Kido-3-

Yo no soy gay (pero el tío que me gusta quizá sí)

Inti había tenido que salir del cuarto de baño. Su hermano se había ido encendiendo ante lo que él había dicho hasta ponerse fuera de sí, y le había terminado diciendo a gritos que quería estar solo. De hecho, al ver que Inti se mostraba reticente a irse, Kido había comenzado a arrojarle botes, esponjas y todo aquello que encontró a su alcance sin dejar de insultarle de manera absurda nombrando a la madre de ambos. Lo mismo que hubiera hecho El Loco (lanzar...), había pensado Inti. Qué ironía.

Se encaminó a la cocina: tenía que limpiar todo el desastre que se había formado con la caída de Kido, y quería hacerlo antes de que éste pudiera verlo. Su hermano tomaba una medicación anticoagulante desde que era muy pequeño y había sangre por todas partes, con razón el médico que le atendió había insistido en dejarle ingresado. Pero no era la primera vez que se encontraban en una tesitura como esa, e Inti sabía perfectamente la fobia que tenía su hermano a los hospitales por mucho que éste fingiera para que no se le notara. Desde luego, si podía evitarlo, prefería no hacer pasar a Kido por el trago de pernoctar en la sala de observación de urgencias.

Comenzó a recoger los restos de sangre pasando un trapo humedecido sobre los muebles. El paño se tiñó al poco tiempo de rojo intenso: la sangre de su hermano no solía quedarse marrón al secarse, sino de un color extraño, una especie de magenta oscuro. Inti lavó la bayeta bajo el grifo y agarró el rollo de papel absorbente para continuar limpiando. Tuvo que apartar las sillas y pasar la fregona por el suelo; incluso había manchas en la pared. No recordaba que Kido hubiera perdido tanta sangre… quizá había metido la pata al pedir al médico que le dejara ir a casa sin más. De cualquier manera, a pesar del hematoma que le bajaría hasta el ojo, la herida parecía bien cerrada; la gasa que la cubría había permanecido limpia en todo momento durante el trayecto de vuelta, a pesar de que Kido había hablado y se había movido, e incluso había reído.

Cerró los ojos con fuerza para alejar de sí aquello que más temía en el mundo. “No seas idiota” se dijo, enfadado consigo mismo “es sólo una brecha y un moratón, no le pasará nada”.

Terminó de recoger y llamó a Kido desde el pasillo, sin querer volver a irrumpir en el baño. Necesitaba saber que estaba bien.

—Si no salgo te va a dar un patatús, ¿verdad?

La voz de Kido sonaba muy cansada, pero Inti creyó advertir en ella una jocosa resignación que le relajó en cierta manera. Su hermano no estaba enfadado con él.

—¿Necesitas que te ayude?—le preguntó, respetando la barrera física de la puerta entornada.

—¡No, joder!

Inti escuchó cómo el agua se agitaba al salir su hermano de la bañera. Respiró aliviado cuando minutos después la puerta se abrió y pudo verle por fin la cara, comprobando que tenía buen color y que la gasa de la herida seguía limpia y en su sitio.

Kido observaba a su hermano desde la puerta del baño, tamborileando con los dedos sobre el marco, con una toalla enroscada a la cintura.

—¿Te importaría darte la vuelta mientras me visto?—le espetó, ceñudo.

—¿Qué? Ah, sí.

Inti se giró hacia el pasillo, dándole la espalda. Qué tontería, como si no hubiera visto desnudo a su hermano veces… en cualquier caso, no pensaba discutir.

—Te has pasado cinco pueblos —gruñía Kido detrás de él, poniéndose el chándal negro que usaba como pijama y que Inti le había preparado en el radiador del baño—no quiero volver a oír nada como lo que has dicho antes, ¿de acuerdo?

—De acueeerdooo…--replicó Inti, arrastrando las palabras.

—Pero lo digo de verdad, no me digas que sí como a los locos, Inti…

El aludido rio y negó con la cabeza.

—Eres un jodido petardo. ¿Puedo girarme ya?

—¡No!

La noche sin Silver, a expensas de los cuidados de Inti y sin nada que distrajera a éste, se le hizo eterna a Kido al menos hasta que finalmente cayó dormido. Su último pensamiento antes de cerrar los ojos, lamentablemente, fue para Ballesta. No quería mirar de cerca la expectativa que le aguardaba el domingo; le interesaba la astronomía y “Caminando entre estrellas” era un nombre más que sugerente… pero en aquel momento le pareció, al borde de caer en un pesado sueño, que prefería sencillamente morir a asistir a aquel evento con el profesor.

"Me han dicho que tengo que despertarte cada hora" recordaba vagamente que había dicho Inti, quien se había apostado en una silla junto a su cama como un centinela.

—Vete a tomar por culo…

Ojalá su hermano tuviera el sentido común de dejarle dormir, por lo menos.

Tras decir estas amables palabras Kido cayó rendido, vencido por el cansancio. Poco después respiraba profundamente e incluso roncaba a cada rato.

Inti sonrió, inclinándose sobre él una vez más para verificar el estado del apósito que cubría la herida. Al día siguiente levantaría la gasa y trataría de que Kido le dejara curar aquello. El hematoma no era tan grande como había pensado al principio, a pesar de que destacaba sobre la inflamación y ya se veía como su borde desdibujado comenzaba a extenderse hacia abajo.

Todo parecía haber quedado en un susto, afortunadamente. Su hermano estaba bien; seguía igual de mal de la cabeza que habitualmente, eso sí, pero fuera del cabreo que se había agarrado parecía ser el de siempre. El analgésico le había hecho algo de efecto, a pesar de que podía tomar muy poca cantidad, y no había vomitado. Sonriendo aliviado con la certeza de que por fin todo había quedado atado y “bien”, Inti configuró la alarma de su móvil en el tono más bajo para que le despertara al cabo de una hora y se tumbó en la cama junto a Kido. Colocó el teléfono contra su pecho, bajo la camiseta, para asegurarse de despertarse con la vibración, y se recostó detrás de su hermano procurando no despertarle. Pasó un brazo por encima de los hombros de Kido y cerró los ojos, con la frente pegada a su nuca. Poco después logró relajarse del todo por fin, escuchando la respiración acompasada de su hermano, empapándose del olor de su piel dormida. Cerró los ojos, estrechó a Kido contra sí y, tras lanzar un largo suspiro, descansó.

-

La mañana de sábado amaneció densa y nubosa. A pesar de que Inti había cumplido su amenaza de despertar a Kido cada cierto tiempo, éste había dormido bien, o al menos se sentía descansado. Cuando abrió los ojos estaba solo en la cama, con una nota garabateada apresuradamente en un papelito sobre la almohada, junto a su cabeza.

“He salido a comprar, vuelvo en diez minutos” podía leerse en la nota “NO TE MUEVAS”.

Por dios.

Resoplando, Kido se levantó de la cama y se dirigió a la cocina. Eran más de las once, necesitaba algo que llevarse a la boca para pasar la medicación que llevaba tomando hacía más de trece años todas las mañanas, y que bajo ningún concepto podía abandonar.

Se frotó los ojos, con lo que las inmediaciones de la herida sobre su ceja izquierda protestaron inmediatamente. La piel le tiraba pero no le dolía tanto como la noche anterior, al menos no si no se tocaba. Pasó por el baño para echarse un poco de agua en la cara, cuidando de no mojar la gasa sobre su ojo, y, sin querer detenerse a mirarse en el espejo—aún no-- se encaminó hacia la cocina. Se encontraba algo mareado aún, pero se dijo que era porque tenía un hambre canina, y también mucha sed.

Se preparó el desayuno, cogió la caja amarilla y blanca de su medicación y la puso en la mesa, junto a la taza de leche y al plato. No bien hubo puesto el culo en la silla, escuchó la llave en la cerradura de la puerta. Tragó la pequeña pastilla rápidamente con un sorbo de leche y se preparó para encarar al plasta de su hermano.

—Kido—Inti se plantó en la puerta de la cocina, portando dos bolsas de plástico repletas--¿Por qué te has levantado?

El aludido fue a contestar la primera burrada que se le ocurrió, pero de pronto escuchó pasos y una voz femenina detrás de su hermano, una voz que conocía muy bien. Dio un pequeño bote en la silla y cerró la boca… ¿La señorita Taylor?

—Hola, Kid…

Inmediatamente, la hermosa cabeza de ella asomó por el arco de la puerta detrás de Inti.

Kido se miró un segundo la ropa—dios, qué aspecto tan lamentable—y le lanzó a la señorita Taylor una sonrisa de oreja a oreja a pesar del mal momento. No podía negar que a pesar de todo le agradaba verla.

La señorita Taylor era vecina del bloque, vivía en el quinto piso y ellos en el tercero. Pero no sólo era vecina, era mucho más. De hecho, había sido un gran apoyo para Inti y sobre todo para Kido cuando la madre de ambos había muerto el año pasado. No era que Agnes, tal era su nombre de pila, hubiera sido una “madre” para Kido en el trascurso de ese año—era mayor que él, pero demasiado joven aún para pasar por esa figura—pero Kido sentía que ella era la única persona que había estado ahí. La mujer le había brindado, casi por pura casualidad, una amistad que había sido para él un refugio frente a la rabia, la pena y la soledad.

En poco tiempo, aquella soltera extraña que vivía en el quinto, venida de Inglaterra y que insistía en ser llamada de acuerdo a arcaicos formalismos, se había convertido para Kido en una amiga en la que confiar a ciegas. Con ella, Kido había hablado de cosas que jamás había contado nadie. Él no entendía muy bien por qué, por qué precisamente con ella; Agnes era psicóloga y él lo sabía, pero nunca había tenido la sensación de “hacer terapia” mientras ambos pasaban el tiempo juntos. Jamás se había sentido como su paciente.

La tarde en la que Kido comenzó a confiarle recuerdos y viejos temores a la señorita Taylor, ella no había hecho nada salvo ofrecerle una taza de chocolate y sentarse frente a él, para escucharle. Había sido una tarde lluviosa, poco después de la muerte de la madre de Kido, aunque éste recordaba lo sucedido como si hubiera pasado el día anterior. Allí, frente a ella, él había comenzado a hablar, al principio de algo banal, pero de pronto, sin saber cómo, se había encontrado tirando de una especie de hilo enredado en la madeja de su vida y mostrándoselo a ella. Una vez hubo comenzado a hacer esto, le había sido imposible parar a pesar del horror que le causaba estar desnudo mentalmente hablando. Pero aunque en ese momento Agnes había sido una completa desconocida, de alguna manera algo le había animado a hacerlo.

Ese hilo del que había comenzado a tirar estaba rematado por un ancla que se clavaba en su corazón. Aquella tarde, Kido se dio cuenta de que con la señorita Taylor no parecía dolerle tanto tirar del hilo, aunque el ancla se moviera. Desde ese primer encuentro, tenía la sensación de conocer a Agnes de toda la vida y de sentirse libre a su lado. Las visitas a su casa se volvieron asiduas, al menos un par de veces a la semana siempre y cuando el tiempo de estudio de Kido lo permitiera.

Últimamente no se veían mucho, precisamente porque era época de exámenes, pero eso no cambiaba el hecho de que les uniera un vínculo especial.

—¿Qué pasó, Kid?

Kid. Nadie más le llamaba así.

La señorita Taylor entró en la cocina, dejando sobre la mesa una bolsita de compra y su bolso. Se acercó a Kido haciéndole una seña para que no se levantase y le dio un sonoro beso en la mejilla. Lo estrechó un segundo entre sus brazos antes de apartarse y mirarle fijamente. Sus ojos se posaron de inmediato sobre la gasa y el contorno del moratón.

—Oh…

—No se preocupe…—le dijo él, tratando de quitarle importancia al tema.Al principio de conocerla, el uso del “usted” le había resultado extraño y distante, pero en menos tiempo del esperado se había acostumbrado a tratarla de esa forma en la que sabía que ella estaba más cómoda—sólo fue un susto, señorita, ya estoy bien…

—Pero…—ella le miraba de hito en hito, nada convencida-- ¿y ese mareo? Estás un poco pálido.

--Soy pálido—sonrió Kido—y bueno… todo el mundo se marea alguna vez.

No le molestaba el interés de Agnes, pero sentía que ya había cubierto el cupo de tonterías sobreprotectoras. ¿Acaso a él no podía darle un jamacuco de vez en cuando como al resto de los mortales?

—Ya, pero tú…

Lo de siempre. “Taylor, por favor, tú no…”

—Por cierto—dijo Inti, mientras colocaba el contenido de las bolsas de la compra en la nevera--¿Te has tomado la pastilla?

“Me cago en la puta, Inti” le hubiera gustado contestar a Kido vocalizando claramente. Pero delante de Taylor no quería usar ese tipo de expresiones, la señorita se le antojaba como un espíritu trémulo, etéreo y demasiado sensible para cierta clase de lenguaje.

—Sí, como hago todos los días sin necesidad de que nadie me lo recuerde.--gruñó.

Inti se mordió el labio y se giró hacia Taylor, conteniendo una carcajada.

—Está cabreado como un enano desde lo que le ha pasado; en realidad está muy irritable desde que ayer vio en casa…

—¡Eh!

Kido abrió mucho los ojos. ¿Sería su hermano tan cabrón de mencionar a Ballesta, de insinuar algo delante de Taylor?

Inti miró a su hermano con un brillo de malicia en los ojos, se encogió de hombros y siguió guardando la compra.

—¿Desde que ayer vio qué?—preguntó ella. Soltó a Kido y se sentó en una silla, frente a la mesa de la cocina--¿qué pasó ayer?

—Nada—respondió Kido, tratando de resultar natural—eso. Que llegué a casa, y…

—Y vio algo que le asustó mucho—terminó Inti—tanto que cayó al suelo de la impresión.

La señorita frunció el ceño, extrañada.

—Bueno…--dijo pensativa—si fue un susto, por lo menos no caíste por una bajada repentina de tensión…

—Ah, no, no…--Kido removió el cacao de su vaso, incómodo—no, no fue nada de eso. La tensión la tengo perfectamente.

—Vaya, menos mal. Y, ¿qué fue lo que viste?

Inti guiñó un ojo a Kido sin que Taylor se diera cuenta, y se agachó para guardar las bolsas de plástico arrugadas en el armario bajo el fregadero. Kido dudó unos segundos, agobiado por no saber qué contestar.

—Vi… un bicho—dijo al fin.

Inti soltó una carcajada con la cabeza metida en el armario.

—¿Un bicho?—Los ojos de la señorita Taylor se habían abierto como dos ruedas de molino. Le espantaban los insectos.

—¡Buf! ¡Y qué tamaño tenía!—exclamó Inti, saliendo de su escondite.

Taylor enarcó las cejas con aprensión.

—¿En serio?

Kido miró a Inti por un segundo con expresión de querer matarlo.

—Sí—continuó éste, como si no le hubiera visto—vaya pedazo de aguijón…parecía una auténtica ballesta…

¿Pero qué…?

Kido echó hacia atrás la silla violentamente y se levantó. No iba a seguir allí para aguantar el choteo de su hermano.

—Creo que voy a ducharme.

—Eh, no.

Inti hizo amago de querer detenerlo.

—Como se te ocurra intentar impedírmelo, te mato—le espetó Kido, apretando los dientes.

Inti dio un paso atrás, negó con la cabeza y le observó alejarse por el pasillo.

—¡Adelante, vete!—le dijo en voz alta—rómpete la cabeza, idiota…

Desde la cocina se escuchó claramente los grifos de la ducha al abrirse mientras Kido se desgañitaba cantando “La Bamba” a voz en cuello.

Una vez en la intimidad, bajo el chorro de la ducha, Kido no pudo evitar volver a pensar en El Loco. Se dio cuenta de que, a pesar de que Taylor sabía cosas de él que nadie más conocía, nunca le había hablado a ella de lo mucho que le descolocaba el profesor. No se sentía avergonzado al pensar en decírselo, al contrario. Sería muchísimo más fácil hablarle a ella que a Inti, ¿cómo no lo había pensado antes? Al pensar en ella le vinieron a la mente las palabras justas.

Horror. Kido estrujó la esponja en la tenaza de su mano cuando se dio cuenta de qué palabras eran esas.

Ballesta—(¿Halley?)-- le… le…

¡No! ¡De ningún modo!

Kido sacudió violentamente la cabeza, como negando esta idea ante un observador invisible. No.

Pero… En los ojos de él…

¿Qué demonios había en sus ojos, qué trampa oscura escondían que tanto le enganchaba?

Preso de su imaginación, recreó el cabello del profesor, castaño, que caía lacio hasta la parte baja de su cuello rozando sus hombros. Pensó en su boca, que se torcía en ese gesto tan suyo que no terminaba de ser una sonrisa, un gesto despectivo e irreverente ¿vanidoso, tal vez?

Le fascinaba tanto el aspecto físico de Ballesta—alto, muy alto, siempre con esa camisa exquisitamente planchada bajo la bata—como la silueta de su psique que tan sólo podía intuir.

Le atrapaban sus ojos, le inquietaba su mente; a Kido le gustaba mirar sus labios mientras él hablaba, sus manos… manos grandes de dedos delgados, largos… Joder. Se había empalmado.

No podía creerlo. Jadeó al rozar con la mano la repentina erección. La polla se le había puesto dura como una piedra de pronto, bruscamente, y se endureció aún más dentro de su mano cuando se la agarró.

Se permitió pensar en los ojos oscuros de Ballesta, y un nudo de deseo se le apretó en el vientre con una fuerza que le dejó sin respiración. Necesitaba profundamente algo…

Se apoyó contra los azulejos y cerró los ojos, rindiéndose a imaginar que Ballesta estaba a su lado, muy cerca… acariciándole con su mano, exactamente con la presión adecuada y a la velocidad justa… con los labios casi tocando su cuello, su pecho.

Oh…

Fue una paja rápida, Kido llegó al orgasmo en apenas minutos.

Al volver en sí bajo el chorro de agua caliente se forzó por olvidar lo que acababa de hacer, ese funesto derrape mental. Pero sabía de antemano que esa lucha estaba perdida. Tenía que hablar con Taylor, aunque aún no sabía qué le diría, pero si no lo hacía le esperaba un tormento interminable de comedura de tarro consigo mismo.

(Continuará)