Kaori-hime

Mis tres días con mi linda japonesa.

Kaori Hime

Supongo que para contar esta historia, debo remontarme a aquel año en que viví en Alemania. Allí estaba yo, un joven españolito a punto de acabar su carrera, recién llegado a una tierra extraña donde la gente habla de una forma muy rara. Fueron tiempos duros pues tuve que esforzarme mucho para aprender el idioma, adaptarme al horario y la comida, soportar el frío y la falta de sol. Llegué a la residencia donde había encontrado alojamiento y me encontré con un antro. Era un edificio antiguo y destartalado, sin embargo, no todo era feo en aquel lugar. Compartí mis primeros días con dos jovencitas japonesas. Ambas eran muy amables y cariñosas, bueno, tanto como esa extraña civilización les permite porque no se besan al conocerse como hacemos los españoles. Sin embargo, aunque no hablaban español y yo no hablaba alemán, nos entendíamos en inglés. Además, eran dos muchachas lindas de ojos almendrados que me miraban con dulzura. Siempre he sido un admirador de la cultura japonesa y les enseñaba mi anime subtitulado y alguna que otra película japonesa en mi ordenador.

Apenas las veía durante el día pues estaban en clase, pero por la noche estábamos hablando hasta las tantas.

Fue debido a eso que, cierto día, yo me estaba duchando y había dejado la puerta si cerrojo porque la verdad suponía que estaba sólo en el apartamento cuando la puerta se abrió mientras me secaba fuera de la ducha. Kaori se me quedó mirando y yo actué con reciprocidad, no me tapé porque la verdad es que no soy vergonzoso en cuanto mi cuerpo ya que estoy acostumbrado a andar desnudo en el vestuario cuando acabo los entrenamientos y si no te importa que te vean unos tíos, que sea una bella mujer mucho menos. El caso es que ella se puso roja y salió corriendo a su cuarto. Era muy tímida mi pequeña Kaori.

Sin embargo, nuestra convivencia fue normal hasta que un día llegó llorando a nuestro apartamento. Yo estaba en mi cuarto jugando a un juego de ordenador cuando oí los llantos de Kaori en la cocina y, a Michiyo, consolándola en japonés (bueno, eso lo supuse). Salí de mi cuarto y Michiyo me contó lo que había pasado. Según le entendí porque mi inglés no es excelente y el de Michiyo distaba bastante de ser bueno, habían estado con un chaval español como yo que había llegado ese mismo día a la residencia. Cuando estaban en la entrada de la residencia había llegado el novio de Kaori que también vivía en nuestra residencia y se la había llevado con él, no sin lanzarle un amenazador "What’s the matter?" al pobre español (esto me lo explicó más tarde él). Pero, luego, en el cuarto del novio de Kaori, ambos discutieron y éste le había pegado. Ella había subido llorando a nuestro apartamento. Michiyo me dijo que debía ir a clase y me pidió que me quedase con Kaori por si su novio subía al apartamento.

Yo me quedé con ella sentado en otra de las sillas de la cocina, pero no era la compañía ideal para ese momento. Quien se imagine la escena se imaginará un guaperas con labia que seducirá a la joven belleza japonesa pero aunque Kaori era linda de verdad, yo no soy un guaperas y mucho menos tengo labia. Yo soy un tipo del tipo John Wayne: Feo, Fuerte y Formal. Soy un tipo de 1.85 de complexión musculosa que poco tiene de guaperas y que jamás dice más palabras de las necesarias.

Sin embargo, era el único disponible para hacer ese papel en aquellos instantes, así que como pude traté de animarla y hacerla reír. Al rato, conseguí hacer que se riese contándole tonterías pero llamaron a la puerta. Era un austríaco de metro noventa que dijo querer hablar con Kaori, llamé a Kaori y su semblante cambió completamente. Me dijo que no quería verlo, que era su novio y se metió a la cocina. Yo me acerqué al austríaco y le dije el recado. Me preocupé porque yo esperaba tener que contener a un japonés bajito y no a un tarugo que me sacaba cinco centímentros por lo menos.

Cuando fui a cerrar la puerta, me empujó junto con la puerta y me lanzó contra la pared del pasillo. La verdad es que estaba en problemas porque tenía bastante fuerza el bestia y, antes de reponerme, me cayeron un par de golpes más en el estómago. Sin embargo, como he dicho, yo no soy un guaperas sino un tipo duro. Siempre trato de evitar las peleas porque hay algo dentro de mí demasiado agresivo y que me lleva por el mal camino cuando se desata. Eso se desató en aquel instante y me llevo a darle una paliza al novio de Kaori hasta que me pude contener. Mis patadas en las piernas lo desequilibraron y mis golpes rápidos en el estómago, los costados y la cara lo dejaron en el suelo. Lo saqué fuera del apartamento y volví a la cocina con un corte en la ceja izquierda.

Kaori salió del cuarto y se asustó al verme sangrando. Volvió con un pequeño botiquín y me limpió la herida. Sus manos me acariciaban la cara mientras me curaba y mi excitación crecía en parte por lo alterado que estaba mi cuerpo tras la pelea y en parte por la proximidad de la linda japonesa. En un instante, nuestros ojos se cruzaron y poco a poco nuestros labios se acercaron hasta fundirse. Ese fue el principio de la tormenta que arreció aquella noche en mi cuarto. La levanté con mis brazos y la llevé a mi cuarto mientras nos besábamos. Poco a poco, la desnudé y comencé a besar su cuerpo. Ella se dejaba hacer solamente mientras yo la llamaba Hime (princesa en japonés). Mis manos amasaban sus pechos, mi boca besaba su boca, su cuello, sus pechos, su vientre,

Así jugamos durante un largo rato, deleitándome con el cuerpo de Kaori. Hasta que la tomé por la cintura y la penetré con rudeza. Sé que sonará prepotente, pero mi grueso falo entró con bastante dificultad en esa rajita. Por ello, tuve que ralentizar el comienzo de mis embestidas pues no quería lastimar a mi princesita japonesa. Una y otra vez, entré en su interior y, poco a poco, sus gemidos aumentaron y aumentaron. Hasta que me derramé en su interior.

Descansamos durante un rato y, luego, me dijo que quería lavarme. Fuimos a la estrecha ducha y nos vimos desnudos: yo, una bestia peluda de 1.85, y ella, una belleza que apenas llegaría al 1.60. Sus manos me enjabonaron con la ayuda de una de sus esponjas y luego me enjuagó. Sus manos me recorrían por todos los recovecos de mi cuerpo y pronto estuve erecto otra vez. Ella me miró el falo ensimismada y me dijo que desde que me vio desnudo por primera vez se había preguntado como sería mi miembro erecto. Lo cogió y jugó un ratito con él, estaba ensimismada como una niña con su nuevo juguete.

Finalmente, me la llevé al cuarto y continuamos hasta la mañana siguiente en la que se marchó y me dio una bolsa de bombones como recuerdo.

Sin embargo, el mejor recuerdo de su persona quedó grabado en mi piel.

Fin