Kelly

Un joven tiene como huésped a un perro dálmate y descubre una nueva faceta de su sexualidad.

KELLY

A mis 19 años, era estudiante en la Universidad y era bastante apartado de los demás, dado mi temperamento introvertido, mi timidez y un deseo de autoprotegerme de los demás, debido a mis tendencias homosexuales. Después de un tiempo, llegué a establecer una relación amistosa con Mauricio, un muchacho de 21 años, que era hermano de una chica de mi clase.

Mauricio tenía un automóvil en el cual él y su hermana Sonia, regresaban a casa después de clases. Yo no tenía cómo irme, por lo que una noche, Sonia me ofreció "jalón", como decimos por acá. A partir de entonces, siempre me iba con ellos y así llegué a ser amigo de Mauricio y supe que no vivía con sus padres y su hermana, sino por el contrario, vivía solo en un pequeño apartamento, acompañado únicamente de un perro.

Una noche, Mauricio me dijo que él debía hacer un viaje fuera de la ciudad, durante unos días y no tenía dónde dejar a su perro, ya que sus padres no gustaban de los animales. Entonces, me preguntó si yo estaría dispuesto a hacerme cargo del can durante su ausencia, ya que yo también vivía solo.

Al principio no estuve muy convencido, pero luego, acepté. Un sábado por la mañana, Mauricio llegó a mi casa, llevando al can, un dálmata de tres años, llamado Kelly. Me dio las instrucciones para su cuidado y se marchó alegremente.

Ese primer día con Kelly transcurrió con normalidad y el perro no se apartaba de mí. Si yo estaba en la sala, el can se tendía a mis pies; si iba para la cocina, me seguía; si iba al baño, venía detrás de mí.

En la noche, fui a mi alcoba y el can me siguió. Me, desvestí, me acosté en la cama, y el perro se tumbó en la esterilla a los pies. Tomé el control remoto y encendí la televisión. Comencé a ver un vídeo de sexo gay y en el transcurso de la película, me fui excitando. Aquella noche deseaba estar muy motivado, para tener un buen orgasmo.

Mi erección fue creciendo y, como estaba sólo cubierto con el calzoncillo, pronto me saqué la verga y comencé a masturbarme. Kelly levantó la cabeza y se quedó mirándome con evidente interés.

Tras unos momentos de autoestimulación, el perro se incorporó y se acercó a la cama. Yo no le di mayor importancia. Después de todo, no podía hablar y, por tanto, no podría contarle a nadie lo que había visto.

Sin embargo, el can fue más allá. Se subió a la cama y, con decisión, comenzó a lamerme el glande. Al principio reaccioné negativamente y pensé en asustarlo, pero luego pensé ¿por qué no? Dejé que el perro me lamiera y pronuncié un sonoro y prolongado gemido. Debo confesar que me encantó. Sentir su lengua áspera en mi glande fue algo fenomenal.

Sosteniendo mi miembro con una mano, dejé que el perro siguiera lamiéndome, mientras yo gozaba a causa de su excelente trabajo de lengua, que muy pronto me tuvo a punto de terminar.

  • ¡Dale, Kelly! ¡Dale! -lo urgí.

El perro siguió en su labor, llevándome al borde de la locura y entonces, sin poder evitarlo, un temendo borbotón de blanca leche brotó de mi pene.

  • ¡Aaahhhh! -gemí mientras mi orgasmo se producía.

El perro continuó lamiéndome hasta que tragó toda mi esperma y me dejó totalmente limpio. Yo lo acaricié en agradecimiento por unos momentos y luego me di vuelta en la cama, poniéndome boca abajo.

Sólo transcurrieron unos segundos, cuando sentí la húmeda nariz del perro olisqueando mi culo. Yo no le di importancia pero, para mi sorpresa, el perro comenzó a lamérmelo. Al principio me sobresalté, pero luego me dejé hacer, ya que era deliciosa la forma como lo hacía.

El dálmata se puso a lamerme el culo con empeño, mientras yo comenzaba a restregarme el pene contra la cama, en una nueva masturbación. Me gustaba lo que el perro hacía, saboreando mi ojete y arrancándome gemidos de placer.

De repente, Kelly se montó en mí, poniéndose encima de mi espalda de forma pausada y empezó a buscar el agujero de mi culo, para cogerme. Intentó meterme su verga por el ano, me dio unos cuantos puntazos en el culo y emití un grito, no sé si de sorpresa, de dolor o de excitación.

Ante mi reacción, el can se detuvo. En ese momento, mi mente se llenó con la imagen, hasta entonces perversa, de dejarme coger por un animal. Y entonces, volvió a mí aquel pensamiento: ¿por qué no?

Para evitar problemas y dolores, comencé a estimular mi ano con mi propio dedo, en tanto Kelly continuaba lamiéndome, lubricándome con su saliva. Me metí un dedo en el culo para acostumbrarlo y, cuando lo saqué, el perro intentó meterme su verga de nuevo. Falló un par de veces, dándome puntazos sin penetrarme, hasta que atinó con la antrada de mi culo.

El can colocó la punta de su verga justo en mi agujero, me la metió un poco y, de pronto, me la metió entera de golpe, como si estuviera follando con una perra. Yo emití un grito, mezcla de dolor y placer, al sentirme penetrado.

Con mis manos me abría completamente las nalgas para facilitar la labor del perro, que empezó a cojerme suavemente al principio, aumentando el ritmo después.

Comencé a moverme, restregándome nuevamente el pene contra la cama, mientras el animal hacía lo propio dentro de mi ano. El perro soltaba pequeños gruñidos, y yo gemía, mientras me sentía sumergido en un abismo de placer. Mi verga estaba a punto de estallar, el animal aceleró de forma endiablada sus embates contra mi culo, y yo gritaba de dolor y de placer.

Kelly me estaba cogiendo brutalmente y yo, gritaba con el perro abrazado a mi espalda, bombeando con saña. Cada vez sentía la verga del perro más grande, como si fuera una pelota lo que estaba en mi interior.

No pude más y, en medio de gritos, jadeos y gemidos, eyaculé sobre la sábana. Unos instantes después, el dálmata soltó su esperma en el interior de mi culo. Al notar la leche caliente del animal en mi ano, entré en las convulsiones de un orgasmo anal y, en uno de esos espasmos, aunque no me lo crean, eyaculé otra vez.

El perro babeaba sobre mi espalda, mientras yo me quedé quieto, echado sobre la cama. Tras esto, quedamos enganchados en esa posición, durante más de diez minutos, hasta que Kelly pudo, por fin, retirar su pene de mi recto.

El animal sacó su verga de mi culo y empezó a lamerme todo el ano resentido y las nalgas, hasta dejarme el culo inmaculado. Después, el animal se bajó de la cama y se tumbó nuevamente en el suelo.

Con mis dedos comencé a darme un suave masaje en el culo, para reconfortarme, al tiempo que cavilaba sobre lo sucedido. Caí entonces en la cuenta, de que aquello no había sido producto de la casualidad y que Kelly estaba adiestrado y acostumbrado a ese tipo de aventuras. ¿Mauricio también disfrutaría de las caricias del animal? ¿Mauricio, sería gay?

¿Qué creen que hice durante el resto de la semana, hasta que Mauricio regresó? Seguí disfrutando de las caricias de Kelly.

El sábado por la tarde, Mauricio regresó y vino a recoger a su perro.

  • ¿Cómo se portó Kelly? -me preguntó con una sonrisa. - Muy bien. Me ha gustado mucho su compañía.

Mauricio sonrió más ampliamente cuando yo le dije que estaría encantado de cuidar a Kelly cuando él lo deseara. Mirándome fijamente, con aire de picardía, me preguntó:

  • ¿Descubriste las cualidades amatorias de Kelly?

Los colores se me subieron a la cara y Mauricio estalló en una sonora carcajada.

  • No te preocupes -me dijo finalmente-, yo he sido amante de Kelly, desde que era un cachorro, de la misma forma como tú lo eres ahora.

Lo miré fijamente y le pregunté:

  • ¿Eres gay?

Sonrió y movió la cabeza afirmativamente. Se acercó a mí, me puso una mano sobre el pene y me besó en los labios. Me miró directo a los ojos y me dijo:

  • Me gustaste desde el primer día.

Al decir esto, me acarició con su mano y acercó su cara a la mía para darme un beso. Fue una caricia cálida con pasión. Me puso la mano sobre el pene, que dio un respingo y reaccionó. No pude menos que experimentar una potente erección que templaba ya la tela de mis pantalones.

  • ¡Acercate más! -ordenó con voz sensual, en tanto que yo lo miraba embobado.

Él sonrió, se sacó el pene ya erecto y preguntó:

  • ¿Se te apetece?

Mi pene cabeceaba de deseo y tuve que darle libertad al enfurecido príapo, que apareció orgulloso por la abertura de mi bragueta.

Posé mi vista en su verga, gruesa, maciza, surcada por una abultada vena azul y coronada por un glande oscuro y circuncidado.

Con delicadeza, me acarició el pene. Yo, sin poder evitarlo, le agarré la verga y comencé a acariciarlo, notando cómo se ponía más erecto y duro.

Mauricio seguía tocándome, aunque ahora con más ritmo. Creo que en un minuto estaba ya para correrme.

  • ¡Por favor -supliqué-, no más!

El me asió firmemente del pene y me llevó a la alcoba, haló de mi, para llevarme hasta la cama, donde rápidamente se desnudó y se tendió, mostrándome su pene, a manera de invitación. El deseo me encabritaba la verga más y más.

  • ¡Qué grande! -exclamé mientras tenia la vista fija en su instrumento.

Me subí a la cama, nos abrazamos y comenzamos a acariciarnos. Mis manos recorrieron ávidas el cuerpo de mi nuevo amante. Acaricié largamente sus tetillas, para luego comenzar a devorarle con mi boca un pezón.

Acostados en la cama, seguimos con los juegos de besos y caricias. No hablábamos ninguno de los dos. Mis manos se desplazaron hasta la parte baja de su vientre y advertí con mi mano, que la verga erecta estaba mojada con líquido preseminal.

Sin vacilación alguna lo agarré por las caderas y mamé y lamí su verga con una mezcla de ternura y pasión. Logré excitarlo al máximo, haciéndolo prorrumpir en gritos de delirio.

Entonces, Kelly entró a la habitación. Nos vio y se acercó con rapidez. En su bajo vientre se notaba su miembro rojo, lustroso y erecto, salido de su cubierta de piel y pelo. La erección de su miembro se hacía más y más fuerte por momentos. Kelly brincó en la cama y se unió a nosotros. La pasión se apoderó de mí, mientras que iba acariciando furiosamente a Mauricio por todas partes. Mientras mamaba la verga de mi amigo, sentí la lengua del can en mi ano.

Pero Mauricio no quería competencia. Apartó al dálmata y se colocó atrás de mí, mientras yo me ponía en cuatro patas. Sentí entonces la lengua de Mauricio chupando y lamiendo con avidez mi ano, haciéndome temblar y sacudirme como un diapasón. Entonces, en forma jadeante, con voz trémula, supliqué:

  • ¡Metémela! ¡Por favor, metémela de una vez!

Colocándose en posición perfecta, apuntó su verga frente a la entrada de mi ano. Con una mano él dirigió su pene hacia mi culo y lo puso en la entrada del orificio. Empujó con firmeza y, con alguna dificultad, su pene fue entrando hasta el fondo, mientras la habitación se llenaba de mis gemidos. Para ambos, aquella introducción fue una fuente indescriptible de placer.

Comenzó a moverse hacia fuera y hacia dentro, agarrando mis caderas. Empezamos un ritmo acompasado, y los dos. Estábamos en el paraíso. Mi cara se enterraba sobre la almohada, mientras mi amante me hacía gozar.

Estábamos totalmente entregados al placer y, en cada vaivén de entrada y salida, gemíamos con furia, cuando Kelly saltó sobre la espalda de Mauricio, y comenzó a aquerer penetrarlo, de la misma manera que lo había hecho conmigo.

Desde mi posición, vi la cara de Mauricio estremecerse de placer y supe que el can lo estaba penetrando. Los tres nos acompasamos y gozamos como nunca. Para mí, tener la verga de Mauricio en mi interior era algo fenomenal, pero obviamente, era el propio Mauricio quien más estaba gozando y en muy poco tiempo llegó a su orgasmo, que se manifestó con un caliente chorro de esperma que cayó entre mi recto.

Yo no hubiera deseado que aquello se acabara nunca, pero nada dura para siempre. Sin poder contenerme, eyaculé sobre la sábana, mientras él seguía inundando mi recto con la explosión de su leche caliente.

  • ¡Ooohhhh! -grité-. ¡Qué riiicooo!

Me sentí desfallecer de placer, al tiempo que Kelly aceleraba su ritmo. ¡Qué gusto más grande!

Pese a su eyaculación, Mauricio siguió con furia, buscando dar a su cuerpo el máximo placer. Tenía la respiración entrecortada y la vista nublada por el deseo. Por momentos él retiraba su pene casi hasta la punta y yo retocedía mi culo buscándolo. En ese instante, él acometía con fuerza, hasta que sus huevos tropezaban con mis nalgas.

Gritos de gozo y sensualidad, junto con gruñidos bestiales, llenaban la habitación. Esto me excitaba aún más. Nuestros cuerpos electrizados temblaban y los gemidos se mezclaban con suspiros y respiraciones agitadas. Las contracciones de mi recto se transmitían al miembro de Mauricio y yo sentía los golpes de su pene en lo más profundo de mi ser.

Mauricio fue bombeando con mayor dedicación, como si fuera un émbolo mecánico, a la vez que me trastornaba de pasión. Acometía de manera brutal, sacudiéndome sin piedad. Siguió ciego en su ardiente tarea, buscando para ambos un paroxismo que calmara nuestras ansias de placer.

En sucesión vertiginosa sacaba su verga, casi hasta desconectarse, para luego meterla violenta y bestialmente en forma total. Yo reía y lloraba a medida que me iba acercando a mi clímax, el cual explotó momentos después, con un orgasmo anal, en el interior de mis entrañas, permitiéndome alcanzar ese nuevo y tan deseado clímax. Por largos segundos me agité como un animal herido. Los músculos de mi recto prácticamente ordeñaban el pene de Rogelio, haciéndolo llegar a la cúspide de una manera rápida y prodigiosa.

Kelly gruñó profundamente, clavó su estaca hasta el fondo de Mauricio y un torrente de bestial esperma se derramó en las profundidades de su caliente túnel. Sus espasmos eran fuertes y lo sacudieron hasta que terminó la eyaculación.

Los tres nos derrumbamos en la cama y permanecimos así, abrazados, jadeando durante largo rato, recreándonos en el placer experimentado, al tiempo que Mauricio pronunciaba palabritas dulces.

Permanecimos otro rato juntos, gozando nuestra fatiga y luego, súbitamente, el animbal reaccionó y poniéndose de pie de un brinco, se bajó de la cama. Ya solos Mauricio y yo, nos tendimos juntos en el lecho y lo besé tiernamente.

Desde ese día, Mauricio, Kelly y yo somos amantes y formamos un trío, extraño, pero no por ello menos satisfactorio.

Autor: Amadeo amadeo727@hotmail.com