King Size
Dicen que el tamaño no importa, pero es falso, puede incluso cambiar tu vida.
King Size
Muchas veces me he preguntado cuales son las motivaciones o razones de ser gay, aunque creo que eso no es algo que se cambie con el tiempo, sino que uno lo es y punto. Como dice un gran amigo mío, se nace y no se hace. A día de hoy no lo tengo nada claro, pero creo que ha sido en gran medida influenciado por una imagen difícil de olvidar: La de mi amigo Kiko, una calurosa tarde de verano.
Debíamos tener entonces unas 16 ó 17 años. Nos gustaba ir al río a bañarnos en pelotas, disfrutar de las frías aguas, los chapuzones, las bromas, las risas entre amigos. Todo lo normal en esa ocasión, como la de hablar de las chicas, que si fulana está buena, que si la otra es una estrecha. Por eso creo que desde ese día me convertí, ya que hasta la fecha a mi me gustaban mogollón las tías o a lo mejor era lo que tenía que ser, no lo sé, francamente.
No recuerdo muy bien, pero alguien propuso hacernos una paja en plan competición, para ver quién lograba correrse antes. Todos reímos, pero el caso es que ninguno pusimos objeción. En aquella época, todo era pura competencia y nadie debía ser un remilgado. En principio, algo cortados, todos comenzamos con la labor de estimular nuestros respectivos miembros, hasta que vi algo que me impactó profundamente, algo realmente sorprendente: La polla de Kiko, que hasta entonces, en reposo, ya había conseguido superar la media nacional con creces, en ese momento se había convertido en un tamaño descomunal. Hubo un momento de silencio general, de incredulidad, de alucinación y después de risas, como era habitual.
Vaya el Kiko lo que se calza decía uno.
Vaya pollón, jajaja. decía otro.
Sin embargo yo no podía verle la gracia, sino la grandiosidad de una cosa que antes no había vivido ni pensado y que en ese mismo instante me tenía enamorado.
Siempre me había sentido orgulloso de mis 17 centímetros, creyéndome el rey de un grandioso pollón, pero lo de Kiko era fuera de lo común, superaba los 20 centímetros que sobresalía de sus, en ese momento, pequeños dedos. Era preciosa, una verga dura y recta, con un capullo sonrosado y brillante. La reina de todas las pollas.
No creo que pasaran dos minutos cuando fui yo el que ganó la competición, me corrí en abundantes chorros ante la atónita mirada de todos, que muchos quisieron achacar a mi habilidad pajera, pero todo fue fruto de la visión de aquella cosa que no podría calificar de otro modo como mi King Size.
Esa misma noche volví a pajearme en privado, pensando en Kiko y su gigantesca porra. A partir de ese mismo día dejé de pensar en las chicas y mi única obsesión era pensar en aquella preciosa polla, la que no se borraría jamás de mi memoria y por ende pasar a mirar a los tíos de otra manera. Así conocí a un montón de hombres que me enseñaron lo que era un mundo desconocido para mi, pero que cada día me iba gustando más y más hasta llegar a olvidarme por completo de las chicas, pero nunca de mi King Size.
Por cuestión de trabajo tuve que trasladarme de ciudad y estuve fuera un montón de años, perdiendo todo contacto con mi gente, mis amigos y por supuesto de Kiko. Naturalmente ninguno de ellos sabía de mi nueva condición homosexual, lo llevaba en absoluto secreto.
Creo que fue obra del destino, cuando casi diez años después, llamaron a mi puerta y cual fue mi sorpresa cuando me encontré al otro lado a mi amigo Kiko. Vaya sorpresa. Me explicó que andaba de paso y que alguien le había dado mi dirección. Nos dimos un abrazo y comenzamos a charlar recordando viejos tiempos. Que alegría me pude llevar, el soñado Kiko estaba ahora delante de mí.
Hablamos y bebimos bastante en aquel encuentro y creo que gracias a eso me envalentoné más que otras tantas veces que debía hacerlo y no pude.
Kiko ¿Te puedo pedir un favor?
Claro, faltaría más.
Podrías enseñarme la polla.
Kiko mostró una gran sorpresa, era evidente por su cara de susto, pero luego le intenté explicar que cuando le fui contando a la gente lo sucedido aquella tarde en el rio, diez años atrás, fui testigo de algo descomunal, que superaba los 20 centímetros, no me creían e incluso yo mismo pensaba que todo era producto de un sueño. Mi amigo sonrió por la ocurrencia, pero dijo que se mostraba ciertamente cortado por la situación. Evidentemente ya no éramos los críos de entonces, pero yo no podía resistir la tentación de volver a ver aquella maravilla del universo. Le propuse que ambos nos pajeáramos como aquel día, recordando nuestro momento, así todo resultaría más cómodo. Puse en la tele el canal porno y le convencí para despojarnos de la ropa. Hasta yo mismo me sentía cohibido teniendo desnudo a Kiko a mi lado en el sofá, en una imagen que tantas veces podía haber soñado. Tenía un cuerpo normal, nada del otro mundo, pero le coronaba una polla celestial y eso que no había llegado a su punto álgido.
Creo que las imágenes nos fueron estimulando al igual que las caricias sobre nuestros respectivos miembros. No tardé en alcanzar mi máxima erección y al rato fue impresionantemente Kiko.
Vaya polla, Kiko decía yo.
Bueno, tampoco es para tanto. contestaba él en un alarde de humildad.
Ambos continuábamos con la masturbación y no sé muy bien si por la situación, el alcohol o la peli porno de rubias oxigenadas chupa pollas, pero el caso es que se respiraba cachondeo a tope en la habitación. Y aun me atreví a ir más allá.
Kiko, ¿nos las medimos?
¿Cómo?
Sí, hombre, tengo que comparar, eso que tú tienes no es normal. Yo lo tengo que contar después.
Estaba nervioso buscando una regla en los cajones y no aparecía por ningún lado, removí todo intentando encontrarla y nada. Se me ocurrió entonces que podríamos hacerlo con los dedos, teniendo en cuenta que mi dedo índice tenía unos dos centímetros de anchura, fui contando sobre mi polla y llegué a un total, desde la base a la punta de 8 dedos, lo que me daba una medición aproximada de 16 o 17 cm. Kiko hizo lo propio, pero le dije que sus dedos no eran tan gordos como los míos y que me dejara sustituirlos con los míos.
Ese fue el momento clave, cuando Kiko no puso objeción a que mis manos tocasen aquello que tantas veces había anhelado, mi King Size de sueños, era entonces una realidad. Al principio no quise ser muy osado y empecé a colocar ligeramente mis dedos índice y corazón, comenzando por la base, mientras Kiko sujetaba esa enorme polla desde la punta. De entrada sabía que superaría mis ocho, pero aquello parecía no acabarse nunca. Dos, cuatro, seis, ocho, diez y once dedos llegaron a la cima de aquella majestuosidad. No sé si los cálculos eran correctos, pero si le poníamos dos centímetros a cada dedo, el saldo era de unos 22 centímetros. Increíble, pero cierto. Una pasada.
Kiko reía de mi cara de asombro, pero su rostro cambió por completo cuando me lancé a la piscina del todo. Me agarré a aquella polla de una forma casi involuntaria, pero tan deseada, que no importaba que mi amigo me partiera la nariz de un guantazo. Afortunadamente no lo hizo y mi mano se aferró a la dureza de aquella verga bestial, que empezó a pajearle lentamente, disfrutando de aquel momento único, placentero y genial.
Mi amigo no me miraba, seguía viendo en la pantalla de la televisión las escenas porno, mientras mis dedos parecían pegarse entre ellos por querer abarcar toda la longitud de semejante trozo de carne. Kiko seguía inmóvil, pero disfrutando de mis masajes, así que aun me armé de valor y ante una oportunidad como aquella, me lancé sobre el bocado más exquisito que pudiera soñar. Mi boca abarcó el capullo y comencé a bajar lentamente sobre esa verga, solo hasta la mitad, ya que llegaba la punta a mi garganta, volví a salir y seguí chupando y chupando la polla de mi amigo, lubricándola continuamente, sin que este dijera nada. Se limitaba a mirarme cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Que mamada tan rica le estaba haciendo y él debía estar disfrutando lo suyo.
Sin darle tiempo a reaccionar, saqué de mi boca su hermosa polla y me senté a horcajadas sobre él. Nuestras dos vergas quedaban unidas y entonces las comparaba una vez más quedando la mía en considerable desventaja. Acerqué mi boca a la de Kiko y este no pareció rechazarme en principio ni que nuestras pollas juguetonas jugaran cual espadachines. Nos morreamos con todas las ganas y las lenguas hicieron todo el trabajo de calentarnos tanto que ni siquiera sé como me había ubicado sobre la tranca de mi amigo y lentamente la fui introduciendo en mi culo que para ese momento se encontraba palpitante. Centímetro a centímetro se fue abriendo paso para llegar a empalarme por completo en la maravilla de las maravillas. Cabalgué frenéticamente sobre ella, mirando fijamente a los ojos de mi amigo que no decía nada, tan solo gemía y sudaba debajo de mí, mientras su poderosa polla se insertaba en lo más hondo de mí.
Kiko agarró mi polla y mientras yo seguía empalado en la suya, comenzó a pajearme y a besarme frenéticamente. Nunca podré olvidar aquel día, ni aquel momento, ni las tremendas corridas que nos dimos en el mejor polvo de mi vida. Jadeantes y llenos de placer nos miramos fijamente, como queriendo atravesarnos con la mirada.
No sé realmente si Kiko es gay, si alguna vez pensó en los tíos, pero ese día se dejó llevar, creo que la magia de su propia envergadura, una polla que nació para ser disfrutada, nos hizo el favor a los dos. Se vistió y sin mediar palabra desapareció, pero aquel día ninguno lo podremos olvidar, yo al menos, pues se cumplió mi sueño.
Sylke
(20 de junio de 2007)