Qué tiempo puede faltar?

.- Supongo que unos 3 o 4 días.

.- Me ha parecido bastante amoldada… Más que antes.

.- Lo está.

.- Veremos cómo realiza su nuevo trabajo.

.- Estoy seguro que muy bien. – J piensa en el poco tiempo que L lleva en el burdel.

.- Me gustaría tener su confianza.

.- La acabará teniendo.

Y sería al día siguiente cuando L se encontrara con la respuesta de la señorita Laura a sus incumplimientos. Cuando esperaba desnuda y enculada, en posición de respeto, la llegada de la señorita, que se aproxima en silencio, siguiendo sus maneras habituales, y sin explicar el motivo lanzaría la caña sobre los muslos de la joven, haciendo que chillara de dolor al tiempo que rompía la postura.

.- ¡Marrana! ¡En posición!

L, haciendo un esfuerzo, recompuso la figura sabedora que, de no hacerlo inmediatamente, el golpe volvería a repetirse y de modo aún más cruel. Sin conocer el motivo del castigo, solo trataba de cumplir lo mejor posible, con el mandato de la señorita. Y un nuevo golpe caería sobre los muslos, dejando la doble marca de la caña en ellos, y haciendo que L no pudiera mantener la postura que, a pesar del dolor, recuperaría enseguida, sin necesidad de que la señorita insistiera en ello.

.- Cuando se te ordena algo es para que lo cumplas a la perfección, sin artimañas que intenten soslayar lo que estás obligada a realizar. ¿Sabes a qué me refiero, marrana?

L, escuchó con espanto la pregunta, al tiempo que por su mente pasaban los incumplimientos que realizaba. Pensó en que era muy difícil que la señorita los conociera, pero esta la había avisado que se enteraría de sus faltas, y no era imposible que lo consiguiera. Tenía que contestar, sabiendo que todo intento de ocultación podía traer muy graves consecuencias, se arriesgó. Sin negar, no quiso admitir.

.- No, señorita Laura.

ZAS

.- ¡¡AAAHHH!!

El golpe fue el más duro de los tres, haciendo que L, no solo rompiera la posición obligada, sino que se doblara sin poder recuperarla.

.- ¡¡Marrana!! ¡Ponte bien!

Haciendo un tremendo esfuerzo L se colocó como debía.

.- ¿Estás cumpliendo escrupulosamente con lo que te es obligado?

Era lo que L había temido, ahora tenía que responder sin poder escabullirse. Esta vez sin intentar ocultar la verdad, asustada, quiso comenzar por la petición de perdón.

.- Perdóneme señorita Laura…, alguna vez

No pudo acabar la frase, un cuarto golpe, seguido de un grito descontrolado, dio con L en el suelo, donde cayó arrodillada.

.- ¡En pie, marrana!

Sacando fuerzas de flaqueza, se incorporó para recuperar la posición de respeto. Sabía que lo mejor era confesar sin esperar a que la señorita insistiera en sus demandas.

.- Perdón, señorita. Muchas veces en unas cosas y algunas en otras, no he realizado lo que estoy obligada y que usted me ha ordenado.

.- Cuéntame, marrana.

La señorita parecía algo más tranquila ante su sinceridad pero, ahora, tenía que explicarse y, sin saber lo que conocía, era un arma de doble filo para ella.

.- A veces

.- Empieza por lo de muchas veces, que yo creo que es siempre.

L temblaba físicamente, lo que no pasó inadvertido a la señorita, que se estaba regodeando con el temor de la joven y lo que iba a decir.

.- Las posturas, en la mirada, y me olvido de mantener la boca entreabierta, y de mantener las manos en la posición debida.

ZAS

.- ¡AAAAHHHH!

El grito fue desgarrador. El golpe, esta vez dado por delante, en la zona más alta de los muslos, casi sobre el sexo, hizo que L cayera al suelo quedando echa un ovillo en él. La señorita no le ordenó levantarse, sería la propia L quien trataría de hacerlo cuando el dolor le permitió que recuperase la conciencia de lo que sucedía. Mientras se incorporaba comprendió que no podía mantener el subterfugio de no decir la verdad, estaba claro que la señorita conocía sus incumplimientos. Se colocó en posición.

.- Lo siento mucho señorita Laura. – Comenzó a explicar. – He intentado no cumplir con lo que me era obligado. – Lo dijo entre sollozos, y de inmediato se arrodilló ante la señorita buscando besar sus pies, lo que esta no permitió, rechazando con una patada el rostro de la joven.

.- Marrana, no te mereces besar mis pies. Continúa confesando tus faltas ¡Incorpórate! ¡Y explícate bien! No quiero intentos de ocultar la verdad.

.- Sí, señorita. Como usted mande, señorita. – Volvió a la postura de respeto. – He evitado la posición de las manos

.- ¿Ah, sí? – Cuéntame cómo. – El deje de burla era evidente, lo que hizo que L temiera que supiera todo lo que hacía para eludir esa postura.

.- Llevando algo en las manos.

.- Eso ya lo sé. Dime más. – Pasó la caña sobre los muslos, lo que hizo estremecer a L. Asustada, sin saber que decir, temiendo que el silencio trajera otro golpe, se lanzó a hablar de lo que la señorita no podía conocer. – Cuando estoy sola

.- Tampoco cumples

.- No, señorita.

.- ¿Y por qué, marrana? ¿Acaso por desobedecerme? ¿Acaso te molesta hacer lo que debes? – Seguía con el tono de burla.

.- No, no, señorita, solo… por comodidad.

.- ¡Que embustera eres! Y dime, marrana, ¿Vas a seguir siendo cómoda?

.- No, señorita, se lo prometo.

.- ¿Y cuando hay alguien delante?

.- Suelo cumplir.

ZAS

.- ¡Aaaahhhh!

Otro golpe, también por delante pero más bajo que el anterior, dio con L en el suelo.

.- De modo que "sueles" cumplir. Y cuando no sueles, ¿qué haces, marrana? ¡Ponte en pie! – L se incorporó, lo hizo llorando, después compuso la postura de respeto ante la señorita.

.- Marrana, se acabó lo de "soler".

.- Sí, señorita Laura.

.- Vas a cumplir perfectamente. Tú eres la obligada a mostrar respeto, sumisión, obediencia.

.- Sí, señorita Laura.

Mira, embustera, te he estado vigilando y sé que no has cumplido muchas cosas de las que te he ordenado, incluso esas que crees que me puedes ocultar pero que no puedes porque las vas proclamando con tus actos. Deberías saber que no voy a pasar por tus intentos de engaño, y mucho menos por tus embustes. Ya sabes a lo que te expones. Todo engaño va a dejarte marcada por la caña, para ti y para todo el que te vea. Vas a salir de aquí luciendo las señales de tus falsedades. Durante la próxima semana vas a ir sin medias, así mostrarás las marcas de la caña en tus muslos. Y no te pongas nada para disimularlas, quiero que se te vean bien. Espero que eso te recuerde como debes comportarte y las consecuencias de desobedecer mis mandatos, que son para cumplirlos fielmente, sin emplear artimañas para eludirlos, eso es peor que la desobediencia frontal, pues añade el engaño. Voy a vigilarte, si intentas engañarme vas a sufrir el castigo que mereces. Ya lo sabes. Y delante de los demás vas a cumplir perfectamente, sin el menor intento de disimulo. Tú eres la obligada a mostrar respeto, sumisión, obediencia.

.- Sí, señorita Laura.

.- Todo el que te vea debe saber que es tu superior. Y todo lo harás sonriente, demostrando lo feliz que te hace estar a disposición de todos.

.- Sí, señorita Laura, como usted mande, señorita Laura. Señorita

.- Habla, marrana.

.- Normalmente llevo un bolso o la cartera, con toda la documentación

.- Prescinde de la cartera. En cuanto al bolso yo te buscaré uno, que permita mantener la posición de las manos. Y en cuanto puedas lo dejas.

.- Sí, señorita. Gracias, señorita Laura.

El comienzo de la mañana daría lugar a una situación ya conocida por L, en la que la entrega y sumisión a la señorita se convertiría en algo casi natural y, desde luego, total, al tiempo que quería ser una especie de compensación que demostrara el deseo de agradarla y obtener su perdón por las faltas cometidas. L se sentía como quien ha actuado en contra de sus obligaciones y ha ofendido a la señorita, debiendo conseguir su perdón al tiempo que reparaba la ofensa.

L cumpliría con todo lo que la señorita la exigió, realizando todos los cometidos que aquella le demandaba, esforzándose por hacer todo perfectamente. Y sería un día de continuas demandas por parte de la señorita, que no quería dejar pasar lo ocurrido sin sacar de ello todo el provecho posible, sometiendo a la joven sin dejarle tiempo para reaccionar, ni siquiera para plantearse nada que no fuera obedecer y mostrar su sometimiento. Incluso el baño ocuparía menos tiempo, y los demás arreglos también, dando preferencia a la doma.

También, lo sucedido, iba a surtir efecto durante el tiempo de servicio a los clientes, comenzando en el mismo momento de tener que mostrarse y ofrecerse para ser elegida. Si había sido precavida y cicatera a la hora de incitar a los clientes para que la eligieran, ese día se mostraría bastante más dispuesta y atrevida, sonriendo insinuante y mostrándose en cuanto se acercaron a ella. Se le había permitido permanecer en pie para no agravar las heridas. No tendría que esforzarse demasiado en lograr que la escogieran. Con el caballero con quien almorzó, estaría especialmente agradable y servicial.

Al acabar el servicio, la criada que se ocupa de ella cura las heridas de los azotes, no son graves pero sí molestas. Una vez vestida, ya sin las medias y, por tanto, mostrando las marcas en los muslos, la criada que se está ocupando de ella le dice que tiene que esperar a la señorita. Permanece en posición de respeto mientras la criada sale a avisar a la señorita. L queda nerviosa y asustada, temiendo haber incurrido en alguna falta y ser acreedora a otro castigo. Cuando llega la señorita quiere demostrarle su sumisión, en presencia de la criada, L se arrodilló ante la señorita pretendiendo besar sus pies. La señorita no se retiró ni la desechó, lo que L interpretó como un gesto de buena disposición hacia ella que agradeció incrementado sus besos con pasión y entrega, repitiendo: "gracias, señorita, muchas gracias", una y otra vez.

.- ¿Por qué agradeces marrana?

.- Por permitirme demostraros mi cariño y entrega, señorita.

.- Me los tienes que demostrar cumpliendo perfectamente con todos mis mandatos y deseos.

.- Lo haré, señorita, se lo prometo. – Y en esos momentos L no hablaba con falsedad.

.- Claro que lo harás, tanto como que serás una marrana, lo vas comprendiendo, ¿verdad, marrana?

.- Sí, señorita Laura. – L contesta sabiendo lo que hay detrás de esa palabra, ya poco se puede llamar a engaño, y lo acepta expresamente.

.- Pierde la esperanza de evitarlo. Si te sometes, la doma será mucho más benigna y pronto grata, como lo ha sido hoy. Pero no creas que me importa romperte el culo al tiempo que te rompo la voluntad y te someto a la fuerza. Como mejor estás es como estás ahora, humillando entregada, y demostrando sumisión y veneración a tu señorita. Sigue besando los pies de quien está haciendo de ti una marrana.

Y L continuó besando los pies de la señorita, que lo contemplaba sonriente, consciente de estar consiguiendo su objetivo, sin ni siquiera disimularlo ante "el animal", que se sometía, consciente de la finalidad de lo que se hacía con él.