Kitsune

Kitsune, de Tenchu. ¿Quién era aquella extraña mujer? Relato erótico basado en la mitología japonesa.

Era de noche y el camino empezaba a tornarse traicionero, la niebla bajaba mucho a esas horas y dificultaba el andar. Un viajero transitaba por el camino que llevaba de Hakodate a Kyoto. La luna apenas podía distinguirse, pero era urgente que prosiguiera su viaje.

Un murmullo sobresaltó al viajero, miraba hacia todos lados con el susto saliendo por sus pupilas. El murmullo volvió a sonar... era un chapoteo. El hombre entonces recordó que cerca de ese camino había un estanque muy bonito. Pero... ¿a esa hora alguien se estaba dando un baño?

Ilógico, improbable... inaudito pero cierto. Se alejó del camino, era arriesgado hacer esto. Tranquilamente podía tratarse de una trampa, pero la curiosidad pudo más que la precaución. Con pasos temerosos fue acercándose hacia ese murmullo que crecía, mientras podía oír una cancioncilla cantada por una dulce voz.

La voz caló hondo en su corazón, casi hechizándolo. Esa canción la había oído antes... en su infancia alguien se la cantaba. La niebla se disipaba y entonces pudo verla por primera vez. Bajo la luz de esa luna una mujer estaba terminando con su baño. La piel de color marfil parecía brillar bajo esa luz.

La presencia del hombre no paso desapercibida para la mujer que como si tuviera ojos en la espalda dio la vuelta a mirarlo. La cara de esa mujer era algo angosta, los ojos color caramelo cautivaban a ese hombre. Las cejas delgadas parecían flotar sobre sus ojos, y unos pómulos salientes completaban la morfología del rostro de esa mujer que se hallaba enmarcado en una larga cabellera negra.

La mujer lejos de horrorizarse ante el extraño le sonrió y comenzó a caminar en dirección a él. El hombre, se puso colorado ante la presencia inquietante de esa mujer tan bonita. Esta salió del agua y secándose volvió a ponerse la gastada ropa y entonces acercándose al hombre le preguntó:

¿Quién es Ud.?

Soy un viajero. que pasaba por aquí

¿Le asuste?

Para nada, solo me dio curiosidad.

Entonces ahora sí se atemorizara. Dijo la mujer, mientras sus ojos comenzaban a brillar con una tonalidad amarilla.

El hombre comenzó a gritar, ante esto y sus piernas respondieron... echó a correr. Al mirar hacia atrás, un zorro de nueve colas con el hocico babeante de espuma lo perseguía. Este se acercaba peligrosamente hasta sus piernas y lanzaba el mordisco a lo que el hombre corría con más desesperación aún.

Atravesó la ciudad desierta a esas horas a los gritos, estaba todo sudado y las piernas ya le temblaban. Para su asombro, el Kyuubi no estaba mas detrás de él... ¿había sido todo una ilusión? No podía estar seguro, pero no era tiempo de pensar en esas cosas. Ya estaba a pasos de la casa de su madre.

Cuando penetró en la casa, pudo ver a su madre reposando en el lecho. Se sentó cerca de ella y la mujer abriendo los ojos lo reconoció:

Jutaro, por fin has llegado.

Madre, no hables... estas mal de los pulmones. Descansa. Dijo él.

Hijo, quiero que te cases. Todos estos años no te has llegado a mujer alguna... Dijo su madre con pesar.

Madre, no diga eso. Pidió el hombre.

Una vecina me ha pedido conocerte, en un momento llegara. Ella ha estado cuidando de mí. Dijo la anciana.

Pero, madre...

Una voz algo conocida preguntó desde afuera:

¿Puedo pasar, señora Shige?

Una mujer de pelo largo y enteramente blanco penetro en la casa. Los ojos de color caramelo le resultaron vagamente familiares. Cejas finísimas que parecían darle un toque humorístico y los pómulos algo prominentes completaban el cuadro.

Las curvas peligrosas que poseía apenas se disimulaban bajo el abrigado yukata de invierno. Jutaro no podía dejar de mirarla, la mujer cerrando los ojos le reverenció... saludando a ambos.

Luego se sentó junto a la anciana y colocándole compresas de agua fría lograba disminuir la fiebre que aquejaba a la dueña del hogar. La anciana quiso hablar, pero la mujer la detuvo, diciéndole:

No hable, descanse. Yo me encargare de su hijo, descanse.

Gracias, Kitsune. Respondió la mujer

La anciana cayó en un profundo sueño, su semblante se veía tranquilo y sosegado. El silencio se cernió sobre la habitación, Jutaro quiso hablar pero los delicados dedos de la mujer detuvieron sus labios. La mujer con los ojos cerrados y sonriéndole pidió:

Vamos a hablar afuera... su madre esta durmiendo.

Los dos salieron de la habitación tratando de no hacer ningún ruido. Cerrando la puerta, dejaron a la enferma descansar. El hombre seguía a Kitsune embobado, algo mas lejos la mujer se detuvo y entonces le habló:

Su madre esta muriendo, no creo que resista este invierno.

Lo sé, pero nada puedo hacer. Respondió él

Puede darle la dicha de que ella le vea casado. Le dijo ella con una sonrisa.

Soy muy tímido como para llegarme a una mujer. Explicó él.

Ahora conmigo no noto ninguna timidez... acérquese.

La mujer se acercó a Jutaro y tomando sus manos lentamente las llevó hacia las solapas de su yukata. Lentamente su piel de marfil salió a relucir en el medio de la noche. La boca de ella abraso los labios de ese hombre que experimentaba la pasión de un beso.

Los bazos de él se abrazaron a la mujer, como a un objeto precioso del que no quería soltarse. Los pechos de ella rozaban contra el abrigo del hombre que se lo quitó dejando su torso desnudo.

Las manos de ella acariciaron el cuerpo de su amante, mientras los besos se multiplicaban. La llama de la pasión ardía cada vez de forma mas intensa, al igual que la erección de Jutaro. El tacto cálido de las palmas de ella lo excitaban aún mas... era como si ardiera por dentro.

El frío seguía sobre la comarca y la niebla los cubría de curiosos. Los gemidos de ella llevaron al hombre a atreverse a levantar las largas faldas de Kitsune, dándole una vista preciosa de su entrepierna.

Las manos de ella atrajeron la cabeza de él, mientras una mano de ese hombre se aferraba al pecho redondo de la dama la otra descendía a la entrepierna. Los roces de esos dedos iban lubricando mas y mas el monte de venus de ella.

Los gemidos de la mujer lo volvían loco, por fin despojándose de su hakama la penetró de una vez. Su ariete se abrió paso dentro de Kitsune que gemía de gusto con cada uno de los embates. Cayeron sobre la hierba mojada, ella echó a reír un momento y volvió a besar a Jutaro que recomenzó su faena.

El mástil siguió bombeando una y otra vez a la mujer que se apretaba cada vez mas al hombre. La respiración de ambos siguió acelerándose, mientras se acercaban al orgasmo. Poco a poco los espasmos del clímax se hicieron presente, sacudiéndolos a ambos.

El sudor los envolvía, confundiéndose con el roció que caía sobre ello debido a la niebla. Por unos momentos la pareja se quedó tendida en el suelo, cuando se levantaron volvieron a adecentarse. Los primeros rayos del amanecer los sorprendieron volviendo juntos a la casa de la anciana.

Kitsune se detuvo un momento y percatándose de que aclaraba se despidió de su amado mientras comenzaba a brillar su contorno. Se volvió un Kyuubi blanco y desapareció mientras le decía a su mente:

Perdón por asustarte ayer en la noche, jojojojo. Nos veremos pronto.

Jutaro se quedo absorto mientras veía a la criatura irse, pero un impulso le hizo gritarle:

TE ESPERARE, KITSUNE.

Cada noche, Kitsune volvió a verse con su amado Jutaro y unos meses después se caso con él; convirtiéndose tiempo después en una madre ejemplar. Los zorros viven junto a nosotros desde tiempos antiguos...

Una mujer camina por las calles de Tokio bajo las luces de neón. Su figura preciosa cautiva a muchos, sus ojos cerrados y las cejas finísimas le dan un toque humorístico... Kitsune sigue su camino.