K (1)
De cuando ella encuentra a K.
Despertó otra vez y se dio cuenta de que nada había cambiado, seguía sola en la cama y las cuerdas parecían seguir inmovilizándole. Algo le dijo que intentara moverse y, para su sorpresa, se dio cuenta de que nada se lo impedía,. No había ningún nudo que le apretara las muñecas ni los tobillos, podía hacer rato que estaba libre o quizá lo estuvo siempre, de eso ya nunca estaría segura. Los recuerdos llegaban de forma imprecisa y, de vez en cuando, eran tan reales que le producían escalofríos y esa sensación de placer que devolvía la humedad a su entrepierna. Decidió no moverse, quería eternizar aquel momento y saborear la memoria de cada una de las caricias, pellizcos y otras cosas para las que no podía encontrar siquiera un nombre satisfactorio pero que en su conjunto le habían llevado más allá del éxtasis no sabía cuantas horas antes.
Cuando decidió llamar a K no tenía una idea clara de a quien estaba llamando, algunas amigas le habían hablado de él en términos más que elogiosos pero no sabía si se trataba de un gigoló, de un vividor o quizá de un fantasma convertido en mito. En cualquier caso le llamó después de animar su capacidad de decisión con tres martinis en un bar en el que evidentemente ningún hombre tenía nada interesante que ofrecer. Se había pasado gran parte de la tarde dudando sobre sus siguientes pasos. No era una devora-hombres y no pretendía actuar como tal, pero una serie de acontecimientos, que en ningún caso pensaba recordar, le habían llevado a la decisión de que esta noche no se iría a la cama sola. Descartados los ex-novios quedaba claro que tendría que buscar algo nuevo y por eso había ido a un bar desconocido donde reafirmó la idea de que la edad estaba aumentando su nivel de exigencia con los hombres.
Estaba sentada en una mesa, sola, rodeada de mesas con parejas de hombres y mujeres, pero sin nada a la vista que pudiera motivarle.
Marcó los números despacio, intuyendo que cada cifra le acercaba a un terreno desconocido. El teléfono que le habían dado de K no contestó inmediatamente, pero al rato, una voz metálica extrañamente profunda le animó a dejar un mensaje si es que lo consideraba imprescindible. El tono era impertinente, el mensaje incluso chulesco, pero la voz tenía alguna cosa agradable y decidió dejar un mensaje parecido: 'Si quieres llamarme hazlo antes de una hora'.
Al acabar de hablar se dio cuenta de que un tipo le estaba mirando fijamente, de hecho le estaba mirando las tetas, hay que decir que ayudado por un escote exagerado que podía sugerir al observador audaz cualquier viaje exótico entre colinas acojedoras. Estaba imaginando a un hombre perdiendose entre sus pechos cuando, recordando a que había venido a aquel lugar, le sonrió educada. El tipo, visiblemente influido por el alcohol y la melancolía, se acercó para pasar a explicarle sus penas a propósito de una mujer que no le quería y un hijo que no se le parecía en absoluto. La cosa era bastante patética, ella había llegado a enseñarle con un cierto descaro sus largas piernas y hasta a rozar con su mano el paquete de él, sólo para comprobar que con ese tipo no llegaría a nada más que a una sesión de psicoanálisis en la que ella no iba a ser la paciente, y el sexo, aburrido o inexistente.
Entonces recibió la llamada, K preguntaba cual era el tema urgente que había provocado aquella conversación. Ella, casi sonrojada balbuceó razones absurdas que se le iban ocurriendo. Se arrepintió de no tener una historia preparada, pero ya casi había olvidado su propia llamada. K susurraba preguntas, ella le contestaba cada vez con más naturalidad, entendiendo que cualquier cosa sería mejor que el tipo del bar. Al final, sin casi darse cuenta, se encontró a si misma aceptando gustosamente una invitación a una copa en otro local. La voz, sin dejar de ser impertinente, se había convertido en extrañamente familiar, como si de un viejo amigo se tratara.
El local donde debía esperarle K era una coctelería rebosante de terciopelo granate desde cortinas hasta sofás. El ambiente parecía de constructores ricos, periodistas vendidos y putas avejentadas. Eso le hizo sentirse especialmente joven y guapa por lo que entró con un ligero contoneo, dejando que todos los hombres del local apreciaran sus buenas hechuras y las mujeres apuntaran una sonrisa cómplice entre ellas que descartaba a la nueva cliente como una mujer respetable.
Ella se sentó en la barra, dejando que la obertura de su falda dejará ver sus muslos y sin preocuparse porque sus pechos buscaran la luz más allá de su blusa semitransparente. El camarero, curtido por los años de observación, no pudo evitar pensar que aquella hembra se merecía algo más que la soledad de un taburete, por lo que casi se alegró al ver como un hombre le rozaba el hombro semidesnudo mientras le acariciaba la cintura y le dejaba ir un: 'me halagaría pensar que te has vestido así por mi'. La piel de ella reaccionó de manera violenta al ataque sorpresivo y sus manos estuvieron a punto de apartarle de su cintura, pero algo le dijo inmediatamente que no sería una buena idea. K aprovechó su desconcierto para llevar los labios a la boca de ella y darle un suave beso que acabó con sus dientes pellizcándole el labio inferior. Ella recordó que llevaba toda la tarde esperando algo así por lo que estuvo a punto de lanzarse sobre él pero reprimió sus impulsos esperando a ver mejor la cara de quien le estaba besando.
A partir de aquí K retomó las preguntas susurradas que había hecho por teléfono y, sin dejar de asirle por la cintura fue acercando el cuerpo de ella imperceptiblemente al suyo mientras le retaba con la mirada a acabarse los dos margaritas que le sirvió el camarero.
De repente ella se dio cuenta de que, a la mano en la cintura se le había añadido otra en el muslo. A pesar de las bebidas no había duda de que ambas manos pertenecían a K. Ella vio claramente que a partir de este momento no habría vuelta atrás y estaba dispuesta, el aire misterioso de K le parecía como poco, interesante, y al fin y al cabo a esto había venido. De todas formas la pregunta le dejó helada. 'Si buscas un polvo tonto te has equivocado de número. Realmente quieres ser mía?'.
La voz le había cambiado, la mano del muslo ya no acariciaba sino que apretaba con firmeza, la mano de la cintura había subido hasta el cuello y ella notaba que, en vez de asustarle, aquello le gustaba. Ella acercó la boca a la de K y le mordió de forma pícara viéndose correspondida con un mordisco rápido pero rotundo, una confirmación de quien llevaría las riendas si seguían adelante. No hizo falta hablar más, una de las manos se adentró entres los muslos de ella para comprobar que todo iba bien mientras la otra entraba en su boca con cierta rudeza para demostrar que él mandaría a partir de entonces.
Para entonces en el bar solo quedaban una pareja formada por un tipo mayor y la que parecía su amante secreta desde tiempo inmemorial. K hizo un signo al hombre de que se acercara y le dejo el camino libre hacia el coño de ella mientras su mano, ya empapada de jugos, exploraba el culo.
De repente eran tres manos las que le violaban y a ella cada vez le gustaba mas. El hombre mayor hizo amago de besarla pero K le hizo un gesto negativo, mientras le metía un dedo en el culo y asiéndole por el cuello acercaba la boca de la otra mujer a la de ella.
La resistencia del culo iba bajando y K metió otro dedo haciendo que ella se retorciera de dolor mientras el otro hombre, claramente desinhibido, aumentaba la apuesta e introducía un tercer dedo en el coño. La mujer mordisqueaba los pezones enérgicamente no se sabe si como venganza hacia otra más joven y guapa o por puro placer. Ella se había corrido sobre la mano del hombre y K usó los flujos para agrandar aun mas su ano. Cuando el hombre se bajo la bragueta, K, siempre dirigiendo , le acercó un condón, empujó a ella fuera del taburete, y haciéndole apoyar las manos en la barra y bajándole el tanga sin ninguna consideración permitió, que el hombre le incara su verga hasta el fondo. Ella no había opuesto ninguna resistencia hasta entonces y el cachete que recibió en su nalga le pareció natural. Era el primero de muchos que recibiría hasta que su culo tomara el color de una manzana madura. Ella se oyó gritar pidiendo que K la enculara de una vez pero K, hurgando ya con cuatro dedos en su ano, le susurró al oído que no era ella quien daba las ordenes. Cuando el hombre se hubo corrido, K metió la mano que tan bien se había ocupado de su culo en la boca de ella mientras le decía 'nos vamos'.
A ella ni se le ocurrió despedirse del hombre y su amante que quedaron semidesnudos en la barra, ya sabía quien era el que mandaba esa noche y subió, a su vez a medio vestir en el coche de K sin hacer pregunta alguna. Como no preguntó cuando él le ataba las manos al reposa-cabezas del asiento dejando sus pechos, sin sujetador, solo tapados por la blusa y con los pezones erizados.
Mientras conducía alternaba los pellizcos en los pezones con la introducción de casi toda la mano en su coño. Ella no se preocupaba por quien pudiera verla y no dejaba de gemir. Sorprendiéndose a si misma se oyó decir, 'e
s que
no
me v
as a encular nunca pedazo de maricón?'. Ella sabia que lo había dicho solo para recibir una respuesta acorde, y él, sin enfadarse, lo entendió y le propino una bofetada para pasar a retorcerle un pezón buscando su grito de dolor. Pero ella no gritó, solo sentía placer y gimió en un orgasmo durante los siguientes 2 minutos, para luego agradecerle lo bien que le estaba tratando.
De alguna manera llegaron a casa de ella porque allí despertó, y en su casa pasaron cosas porque toda ella presentaba signos de haber presenciado la lucha entre K y los instintos de ella.
Al
decidir
levantarse, se encontró un consolador ensartado en el culo que nunca habría imaginado pudiera caber, no digamos permanecer ahí sin aparente esfuerzo. La imagen de K era borrosa pero, aún y magullada desde los pezones a los labios, horizontales y verticales, esbozó una sonrisa de satisfacción.