Katsumi

Un empresario norteamericano sucumbe a los encantos de una geisha durante un viaje de negocios.

Durante el pasado verano me desplacé a Japón para cerrar un acuerdo entre uno de los mayores proveedores de dispositivos electrónicos del país nipón y el grupo empresarial del cual soy máximo accionista. El acuerdo entre ambas empresas se cerró en Osaka a petición de los ejecutivos japoneses. Nunca había visitado el país y me pareció una buena ocasión para conocer sus tradiciones. Así que aceptamos su invitación para cerrar la alianza en su sede.

La noche antes de coger el vuelo de regreso a casa reservé un agujero en mi agenda para descubrir la noche de la ciudad de Osaka. Una vez finalizada la última reunión y llegado a un acuerdo sobre el contenido del comunicado que se haría público a los medios de información internacionales la mañana siguiente, llamé a la recepción del Imperial Hotel, donde estaba hospedado, para que prepararan mi llegada al hotel y me pidiesen un taxi para después de cenar. Tenía poco tiempo para disfrutar de la ciudad. Salía a primera hora de la mañana, en el primer vuelo directo a Seattle. Todo debía estar listo para emprender mi aventura nocturna por la ciudad.

Quería ser anónimo esa noche, por lo que no era adecuado desplazarse con el transporte que nos había facilitado amablemente nuestros anfitriones. Mientras subía a mi habitación con el ascensor, me distraje mirándome en uno de sus espejos. Aún me conservaba bastante bien a mis cuarenta y cinco años. Cabello canoso y un poco de barriga, pero lo normal para un hombre de mi edad. Por mi posición de responsabilidad no tengo mucho tiempo para cuidar mi cuerpo como me gustaría. Las reuniones maratonianas con los nipones eran patentes en mis ojeras. No importaba mucho, ya descansaría al llegar a casa. En ese momento sólo pensaba en divertirme y en descargar todo el estrés acumulado durante la semana de negociaciones.

Me di una ducha rápida y cené cómodamente en la habitación del hotel tal como había solicitado. Le di un vistazo a las dos guías turísticas que me habían subido, pero en ninguna encontré lo que andaba buscando. No estaba dispuesto a perder mi última noche en Japón en los espectáculos tradicionales como el kabuki o el bunraku. A lo largo de la semana ya había asistido a muchos de estos espectáculos invitado por mis colegas nipones. Quería sentir el Japón de una forma más cercana.

Mientras decidía donde pasar la noche, desde los enormes ventanales observaba la impresionante vista panorámica que me ofrecían de la ciudad de Osaka iluminada y las embarcaciones navegar por el río Yodo. El tiempo se detuvo mirando el vaivén difuso de las luces de los edificios sobre las aguas, cuando sonó el teléfono. Perfecto, el taxi que había solicitado me esperaba en la entrada del hotel. Aún no tenía ningún destino, pero me apresuré a coger el ascensor para bajar al hall. A lo mejor el botones podía aconsejarme donde encontrar la diversión que buscaba. Lo pensaba al tiempo que mi mente volvía a perderse mirándome en el espejo del ascensor y encendía un cigarrillo. La cajita de cerillas que sujetaba en una de mis manos me llamo especialmente la atención. Sobre el color amarillo chillón de fondo se dibujaba la silueta de una mujer y debajo unos ideogramas japoneses que era incapaz de descifrar. Le di la vuelta. En el reverso de la caja se podía leer en caracteres occidentales KATSUMI MACHIAI y una dirección de la ciudad de Osaka. Mientras contemplaba la cajita, me acordé de su origen. Un de nuestros nuevos socios orientales me la habían dado al finalizar la reunión de esa tarde al ver que no encontraba mi encendedor. Un hombre muy simpático y amable, aunque todos los japoneses parecen muy serviciales a los ojos de un occidental.

“Si para él es un buen lugar, seguro que para mí también lo es” - pensé.

Sentí la curiosidad de saber como se divertían mis colegas nipones por la noche. Salí del hotel y subí al taxi que me esperaba en la entrada. Enseñé al conductor la caja de cerillas y con los dedos le indiqué que me llevase a la dirección que estaba escrita en su reverso. Este no hablaba casi inglés, pero puede entender entre sus palabras que no era un barrio muy seguro para mí. Le dije que no me importaba y que me llevará. Después de insistir un par de veces más, me entendió y emprendimos el camino hacia el KATSUMI.

Rápidamente dejamos atrás el barrio residencial de hotel, lleno de parques y poco denso, para adentrarnos en la bulliciosa urbe. Parecía de día, la luz de los carteles luminosos que inundaban la ciudad no dejaban llegar la noche a sus calles. A medida que nos acercamos a nuestro destino, la luz del neón dejó su lugar a la tenue luz de la luna y de las cada vez más escasas farolas. La masa de gente que ensordecía las calles del centro era substituida por un silencio absoluto. Sólo el motor de coche y la música de la radio del taxi lo rompían. Las abarrotadas calles se convirtieron en abandonados callejones. Hasta que el vehículo paró delante de uno de estos. Desde la ventana me parecían todos iguales, pero confiaba que el conductor tuviese un sentido de la orientación más agudo que el mío.

El taxista con la típica sonrisa oriental me indicó con las manos la profundidad del callejón que teníamos enfrente. Ese debía ser mi destino. Le pagué la carrera y me bajé. Empezaba a llover tenuemente. La poca luz que reflejaba la luna quedo atenuada completamente por las nubes. En la más completa oscuridad pude ver una luz roja al fondo del callejón. Me adentré hasta llegar a las puertas de lo que parecía un restaurante tradicional japonés. En el farolillo rojo que colgaba de la entrada se podía leer KATSUMI MACHIAI. Evidentemente, ese era el lugar que andaba buscando. Aunque no era lo que me imaginaba, la lluvia me invitó a entrar en el local.

Antes de abrir la puerta, ésta lo hizo por mí. Me quedé cegado al contraste con la fuerte luz que salía del interior. Mis ojos se recuperaron lentamente de su temporal ceguera. Al fondo vi una silueta.

Ya en su interior, un enorme pasillo flanqueado por dos largos tabiques de madera se mostraba ante mí. En las paredes veían las típicas puertas shoji de papel correderas cerrando las alcobas donde presumiblemente las chicas divertían a sus clientes. Una de las shoji se abrió apareciendo tras ella una mujer joven, tendría apenas 25 años. Mientras la chica se acercaba, podía escuchar sus zapatos de madera golpear el suelo de cerezo, el ritmo de sus diminutos pasos marcaba una cadencia prácticamente musical. A diferencia de los míos, que hacían crujir la madera haciendo un ruido espantoso. Se paró al llegar cerca donde permanecía en pie. Me quedé observándola. Su cara y su cuello eran recubiertos de una crema blanca que le daba el aspecto de una muñeca de porcelana. Los ojos negros rasgados se agrandaban con la pintura que recubría sus pestañas y el contorno de los ojos. Los labios obscenamente rojos. Las mejillas tomaban un color rosáceo. Su pelo negro, liso estaba recogido y sujetado por dos largos alfileres que sobresalían notablemente de su cabeza. Vestía un kimono de seda blanca, decorada con motivos florales bordados en hilo rojo. Recuerdo que eran flores de loto. Un cinturón muy ancho de tela roja se ceñía a su cintura. Era un placer contemplarla lista para complacer con su arte a cualquier hombre que pagase por sus servicios.

Me miró a los ojos directamente, sabía que si me hablaba no la entendería. Pero no estaba allí para hablar con ella, sino simplemente para disfrutar de su cuerpo. Ella lo sabía. Se giró y puede contemplar su cuello desnudo también cubierto por la crema blanca que recubría su rostro. El abierto corte del cuello del kimono dejaba ver completamente la espalda de mi joven geisha. Sí, no había duda. Estaba delante de una auténtica geisha japonesa, educada desde muy joven en el placer. Hipnotizado aún por su cuello, me despertó el sensual movimiento que hizo con uno de sus pequeños brazos invitándome a seguirla mientras sus labios dibujaban una pícara sonrisa en su rostro. Me quité los zapatos y, como pez enredado en un anzuelo, la seguí hasta el fondo del pasillo. Mientras recorríamos en pasillo, puede observar sombras y escuchar gemidos procedentes que se escapaban indiscretamente de detrás de las finas paredes laterales. Entre en la habitación del fondo del pasillo acompañado de mi geisha. En medio de la sala, un tatami y una alargada mesa, en la pared del fondo, un pequeño armario. Todo ello formaba la austera decoración de la sala.

Estaba a punto de preguntar su nombre cuando uno de sus dedos me lo impidió. Por primera vez esa noche sentí el calor de su piel. Se acercó a mi oreja y me susurró KATSUMI. Quizás lo había leído en mis labios, o quizás sabía lo que estaba pensado. Separó el dedo de mis labios y con la otra mano desabrocho el cinturón del kimono dejándolo caer al suelo. Quedó completamente desnuda. La piel de su cuerpo no estaba pintada pero era muy blanca, comparable a la seda del vestido. De una textura suave a diferencia de mi curtida piel. Me sonría mientras mis ojos recorrían su cuerpo. Sus tetas eran pequeñitas y estaban adornadas por dos tiesos pezones rosados. Su sonrisa aumentó al ver que era de mi agrado. Tuve la sensación de que sabía en todo instante que parte de su cuerpo exploraban mis ojos, y su cuerpo reaccionaba a medida que avanzaba. Al llegar a su conejito puede observar como la parte interior de los muslos empezaban a humedecerse. Esa sensación de control sobre ella me estaba haciendo perder la cabeza. Mi verga se endureció como pocas veces. Palpitaba en el interior de mi pantalón a la vez que sus jugos se derramaban por la pierna, como si conejito presintiera la excitación de su compañero de juegos y se prepara para una húmeda bienvenida. Literalmente la estaba follando con la mirada.

Golpeó dos veces con las manos y al poco tiempo dos jovencitas de unos dieciséis años vestidas de forma parecida a Katsumi entraron en el Zashiki con la cena.

Dos aprendices de geishas, maikos – pensé.

Se situaron una a cada lado y me ayudaron a sentarme sobre el tatami. Para mi sorpresa Katsumi subió encima de la mesa y se tumbó sobre ésta con la espalda reposando en la madera. Las chicas se apresuraron a poner la comida sobre el cuerpo de su señora antes de empezar a comer. Con una habilidad increíble la chica de mi derecha cogía los trozos de sushi con los palillos y lo pasaba por los mojados muslos de Katsumi antes de dármelos. Mientras la otra chica derramaba el sake por encima de los pezones que saboreaba gustosamente. Chupaba los pezones con fuerza y con la lengua los recorría hasta secarlos de bebida. Las jóvenes maikos reían tontamente. Ellas también empezaban a sentir los efectos del alcohol. Me desabrocharon la camisa y sus delicadas manos se deslizaron debajo de ésta jugando con los pelos de mi pecho. Pero mi mente no podía centrarse en otra cosa que el cuerpo desnudo que se ofrecía sobre la mesa.

Una vez finalizada la cena las dos chicas abandonaron la sala. El sake también empezó a hacer su efecto en mi cuerpo. Estaba un poco borracho, pero quien puede resistirse a beber de tal precioso cuenco. Katsumi permanecía inmóvil sobre la mesa. Me incorporé un poco y una de mis manos empezó a jugar en la entrada de su conejito. Su cara permanecía inexpresiva, pero su concha no paraba de lubricar mis dedos al abrir sus labios. Derrame los restos de sake sobre su ombligo. Mientras el líquido se deslizaba por su vientre, mi lengua lo recorría en sentido contrario hasta penetrar ansiosamente su pequeño agujerito, evitando así que el sake fuese absorbido por su piel. Al mismo tiempo, uno de mis dedos empezaba a penetrarla lentamente. La mano abarcaba todo su coño, agarrándolo con fuerza, mientras el dedo medio se abría camino dentro de su cuerpo. Era un espectáculo curioso, ver a esa esplendida mujer dejarse manosear y penetrar por los dedos de un desconocido sin casi dar muestra de placer.

Mi verga necesitaba salir de su prisión. Me levante completamente y me coloqué encima de rodillas, con las piernas abiertas, dejando el cuerpo de Katsumi en medio. Bajé la cremallera del pantalón y me saqué la polla. Hacía tiempo que ninguna mujer me provocaba una erección de ese calibre. La froté lentamente entre los labios de su conejito. Abriendo sus labios de abajo a arriba. La punta de mi verga se lubricaba en cada movimiento al rozar sobre su clítoris.

“¿No te gusta zorrita? Seguro que se está muy estrecho ahí dentro” – Le pregunté mientras observaba como se mantenía impasible a mis juegos.

Mi verga se situó justo en la entrada y de un golpe se metió hasta el fondo. Sentía como las paredes de su conchita se agarraban al tronco de mi polla en cada embestida. Sus jugos se derramaban por encima de la mesa. Pero ni un solo gemido, sólo se escuchaban los míos. Me incorporé un poco hasta situarme encima de su cara. Con las manos apreté sus mejillas. Sin hacer fuerza abrió la boca. Sin pensármelo dos veces se la metí de golpe, de igual forma como antes hice con su conejito. Mis manos agarraron su cabeza para ayudarla a tragársela toda. Pensaba que se ahogaría, pero la muy putita no hacía fuerza para liberarse. Quería sentir mi polla en su garganta. Con la lengua me masajeaba el tronco mientras los dientes rozaban ligeramente la base. Mis huevos estaban calientes, a punto de explotar.

En un movimiento rápido las piernas de la geisha se contorsionaron hasta envolver mi cintura y noté un enorme fuerza que me proyecto hacía el suelo. La posición cambió radicalmente. Ahora era Katsumi la que se encontraba encima de mí. Se sacó mi polla de su boca y una de sus manos agarró con fuerza mis huevos.

“No creas que voy a dejar que te corras tan rápido. Ahora voy seré yo la que se divertirá. Seguro que a ti también te gusta, lo veo en tu cara de cerdo, yanqui…” – Me dijo, casi gritando,  apretando con más fuerza mis huevos.

Con una inesperada fuerza para su tamaño, seguramente fruto de alguna técnica marcial, la hasta entonces sumisa Katsumi me mantenía inmovilizado en el suelo. Me puso de rodillas sobre el suelo y, con la servilleta que había encima de la mesa, me ató las manos a la espalda. Volvió a dar dos palmadas y las dos tiernas jovencitas, que tan amablemente me habían dado de cenar, entraron en la habitación. Con la verga aún tiesa en medio de la sala, Katsumi situó dos dedos en la entrada de mi boca. Me negué a abrirla. Me abofeteó con fuerza hasta que accedí. Me metió los dedos hasta abrir la boca completamente. Una de las chicas le ayudó a ponerme un aro de madera que mantenía mi boca abierta en forma de O. Podía escuchar las risas de su compañera mientras observaba la escena. Katsumi jugaba con la punta de mi polla, sin lubricar sus dedos, frotaba en el orificio hasta provocar una gran hinchazón del capullo. Cuando pensaba que me correría, paró de tocarme. Estaba jugando conmigo, humillándome delante de sus dos aprendices.

Una vez se aseguraron que no podría moverme las dos chicas marcharon. Volvimos a quedar solos Katsumi y yo. Pero la situación había cambiado radicalmente. Nunca antes una mujer me había tratado así. No me gustaba, pero Katsumi sabía mantener mi polla erecta. A través de ella me controlaba. Me estaba traicionando a mi mismo, mi mente no estaba dispuesta a ser humillada pero mi verga no daba muestras de ello.

Katsumi se incorporó hasta quedar en pie delante de mí. Su conejito quedaba a la altura de mis ojos. Podía oler su aroma. Mi lengua salía por el agujero del aro, pero no podía llegar a sus labios. Parecía que mi humillación si le producía placer a esa mujer. La geisha se giró y, mostrándome su culito, se dirigió al armario del fondo de la habitación. Mi cabeza deseaba escapar, pero algo dentro de mí me retuvo en el suelo. Se acerco sigilosamente con unos movimientos muy sensuales. En las manos llevaba un vibrador negro y una pequeña fusta que dejo en el suelo. El consolador era gigante.

“¡Saca la lengua!” – Me ordenó sin ningún rastro de compasión en su tono.

Me negué. Pero la muy puta sabía como hacerla salir. Empezaba a conocerme bien. Mejor que muchas de mis amantes. Me acercó su mojado conejito a la cara, mientras con los dedos de una mano abrían sus labios.

“¡Saca la lengua, perro! Estas deseando lamer a tu ama, ¿verdad?”

De algo me sirvió el vocabulario que había aprendido en las cenas de negocio bebiendo sake con los ejecutivos nipones. Me habían explicado que en Japón hay cientos de palabras para denominar a una puta, yo me quede con dos de ellas.

“¡¡Joro!! ¡¡Yujo!!” – Mientras gritaba eso mi polla se ponía aún más dura. Casi a punto de tener un orgasmo.

“Si eso es lo que quieres…” – Se alego de mi, dejándome sin su embriagante olor.

“KATSUMI, no me deje así….” – Dije en un tono patético.

“Ya sabes lo que tienes que hacer entonces…”

Volvió a acercarse a mi rostro, y saque la lengua. Seguía sin poder llegar a su rajita. Pero colocó el consolador entre mi lengua y su conejito. Mientras lo giraba yo saboreaba con mi lengua sus juegos sobre la goma y ella se masturbaba rozando la superficie entre sus labios. Oía sus primeros gemidos. Cada vez más intensos. Pero el juego no duró mucho… notó que yo estaba cerca del orgasmo, cogió la fusta del suelo y, con un rápido y preciso movimiento, golpeó la punta de mi verga. Aún esta muy excitado, y sentí un segundo golpe, más fuerte que el primero. Acercó su rostro al mío, mientras colocaba la fusta entre mis huevos dando ligeros golpes de abajo a arriba, clavando sus ojos en los míos. Su mirada brillaba de poder. Esos enigmáticos ojos rasgados, maquillados con la astucia de los milenios, me tenían en su poder. Controlando mi excitación y tanteando mi aguante. Se estaba divirtiendo mucho a mi costa.

Me golpeó en la espalda y me hizo caer al suelo, dejando mi culo al aire. Gritó algo en japonés y la puerta se abrió entrando un grupo de gente en la sala. Hombres de negocios acompañados por otras geishas.

Entre ellos, puede distinguir al ejecutivo que me dio la cajetilla de cerillas. Reían con fuerza mientras Katsumi gritaba algo en japonés detrás de mí. Una de las chicas se acerco con un tarro. Era un líquido viscoso, de olor bastante fuerte aunque excitante. Desconozco que era. Untó los dedos de la mano en el tarro, para luego lubricar con ellos todo el consolador. Con los dedos aún mojados, jugo un rato en la entrada de mi culito, lubricándolo con el ungüento. Notaba el viscoso producto escurrirse por él. Estaba frío. Mientras los dedos empezaban a dilatar el agujero, con la otra mano controlaba el estado de mi excitación. Me manoseaba rudamente la polla, si la notaba demasiado blanda, los dedos hacían incursiones más profundas, si estaba demasiado excitado, golpeaba mis huevos con fuerza. Era un placer indescriptible.

En una de las incursiones noté que la punta del vibrador había substituido sus dedos en la entrada de mi culo, virgen hasta ese momento. Empezó a meterlo muy lentamente, pero sin pausa. Sentía como me partía en dos. Algunas chicas habían empezado a masturbar a sus clientes mientras estos observaban como me sodomizaban. Mientras me penetraba con ese monstruoso consolador, empezó a masajearme los huevos. Katsumi me animaba a correrme mientras el falo llegaba al final de su recorrido. Dos chorros de leche caliente dejaron vacíos mis huevos, derramándola toda sobre el tatami delante de todos esos extraños. Agotado, me desmayé.

Al despertarme me encontraba en mi habitación del hotel. El dolor en mi trasero me recordaba que no había sido un sueño lo que había ocurrido esa noche. Pero no era el único dolor sentía en esos momentos. Algo me había pasado en el tobillo, pero no me acordaba de nada de lo que había sucedido después del desmayo. Aparte las sabanas y, al mirar el motivo de ese dolor, vi un tatuaje. Me habían grabado en los mismos ideogramas que había en la cajita de cerillas, KATSUMI.

FIN

Idea original surgida de una sesión de chat en que la autora GatinhaQuente se transformo en Geisha. Gracias por tus sugerencias y por animarme a escribir este relato.