K (2)

La historia de Ella. De como el Noruego le introdujo en el sexo

Nació en un pueblo de la costa. En aquellos tiempos todavía la mayor atracción del pueblo era la llegada de los pescadores, pero ya hacía tiempo que el turismo iba tranform

á

ndolo todo. Un turista

sería

el

que l

a

convenci

era

de acompañarle a la ciudad y nadie pudo pararle. Su padre y su madre, abogados, regentaban un restaurant

e

que acabaría

convirtiéndose

en una referencia gastronómica nacional, y habían perdido cualquier ascendente sobre su hija a base de trabajar todo el día sin hacerle

mucho

caso.

Había dejado su pueblo a los 17 años, no sin antes tener algún escarceo sexual con compañeros de clase,

y

aquel noruego, el primero que supo como tocarla hasta

hartarla

de placer. Había llegado a su pueblo sólo, nadie sabía si por turismo o trabajo pero parecía demasiado joven para ser un hombre de negocios y por otra parte, no se le conocía ninguna relación familiar ni de amistad con nadie.

El pueblo no tardó en murmurar al unísono; quien era aquel tipo que no se iba al cabo de dos semanas sino que se quedaba pasado agosto.

El Noruego, como se le conoció enseguida que la gente pudo encontrarle un atributo único, hablaba poco y salía de su casa sólo para pasear en una barca de pescadores que había comprado o para tomar una copa en lo único que había en el pueblo parecido a un bar de copas. Allí es donde Ella le empezó a conocer cuando se escapaba las noches de verano, mientras sus padres trabajaban en el restaurante, y iba al bar a tomar algo y a flirtear con algún joven. Todos la conocían y allí no pasaba casi nunca nada interesante, algún grupo de guiris

nuevos ocupando

una

mesa

, parejas que iban y venían,

comentarios más o menos despectivos de los locales a las apariencias de estos o aquellos

.

Como escribió una vez a una prima de Barcelona que a veces le visitaba: el más absoluto aburrimiento.

Es por esto que la presencia del Noruego enseguida le llamó la atención. El tipo leía, miraba la tele cuando estaba encendida y

lo más curioso

, no miraba las piernas desnudas de las chicas que correteaban por el bar.

Eso le intrigó desde el primer momento y enseguida pensó que debería ser gay.

Los primeros intentos de contacto no variaron su opinión sobre el chico, chapurreaba el castellano con cierta facilidad pero costaba sacarle una conversación fluida y no importaba cuanto Ella se abriera el escote, él nunca hacía gesto de escandalizarse, ni siquiera interesarse mucho. Después de varias noches decidió que aquello era demasiado para Ella, estaba harta de sacarse de encima moscones por el miedo a mantener una relación de la que no pudiera deshacerse fácilmente, pero aquel noruego tenía sin duda las características ideales para llevárselo a la cama, y además suponía un reto.

Por otro lado, y ya tomada la decisión empezó a imaginar como encajarían sus cuerpos y le pareció satisfactorio. Él era más alto que Ella por lo que, si bien el primer beso no sería complicado, a partir de ahí sería mejor seguir estirados. Era bastante delgado, como Ella, sin ser esquelético, podría abrazarle y revolcarse sin miedo a lesiones. Y la boca le parecía más que satisfactoria, tenía unos labios, según él heredados de algún antecesor sureño, que hacía tiempo Ella deseaba juntar con los suyos. No había podido medir el paquete pero tenía confianza en que no fuera excesivamente grande para una experiencia iniciática y, de todas maneras, Ella quería creer que le gustaban las sorpresas. Estas reflexiones le parecerán al lector o lectora poco románticas pero Ella planeaba su primera gran experiencia y no quería dejar cabos sueltos.

Le fue fácil conseguir que le invitara a merendar a la casita que él ocupaba en segunda linea de mar un poco apartada del pueblo. La excusa de un supuesto interés en unos apuntes gráficos que él le había dicho hacer en las mañanas aburridas, no habría convencido ni al menos perspicaz, pero aquel noruego se lo tomaba todo con una naturalidad que no dejaba de sorprender.

-Llegas puntual– En realidad Ella llegó 10 minutos antes, con el aspecto nervioso de quien ha corrido, pero sin que se le notará mucho que había estado una hora maquillandose. El sol y las prisas se habían combinado con su bisoñez en el arte del maquillaje para convertir su cara, de una elegante dama, imagen que Ella pretendía, en algo parecido a una buscona, aunque seguía resultando guapa.

-Estaba paseando por aquí y me decidí a entrar.

-Pasa, pasa– Ni siquiera se excusó por el desorden, y le invitó a pasar al comedor, amplia habitación con una mesa y dos sofás.

Los sofás estaban encarados como esperando a una reunión de parejas y la mesa estaba llena de papeles y un ordenador. Le invitó al gin tonic de la ginebra que ella tomaba en el bar y le pidió que se pusiera cómoda.

Ella se tomo el consejo al pie de la letra y se quitó la ligera chaqueta que llevaba dejando ver sus generosos senos bajo una corta, escotada y apretada camiseta. A su vez se sentó cruzando las piernas de una forma improbable que aseguraba la visión de unas bragas semitransparentes que le había prestado una amiga.

  • Gracias, tenía calor. Aunque intuyo que seguiré teniéndolo.

El se sentó en el mismo sofá que Ella y apoyó el brazo en el respaldo cerca de sus hombros pero sin tocarlos.

  • No creas que soy tonto, me he dado cuenta de que no te soy indiferente y tú también me gustas, pero te he de decir que tengo gustos que quizás consideres raros.

Eso era todo lo que hacía falta, Ella no le contestó y empezó a besarle sin mucha habilidad, él dejó hacer sin mucho entusiasmo. Demasiado pronto, como correspondía a su falta de práctica, acercó la mano al paquete de él para percatarse de que allí no había entusiasmo alguno. Esto le sorprendió pero no por ello dejo de besarle. De improviso, él le metió la lengua casi hasta la garganta y Ella, sorprendida y casi defendiendose, le mordió un poco produciéndole un pequeño corte. Los ojos del Noruego cambiaron de color, o se llenaron de luz, cuando lo escribió en su diario dudaba en como definirlo, y una cierta presión empezó en su bajo vientre. Por probar, apretó con cierta fuerza el paquete del Noruego y mantuvo sus dientes de tal manera que sacar la lengua de ahí le habría costado un buen mordisco. La actitud del Noruego estaba cambiando de forma radical, donde antes había rigidez y aparente desinterés ahora aparecía algo parecido al placer.

  • Te gusta que te muerda.

  • Aprieta y hazme lo que quieras, dejate ir, a mi me gusta todo.

Mientras le decía esto bajó la cabeza de Ella cuidadosamente hasta sus pezones donde Ella decidió probar y mordió fuertemente. Él, aparentemente complacido, apretó la cabeza contra su pecho aumentando la fuerza y el dolor. Mientras la mano de Ella había liberado su pene del pantalón y lo apretaba con fuerza mientras este demostraba con una gran erección que la cosa iba por buen camino.

  • Aprendes rápido – jadeó él.

  • Y ahora que quieres que haga.

  • Ya te he dicho, alguien tiene que mandar y ahora serás tú, no te cortes.

  • Pues desnúdate y desnúdame – contestó un poco cansada de no entender nada y dispuesta a tomar el control.

Él cumplió sin dudarlo, una vez desnudo se arrodiló frente a Ella y le quitó las zapatillas.

  • ¿Puedo lamerte los pies?

Ella no supo que contestar, pero antes de que se diera cuenta él ya lo estaba haciendo. Después de los pies subió por las piernas levantándole la minifalda. Al ver las bragas le envió una mirada suplicante a la que Ella asintió sin saber bien a que se refería. Él se esmeró en lamer las bragas por delante y por detrás, hasta donde le llegaba la lengua, hasta que quedaron chopas por fuera y por dentro. Y siguió hacia arriba. No llevaba sujetador y, ya sin la protección de la camiseta, los dos pechos recibieron la lengua con los pezones erizados, duros como piedras. Ella, imitando la acción previa de él, apretó la cabeza contra su seno consiguiendo una punzada de dolor que él adivinó y se apresuró a mitigar con su lengua. Al notar el Noruego que Ella intentaba quitarse las bragas, única prenda que le quedaba, se apresuró a hacer el trabajo por Ella usando su lengua para cubrir el espacio descubierto, como si su saliva hiciera la función de la prenda desaparecida. Volvió a mirarla y Ella, casi al borde del orgasmo, asintió otra vez casi inconscientemente, entonces él alargó su lengua hacia el ano de Ella mientras le frotaba el clítoris con una mano y se dejaba morder la otra cada vez con más saña. La lengua de aquel tipo parecía no tener fin, durante rato sintió como se metía en su cuerpo cada vez más adentro, hasta empapar su cerebro. Al llegar el orgasmo Ella notó gotas de sangre en su boca provenientes de la mano mordida, pero lejos de preocuparse, las saboreo con placer.

El Noruego, que lamió y bebió todos los flujos antes de apartarse, permanecía en silencio, de rodillas, esperando.

  • Levantate – dijo Ella desde el sofá recuperando la compostura.

No acababa de entender las reglas pero estaba claro que había tenido el mejor orgasmo de su vida y no quería dejar pasar la posibilidad de adentrarse en lo que le había llevado hasta él.

Cuando el Noruego se levantó su mástil lucía orgulloso y enhiesto, en contraste con su cara que aparentaba sumisión y obediencia. Ella lo cogió sin miramientos y acercando el cuerpo del Noruego sin dejar de apretar su pene se puso este en la boca intentando cubrirlo enteramente. A pesar de sus lametones y succiones parecía que la polla, antes alegre, tendía al aburrimiento, por lo que empezó a usar sus dientes, primero con cuidado, después más decididamente. El resultado le recordó al hombre de la feria que infla globos con un compresor, aquello crecía sin control aparente llenándole la boca. Aprovechó la situación para tomar con dos dedos en pinza uno de sus pezones y, con la otra mano, uno de los de él. Jugó durante un buen rato a apretar con la misma fuerza en uno y en otro obteniendo gritos de satisfacción del Noruego y una mezcla de dolor y placer en su propio cuerpo.

El Noruego, intentando hablar con corrección, enseguida le pidió permiso para correrse, a lo que Ella asintió sorprendida para recibir una descarga de leche que le llenó la boca y se mezcló con su saliva. El Noruego, rápido de reflejos, se fundió en un beso con Ella introduciéndole la lengua hasta la garganta y absorbiendo todo lo que pudo de su propio semen.

El noruego cayó de rodillas permitiéndose una media sonrisa que Ella interpretó como signo de agradecimiento. Tenía 17 años y un hombre bastante guapo aparentemente decidido a satisfacer todos sus deseos sexuales. No se le ocurrió más que explicarle su propia vida, aunque cuando vio que él parecía aburrirse, le empujo la cabeza hacia su entrepierna y le ordenó que metiera aquella prodigiosa lengua hasta donde pudiera mientras Ella hablaba. Cuando su explicación llegó a los 6 años tuvo el primer orgasmo, otro a los 8 y 2 a los 14. Ella seguía hablando y él no se cansaba de explorar por lo que llegaron a la actualidad y Ella, tras un último orgasmo demoledor cayó exhausta y luego dormida en el sofá.

Al despertarse vio que el Noruego había puesto un poco de orden en la habitación y la había estirado cómodamente en el sofá. Ella permanecía desnuda, aunque una sábana le cubría tímidamente hasta la cintura. Él estaba de rodillas lamiéndole un pezón para despertarla. Le dio un beso, agradecida, y le pidió que le follara de una vez. Le salió así, como si fuera una cosa que dijera cada mañana al despertarse. Él, sin aparente sorpresa, desplazó de nuevo su lengua hasta el clítoris de ella para allanar el camino. Se dejaba hacer, esta vez no pensaba hacer nada por él y concentrarse sólo en el que a partir de entonces consideraría su primer polvo. Mientras él repartía su lengua entre el coño y el ano, ella empezó a tocarse los pechos, pellizcándose los pezones. Cuando pensó que estaba cerca de un orgasmo le gritó que la montara. Técnicamente no era virgen pero, dada la poca habilidad de sus dos previos amantes ella consideraba que lo era. Sintió la entrada del pene en su vagina como una liberación, aquello dolía un poco, pero exigió al Noruego que apretara más mientras alcanzaba a morderle el labio. El Noruego se esmeró y dedicó todas sus fuerzas a follar a aquella hembra que se retorcía debajo suyo y que parecía haberle cogido el gusto a la sangre de él que brotaba discretamente de su labio y ella lamía cuando no le estaba mordiendo. Explotaron a la vez. Él se había puesto un condón pero aún así no quiso acabar sin lamerle la entrepierna para recoger todos sus flujos.

Este fue el hombre que le llevó a la ciudad a

l cabo de 3 meses

. Su relación funcionó de sin mejorar durante un mes más, pero repentinamente, cuando se veía que aquello no evolucionaba, el Noruego volvió a su país, o eso dijo. Naturalmente él también tiene su historia pero esta, por ahora, no es importante, porque la historia es sobre Ella y en última instancia sobre K. En la ciudad viviría años antes de encontrar a K aunque, a veces, cuando estaba con K, le parecía que habían nacido juntos, que él siempre estuvo allí.