Kristoff

Un alumno tímido y hermoso, un profesor paternalista y un viaje a la costa que cambiará la vida de ambos para siempre.

Kristoff

"La delgada y pálida figura de mi pequeño alumno me sorprendió enormemente en la oscuridad. Pasaban de las 2 de la mañana y me encontraba mortalmente cansado, pues había sido una jornada agotadora con mi grupo. Las excursiones siempre resultaban así, y yo era el profesor favorito pues tenía fama de llevarme a los alumnos a lugares especiales fuera del itinerario pero mucho más divertidos e interesantes, únicamente a cambio de su silencio con las autoridades escolares…"

Ese año tenía un alumno en particular al cual había logrado integrar después de mucho esfuerzo. La edad promedio de mis alumnos era de 14 años aproximadamente, aunque tenía algunos mayores y otros menores. De entre todos, Kristoff era particularmente… ¿Cómo decirlo? ¿Hermoso? No, eso sería decir muy poco, sería únicamente comenzar a describirlo. Probablemente nunca habría reparado en la belleza de los más jóvenes, hasta conocerlo. Era en extremo delgado y pálido debido a su falta de actividad física, pero eso no demeritaba el resto de sus características: de ojos pequeños azul marino y la parte del rostro bajo sus delineadas cejas prominente (del tipo de Josh Harnett), rostro perfectamente delineado, alto (poco más de 1.60 m), de cabello castaño claro, crespo y un poco largo. Tenía en general ese tipo de futuro modelo que algunos jovencitos no pueden evitar.

Desde la primera vez que lo vi sentí algo especial, una vibra indescriptible que es muy difícil de expresar. Kristoff rebasaba por un par de semanas los 14 años, y se había hecho amigo mío después de salvarlo de un castigo terrible con el prefecto Sánchez, tirano de las aulas y que no especialmente gustaba de mi o mis métodos. Cuando se ofreció la oportunidad de un viaje de fin de semana a la costa, no tardaron mucho en decidir que yo sería su guía. Todos estaban especialmente entusiasmados, menos mi pequeño amigo. Cuando finalmente se habían puesto todos de acuerdo, le pedí que se quedara para platicar con él.

– ¿Qué pasó, por qué no quieres ir?

– Pues

Intuía su falta de respuestas, así que me adelanté y le dije

– Sé que no te llevas con nadie, Kris –así lo llamaba cariñosamente– pero si realmente quieres que

De inmediato me interrumpió

– Es que… esta vez sí quiero ir, pero no puedo

– ¿Y eso? –le dije

– Bueno, mamá está contenta conmigo porque salgo más, tengo amigos y eso, pero… esta vez es más tiempo, y… –dijo entrecortado

– ¿Crees que no te darían permiso si yo hablo con ella? – inquirí

– No creo que eso cambie nada, porque yo… bueno… no creo… –dijo agachando la cabeza

– Dile a tu mamá que venga mañana… dile que quiero hablar con ella. ¿Está bien? – le solicité

– Lo haré, pero le advierto que no pasará nada

Estaba completamente intrigado. ¿Más tiempo? Ya habíamos ido a las cascadas, al viejo molino y a muchísimos eventos deportivos, cuestiones de todo el día, y Silvia (La madre de Kris) siempre me había dado su consentimiento y su permiso siempre que yo vigilara de cerca a su pequeño, y así lo había hecho; al menos, hasta ese momento. Estaba seguro de que solo bastaba explicarle con detalles la expedición y ella aceptaría.

Mi entusiasmo se desvanecería tan pronto como pude platicar con la madre del pequeño al día siguiente. Silvia me explicó que el fin de semana del viaje saldría con su familia, lo que hacía imposible que nos acompañara. Dialogué con ella y puse empeño en persuadirla. Al final, no pude evitar que se notara un poco mi desesperación por conseguir ese permiso ni mi frustración al haber fallado. Despedí con una sonrisa triste a la señora, que se veía también bastante preocupada, pero no dijimos ninguna otra cosa.

El fin de semana llegó y la emoción de todos se hizo evidente. Todos menos, claro, Kris, y yo mismo. Estaba seguro que los lazos de amistad se afianzarían en el viaje, y que su integración con sus compañeros avanzaría bastante, además, claro, de tenerlo cerca de mi y conocerlo un poco más. De madrugada, a la entrada del autobús, con lista en mano, fui pasando los nombres uno a uno de quienes nos acompañarían. Cuando con un suspiro comprobé que no faltaba nadie y estaba a punto de subir, un taxi llegó a toda velocidad. En él venía un rostro familiar con una maleta gigantesca que aceleró mi pulso y me provocó una amplia sonrisa. Rápidamente corrí a asistirle. Kris venía con nosotros al viaje.

– ¡Es que…!

– Ahorita me cuentas, Kris, –dije mientras le ayudaba con su pesada maleta– que vamos un poco retrasados del itinerario

El asiento doble de la parte delantera estaba reservado para mi, pues me resultaba más cómodo viajar solo. Sin embargo, en esta ocasión lo compartí gustoso con mi pequeño amigo, que estaba que no cabía de la alegría.

– ¿Y bien?

– Al final mi mamá accedió… pero tuve que rogarle mucho, y me hizo cantidad de recomendaciones, me empacó la mitad de todas mis cosas… ¡ah! y le mandó una carta, profesor.

– ¿Una carta? –pregunté extrañado

– Aquí está

– Gracias… la leeré más tarde –dije mientras guardaba en mi bolsillo el sobre blanco.

El viaje duró poco más de seis horas, durante las cuales la charla fue entretenida y amena. A mi siempre me ha gustado que los pequeños me cuenten sus problemas, y no fue ningún inconveniente saber un poco más acerca de mi nuevo compañero de asiento. Durante el trayecto sentí el pequeño cuerpo de Kris muy pegado al mío, como una pequeña cría que busca seguridad y protección. Durante una parte del trayecto se quedó dormido, y pasé mi brazo por su hombro. Se acomodó en mi pecho como buscando calor y no nos movimos de esa posición. Al despertar levantó su mirada y me dedicó una hermosa sonrisa.

Llegamos al puerto a eso de las 8 o 9 de la mañana. Nos registramos con gran estruendo en el hotel, y el problema vino al momento de las reservaciones. Kris se agregó de último momento, y ya no habían habitaciones disponibles. Mientras todos subían a sus cuartos para darse un baño, cambiarse y prepararse para la playa, Kris y yo nos quedamos para tratar de resolver la situación. Después de mucho insistir, lo único que encontraron fue una habitación al final del pasillo del último piso, con camas gemelas, un pequeño baño pero sin televisión ni clima. Yo tenía pensado quedarme en uno de los cuartos múltiples con los alumnos más inquietos. Le ofrecí a Kris quedarse con sus compañeros en el que era mi lugar para que yo me quedara solo en la habitación que nos consiguieron. En ese momento mi mente no pensó en nada que no fuera una buena distribución de mis alumnos, así que por eso no propuse otra cosa. Me miró con rostro asustado, y propuso: "¿y si mejor nos quedamos usted y yo en la habitación nueva… por favor?" Una vez más, Kris, volvía a sorprenderme. Como dije, no sé cómo no lo pensé antes. Era una gran idea. Y así sucedió.

Subimos a instalarnos (yo con mi maleta al hombro y la de Kris con las dos manos) y nos preparamos para ir a la playa. El autobús nos llevaría a la zona libre y en cuestión de minutos todos estábamos ahí. Kris llevaba una bermuda negra con motivos naranja, una playera sin mangas del mismo tono y unas sandalias de "suela de estropajo" que a todo mundo llamaron la atención. Todo lo que llevaba se veía nuevo, y su piel demasiado pálida, por lo que intuí que mi pequeño compañero de cuarto nunca había ido a nadar en su vida. Por mi parte, yo llevaba un short azul rey y camiseta blanca.

Estando en la playa tendimos nuestras toallas los dos juntos, pero mi chico no se animaba a ir al agua. Así pues, me puse de pie y lo invité a seguirme. Nos metimos al agua, que estaba deliciosa pero él respiraba con dificultad y se le veía muy nervioso. No sabía nadar. Lo tomé de las manos para ayudarle a que no cayera y el contacto me hizo estremecer. Sus manos, mojadas y todo, eran suaves y perfectas. Se aferraba a mi con desesperación. Una vez pasada esa emoción comencé a enseñarle a nadar. Sobra decir que el contacto físico fue mucho y variado, su cuerpo era una delicia, y eso es decir casi nada. Su piel blanca y suave, sus delgados brazos, sus protuberantes omóplatos. En un momento determinado, tantos juegos y roces me hicieron tener una erección incontenible apenas disimulada por mi short. Y es que juraría que un pequeño pie me había rozado con toda la intención unos minutos antes.

Sería después del medio día cuando llamamos a todos para irnos a comer. El restaurante estaba cerca y mis alumnos, terror del buffet llegaron para acabar con todo. Kris comió poco, pero se veía más feliz de lo que yo lo había visto antes. Yo también lo estaba, viéndolo disfrutar tanto e integrarse con el resto del grupo. Qué distinto al muchacho tímido y estudioso que conociera meses atrás.

Por la tarde nos llevaron a una plaza comercial de tres niveles, donde los muchachos disfrutaron en los videojuegos y las tiendas. Yo trataba de estar en todos lados para no perderlos de vista, puesto que quería evitar cualquier incidente. Cuando todos fuimos al cine, Kris me invitó a ver una película. Por supuesto, acepté gustoso. Entramos a la sala y estaba casi desierta. Nos sentamos en el medio y solamente estaban unos chicos en los asientos delanteros. Todo transcurrió con normalidad, pero a mitad de la función sentí unos pequeños dedos de una mano deslizarse suavemente hasta rozar los míos. No me moví ni hice señal de incomodidad. Quizá le daba confianza tomar mi mano, así que lo dejé hacer. Poco a poco fue tocándome, y finalmente, entrelazados nuestros dedos, terminamos de ver la función. Cerca del final soltó mi mano. Al salir no mencioné nada, y únicamente fuimos a reunirnos con los demás.

Como era de esperarse, los muchachos acabaron rendidos. Llegamos al hotel pasadas las 10 de la noche y mandé a todos a sus cuartos. Nadie protestó. Kris bostezaba, tenía la piel ligeramente enrojecida y caminaba con lentitud. Estaba seguro de que nunca había pasado un día como ese.

Ya en la habitación, nos sentamos cada quién en su cama. Le pregunté si quería bañarse, pero dijo estar rendido. Yo también lo estaba, así que el baño sería hasta el día siguiente. Como era normal, procedí a desnudarme para dormir. Usualmente solo usaba bóxer. Kris me veía como sorprendido. Le pregunté si usaba pijama, y un poco nervioso dijo que no, que él también dormía en ropa interior. Se quitó la playera (no llevaba otra cosa debajo) y sus bermudas. Así, únicamente en un bóxer (con pequeños osos dibujados) se dispuso a dormir.

Yo usualmente tengo el sueño ligero. Cerca de la 1 a.m. escuché unos suaves quejidos. Como el ruido de las otras habitaciones se filtraba a la nuestra no le di importancia.

Y entonces sucedió.

Pasaban de la una de la mañana y ésta vez sí dormitaba. Cuando de reojo al voltear vi una figura pálida y delgada, iluminada por la luz de la luna que se filtraba por la ventana, me sobresalté. Era Kristoff, cruzado de brazos en señal de frío, así, desnudo como se había dormido. Temblaba de pies a cabeza y balbuceaba algo ininteligible. Lo primero que hice fue levantarme y encender la lámpara de la mesilla de noche. Me quedé mudo un segundo, y enseguida le pregunté qué le pasaba. Comenzó a llorar y sin decir más, se acercó a mí y me abrazó. Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Volví a preguntarle qué le pasaba, le dije si necesitaba un doctor, le hice muchas preguntas. Yo también empecé a ponerme muy nervioso, pero lo abracé igual. Los dos estábamos en silencio, abrazados, prácticamente desnudos, solos. Cuando pudo calmarse, todavía con voz temblorosa, me dijo:

– P... pe… perdón

– ¿Por qué perdón? No pasa nada… ¿Seguro que estás bien? ¿Qué tienes??

– Es que… yo… por eso es que… mi mamá… – y no pudo seguir; una vez más, las lágrimas lo tenían dominado

No podía hacer nada. Su abrazo era fuerte y desesperado y no me permitía movimiento. Solamente seguí estrechándolo y acariciando su cabello, despeinado, suave y delicado. Cuando recuperó un poco el aliento, me dijo

– ¿Leyó… leyó la c – – arta?

Abrí los ojos demasiado y me sobresalté. Con el ajetreo del día olvidé por completo la misiva de Silvia. Quizá era una advertencia. Quizá era por eso que Kris no iría con nosotros en primer lugar. Simplemente le respondí, soltando con fuerza todo mi aliento, que no. No lo había hecho.

– Esto… esto me sucede a veces… sobre todo en las noches… –dijo todavía sollozando

– ¿Qué es?

– Un ataque de pánico – soltó rápidamente

– ¿Un qué? –pregunté extraviado

– Un ataque de pánico… no muy fuerte… eso fue lo que le dijeron los doctores a mi mamá… sucede cuando me siento solo, en las noches… y bueno, yo

No pudo seguir. Comencé sintiendo culpa. Yo fui el que insistió en el viaje. Y luego pasé por alto la carta. Mi respiración estaba muy acelerada al tiempo que negaba con la cabeza. El cálido abrazo en el que estábamos comenzó a tranquilizar al pequeño. Así pues, le pedí que nos sentáramos en mi cama. Como pude lo dejé un momento, todavía nervioso, y busqué en el desorden del piso mi chamarra, pues en uno de los bolsillos estaba la famosa misiva. Iba dirigida a mi con una letra prolija y manuscrita, escrita en una tinta azul oscuro. La abrí.

Brevemente describía la situación de madre soltera de Silvia, muchísimas disculpas por no verme en persona antes del viaje, lo agradecida que estaba por el cambio tan grande que notaba en su hijo y los motivos por los que se negó a dejarle ir en primer lugar. Por la carta supe que el chico había rogado a su madre todos los días para obtener la autorización. Luego, describía en puntos básicos el padecimiento: una molestia del sistema nervioso que generaba debilidad, sensación de abandono, miedo… al final de la carta estaban las recomendaciones para mejorar su condición en caso de un ataque y una que especialmente iba dirigida a mí:

"Por favor, haga lo posible porque él duerma en una habitación separado de los demás, y encarecidamente le pediría que lo acompañara. Sus demás compañeros podrían asustarse o actuar de una manera que le afecte. Si sigue las recomendaciones no deberá ser nada de cuidado."

Al finalizar de leer puse en el buró la carta. Comprendí muchas cosas y agradecí el hecho de que, aunque sin planearlo, todo hubiera salido tan bien. Además, el pequeño ya estaba un poco mejorado, recuperó un poco el color (es un decir), pero parecía tener frío.

– ¿Ya estás mejor? – cuestioné

– Sí, gracias… esta vez fue menos feo que otras – dijo suavemente

– ¿Puedes ir a tu cama a dormir?

Volvió a temblar al tiempo que negaba con la cabeza

– Preferiría quedarme con usted… si no es molestia. – me dijo

– ¿Aquí, en mi cama? –

– Por favor

No había modo de decirle que no a esos pequeños ojos. La cama era individual, y aunque un poco apretados estaríamos bien. Y así lo hicimos. Recostados de lado y cubiertos con el edredón y las sábanas, estábamos frente a frente. Y en un momento mágico, delicioso, uno de esos que se transforman en los grandes recuerdos del futuro, me dedicó una sonrisa fugaz, sutil y perfecta, enseñando un poco sus dientes frontales, curiosamente parecidos a los de un conejito. Uno muy lindo, sin duda. Por ese breve espacio, que pareció sin embargo eterno, no dijimos nada. Parecía que los dos teníamos miedo de lo que podría seguir a continuación. Para romper un poco el hielo, comencé a hacerle plática.

– ¿Y siempre duermes así, en ropa interior? – fue lo primero que se me ocurrió

– Eh… no… – dijo algo cohibido – usualmente uso una pijama

– ¿Y entonces? – pregunté extrañado

– Bueno, es que… cuando lo vi desnudarse para dormir pensé que me vería ridículo con mi pijama de los Padrinos Mágicos – y soltó una risa ligera, casi como un resoplido

– Vaya… con razón tienes frío… bueno, es que yo así lo acostumbro, no tenías que

– No, en realidad quería hacerlo. Siempre quise saber qué se sentía… pero si quiere puedo ponerme

– No te preocupes – lo interrumpí – así estás bien, ¿no?

– Sí

Luego de eso, silencio.

– Bien, hasta mañana – le dije

– Hasta mañana, pequeño – respondí paternalmente

Sin embargo, y aunque teníamos los ojos cerrados, no podíamos dormir. Sentía los ligeros movimientos de Kris, al que noté incómodo. En uno de esos movimientos, sentí en mi pierna la punta de un pequeño pie, que lentamente iba acercándose a mi. Poco a poco fue tomando confianza, y el ligero contacto era ya un frotamiento en una de mis pantorrillas, que yo encontraba sinceramente delicioso. En ese preciso momento cometí el error de preguntarle si todo estaba bien. Temblando una vez más me dijo que sí, que no había problema, pero en ese momento giró dándome la espalda. Una vez más, silencio.

Era hora de tomar algo de iniciativa.

Con movimientos sutiles e igual que los de él, como de incomodidad, me fui acercando hacia él. Sabía que no estaba dormido, así que de pronto, casi sin que ninguno de los dos se diera cuenta de lo que pasaba, ya estaba su espalda pegada a mi pecho. Su respiración, podía notarlo, estaba tan acelerada como la mía. Una gotita de sudor corría por su cuello.

– ¿Kris…?

Silencio

– ¿Estás cómodo así?

Tampoco dijo nada, solo asintió con la cabeza

– Tus pies son suaves… – le dije a manera de cumplido.

– Tus pelitos hacen cosquillas… –me respondió

No pudimos más. Él se giró hasta volver a verme de frente. Una pequeña erección se encontró con la mía, que no es que fuera enorme, pero comparando las edades, se notaba la diferencia. Nuestra respiración se hacía imposible de disimular. Su reacción natural fue abrazarme, y yo le correspondí con un abrazo distinto, no paternal ni protector, sino cargado de sensualidad. Realmente estaba sorprendido conmigo mismo. El cariño que sentía por el pequeño rebasaba por mucho los límites y se estaba transformando poco a poco en deseo. Un momento arrebatador llegó entonces. Esos ojos volvieron a mirarme, y esos labios rojos se acercaron a los míos, y recibí un beso de su parte con sus labios cerrados y apretados. Era un inocente beso "de pollito" que disfruté enormemente. Sin embargo, estaba dispuesto a enseñarle de qué iban las cosas. En voz baja, casi como un suspiro, le pedí que abriera su boquita. Así lo hizo. Y con suavidad, con delicadeza, como probando por primera vez un platillo exótico, introduje la punta de mi lengua en su boca. No esperaba una respuesta, y sin embargo ahí estaba. La pequeña lengua de Kris tocó la mía, jugó con ella y la hizo presa de la desesperación. Era su primer beso y me hacía sentir que era el primero que yo daba en la vida. Nuestros cuerpos, mientras tanto, comenzaban a tocarse. Como por instinto, dirigí mis manos a su delicado trasero, cubierto aun por la tela del bóxer. La aparte para encontrarme con una suavidad que solo he visto en la piel del durazno. Kris, que hasta el momento imitaba todos mis movimientos, hizo el primer cambio. No se dirigió a mi trasero, sino que ubicó una de sus manos en mi entrepierna. Eso me hizo estremecerme, y de un tirón nos deshicimos de las dos últimas y molestas prendas de ropa que nos cubrían. Seguimos el magreo con decisión, ora tocando, ora abrazando, ora besando. Mi pene estaba a mil, y el del pequeño muchacho estaba conociendo lo que era el verdadero deseo. Sudábamos bastante, así que nos estorbaba la cubierta de la cama. Fue así como nos vimos tal y como éramos. Los dos, solos, desnudos, abrazados. No sabía cuál sería el siguiente paso, pero no tuve que pensarlo. Él lo hizo por los dos.

Los besos cada vez mas atrevidos que estaba recibiendo comenzaron a moverse de lugar. Cambiaron a mi cuello, haciéndome estremecer. Avanzaron a mi pecho, donde de inmediato esa deliciosa boca encontró refugio en mis pezones, a los cuales le pedí les diera pequeños mordiscos. Estaba aprendiendo, sin duda, y yo encantado de poder enseñarle. Cuando metió su juguetona lengua en mi ombligo me reí un poco, pues realmente me hizo cosquillas. Y entonces soltó su primera revelación:

– ¿Quieres que…? – preguntó tímidamente

– No lo sé… ¿tu quieres? – le devolví la pregunta. Los dos sabíamos de lo que hablábamos.

– Vi una película – me dijo – y a él parecía gustarle

– Si quieres inténtalo… si no te gusta, lo dejas, ¿ok?

No respondió. De inmediato puso su rostro frente a mi enrojecido glande. Primero le dio un ligero lengüetazo que me hizo mover todo el cuerpo, como movido por una corriente eléctrica. Eso lo asustó. Me preguntó si estaba bien y solo atiné a decirle "mejor que nunca". Así pues, probó entonces lamiendo un poco más. No decía nada, solo se apoyó con una de sus manos para meter completamente la punta en su delicada boca. Estaba en la gloria. No conseguía meterse más allá de la mitad, pero sin embargo estaba recibiendo la mamada de mi vida. Aunado al delicioso placer físico estaba el sentimiento que tenía por el chico. Y así, sin sentirlo, lancé el primer trallazo directamente a su paladar. A ese le siguieron un par de chorros más, que cayeron alternadamente dentro y fuera de su boca. El rostro de Kris era de desconcierto, así que una vez que me hube recuperado lo tomé con mi mano de la barbilla. Con mi pulgar limpié mis restos y le sonreí lo mejor que pude. Me devolvió una sonrisa pícara, como de alguien que ha hecho una travesura. Era el momento de retribuirle el placer.

Dado que estoy circuncidado (el no lo estaba) siempre cargo conmigo un tubo de gel lubricante, por si me apetece masturbarme en algún lugar solitario. Una vez pasado un momento de descanso abrazado de mi chico, le dije que le tenía una sorpresa. Fui a mi maleta, extraje el tubo y lo llevé a la cama.

– ¿Vas a…? –dijo algo nervioso

– No – respondí – vas a ser tu

Vertí un poco del contenido del tubo en su pene y comencé a frotar. Sus suspiros y movimientos me indicaban que iba por muy buen camino. En algunos momentos reía, ya que ese tipo de masajes también hacen cosquillas. Acto seguido me puse un poco más en las yemas de los dedos y me dirigí a mi ano. Kris me miraba hacer sin decir palabra. Traté de dilatarlo lo suficiente como para evitar dolor, y entonces le dije que se hiciera un poco a un lado. Me acosté boca abajo y le dije "súbete encima de mi". Así lo hizo.

Podía sentir su pene resbaladizo entre mis nalgas, pero debía guiarlo. Con una mano lo coloqué en posición y le pedí que moviera sus caderas. No era necesario. Como por instinto el pequeño dio el primer empujón y su pene me entró de golpe. Dado que su tamaño no era considerable no dolió mas que un poco. Y entonces no tuve que decir más. El pequeño sabía que debía moverse para obtener más placer, y jadeantes nos entregamos a un increíble momento, lleno de un placer indescriptible. Enseguida metió sus manos entre mis axilas y se tomó de mis hombros para apoyarse. De repente sus movimientos se hicieron más veloces, y en un instante supremo, que no olvidaré jamás, se detuvo y dio un empujón más fuerte. Luego otro… y uno más. Y ya no se movía. Solo se escuchaban nuestros jadeos, y soltó su peso sobre de mi. Había culminado en un orgasmo, aunque intuí que no era el primero de su vida pues se notaba sabía cómo funcionaba todo aquello. Así dentro de mí se le fue haciendo pequeño, hasta que se bajó y nos volvimos a abrazar de frente. Acaricié su cabello. Acabábamos de gozar como jamás en todo el tiempo que llevábamos de conocernos. Me separé de él solo para tomar el edredón, pues una vez pasado todo eso fuimos conscientes la frescura de la noche. Nos cubrí y así abrazados nos quedamos dormidos.

Por la mañana despertamos extrañamente temprano. Las primeras luces de la mañana se filtraban por la ventana, haciendo el momento todavía más romántico. No hablábamos. Nuestra sonrisa dijo más que cualquier palabra. Mi chico me sorprendió dándome un tierno beso en los labios. Se levantó, mostrándome su hermosísima figura tal cual era. Guiñándome un ojo entró al baño, sin cerrar la puerta. Pude observarlo cómo orinaba, y en lugar de causarme asco me levantó un poco el deseo. Me levanté también y me fui acercando al baño. Ya había terminado.

– Nos hace falta ese baño, ¿no crees? – le dije

– Sí… – dijo con suavidad

– Pues entremos, ¿no?

Al momento prácticamente me le fui encima y me lo comí a besos. Así, caminando atropelladamente, entre el abrazo, los besos y tremendas erecciones que los dos lucíamos, estábamos bajo la regadera. Dado que era el puerto, solo había una llave. El agua estaba fresca y cayó increíble sobre nosotros. Mojados, calientes, resbaladizos, el pequeño se volvió a dirigir hacia mi centro de placer. No duré mucho, y con esa maravillosa sensación de inevitabilidad, terminé por segunda vez en su boca. Pero en esta ocasión él lo disfrutó más, lo saboreó, y me volvió a sonreír. Después, y como puede intuirse, estaba ansioso por repetir su hazaña una vez más. Empapado como estaba salí a buscar el lubricante. No alcancé a dar media vuelta cuando ya estaba él detrás de mí, abrazándome e intentando torpemente penetrarme. Fue un momento raro, pero la ansiedad típica de los pequeños está presente siempre, incluso en uno como ese. Lo abracé, lo besé (y esta vez obtuve una mejor respuesta) y le pedí que tuviera paciencia. Volví a cubrirlo con el gel y a dilatarme yo mismo. Esta vez duró menos, pero fue mucho más intenso. Pude oír su respiración agitada convertida en jadeos, y en el momento preciso de su orgasmo lanzó un grito que temí fuera escuchado en algún otro lado. Pero no importaba: lo estábamos disfrutando enormemente.

En cuando el pequeño lanzó el último trallazo y bajó el ritmo de su embestida, cosa curiosa e impresionante, se quedó dormido. Con cuidado lo deposite en la cama (todavía estábamos mojados los dos), lo sequé un poco y yo me di un auténtico baño. Era tarde y mis demás alumnos seguramente ya estarían esperándome. Antes de salir lo cubrí, le dejé una nota en el buró diciéndole que volvería pronto, lo besé en la frente y salí de la habitación.

En la parte baja del hotel mis otros alumnos estaba desesperados, pues la visita a la zona arqueológica ya estaba retrasada. Pero tenía una ventaja a mi favor: esta vez yo no comandaría, sino un viejo amigo mío que ahora era guía de turistas de la zona, que ya comenzaba a organizarlos. Le pedí que se llevara al grupo, dándole a entender que tenía algo más importante que hacer. Eso fue sencillo, mi amigo aceptó de buena gana y después de la organización adecuada, el pase de lista y despertar a algunos que seguían descansando, volví a mi habitación, deseoso de continuar lo que apenas empezaba.

Kris seguía durmiendo tal como lo dejé, así que la nota no fue necesaria. Me deshice de ella, me desnudé y me acosté a su lado. Nos cubrí a los dos, y en un breve instante también yo me quedé dormido, pero no por mucho tiempo. Un agradable cosquilleo empezó a recorrerme. Abrí los ojos: era Kris, al parecer decidió a secarme en este viaje.

– Espérate

– Es que… –dijo, separándose de mi– me gusta mucho. ¿A ti no?

– A mi también, pero… pero

No pude decir más. En unos minutos estaba una vez más llenándolo, aunque la cantidad había disminuido. Supuse que, dado que acababa de aprenderse un procedimiento, querría repetirlo, pero esta vez solo se acomodó a mi lado, nos volvió a cubrir y me abrazó.

–No quiero que termine nunca este viaje

–Tampoco yo, pequeño… pero hay que entender que nada dura para siempre. Además, tu y yo, a pesar de todo, estamos destinados a separarnos; yo soy tu profesor, tu eres mi alumno, ¿no crees?

Entonces, una sorprendente respuesta

–Yo creí que éramos novios

No supe qué decir. Por respuesta, le di un beso como los que él daba, con los labios cerrados, en su boca, pequeña y roja. Quizá yo mismo no quería regresar, después de todo

Continuará

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