Kido -2-

Déjame tranquilo.

Ballesta acompañó a un tambaleante Kido hasta el coche de Inti y se despidió de ambos a la puerta del hospital.

—No me cuesta nada llevarte—le había dicho Inti, algo abrumado por dejar al profesor allí, después de que éste les hubiera acompañado todo el tiempo—Venga, sube…

—No, no hace falta, gracias. Prefiero coger el autobús, el setenta y dos se coge aquí mismo y me deja en la puerta de casa…—Ballesta señaló con una inclinación de cabeza la marquesina situada a pocos metros de la salida de urgencias, en la acera de enfrente.

—¿Seguro?

Inti no quiso insistir demasiado. El profesor tenía al parecer muy claro lo que prefería hacer.

—He apuntado mi número de teléfono en la invitación—había dicho éste antes de marcharse, subiéndose el cuello del abrigo. Caía la noche y el aire de febrero se había vuelto helado a aquella hora—Señor Katai, llámeme para confirmar su asistencia y pasaré a recogerle. Espero que se mejore… tenga cuidado con su cabeza, no la pierda.

Sin decir más, el profesor se había dado la vuelta y había echado a andar resueltamente hasta la parada del autobús.

Kido cayó en la cuenta de que había vuelto a llamarle de usted, y sonrió meneando la cabeza. Qué gilipollez.

—Debería haberse venido con nosotros—gruñó Inti, ayudando a su hermano a entrar en el coche—Parece que va a ponerse a llover…

Kido dirigió la vista al cielo antes de entrar al vehículo. Era cierto: densos nubarrones de color gris sucio, como de amianto, se amontonaban sobre sus cabezas preñados de contaminación. El chico torció el gesto: no tenía nada que ver un chaparrón en la ciudad con una tormenta en pleno campo, se dijo. El pavimento mojado, la calzada llena de charcos y las fachadas sucias de los edificios, manchadas de lluvia, le producían un sentimiento de melancolía abstracta desde siempre.

—No me gusta la ciudad—dijo a media voz, casi para sí, acomodándose en el asiento del copiloto.

—Ya—contesto Inti antes de cerrar la puerta—tú serías feliz yéndote a la montaña a vivir con una cabra, como Marcos… Abróchate el cinturón.

—Sí, papá…

Carcajeándose por oír rezongar a su hermanito del alma—la vida no sería lo mismo sin aquello—Inti cerró la puerta suavemente y rodeó el coche para sentarse al volante.

—¿Dónde está Silver?—Inquirió Kido, no bien hubo arrancado el motor.

—Le ha llamado Marcos y ha tenido que marcharse justo antes de que tú llegaras…—respondió Inti.

—¿No va a quedarse a dormir con nosotros?

Inti salió del aparcamiento y se incorporó a la circulación, maldiciendo por la inoportunidad de una furgoneta aparcada en doble fila que le dificultaba el camino.

—No, esta noche no.

Kido apoyó la cabeza a estallar en el respaldo del asiento y cerró los ojos. A pesar del analgésico que le había dado la enfermera, la frente le dolía y le palpitaba. No había podido mirarse en un espejo y no sabía el aspecto que tenía ni el alcance de la lesión, pero al menos el ojo parecía tenerlo sano, porque veía perfectamente. También le dolía el dorso de la mano, donde se notaba claramente el agujero del pinchazo que le habían dado para canalizarle una vena. Y todo eso por un segundo de caer al vacío, gracias a la maldita visita del profesor. Kido chasqueó la lengua, enfadado y también avergonzado de que le hubiera sucedido aquello.

—Mejor que Silver no esté—sonrió Inti, volviéndose hacia él—así no me distraerá para poder “observarte”…

Kido no pudo evitar reír al imaginarse por un momento a su hermano armado con una lupa, colocado sobre él durante toda la noche para detectar cualquier posible cambio en su estado físico. Era capaz, desde luego… de eso y de cosas peores.

—Oh, por favor, ya estoy bien…

—Sí, sí… lo que tú digas—Inti conducía rápido, con la vista al frente, esquivando coches parados de un carril a otro con prisa por llegar a casa—pero te has metido una buena hostia, vaya susto me has dado…

Kido iba a decir algo, algo relativo al susto que se había llevado él mismo por ver a Ballesta en la cocina; pero inmediatamente se dio cuenta de lo improcedente que podía resultar ese comentario, de que tal vez Inti no descansaría hasta que le diera alguna explicación… así que en el último momento selló sus labios.

En realidad sólo se trataba de hacer tiempo, pues conocía bien a Inti y sabía que su medio-hermano no tardaría en preguntarle por su extraño desvanecimiento. Inti se daba cuenta de todo porque estaba siempre encima de él, sobre protegiéndole incluso, cuidándole demasiado. En momentos como ese, Kido no podía comprender cómo alguien como su hermano podía ser hijo del padre que tenía.

Eran hermanos solo a medias, hijos de la misma madre y distinto padre.

Kido no había conocido a su padre, no le había visto jamás, su madre apenas le había hablado de él; a quien sí había conocido, lamentablemente, era al padre de Inti. Gracias a dios ahora éste chupaba condena desde hacía casi un año, alejado de ellos.

Cuando la madre de ambos murió, Inti no había ni siquiera intentado tomar la tutela legal de Kido aunque era mayor de edad. No se fiaba del sistema... y por nada del mundo quería correr el riesgo de que les separasen, por lo cual -para bien o para mal- había decidido guardar silencio y simplemente seguir allí, a su lado, viviendo los dos solos como dos polizones. Al parecer, contra todo pronóstico esta maniobra funcionó: nadie les molestaba, nadie les perseguía, ni tampoco nadie se plantaba en la puerta de su casa con intención de “ayudar”. Llevaban casi un año viviendo como necesitaban, respirando tranquilos, solos en aquella casa y felices a pesar del dolor que ésta guardaba en sus paredes como una siniestra huella invisible.

—¿Qué te pasó?—inquirió Inti tras una pausa de silencio, cuando se paró en la línea de detención que había frente a un semáforo en rojo.

—No lo sé—Kido se encogió de hombros—no recuerdo mucho. Me sentí mareado, luego me desmayé y perdí el conocimiento.

Su hermano rio quedamente.

—Eso ya lo sé—dijo—eso pude verlo, joder. Pero… ¿por qué? …quiero decir… coincidió con ver al Loco dentro de casa, te pusiste pálido como el papel y se te quedó una cara rara…

—Ah, pero El Loco no tuvo nada que ver…

Inti lanzó a Kido una mirada fugaz.

—Reconozco que es para asustarse, yo le sufrí el año pasado—comentó, volviendo a poner los ojos en la carretera—pero pobre hombre. Si yo fuera profesor y uno de mis alumnos se abriera la cabeza solo por verme, me sentiría fatal…

Kido rió.

—supongo...

—¿Pensabas que te había cateado o algo así?—preguntó Inti.

El interpelado sacudió la cabeza, con lo que la frente le palpitó con una fuerza tal que tuvo que volver a cerrar los ojos. La débil luz de las farolas que se colaba por las ventanas del coche le molestaba sobremanera.

—No, no. Además, si me hubiera cateado no iba a venir a decírmelo…

—Ya, pero… no sé… como reaccionaste así…

Kido se mordió el labio.

—Oh, no, no reaccioné, ¡vale ya! Me sentí mal y punto; que Ballesta estuviera allí fue una mera coincidencia…

—Vale, vale—Inti se echó a reír—no te enfades, hombre…

—¿A qué viene esa risa? ¿Qué coño te pasa?

Inti siguió conduciendo sin decir una palabra, cosa que su esfuerzo le costó. Ahí pasaba algo extraño, sin duda; conocía muy bien a Kido y creía imaginar lo que significaban esas reacciones, esas caras. Juraría que su hermano… Pero, qué demonios, ¿por Ballesta? Le resultaba difícil de creer, era lo último que hubiera esperado, con la de seres humanos que poblaban el mundo. Si le hubieran dicho que un elefante rosa sobrevolaba el Himalaya en un carruaje de delfines se lo habría creído antes. Sin embargo, había visto esa cara otras veces en Kido, y no había podido evitar identificarla; estaba seguro casi al cien por cien de no estar equivocado. Cuando llegaran a casa tendría piedad, porque no le parecía que a su hermano le viniera bien ser interrogado bajo aquellas circunstancias, pero no se iba a quedar sin saber un par de cosas que le rondaban la cabeza, desde luego que no.

Kido ponía esa cara cuando algo le gustaba tanto que le sobrecogía. Aquella tarde al entrar en la cocina había puesto la misma cara que cuando, de niño, vio por primera vez aquel enorme esqueleto de dinosaurio en el museo de ciencias naturales. Se había quedado helado ante la osamenta, apabullado, sin atreverse a mirarla de cerca. Deslumbrado.

Estacionaron el coche en el hueco de siempre, frente a la puerta del bloque de pisos donde vivían.

—Qué putada que no haya podido quedarse Silver…--murmuró Kido. Le iba a echar de menos, pero sobre todo lamentaba su ausencia por la batería de preguntas y atenciones que le esperaban al llegar a casa, por parte de su hermano, a buen seguro.

En efecto: nada más cruzar la puerta, le faltó tiempo a Inti para ponerse a dar órdenes, algunas de ellas disfrazadas de sugerencias, otras sin el más mínimo tacto. “Voy a prepararte un baño, debes de estar destrozado…” “ ¿qué quieres cenar?” “¿Quieres ver una película? O tal vez eso no sea bueno ahora… Déjame ver, creo que se te ha movido la gasa”…

—¡Por favor!—A Kido no le quedaban apenas fuerzas para desembarazarse de su hermano--¡Inti!... Tranquilízate. Sé bañarme solo…

Hizo amago de avanzar hacia el cuarto de baño pero su hermano le cortó el paso con su propio cuerpo, con la autoridad de un oficial de la Gestapo.

—No, no, no—negó con la cabeza—sólo me falta que te vuelvas a marear y te caigas… ven aquí.

Saturado, Kido se dejó abrazar y ser llevado prácticamente a rastras por el plasta de su hermano. La verdad que la posibilidad que había aventurado Inti no iba del todo desencaminada: las piernas le flaqueaban y comenzaba a ver

nublado, a causa de ponerse en pie más rápido de lo que hubiera debido.

Inti le acompañó al baño, le dejó bien sentado sobre la tapa del inodoro y sin quitarle ojo abrió los grifos, como lo haría una madre preocupada.

—No me desnudes… por favor…--musitó Kido, encogiéndose sobre sí mismo. Le llegaban al corazón las buenas intenciones de su hermano, y sabía que éste no podía evitar hacer lo que hacía, pero lo último que necesitaba era una violación manifiesta de su intimidad. Sería el broche perfecto para rematar la tarde; ya se sentía desde hacía tiempo extrañamente desnudo y era una sensación horrible.

—Vale… pero me quedaré en la puerta. Cuando estés dentro del agua, avísame…

Oh, joder. ¿Qué se proponía, darle un patito de goma?

—Está bien… pero ahora vete, por favor…

Inti abandonó el baño rezongando, resistiéndose a cerrar la puerta. En lugar de eso, la dejó entornada y esperó, apoyado contra la pared del pasillo.

Kido maldijo mientras luchaba con su camiseta para sacársela por la cabeza. Aunque no viera a Inti, sentía claramente su presencia y eso le cabreaba. Vale que se había propuesto cuidar de él, como siempre hacía, pero coño, no le dejaba en paz ni en el cuarto de baño. Además, estaba seguro de que si hubiera sido al revés—si Inti se hubiera dado la hostia en su lugar--su hermano no se hubiera dejado tocar un pelo por él. Eso sí que le cabreaba en grado máximo.

—Ah, se me olvidaba…—La puerta se abrió e Inti asomó la cabeza.

—¡¡Sal de aquí!!—Kido le arrojó a su hermano la camiseta hecha un higo, iracundo. Aún conservaba los pantalones puestos, menos mal—¡cuando entre en el agua, te lo diré! ¡Joder!

—Vale, vale, tranquilo…

Inti volvió a salir y esperó con impaciencia a que su hermano le llamara. Escuchó con claridad el chapoteo del agua cuando Kido entró en la bañera, y resistió la tentación de entrar de nuevo. Segundos después, su hermano le llamó.

—Ya está, gallina clueca…

Inti entró al cuarto de baño sonriendo. Se sentó sobre la tapa del inodoro, al lado de la bañera, y examinó la gasa que cubría la herida en la frente de Kido.

—¿Te duele mucho?—le preguntó.

Kido se acomodó dentro de la bañera, respiró hondo y apoyó la espalda en la superficie esmaltada.

—No… —mintió. Le dolía a rabiar, pero no se sentía con fuerzas de aguantar a Inti preocupado (más aún).

—La enfermera me dio algunos analgésicos… por si el dolor volvía.

—Acabo de tomar uno en la sala de urgencias—Kido cerró los ojos, tratando de relajarse. El agua caliente le ayudaba a ello, lamiéndole justo por debajo de la cicatriz que cruzaba su pecho—esperaré un poco.

Inti alargó el brazo para darle un suave toque en el hombro. Kido parecía tan frágil… no tenía nada que ver con él. Él era fuerte, física y psíquicamente o al menos se sentía así. Kido era fuerte también pero no de la misma manera. Desde que había tenido uso de razón para darse cuenta de esto, Inti vivía con auténtico miedo de que a su hermano le pasara algo.

Su hermano era “dorado”, pensaba él. No conocía a nadie como él. Su madre le había hablado del padre de Kido más que al propio Kido, y en una ocasión se había referido a él como “un ángel con quien tuve un encuentro”. Ya. Un cabronazo con el que tuviste una aventura y que luego te dejó tirada, había pensado Inti. De ángel nada. Pero no podía negar que por otra parte Kido era el ser más auténtico y más "incorrupto" que había conocido... en eso para él no había vuelta de hoja.

Le admiraba en silencio. Se maravillaba de las cosas que Kido podía hacer, cosas que para Inti eran sencillamente imposibles y sin embargo para su hermano eran naturales. Daba por hecho que Kido se sabía querido y admirado por él, y en lo primero no se equivocaba, pero en lo segundo sí. Kido se consideraba bastante "normal" y por otra parte era tímido hasta hacia dentro de sí mismo; no tendía a pensar esas cosas sino todo lo contrario y seguramente no le hubiera gustado del todo saber que era "admirado" por nadie.

Y luego estaba lo de Ballesta. Eso sí que le había descolocado a Inti. No se atrevía a poner la mano en el fuego por la sensación concreta que el profesor le había producido a Kido, pero lo que estaba claro es que ésta había sido intensa.

El profesor había acudido con toda su buena intención para darle una entrada a su alumno, de alguna manera felicitándole tácitamente por su rendimiento, y este había reaccionado como si hubiera visto al demonio—o a Jesucristo—en la cocina. La exposición tenía interés científico e Inti suponía que aforo limitado, ya que las entradas estaban rotuladas con lo que parecían pseudónimos, nombres propios. Era lógico que El Loco no quisiera tirarlas, y era un buen detalle que se hubiera acordado de Kido. Era algo por lo que dar las gracias, no algo para desmayarse.

—Oye…—le dijo a su hermano en voz baja. No quería perturbar su tranquilidad, pero a la vista estaba que era incapaz de guardar silencio.

Kido se movió, ladeándose ligeramente, apoyando las rodillas en la pared interior de labañera que quedaba más cerca de Inti.

—¿Mmm?

—Kido…

Inti no tenía ni idea de cómo introducirle el tema. El rostro de su hermano se giró hacia él. Sus ojos estaban cerrados, sus facciones relajadas.

—¿Qué?...

—¿Qué pasa con Ballesta?—le preguntó al fin.

Su hermano dio un brinco levantando una ola de agua espumosa y abrió los ojos. A Inti le pareció que le traspasaba con sus pupilas, y también se dio cuenta de lo cansado que parecía. Oh, Kido…

—¿Cómo que qué pasa?

No, no. Inti no quería desestabilizarle. Ya habría tiempo de hablar de lo que fuera, si procedía.

—Nada, olvídalo.

—Eh, no—Kido entornó los ojos—no me hagas eso, sabes que no lo aguanto. Venga, dime… ¿qué coño estás pensando?

Inti sonrió y contuvo la respiración unos segundos. Exhaló con un resoplido.

—¿En serio quieres que te diga lo que pienso?

—Claro, adelante. Qué más da, suéltalo.

—Pues…--Inti junto las manos, buscando la mejor forma de decir aquello sin encontrarla—creo que Balle te gusta.

—¿¿Qué??

Kido retrocedió y salpicó deliberadamente una buena cantidad de agua a su hermano.

—No pasa nada, Kido…

—¿Qué dices?—volvió a salpicarle, esta vez con más fuerza--¡Es un hombre! Ballesta es un hombre, Inti…

El aludido rio, lo que cabreó aún más a Kido.

—Ya sé que es un hombre, y qué—respondió— no pasa nada, Kido, en serio…

Inti no quería reírse, pero lo hacía. Se reía porque estaba nervioso, porque lo último que quería era hacer sentir mal a su hermano y veía que era justo lo que estaba consiguiendo. Cada vez tenía más claro lo que le pasaba a Kido, y le parecía que gracias a ese descubrimiento ahora podía entender muchas cosas. Nunca había visto a su hermano colgado de una chica, por ejemplo… pero Inti había pensado que Kido simplemente era reservado, o que no le daba importancia, cosa que tampoco le extrañaba dado su... extenso mundo interior.

—Inti, para. Vale ya, ¡no me gusta!—exclamó Kido. Quizá estaba empezando a sentirse algo angustiado—No vuelvas a decir eso más, ¡No me gusta! ¡¿Entiendes?!

(Continuará).