Kido
Un profesor alterado
[Nota para el lector: esta serie está ligada con la saga "Por una Habitación". Puede leerse de forma independiente, no obstante. Si estás siguiendo la serie "Por una Habitación", lo único que hay que tener en cuenta es que lo que sucede en "Kido" sucede algunos años antes de la historia de Esther.
En mi cuenta de Twitter he dejado una guía de series para que no haya pérdida, de todas maneras (la dirección es @DarkSintagma). Adjunto aquí la guía también: https://twishort.com/uD9lc , en twitter se podrán consultar las actualizaciones de la misma conforme vaya cargando más capítulos.
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-Un profesor alterado-
La tiza cruzó como una bala el aire, silbando por encima de las cabezas de los alumnos que se sentaban en primera fila, y fue a estrellarse sonoramente contra la pared del fondo cuando el muchacho al que iba destinada se hizo a un lado para esquivarla.
Al señor Ballesta le llamaban “El loco” en el instituto donde Kido e Inti estudiaban. Y loco estaba, pero tenía buena puntería. Los alumnos sabían que asistir a su clase comportaba riesgos para la salud cuando el profesor estaba más “brotado”, pero aun así elegían entrar a su aula por la cantidad de aprobados estadísticos que Ballesta llevaba a sus espaldas. La fama de duro y exigente le precedía, igual que la fama de obtener buenos resultados en las pruebas de acceso a la universidad, y la de estar loco.
Kido tenía muy claro que prefería a ese profesor respecto a los demás, pero no se acostumbraba a esa manía que tenía de lanzar cosas a los alumnos. A pesar de que sabía que eso ocurría con cierta frecuencia, el corazón siempre le daba un salto hacia la boca cada vez que el señor Ballesta lo hacía; nunca estaba preparado. Le daba una rabia infinita llevarse esos sustos, ¿es que estaban en la época del castigo corporal? Por dios… el profesor parecía joven; Kido no sabía qué edad tenía pero estaba claro que no pasaba de los cuarenta, ¿por qué actuaba entonces como un viejo amargado? Realmente, si sus explicaciones sobre química y física no fueran tan condenadamente buenas, Kido no asistiría a su clase ni un día más…
¿O sí?
—Señor Katai, ¿podría decirme qué principio aplicar para resolver este problema?—el profesor clavó los ojos en Kido de pronto y le preguntó, señalando con el canto de la mano las anotaciones de la pizarra.
Afortunadamente, Kido solía atender.
—La dualidad onda-corpúsculo de De Broglie, profesor…--respondió inmediatamente.
Ballesta ladeó la cabeza como si no hubiera esperado aquella contestación.
—Bueno, ya veo que por lo menos atiende… deje de mirar a las musarañas y salga a resolverlo, haga el favor.
Kido se puso rojo. Ya le costaba mucho salir a la pizarra en general, con otros profesores, pero con Ballesta lo pasaba realmente mal. No era porque el profesor tuviera tendencia a ridiculizar a sus alumnos—eso lo hacía alguna vez, pero era poco frecuente y a Kido jamás le había pasado—sino más bien por algo que no se atrevía a explicarse aún. En realidad, era estar cerca de Ballesta, al alcance de sus ojos y de su voz afilada, sentir a su espalda la tensión de sus labios pegados en silencio, lo que le ponía tan nervioso. Maldición, si hasta le temblaban las rodillas…
Despacio, arrastró la silla hacia atrás y se encaminó hacia el encerado, mirando al suelo y con el corazón latiendo rápido y fuerte. Cogió una tiza de la gradilla con mano temblorosa y sin mirar al profesor garabateó apresuradamente números y signos: sabía cómo resolver el ejercicio—a decir verdad, acababa de solucionar el problema en su cuaderno-- y quería hacerlo cuanto antes.
El profesor se sentó sobre la mesa y cruzó los brazos, observando cómo Kido escribía rápidamente en la pizarra.
—Bien, muy bien. Exactamente—masculló cuando éste acabó y subrayó por fin el resultado final. Ballesta se levantó de la mesa y se colocó en el centro de la tarima dando la espalda al encerado—aprendan del señor Katai, eficiencia y concisión—añadió, dirigiéndose hacia el resto de la clase.
Que Ballesta lanzara cosas era algo horrible para Kido, pero que le pusiera de ejemplo era aún peor. ¿Por qué ese hombre no podía actuar como un profesor normal, alabándole sucintamente en caso de tener que hacerlo y enviándolo a su sitio sin más? Kido deseó desmaterializarse allí frente al encerado. El molesto halago, envenenado de cara al resto de la clase, le hizo querer desaparecer de allí con todas sus fuerzas.
—Siéntese, por favor—le indicó al fin el profesor, después de verter algún comentario más sobre la abulia del resto de alumnos—aunque me dan tentaciones de ponerle a usted a dar la clase en mi lugar, señor Katai, a ver si así se enteran sus compañeros de cómo hay que hacer las cosas.
Oh dios. ¿Por qué Ballesta siempre estaba cabreado? ¿Y por qué le estaba utilizando a él, en ese momento, para desahogar su cabreo y su frustración? A Kido le hubiera gustado volverse y decirle cuatro cosas, pero en lugar de eso caminó entre las hileras de mesas y volvió a ocupar su sitio, rechinando los dientes. Afortunadamente, poco después sonó el ansiado timbre que ponía fin al último tormento del día: la clase de química y física.
—Busquen algún hueco para estudiar entre borrachera y borrachera este fin de semana— soltó el profesor, recogiendo los papeles que tenía sobre la mesa para meterlos en su maletín—y si tienen alguna duda, estaré a su disposición el lunes en mi despacho, aprovéchenlo. El martes habrá un examen de lo dado hasta ahora, y la nota contará para la calificación final del trimestre.
Un murmullo de protesta generalizado se escuchó por encima del ruido que hacían los alumnos al levantarse para salir. A Kido no le sorprendió demasiado aquel giro de acontecimientos; en realidad no entendía muy bien porque sus compañeros malgastaban energías protestando. Conociendo a Ballesta—llevaba un trimestre entero padeciéndole —sabía que ya “estaba al caer” uno de sus fatídicos controles en los que se cargaba a más de la mitad de la clase. Suspiró, en cierta manera aliviado porque el evento al menos tuviera fecha, cogió sus cosas y se dirigió a la puerta del aula para salir.
—Enhorabuena, Señor Katai.
Kido se puso rígido. Estaba a punto de cruzar la puerta cuando escuchó la voz del profesor a sus espaldas. Se volvió, inseguro, como siempre incapaz de detectar si Ballesta le hablaba en serio o con ironía. El profesor no era pródigo en buenos comentarios de ese tipo así como así, ni tampoco resultaba accesible en el tú a tú. Sin embargo, al volverse, Kido se encontró con un gesto en la cara del profesor que no había visto hasta entonces.
—Había varias maneras de resolver el problema y usted lo ha hecho de manera brillante. Es agradable ver que hay al menos una persona en esta aula que aprovecha mis clases…
Ballesta dijo esto con cierto trabajo y sin la prepotencia habitual. A Kido le cogió por sorpresa la súbita humildad del profesor al felicitarle, aunque su argumento escondiera una vez más el coletazo de poner mal al resto de sus compañeros.
—Gra… gracias, Señor—se maldijo así mismo por tartamudear, ¿era estúpido o qué?
Ante su pasmo, Ballesta sonrió… o hizo algo parecido, torciendo un lado de la boca hacia arriba y levantando por un segundo el labio superior.
—No me dé las gracias y estudie—murmuró, oprimiéndole levemente el brazo—si tiene alguna duda, no vacile en preguntarme el lunes.
Kido retrocedió para zafarse del apretón, asintió y se alejó a trompicones, deseando salir del aula como si ésta fuera el mismísimo infierno. Sentía arder la zona de su brazo que el profesor había tocado, y se revolvió contra aquella sensación. Por dios, ¿Qué coño le pasaba? ¿Por qué esa persona tenía el poder de descolocarle de esa manera?
Definitivamente, nunca se había encontrado con un espécimen como Ballesta, jamás había tenido la desgracia en su vida de conocer a alguien como él (y menos mal, ya con uno le bastaba para volverse loco). Pero, aparte de eso, seguía sin entender qué era aquello que le turbaba tanto; seguía sin comprender por qué se enganchaba a aquel brillo en los ojos castaños del profesor cuando éstos abandonaban por un momento su habitual tono de cansancio, y se preguntaba qué habría realmente detrás de esa aura de desprecio por todo. Oh, sus ojos. ¿Es que acaso le gustaba mirarle? Oh, dios, pero en qué pensaba.
Enfadado consigo mismo salió al pasillo y buscó con la mirada a su medio-hermano. Era viernes, los dos salían a la misma hora del instituto y volvían juntos a casa, salvo que alguno se quedara estudiando en la biblioteca o jugando un partido en las canchas de baloncesto.
Inmediatamente reconoció entre la multitud de estudiantes que salían el llamativo cabello amarillo de su medio-hermano y se dirigió hacia él. Inti charlaba con su mejor amigo, Silver—“Melenas, el terror de las nenas”, solía llamarle Kido--, apoyado contra una columna en el pasillo. Junto a ellos estaba también Marcos, otro amigo de su medio hermano, este más normal externamente que Silver aunque Kido sabía de buena tinta que estaba como un cencerro.
Aliviado por verlos, trató de desprenderse del molesto recuerdo de lo que acababa de pasar y se encaminó hacia donde estaban.
—Hola…—saludó, sonriendo ampliamente. Conocía bien a los amigos de Inti, pasaba bastante tiempo con ellos y con su medio hermano, y se sentía a gusto en su compañía.
—Ey, Kido…
Inti saltó sobre él, agarrándose a la mochila que Kido llevaba a la espalda, y le revolvió el pelo con la mano. Tan solo era un año mayor que él, pero se comportaba siempre como si Kido fuera mucho más pequeño, aunque éste intuía que tal vez sólo lo hacía para chincharle. Era como si Inti siguiera anclado en los primeros años de su vida escolar, cuando acompañaba a Kido de la mano por el pasillo de párvulos hasta la puerta de su clase.
—¡Quita!—exclamó el agredido, apartándole. Bastante tenía ya con el apretón de Ballesta.
Lo cierto era que Kido detestaba profundamente ser tocado por que sí, pero con Inti no le importaba mucho. Era cierto que le molestaban ciertas muestras de afecto de “hermano mayor desfasado”, especialmente si eran públicas, pero en el fondo tenía que reconocer que le hacían cierta gracia. Y además, no recordaba haber sentido malestar al lado de Inti nunca, hiciera este lo que hiciera; al contrario, su presencia le hacía sentirse seguro desde que era muy pequeño. Realmente, a veces le parecía que su medio hermano sabía más cosas de él que él mismo; de hecho, Inti era su primera figura de confianza, su referencia, lo más parecido al padre que nunca conoció.
Al salir del instituto fueron a jugar un partido amistoso de baloncesto con la gente de segundo D, compañeros de la clase de Kido. Durante el partido él casi pudo olvidarse de la súbita invasión de su espacio por parte de Ballesta, el profesor loco, pero no lo consiguió por completo, hecho que continuó cabreándole.
Sus ojos iban alternativamente de Inti a la canasta, incapaz de seguir los movimientos del balón, preguntándose si hablarle a su medio hermano sobre lo que le ocurría o no. Pero, demonios, ¿cómo iba a hacerlo? Si ni siquiera él mismo podía poner palabras en su caos interior.
Al volver a casa se distrajo mirando una tienda de comics y se separó de Inti y de Silver. Al parecer, aquella noche el amigo melenudo de su hermano dormiría en casa… no era la primera vez. Tenía problemas con su viejo; Kido no sabía exactamente qué tipo de problemas pero podía imaginarlo, y por simple empatía le parecía estupendo que se quedara. Además, normalmente era divertido contar con su presencia: veía a Inti contento, realmente contento cuando Silver estaba allí, y solían aprovechar para hacer algo especial.
No estaba preparado para el susto que se llevó al poco tiempo de entrar en casa.
—Hola…--saludó. Oía voces y ruidos de platos en la cocina.
—Hola, Kido—le llegó la voz de Inti—tienes visita…
Kido se quedó con la boca abierta al llegar a la puerta de la cocina, con los ojos como platos, clavado en el suelo sin poder decir una palabra. Frente a él, sentado a la mesa junto a Silver, estaba ni más ni menos que “El Loco”.
¿¿Qué??
—Hola, señor Katai—sonrió Ballesta, apretando las mandíbulas como un depredador—no sabía cómo contactar con usted así que me permití pasar a verle, espero que no le haya molestado. Tengo algo que tal vez le interese.
Oh, joder. ¿Es que tenía que llamarle de usted también fuera del aula? Y, sobre todo, ¿Qué diablos hacía allí? ¿y por qué volvían a temblarle las piernas? Tuvo que apoyarse contra el arco de la puerta para que no se le notase, de pronto se sintió mareado.
—Hey, Kido—le saludó Silver-el-greñas. Su voz le llegó lejana, con un eco extraño—te has puesto pálido…
Apenas le dio tiempo a darse cuenta de que caía. Kido sintió un pequeño desvanecimiento, y lo siguiente que recordaba era el canto de la mesa de la cocina incrustándose en su frente.
—¡Kido!
Escuchó el grito de Inti flotar en la habitación, también desde muy lejos, y perdió el conocimiento.
Abrió los ojos en la sala de urgencias de un hospital, justo a tiempo para ver unos dedos enguantados que se cernían sobre él y le ponían un paño sobre la frente.
El paño estaba perforado en algún punto sobre su ojo, por encima de su ceja izquierda, un lugar que--dios santo—en ese momento le dolía como fuego. Sintió de golpe la humedad de la sangre rodando por su frente, y la tirantez de la piel bajo los chorretones secos, desde su sien hasta su cuello pasando por su mejilla.
Se había abierto la cabeza; se había caído hacia delante y se había abierto la jodida cabeza. Oh, dios.
Fue peor que el dolor de la frente el súbito recuerdo de la presencia de Ballesta en su casa. Se preguntó si estaría cerca, ahora que él estaba del todo vulnerable y no podía ver nada con ese paño tapándole los ojos. Se le encogió el estómago y respiró tan rápido que volvió a marearse. Jodido loco. ¿Por qué demonios le había dado por ir a su casa? Y... ¿por qué le había mirado así?
Movió las manos, para darle a entender a la persona que le atendía que estaba despierto. Le tenía un miedo legendario a los hospitales y sintió un ataque de pánico al ser consciente de donde estaba, de lo que significaba y de lo que seguramente pasaría a continuación.
Le llegó una voz femenina acompañada de un suave toque en su brazo izquierdo.
—Tranquilo, vamos a coserte…
Oh, no.
—¿Qué me ha pasado?—balbuceó Kido con voz ronca.
—Has perdido el conocimiento en tu casa y te has caído—respondió la voz de mujer— con la mala suerte de darte contra un pico, y te has hecho una brecha. No es muy larga, pero sí profunda… vamos a tener que darte algunos puntos. Tranquilo, no te dolerá…
Oh, sí. Sí le dolería. Le aterraban las agujas y todo lo que tenía que ver con ellas…
Pero no podía hacer nada. Simplemente cerró los ojos, apretó los puños y se dejó curar, tan tenso y duro como la superficie de la camilla sobre la que estaba tumbado.
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Cuando por fin la enfermera terminó de coserle, y para el alivio de Kido se apagó el foco que le apuntaba en plena frente con una molestísima luz blanca, ella le quitó el paño de los ojos.
Era una chica de unos treinta años, más agradable que guapa, de grandes ojos oscuros. Parecía simpática, y no le había hecho a Kido tanto daño como él temía.
—Te daré algo para el dolor—le sonrió—no te levantes todavía, quiero tomarte la tensión antes. ¿Quieres que haga pasar a tus familiares?
¿Familiares? Kido casi se rió.
—No es necesario que…--comenzó a decir, pero vio que la enfermera fruncía el ceño con gesto de extrañeza y modificó su respuesta—bueno... sí, claro. Gracias.
Ella asintió sonriendo y salió de la pequeña sala de curas. Kido escuchó claramente como pronunciaba su nombre en alto para llamar a quien quiera que estuviera en la sala de espera, acompañándole.
Esperaba ver a Inti, sin embargo fue Ballesta quien cruzó la puerta siguiendo a la enfermera. A Kido se le cortó la respiración. ¿Es que ese hombre no iba a dejarle tranquilo?
—¿Dónde está mi hermano?—le preguntó nada más verle, armándose de valor para enfrentarle la mirada.
“El Loco” no parecía darse cuenta de la incomodidad de Kido ni de lo inadecuado de su presencia, y si lo hacía le daba igual. Sonrió y se sentó al filo de la camilla, muy cerca de él.
—Ha ido a traer el coche—respondió—para estar cerca de la puerta cuando salgamos. Te han hecho una radiografía de la cabeza y un TAC; querían dejarte ingresado pero al final te han dado el alta con reposo absoluto y observación en casa durante veinticuatro horas—Ballesta carraspeó, tomó aire y su gesto se ensombreció—ya es mala suerte… menos mal que la exposición es el Domingo por la tarde.
¿La exposición? Kido no supo si se había vuelto tonto a causa del golpe en la cabeza, porque de pronto le parecía que no podía entender nada.
Antes de que pudiera preguntar, el profesor sacó de su bolsillo dos tarjetas alargadas que sostuvo ante sus ojos. Las tarjetas eran sencillas, de color azul cielo: eran dos entradas para una exposición de astronomía, pudo comprobar Kido. Observó que había algo escrito en ellas con rotulador grueso de color negro, difícil de pasar por alto; en una de las tarjetas se leía “Halley”, en la otra ponía “Sagan”.
—Es una invitación especial para un evento que espero desde hace tiempo. “Caminando entre estrellas”, se llama.
Vaya, estrellas. Interesante.
Ballesta le tendió a Kido la tarjeta en la que ponía “Sagan”.
—Esta entrada era para una persona que iba a acompañarme, pero finalmente no lo hará. Me daba pena tirarla, y pensé que tal vez a usted le gustaría. Creo que de mis alumnos es el único capaz de aprovechar esta oportunidad…
Se refería a “oportunidad científica”, pensó Kido. Claro.
Sin tenerlas todas consigo, terriblemente dolorido por la contusión y la brecha, aceptó la entrada que el profesor le tendía.
(continuará)