K (3) La mazmorra
De como K conoció a la Rubia, su marido y la Meretriz
Todo aquello le empezó pareciendo exagerado, él creía que podía querer a aquella mujer y, al principio, no le pareció bien incluir a su marido en la relación, pero su rubia amiga no le había dejado opción. O incluían al marido o no podrían verse.
Las condiciones tampoco es que estuvieran mal y el marido, por la foto que ella le había enseñado, no le disgustaba especialmente pero, hasta ahora, se consideraba estrictamente hetereo y, a pesar de que siempre había tomado la iniciativa en sus relaciones, temía no dar la talla teniendo que dominar a un hombre.
La Rubia era una mujer impresionante, desde el primer momento en que la vio en su bar favorito sabía que había caído embrujado por ella y que haría todo lo posible por conquistarla. La cosa no fue evidente ni inmediata pero acabo bien, después de 2 semanas probando técnicas diferentes, haciéndose el encontradizo, buscando amigos comunes, cosechando fracaso tras fracaso.
Aquella mujer pertenecía a ambientes diferentes de los suyos y sólo el hecho de compartir bar habitual les unía. Esto le hizo pensar ¿a que ambiente pertenecía él? Tenía pocos amigos y las mujeres nunca le duraban mucho, aunque faltarle, tampoco le faltaban y en general sus ex-amantes podían considerarse algo parecido a amigas.
Un noche, en el bar, se armó de valor y empezó a hablar con ella. Empezaron con lugares comunes aunque K tenía la sensación de que era ella la que llevaba la conversación adelante. Al cabo de dos horas ella había bebido demasiado y le estaba explicando que su marido había construido una mazmorra en su casa y que a ella no le parecía mal.
K consideró esta información como valiosa y, después de procesarla, miro a la Rubia fijamente y le dijo: 'ves al lavabo y quitate las bragas, quiero olerlas'.
La apuesta era alta pero en algún momento había que tirarse a la piscina. Ella le miró, sonrió, le aguantó la mirada un rato, y al ver que
no
decía nada
más,
se levantó y fue hacia el lavabo. Estaban en una mesa apartada y la operación no llamó la atención de nadie. Cuando salió y le metió las bragas en el bolsillo, se quedó como esperando instrucciones.
-¿Ya no quieres olerlas?
-Vamos a empezar a hablar en serio, no quiero que juntes las rodillas nunca más delante mío y, con tus bragas hago lo que quiero.
Le costó un poco tomar las riendas de la situación pero gracias a la seguridad en si mismo que le daba el alcohol no tardó en tenerlo todo controlado. Acercó su silla a la de la Rubia y puso la mano en su muslo. No vio signo de rechazo, por lo que le dijo: 'y nunca te abroches tantos botones de la blusa' .
La Rubia se desabotonó la blusa y dejó que K comprobara con sus dedos que, en efecto, no llevaba bragas. K consideró que aquello podía llamarse una buena primera cita y no quiso estropearlo arriesgándose a que se notara que los whiskys que se había bebido en el proceso de emborracharla a ella habían hecho mella en su capacidad de equilibrio.
-Puedes irte a casa, ya te llamaré.- Aquí las cosas cambiaron de una forma sorprendente para él. La Rubia, que desde que le había traído las bragas se comportaba como una sumisa y hablaba en sugestivo susurro, cambió de voz y de gesto y, recuperando su tono de voz como si nunca hubiera bebido nada, le dijo:
-Me gustaría seguir pero tendremos que contar con mi marido
-¿Tu marido?
-Si bueno, tenemos una relación particular y debo respetarla.
-Supongo que podría aceptarlo aunque me parece un poco extravagante-
Ella le entregó una foto de un hombre elegante en camiseta
-Bueno no es que él sea extravagante, la situación lo es.
-Al principio le gustaba ver como otros hombres me poseían, y pagaba a hombres para que follaran conmigo mientras el se pajeaba. Pero pronto se cansó de eso, el cuerpo le pedía más y empezó a participar en el espectáculo, primero de forma activa y después como sumiso. A mi me gusta que me traten como tú has demostrado saber-el pensó que no es que hubiera demostrado gran cosa todavía pero dio el comentario por bueno -y a él,ver como un hombreme posee y sentirse también poseido, por lo que decidimos pasárnoslos bien juntos. Quizá me gustaría estar contigo a solas también, pero le debo fidelidad a mi marido.
Después de dejar esta curiosa, y sugerente información sobre la mesa junto con una tarjeta con su número y dinero suficiente como para comprar 4 botellas más de whisky, abandonó el local contoneando las caderas como si quisiera asegurarse
de
que cualquier mueble con el que se cruzará
saltaría por los aires.
K metió la mano en su bolsillo y, mientras acariciaba las bragas reflexionó sobre la noche y decidió obviar la sensación de que le habían conquistado a él, y encima pagando, para quedarse con la de que había conseguido ganar la partida por todo lo alto.
Ahora estaba en la puerta de la casa apretando el botón del timbre. Sonó un juego de campanas que le pareció un poco exagerado, parecía una melodía conocida por lo que apretó varias veces sin conseguir recordarla. A mitad del concierto apareció una chica morena de bastante buen ver. Pensaba preguntarle por la melodía pero sus tacones y un cierto aire imponente le hicieron desistir de momento. La chica, sin casi sin mirarle la cara ni preguntarle quien era le llevó a una gran sala con un sofá y tres butacas.
La casa, una torre con un pequeño jardín en el barrio de Horta no parecía gran cosa desde fuera, pero tenía espacio suficiente para albergar tres familias. Al parecer habían juntado dos adosados unifamiliares, consiguiendo un espacio amplio y singular. La chica le pidió que esperara en una butaca mientras ella se sentaba en una silla enfrente de él. Tenía un aire tan profesional que incluso antes de estar seguro de si era una secretaria, amiga o familiar, la denominó internamente la Meretriz. Sin duda ese nombre le venía bien, su sonrisa no dejaba lugar a dudas sobre su disposición, pero todo su cuerpo parecía poner condiciones, seguramente un precio.
Pasaron 5 minutos en silencio antes de que la Rubia apareciera sonriente vestida como para una fiesta.
-Hola cariño, veo que ya os habéis presentado, es una amiga a la que llamamos a veces para que nos haga compañía. Pero tú serás el que manda por lo que tú decides si se queda.
En una segunda observación, la Meretriz le pareció vestida con demasiado cuero para la época del año, pero era una mujer guapa y, sin saber como seguiría la cosa no le pareció mal que estuviera por ahí.
-Ella conoce toda la casa-
Pronunció la palabra 'toda' de tal manera que K entendiera que se refería a toda la casa, lugares públicos y secretos
-Mi marido llegará en seguida, ponte cómodo, estás en tu casa.
Eso si era una invitación en toda regla, K se acercó a la Rubia y, apretándola con contundencia a su cuerpo le dio un largo beso mientras la mano asía su nuca para impedir un movimiento de rechazo que la Rubia nunca intentó.
-Te dije que no quería verte tan abotonada, espera aquí a tu marido, voy a visitar la sala que me describiste, tu amiga me puede acompañar.
La Meretriz le acompañó por una escalera poco expuesta a lo que debía haber sido la bodega de una de las casas originales. Evidentemente habían ampliado aquella bodega o la habían unido a la de la casa adyacente porque parecía enorme. K no era ningún mojigato pero aquella sala habría impresionado a cualquiera.
Era un espacio grande, diáfano, con el techo más alto de lo que correspondería a una bodega. Dos de las paredes estaban cubiertas por cortinas negras, una tercera parecía tener puertas de armarios empotrados y la cuarta estaba cubierta de anillas. Observando la disposición de las anillas K pudo imaginarse a la Rubia atada de diferentes formas a aquella pared. En el techo, había una polea que acabó de excitar su imaginación. Repartidos por la sala se veían diferentes aparatos: un potro, dos butacas sin brazos, una tarima justo debajo de la polea, una camilla y una gran cruz de San Andrés que no dejaba lugar a dudas sobre su utilidad.
La Meretriz estaba abriendo lo armarios y K se acercó a ella, ya bastante excitado, y a la vez que le palpaba el culo, observó toda una serie de cajones con todo tipo de juguetes. Cuerdas, blancas y negras, dildos de diferentes tamaños, esposas, fuets, fustas... Se entretuvo especialmente interesado cuando vio los aparatos eléctricos, no pudo evitar imaginar a la Rubia sufriendo espasmos de dolor y placer mientras él accionaba aquellos instrumentos. Cuando lo había visto casi todo vio que la Rubia y su marido ya habían bajado y esperaban quietos al lado de la escalera.
K se acercó dejando a la meretriz sentada en una silla.
-Hola
-Hola, bienvenido, soy su marido, supongo que te habrá explicado lo que esperamos de ti-
-A partir de ahora lo que importa no es lo que esperéis de mi sino lo que espero yo de vosotros.
El marido lanzó una mirada de complicidad a la Rubia como diciéndole 'parece que has traído a un tipo adecuado'. A K, aquella mirada le pareció impertinente por lo que le lanzó una bofetada y mientras el marido giraba la cara, le agarró del cuello para volver a abofetearle con la otra mano. Llamó a la meretriz y le dijo -Átale- señalando a la cruz.
Mientras su marido era atado con habilidad y bastante saña a la cruz, K adivinó una cierta crueldad en la Meretriz que parecía personal, él llevó a la Rubia hasta el potro y la apoyó boca abajo. K no pudo por menos que felicitar mentalmente al que había diseñado aquel potro, la altura era ideal en todos los sentidos. En las patas del potro habían anillas con brazaletes o tobilleras que permitían inmovilizar a alguien de pies y manos. El proceso de fijarla no duró ni 20 segundos.
Hasta ahora K se había sentido un poco utilizado pero ya dueño de la situación se decidió a dar un paso más. Le pidió a la meretriz que abriera una botella de vino y, una vez abierta, mientras ella servía dos copas, K tomo el abrebotellas y acercó la cuchilla de este al cuello de la rubia. La meretriz se limitó a sonreír cuando K empezó a cortar la camisa de la Rubia. Cuando iba por media espalda probó de clavar un poco la cuchilla sin hacer herida y, al ver que no había quejas, siguió hasta que la camisa se abrió en dos.
El espectáculo empezaba a ser muy interesante, el marido desnudo y atado a la cruz, observaba como K hacía trapos con la ropa de su mujer mientras la Meretriz empezaba a ponerse cómoda.
K tomó una fusta y la pasó por la espalda de la Rubia disfrutando de su control. Se la puso en la boca y ella la lamió primero con aparente dulzura y pronto con algo parecido a pasión. Sin avisar K le dio un primer azote en el culo cubierto por la falda. Suave, pero que avisaba claramente lo que podría seguir. Con la misma fusta mojada de saliva buscó debajo la falda descubriendo que no llevaba bragas.
-¿Nunca llevas bragas?
-Se las di a usted mi señor
A K le gustó la respuesta por lo que hurgó en los labios de la Rubia produciendo la primera humedad. Cuando vio lo que pasaba empezó a alternar las caricias con azotes cada vez más fuertes en el culo ya desnudo. Al cabo de poco rato la Rubia aullaba como una loba en lo que parecía un orgasmo. K paró y metió la mano en la entrepierna de ella para mojar sus dedos de flujos que luego se llevo a su boca.
La Meretriz había decidido jugar con el marido por su cuenta y K, al girarse, encontró a este con la boca tapada por una mordaza de bola y un plumero saliéndole del culo mientras su polla era masajeada con dureza.
K se acercó a ambos y, metiendo la mano por debajo de la falda de la meretriz le dio un beso y la apartó bruscamente de él. La Meretriz, al ser empujada, estuvo a punto de perder el equilibrio pero estirando más fuerte del pene del marido consiguió conservarlo. La cara del hombre se estaba desencajando y K aprovecho para empujar el plumero hacia dentro mientras, todavía asiéndola por el culo, empujaba a la Meretriz hacia el cuerpo colgante.
Fue al armario, y en el cajón de los látigos, encontró un fuet de cuero y se lo dio a la Meretriz para que siguiera jugando con el marido, mientra él se acercó a la Rubia con una bandeja de consoladores.
Ella le esperaba con un cierto aire desafiante, a pesar de su posición por lo que empezó metiéndole un dildo eléctrico de tamaño medio en el coño y, fijándoselo con una correa mientras lo ponía a intensidad media-alta, colocó una silla en la parte de delante y se sentó mirando su cara de frente.
Ella le mantuvo la mirada mientras el hurgaba en su boca como para hacer sitio. Cuando le pareció bien le metió un plug anal en la boca y lo movió, follándole con fuerza. Aumentó la intensidad del consolador y con la mano libre le acarició suavemente la espalda mientras apretaba el plug en su boca.
La Rubia estaba empezando a perder el control, gemía como una animal hambriento pidiendo más y quejándose a la vez. K, todavía vestido, le preguntó -¿Quieres comerme la polla?- a lo que ella contesto entre alaridos - ahora, por favor - K sustituyó el plug por su polla pero, al no considerar la respuesta suficientemente entusiasta, la retiró inmediatamente y volvió a azotarle el culo mientras el consolador y el plug ocupaban sus dos agujeros.
Al rato, cuando los flujos de ella ya empapaban el potro, K decidió dejar descansar su culo de azotes y relajar el coño, por lo que bajó la intensidad del dildo a la mitad, le fijó el plug en la boca con una mordaza que le dejaba respirar y fue a inspeccionar los armarios.
Los aparatos eléctricos seguían llamándole la atención y enseguida se inclinó por una especie de batería con seis cables acabados en pinzas. Le pidió a la Meretriz que moviera al marido hasta la camilla y que lo estirara boca arriba. Ella cumplió las ordenes con placer, trataba al hombre a patadas y lo arrastró por el pene hasta su posición final. Ya en la camilla se sentó un momento encima de su boca. K observaba, y se dio cuenta de que ella llevaba un corsé de cuero que dejaba su coño y culo a la vez que realzaba sus pechos.
Aprovechando que la Meretriz estaba en una posición débil, se acercó a ella y le acarició las tetas mientras le palmeaba el culo cariñosamente. Ella cabalgaba sin miramientos la cara del marido. K acercó parte del liquido que formaban los flujos de ella y la saliva de él al orificio del ano de la Meretriz quien, cuando se dio cuenta de la maniobra, le sonrió y le besó con una sorprendente delicadeza dadas las circunstancias.
Cuando K consideró que no le haría mucho daño, introdujo el plumero que había usado el Marido en el culo de la Meretriz. Fue como apretar el interruptor de una potro mecánico. La Meretriz saltó quince centímetros para caer de nuevo en la cara de él que no dejaba de succionar y lamer. K, impresionado por la reacción, sacó el plumero y metió su propio pene mientras tomaba los pechos de la mujer con firmeza pero sin saña. La Meretriz pareció correrse dos veces y, cuando K se retiró sin haber derramado nada, miró admirada la polla que le acababan de sacar del culo y la besó cariñosamente.
K ya tenía la batería en el estante bajo de la camilla y empujó esta para acercarla al potro donde la Rubia, con el consolador todavía vibrando, parecía que descansara entre algún pequeño espasmo. Le retiró primero el consolador y luego el plug de la boca lo que ella agradeció -mi señor me encantaría comerle la polla, no creo que pueda vivir mucho tiempo si no lo hago- La respuesta iba mejorando pero, antes de eso, quería jugar un poco y quería ver como la Rubia y su marido reaccionaban a la electricidad.
Puso dos pinzas en sendos pezones de la Rubia y dejó que la Meretriz hiciera lo mismo con los pezones de él. Observó que ella manipulaba las pinzas para que ejercieran más fuerza, consiguiendo muecas de dolor del marido que parecían encantarles a ambos.
Cuando los dos estuvieron enchufados K apartó a la Meretriz dejando que pasara un poco de electricidad por la pareja. El efecto fue como poco curioso, ambos intentaban mantener la compostura pero sus cara mostraban dolor y sus cuerpos temblaban como pajarillos.
K subió la intensidad hasta que el matrimonio gritó al unísono como si lo llevaran ensayando toda su vida. K apagó el aparato mientras introducía su polla en la boca de ella y observaba como la Meretriz se ensañaba con la del marido. La Rubia, ansiosa desde hacia rato, comía con avidez metiéndose todo el miembro en la boca hasta acercarse a las arcadas para sacarlo después y repetir con los huevos.
K acabó corriéndose en la cara de ella y la Meretriz, al darse cuenta, corrió a lamer la cara de la Rubia para que ni una gota de aquel semen se desperdiciara.
K, una vez recuperado decidió subir a buscar algo para beber más fuerte que el vino.
-Haz lo que quieras con ellos, ahora vuelvo
Subió las escaleras con la sensación de volver al mundo real. No se había quitado la ropa y la casa parecía la de una familia burguesa, sin mácula, de Barcelona. Exploró las fotos pero no encontró ninguna en la que apareciera nadie aparte de ellos dos. De hecho casi todas eran de ella y todas eran de lo más inocente, sólo una dejaba adivinar una parte del pecho desnudo. En condiciones normales ninguna de aquellas fotos le habría sugerido nada, pero ahora tenía a aquellos dos cachorros de la alta sociedad a su merced y no pudo evitar notar una pequeña erección.
Fue a la cocina y, en un post-it en la nevera ,leyó una nota 'recuerda cargar los juguetes cariño'. Le pareció un detalle que aquella pareja fuera tan cuidadosa con los invitados. Cerca de la nevera encontró las botellas de whisky, se decidió por la más llena. Llenó dos vasos con hielo y se encaminó al piso de abajo.
Al llegar vio que la meretriz no había perdido el tiempo. La Rubia y su marido estaban atados, espalda contra espalda con las manos inmovilizadas en alto. Tenían sendas barras atadas en los tobillos para impedirles juntar las piernas. Y él, tenía un aparato indescriptible en el pene, que sólo de verlo le provocó escalofríos a K. Para rematar la faena, los pezones de ambos estaban pinzados y encadenados entre ellos con una cadena tensa que, ante cualquier movimiento de uno u otro provocaría un tirón en ambos.
La Meretriz, que mantenía el corsé y zapatos de tacón como única vestimenta, le miró como preguntándole la opinión y, cuando K se acercó con una sonrisa de aprobación que en realidad ocultaba una profunda admiración, se fundieron en un beso de complicidad.
K empujó ligeramente a la pareja consiguiendo que trastabillaran ligeramente con las consecuentes muecas de dolor, no sólo en los pezones, sino en las zonas por donde estaban atados.
Se acercó y, besó primero el cuello de la Rubia, deslizando su boca hasta llevarla a la axila de ella y lamer esta de arriba a bajo. Vio que ella casi sonreía por lo que le preguntó:
- ¿y ahora? ¿que quieres?
- Lo que usted quiera mi señor - Contestó con voz segura y casi tranquila.
Sin que él se diera cuenta la meretriz había traído un dildo doble bastante flexible y de un diámetro considerable que estaba introduciendo por el ano del marido. K no pudo evitar tomar en su mano la polla del marido, saliendo enhiesta del aparato que la aprisionaba, mientras la Meretriz acababa su trabajo de introducción. Entonces le preguntó:
-¿te gusta?
-Me gusta todo mi señor.
Tan entusiasta respuesta, después de lo que estaba recibiendo el hombre en su casa, enterneció a K hasta el punto de que le dio un beso de tornillo que después de que ambas lenguas chocaran, acabó con K mordiendo fuertemente la otra lengua. Cuando le dejó, no sin chuparle la sangre con cierto cariño, el marido dijo:
-Me gusta todo mi señor-
Jadeando por lo que había sentido.
El dildo, introducido en ambos culos, ya unía al matrimonio mejor que dos anillos. K y la Meretriz jugaron un rato a empujar al uno contra el otro hasta que ya nada se veía sino dos culos apretados. K metió la mano en el coño de la rubia y apretó su culo contra el del marido mientras los torsos se separaban por la reacción y las pinzas estiraban los pezones de ambos.
Cuando los dos jadeaban K vio como la Meretriz acercaba la mano a la polla del marido que, que quedaba fuera de su vista. Imaginó por los gritos de dolor y placer que no fueron caricias lo que recibió el hombre.
K consideró que todos se merecían un descanso por lo que desató a la Rubia y la llevó a un sofá donde le pidió que le desnudara y sentado él y de rodillas en el suelo ella, le dejó apoyar la cabeza sobre sus piernas mientras le acercaba la mano a la polla para que se la acariciara.
La Meretriz no había sido tan delicada con el marido que correteaba por la sala de rodillas con la mujer montándole como a un pony. No le había retirado la barra que le separaba los tobillos por lo que los movimientos del hombre eran penosos y había vuelto el plumero al culo del pony consiguiendo un efecto bastante cómico.
La Meretriz acabó conduciendo a su montura hasta las piernas de K, donde le acercó la cabeza a la polla de este. K retiró la mano de la Rubia de su propia polla para que el marido tuviera espacio de trabajo y le dejo chupar mientras él jugueteaba pellizcando los pezones de la Rubia hasta que se corrió en la boca del marido.
La Meretriz volvió a intentar recoger los jugos pero llegó demasiado tarde porque el marido se lo había tragado todo, por lo que le propinó una fuerte bofetada y le amorró hacia su propio coño gritándole groserías pero dejando que él se masturbara a la vez hasta que ambos se corrieron.
Los cuatro dormitaron un rato sobre el sofá. Cuando se levantaron era de noche y K y la Meretriz fueron invitados a dormir en la casa. La Rubia y su marido actuaron como buenos anfitriones, ayudándoles a ducharse y usando sus lenguas para acariciarles sus partes íntimas cada vez que iban al lavabo. Prepararon una buena cena que sirvieron desnudos a sus invitados. Durmieron todos en la misma cama.
La relación entre K, la Rubia, su marido y la Meretriz no quedó ahí. Ellos y sobre todo su casa, pasarían a formar parte de la leyenda de K.