Kitsch
Salvador desea las nalgas de Karina como nada en el mundo, cruza los dedos mientras hacen spinning, y pide un deseo...
KITSCH
"Kitsch: 1. adj. Dicho de un objeto artístico: Pretencioso, pasado de moda y considerado de mal gusto."
Diccionario de la Lengua Española.
Dicen que todos tenemos nuestros quince minutos de fama, y estos parecían ser los míos. Pese a que nunca he gozado de talentos especiales, resulta que tenía frente a mí una centena de personas que quería verme, comprobar que yo era real, que no auténtico. Pareciera que yo, nosotros, fuésemos una celebridad. Había representantes de la prensa, críticos de arte, grabadoras que atrapaban al vuelo cualquier cosa que escapara de nuestras bocas. En la mesa de entrevistados estábamos Gaudee, Karina, Jim y yo. ¿La causa? Habíamos dado mucho de qué hablar en el Festival de Cannes.
Un chavo dizque de izquierda, con indumentaria rastafari, oloroso a marihuana, preguntó:
-Esta pregunta la dirijo a Salvador. ¿Hemos de suponer que haber participado en este tipo de película te vuelve instantáneamente cool?
-¿Quién te ha dicho que yo soy cool o que quiero serlo?- Contesté.
-La gente lo ha dicho y tú no lo has negado.¿Te sientes cool?
Antes de responder he de decirles cómo estuvo la cosa, cómo fue que siendo un don nadie fui a parar en esta mesa de entrevistas donde luego hasta daría algunos autógrafos.
Tengo treinta y tres años y he tenido que darle la razón a las revistas que hablan de la farándula.
Soy como mucha gente incomprendida. Toda la vida he cultivado un intelecto refinado, me gusta el humor elegante y la filosofía. Soy de esos que disfrutan plenamente una plática larga, en la sala de una casa, bebiendo lo que sea que nos ponga excitables, a luz tenue y preferiblemente de madrugada. Me gustan las trampas mentales que hacen reír, o pensar, la esgrima de opinión, las argucias bien hechas y resueltas con honestidad. Veo el mundo como un universo rico en estímulos que se ofrecen a nuestro disfrute. La vida banal me era desconocida o cuando menos indiferente. No se si sea un paso hacia delante o hacia atrás, pero ahora soy sibarita y metrosexual, y recientemente, metroemocional (¡Coño! ¿Quién inventa estas jodidas clasificaciones?).
Pese a mi tendencia a la intelectualidad he comprobado que la genialidad no es nada si no va acompañada de un buen trozo de carne que entretenga a la bestia que te muerde mientras te conoce, o te conoce mientras te muerde, ya no sé. ¿Qué sientes cuando sabes que tienes un trato amable y agradable y te ves desplazado por un cabrón patán que tiene mas cabello que tú y menos kilos? ¿Por qué resignarse al "verbo mata carita" o viceversa, pudiendo tenerse las dos cosas?
Cuando pienso en cosas tales como que se me ha caído un poco de cabello y ya no luzco roquero, por mucho que mi colección de discos se componga de mil quinientos discos estupendos, y ello injustamente me descalifique como alguien que sabe disfrutar de la música, comprendo que todo es una farsa; así que no me ha quedado más que ponerme farsante yo también. Juro que hace un par de años respetaba a la mujer como lo más sagrado y no fue sino hasta que me puse mamón y patán que me han empezado a hacer caso. ¿Qué he quedado reducido a ser un hueco y obtuso juguete sexual? Bien, no me parece mala idea. Si he de elegir entre ser un poema de amor o un chingado bombón, elijo lo segundo. ¿Y qué? ¿Y qué pedo?
Es ruin decirlo pero así es, el cerebro luce más con unos kilos menos. ¿Porqué habría de ser de otra manera? ¿Las mujeres, o los hombres, han de resignarse a que el libre ejercicio del pensamiento se reserve a los feos? Ni madre. Yo no soy guapo, soy tal vez demasiado normal, tan solo me mantengo en mi mejor estado para no exigir a mis amantes piedad, o esfuerzos, o tolerancias, o compasiones, o consideraciones innecesarias.
Una chica me lo dijo bien clarito un día: "Mira, eres un lindo , y con un peligro y hasta has de echarte un palito bien, como la gente; pero yo paso de los gorditos, aunque sean simpáticos. Es mi estándar. Vuelve cuando te deshagas de toda esa comida". La perra no sabía qué jodidos era un estándar, para acabar pronto. Pero tenía razón. La grasa no era yo, debajo de las capas y capas y capas de grasa descansaban unos bellos músculos y unos estilizados huesos. Kilos de comida hospedándose en ese raro hostal que era mi barriga. Mis ojos, incapaces de engordar hacia ninguna dirección, eran los únicos que me recordaban quién era yo mismo. Decidí deshacerme de todo aquello que no era yo, dejé de ser una morsa.
Hace unos años, si hubiese escuchado hablar así a alguien, en los términos en que lo hago, lo hubiera tachado de acomplejado y frívolo; pero ahora no lo haría, pues sencillamente reconocí que el mundo se define con intereses bien mezquinitos y superficiales. No perdí mi mente, pero disfruto de todo aquello superfluo y placentero que esta tierra tiene. Crucifíquenme si quieren, pero que lo haga aquel que nunca se haya rebajado siquiera un poquito en pos de algo bien bajo, trivial, básico. Que lo haga quien no se haya agachado a recoger migajas.
Me mantengo en forma practicando spinning, o bicicleta estática. Da fiaca pedalear sin llegar nunca a ninguna parte, pero tiene también sus ventajas. Desde que me metí al gimnasio me he hecho experto en nalgas. Las nalgas son la parte más maravillosa del cuerpo, su redondez supera en gracia a cualquier otra superficie, es una parte nada complicada, briosa, dura, fuerte. Durante las clases me coloco generalmente atrás, no porque lo prefiera, sino que salgo siempre tarde del trabajo y siempre me mandan hasta la última hilera de bicicletas. Desde allá veo el culo de todas, algunos culos son anchos, algunos estrechos, algunos temblorosos, otros firmes, unos duros, otros blandos, todos con esa pequeña curva debajo de las nalgas que da inicio al muslo, todas con ese rombillo entre las piernas, ese arco triunfal y diminuto.
En mi clase hay verdaderas bellezas, unas naturales, otras neumáticas, pero de entre todas, el culo que más disfruto ver es el culo de Karina. Y digo disfruto ver porque verlo es independiente de cualquier otro goce que ese culo pueda ofrecer.
El culo de Karina siempre va enfundado en pantalones de malla sintética, ajustadísimos, con cintillo a la cadera. Vista por detrás se aprecian un par de nalgas redondas, llenas de vitalidad. Dado que su pantalón es a la cadera, se pueden apreciar un par de hoyuelos que se le hacen encima de los huesos de la pelvis, y se admira un tatuaje que se hizo a media espalda, algo así como un jardín de rosas mezclado con trazos tribales. Cuando uno ve esas nalgas lo único que pasa por la mente es tener una de ellas en cada mano y apretarlas con lujuria perruna.
Cierta vez la vi en la calle, llevaba un pantalón blanco que no dejaba nada a la imaginación, dejando a la vista la magnificencia de sus nalgas y lo reducido de su tanga. Sobra decir que con aquellos pantalones prácticamente transparentes, con ese señor culo que tiene, y trepada en aquel par de tacones que le dan a su andar el garbo de una modelo, iba deteniendo el tráfico, causando accidentes, provocando que media docena de conductores se ofreciera a llevarla. Ella se negaba sistemáticamente y eso me ponía orgulloso de ella. Tal vez ese día no trajera ella ganas de nada, sólo de sentirse deseada un rato, de sentir que conmociona. No sé, me hubiera sentido triste si ella se hubiese subido a la camioneta de alguien, aunque en ese entonces ni sabía cómo se llamaba. Pasó enfrente de una construcción atiborrada de albañiles y se escuchó un verdadero carnaval de majaderías.
Yo iba a un destino diferente, pero no pude evitar desviarme siete calles con tal de seguir mirando ese culo tan espectacular. Fue ahí que descubrí que no se trataba de que quisiera cogérmela, o que quisiera darle una nalgada bien fuerte con la palma de mi mano, o que quisiera estar besando aquellas redondeces, sino que me bastaba y sobraba con verlas, con ver esa elegancia de elefante enfundada en la gracia de una gacela y con el brioso porte de una cebra nalgona, la más culona cebra de toda África. A cada esquina que me desviaba de mi destino me pregunté si era momento de regresar y siempre me contesté lo mismo, que no, que quería verlas más, verlas más tiempo, recrearme con la misma vista. Mis ojos eran felices viéndola.
Karina tiene cuarenta años, siempre va impecablemente maquillada, sus pechos son pequeños pero tiemblan divinamente cuando camina. Supongo que ha pensado hacerse la cirugía de busto, pero prefiere tener sus tetitas como las tiene, y a mi me parece acertado. Está buenisisísima.
Pero no he hablado de la parte frontal de sus caderas. Su vientre es casi plano. En lo personal los vientres planos me ponen algo nervioso, prefiero las pancitas modestas, con su forma curva hacia delante, redonditas, como si albergaran un hijo latente. Sobre el borde de sus pantalones se ven el par de huesos de su pelvis, brillantes, lustrosos. Su ombligo luce un poco arrugado, pero ¿quién lo nota?. Lo más maravilloso es, sin embargo, que la forma de sus huesos hace que debajo del coño se le forme una cavidad en forma de un triángulo equilátero invertido de unos tres y medio centímetros de lado, un triángulo de las bermudas que me pone tiesa la verga de manera automática.
Es como si ella nunca pudiera cerrar las piernas, como si estuviese esperando de manera perenne una verga que rellene ese hueco. Camina como recién cogida que quiere más, como novia en noche de bodas, como una mujer que acaba de descubrir que está encinta. Tal oquedad me hace imaginar un coño carnoso, lleno de vello, caliente en extremo, jugoso como un mango maduro, como ese mango maduro que ella es.
¿Debiera sentir pena de pensar tan lujuriosamente acerca de ella? No lo sé, supongo que ella es muy responsable de ello. Según sé existen falditas deportivas que cubrirían esa formación de su cadera, o más simple, haría como muchas hacen, se llevan algún suéter y se lo atan a la cintura para evitar las miradas de tipos indeseables como yo, y Karina no hace nada de eso, se pone sus leotardos ajustados y no se cubre nada, y en ocasiones no se pone calzón ni mucho menos pantiprotectores, dejando que se vea muy gráficamente el par de gajos jugosos de su coño. Las compañeras piensan que ella es vulgar, y yo también lo pienso, pero la verdad, yo no daría nada por nadie ahí, excepto por ella, si me dieran a elegir la vida de alguna de ellas, refinadas, o Karina, la vulgar, señalaría a esta última con el dedo y las demás morirían. Ella es de mal gusto, yo soy de mal gusto, no puedo sino adorarla.
Su andar es grácil, sin embargo, el toque de vulgaridad extraordinario lo hace ese triangulo, que hace suponer en la mente de los morbosos, dentro de los que me cuento, que entre esas piernas ha pasado un regimiento de vergas, y que nunca han podido, ni podrán, apagar el fuego inextinguible de Karina.
Karina no es como aquellas jovencitas sin forma que van a la bicicleta estática con el deseo de que se habrán de poner buenas gratis, sin esfuerzo, no, Karina debe toda su perfección a la genialidad genética de sus padres y a su disciplina personal y voluntad férrea. Ella esculpe su cuerpo y lo mantiene perfecto y en forma a base de muchas horas de gimnasio. Yo soy muy aguerrido, y siempre intento dar mi mejor esfuerzo, y no soy cobarde, le entro a los retos, sin embargo, si alguien me deja mal parado, esa es Karina, pues todo lo hace perfecto, nunca se cansa, siempre coloca la bicicleta a los niveles de dificultad que se le indican, o mayores. No se hace pendeja, ni finge que se esfuerza, sino que se esfuerza de verdad y a tope. Yo intento dar buenas clases, pero siempre hay algo en lo que me canso y ella me aventaja con esa frescura como si nada estuviese ocurriendo. Si cogérmela dependiera de que le diera alcance en una bicicleta real, ya podría irme haciéndome a la idea de que ella no sería para mí. Ni sus nalgas benditas son capaces de motivarme a pedalear a su ritmo. Es una mujer poderosa. Ahora que llevo tanto hablando de ella descubro que la admiro profundamente. Lástima que sea tan cortante conmigo.
A lo largo del tiempo nos hemos acostumbrado a dos cosas, la primera, a que no puedo evitar verle el culo durante la clase, lo cual es algo que ella ya no sólo entiende, sino que incluso es probable que disfrute; y segundo, hemos tejido una rivalidad deportiva que ella siempre disfruta ganar. Durante las clases apenas y si nos saludamos, nos sonreímos, nos miramos en el espejo mientras hacemos nuestra rutina, y ella ya de plano busca ponerse delante de mi bicicleta para que me cueste menor esfuerzo hacer lo que mejor sé, pedalear y mirarle el enorme culo. Karina me provoca todo el tiempo y nunca me da espacio para nada. Si le pregunto algo me contesta con monosílabos, si, no, si, no, no, no, no, no, no, no, todo no.
Al final de las clases, cuando el maestro nos pide que estiremos las piernas y echemos el trasero para atrás, ella se curvea como una gata que se estira sobre una alfombra y echa para atrás sus nalgas, y las abre sin abrirlas, colocándomelas a un escaso metro de mi cara. Sabe que estoy imaginando que le mamo el coño, que le como las nalgas, que la tomo con mis manos de la cadera y la empalo violentamente. El maestro nos dice que inhalemos y exhalemos, ella inhala y jadea, inhala y gime. A una maestra le gusta terminar sus clases con la nada relajante canción de Natalia Lafurcade que dice "Un pato, se fue al estanque cua cua, para cantar bossa nova", o algo así de profundo. En esas veces Karina no sólo echa el culo hacia atrás para que lo vea bien, sino que, en un gesto infantil, lo mueve como si fuese una patita. ¡Cuá! ¡Cuá! Mi verga se me pone como una pierna más.
A veces creo que evita hablar porque sus dientes no están del todo derechos, habla como soplando muy bajo, como si no fuese necesario separar los labios más de cinco milímetros para comunicarse, desde luego esconde sus dientes chuecos y sus irregulares colmillos. Tonta, si supiera que me encanta su dentadura descompuesta, si supiera que odio las sonrisas de anuncio de pastas dentales, que me choca tanta armonía en los dientes, que prefiero ese toque caníbal que sólo dan los colmillos desobedientes. Las mujeres me gustan con algún toque fenomenal.
Creo que entre nosotros hay algo, una enemistad o rivalidad que exige mucha fidelidad y devoción. El colmo fue un día en que ella se montó en una bicicleta y esperó a que yo me colocara detrás de ella. Dejó que me ajustara los pedales y que comenzara a pedalear para cambiarse a una bicicleta aparentemente vacía (ella la había apartado previamente) que estaba detrás de mí. Esa noche ella meditó en mis nalgas. Nos vimos al espejo toda la clase, ella mirando mi culo y haciendo gestos, sacando la lengua en fingido cansancio, ¿Y yo? Recibiendo una sopa de mi propio chocolate. No me importa que ella haya querido jugarme esa mala pasada, pues me basta con que quiera jugarme lo que ella desee.
La historia verdaderamente comienza durante una clase. El maestro, que se llama Jimeno pero todos le dicen Jim, es gay confeso y abierto, tiene un físico impresionante y todas sus alumnas piensan exactamente lo mismo: "Lástima de cuero". Esa noche compartió clase con Fanny, una maestra que está archibuena, que usa micrófono para decir sus instrucciones y que ha hecho suya la causa de Karina de joderme, y juntas me hacen pagar el pecado de ser hombre, por cierto, es la maestra de la canción del pato. Esa noche hicieron prueba de sudoración. Va uno y se desnuda. Se pesa. Sucede la clase. Tomas líquidos. Al final te vuelves a pesar. Debes pesar menos por todo lo que sudaste, luego se le resta lo que bebiste. Si sudaste más de lo que bebiste hay algún tipo de deshidratación. El caso es que la clase es bien ruda para que sudes como cerdo. Todo eso me quedaba claro. Lo que no me quedaba claro era la permanencia de un cabrón que vestía de manera estrafalaria. Se paró frente a los treinta alumnos que éramos y nos miró detenidamente. Al final de cuentas se concentró solamente en Karina y en mi. Al final de la clase el maestro nos retuvo a Karina y a mí.
-Miren, quiero presentarles a Gaudee. ¿Han oído hablar de él?
-No.- dije yo. Karina negó con la cabeza mientras se secaba el sudor con una toalla.
-Bueno, él es...
-Déjame presentarme yo mismo. Soy cineasta. He hecho algunos cortometrajes que probablemente hayan visto en alguna recopilación de CONACULTA. El más famoso es uno que se llama "Gota".
-Creo que sí lo vi, trata de... intenté participar.
-No quiero interrumpirte pero sé de qué trata. El chiste es que he sido merecedor de una beca para realizar un documental artístico que trate el tema de la guerra de los sexos. Mi concepción de lo que quiero hacer requiere de dos participantes, hombre y mujer, y preciso que no sean actores, sino gente común y corriente. Los veo a ustedes dos y pienso que son perfectos para lo que quiero. Una pregunta, ¿Son amigos?.
-No sé... dije estúpidamente.
-No. dijo Karina con seguridad, haciendo ver lo estúpido de mi titubeo.
-¿Novios?
-Mucho menos. Dijo ella.
-Bien. Quiero saber si desean colaborar con mi proyecto. No me pregunten si habrá un pago o no, lo habrá si queda bien, habrá participación para ustedes si tiene éxito. Si pasa desapercibido será malo para mí, y para ustedes. ¿Qué dicen?.
Karina y yo guardamos silencio. Él metió presión con una tentación lanzada muy ligeramente:
-Puede que sea el inicio de una carrera artística ¿Quién lo sabe?
Karina y yo contestamos.
-Sí.
-Está bien.
-Vengan el domingo a las ocho de la noche, vestidos como vienen ahora, con su ropa normal. Puede ser lo mismo que traen puesto en este instante. Vénganse iguales o casi iguales. Tendré todo listo. Tengan el guión.
El guión era una mamada. Decía:
"PERSONAJES:
HOMBRE: Hombre de capacidad media, con valores machistas visibles y ademanes que lo hagan notorio. De preferencia que sostenga mucho diálogo interno durante la disciplina elegida. Imprescindible que su virilidad esté probada.
MUJER: Mujer fuerte, con rasgos femeninos muy marcados, notoriamente superior, en la disciplina que se elija, al HOMBRE, elegido.
CONTEXTO ARGUMENTAL
Alguna vez me tocó ver en la televisión una entrevista que Adal Ramones hizo a Carmen Aristegüi. La pregunta que le hicieron a Carmen con motivo de la guerra de los sexos me pareció inteligente, le preguntaron: Se habla mucho de los grandes adelantos de la mujer en toda serie de campos, laboral, social, político, y se dice que algún día se logrará la igualdad, ¿Cuándo sabrán las mujeres que esa igualdad de la cual tanto se habla ya llegó? .
Carmen contestó de forma inmediata, casi instintiva: Lo sabremos cuando preguntas como ésta sean ya innecesarias, cuando la diferencia no sea siquiera un tema .
Más claro no puede estar.
Si bien, marcar la diferencia colabora con la diferencia misma, no será escudándonos en esa paradoja que llegaremos más rápido a ese punto de igualdad que se declara como deseado. Mientras la diferencia esté tan profundamente arraigada en nuestra educación, costumbres, tradiciones y aficiones, habrá que relacionarse uno con el tema.
Pepe Rodríguez expone en su libro "Dios Nació Mujer" una teoría que sostiene que el origen de la discriminación de la mujer es mucho más antiguo de lo que suponemos. Él investiga en los registros de antropología y deduce que en los inicios de la humanidad Dios habría de haber sido mujer dado que todas sus bondades tenían qué ver con aspectos meramente femeninos (la fertilidad de la tierra, la gestación de la vida, etc.) Eran tiempos en que las comunidades eran nómadas y dependían de que la naturaleza fuese fértil, que diera frutos.
En este libro, explica el autor que muchos de los grandes avances de la humanidad tuvieron que tener origen en aquellas pequeñas cuevas en las que las mujeres se quedaban para proteger a los hijos, y no en el mundo siempre errante donde estaba el hombre buscando alimento o cazando. Fue en las cuevas donde se gestó el lenguaje, fue esperando a que el hombre regresara de la cacería que una mujer anónima pero importantísima pudo observar el fenómeno de una semilla que germina, descubriendo la agricultura.
Con esos dos avances, lenguaje y agricultura, las comunidades pudieron darse el lujo de permanecer quietos en un solo lugar, regularmente junto a ríos. La humanidad se hizo entonces sedentaria, las comunidades comenzaron a crecer en número. Por esos años, las cualidades del hombre, otrora prescindibles, comenzaron a tomar relevancia, no sólo porque su fuerza era adecuada para trabajar la tierra, sino que, en medida que las comunidades comenzaron a tener excedentes en sus cosechas, nació el concepto de riqueza (comunidades que tenían muchos más granos y frutas que las que podían consumir, o que controlaban tierras más fértiles) y con el concepto de riqueza nació otro concepto más complejo: la guerra.
Este cambio en la forma de vivir, de nómadas a sedentarios, el nacimiento de la riqueza y de la guerra, propició que los pueblos posaran su vista en las cualidades masculinas. Toda la visión religiosa se transformó, y la humanidad, en vez de adorar la fertilidad de Dios o sus cualidades creativas y de bonanza, comenzaron a adorar sus cualidades de poder, fuerza, vengatividad y castigo. A Dios le salió un pene castigador.
Las reglas cambiaron, el hombre tuvo que empezar a "proteger" a la mujer, como si fuera una pertenencia de la tribu.
Lo anterior es solo una teoría, no pretende criticar a ningún credo, pues de hecho, estos sucesos ocurrieron miles de años antes de que el hombre tuviera la complejidad de lenguaje que muestra cualquiera de los libros sagrados, aun el más antiguo. Desde allá datan las raíces de la discriminación.
Sin prejuzgar el hecho de que aquella discriminación hubiera sido necesaria en la era más primitiva, lo cierto es que las condiciones que sustentaban este orden de las cosas no prevalecen actualmente, por lo tanto la discriminación debería estar agonizando, pero no es así, goza de una salud extraordinaria.
En medida que el hombre no reconozca el verdadero valor de la mujer, él se lo pierde; en medida que la mujer diseñe su desarrollo en comparación del hombre y no en el cultivo de sus atributos inherentes, levanta su propio muro.
ESCENA 1.
El HOMBRE y la MUJER realizan la disciplina elegida, siendo ellos mismos. Cuando terminen se les da la instrucción sorpresa y se observa qué pasa.
FIN"
Es el peor guión que me ha tocado leer. ¿Exactamente qué voy a hacer? ¿Ser yo mismo? Vamos, no sé cómo hacer eso.
¡Qué mamada! Al menos sé que el buenazo del director cree que soy un hombre de capacidad media con valores machistas visibles y ademanes que lo hacen notorio. Al menos sé que piensa que sostengo mucho diálogo interno durante mis clases de spinning y que mi virilidad es probada, cualquiera que sea el significado de esto último (¿No querrá que otro cabrón me empale para luego decidir si soy machito o no, lo que me convertiría en lo que el pueblo llama "macho calado"?¿Será esa la misteriosísima instrucción sorpresa?).
Sin saber estaba ya formando parte de un acontecimiento futuro.
El domingo llegué a la cita programada. Llevaba unos pantaloncillos cortos de color plata, en una tela de acabado metálico y brillante que realza el bulto que se me hace en el pene. Una playera negra sin mangas de Lob Sport que se me ajusta muy bien. Pensé en comprarme unos tenis, y lo hubiera hecho si supiera que me iba a inmortalizar con mis viejos tenis Addidas de color azul y gastados de la punta. Otro detalle, no encontré un solo par limpio de calcetas, así que me puse dos calcetas que no combinan. Me colgué al cuello un collar hecho de fibra de cannabis, con cuentas de madera y un par de bolas de latón, más una piedrita de ámbar al centro. Era mi collar de spinning, ese que se empapa de sudor cada vez que voy y que luego dejo secar al sol para que no se apeste. El calzón era normal, de color negro y de marca Alfani, que ha de ser mexicana pero se hace pasar por italiana (con ese nombre). Son calzones muy cómodos, sostienen bien el paquete y no aprietan demasiado.
Me pusieron a esperar en una salita de estar. Llegó Karina. Traía una blusa que se le pegaba al pecho, rosa con imágenes de Hello Kitty muy escotada, cuyo borde inferior le llegaría apenas a las costillas. Llevaba unos pantalones deportivos muy holgados, nada que ver a lo que me tenía acostumbrado. Me pregunté si el director no le echaría en cara ese detalle luego de haberle advertido que se fuese igual o casi igual, es decir, con pantalones ajustados. Lo que nunca, llegó y nos estrechamos la mano y hasta nos saludamos de beso. Me sonrió, pero no platicamos más, se sentó impaciente a esperar que nos llamaran. Llevaba una cola muy mona en el cabello, se había hecho un alaciado. Su maquillaje era perfecto, como siempre.
El silencio era sepulcral en aquella salita. Me sentí mal. Ella me caía bien y al parecer nuestra rivalidad era insalvable. Al parecer no bastaba con que ella me cayera bien, sino que faltaba que yo le cayera bien a ella, de hecho, ella era mucho más amable con el resto de la clase que conmigo. Me armé de desenfado y le dije:
-¿Qué te he hecho?
Ella me miró. No supe interpretar su mirada, era seca pero conmovida, de despecho disfrazado de indiferencia, de pregunta, de expectativa. Su mirada, la mirada suya que abrazo en mi pecho es esa. Si me iba a contestar es algo que no sé porque entró el director y dijo:
-Ya está todo listo. Van a pasar a la siguiente salita y afinarán lo que tengan qué afinar de sus trajes. A partir de ahí todo y cuanto hagan será filmado. Hemos colocado cámaras muy poderosas en distintos ángulos del lugar, no se esfuercen por buscarlas, y sobre todo, les voy a pedir que por nada del mundo coqueteen con la cámara, pues la idea es que ustedes realicen su rutina sin pensar en las cámaras. Por las bocinas escucharán la voz de Jim, que es quien les dará las indicaciones, será como una clase normal, sólo que esta durará cerca de una hora con veinte de esfuerzo constante. También les voy a pedir que me dejen aquí las toallas con que se secan el sudor. Jim pondrá la música. Ya que lleguen a la sala de bicicletas se darán cuenta que las ventanas han sido cubiertas cuidadosamente con fondos blancos, ello se debe a que han sido transformadas en pantallas, en ellas se proyectarán distintas imágenes, algunas serán de buen gusto y otras no; si quieren ignorarlas, miren el espejo frente a ustedes, en él podrán mirarse a los ojos, a los suyos o a los del otro, como gusten. Viendo el espejo verán también las imágenes que sean proyectadas a sus espaldas. Una camarita estará girando automáticamente durante la rutina. Todo se filmará en tiempo real, si alguien desfallece, se desmaya, se lesiona, flojea, se detiene, o cualquier cosa, así se filmará. ¿Alguna pregunta?
Negamos con la cabeza. Con una seña nos dijo que entonces deberíamos de pasar a la otra salita para que comenzara la filmación. Me sorprendió que no le dijera nada a Karina, quien no llevaba pantalón ajustado y a la cadera, sino un pantalón holgado que le cubría hasta el ombligo.
Entramos a la salita previa, que había sido modificada para hacer las veces de un vestidor. Con una pequeña y austera banca en medio y unos cinco casilleros. El foco era muy poderoso. Esa evidente que se buscaba una buena iluminación. Nos adentramos con cara de incertidumbre, con cara de no saber en qué estábamos participando. Dejé mi toalla en un casillero, me quité el reloj. Estuve listo bien pronto.
Karina llegó y delante de mis narices se despojó de los pantalones deportivos. Debí suponer que ella me tendría preparada una trampa como ésta. Con razón Gaudee no le había recriminado nada. Karina quedó con un pantalón corto, como un boxer ajustadísimo, de color rosa claro, muy femenino, que de la parte trasera quedaba a la cadera y por la delantera hacía una especie de "V" que acercaba la cinturilla de la prenda a los primeros vellos de su pubis.
No necesito decirles cómo se veían aquel par de nalgas maravillosas en aquellos calzones deportivos. Toda la magnificencia de su forma se revelaba de una manera poderosísima. Su triángulo de debajo del coño era un verdadero sueño. Entre el arco de sus piernas hubiese cabido holgadamente mi brazo, y yo fantaseaba con ponerle la mano completa en el coño y cargarla de ahí. Ella llevaba un protector que le daba una formilla cóncava a su coño. Yo podía casi oler aquel coño sólo de tenerlo frente a mi. Y cuando la vi caminar enfundada en aquellos calzoncitos mi verga se puso indefectiblemente tiesa. Había dicho que los pantalones cortos brillantes que yo llevaba eran de lo más indiscretos y que cualquier alteración en mi verga se notaría instantáneamente, pues bueno, no fue distinto a como lo supuse, la verga se puso dura y grande, y sacudió la tela plateada de mi pantaloncillo.
Las cámaras han de haber registrado mi mirada incrédula, rendida, devota, y mi erección. El documental apenas empezaba y ya era una comedia. Si lo que el director quería mostrar era la muerte de toda postura civilizada ante un par de nalgas, sin duda lo consiguió muy bien. Me quedé mudo, paralizado, inmóvil. Viendo la elegancia de aquellos cojines redondos que se movían con lentitud, tensándose, cayendo, alzándose, temblando firmes, pensaba. ¿Cómo le hizo Dios para que en nuestro instinto reconozcamos que bueno es esto? ¿Cómo intuye el hombre lo que es un buen culo, un culazo?
Entramos al área de bicicletas. No había más que dos bicicletas. Una rosa, que supongo era la de Karina, y una azul, la mía. El resto de bicicletas había sido retirado. No sé si fue hecho a propósito, pero tanto la bicicleta de Karina como la mía estaban muy mal ajustadas, con el asiento bajo, los manubrios altos, a forma que había que ajustarlos. Las perillas de ajuste estaban durísimas. Empecé a sudar. Se estaba filmando que yo no podía desatorar las perillas. Putas perillas estaban enraizadas con algún tipo de pegamento. No importa qué postura agarre uno, nunca se tiene estilo cuando se lidia con perillas más fuertes que tú. Por fin desatoré las mías. Me senté en mi bicicleta, aliviado de haberlo podido lograr, y al segundo caí en cuenta de mi falta de caballerosidad, pues Karina no podía desatorar sus perillas. Pedí disculpas y me ofrecí a ayudarle. Ella, que no quería mi compasión, tuvo que aceptar de mala gana que le ayudara con las perillas. No comenzábamos a pedalear cuando ya teníamos la frente algo húmeda. Nos dimos cuenta que la falta de toallas había sido una jugarreta muy sucia por parte del director. Íbamos a sudar como hipopótamos. Instintivamente abrimos nuestras bebidas y pegamos un trago. Nos refrescamos.
Ese detalle de las perillas en realidad nos acercó de alguna manera, y no fue exactamente la ayuda, sino saber que éramos presas de la misma trampa, que las toallas nos harían falta a los dos. Ni ella ni yo hablaríamos en un buen rato, sólo se escuchaba la voz de Jim y la música que él ponía.
La clase empezó con una albureada de Jim, una que es muy trillada en las clases y que creo, él pensó que era justo meterla en este experimento, para inmortalizar la ocurrencia. Abrió la clase diciendo.
- Se sientan. Se preparan para su rutina. ¿La quieren bien dura?
Karina contestó como suelen contestar todas cada vez que Jim lanza ese chiste:
Siiii!
Yo no dije nada, pero musite para mi mismo " No mames ".
Las instrucciones serían las de siempre. La bicicleta tiene cinco velocidades de dureza, la cero es nada de resistencia, es decir, como si pedaleáramos en la nada, uno es prácticamente nada, dos es apenas algo de resistencia, tres es plano, la resistencia que daría el pedalear en una superficie completamente horizontal, cuatro ya es un pedal más duro, como si comenzáramos una subida, y cinco es ya un nivel fuerte de abatir, la resistencia que daría una bicicleta normal si fuese de subida. Podíamos pedalear sentados, que es más descansado si se trata de un arranque de velocidad, pero insoportablemente duro si estás en cinco, en subida; parado, que es regularmente difícil porque lidias con tu peso, pero preferible si vas en subida. El torso puede ser elevado o agachado, echado hacia delante o hacia atrás. Las manos pueden ir en primera, es decir, juntas y flexionadas en el centro del manubrio, segunda, que es con manos abiertas, segunda salvaje, lo mismo pero agarrado del lado externo del manubrio, y tercera, sujeto de la parte delantera de los manubrios.
-Vamos a comenzar. Estiran sus brazos. Atrás. Pedalean suavemente. Brazos al frente. Brazos a un lado. Giran hombros hacia delante. Hacia atrás. Colocan sus manos en primera y pedalean fuerte. Ánimo. Cuesta esfuerzo.
En las bocinas comenzó a sonar una canción cuya letra decía "Eres un hombre ajeno, y no te puedes tocar", repetido incansablemente. Empecé a hacer caras. Empecé por censurar la espantosa gramática de la letra de la canción, pasando por la sinfonía empalagosa que contenía y las suposiciones de que el marido de trato era un onanista, para terminar pensando que la putita que cantaba ya hasta le había dado las nalgas al hombre casado al que le cantaba y que ello no había tenido el mayor problema de escrúpulos, y que la esposa sin duda tendría lo suyo, y etc. etc. etc. etc. Lo malo es que mi cara refleja cualquier cosa que estoy pensando, como un libro abierto.
Es sorprendente la cantidad de cosas que mascullo mientras estoy en mi clase de spinning. La mitad de cosas que digo entre dientes las dedico a alabar las nalgas de Karina, y la otra mitad son maldiciones, reniegos, ironías. Cuando comenzó la canción mascullé " Pinche canción tan más maricona ", pero me reí y seguí pedaleando. Quise guardar la calma, no quise echar por la borda toda mi energía para quedar hecho una piltrafa al final.
Miraba al espejo y a cada pedaleo las tetitas de Karina saltaban divinamente. Su cara era lejana, disciplinada, concentrada en lo que hace. Encima del espejo, un enorme reloj que te recuerda lo mucho que aun falta. Pasaron cinco minutos y yo ya me estaba comenzando a sentir un poco agotado.
-Arriba en segunda. Vamos. Bajan el torso a un tiempo, luego rápido. Quiero ver bien contraído ese abdomen. Debe doler el abdomen, si no duele no baja.
En las pantallas de los lados nos habían comenzado a proyectar dunas de arena, como si fuésemos pedaleando en el desierto. En la pantalla trasera se proyectaban escenas de amor de películas clásicas. Miradas que terminan en besos. Karina y yo viendo el espejo, yo viéndola a ella, ella viéndose a sí misma.
Bien pronto se comenzó a adivinar quien de los dos era más fuerte. Karina pedaleaba al ritmo que le decían, mientras que yo mascullaba cosas, cantaba las canciones mariconas, negaba la nada con la cabeza. Fue hasta la media hora de pedalear que se nos permitió tomar a nuestras bebidas (probablemente Gatorade estaba detrás de esta beca cinematográfica). Jim estaba desatado, proponiéndonos combinaciones de ejercicio muy exigentes, regodeándose en sus bromas y en sus instrucciones. Ya estábamos sudando a chorros tanto Karina como yo. Mi sudor iba a parar a mis manos, y sentía el calor de las gotas como lluvia ácida. Karina se limpiaba su propio sudor y en ocasiones lo retiraba tan violentamente de su cuello que me alcanzaba a salpicar la cara. Curiosamente yo recibía aquello como un beso extraño.
Con Karina comenzó a ocurrir algo desagradable, su maquillaje comenzó a ceder. Pese a que ella se llevaba el antebrazo a la frente y retiraba de un jalón las gotas de sudor, no podía deshacerse a tiempo de todas ellas, así que unas u otras atacaban su siempre impecable maquillaje. Eso no era en sí el problema. El verdadero problema era que ella estaba comenzando a sentir miedo acerca de cómo se vería al concluir la rutina, pues apenas habíamos avanzado treinta minutos de los ochenta prometidos. Su mirada era una promesa de pánico.
Si durante la primera media hora los paisajes habían sido naturales, durante la segunda media hora cambiaron de matiz. Comenzaron escenas de velocidad motora, de violencia, de noticieros. De vez en vez intercalaban escenas de mujeres desnudas que se bañaban en una cascada, justo como querríamos estar ahora, debajo de una cascada recibiendo la frescura del agua. Luego hombres desnudos chapoteando en un río. Luego las mujeres de la pantalla se comenzaban a masturbar, y luego los hombres. Karina y yo nos mirábamos, preguntándonos quizá las mismas cosas.
Yo sentía el pedalear de Karina a mi lado, sentía sus piernas, sus nalgas, adivinaba su temperatura y su dureza, intentaba seguir su ritmo, intentaba que mi respiración fuese a la par suyo, mis latidos a la par suyo, pero no le daba alcance. Cuando logro copiarla me siento fantástico porque, por segundos, creo saber lo que está sintiendo.
Comencé a menearme para todos lados, a hacer más y más caras, a mascullar más cosas. Cada instrucción que se daba era recibida por mí con una mentada de madre o una maledicencia, con mi cabeza diciendo que no, con caras que hablan de esfuerzo sobrehumano. Volteaba de vez en cuando a ver a Karina, su rostro ya no era de porcelana, por el contrario, su cutis tenía toda serie de imperfecciones, pequeños hoyitos de una adolescencia muy castigada en la piel, fantasmas de acné y varicela. Ella me sorprendió viéndola y me clavó los ojos, como retándome. Con mis cejas le dije "me gustas más así". No sé si lo entendió. En su cara había furia, su condición física no amainaba un solo segundo. Debajo de sus ojos tenía unas ojeras cuyo misterio me invadió completamente. Ese rasgo suyo nunca se ve, siempre está oculto tras el maquillaje.
-Vamos por la subida. Los quiero cansados, no agotados. Tienen que doler esas nalgas y ese abdomen. Más, más. Calienten ese disco. Es subida, tiene que doler, sigan el paso de la música, dejen que ella los lleve. Voy a quitar el reloj, ya no es útil.
Yo me encontraba cerca de estar exhausto. La ausencia del reloj impedía siquiera calcular cuánto castigo faltaba. Mis piernas me dolían y, en esta subida, comenzaron a temblar. Apretaba los dientes, seguía haciendo caras y mascullando, y cantando las canciones mariconas. Jim se había puesto ochentero y más gay que nunca por casi veinte minutos, pero para esta subida nos tenía deparada música de los Kumbia Kings, una mezcolanza de cumbia con raggeton muy lento, con un ritmo machacante que me pone histérico, sobre todo porque ya lo asocio con las subidas; el ritmo pesado y cadencioso es justamente lo que las piernas siguen, una marcha pesada y forzosa y dolorosamente cadenciosa. Cuando me está llevando la chingada de dolor, se escucha un gritillo característico de alguno de los Kumbia Kings que dice "Ajaaaaaa! Ajaaaaaa!". Yo mascullo " Chinga tu madre ", pero no sé ni a quien se la estoy mentando, si al Kumbia King, si a la bicicleta, si a Jim, si a mí mismo.
Durante el último cuarto de hora las pantallas se pusieron más intensas. En las tres comenzaron a proyectar pornografía dura. Tras de nosotros un par de cabrones empalaban a una pelirroja exquisita. A nuestra derecha, pegado a Karina, una mulata le daba una mamada a un actor muy vergudo. A nuestra izquierda un hombre le daba una mamada a una chica en coño y ano, y eventualmente le metía algún dedo. Tanto Karina como yo estábamos absolutamente desarrapados, molidos, sudados, aunque a ella no se le notaba. Por fin la rutina terminó. Jim nos dio muy pocas instrucciones para que nos relajáramos. Su instrucción siguiente, que sin duda era la instrucción sorpresa, nos dejó sin habla.
-Bien. Ahora tengan sexo.
Yo creo que cualquiera de las reacciones que hubiéramos podido tener estaría bien para los fines del director; si dijésemos ambos que no nuestras caras serían, sin duda, impagables; si ella dijera que no, mi cara sería impagable; si yo dijera que no, cosa imposible, ella pondría una cara de indignación asombrosa, por tanto impagable; si lo considerábamos una broma también sería interesante ver nuestras caras. Todo mi organismo decía que sí, que ojalá la instrucción final se cumpliera. Sin importarme la cara que hubiese podido poner a raíz de lo que Karina dijera, hice valer mi postura:
-Yo si quiero...
Al decírselo me le quedé viendo fijamente a su cara libre de trucos, a su rostro imperfecto, a sus pequeñas cicatrices, a su boca, a sus mejillas, sus arrugas, y sobre todo, a esa mirada lánguida que tenía, como si ya nada le importara. No fue sino hasta ese instante que me dí cuenta que mi indecencia era mucha, pues no sabía (lo vine a descubrir en ese instante) que sus ojos eran de un hermoso color café. De ser cierto mi teorema de que mi rostro expresa justo lo que estoy pensando ella debió entender algo más o menos así:
"Ya veo. Nadie te hizo caso hasta que te pusiste así de buena. Nadie creyó que tus dientes son hermosos, pero son hermosos, agudos y desordenados, absolutamente bellos. Por eso eres tan rejega, porque cada centímetro de tu éxito te lo has tenido que ganar con esfuerzo, nada te fue dado, todo te costó. ¿Pero sabes qué descubro ahora que se te ha corrido todo el maquillaje? Que detrás de esa bomba de humo está una mujer bien auténtica. Veo que has caído en tu propia paradoja, mi amor, primero querías que los hombres te quisieran por lo que eras, y no por tu físico, pero eso no pasó, nadie se acercó, todos te trataron como a la feita del mundo; luego te has puesto así de buena y si alguien se enamora de ese primor que eres ahora lo despreciarás por convenenciero, y le cobrarás la factura de los ciegos que no te supieron ver antes. Pon trampas, pero no a ti misma, pónmelas a mí, si gustas, las que quieras, pero no me digas que con el plan de antes te jodes y que con el actual también. Al parecer la única salida es que te pongas fea para que el amor sea bienvenido, pero no lo harás, no te dejarás caer. Luego estás jodida. ¿Pero sabes? Me da por ver tus ojos, esos que nunca había visto, y me dan ganas de adentrarme en ellos y reposar ahí, y provocarte la risa para verte los dientes, y hacer callar la tierra para escuchar como respiras, porque tengo derecho a no enamorarme a primera vista y un buen día descubrirte, de la nada. Que no es muy exacto. Desde que te vi no pienso en otra cosa que en tus caderas y en ese hueco que forman tus huesos debajo de tu pelvis. ¿Y tus nalgas? Son importantes, aunque tú creas que son la trampa perfecta de tu trampa; te juro que no me enamoraré de ti en nalgas ajenas. Yo no te conocí antes, no tuve ocasión de ignorarte. No te sientas mal con el interés, el interés es bueno y todos somos interesados, ¿Por qué habrías de renegar de que alguien quiera tus nalgas si tú eres tú y tu esfuerzo, tú y tus logros?¿Me darías la oportunidad de comenzar desde este punto? Si es así, te sorprenderás, lo prometo. He caído en cuenta que puedo ser tu compañero, por el tiempo que me lo permitas."
Tal vez sería mi cara suplicante, diciéndole todo esto, la que hizo que ella tomara la determinación de acabar con esto cumpliendo la orden sorpresa.
Estábamos ahí parados en medio de ambas bicicletas, en un espacio muy reducido. Ella se arrancó la blusa y la tiró por ahí, y por poco tumba la cámara giratoria. Sus pechos cayeron un poco, empapados de sudor, brillantes, con un bello color moreno claro. Sus pezones eran una aureola color café muy lisa y brillante. Unos pechos pequeños y algo estilizados. Y debajo, su bendito abdomen, igual de sudado y brilloso que el resto del cuerpo. Su calzón rosa se había tornado más oscuro. Estaba hecho agua y tal humedad revelaba lo que yo había supuesto tantas veces, una mata oscura de cabello rodeaba aquel pubis misericordioso.
Lo primero que hice fue sujetarle del cuello, rozarle con el pulgar su cutis, con tanta delicadeza a manera que entendiera que así como se veía, con su rostro lleno de marcas indelebles, me fascinaba, me gustaba, me enamoraba. Le di el más dulce beso que he dado, y sentí como sus labios eran carnosos y ricos. El sabor de su saliva me marcó para siempre. Su boca estaba ardiendo, ¿Cómo estaría el resto del cuerpo? Sin preámbulos nos comenzamos a comer la lengua con frenesí, pues no estábamos ahí en plan de novios, sino que queríamos hacernos el sexo. Mis piernas temblaban, no de cansancio, sino de ansiedad. Con mis manos le acariciaba el cuello y eso parecía volverla loca. No fue raro que comenzara a besarle la cara y el cuello. Ella cerró sus ojos, profundizando en su placer con una sonrisa quieta y lúdica. Su cabello estaba empapado. Mi lengua recogía el sabor salado de su cuello, sentía la piel tensa, las venas, los tendones, pero sobre todo, su pulso acelerado.
Mis manos bajaron y se posaron en la meta de todos mis deseos, en aquel par de nalgas duras que conocía ya de memoria. Cualquier cosa que hubiera podido imaginar no se comparaba con la sensación de tocarlas. Sus nalgas depositaron en mis manos una maldición muy extraña, la maldición de querer tocarlas cada día de mi vida, ya no digamos verlas, sino tocarlas así, como esa carne densa que la existencia a la palma de las manos. Ella se acomodó mejor donde estaba recargada, es decir, en la bicicleta, y la sensación de mi mano presionando su nalga y sentir cómo se movía el músculo suyo empotrado en su hueso y cubierto de piel y presionado por mi propia mano fue la locura.
-Estás viva... -Dije torpemente.
-Que bueno que te das cuenta.
Vaya. Había roto el silencio. Habló más allá de los monosílabos, y no sólo me dijo algo parecido a una oración, sino que sonrió, y me peló sus dientes, y al hacerlo sus ojos hicieron un aspavientos que enamora. Pensé que tal vez sólo estaba cachonda y quería sacar de este momento lo mejor, que no le gustaba yo en realidad, pero me avine a lo que sea. Si lo más malo que me puede pasar es hacerle el amor, ¿Dónde está la queja?. Quien cree que conoce a una mujer pero no ha recibido de ella una mirada enamorada, en realidad no la conoce. Su culo redondo y perfecto era nada comparado con la fogosa expresión de sus ojos, que eran lo opuesto, no lo expuesto, sino lo oculto; no lo poseíble, sino lo imposeíble, no la casa, sino su hermoso habitante. En el umbral de sus ojos estaba ella parada, invitándome a pasar y satisfacer todas mis hambres.
Me puse de rodillas. Ella seguía recargada en la bicicleta. Comencé a besarle el coño por encima del calzón rosa. Su olor me embriagó al instante. Olía a sexo y a sudor. Besarla era como besar el paño con el cual se hubiese secado el sudor una diosa. El sabor salado y dulce era maravilloso. Con mis manos sostenía sus redondeces. Ella, al contacto de mis labios y barbilla comenzaba a menear sus caderas. La cosa más espléndida que existe.
Recordé que el putón de Jim en una ocasión se había suspendido entre el brazo derecho del manubrio de una bicicleta y el brazo izquierdo del manubrio de otra bicicleta. Colocó su corva izquierda en el manubrio derecho y su corva derecha en el izquierdo, y quedó sostenido en el aire, como si las bicicletas fuesen un par de esclavos que lo llevan cargado para ensartarlo en la verga del amo de los tres. Esa vez que lo ví noté lo redondas que quedaban sus nalgas ahí flotando entre las dos bicicletas (que son muy pesadas y firmes, que pueden sostener así a una persona sin riesgo de volcarse) y lo único que se me ocurrió era poder ver, algún día, a Karina sentada de esa manera. Hoy era ese día. La coloqué frente al espejo y entre las dos bicicletas. Quise quitarle el calzón desde la espalda para que su coño me representara una sorpresa. Quitarle su calzón empapado de sudor y ver sus maravillosas nalgas ahí era conmovedor. La alcé con mis manos y sus piernas buscaron por sí solas el par de manubrios, lo que me hizo pensar que aquella vez que Jim se trepó entre las dos bicicletas, ella misma pensó que algún día quería yacer suspendida igual que él. Y una cosa es cierta, si se imaginó sobre los manubrios, colgando como Jim, forzosamente tuvo que imaginar que alguien la penetraba ingrávida. Bueno, ya habíamos coincidido en algo.
Me quedé detrás de ella unos segundos para grabar en mi mente, con líneas de fuego, el trazo y la imagen de cómo se veían aquel par de nalgas redondísimas, así colgando, tensas por el peso, abiertas, con el ano café oscuro al aire, con el tatuaje vivo, con los hoyuelos de encima de la pelvis, todo ahí, colgante.
Me paré frente de ella con los ojos cerrados, quería abrirlos de repente y retar mi capacidad de asombro. El olor fuerte a sexo y a sudor ya me hacía muchas promesas de lo que yo iba a encontrar, era como si de aquel coño brotara una mano de humo que concentrara todo el calor, olor y sabor del interior de Karina y me rozara sus dedos en mis fosas nasales, como si me acariciara la lengua, como si me diese reiki en las mejillas. Abrí los ojos y me topé con los gajos de una fruta madura, una fruta en su mejor momento, con labios hinchados, calientes, fragantes, un coño repleto de vello salvaje y nunca recortado.
Me puse de rodillas. Ella frente a mi, abierta de piernas, suspendida. Cayendo sobre su peso, cómoda, mostrando al viento su sexo abierto. Si mi cuerpo estaba caliente por el ejercicio, en este instante estaba yo derritiéndome. Ahí hincado abrí mis brazos y los coloqué en sus rodillas abiertas, y dirigí mi boca a su sexo.
En esa posición, con los brazos abiertos, y con la boca en aquel coño, yo era un crucificado y el sexo de Karina era la esponja con la que dan de beber un poco de agua al sentenciado, y mis labios estaban resecos hasta ese momento en que los mojé con aquella esponja y comencé a beber aquella agua de pozo y dulce que impedía que muriera de sed. Con los labios de su vulva bien abiertos me dedique a beberme todo su sudor y todos sus fluidos. El gusto era fuerte, fuerte como ella. Yo estaba sencillamente vuelto loco. Separé mis manos de los barrotes que eran sus piernas y seguí mamándole el coño, pero esta vez tocándole las nalgas, oprimiéndolas, magreándolas, rozándolas como con una pluma, sin dejar de lamer como lo haría un perro que limpia con su lengua una olla de caldo. Su coño se distendía en mis labios, haciéndose más grande, más caliente. Dios mío, su interior era incandescente. Ella me tomaba de la cabeza mientras yo la chupaba. Ella gemía divinamente.
No pude más. Me puse de pie, me arranqué el pantaloncillo corto y dejé a la vista mi dispuesta verga. Nunca la había visto tan alegre. Sin decir más le encajé la verga a Karina. Milímetro a milímetro su cuerpo mojaba y envolvía al mío. Su cueva estaba ardiendo, y se retraía sensible al paso de mi verga. Era tan rico estársela metiendo. Ella se doblaba de gozo, aunque poco podía hacer porque sus piernas estaban inmovilizadas. Pero no importa, suspendida así como ella estaba yo quedaba a muy buena altura para bombear con fuerza. Estaban tan abiertas las piernas y la posición era tan acrobática que el cilindreo no ofrecía la mejor de las fricciones, pero eso no era lo importante, lo importante es que la cargaba de sus nalgas, de esas nalgas soñadas, y que ella me tenía abrazado, pegando su pecho sudado y resbaloso en el mío, lo importante es que ya habíamos empezado a sudar de nuevo, lo importante es que ella ya estaba mordiendo mis labios con esos dientes caníbales que tiene, lo importante es que se daba cuenta de que la estaba besando en la boca y mirándole los ojos mientras se la estaba metiendo. Por un rato la estuve sosteniendo de las nalgas, con mi rostro a diez centímetros del suyo, mirándole las retinas, y bombeando con fuerza y ritmo entre sus caderas.
Si viniesen extraterrestres a hacer un documental de nuestras costumbres sexuales, me gustaría que nos tomaran de ejemplo a Karina y a mi, en esta posición.
La cargué en mis brazos para liberarla de aquel trapecio involuntario. Sus nalgas estaban durísimas. La recargué contra la pared y seguí penetrándola por más tiempo. Con su pierna me abrazó los muslos, como si bailáramos un tango sexual. Cuando pudo por fin bajar ambas piernas al suelo, se puso de rodillas, se colocó enfrente de mí y se echó a la boca mi verga. Primero la tragó completa, para que tentara el calor de su garganta, luego la engullía y deglutía con espasmos, a pasos. Con su lengua la mojaba y luego la tragaba otra vez. Con sus manos me magreaba las nalgas, que estaban resbalosas de tanto sudor.
-Tienes bonitas nalgas...
Me reí. La diosa de las nalgas diciéndome ese piropo a mi. Me volteó de cara a la pared y comenzó a morderme las nalgas, mordidas duras que sentía hasta lo más profundo de mi alma. Luego con la palma de su mano esculpía la forma de mi trasero para luego morderlo nuevamente. Con sus dedos me tocaba el ano, sin intención de encajarme sus manos, como si le dieran curiosidad sus comisuras, como si le diera morbo el calor de este arillo. Entre mordida y mordida me daba de nalgadas. Luego me volteó de nuevo y siguió mamándome la verga. Con sus manos me estiraba los testículos, como si quisiera arrancar una pera de un árbol. Su voracidad no tiene límites.
Me senté en el suelo y ella me montó. Comenzó a mover su pelvis como si bailara hawaiano. Yo permanecía ahí tendido, dejándome querer, y sin perder de vista el espejo de enfrente. Ver sus nalgas desde atrás, reflejadas, montándome, abriéndose y cerrándose a cada sentón, con su culito café asomándose furtivamente, con mi palo bien encajado debajo de ella, era una estampa por la cual valdría la pena morir. Estaba yo hipnotizado viendo aquella imagen. Mis manos no dejaban en paz su par de nalgas, pues siempre las tenían bien sujetas.
Acariciando sus nalgas me maravillaba de los cambios de temperatura que aun dentro de la misma nalga podía haber, pues en su cara externa la nalga estaba tibia, pero conforme las yemas de mis dedos se aproximaban a su ano, la temperatura de la nalga cambiaba haciéndose sorprendentemente más caliente. La piel tersa del la cara externa se hacía más fina rumbo al culo, y ya en el ano era una piel distinta, mojada por naturaleza, lisa como un látex orgánico. Yo seguía viendo en el espejo. Quise ver cómo se veía mi dedo medio metiéndose lentamente en su culo. Primero tenté el culo por los alrededores, y Karina, imaginando lo que seguía, comenzó a bufar de gozo. Cuando ataqué su culo con mi dedo ella en vez de retraer el culo como sintiéndose violada, echó el culo para atrás, para encajarse más fuertemente. Con mi dedo tocaba la cara interna de su culo y en el arillo interno sentía toda la presión que ejercía mi verga al meterse en su otra hendidura.
Al poco tiempo ya tenía yo dos dedos dentro de su culo, sintiendo a los costados de éstos, a lo largo de mis falanges, el sutil abrazo de su esfínter. Saqué el dedo medio de su cuerpo, quise sentir su anillo en mi dedo, como si estuviésemos en un altar y ella me estuviese colocando la alianza. Ella era la alianza, ella la sortija alrededor de mi dedo extasiado. Mi dedo medio volvió a las andadas. Por el coño la estaba yo penetrando durísimo, bombeando hacia arriba como una silla de montar puesta en un caballo bronco y esta silla tuviese una verga integrada, mientras que en el ano la toqueteaba. Ella estaba babeando, con los ojos bien cerrados, concentrada en todas las sensaciones que estaba recibiendo de la cintura hacia abajo. La besaba románticamente, pero en sus caderas la trataba con todo, menos con suavidad. Saqué mis dedos.
Ella se salió tantito de mi verga y la apuntó en dirección de su culo. Una vez bien acomodada la punta de mi verga, se dejó caer encima de mi cilindro. El calor de su ano era más fuerte que el de su vagina. Me comenzó a montar así. Yo la besaba en la boca, enamorado completamente de lo que estaba haciendo ella encima de mí. La invité a mirar el espejo. Hasta ella se sorprendió.
-¿A poco estoy así de nalgona?
-Claro que lo estás. ¿A qué atribuyes que me vuelvas tan loco?
-No sé, dime tú.
-A tus nalgas.
-¿A qué?
-A tus nalgas. Tus nalgotas. Estas nalgotas.
-Mira qué grotesco se ve cuando me metes tu palo. Mira cómo desaparece. Ahora está. Ahora no está.
-Me vas a matar de gozo...
-Nalguéame. Ponme las nalgas rojas.
-Toma. Toma.
Cambiamos de posición. Ella se puso en cuatro patas y yo seguí barrenándola por detrás. Ella estaba excitadísima tocándose el coño. Estábamos sudando la poca agua que nos quedaba. Ella comenzó a venirse, comenzó a regarse todita en sus dedos, y yo, de oír los ruiditos que estaba ella haciendo al regarse me puse tan caliente que sentí cómo una ola de semen comenzaba a romper todos los diques de mi contención, y así, como una ola espumosa, comencé a regarme dentro de ella. El semen fluyó, pero no sentí que fuese un semen espeso y denso, sino un semen caliente, un semen hervido, un abundante chorro de semen muy líquido y muy caliente que invadía las entrañas de Karina, quien contraía su agujero para no dejar nada por venir. Quedamos hechos un asco.
Ya que nos vestimos y ella estaba enfundada de nuevo en esos calzoncitos rosas que dejaban a la vista un coño recién cogido ¿Qué opinión podía yo tener de aquel triangulito suyo? Ya me había yo perdido en él y lo único que quería era perderme de nuevo.
La filmación terminó.
Lo que vino después fue sorpresivo.
El mundo consideró que la cinta "Spinning" era un clásico inmediato, una obra de arte. Todos se regodeaban en decir que la sensibilidad del director era extraordinaria, que su idea era genial, que había representado a la perfección la guerra de los sexos, los machistas lo adoraban, las feministas también, la música de la película y la película misma se vendía muy bien, y en el Festival de Cannes fue muy aplaudida. Además, esta cinta revivió el porno como cine comercial, los gimnasios se atiborraron de gente que quería practicar bicicleta estática y demás.
La pregunta seguía en el aire:
-¿Te sientes cool?
-No, no diría que cool sea la palabra. Creo que me siento Kitsch. Tal vez no tenga ningún mérito como ser humano, y puede que lo que he hecho sea de mal gusto, pero estoy de moda, y en el fondo todos quisieran que algo como lo que ven ahí les pase. No soy cool. Soy kitsch.
-Esta pregunta también es para Salvador. ¿Qué ocurrió después?
-Eso que te lo conteste Karina...
-Si. Mira. Lo que pasó después fue muy simple. Terminamos exhaustos, como comprenderás. Salvador me invitó a cenar. Propuso un restaurante excelente. Yo fui con él y lo conocí mejor. Al terminar la cena él estaba muy nervioso y me dijo "Sabes. No podría pasar un solo día de mi vida sin tocarte. Y eso, si no quisieras vivir conmigo, sería un problema." Y eso pasó. Me mudé a su casa esa misma noche.
-Esta pregunta es para Karina. Ya oímos eso de la cena y de la declaración de amor, pero... Con esas nalgas podrías tener a cualquier hombre del mundo, ¿Por qué elegir a Salvador?
-Te va a sonar raro, pero mis nalgas nadie las ha visto en realidad...
-Pero si todos hemos visto "Spinning".
-He ahí la diferencia. Tú crees que ves mis nalgas igual que él, pero créeme, te podrán llamar la atención, pero nadie en el mundo ha sido capaz de encontrar en mis nalgas lo que Salvador ha encontrado. Es una diferencia, quizá pequeña, pero importante para mí. Y aunque él se empeña en negarlo, ya que lo conozco bien puedo decir que él es muy cool, que él es lo cool. Más cool que tú, al menos.
Se oyen risas.
La única realidad, y es algo que la gente no repara, es que la película atrapó un momento muy especial entre Karina y yo, que nos veníamos deseando desde hace meses, que lo que están viendo ante las cámaras es una lucha de pasiones y de los sexos, pero ante todo, el encuentro de la olla de monedas al final del arcoíris, lo que se captó fue el momento en el que encontré a la mujer que quiero, el momento en que obtuve un cuerpo que me traía en rastras durante meses. Tal vez la genialidad de Gaudee fue captar que ahí había algo que contar, extraído de gente sin importancia que tiene, en sus necesidades más básicas, algo qué narrar. Tal vez sea aburrido escuchar de una pareja que se junta, que coge alegremente y simplemente se quiere, pero para mí eso es más que suficiente.
Tenemos propuestas para participar en novelas y ya hasta hemos salido en un par de infomerciales de aparatos de ejercicio. Hemos sabido sacar provecho a nuestra fama momentánea, que se acabará, supongo. No pudimos seguir nuestra vida normal. En mi trabajo de gerente nada parecía cambiar, y en el caso de ella tampoco, acaso le hacían fiesta sus compañeras de trabajo cada vez que yo iba a la estética por ella y le llevaba flores. Las amigas me hacían sentir como si yo le estuviese haciendo un favor, por ella tener cuarenta y yo treinta y tres, pero, ¡Por favor! Con esa lindura que es ella eso no es favor alguno, sino suerte mía. Todo cambió sin embargo cuando se proyectó por primera vez el documental. Nos empezaron a citar en una ciudad y otra para promocionarlo. Cuando el dueño de la compañía en que trabajo vio el documental me despidió de manera fulminante, bajo el argumento de que tanto exhibicionismo no era compatible con la industria del juguete, que era el ramo a que se dedicaba la empresa. Karina sí tuvo cambios. La estética se puso de moda y de plano ella abrió su propio espacio. Todas las mujeres de la ciudad querían peinarse con la chica que me mamaba la verga en un documental. De un día para otro todo el mundo sabía cómo era el coño de Karina y cómo mi verga. Luego fuimos a Cannes y tuvimos mucho éxito. Y aquí estamos, dando entrevistas.
Un sujeto nos hace una seña de que la firma de autógrafos debe terminar porque cerrarán el auditorio en el que estamos. Con toda delicadeza, como si se tratase de la danza más sublime de la tierra, me paro y me coloco detrás de Karina, con gentileza le retiro la silla. La cuido como lo que es, mi tesoro más preciado. Le doy un beso en la boca luego de ese gesto de caballerosidad. Se escuchan varios suspiros de algunas chicas a las que ese detalle les parece encantador. Llevo mi mano a las nalgas de Karina, apenas las rozo, pero ella sabe que no las aprieto porque estamos en público, pero que me gustaría hacerlo. Sus bordes están abiertos, sus huesos están abiertos. Su triángulo es más sublime que nunca. Si la vieras dirías que tiene veinte años. Luce radiante. Es una eternidad en construcción. Camina ella como el pato aquel de la canción. Un par de mujeres nos ven con deseos de buenaventura, con sus ojos nos dicen que somos un buen ejemplo de algo. Una mujer del público llora de ternura cuando llevo mi mano al abdomen de Karina y toco esa hermosa pelota que es nuestro hijo creciendo en ella. Para mí el mundo comenzó a ser redondo sobre su piel, toda ella es redondez, belleza. No me canso de verla, de sentirla. Si esto es ser kitsch, adelante, soy kitsch.